11 de febrero

Dulces dieciséis

OS LO DIGO A TODOS: ¡dejadme sola! ¡No podéis hacer nada!

La voz de Lena me despertó tras unas pocas horas de sueño intranquilo. Me enfundé los vaqueros y una camiseta gris sin detenerme a pensar en ninguna otra cosa que no fuera esto: Día Uno. Ya no debíamos esperar la llegada del fin.

El fin estaba aquí.

no con una explosión, sino con un gemido; no con una explosión, sino con un gemido; no con una explosión, sino con un gemido

Apenas había amanecido y Lena ya estaba perdiendo el control.

El libro. Maldita sea, lo había olvidado. Volví corriendo a mi cuarto, subiendo las escaleras de dos en dos y alargué la mano hacia la balda superior de mi armario, donde lo ocultaba, mientras me preparaba para achicharrarme en cuanto lo tocara.

Sólo que no sucedió, y no sucedió porque el libro no estaba allí.

El Libro de las Lunas, nuestro libro, había desaparecido. Lo necesitábamos hoy más que ningún otro día, pero la voz de Lena me martilleó las sienes.

así es como se acaba el mundo: no con una explosión, sino con un gemido

Que Lena estuviera recitando a T. S. Eliot no era buena señal. Cogí las llaves del Volvo y eché a correr.

El sol despuntó en el horizonte mientras conducía por Dove Street. Greenbrier, el único terreno de Gatlin deshabitado y accesible para todo el mundo, por ser el que marcaba la localización de la batalla de Honey Hill, también empezaba a cobrar vida. Las descargas de artillería se sucedían al otro lado de la ventanilla, pero, y eso era lo más curioso de todo, tenía tal barullo mental que ni las oía.

Boo me estaba esperando y se puso a ladrar en cuanto subí a la carrera los escalones del porche de Ravenwood, donde también estaba Larkin, enfundado en una chupa de cuero apoyado sobre una de las columnas. Jugueteaba con la serpiente: esta se enroscaba y desenroscaba en torno a su brazo; primero estaba su brazo y luego la serpiente. Pasaba de una a otra con ese gesto distraído típico del repartidor de cartas al barajar. Eso me pilló por sorpresa durante unos instantes. Eso y la reacción de Boo. Pensándolo bien, no estaba seguro de a quién ladraba, si a Larkin o a mí. El perro pertenecía a Macon, y nuestra relación no pasaba precisamente por un buen momento.

—Hola, Larkin.

Este saludó con desinterés. Hacía frío y el aliento se le escapo de su boca, como la bocanada de un pitillo imaginario. El vaho se estiró hasta formar un círculo y luego se convirtió en una culebra que se mordió la cola y se fue devorando a sí misma hasta desaparecer.

—Yo que tú no entraría ahí. Tu chica está un poquito… ¿Cómo lo diría yo? ¿Venenosa?

El ofidio se retorció en torno a su cuello antes de convertirse en el cuello de su cazadora.

La tía Del abrió la puerta con fuerza.

—¡Por fin! Te hemos estado esperando. Lena está en su habitación y no deja entrar a nadie.

La miré. Iba desastrada: la bufanda le caía sobre un hombro, llevaba torcidas las gafas, e incluso le colgaban cabellos sueltos que se le habían soltado de su característico moño gris. Me incliné para abrazarla. Olía como uno de esos armarios antiguos de las Hermanas, llenos de sobrecitos de lavanda y ropa blanca que había pasado de una generación a otra. Reece y Ryan permanecían detrás de ella con un aire de familia afligida a la espera de malas noticias en el vestíbulo triste de un hospital.

La mansión volvía a estar más en sintonía con el humor de Lena que con el de su tío. O tal vez estaban los dos del mismo talante. Era imposible saberlo, pues no se veía a Macon Ravenwood por ninguna parte.

Resultaba posible imaginar la tonalidad de la ira mirando el color de las paredes; lo que colgaba de las arañas del techo era rabia, eso o cualquier otro sentimiento denso y profundo; el resquemor estaba en la urdimbre de las gruesas alfombras de los suelos; el odio parpadeaba por debajo de cada pestañeo de las luces. Cubría el suelo una sombra, una negrura especial que se había deslizado paredes arriba y ahora mismo caía sobre mis Converse hasta el punto de que no podía ni vérmelas. Era una oscuridad absoluta.

No estaba seguro de poder describir la estancia. Su aspecto me tenía demasiado desconcertado, hasta tenía cierta clase. Probé a pisar un escalón de la escalera que conducía hasta la habitación de Lena. Había subido esos escalones un centenar de veces, no era como si no supiera adónde iban, pero aun así, hoy parecían diferentes. La tía Del miró a Reece y a Ryan, que iban detrás de mí, como si yo abriera la marcha en dirección a un frente de batalla desconocido.

Toda la casa tembló hasta los cimientos cuando puse el pie en el segundo peldaño. Las miles de velas de la antigua araña oscilaron por encima de mi cabeza y me cayó cera sobre la cara. Fruncí el ceño y me la quité. Las escaleras se curvaron bajo mis pies sin previo aviso y dieron un tirón que me lanzó de espaldas y me hizo caer de culo contra el suelo, sobre cuya superficie pulida resbalé hasta acabar casi en el vestíbulo de la entrada. Reece y la tía Del se quitaron de en medio enseguida, pero me choqué con la pobre Ryan, que se cayó como si fuera unos bolos en una bolera.

Me incorporé y grité para que mi voz se oyera en el piso de arriba.

—Lena Duchannes, yo mismo informaré al comité de disciplina si vuelven a atacarme estas escaleras. —Pisé el primer escalón, y luego el segundo. No sucedió nada—. Llamaré al señor Hollingsworth y testificaré, diré que eres una loca peligrosa. —Entretanto, subí las escaleras de dos en dos todo el tramo hasta llegar al primer piso—. Porque lo serás si me haces daño, ¿lo oyes?

Entonces percibí cómo su voz fue desenroscándose en mi mente.

No lo comprendes.

Tienes miedo, lo sé, pero enfrentarte a todo el mundo no va a mejorar nada.

Vete.

No.

Lo digo en serio, Ethan. No quiero que te pase algo.

No puedo.

Estaba ya ante la puerta de su cuarto. Apoyé la mejilla contra el frío revestimiento de madera. Quería estar con ella, estar todo lo cerca que fuera posible sin sufrir un ataque al corazón. Y si esto era toda la proximidad que me permitía, por ahora me bastaba.

¿Estás ahí, Ethan?

Estoy aquí.

Estoy asustada.

Lo sé, L.

No quiero que te pase nada.

No me pasará nada.

¿Y si te pasa?

Voy a esperarte.

¿Incluso si me vuelvo Oscura?

Incluso si te vuelves muy, muy Oscura.

Abrió la puerta y me arrastró al interior. Tenía la música puesta a todo el volumen que se podía. Conocía la canción. Era una versión cargada de rabia, casi un tema de heavy-metal, pero daba igual: la reconocí en el acto.

Dieciséis años, dieciséis lunas.

Dieciséis de tus miedos más íntimos.

Dieciséis veces soñaste con mis lágrimas

cayendo, cayendo a lo largo de los años…

Parecía como si hubiera estado llorando toda la noche, y probablemente así era. Cuando le acaricié la cara, vi que la tenía llena de churretes por culpa de las lágrimas. La estreché entre mis brazos y nos balanceamos mientras continuaba sonando la canción.

Dieciséis lunas, dieciséis años

con el sonido del trueno en tus oídos.

Dieciséis millas hasta el reencuentro con ella.

Dieciséis que buscan lo que dieciséis temen.

Por encima de su hombro pude contemplar la habitación; estaba manga por hombro y destrozada, tal y como la dejaría un ladrón al asaltar un piso. Las paredes se habían agrietado y se había desprendido la pintura, el tocador estaba volcado y las ventanas estaban hechas pedazos. Sin los cristales, los paneles de las ventanas tenían toda la pinta de ser los barrotes de una mazmorra en un castillo antiguo, y la prisionera se aferraba a mí conforme nos envolvía la melodía.

Aun así, la música no cesaba.

Dieciséis lunas, dieciséis años.

Dieciséis son mis temores soñados

dieciséis que van a Vincular las esferas,

dieciséis gritos que sólo uno oye.

La última vez que había estado allí el techo estaba casi completamente cubierto por palabras reveladoras de los pensamientos más íntimos de Lena, pero ahora hasta el último rincón de la estancia estaba cubierto por su inconfundible letra negra. En los bordes del techo podía leerse: La soledad consiste en abrazar a quien amas sabiendo que podrías no volver a hacerlo nunca más. Y en las paredes: Incluso perdido en la oscuridad/ mí corazón te encontrará. En la jamba de la puerta: El alma muere a manos de su portador. En los espejos: Sí supiera de un lugar a donde huir / un escondite seguro, allí estaría hoy. Incluso el tocador mostraba frases: La más sombría luz del día me encuentra aquí, quienes esperan jamás dejan de observar, y otra parecía decir: ¿Cómo escapar de uno mismo? Podía leer la historia de Lena en esas palabras, la oía en la música.

Dieciséis lunas, dieciséis años,

la hora de la Luna de la Llamada se acerca

en estas páginas, la Oscuridad se aclara

y el Poder Vincula, lo que el fuego marca.

El punteo de la guitarra aminoró su intensidad y escuché una nueva estrofa, el final de la canción. Por fin algo tenía un final. Intenté quitarme de la cabeza los sueños sobre tierra y fuego y agua y viento mientras la oía.

Luna dieciséis, año dieciséis.

Al fin ha llegado el día que temías.

Llamar o ser Llamada,

derramando sangre y lágrimas,

Sol o Luna… ser adorada o destruida.

La guitarra dejó de sonar y los dos permanecimos en silencio.

—¿Qué crees tú…?

Lena me tapó la boca con la mano. No soportaba que se hablara del tema. Ella estaba más sensible que nunca. Soplaba una fría brisa que la azotaba al pasar, la envolvía, y luego salía como un huracán por la puerta abierta a mis espaldas. No sabía si sus mejillas estaban coloradas a causa del frío o del llanto, y tampoco lo pregunté. Caímos a plomo sobre su cama y nos acurrucamos hasta que resultó difícil determinar de quién era cada extremidad. No nos besamos, pero fue como si lo hiciéramos. Estábamos más cerca de lo que yo nunca había imaginado que podían estar dos personas.

Supongo que así era como se sentía uno cuando amaba a alguien, cuando lo amaba y le había perdido, incluso aunque todavía le estrechara entre los brazos.

Lena tiritaba. Notaba todas sus costillas y hasta el último de sus huesos y parecía que su cuerpo se movía por propia voluntad. Liberé el brazo que había pasado por debajo de su cuello y lo giré hasta poder agarrar el edredón a cuadros que estaba hecho un rebujo a los pies de la cama y tiré de él para taparnos. Se acurrucó contra mi pecho y cuando lo puse por encima de nuestras cabezas, nos quedamos a oscuras los dos en aquella minúscula gruta, los dos solos.

Nuestras respiraciones acabaron por calentar la cueva. Besé sus fríos labios. La corriente existente entre nosotros se intensificó y se acurrucó en busca del hueco de mi cuello.

¿Crees que podríamos quedarnos así para siempre, Ethan?

Podemos hacer lo que se nos antoje. Es tu cumpleaños.

Se puso en tensión.

No me lo recuerdes.

Pero te he traído un regalo.

Alzó la colcha lo justo para que por una rendija entrara la luz.

—¿Por qué? Te dije que no…

—¿Desde cuándo escucho algo de lo que me dices? Además, Link asegura que si una chica te dice que no le regales nada para su cumpleaños, eso significa «tráeme un regalo y asegúrate de que sea una joya».

—Eso no es aplicable a todas las chicas.

—Vale. Olvídalo.

Dejó caer el edredón y se acurrucó otra vez en mis brazos.

¿Es eso?

¿El qué?

Una joya.

Pero ¿no hemos quedado en que no querías ningún regalo?

Es sólo curiosidad.

Sonreí para mis adentros y retiré el edredón. Un chorro de aire frío nos cayó encima. Me apresuré a sacar una cajita del bolsillo de los vaqueros, y volví a subir la colcha. Sólo alcé un pico para que pudiera verla.

—Baja eso, hace un frío que pela.

Dejé caer el edredón y nos sumimos de nuevo en la oscuridad. La caja comenzó a refulgir con un brillo verde y eso me permitió ver los delicados dedos de Lena mientras retiraba la cinta plateada. El brillo cálido y radiante se extendió hasta iluminar tenuemente su rostro.

—Anda, este poder es nuevo.

Sonreí, alumbrado por la luz esmeralda.

—Lo sé. Me ocurre desde que me desperté esta mañana. Sucede cualquier cosa que pienso, así, sin más.

—No está mal.

Miró la cajita con melancolía, como si estuviera demorando todo lo posible el momento de abrirla. Caí en la cuenta entonces que probablemente ese era el único regalo que iba a recibir en el día de hoy, dejando a un lado la fiesta sorpresa. Iba a decírselo casi en el último minuto.

¿Fiesta sorpresa?

¡Huy!

Más valdrá que sea una broma.

Cuéntaselo a Ridley y a Link.

¿Ah, sí? Pues la sorpresa es que no va a haber fiesta.

Limítate a abrir la caja.

Me miró fijamente y después la abrió, y la luz fluyó a raudales, aun cuando eso no guardaba relación alguna con el regalo. Se le suavizó el semblante y supe que me había librado del problemón de hablarle de la fiesta gracias a esa relación especial que hay entre las chicas y las joyas. ¿Quién sabe? Link iba a tener razón después de todo.

Sostuvo en alto un collar centelleante y delicado con un anillo engarzado en la cadena. El anillo estaba trenzado, haciendo una espiral, con oro rosa, amarillo y blanco.

¡Ethan! Me encanta.

Lena me besó unas cien veces, pero yo empecé a hablar incluso mientras me besaba, pues sentía que debía decírselo antes de que se lo pusiera y pasara algo.

—Era de mi madre. Lo cogí de su viejo joyero.

—¿Estás seguro?

Asentí. No podía pretender que valía poco. Lena sabía lo que yo sentía por mi madre. Era algo valioso y me aliviaba saber que ambos contábamos con ello.

—No es nada raro ni tampoco un diamante o algo por el estilo, pero tiene un gran valor para mí. Creo que a ella le habría gustado que te lo diera porque, bueno, ya sabes…

¿… porque qué?

Eh.

—No querrás que te lo deletree, ¿verdad? —pregunté con voz rara y temblorosa.

—No quiero fastidiarte, pero la ortografía no es lo tuyo.

Me estaba escaqueando, y Lena lo sabía, y al final me obligaría a decirlo. Yo prefería nuestra comunicación sin palabras. Facilitaba un montón las conversaciones, las de verdad, a alguien como yo. Le aparté el pelo de la nuca y le abroché el cierre. Ahora estaba en su cuello, centelleando bajo la luz, justo por encima del colgante que nunca se quitaba.

—Porque eres especial para mí.

¿Cómo de especial?

Creo que llevas la respuesta colgada del cuello.

Llevo muchas cosas colgadas del cuello.

Le acaricié el collar de amuletos. Parecía una baratija, y en buena medida lo era, pero era la bisutería más importante del mundo: un penique achatado con un agujero que le había devuelto una de las máquinas en la zona de comida rápida del cine donde tuvimos nuestra primera cita; un trozo de hilo del suéter rojo que lucía cuando aparcamos en el depósito de agua, lo cual se había convertido en una broma entre los dos; el botón de plata que le había regalado para que le diera suerte durante la sesión del comité de disciplina y la estrellita con el clip que había sido de mi madre.

Entonces, ya deberías saber cuál es la respuesta.

Se acercó para besarme otra vez, y fue un beso de verdad, de esos que en realidad ni siquiera pueden llamarse así, de los que incluyen brazos y piernas y cuello y pelo, de esos en los que el edredón se desliza por el suelo y, en este caso, los cristales de las ventanas se recomponían solos, la cómoda se enderezaba por su cuenta, las ropas volvían a los colgadores y el frío polar de la estancia desaparecía y acababa por ser cálido: un fuego chisporroteaba en el pequeño hogar de su dormitorio, pero eso no era nada comparado con el calor que me corría por el cuerpo. Se me aceleró el corazón y noté una descarga de electricidad más potente de lo que estaba acostumbrado a experimentar.

Me eché hacia atrás, sin resuello.

—¿Dónde está Ryan cuando se la necesita? Vamos a tener que averiguar qué podemos hacer con todo esto.

—No te preocupes, está abajo.

Me empujó y el fuego del hogar chisporroteó con más fuerza, amenazando con desbordar el tiro de la chimenea con el humo y las llamas.

Una joya, os lo digo yo. Menuda cosa. Eso, y amor.

Y puede que también el peligro.

—¡Ya vamos, tío Macon! —Lena se volvió hacia mí y suspiró—. Supongo que no podemos posponerlo más. Hemos de bajar y ver a mi familia.

Miró hacia la puerta y el pestillo se abrió solo. Hice una mueca mientras le acariciaba la espalda. Aquello se había acabado.

El día se había encapotado cuando el cuarto de Lena volvió a ser un lugar habitable. Yo había pensado que bajaríamos a escondidas para hacerle una visita a Cocina a la hora de comer, pero Lena se limitó a cerrar los ojos y un carrito entró por la puerta y se plantó en medio de la estancia. Supuse que incluso Cocina sentía lástima por ella en el día de hoy. Era eso o que Cocina podía resistirse a los recién obtenidos poderes de Lena tan poquito como yo mismo. Me comí mi peso en tortitas con chocolate bañadas en sirope y empapadas en batido también de chocolate. Lena se comió un sandwich y una manzana. Entonces, todo se desvaneció y volvimos a los besos.

Esa podía ser la última vez que estuviéramos en su cuarto de aquel modo, y me dio la impresión de que ambos lo sabíamos. Era como si no pudiéramos hacer nada más. La situación era la que era, y si hoy era cuanto teníamos, al menos íbamos a aprovecharlo.

En realidad, estaba tan atemorizado como entusiasmado, y aunque ni siquiera era la hora de la cena, ya era el mejor y el peor día de mi vida.

Cogí a Lena de la mano y la conduje escaleras abajo. Su piel seguía siendo cálida, y supe que estaba de mejor humor. Los amuletos del collar centelleaban en torno a su cuello y las velas de la araña emitían destellos de plata y oro mientras pasábamos por debajo de ellas al bajar los peldaños.

No estaba acostumbrado a ver la mansión con un aire tan jovial y tan lleno de luz, lo cual dio la impresión por un segundo de ser un cumpleaños de verdad, donde los participantes eran felices y asistían al festejo con despreocupación. Durante un segundo.

Entonces vi a Macon y a la tía Del, ambos con velas en las manos. A sus espaldas, la mansión estaba cubierta por un velo de penumbra y sombras. Había otras figuras oscuras moviéndose tras ellos, y aún peor, Macon y Del iban ataviados con largas ropas negras, como acólitos de una extraña orden de sacerdotes druidas o sacerdotisas. La cosa era que aquello tenía poca pinta de fiesta de cumpleaños y daba tanto repelús como un funeral.

Feliz decimosexto cumpleaños. No me extraña que no quisieras salir de tu cuarto.

Ahora entiendes a qué me refería, ¿no?

Al llegar al último escalón, Lena se detuvo y se dio media vuelta para mirarme. Parecía fuera de lugar con sus vaqueros gastados y mi sudadera con capucha del Instituto Jackson, que le venía grande. Yo dudaba que Lena se hubiera vestido así ni una sola vez en toda su vida, pero tuve la sospecha de que pretendía conservar una parte de mí el mayor tiempo posible.

No tengas miedo. Sólo es el Vínculo para mantenerme a salvo hasta la salida de la luna. La Llamada no tendrá lugar hasta que la luna esté en lo alto.

No estoy asustado, L.

Lo sé. Hablaba para mí misma.

Tras soltarse de mi mano dio un último paso y bajó al rellano de la escalera. Se transformó en cuanto su pie tocó el pulido suelo negro. Las holgadas ropas del Vínculo ocultaron las curvas de su cuerpo y el negro de su pelo se fundió con el de los atuendos hasta formar una sombra que le cubría de los pies a la cabeza, a excepción del rostro, pálido y luminiscente como la mismísima luna.

Se llevó la mano al cuello, cerca de donde aún colgaba el anillo de mi madre. Yo confiaba en que eso le ayudara a recordar que yo estaba allí con ella, igual que yo confiaba en que mi madre intentaba ayudarnos todo el tiempo.

¿Qué van a hacerte? Esto no será ninguno de esos ritos paganos con sexo, ¿verdad?

Lena rompió a reír a mandíbula batiente. La tía Del la miró de refilón, horrorizada. Reece se alisó la toga con la mano de forma remilgada y aires de superioridad mientras Ryan empezó a reírse tontamente.

—Compórtate —siseó Macon.

Larkin esbozó una sonrisa burlona. De algún modo, el tío se las apañaba para tener el mismo aspecto cool con el ropón negro que con la cazadora de cuero. Lena reprimió las risotadas entre los pliegues de su túnica.

Cuando se movieron las velas, logré distinguir los rostros más cercanos: Macon, Lena, Larkin, Reece, Ryan y Barclay. Había otros semblantes menos familiares, como Arelia, la madre de Macon, y otro arrugado y bronceado, pero incluso desde mi posición, bueno, desde donde pretendía quedarme, descubrí que se parecía lo bastante a su nieta como para adivinar su identidad al primer golpe de vista.

Lena y yo la vimos al mismo tiempo.

—¡Yaya!

—Feliz cumpleaños, corazón.

El círculo se rompió por unos breves instantes mientras Lena corría para echarse en brazos de la mujer de cabellos blancos.

—Pensé que no vendrías.

—¡Cómo no iba a venir! Quería darte una sorpresa. El vuelo desde Barbados es muy rápido. Llegué aquí en un abrir y cerrar de ojos.

Lo dice en un sentido literal, ¿a que sí? ¿Qué es? ¿Otra Viajera? ¿Un íncubo como Macon?

Es una pasajera habitual de United Airlines, Ethan.

Experimentó un breve momento de alivio, lo percibí a pesar de que yo me sentía cada vez más fuera de lugar. Vale que mi padre estuviera como un cencerro, que mi madre hubiera muerto, o algo por el estilo, y que me hubiera criado una mujer bastante familiarizada con el vudú. Podía asumir todo eso, pero ahí plantado yo solo, rodeado por Caster reales en activo, con sus cirios y sus ropajes, tenía la impresión de que para lidiar con eso necesitaba saber muchísimo más sobre ellos, más de lo que Amma me había contado, y debía enterarme antes de que empezaran con sus latinajos y sus conjuros.

Demasiado tarde: Macon avanzó un paso dentro del círculo y alzó la vela.

Cur Luna hac Vinctum convenimus?

La tía Del se adelantó un paso junto a él. La luz de su vela fluctuó cuando la alzó y tradujo:

—¿Por qué nos reunimos en esta luna y realizamos el Vínculo?

Sextusdecima Luna, Sextusdecimo Anno, Illa Capietur —canturreó el círculo a modo de respuesta, manteniendo en alto las velas.

—En la decimosexta luna, el decimosexto año, ella será Llamada —contestó Lena. La llamarada de su cirio subió hasta dar la impresión de que iba a quemarle el rostro.

Lena permanecía en el centro del círculo, con la cabeza muy alta. La luz de las velas procedía de todas las direcciones e iluminaba su rostro. Una llama verde empezó a arder en su propia vela.

¿De qué va todo esto, L?

No te preocupes. Forma parte del Vínculo.

Si eso sólo era el Vínculo, tuve la convicción absoluta de no estar preparado para la Llamada.

Macon entonó un cántico que yo recordaba de Halloween. ¿Cómo lo habían llamado?

Sanguis sanguinis mei, tutela tua est.

Sanguis sanguinis mei, tutela tua est.

Sanguis sanguinis mei, tutela tua est.

Sangre de mi sangre, tuya es la protección.

Lena se puso blanca como el papel. Sanguinis. Un Círculo de Sangre, eso era. Sostuvo la vela y cerró los ojos. La llama verde estalló y se transformó en una enorme llamarada de color rojo anaranjado que saltó de una vela a otra hasta prender todas las del círculo.

—¡Lena! —grité para hacerme oír por encima de la explosión, pero no contestó.

La lengua de fuego subió tan alto en la oscuridad que me di cuenta de que la mansión Ravenwood no tenía techos ni tejado aquella noche. Me puse la mano en los ojos cuando el fuego se intensificó para que no me deslumbrara. No podía pensar en otra cosa que no fuera Halloween. ¿Y si se repetía todo? Me estrujé las meninges para recordar qué habían hecho aquella noche para repeler a Sarafine. ¿Qué habían cantado? ¿Cómo lo había llamado la madre de Macon?

El Sanguinis, pero no me acordaba de las palabras, no tenía ni idea de latín. Por una vez deseé haberme unido a los empollones de clásicas.

Alguien aporreó la puerta; al cabo de unos instantes se apagaron las llamas y desaparecieron las túnicas, el fuego, las velas, la oscuridad y la luz. Todo se volatilizó, absolutamente todo. Y en un pispas se convirtieron en una familia corriente y moliente situada alrededor de una tarta de cumpleaños. Y cantaban.

¿Qué demonios…?

—¡… cumpleeeeaños feliiiz!

Las últimas notas de la canción retumbaron mientras proseguía el aporreo. En medio del salón apareció una mesa con manteles blancos, con un juego de té y un enorme pastel de cumpleaños de tres pisos, de color rosa, blanco y dorado. Lena volvía a tener el aspecto de cualquier chica de dieciséis años ahora que llevaba los vaqueros y mi sudadera con el nombre del Instituto Jackson. Apagó las velas de un soplido y manoteó para apartar el humo de sus ojos donde hacía unos instantes había una gran llama. Su familia estalló en aplausos.

—¡Esa es nuestra chica!

La abuela dejó las agujas de hacer punto y se puso a cortar el pastel mientras la tía Del se ocupaba de servir el té. Reece y Ryan trajeron un montón de regalos. Macon se sentó en su sillón de orejas Victoriano y procedió a servir dos vasos de whisky, uno para él y otro para Barclay.

¿Qué pasa, L? ¿Qué acaba de suceder?

Hay alguien en la puerta. Sólo están teniendo cuidado.

No sé si voy a ser capaz de seguirle el juego a tu familia.

Toma un poco de pastel. Se supone que esto es una fiesta de cumpleaños, ¿te acuerdas?

El golpeteo en la puerta prosiguió. Larkin levantó la vista de su tarta con bizcocho de chocolate.

—¿Es que nadie va a ir a abrir la puerta?

Ravenwood alisó un pliegue de su chaqueta de cachemira y miró a Larkin con aplomo.

—Ve sin falta a ver quién es, Larkin.

Macon miró a su sobrina y negó con la cabeza. Aquel día, no era la encargada de abrir la puerta. Lena asintió y se inclinó para hablar con su abuela. Sostuvo el plato con el trozo de tarta y sonrió como la nieta adorable que en verdad era. Lena dio unas palmaditas en el cojín del sofá. Genial. Había llegado el momento de que me presentaran a la abuela.

En esos instantes me llegó a los oídos una voz familiar y supe que prefería enfrentarme a esa anciana antes que lidiar con quienes esperaban fuera, detrás de la puerta, porque allí estaban Ridley y Link, Savannah y Emily, Edén y Charlotte, y el resto de su club de fans, y también el equipo de baloncesto del instituto. Ninguno de ellos llevaba su uniforme de diario: la camiseta de los Ángeles Guardianes. Entendí la razón cuando advertí las manchas de barro en sus mejillas. Venían de la recreación de la batalla. Entonces caí en la cuenta de que Lena y yo nos la habíamos perdido y de que nos iban a catear en historia. A esas horas, ya sólo quedaba la campaña vespertina y los juegos artificiales. Menuda guasa, cualquier otro día un suspenso nos habría parecido algo gordo.

—¡Sorpresa!

La palabra sorpresa se quedaba muy corta para describir todo aquello. Una vez más, yo había permitido que el caos y el peligro se abrieran paso hasta el interior de la mansión. La abuela saludaba con la mano a cuantos se apiñaban en el vestíbulo de la entrada y Macon bebía su whisky a sorbos, tan imperturbable como siempre, y sólo te dabas cuenta de que estaba en un tris de perder los nervios si le conocías.

De hecho, ahora que lo pensaba, ¿por qué les había dejado entrar Larkin?

Esto no puede estar sucediendo.

La fiesta sorpresa… ¡Me había olvidado por completo!

Emily se abrió paso a empujones hasta ponerse al frente del grupo.

—¿Dónde está la cumpleañera?

Y extendió los brazos en cruz como si albergara la intención de darle un gran abrazo a Lena. Esta retrocedió, pero Emily no era de las que desistían con facilidad y le pasó el brazo por la cintura, rodeándola como si fueran viejas amigas que no se veían desde hacía tiempo.

—Nos hemos tirado toda la semana planeando la fiesta. Hemos traído música en directo y Charlotte ha alquilado un equipo de iluminación al aire libre para que todo el mundo pueda verlo, ya sabes lo oscuros que son los terrenos de Ravenwood. —Emily fue bajando el volumen de la voz como si estuviera discutiendo la venta de mercancías de contrabando en el mercado negro—. Y tenemos licor de melocotón.

—Tienes que verlo —aseguró Charlotte arrastrando las palabras. La verdad es que prácticamente jadeaba entre una y otra, probablemente por culpa de aquellos jeans tan apretados—. Hay un cañón láser. Es una macrofiesta rave en Ravenwood, ¿a que es guay? Se parece a una de esas fiestas universitarias de Summerville.

¿Una fiesta rave? Ridley había hecho uso de todos los recursos a su alcance para montar aquello. ¿Emily y Savannah dando una fiesta a Lena y haciéndole la pelota como si fuera la Reina de los Hielos? Eso debía de ser más duro que tener que tirarse las tres por un barranco.

—Ahora, subamos a tu cuarto para prepararte, cumpleañera —dijo Charlotte, con su jovialidad de animadora más acentuada de lo normal en ella, que ya de por sí solía ser algo exagerada.

Lena se puso verde. ¿Su cuarto? Probablemente, la mitad de las pintadas de las paredes estaban dedicadas a ellas.

—Pero ¿qué dices, Charlotte? Está guapísima. ¿No te parece, Savannah? —terció Emily al tiempo que propinaba un codazo de desaprobación a Charlotte, como si le quisiera indicar que debía dejar el pastel y molestarse en mirar semejante belleza.

—¿Bromeas? Moriría por este pelo —replicó Savannah, jugueteando con un mechón de la melena de Lena entre los dedos—. Es tan… increíblemente… negro.

—El año pasado yo tenía el pelo negro, al menos las puntas —protestó Edén. El curso anterior, en uno de sus torpes intentos por llamar la atención, se había teñido la capa inferior del pelo de color negro y se había dejado rubia la parte superior. Savannah y Emily se habían ensañado con ella sin misericordia hasta que al día siguiente volvió teñida por completo.

—Pero tú parecías una mofeta —repuso Savannah, aunque luego sonrió aprobadoramente a Lena—. Sin embargo, tú tienes aspecto de italiana.

—Vamos, todo el mundo te está esperando —le instó Emily al tiempo que la cogía del brazo.

Lena se las quitó de encima.

Esto ha de tener algún tipo de truco.

Y lo tiene, sin duda, pero no creo que sea de la clase que tú imaginas. Probablemente, guarda más relación con una Siren y una piruleta.

Ridley. Debería haberlo sabido.

Lena miró a la tía Del y a Macon. Estaban horrorizados, como si todos los latines del mundo no les hubieran preparado para esto. La abuela sonrió, poco familiarizada con este tipo de ángeles en particular.

—¿A qué viene tanta prisa? ¿Os gustaría quedaros a tomar una taza de té, niños?

—Hola, ¿qué hay, abuela? —saludó Ridley a grito pelado desde más allá de la entrada, pues se había quedado rezagada en el porche, dándole lametones a la piruleta roja con una intensidad tal que me llevó a pensar que si ella se paraba, todo aquel montaje se desmoronaría como un castillo de naipes.

Esta vez, cuando franqueó la entrada, no me tenía en mente. Se quedó a medio dedo de Larkin. A este pareció hacerle gracia, pero permaneció delante de ella. Ridley estaba a punto de hacer estallar el apretado chaleco de encaje, a medio camino entre un top de lencería y las prendas habituales de las modelos de la revista Hot Rod, y la minifalda vaquera de talle bajo.

Ridley se reclinó contra el marco de la puerta.

—¡Sorpresa, sorpresa!

La abuela dejó la taza de té sobre la mesa y cogió sus agujas de punto.

—Ridley, ¡cuánto me alegro de verte, cielo! Tu nuevo aspecto es de lo más apropiado. Estoy segura de que con él tendrás un buen número de pretendientes. —La anciana le dedicó una sonrisa inocente, pero no había cariño ninguno en sus ojos.

Ridley hizo un mohín, pero no dejó de chupar la piruleta. Me dirigí hacia ella.

—¿Cuántos lengüetazos has necesitado, Rid?

—¿Para qué, Perdedor?

—Para conseguir que Savannah Snow y Emily Asher le organicen una fiesta a Lena.

—Más de los que te imaginas, señor novio.

Me sacó la lengua, lo cual me permitió apreciar que la tenía a rayas rojas y púrpuras, una imagen algo repulsiva.

Larkin suspiró y me miró al pasar.

—Ahí fuera, en el prado, debe de haber un centenar de críos. Han montado un escenario con altavoces, y hay aparcados coches a lo largo de todo el camino.

—¿De verdad? —Lena miró a través de la ventana—. Pues sí, hay un escenario en medio de los magnolios.

—¿De mis magnolios? —saltó Macon, poniéndose en pie.

Todo aquello era una farsa, yo sabía que Ridley había montado aquel tinglado dándole insinuantes lengüetazos a la piruleta, y Lena también, pero, aun así, pude leerlo en sus ojos: una parte de ella deseaba salir fuera.

Una fiesta sorpresa a la cual asistía todo el mundo debía figurar también en la lista de cosas que supuestamente hacen todas las chicas normales en el instituto. Era capaz de sobrellevar lo de ser una Caster, pero estaba harta de ser una marginada.

Larkin miró a Macon.

—No vas a conseguir que se vayan. Acabemos con esto de una vez. Estaré con ella todo el rato, yo o Ethan.

Link se abrió camino a empellones hasta situarse delante del gentío.

—Tío, vamos, es el debut ante el instituto de mi banda, los Holy Rollers. Va a ser la leche.

Jamás en la vida le había visto tan feliz. Eché un vistazo a Ridley. Ella se encogió de hombros y chupeteó la piruleta.

—No vamos a ir a ninguna parte, esta noche no.

No podía creer que Link estuviera allí. A su madre iba a darle un infarto si se enteraba.

Larkin miró a Macon, que estaba irritado, y a la aterrada tía Del. Esta era la noche en que menos deseaban perder de vista a Lena.

—No. —Macon ni siquiera se detuvo a considerarlo.

Larkin lo intentó de nuevo.

—Cinco minutos.

—Rotundamente no.

—¿Cuándo van a volver a darle una fiesta un montón de compañeros del instituto?

—Por suerte, nunca —replicó de inmediato Ravenwood.

Lena puso mala cara. Yo tenía razón. Deseaba formar parte de todo aquello, aunque no fuera real. Era como el baile o el partido de baloncesto. Ese era el principal motivo por el cual se molestaba en ir al instituto, sin importarle lo horrorosamente mal que la trataran. Por eso aparecía por clase un día tras otro, aunque tuviera que comer en las gradas o sentarse en el Lado del Ojo Bueno. Fuera o no una Caster, tenía dieciséis años, y por una noche eso era todo lo que quería ser.

Sólo había una persona más tozuda que Macon Ravenwood: su sobrina, y si yo conocía bien a Lena, su tío no tenía ninguna oportunidad de salirse con la suya. Esta noche no.

Se acercó a Macon y le cogió del brazo.

—Sé que suena a locura, tío M, pero ¿puedo ir a la fiesta? Sólo un ratito, sólo para oír al grupo de Link.

Permanecí a la espera de que se le rizara el pelo y soplase la delatora brisa mágica, pero no fue así. No era su magia de Caster lo que estaba desplegando. Era algo de naturaleza muy diferente. Bajo la vigilancia de Macon, no podía valerse de sus poderes para marcharse, así que había puesto en acción una magia más antigua y poderosa, la que mejor había funcionado con su tío desde que se había mudado a Ravenwood. Puro y simple amor.

—¿Por qué quieres ir con toda esa gente después de todo lo que te han hecho pasar? —Percibí cómo Macon se ablandaba conforme hablaba.

—Nada ha cambiado. No quiero ir con esas chicas, pero quiero ir a la fiesta.

—Eso no tiene ningún sentido —replicó, frustrado.

—Lo sé, y también soy consciente de que es una tontería, pero sólo quiero saber qué se siente siendo normal. Quiero ir a un baile sin que prácticamente termine destrozándolo. Quiero ir a una fiesta a la que sí me han invitado. Sé que todo es cosa de Ridley, ¿pero tan mal está que eso no me importe? —Alzó los ojos y se mordió el labio.

—No puedo permitirlo, incluso aunque quisiera. Es demasiado peligroso.

Las miradas de ambos se encontraron.

—Ethan y yo ni siquiera hemos bailado, tío Macon. Lo dijiste tú mismo.

Durante un instante dio la impresión de que Macon iba a transigir, pero fue sólo durante un segundo.

—Y ahora digo lo que antes me callé: acostúmbrate. Yo jamás pude pasar un día en ninguna escuela ni salir de paseo el domingo por la tarde. Todos nos llevamos nuestras decepciones.

Lena se jugó la última carta.

—Pero es mi cumpleaños, y podría ocurrir cualquier cosa. Esta podría ser mi última oportunidad para… —La frase quedó suspendida en el aire.

Para bailar con mi novio. Para ser yo misma. Para ser feliz.

No hacía falta que lo dijera. Todos lo sabíamos.

—Entiendo cómo te sientes, pero mi responsabilidad es mantenerte a salvo. Esta noche en especial debes estar aquí, a mi lado. Los mortales sólo van a hacerte sufrir o a ponerte en situaciones de riesgo. No puedes ser normal porque no estás hecha para serlo.

Macon jamás le había hablado así a Lena. Yo no estaba muy seguro de si hablaba de la fiesta o de mí.

Lena tenía los ojos relucientes, pero no derramó ni una lágrima.

—¿Por qué no? ¿Qué hay de malo en desear lo que ellos tienen? ¿Te has parado a pensar que a lo mejor alguna vez sí hacen algo bien?

—¿Y qué si es así? ¿Acaso importa? Eres una Natural. Un día irás a algún sitio donde Ethan no podrá seguirte nunca, y cada minuto que estéis juntos ahora será una carga que deberás llevar el resto de tu vida.

—Él no es una carga.

—Oh, sí, ya lo creo. Te debilita y eso le hace peligroso.

—Me fortalece, y eso sólo le hace peligroso para ti.

Me interpuse entre ellos.

—Vamos, señor Ravenwood, no haga eso esta noche.

Pero Macon ya lo había hecho.

—¿Y qué sabrás tú? —Lena estaba furiosa—. Jamás has sobrellevado el peso de ninguna relación en toda tu vida, ni siquiera el de una amistad. No entiendes nada, pero ¿cómo vas a hacerlo? Te pasas durmiendo todo el día y deprimiéndote en tu biblioteca por las noches. Odias a todo el mundo y te crees superior a los demás. Si en realidad nunca has amado a nadie, ¿cómo vas a saber qué es lo que siento?

Le dio la espalda a su tío y al resto de nosotros y subió corriendo las escaleras, con Boo pisándole los talones. Se metió en su cuarto y cerró con un portazo que retumbó hasta en el vestíbulo de la planta de abajo. Boo se tendió ante la puerta de Lena.

Macon se quedó mirando fijamente a su sobrina mientras esta se alejaba, y no cambió la dirección de la mirada hasta que ella desapareció. Entonces se volvió hacia mí.

—No podía permitirlo. Estoy seguro de que lo entiendes.

Aquella era la noche más peligrosa en toda la vida de Lena, y yo lo sabía, y también que era su última oportunidad de ser la chica que todos amábamos. Por eso le entendía, pero no deseaba estar en la misma habitación que él en ese momento.

Link se abrió paso poco a poco entre el cúmulo de chavales parados en el vestíbulo hasta ponerse delante del grupo y preguntar:

—Bueno, pero entonces ¿va a haber fiesta o no?

Larkin cogió su abrigo.

—Ya la hay. Vamos fuera y celebrémosla por Lena.

Emily se abrió paso a empujones hasta ponerse junto a Larkin, echaron a andar y todos los demás los siguieron. Ridley seguía en la puerta principal. Me miró y se encogió de hombros.

—Lo intenté.

Link me esperaba junto a la entrada.

—Ethan, vamos, tío, venga.

Miré al piso de arriba.

¿Lena?

Voy a quedarme aquí.

—Bajará de un momento a otro, lo sé, Ethan. —La abuela dejó de hacer punto—. ¿Por qué no vas con tus amigos y vienes a recogerla dentro de unos minutillos?

Pero yo no quería irme. Esta podía ser la última noche que estuviésemos juntos. Incluso aunque la pasáramos metidos en el cuarto de Lena, aún quería estar con ella.

—Al menos, sal y escucha mi nueva canción, tío. Luego, vuelves y esperas a que baje —insistió Link, con las baquetas en la mano.

—Creo que sería lo mejor —comentó Macon mientras se servía otra copa de whisky—. Puedes volver al cabo de unos minutos. Entretanto, debemos discutir unas cuantas cosas.

El asunto estaba zanjado. Me estaba dando la patada.

—Una canción. Luego, esperaré ahí fuera, en el porche. —Miré a Macon—. Y sólo un rato.

El prado situado detrás de la mansión Ravenwood era un hervidero de gente. En uno de los extremos se alzaba un escenario improvisado con focos portátiles muy similares a los usados para la recreación de la parte de la batalla de Honey Hill que sucedía de noche. Los altavoces vomitaban música a todo volumen, pero resultaba difícil oírla por encima del retumbar lejano de los cañones.

Seguí a Link hasta el escenario, donde ya se estaban preparando los Holy Rollers: el guitarrista, un tipo con los brazos cubiertos de tatuajes y lo que parecía ser una cadena de bici enrollada al cuello, ajustaba el amplificador de la guitarra eléctrica; el bajista llevaba el pelo en plan pelo pincho a juego con el maquillaje negro alrededor de los ojos; el otro músico tenía tantos piercings que hacía daño sólo mirarlo. Ridley se subió de un brinco al escenario, se sentó y saludó con la mano.

—Espera a oírnos tocar rock. Sólo desearía que Lena estuviera aquí para oírlo.

—Bueno, no querría decepcionarte.

Lena se acercó por detrás de nosotros y me rodeó la cintura con los brazos. Tenía los ojos enrojecidos por las lágrimas, pero en la oscuridad parecía como todos los demás.

—¿Qué ha pasado? ¿Ha cambiado de idea tu tío?

—No exactamente, pero ojos que no ven, corazón que no siente, y tampoco me importa si se entera.

No dije nada. Jamás había entendido la relación entre Macon y su sobrina, no más de lo que ella entendía la mía con Amma, pero supe que iba a sentirse fatal cuando todo esto acabase. Era incapaz de soportar que alguien dijera nada malo de su tío, ni siquiera yo; por lo cual, decirlo ella era todavía aún peor.

—¿Te has escapado?

—Sí, Larkin me echó una mano.

Larkin se acercó a nosotros con una copa de plástico.

—Sólo se cumplen dieciséis una vez, ¿vale?

Esto no es una buena idea, L.

Un baile, sólo quiero eso. Después, volveré.

Link se dirigió hacia el escenario.

—Te he compuesto una canción por tu cumple, Lena. Te va a encantar.

—¿Cómo se titula? —pregunté yo con desconfianza.

Dieciséis lunas. ¿Recuerdas esa extraña canción que no encontrabas en el iPod? Me vino a la cabeza la semana pasada toda enterita. Bueno, Rid me ayudó un poquito. —Esbozó una ancha sonrisa—. Podría decirse que tuve una musa, supongo.

Me quedé sin habla, pero Lena me apretó la mano y Link agarró el micrófono. Ya no había forma humana de detenerle. Ajustó el pie del micrófono para tener el micro delante de la boca. Bueno, para ser sinceros, más que delante de la boca, se lo metió dentro, y resultaba bastante grosero. Link había visto demasiados conciertos de la MTV en casa de Earl. Había que reconocerlo, sagrado o no, estaba a punto de ponerse a rodar por el escenario. Bien mirado, le estaba echando un par de narices.

Cerró los ojos.

—Un, dos, tres.

El guitarrista, el tipo hosco con la cadena de bici enrollada en el cuello, golpeó una cuerda y arrancó una nota a la guitarra. Sonó horroroso y los amplificadores del otro lado del escenario gimieron. Aquello no iba a ser agradable. Y luego, vino otra nota y otra más.

—Damas y caballeros, si es que hay alguno por aquí cerca. —Link alzó una ceja y una cascada de risas surgió entre el público—. Me gustaría desearle a Lena un feliz cumpleaños. Y ahora, cogeos de las manos para escuchar el estreno mundial de mi nuevo grupo, los Holy Rollers.

Link le guiñó un ojo a Ridley. El pobre se creía Mick Jagger. Me sentí mal por él y apreté la mano de Lena. Tuve la sensación de hundir los dedos en las aguas de un lago en pleno invierno, cuando la superficie está caliente por el sol y un centímetro por debajo es puro hielo. Me estremecí, pero no la solté.

—Espero que estés lista para esto. Va a pegarse un tortazo de campeonato.

Ella alzó los ojos y le miró con gesto pensativo.

—No estoy tan segura de eso.

Ridley se mantuvo sentada en el escenario, sonriendo y agitando los brazos como la más enfervorecida fan. La brisa le alborotaba los cabellos y algunos mechones rosáceos y dorados se le enroscaban en los hombros.

Entonces escuché los primeros acordes de una melodía conocida, y empezó a sonar a todo meter por los altavoces Dieciséis lunas. Sólo que esta vez el acabado no era el de una maqueta, no se parecía en nada a los temas de las maquetas de Link. Eran buenos, eran realmente buenos, y el público enloqueció. Los alumnos del Instituto Jackson iban a tener su baile después de todo. Sólo que estábamos en un prado, en medio de la finca de Ravenwood, la plantación más temida y de peor fama de todo Gatlin. La potencia era alucinante, arrebatadora como un delirio. Todos bailaban y la mitad de los asistentes también cantaba, lo cual era una locura, dado que nadie antes había escuchado la canción. La música arrancó una sonrisa incluso a Lena, y los dos empezamos a movernos al ritmo de la multitud, pues era imposible resistirse.

—Están tocando nuestra canción. —Buscó y encontró mi mano.

—Eso mismo estaba pensando yo.

—Lo sé —aseguró mientras entrelazaba sus dedos con los míos y me provocaba descargas por todo el cuerpo—. Y el grupo es muy bueno —aseguró a voz en grito para hacerse oír por encima de la bulla del gentío.

—¿Bueno? ¡Estos tíos son geniales! Como el día de hoy, el mejor en la vida de Link.

Lo dije en serio. Link, los Holy Rollers, el fiestón, todo aquello era una verdadera locura. Ridley se balanceaba en un extremo del escenario sin dejar de chupetear su piruleta. No era el mayor despropósito que había visto a lo largo de ese día, pero tampoco le iba a la zaga.

Lena y yo seguimos bailando, y los cinco minutos transcurrieron una y otra vez hasta ser veinticinco, y luego cincuenta y cinco, sin que ninguno de los dos nos diéramos cuenta ni nos importara. Habíamos detenido el tiempo, o al menos así era como lo sentíamos. Sólo disponíamos de un baile, pero íbamos a apurarlo todo lo posible por si acaso no teníamos ninguno más.

Larkin no tenía prisa alguna. Bailaba bien apretado con Emily, se estaban dando el lote junto a uno de los fuegos que alguien había encendido en los viejos cubos de basura. Emily llevaba la chupa de Larkin y de vez en cuando él le desnudaba el hombro y le pegaba un lametón en el cuello o hacía alguna otra grosería. Se estaba comportando como una auténtica serpiente.

Lena se volvió hacia la fogata y le dijo a voz en grito:

—¡Eh, Larkin! Tiene como unos dieciséis.

El chico sacó la lengua, que se desplegó hacia el suelo de un modo impracticable para cualquier mortal.

Emily no pareció darse cuenta. Se desenredó de Larkin y se acercó a Savannah, que bailaba con Charlotte y Edén, situadas justo detrás.

—Venga, chicas. Démosle a Lena su regalo.

Savannah alargó la mano hacia su bolso plateado, por cuya abertura asomaba un paquetito envuelto con papel y cinta plateados. Tiró de él para cogerlo.

—Es un detallito sin más.

—Toda chica debería tener uno —apuntó Emily, articulando mal las palabras.

—El metálico va a juego con todo. —Edén apenas podía contener las ganas de rasgar el papel de regalo ella misma.

—Tiene el tamaño justo para que te quepa el móvil y el pintalabios, por ejemplo. —Charlotte le dio el regalo—. Vamos, ábrelo.

Lena sostuvo el paquete y les sonrió.

—Savannah, Emily, Edén, Charlotte, no tenéis ni idea de lo que esto significa para mí.

Ninguna de ellas le pilló el sarcasmo, pero yo sí estaba al tanto, sabía qué significaba exactamente para ella.

Estúpidas a la enésima potencia.

Mi novia no me miró o los dos nos hubiéramos echado a reír a mandíbula batiente. Luego, mientras nos abríamos paso hacia la zona donde bailaba toda la gente, lanzó el paquetito a la fogata, donde las llamas amarillas y azafranadas devoraron el envoltorio y consumieron el bolsito metálico, que quedó reducido a humo y cenizas.

Los Holy Rollers se tomaron un descanso y Link se dejó caer junto a nosotros para disfrutar de la gloria de su debut musical.

—Ya te dije que éramos buenos. Estamos a un paso de firmar con una discográfica. —Link me dio un codazo en las costillas, como en los viejos tiempos.

—Tenías razón, tío. Sois geniales. —Debía admitirlo, aunque tuviera de su lado a Piru-Ridley.

Savannah Snow se paseó por allí, exhibiéndose, probablemente para hacer tartamudear a Link.

—Hola, Link. —Y parpadeó de forma insinuante.

—Hola, Savannah.

—¿Crees que podrías reservarme un baile? —Era increíble. Estaba ahí delante, mirándole como si fuera una verdadera estrella de rock—. No sé qué haré si no consigo uno —añadió, y le dedicó otra sonrisa de Reina de los Hielos.

Me sentí atrapado en uno de los sueños de Link, o tal vez de Ridley. Y en ese momento, ella apareció.

—Aparta esas manos de mi chico, reina del baile, este modelo de portada es sólo mío. —Ridley le rodeó con el brazo, cubriendo otras partes clave de su anatomía para marcar el territorio.

—Lo siento, Savannah. Quizá la próxima vez.

Link se guardó las baquetas en el bolsillo trasero y los dos regresaron a la zona de baile, donde Ridley siguió con sus contoneos de peli para adultos. Ese debió de ser el mejor momento de toda la vida de Link, tanto es así que uno se hubiera podido preguntar si era su cumpleaños.

Mi amigo volvió al escenario cuando terminó la canción.

—Tenemos un último tema escrito por una buena amiga mía. Está dedicada a una gente muy especial del Instituto Jackson. Sabréis a quiénes de vosotros se refiere.

El escenario se quedó a oscuras, pero las luces volvieron con el primer punteo de guitarra. Link llevaba una camiseta de los Ángeles de Jackson con las mangas arrancadas. Tenía un aspecto ridículo, esa era su intención. Huy, si su padre pudiera verle ahora…

Se acercó al micro y comenzó a lanzar un hechizo de su propia cosecha.

Los Ángeles a mi alrededor se precipitan.

El dolor a más dolor se extiende.

Tus flechas rotas me atormentan.

¿Qué es lo que no se entiende?

Lo que aborreces en tu fatalidad

conviertes en tu destino, Ángel caído.

Era la canción de Lena, la que había compuesto para Link.

Conforme se siguió desgranando la música, cada integrante de los Ángeles del Jackson bailó al ritmo de la canción destinada a ellos. Quizá todo fuera cosa de Ridley, quizá no. La cuestión fue que para cuando hubo concluido la canción y Link hubo lanzado la camiseta a la hoguera, se palpaba en el ambiente que muchas más cosas iban a arder en las llamas. Todo cuanto había parecido duro e insalvable durante tanto tiempo se consumió para desvanecerse con el humo.

Mucho tiempo después de que el grupo hubiese dejado de tocar, incluso cuando no era posible encontrar en ningún sitio a Ridley y a Link, Savannah y Emily todavía seguían siendo encantadoras con Lena, y de pronto, el equipo de baloncesto al completo volvió a dirigirme la palabra.

Miré a mi alrededor en busca de algún pequeño indicio en alguna parte, a la búsqueda de una piruleta, ese único hilo delator que me permitiera desenredar toda la madeja.

Pero no había nada, salvo la luna, las estrellas, la música, los focos y el gentío. Lena y yo ya no bailábamos, pero seguíamos agarrados. Nos balanceábamos de acá para allá mientras por mis venas fluía una ola de calor, frío, energía y miedo. En cuanto dejó de sonar la música, seguimos en nuestra burbuja de cuchicheos. Ya no estábamos solos en nuestra cueva de mantas, pero aún era todo perfecto.

Me apartó con suavidad, con esa forma suya propia de los momentos cuando tenía algo en mente, y alzó los ojos hacia mí. Era como si me mirase por primera vez.

—¿Qué te pasa?

—Nada, yo… —Se mordió el labio inferior con nerviosismo, y respiró hondo—. Es sólo que hay algo que debo decirte.

Intenté leerle el pensamiento, el rostro, o algo, pues empezaba a tener la percepción de que se repetía todo lo de la semana previa a las vacaciones de Navidad y estábamos en los pasillos del instituto en lugar de en el campo de Greenbrier.

Mantuve los brazos alrededor de su cintura y tuve que resistirme a la tentación de estrecharla con más fuerza para asegurarme de que no podía irse.

—¿Qué pasa? Puedes decirme lo que sea.

Apoyó los brazos en mi pecho.

—Quiero decirte una cosa por si esta noche sucede algo…

Lena me miró a los ojos y lo dijo con tanta claridad como si me lo hubiera susurrado al oído, salvo que significaba más que si hubiera pronunciado las palabras en voz alta, las dijo de la única manera que importaba entre nosotros, de la forma en que nos habíamos encontrado el uno al otro desde el principio, de la forma en que siempre encontrábamos el camino de regreso.

Te quiero, Ethan.

Durante unos instantes no supe qué responder, porque «te quiero» no me parecía bastante. No dije nada de lo que quería decirle: que ella me había salvado de aquel pueblo, de mi vida y de mi padre, y de mí mismo. ¿Cómo cabía todo eso en dos palabras? No era posible, pero aun así las dije, porque deseaba pronunciarlas.

Yo también te quiero, Lena, y creo que te querré siempre.

Se acomodó otra vez junto a mí, reposando la cabeza en mi hombro. Sentí el calor de sus cabellos sobre el mentón y otra cosa más, algo que jamás creí que iba a ser capaz de alcanzar: esa parte que Lena mantenía lejos del mundo. Noté que estaba abierta el tiempo suficiente para permitirme entrar. Lena me estaba dando una parte de sí misma, la única realmente suya. Yo deseé recordar ese sentimiento y aquel momento como si fuera un recuerdo al que acudir cuantas veces quisiera.

Yo quería que todo permaneciera así para siempre.

Y para siempre resultó durar exactamente cinco minutos más.