8 de diciembre

Con el agua al cuello

ESTABA METIDO EN TANTOS líos que la amenaza de otro más ya no me asustaba. En un momento dado, cuando uno se ha adentrado tanto en el cauce del río, ya no queda más remedio que seguir remando hasta llegar a la otra orilla. Esa era la lógica típica de Link, pero sólo ahora estaba empezando a verle la genialidad al asunto. Tal vez sea cierto que uno es incapaz de comprenderlo hasta que no se ve en un buen aprieto.

Al día siguiente, Lena y yo estábamos así: con el agua al cuello. La jornada empezó por todo lo grande, falsificando un justificante de ausencia con un lápiz del número 2 propiedad de Amma; continuó haciendo novillos para leer un libro robado que no teníamos, al menos en teoría; y rematé la jornada con un montón de trolas sobre un trabajo en el que Lena y yo debíamos seguir para subir la nota. Yo estaba convencido de que Amma iba a pillarme dos segundos después de decir lo de mejorar la nota, pero estaba de charla con mi tía Caroline, hablando por teléfono sobre el «estado» de mi padre.

Me sentía terriblemente culpable por todos los embustes, y eso por no mencionar el robo, la falsificación y el borrado de mentes, pero no disponíamos de tiempo para ir a clase; de hecho, teníamos mucho que estudiar.

Porque teníamos el Libro de las Lunas. Era real. Podía tocarlo con las manos, y lo hice…

—¡Ay!

Y luego lo solté: aquello quemaba como un hierro al rojo vivo. El libro cayó sobre el suelo de la habitación de Lena. Boo Radley ladró desde algún lugar de la casa y le escuché corretear mientras subía las escaleras para reunirse con nosotros.

—Puerta —dijo Lena sin levantar la vista de un viejo diccionario de latín. Y la puerta de su cuarto se cerró de sopetón justo cuando Boo estaba a punto de colarse dentro. Protestó, ladrando con resentimiento—. No entres en mi habitación, Boo. No estamos haciendo nada, especial. Estoy a punto de ponerme a tocar.

Me quedé a cuadros, sin apartar la vista de la entrada cerrada. Otra lección de Macon, dije para mis adentros. Lena ni siquiera había pestañeado, era como si lo hubiera hecho miles de veces, igual que el truco usado la noche anterior con Reece y Del. Empezaba a pensar que cuanto más nos acercábamos a la fecha de su cumpleaños, la Caster que había en su interior afloraba cada vez más.

Yo pretendía hacer como que no me daba cuenta. Y cuanto más lo intentaba, más consciente era de ello.

Me miró mientras me frotaba las manos aún doloridas en los vaqueros.

—¿Qué parte no pillas de no-puedes-tocarlo-si-no-eres-un-Caster?

—Pues esa parte precisamente.

Abrió un desgastado estuche negro y sacó la viola.

—Son casi las cinco. Tengo que empezar a tocar o mi tío se dará cuenta nada más levantarse. No sé cómo, pero siempre lo sabe.

—¿Qué…? ¿Ahora?

Esbozó una sonrisa y se sentó en una silla en un rincón de la habitación. Apoyó el instrumento en el hombro y lo acercó al mentón antes de coger el arco y ponerlo sobre las cuerdas. Cerró los ojos y permaneció inmóvil durante unos instantes, como si estuviéramos en una filarmónica y no en su cuarto. Luego, se puso a tocar. Sus manos fueron desgranando las notas, que se extendieron por la estancia y flotaron en el aire como otro de sus poderes desconocidos. Las finas cortinas blancas de la ventana se agitaron y escuché la canción:

Dieciséis años, dieciséis lunas.

Luna de la Llamada, la hora se acerca,

en estas páginas la Oscuridad aclaras

por el Vínculo del Poder que el fuego sella.

Mientras yo la contemplaba, se levantó con sigilo de la silla y puso la viola donde había estado sentada. Las cuerdas seguían emitiendo música aunque había dejado de tocar. Dejó el arco sobre el respaldo del asiento y se deslizó por el suelo hasta acabar sentada a mi lado.

Calla.

¿A esto lo llamas practicar?

—Mi tío no parece advertir la diferencia, y mira… —Hizo un gesto hacia la puerta. Se veía una sombra y se escuchaba un rítmico golpeteo: era Boo con el rabo—. A él le chifla, y a mí me gusta tenerle en la puerta. Es un buen sistema de alarma antiadultos.

Tenía parte de razón, la verdad.

Lena se arrodilló junto al libro y lo cogió fácilmente con las manos. Cuando lo abrió, vimos lo mismo que habíamos estado contemplando durante todo el día: cientos de hechizos ordenados escrupulosamente en listas; los había en inglés, latín, gaélico y otras lenguas desconocidas a mis ojos, una de ellas era una sucesión de letras muy floridas como no había visto en mi vida. Las finas páginas de color terroso eran frágiles, casi translúcidas, y estaban cubiertas por una caligrafía cuidada trazada con tinta marrón oscuro. Bueno, al menos yo esperaba que fuera tinta.

Toqueteó las líneas escritas con esa letra tan extraña y me dio el diccionario de latín.

—No es latín. Compruébalo tú mismo.

—Me da que es gaélico. ¿Has visto alguna vez algo parecido a esto? —Señalé las letras con volutas.

—Debe de ser algún tipo de antiguo idioma mágico.

—Pues lo llevamos claro si no tenemos diccionario.

—Lo tenemos, quiero decir, seguro que mi tío lo tiene. En la biblioteca del piso de abajo guarda un montón de libros Caster. No es la Lunae Libri, pero es muy probable que en sus estanterías esté lo que buscamos.

—¿Cuánto tiempo tenemos antes de que se levante?

—No demasiado.

Estiré las mangas del suéter hasta cubrir por entero las palmas de las manos y usé el tejido para sujetar el libro del mismo modo que Amma usaba las manoplas de la cocina cuando cogía algo caliente. Pasé las delgadas hojas. Las páginas hacían mucho ruido, tenían más aspecto de hojas secas y marchitas que de papel.

—¿Tú le encuentras a esto algo de sentido?

Negó con la cabeza.

—En mi familia no te dejan saber nada importante de verdad hasta que no has sido Llamado. —Fingió enfrascarse en la lectura de las páginas—. Por si acabas en el lado Oscuro, supongo.

Yo sabía lo suficiente como para dejar correr el asunto.

Fuimos pasando una página tras otra sin entender nada. Había imágenes, algunas aterradoras y otras bellísimas, donde se mostraban criaturas, símbolos, animales y hombres, pero incluso los semblantes de estos últimos estaban hechos de tal forma que su aspecto no recordaba al de los seres humanos. Aquello era para mí como una enciclopedia de otro planeta.

Lena cogió el Libro de las Lunas y lo apoyó en su regazo.

—No es mucho lo que sé, y todo resulta tan…

—¿Flipante?

Me eché hacia atrás, apoyándome sobre su cama, con la mirada fija en el techo: había números y palabras, palabras nuevas por todas partes. Pude ver la cuenta atrás en los dígitos garabateados en las paredes de la habitación.

100, 78, 50

¿Cuánto tiempo más íbamos a poder estar juntos de este modo? El cumpleaños de Lena cada vez estaba más cerca y sus poderes no hacían más que aumentar. ¿Qué ocurriría si ella estaba en lo cierto y se convertía en algo irreconocible, algo tan Oscuro que llegara a no conocerme o que yo dejara de importarle? Miré fijamente la viola del rincón hasta que ya no quise ver nada más y cerré los ojos. Escuché la melodía mágica y luego la voz de Lena:

Cuando la decimosexta luna la hora de la Llamada traiga, es cuando la persona de poder tiene la libertad de voluntad y actuación para formular la elección eterna, al terminar el día, o en el último instante de la última hora, bajo la luna de la Llamada…

Nos miramos el uno al otro.

—¿Cómo has logrado tra…? —empecé a preguntar al tiempo que me asomaba por encima de su hombro para echarle un vistazo al texto.

Volvió la página.

—Estas páginas puede entenderlas. Alguien empezó a traducirlo, aquí, en el reverso. La tinta es de un color diferente, ¿lo ves?

Lena estaba en lo cierto.

Incluso la transcripción a nuestro idioma tenía cientos de años. La caligrafía era también muy elegante, pero no era la misma letra ni estaba escrita con la misma tinta parduzca, o lo que fuera.

—Pasa la página.

Siguió leyendo con el libro en alto:

La Llamada no puede retirarse una vez hecha, la elección no puede deshacerse una vez formulada. La persona de poder se sume para siempre en la gran Oscuridad o en la gran Luz, para siempre. El Orden de las Cosas está en peligro de perderse si no es así, si el Vínculo pende desatado cuando se acaba el tiempo, cuando se consume la última hora de la luna decimosexta. Eso no debe ocurrir. El Libro Vinculará todo lo que esté Desvinculado para toda la eternidad.

—Entonces, ¿no hay forma de eludir la Llamada?

—Eso es lo que he intentado decirte desde el principio.

Clavé la vista en unas palabras cuya contemplación no me aportaba ningún entendimiento.

—Pero ¿qué sucede exactamente durante la Llamada? ¿Esa Luna de la Llamada hace caer un haz de luz mágica o algo así?

Lena echó un vistazo rápido a la página.

—No lo dice. Sólo sé una cosa: tiene lugar a medianoche, a la luz de la luna. «En medio de la gran Oscuridad y bajo la gran Luz de la cual procedemos». Puede ocurrir en cualquier lugar. No es algo visible, sucede y ya está. No hay ningún rayo mágico.

—Pero ¿qué ocurre exactamente?

Yo quería saberlo todo y tenía la impresión de que me ocultaba algo, pero no apartaba los ojos de la página.

—Para la mayoría de los Caster es una consciencia, tal y como pone aquí. La persona de poder, el Caster, efectúa una elección inamovible; elige si desea ser llamado por la Luz o por la Oscuridad. A eso se refiere con lo de «la libertad de voluntad y actuación». Es como los mortales cuando eligen entre el bien o el mal, salvo que en el caso de los Caster la elección es para siempre. En ese momento escogen la vida que desean llevar, la forma en que desean interactuar con el universo mágico y con los demás. Sellan un pacto con el mundo natural, el Orden de las Cosas. Parece una locura, lo sé.

—¿Y todo eso cuando cumplen dieciséis? ¿Cómo esperan que a esa edad sepas qué vas a querer para el resto de tus días?

—Sí, ya, bueno, eso es para los afortunados, yo ni siquiera tengo elección.

Casi no tenía ánimo para formularle la siguiente pregunta.

—Y entonces, ¿qué va a sucederte?

—Cambias, eso es todo, según Reece. Sucede en un instante, lo que tarda en latir el corazón una vez. Sientes fluir la energía y el poder por tu cuerpo, es como si volvieras a nacer. —Parecía embargada por la pesadumbre—. Al menos, eso cuenta Reece.

—Eso no tiene mala pinta.

—Reece lo describió como un calor abrumador, como si el sol cayera de lleno sobre ella y nadie más, y en ese momento sabes cuál es el camino elegido para ti. —Sonaba muy guay, fácil e indoloro, como si le hubiera pegado un tijeretazo a la historia y se hubiera saltado algo, por ejemplo, la parte en que un Caster se vuelve Oscuro, pero no quise sacar el tema, ni aun sabiendo que ambos estábamos pensando en eso.

¿Así de simple?

Así de simple. No hay heridas ni nada por el estilo, si es eso lo que te preocupa.

Era una de las cosas que me traían de cabeza, sí, pero no la única.

No estoy preocupado.

Yo tampoco.

Y en esta ocasión, los dos hicimos el propósito de abandonar el tema, y no sólo no hablar de ello, sino también no pensar más sobre lo mismo.

La luz anaranjada del crepúsculo se colaba en la habitación de Lena y se deslizaba por la alfombra con mil reflejos dorados. Durante unos instantes todo adquirió un brillo áureo: el rostro, los ojos y el pelo de Lena, y todo cuanto bañaba el sol. Era una belleza remota, como las representadas en el libro, como si estuviera a miles de kilómetros y cientos de años, y no sabía por qué, pero no parecía humana.

—Anochece. Macon va a levantarse de un momento a otro. Debemos sacar el libro de aquí. —Lo cerró, lo metió en mi mochila y cerró la cremallera—. Llévatelo. Mi tío intentará quitármelo si lo encuentra, Siempre lo hace.

—No me hago a la idea de qué es lo que nos ocultan él y Amma. Si todo esto va a suceder sí o sí y no se puede hacer nada por evitarlo, ¿por qué no nos lo cuentan todo?

Lena no me miró, pero apoyó la cabeza sobre mi pecho cuando la estreché entre mis brazos. No despegó los labios, pero pude sentir su corazón latiendo junto al mío por encima de las capas de sudaderas y suéteres.

Miró distraída la viola hasta que su música se fue apagando y sonó tan débil como tenue era el brillo del sol que entraba por la ventana.

Al día siguiente, en el instituto, Lena y yo éramos los únicos que teníamos algún interés en clase. Nadie levantaba la mano, excepto para pedir permiso para ir al baño, ni cogía un boli si no era para escribir una notita a alguien, saber quién no iba a comerse un rosco o quién estaba ya pillado. En diciembre sólo existía una cosa en el Instituto Jackson: el baile de invierno.

Estábamos en la cafetería cuando Lena sacó el tema por primera vez.

—¿Le has pedido a alguien que sea tu pareja? —le preguntó a Link.

Lena no estaba al corriente de su estrategia secreta, bueno, no tan secreta, consistía en asistir sin acompañante para poder flirtear con Cross, la entrenadora de atletismo femenino. Link estaba colado por Maggie Cross. Esta se había graduado hacía cinco años e iba al instituto después de sus clases en la universidad para entrenar desde que estábamos en quinto.

—No, me mola ir por libre. —Link esbozó una ancha sonrisa, dejando entrever la boca llena de patatas fritas.

—Hace de carabina de la entrenadora Cross y como está libre, puede pulular cerca de ella durante toda la fiesta —le expliqué.

—No me gustaría decepcionar a ninguna chica. Se pelearían por mí en cuanto les hiciera efecto el alcohol que vierten a escondidas en los refrescos.

—Jamás he estado en una fiesta del instituto.

Lena bajó la mirada y cogió su bocadillo. Parecía decepcionada.

No le había pedido que me acompañase al baile pensando que no quería ir. Entre nosotros estaban ocurriendo muchas cosas, y todas eran más importantes que un baile escolar.

Link me dirigió una elocuente mirada, ya me había avisado de que esto iba a pasar.

—Todas las chicas quieren ir al baile, tío. No sé por qué, pero hasta yo tengo eso claro.

Pero a la vista de que el plan de Link para ligarse a la entrenadora jamás le había salido bien, ¿quién iba a pensar que podía tener razón en esto otro?

Link vació de un trago el resto de coca cola.

—¿Una chica cañón como tú? Pero si podrías ser la Reina de las Nieves.

Lena intentó sonreír, pero le salió fatal.

—¿Qué es eso de la Reina de las Nieves? ¿No podéis tener una reina del baile de bienvenida como todo el mundo?

—No, este es el baile de invierno, y lo que hay es una Reina de los Hielos, pero como la prima de Savannah, Suzanne Snow, ha ganado todos los años desde que se graduó y la misma Savannah Snow lo consiguió el año pasado, todo el mundo dice la Reina de las Nieves.

Link alargó el brazo y cogió un trozo de pizza de mi plato.

Lena quería ir al baile, era obvio. Ese era otro misterio de las chicas. Quieren ir a sitios aunque no les apetezca, pero yo tenía el presentimiento de que este no era el caso de Lena. Parecía como si hubiera hecho una lista de las cosas que supuestamente hacen todas las chicas normales del instituto, y estaba emperrada en realizarlas todas.

La idea era una locura y el bailecito, el último lugar al que me apetecía ir. Ninguno de los dos éramos los chicos más populares en los últimos tiempos. Me importaba un rábano que todos nos mirasen cuando pasábamos por los pasillos, incluso aunque no fuéramos de la mano, y también las crueldades y maldades que decían de nosotros mientras estábamos los tres sentados en una mesa vacía en el atestado comedor o que el nutrido club de los Ángeles Guardianes del instituto montasen patrullas de vigilancia por los pasillos con el único propósito de fastidiarnos.

Pero la cosa era que el tema me había interesado antes de que Lena lo mencionara. Empezaba a preguntarme si yo mismo, bueno, en fin, si no estaría bajo el influjo de algún hechizo.

No te he embrujado.

Tampoco te he acusado de hacerlo.

Acabas de hacerlo.

No he dicho que tú hayas lanzado un hechizo. Sólo he pensado que tal vez esté bajo uno.

Pero bueno, ¿tú te crees que soy Ridley?

Pienso que… Olvídalo.

Lena estudió mi rostro con gran intensidad, como si intentara leer en mis facciones, algo que yo sabía que era perfectamente capaz de hacer.

¿Qué…? Lo que dijiste la mañana siguiente a Halloween en tu habitación. ¿Lo decías en serio, L?

¿El qué?

Lo escrito en la pared.

¿Qué pared?

La de tu cuarto. No actúes como si no supieras de qué te hablo. Dijiste que sentías lo mismo que yo.

Ella empezó a enredar con el collar de amuletos.

No sé a qué te refieres.

A lo de encariñarse.

¿Encariñarse?

Ya sabes, enamorarse.

¿Qué?

No importa.

Dilo, Ethan.

Acabo de hacerlo.

Mírame.

Te estoy mirando.

Clavé la vista en mi chocolate con leche.

—¿Lo has pillado? Lo de Savannah Snow. Y lo de la Reina de los Hielos, ¿eso también?

Link echó helado de vainilla encima de sus patatas fritas.

La belleza de Lena acaparó mi atención, y ella se sonrojó. Alargó las manos debajo de la mesa y yo las cogí entre las mías, pero estuve a punto de retirarlas casi al instante. Noté una descarga igual de intensa que si hubiera metido los dedos en un enchufe. Ella me miraba de tal modo que habría sabido qué pensaba aunque no hubiera sido capaz de escuchar sus pensamientos.

Si tienes algo que decir, Ethan, dilo ahora.

Pues sí, eso.

Dilo.

Pero no necesitábamos decir nada. Éramos todo cuanto necesitábamos, a pesar de encontrarnos en medio de un comedor lleno hasta los topes y enzarzados charlando con Link. De hecho, aunque ni nos habíamos dado cuenta, Link seguía hablándonos.

—Sólo tiene gracia porque es cierto. De existir en el mundo una Reina de los Hielos, fijo que sería Savannah.

Lena retiró las manos de entre las mías para poder coger una zanahoria y lanzársela a Link. No pudo dejar de sonreír y Link pensó que se reía de él.

—Vale, lo pillo. Reina de los Hielos es una estupidez. —Y hundió el tenedor en el revoltijo de comida que había en su bandeja.

—Ni siquiera tiene sentido: aquí no hay nieve ni hielo.

Link me dedicó una gran sonrisa por encima de sus patatas con helado.

—Está celosa. Harías bien en vigilarla, tío. Lena quiere que la elijan Reina de los Hielos para poder bailar conmigo cuando me coronen Rey de los Hielos.

Lena se rio a pesar de que no estaba de buen humor.

—¿Tú…? Pero ¿no te reservabas para la entrenadora?

—Y lo hago, este año cae fijo.

—Link se pasa toda la noche maquinando cosas graciosas para soltarlas cuando ella anda cerca.

—Piensa que soy un tipo divertido.

—Dejémoslo en que tu aspecto le divierte.

—Este va a ser mi año, lo presiento, esta vez voy a ser el Rey de las Nieves y por fin la entrenadora Cross alzará la vista para verme en el estrado con Savannah Snow.

—No veo cómo vas a ligártela a partir de ahí. —Lena empezó a pelar una naranja.

—Ah, bueno, reparará en mi buena presencia, en mi encanto y en mi talento musical, especialmente si tú me escribes una canción. Entonces, cederá y bailará conmigo, y me seguirá a Nueva York cuando me gradúe para ser mi fan.

—¿Y eso qué es? ¿Un episodio de After School Special? —se burló Lena. La piel de la naranja se desprendió en una espiral alargada.

—Colega, tu novia piensa que soy especial —soltó él mientras las patatas se le caían de la boca.

Lena me miró. Novia. Ambos lo habíamos oído.

¿Es eso lo que soy?

¿Es eso lo que quieres ser?

¿Me estás pidiendo algo?

No era la primera vez que le daba vueltas al asunto. Lena se había considerado mi novia desde hacía algún tiempo y podía darse por hecho después de todo cuanto habíamos pasado juntos, así que no sabía muy bien por qué yo no había pronunciado esa palabra jamás. Tampoco sabía la razón de que me costase tanto decirla ahora, pero verbalizar esa palabra tenía un significado especial, era como si las cosas fueran más reales.

Bueno, supongo que lo soy.

No pareces muy convencida.

Le agarré la mano por debajo de la mesa y busqué con la mirada esos ojos verdes suyos.

Yo estoy seguro, Lena.

Entonces, supongo que soy tu novia.

Entretanto, Link seguía a lo suyo.

—También tú pensarás que soy especial cuando tenga a la entrenadora comiendo en la palma de mi mano después del baile.

Link alzó la bandeja y la movió como si estuviera bailando.

—Vete quitándote de la cabeza la idea de que mi novia va a reservarte un baile. —Moví la bandeja igual que él.

A ella se le iluminaron los ojos. Estaba en lo cierto: Lena no sólo quería que la invitase, estaba deseando ir. En ese momento supe que me traía al fresco qué había escrito en esa lista de cosas-que-supuestamente-han-hecho-todas-las-chicas-normales-del-instituto. Iba a asegurarme de que hiciera todo cuanto figurase en esa lista.

—Ah, pero ¿vais a ir?

La miré con expectación y ella me apretó la mano.

—Sí, eso creo.

Esta vez su sonrisa fue real.

—¿Qué te parece si te reservo dos bailes, Link? A mi novio no le importará. Jamás va a decirme con quién tengo que bailar y con quién no.

Puse los ojos en blanco.

Link alzó la mano y los dos chocamos esos cinco.

—Sí, te creo.

La comida terminó cuando sonó la campana. Fue así de simple, ahora no sólo tenía una cita para el baile de invierno, tenía novia oficialmente, y no sólo eso, por primera vez en toda mi vida había estado a punto de usar la palabra que empieza por A en medio de la cafetería, delante de Link.

A eso le llamaba yo una comida caliente.