4 de febrero

Sandman o alguien parecido

FALTABA UNA SEMANA para el cumpleaños de Lena.

Siete días.

Ciento sesenta y ocho horas.

Diez mil ochenta segundos.

Llámate a ti misma.

Lena y yo estábamos reventados. Hacíamos novillos para pasarnos los días con el Libro de las Lunas. Yo era un hacha falsificando la firma de Amma y la señorita Hester no tenía agallas para pedirle a Lena una nota firmada por Macon Ravenwood.

Era un frío día de cielos despejados. Estábamos acurrucados en el gélido jardín de Greenbrier, protegidos por el viejo saco de dormir mientras intentábamos averiguar por enésima vez cómo podía ayudarnos el libro.

Estaba seguro de que Lena empezaba a rendirse. Había llenado el techo con esos garabatos de rotuladores indelebles Sharpie y las paredes rebosaban palabras imposibles de expresar e ideas que le asustaban demasiado para manifestarlas en voz alta.

fuego oscuro, luz oscura / materia oscura, ¿qué importa?, la gran oscuridad absorbe la gran luz mientras ellos devoran mi alma / Caster / una chica sobrenatural / antes / a primera vista / siete días / siete días / siete días 777777777777777.

No podía culparla, pues la cosa pintaba muy mal, pero yo no estaba dispuesto a abandonar. Jamás iba a rendirme. Lena se dejó caer sobre el viejo muro de piedra, tan desmoronado como las escasas oportunidades que nos quedaban.

—Esto es imposible. Hay demasiados hechizos y ni siquiera sabemos cuál buscamos.

Había conjuros para cualquier propósito imaginable: vincular a los traidores, atraer agua marina, vincular runas.

Pero no decía nada de nada acerca de hechizos para liberar a tu familia de la maldición de un Vínculo oscuro, ni neutralizar el intento de resucitar a un héroe de guerra por parte de la trastatarabuela Genevieve o evitar volverse Oscuro el día de la Llamada. Ni siquiera el que yo estaba buscando con ahínco: salvar a tu chica, ahora que al fin te has echado novia, antes de que sea demasiado tarde.

Volví a echarle un vistazo al índice de contenidos: Obsecrationes, Incantamina, Nectentes, Maledicentes, Maleficia.

—No te preocupes. Lo averiguaremos. —Pero albergaba serias dudas incluso mientras lo decía.

Crecía en mi interior la sensación de que mi cuarto estaba encantado conforme el libro permanecía cada vez más tiempo en la balda superior de mi armario. Lo de los sueños nos pasaba a los dos todas las noches, y eran casi siempre pesadillas, la cosa iba de mal en peor. Muchas noches sólo lograba dormir un par de horas, los sueños me asaltaban en cuanto cerraba los párpados y me amodorraba. Estaban ahí, al acecho, pero lo malo era que se trataba de la misma pesadilla repitiéndose en un bucle incesante. Perdía a Lena todas las noches, una y otra vez, y eso me estaba matando.

Mi única táctica alternativa era permanecer despierto, así que me entretenía con videojuegos, me ponía hasta las cejas de coca cola y Red Bull para tener en la sangre azúcar y cafeína en abundancia y leía de todo, desde El corazón de las tinieblas hasta mi número favorito de Estela Plateada, ese en el cual Galactus devora el universo, pero, como sabe todo el que no pega ojo en varios días, a la tercera o cuarta noche estás tan hecho polvo que te quedas dormido de pie.

Ni siquiera Galactus tenía ninguna posibilidad de triunfar contra la somnolencia.

Llamas.

Había lenguas de fuego por doquier.

Y humo. Me asfixiaba por culpa del humo y la ceniza. Aquello estaba oscuro como boca de lobo y resultaba imposible ver nada. El calor era tan intenso que lo sentía como papel de lija sobre la piel.

Sólo era posible oír el rugido del incendio.

Ni siquiera lograba escuchar los gritos de Lena, salvo en mi mente.

¡Suéltame, debes irte!

Sentía chasquidos en los huesos de la muñeca, como cuerdas de una guitarra que se rompen una tras otra. Lena se soltaba de mi mano como si se preparase para que la dejara caer, cosa que yo jamás hacía.

No voy a hacerlo, L. No pienso dejarte.

¡Hazlo! Sálvate, por favor.

Yo nunca la soltaba.

Sin embargo, sentía cómo sus dedos resbalaban entre los míos, y por mucho que apretara con más fuerza, ella seguía escurriéndose…

Entre toses, me incorporé en la cama como impulsado por un resorte. La ilusión parecía tan real que sentía el sabor del humo, pero en mi habitación no hacía calor, sino frío, la ventana volvía a estar abierta. La luz de la luna hizo posible que el iris se me acostumbrara a la oscuridad antes de lo habitual.

Por el rabillo del ojo atisbé cómo algo se movía entre las sombras.

Había alguien allí.

—¡Joder!

El intruso intentó escabullirse antes de que me diera cuenta, pero no fue lo bastante rápido. Cuando supo que le había visto, hizo lo único que podía hacer: volver su rostro hacia mí.

—Aunque no me considero precisamente un santo, ¿cómo voy a reprocharte ese lenguaje después de una escapatoria tan indigna?

Macon esbozó esa sonrisa suya a lo Cary Grant y se acercó a los pies de mi cama. Llevaba un largo abrigo negro y unos pantalones de sport oscuros. Parecía haberse ataviado como si fuera de paseo al pueblo a principios del siglo pasado en vez de como un intruso de nuestros días.

—Hola, Ethan.

—¿Qué demonios hace en mi cuarto?

Macon parecía un tanto aturullado, lo cual significaba que no tenía en la punta de la lengua una explicación inmediata y estupenda.

—Es complicado.

—Pues simplifíquelo. Se ha encaramado a mi ventana en plena noche, así que debe de ser un vampiro o un pervertido, o un poco las dos cosas. ¿Cuál de ellas es?

—¡Mortales! Para vosotros todo es blanco o negro. No soy un Hunter, ni tampoco un Harmer. Me estás confundiendo con mi hermano, Hunting. No me interesa la sangre. —Se estremeció sólo de pensarlo—. Ni la sangre ni la carne. —Encendió un cigarro y jugueteó con él. A Amma le iba a dar un síncope cuando oliera la nicotina a la mañana siguiente—. De hecho, ambas cosas me dan un poco de asco.

Se me estaba acabando la paciencia. No había dormido en varios días y estaba harto de que todo el mundo esquivara mis preguntas. Quería respuestas y las quería ahora.

—Ya estoy harto de acertijos. Respóndame a una cosa: ¿qué hace en mi dormitorio?

Ravenwood se encaminó hacia la vieja silla que había delante del escritorio y se sentó con un movimiento rápido.

—Digamos que sólo estaba… escuchando a escondidas.

Había hecho una bola con una vieja camiseta del equipo de baloncesto y la había dejado en el suelo. La recogí y me la puse antes de levantarme.

—¿Y qué escuchaba exactamente? Aquí no hay nadie. Yo estaba durmiendo.

—No, estabas soñando.

—¿Cómo sabe eso? ¿Es ese uno de sus poderes de Caster?

—Me temo que no. No soy un Caster, técnicamente no.

Se me hizo un nudo en la garganta. El tío de Lena nunca salía de casa durante el día, era capaz de materializarse de la nada, observaba todo a través de los ojos de un lobo al que hacía pasar por perro y había estado a punto de acabar con un Caster Oscuro sin inmutarse. Si no era un Caster, sólo quedaba una explicación.

—Así pues, es usted un vampiro.

—Nada de eso. —Parecía perplejo—. Eso es un cliché muy vulgar y poco halagador… No existe nada parecido a los vampiros. Supongo que también crees en hombres lobo y en alienígenas. La culpa de todo esto la tiene la televisión. —Dio una prolongada calada al cigarro—. Lamento decepcionarte. Soy un íncubo. Estoy seguro de que es cuestión de tiempo que Amarie te lo diga, dado ese interés suyo en desvelar todos mis secretos. —¿Un íncubo? Ni siquiera sabía si tenía que estar asustado o no. Esa confusión debió de reflejarse en mi rostro, porque Ravenwood se sintió obligado a añadir una explicación—: Los caballeros como yo disponemos de ciertos… poderes gracias a nuestra naturaleza, pero tenemos que reponerlos con regularidad.

Pronunció el verbo «reponer» de un modo inquietante.

—¿A qué se refiere con eso de reponer?

—A falta de un término más preciso, nos alimentamos de los mortales para reponer fuerzas. —Empecé a ver girar la habitación, o tal vez era Macon quien daba vueltas—. Siéntate, Ethan, te has puesto pálido.

El tío de Lena se plantó junto a mí de dos zancadas y me condujo hasta la cama para que me sentara.

—Como he dicho, empleo la palabra «alimentar» porque no hay otra más adecuada. Sólo un íncubo de sangre se nutre de la sangre de los mortales y yo soy un íncubo de sangre. Aunque los dos somos Lilum, los que moran en la Oscuridad absoluta, yo he evolucionado. Tomo algo muy abundante entre los mortales, algo que ni siquiera necesitáis.

—¿El qué?

—Sueños. Fragmentos y retazos de sueños. Ideas, deseos, miedos, recuerdos… Nada que vayáis a echar de menos.

Las palabras salían despacio de sus labios, como los términos de un conjuro, mientras yo me devanaba los sesos en mi intento de comprenderlas, pero tenía la mente embotada.

Y entonces lo entendí todo y sentí cómo todas las piezas del rompecabezas chasqueaban en mi mente mientras encajaban en su sitio.

—Los sueños… ¿Se ha llevado una parte de mis sueños? ¿Los ha absorbido? ¿Por eso no recuerdo ni uno entero?

Sonrió y echó el cigarro en una lata vacía de coca cola olvidada encima del escritorio.

—Me declaro culpable, excepto en lo de absorber. No es la palabra más adecuada.

—Si es usted el que absorbe, bueno, el que roba mis sueños, entonces conoce el resto, quiero decir: usted sabe cómo acaba. Puede decírnoslo y entonces podremos detenerlo.

—Me temo que no. Elijo cada fragmento intencionadamente.

—¿Por qué no desean que nos enteremos de lo que pasa? Si conocemos el resto del sueño, tal vez seamos capaces de impedir que ocurra.

—No es que yo no entienda del todo lo que sucede, eres tú quien sabe demasiado.

—Deje ya de hablar de esa forma tan enigmática. Usted sigue diciendo que puedo proteger a Lena, que tengo poder. ¿Por qué no me cuenta de qué va esto en realidad, señor Ravenwood? Porque estoy harto, me he cansado de dar tumbos.

—No puedo revelar lo que ignoro, hijo. Eres un verdadero misterio.

—¡Yo no soy su hijo!

—¡Melquisedec Ravenwood! —El hombre perdió la compostura cuando la voz de Amma retumbó como el tañido de una campana—. ¿Cómo te atreves a entrar en esta casa sin mi permiso? —Estaba en la puerta, en bata y llevaba una larga hilera de cuentas en la mano. Habría pensado que era un collar de no haber sabido lo que era. Agitó el talismán con ira—. Según nuestro trato, no puedes acceder a esta casa. Búscate otro sitio para tus sucios quehaceres.

—No es tan sencillo, Amarie. El chico ve en sueños cosas peligrosas para ellos dos.

Amma se puso furibunda al oír aquello.

—¿Te estás alimentando de mi niño? ¿Es eso lo que dices? ¿Supones acaso que eso va a hacer que me sienta mejor?

—Calma, tranquila, no te lo tomes al pie de la letra. Me limito a hacer lo necesario para protegerlos a los dos.

—Sé qué eres y qué haces, Melquisedec, y darás cuenta al diablo a su debido tiempo, pero no traigas el mal a mi casa.

—Ha pasado mucho tiempo desde que elegí y he luchado conmigo mismo para no convertirme en lo que estaba destinado a ser. He luchado contra ello todas las noches de mi vida. Pero no soy Oscuro, no mientras tenga que ocuparme de la chica.

—Eso no cambia lo que eres. Eso no puedes elegirlo.

Macon entrecerró los ojos. El acuerdo entre ambos era delicado, eso era obvio, como también lo era que él lo había puesto en peligro al entrar aquí. ¿Cuántas veces había venido? Y yo ni siquiera lo sabía.

—¿Por qué no se limita a decirme qué sucede al final? Después de todo, ese es mi sueño.

—Es un sueño poderoso y perturbador. Lena no necesita conocerlo, no está preparada para verlo, y vosotros dos estáis conectados de una forma inexplicable. Ella ve todo lo que tú ves. ¿Entiendes ahora por qué debía eliminarlo?

Me pillé un buen rebote. Estaba enfadado, mucho más que cuando la señora Lincoln se plantó ante el comité de disciplina y se puso a soltar embustes, mucho más que cuando descubrí los cientos de páginas de garabatos sin sentido en el estudio de mi padre.

—No, no lo entiendo. Si usted sabe algo que puede ayudarla, ¿por qué no nos lo dice? ¿Por qué no deja de usar sus trucos mentales de caballero Jedi sobre mí y mis sueños y me deja verlo por mí mismo?

—Sólo intento proteger a Lena, la quiero, y nunca…

—Lo sé, eso ya lo he oído. Nunca haría nada que pudiera hacerle daño, pero se ha olvidado mencionar una cosa: no nos ha contado que tampoco iba a hacer nada por ayudarla.

Apretó los dientes. Ahora era él quien estaba enfadado, yo podía reconocerlo. Pero no varió el gesto ni siquiera medio minuto.

—Intento protegerla, Ethan, y también a ti. Sé que cuidas de mi sobrina y que le has brindado algún tipo de protección, pero ahora no ves las cosas como son, ciertas cosas están más allá de cualquier tipo de control por nuestra parte. Un día lo entenderás. Ella y tú sois muy distintos.

«Especies Diferentes», tal y como el otro Ethan le había escrito a Genevieve. Lo comprendí todo. No había cambiado nada en más de cien años.

Ravenwood suavizó la dureza de su mirada. Pensé que tal vez se estaba compadeciendo de mí, pero había algo más.

—En último término, esto se convertirá en una carga difícil de sobrellevar y ese peso siempre recae sobre los hombros del mortal. Confía en mí, lo sé.

—No me fío de usted, y se equivoca: Lena y yo no somos tan diferentes.

—Cuánto envidio a los mortales. Os creéis capaces de cambiar el mundo, detener el universo y deshacer lo hecho hace mucho tiempo. Sois hermosas criaturas. —En principio, me estaba hablando a mí, pero yo no tenía la impresión de que se refiriera a mí—. Pido disculpas por mi intromisión. Ahora me voy y te dejo dormir.

—Manténgase lejos de mi habitación y de mi cabeza, señor Ravenwood.

Se volvió hacia la puerta, lo cual me sorprendió un poco, la verdad, pues daba por hecho que iba a marcharse por donde había entrado.

—Una cosa más: ¿sabe Lena qué es usted?

—Por supuesto. —Macon sonrió—. No hay secretos entre nosotros.

No le devolví la sonrisa. Entre ellos había algo más que un montón de secretos, incluso aunque su condición de íncubo no fuera uno de ellos, y tanto él como yo lo sabíamos.

El intruso se dio la vuelta y desapareció entre el revoloteo de los faldones de su abrigo.

Como si tal cosa.