27 de noviembre

La típica fiesta americana de toda la vida

TRAS HALLOWEEN, pareció reinar la calma característica de después la tormenta y a pesar de saber que el reloj no detenía su avance, nos sumimos en la rutina: yo caminaba hasta la esquina para esconderme de Amma, Lena me recogía con el coche fúnebre y Boo Radley se unía a nosotros delante de Stop & Steal, desde donde nos seguía hasta el insti. Con la excepción de Winnie Reid, el único miembro del equipo de debate del Jackson, lo cual no facilitaba discusión alguna, y Robert Lester Tate, ganador del concurso estatal de deletreo dos años consecutivos, sólo Link se sentaba con nosotros en la cafetería. Fuera de clase, cuando no nos íbamos a comer a las gradas ni nos espiaba el director Harper, nos escondíamos en la biblioteca para releer los papeles del guardapelo, con la esperanza puesta en que Marian cometiera alguna indiscreción y nos contara algo.

Por lo demás, no había ni rastro de ninguna coqueta prima Siren ni de sus piruletas ni de esos poderes suyos letales; tampoco se produjo ninguna misteriosa tormenta de categoría 3, no asomó en el cielo ningún ominoso nubarrón negro y ni siquiera tuvimos ninguna de esas extrañas comidas con Macon. Nada se salía de lo normal, salvo por una cosa, la más importante de todas: estaba loco por una chica que, aunque pareciera mentira, sentía lo mismo por mí.

¿Cuándo había pasado? Casi resultaba más fácil creer que fuera una Caster que el hecho de su misma existencia.

Tenía a Lena, una chica preciosa y poderosa; cada día era perfecto y, al mismo tiempo, aterrador.

Hasta que de pronto sucedió lo impensable: Amma invitó a Lena a la cena del Día de Acción de Gracias.

—No puedo entender por qué quieres venir a cenar en Acción de Gracias. Es un tostón.

Amma tramaba algo, eso era obvio, y yo estaba bastante nervioso.

Me relajé cuando Lena esbozó una sonrisa, cuya hermosura inigualable me dejaba siempre alelado.

—A mí no me parece tan aburrido.

—Dices eso porque nunca has estado en mi casa en Acción de Gracias.

—Jamás he estado en casa de nadie ese día. Los Caster no celebramos el Día de Acción de Gracias. Es una fiesta sólo para los mortales.

—¿Estás de broma? ¿No cenáis pavo relleno ni pastel de calabaza?

—No.

—Hoy no habrás comido mucho, ¿verdad?

—La verdad es que no.

—Entonces lo pasarás bien.

Yo había ido preparando a Lena con tiempo para que no se sorprendiera cuando las Hermanas envolvieran unos cuantos bollos en las servilletas y se los guardaran en el bolso; ni cuando mi tía Caroline y Marian se pasaran media velada discutiendo sobre la localización de la primera biblioteca pública estadounidense (Charleston) o la fórmula correcta del verde Charleston (dos partes de negro yanqui y una de amarillo rebelde). La tía Caroline trabajaba como conservadora en un museo de Savannah y sabía de antigüedades y periodos arquitectónicos tanto como mi madre sobre estrategias bélicas y munición de la Guerra de Secesión. Lena debía estar preparada para eso: Amma, los chiflados de mi familia y Marian, y a eso había que sumarle por añadidura a Harlon James.

Sin embargo, había omitido el único detalle que ella necesitaba saber. Tal y como habían ido las cosas en los últimos tiempos, era muy probable que mi padre se sentara a la mesa en pijama, pero eso era algo que sencillamente me sentía incapaz de contar.

Amma se tomaba muy en serio Acción de Gracias, y eso significaba dos cosas: mi padre saldría del estudio de todas todas, aunque lo haría cuando ya fuera de noche, por lo que técnicamente tampoco habría mucha diferencia con sus costumbres habituales, pero se sentaría a cenar con nosotros, a comer comida de verdad, nada de cereales Shredded Wheat. Eso era lo mínimo que Amma iba a permitir, así que, en honor a la peregrinación de mi padre al mundo donde los demás habitábamos todos los días, había hecho comida para un regimiento: pavo, puré de patata con salsa de carne, judías blancas, crema de maíz, patatas dulces con malvavisco, jamón dulce, bizcochos, pastel de calabaza y tarta de merengue al limón. Esta última la hacía más por el tío Abner que por el resto de nosotros.

Me demoré un segundo en el porche al recordar cómo me había sentido la noche que fui a Ravenwood por vez primera. Ahora le tocaba a ella. Me dio un poco de pena. Lena hizo un ademán para apartarse los cabellos negros de la cara; le acaricié el mentón, donde se le habían enredado unos cuantos mechones rebeldes.

¿Estás preparada?

Lucía un vestido con una falda corta de encaje negro. Se la estiró para que le quedara suelta. Estaba inquieta.

No lo estoy.

Pues deberías.

Sonreí mientras le abría la puerta.

—Preparada o no…

La casa tenía el aroma de mi niñez: olor a trabajo y puré de patata.

—¿Eres tú, Ethan Wate? —preguntó Amma a grito pelado desde la cocina.

—Sí, señora.

—¿Viene contigo la chica? Tráela aquí para que podamos echarle un vistazo.

Hacía mucho calor en la cocina. Amma se hallaba frente a los fogones con el delantal puesto mientras la tía Prue iba de un lado a otro, batiendo diferentes mezclas en varios tazones. La tía Mercy y la tía Grace jugaban al Scrabble en la mesa de la cocina. Nadie pareció percatarse de que en realidad ninguna de las dos intentaba construir ninguna palabra en el tablero.

—Bueno, no te quedes ahí parado. Hazla pasar dentro.

Sentí todo el cuerpo en tensión. No había forma de adivinar cuál sería la reacción de Amma ni la de las Hermanas. Para empezar, no tenía la menor idea de por qué Amma había insistido en invitar a la sobrina de Macon Ravenwood.

Lena se adelantó.

—Cuánto me alegra conocerla por fin.

Amma la examinó de la cabeza a los pies mientras se secaba las manos en el delantal.

—Así que tú eres la que tiene tan ocupado a mi chaval. El cartero tenía razón: eres bonita como el sol.

Me pregunté si Carlton Eaton había mencionado eso mientras iban a Wader’s Creek.

Lena se puso colorada.

—Gracias.

—Has revuelto un poco las cosas en el colegio, según he oído. —La tía Grace sonrió—. Eso está bien. No sé qué os enseñan a los chicos allí hoy día.

Tía Mercy colocó sus fichas una tras otra hasta formar una palabra. E-S-P-I-R-O.

Tía Grace se inclinó sobre el tablero y bizqueó.

—¡Otra vez con trampas, Mercy Lynne! ¿Qué palabro es ese? ¡Úsalo en una frase!

Espiro a tomarme uno de esos pastelitos blancos.

—No se dice así. —La tía Grace movió una ficha para corregirla. Al menos una de las dos sabía qué se traía entre manos—. Se dice expirar, con equis. —Bueno, tal vez no.

No exagerabas nada.

Te lo dije.

—¿No es Ethan ese que acaba de entrar? —La tía Caroline entró con los brazos abiertos en el momento justo—. Ven aquí y dale un abrazo a tu tía.

Siempre me pillaba desprevenido su enorme parecido con mi madre. La misma melena castaña, invariablemente recogida hacia atrás, los mismos ojos marrones; pero mi madre siempre se había decantado por ir descalza y ponerse vaqueros mientras que la tía Caroline vestía más al estilo sureño y elegía vestidos con tirantes y algún suéter fino. Tenía la sospecha de que mi tía se lo pasaba bomba cuando veía los gestos de la gente al hacerles saber que ella no era una solterona entrada en años, sino la conservadora del Museo de Historia en Savannah.

—¿Y cómo va todo por aquí, por el norte? —Caroline siempre se refería a Gatlin con esa expresión: «Aquí, por el norte», pues el condado estaba al norte de Savannah.

—Todo muy bien. ¿Me has traído pralinés?

—¿No te los traigo siempre?

Cogí a mi invitada de la mano y di un tirón para acercarla adonde me encontraba.

—Lena, te presento a mi tía Caroline y a mis tías abuelas Prudence, Mercy y Grace.

—Encantada de conocerlas a todas.

Lena alargó la mano libre para saludarlas, pero, en vez de estrechársela, la tía Caroline la atrajo hacia sí con un abrazo.

En la entrada, alguien cerró de un portazo.

—¡Feliz Acción de Gracias! —Marian entró con una cacerola y una fuente, puestos uno sobre otro—. ¿Qué me he perdido?

—Ardillas. —Tía Prue se le acercó arrastrando los pies y cogió del brazo a la recién llegada—. ¿Qué sabes de ellas?

—Vale. Fuera de mi cocina todos vosotros, todos. Necesito algo de espacio para obrar mi magia. Eh, Mercy Staham, que te veo, te estás zampando mis bastones de caramelo con canela.

La interpelada dejó de masticar a dos carrillos durante unos segundos. Lena me miró de refilón mientras intentaba aguantar la sonrisa.

Podría llamar a Cocina.

Confía en mí: Amma no necesita ayuda alguna cuando se trata de cocinar. Tiene magia de su propia cosecha para eso.

Todo el mundo se metió en el atestado comedor. Caroline y Prue se enzarzaron sobre el mejor método para que el palo santo crezca en un porche soleado mientras las tías Grace y Mercy seguían la polémica sobre el deletreo correcto del verbo «espirar» al tiempo que Marian intentaba mediar entre las dos. Todo eso bastaba para volver loco a cualquiera, pero cuando vi a Lena apretujada entre las Hermanas sin poderse mover, parecía feliz, incluso contenta.

Esto es guay.

¿Estás de broma?

¿Esa era su idea de una fiesta en familia? ¿Una montaña de cacerolas, un tablero de Scrabble y unas ancianas a la greña? No estaba seguro del todo, pero sabía que eso era lo menos parecido del mundo al Encuentro.

Al menos no intentan matarse entre ellas.

Dales un cuarto de hora, L.

Pillé a Amma mirando a través de la puerta de la cocina, pero no me examinaba a mí, sino a Lena.

Estaba tramando algo, ya no me cupo duda alguna.

La cena de Acción de Gracias discurría como todos los años, excepto que nada era igual. Mi padre iba en pijama, la silla de mi madre estaba vacía y yo estrechaba la mano de una Caster por debajo de la mesa. La sensación me abrumó durante unos segundos, me sentía feliz y triste al mismo tiempo, como si en cierto modo ambas cosas guardasen alguna relación, pero apenas tuve una fracción de segundo para pensar en ello. En cuanto dijimos amén, las Hermanas se pusieron a tragar bollos, Amma empezó a llenar los platos con puré de patata con salsa y tía Caroline comenzó con su charloteo.

Yo sabía qué ocurría. Tal vez nadie reparase en la silla vacía si había suficiente ajetreo, conversación continua y bastantes tartas, pero no había suficientes tartas en el mundo para lograr eso, ni siquiera en la cocina de Amma.

Por otra parte, tía Caroline estaba decidida a hacerme hablar todo el rato.

—¿Necesitas que te preste algo para la recreación, Ethan? Tengo en el desván una guerrera entallada de corte recto y tiene toda la pinta de ser auténtica.

—No me lo recuerdes.

Casi había olvidado que si pretendía aprobar la asignatura de historia este año debía vestirme de soldado confederado para la recreación de la batalla de Honey Hill. Todos los años tenía lugar una recreación de la Guerra de Secesión hacia febrero. Era la única razón para que los turistas se dejaran caer por Gatlin.

Lena alargó la mano para coger un bollo.

—No me parece que la recreación sea tan buen negocio, la verdad. Parece demasiado trabajo para representar una batalla librada hace más de cien años, cuando podemos leerla en los libros de Historia.

Oh, oh.

Tía Prue respiró de forma entrecortada. Ese era el tipo de blasfemias que la sacaban de quicio.

—Habría que quemar esa escuela vuestra hasta los cimientos. Allí ya no enseñan historia. La lucha del sur por su independencia no puede aprenderse en los libros de texto, hay que verla. Todos los jóvenes deberíais verlo: el mismo país que luchó como un solo hombre en la Guerra de la Independencia se volvió contra sí mismo en una guerra civil.

Di algo, Ethan. Cambia de tema.

Demasiado tarde. Se va a poner a recitar el himno nacional en cualquier momento.

Marian abrió en dos un panecillo y lo llenó de jamón.

—La señorita Statham tiene razón. La Guerra de Secesión volvió al país contra sí mismo, a menudo enfrentó a hermano contra hermano. Fue un trágico episodio en la historia de Estados Unidos. Murieron en torno a medio millón de hombres, aunque perecieron más de enfermedad que en la batalla.

—Un trágico episodio, sí, señor —convino tía Prue.

—Pero ahora no te enojes, Prudence Jane. —Tía Grace le dio unas palmaditas en el brazo a tía Prue; esta le apartó la mano con un ademán.

—No me digas cuándo debo indignarme. Sólo intento asegurarme de que los jóvenes saben distinguir el culo de las témporas. Aquí no enseña nadie, salvo yo. Esa escuela debería pagarme.

Debería haberte advertido de que no les dieras pie.

A buenas horas me lo cuentas.

Lena se revolvió incómoda en el asiento.

—Lo siento. No pretendía decir nada irrespetuoso, es sólo que… no había conocido a nadie tan entendido en la Guerra de Secesión.

Muy sutil, sobre todo si por entendido quieres decir obsesionado.

—No vayas a sentirte mal ahora, corazón. De vez en cuando Prudence Jane se levanta con el pie torcido.

Tía Grace le dio un codazo a tía Prue.

Por eso le echamos whisky en el té.

—Todo es por culpa del guirlache de cacahuete que ha traído Carlton. —Tía Prue observó a Lena, disculpándose con la mirada—. Lo paso fatal cuando tiene tanto azúcar.

Las pasa moradas cuando no tiene guirlache a mano.

Mi padre tosió mientras removía el puré de patata. Lena vio la oportunidad de cambiar de tema.

—Ethan me ha dicho que es usted escritor, señor Wate. ¿Qué clase de libros escribe?

Mi padre levantó los ojos para mirarla, pero no dijo nada. Lo más probable era que ni siquiera se hubiera percatado de que nuestra invitada se estaba dirigiendo a él.

—Mitchell trabaja en una nueva obra, en una importante, tal vez la mejor de las que ha escrito hasta ahora, y eso que ha escrito un montón de libros. ¿Cuántos llevas hasta ahora, Mitchell? —inquirió Amma como si se estuviera dirigiendo a un niño. Ella sabía al dedillo cuántas obras había publicado mi padre.

—Trece —masculló él.

Pensé que los modales intimidatorios de mi padre desalentarían a Lena, pero no fue así. Le estudié: tenía el pelo despeinado y círculos negros bajo los ojos. ¿Desde cuándo tenía tan mal aspecto?

—¿Y de qué trata su novela? —insistió Lena.

Mi padre pareció animado por primera vez en toda la velada.

—Es una historia de amor, aunque en realidad este libro ha sido un viaje. La gran novela americana. Podría decirse que trabajo en El ruido y la furia de mi carrera, pero no puedo hablar del argumento, de veras, aún no, no en este momento, no cuando estoy tan cerca de…

Había empezado a desvariar. Luego, enmudeció de repente, como si llevara un interruptor en la espalda y alguien lo hubiera apagado. Se quedó mirando fijamente la silla vacía de mi madre mientras se iba debilitando.

Amma parecía ansiosa. La tía Caroline intentó distraer la atención general de lo que se estaba convirtiendo en la noche más embarazosa de mi vida.

—Lena, ¿desde dónde dijiste que te habías mudado…?

No oí la respuesta ni ninguna otra cosa, pues en vez de eso percibí que todo se movía a cámara lenta y de forma borrosa, como los espejismos cuando las olas de calor cruzan el aire.

¿Qué estaba pasando…?

Todo parecía haberse paralizado en la habitación, pero no era así. Yo estaba petrificado. Mi padre se había quedado parado. Tenía los ojos entrecerrados y los labios fruncidos para formar la sílaba que no había tenido ocasión de pronunciar. Seguía con la vista fija en el puré de patata, todavía sin probar. Las Hermanas, la tía Caroline y Marian permanecían inmóviles como estatuas. El péndulo del viejo reloj del abuelo se había detenido. Hasta el aire permanecía estático.

¿Estás bien, Ethan?

Intenté responderle, pero no pude. Estuve a punto de morir congelado cuando Ridley me apretó entre sus dedos letales, pero en esta ocasión ni tenía frío ni estaba muerto, sólo inmóvil.

—¿Ha sido cosa mía? —preguntó Lena en voz alta.

Únicamente Amma estaba en condiciones de responderle.

—¿Hacer un Vínculo temporal? ¿Tú? Es tan probable como que salga un caimán de las tripas de ese pavo —se mofó ella—. No, no es cosa tuya, chiquilla. Esto te supera. Los Notables han decidido que ya es hora de que tú y yo tengamos unas palabritas de mujer a mujer. Ahora nadie puede escucharnos.

Con una excepción: yo puedo oírte.

Pero no conseguía articular palabra. Podía escucharlas a ambas, pero era incapaz de proferir sonido alguno.

Amma miró al techo.

—Gracias por la ayuda, tía Delilah. —Se dirigió hacia la comida y cortó un trozo de pastel de calabaza. Luego lo puso en un lujoso plato de porcelana y lo dejó en el centro de la mesa—. Ahora voy a dejar este trozo para ti y los Notables. Procura no olvidar que lo he hecho yo.

—¿Qué ocurre? ¿Qué es lo que ha hecho?

—No he hecho nada. Sólo he ganado un poco de tiempo para nosotras, me parece…

—¿Es usted una Caster?

—No, sólo Vidente. Veo lo que debe verse, lo que nadie puede o quiere ver.

—¿Ha detenido usted el tiempo? —Los Caster podían detener el tiempo, Lena me lo había dicho, pero sólo los de mayor poder.

—No he hecho semejante cosa. Sólo pedí un poco de ayuda a los Notables y tía Delilah se mostró dispuesta.

Lena parecía confusa, o tal vez asustada.

—¿Quiénes son los Notables?

—Mi familia en el Más Allá. Me echan una manita de vez en cuando, y no están solos. Otros les acompañan. —Amma se inclinó sobre la mesa y miró a Lena a los ojos—. ¿Por qué no luces el brazalete?

—¿El qué…?

—¿No te lo dio Melquisedec? Le dije que ibas a necesitarlo.

—Lo hizo, pero me lo quité.

—Vaya, ¿y a santo de qué hiciste semejante cosa?

—Descubrimos que bloqueaba las visiones.

—Era un bloqueador, cierto… Mientras lo llevaras encima.

—¿Y qué bloqueaba?

Amma alargó una mano y cogió la de Lena para darle la vuelta y dejar la palma boca arriba.

—No quería ser yo quien te lo dijera, chiquilla, pero ni Melquisedec ni tu familia van a decirte nada y alguien ha de contártelo. Debes estar preparada.

—Preparada… ¿para qué?

Amma miró al techo y masculló algo para sus adentros.

—Ella viene a por ti, chiquilla, y es una fuerza que hay que tener en cuenta… Oscura como la noche.

—¿Quién…? ¿Quién viene a por mí?

—Desearía que te lo contaran ellos. No quería ser yo quien te lo explicara, pero los Notables aseguran que alguien debe decírtelo antes de que sea demasiado tarde.

—¿Decirme qué? ¿Quién viene, Amma?

Amma tiró del amuleto que le colgaba del cuello hasta sacárselo de la blusa y lo sujetó con fuerza.

—Sarafine la Oscura —contestó en voz baja, como si temiera que alguien pudiera escucharla.

—¿Y quién es?

Amma vaciló, apretó la bolsa con más fuerza.

—Tu madre.

—No lo entiendo. Mis padres fallecieron siendo yo una niña y mi madre se llamaba Sara. He visto su nombre escrito en el árbol genealógico.

—Tu padre murió, eso es cierto, pero que tu madre sigue viva es tan cierto como que yo estoy aquí, y ya sabes cómo son los árboles familiares aquí, en el sur: bastante menos exactos de lo que se dice.

A Lena se le fue el color de la cara. Hice un gran esfuerzo por alargar el brazo y cogerle la mano, pero sólo conseguí mover una pizquita el dedo. Estaba desvalido. No podía hacer otra cosa que mirar mientras ella avanzaba sola dando tumbos en la oscuridad, igual que en las pesadillas.

—¿Y ella es Oscura?

—La más Oscura de las Caster vivas hoy en día.

—¿Y por qué no me lo han contado ni mi tío ni mi abuela? Me dijeron que había muerto. ¿Por qué iban a mentirme?

—Hay verdades y verdades, y luego está la verdad, y a menudo no suelen ser lo mismo. Ellos intentan protegerte, lo admito. Aún se creen capaces de hacerlo, pero los Notables no lo tienen tan claro. No deseaba ser yo quien te avisara, pero Melquisedec es tozudo como una mula.

—¿Por qué intenta ayudarme? Pensé… Creía que no le caía bien.

—Esto no es cosa de si me gustas o no. Ella viene a por ti y tú necesitas estar centradita, sin distracciones. —Amma enarcó una ceja—. Y no quiero que le suceda nada a mi muchacho. Esto te viene grande, os supera a los dos.

—¿Qué nos viene grande?

—Todo este embrollo. Ethan y tú no estáis destinados a estar juntos.

Amma volvía a hablar de forma enigmática y Lena parecía confusa.

—¿Qué significa eso?

Amma giró la cabeza con brusquedad, como si alguien le hubiera tocado el hombro.

—¿Qué dices, tía Delilah? —Amma se volvió hacia Lena y anunció—: No nos queda mucho tiempo.

El péndulo del reloj comenzó a moverse de modo casi imperceptible. La estancia volvía a la vida. Mi padre bizqueó, pero lo hizo tan despacio que los párpados tardaron varios segundos en rozar la piel debajo de los ojos.

—Ponte de nuevo el brazalete. Necesitas toda la ayuda posible.

De pronto, el tiempo recobró su lugar…

Parpadeé varias veces antes de recorrer la habitación con la mirada. Mi padre seguía con la vista en el puré y tía Mercy aún no había terminado de envolver el bollo con la servilleta. Alcé la mano hasta ponerla delante de los ojos y moví los dedos.

—¿Qué diablos ha sido esto?

—¡Ethan Wate! —exclamó tía Grace con voz entrecortada.

Amma estaba abriendo un panecillo para llenarlo de jamón. Me pilló desprevenido cuando alzó la vista y me miró. No había pretendido que yo escuchara su conversación de mujeres, eso era obvio. Me dirigió esa mirada de significado inequívoco: «Mantén el pico cerrado, Ethan Wate».

—No uses ese vocabulario en mi mesa. ¿Qué va a ser? Panecillos, jamón y pavo relleno. No eres lo bastante mayor como para que no te lave esa bocaza con una pastilla de jabón. Me he tirado cocinando todo el día, y espero que te los comas.

Miré de soslayo a Lena. Se le había borrado la sonrisa y permanecía con la vista clavada en el plato.

Lena Beana. Vuelve a mí. No voy a dejar que te pase nada. Estarás bien.

Pero ella tenía el pensamiento muy, muy lejos de allí.

Lena no despegó los labios durante todo el trayecto de regreso y cuando llegamos a Ravenwood, abrió la puerta del coche de un tirón, cerró de un portazo y se encaminó hacia la mansión sin decir ni pío.

Estuve en un tris de no seguirla. La cabeza me daba vueltas. Era incapaz de imaginar cómo se sentía. Ya era bastante malo perder a una madre, pero no lograba imaginarme qué se sentía al descubrir que seguía viva la madre que deseabas que estuviera muerta.

Yo había perdido a la mía, pero no estaba perdido, pues, antes de irse, ella me había anclado a Amma, a mi padre, a Link y a Gatlin. La percibía en las calles, en mi casa, en la biblioteca, hasta en la despensa. Lena jamás había tenido eso. Como diría Amma, ella había soltado amarras e iba tan a la deriva como las balsas usadas por los pobres en el pantano.

Deseaba convertirme en su ancla, pero, a mi modo de ver, nadie podía serlo en este preciso momento.

Lena pasó a toda prisa al lado de Boo. Este permanecía sentado en el porche y no resollaba a pesar de haber venido corriendo detrás del coche durante todo el trayecto de vuelta. También había estado en el patio delantero de mi casa. Al parecer, le gustaban las patatas dulces y el malvavisco que yo había tirado fuera por la puerta aprovechando que Amma iba a la cocina en busca de más salsa.

Escuché los alaridos de Lena dentro de la casa. Suspiré, salí del coche y me senté en los escalones del porche, cerca del perro. La cabeza me martilleaba como si tuviera un bajón de azúcar.

—¡Despierta, despierta, tío Macon! No estás dormido, lo sé, ya se ha puesto el sol.

Percibía los gritos de Lena dentro de mi cabeza.

«No estás dormido, lo sé, ya se ha puesto el sol».

Yo seguía a la espera de que ella me diera una sorpresa y me contase de una vez la verdad sobre el Viejo Ravenwood, tal y como había hecho consigo misma. Fuera lo que fuera, no parecía un Caster corriente y moliente, y eso si en realidad resultaba ser algo por el estilo. No hacía falta ser un empollón para ver por dónde iban los tiros a tenor de que se tiraba todo el día durmiendo y aparecía y desaparecía a su antojo.

Seguía sin estar seguro de querer entrar en esa ocasión.

Boo me contempló fijamente. Alargué la mano para acariciarle, pero apartó la cabeza como si dijera «sigamos a buenas, no me toques, chico, por favor». Boo y yo nos incorporamos con intención de entrar, cuando dentro de la casa empezaron a romperse cosas. Lena había acertado de lleno a una de las puertas del piso de arriba.

La casa había recuperado la fisonomía preferida de Macon, el exquisito desarreglo de antes de la guerra, o al menos esa era mi sospecha. En mi fuero interno estaba de lo más aliviado por no hallarme en un castillo. Me habría gustado poder detener el tiempo y volver tres horas atrás, y sería muy feliz si la mansión se hubiera transformado en una de esas casas móviles y todos nosotros estuviéramos sentados en torno a una bandeja con las sobras del banquete, como el resto de la gente en Gatlin.

—¿Mi madre…? ¿Mi propia madre?

La puerta se abrió con fuerza y Macon apareció en el umbral hecho un desastre. Vestía un pijama de lino arrugado, pero, odio decirlo, lo cierto era que tenía más pinta de ser un camisón. Tenía el pelo alborotado y los ojos más rojos de lo habitual, y también estaba más pálido. Con esas pintas parecía que le había pasado por encima una apisonadora.

A su manera, Ravenwood no se diferenciaba tanto de mi padre. Era un desastre de primera, tal vez más que él, salvo en lo tocante a la vestimenta. A mi padre no le pillarías con camisón ni muerto.

—¿Mi madre es Sarafine, la cosa que intentó matarme en Halloween? ¿Cómo has podido ocultarme eso?

Él sacudió la cabeza y se pasó la mano por el pelo, sin salir de su asombro.

—Amarie.

Habría dado cualquier cosa por ver a Amma y a Macon en un cuadrilátero. De todos modos, habría apostado por ella.

Macon se metió en su dormitorio y cerró de un portazo, pero no antes de que yo pudiera echar un vistazo: parecía sacado de El fantasma de la ópera, con una cama con dosel y esos candelabros de hierro más altos que yo. Un paño aterciopelado de color negro y gris recubría las columnas de la cama y unas colgaduras de la misma tela pendían de forma ominosa sobre los postigos, tapando las ventanas. Hasta las paredes estaban tapizadas por ese mismo tejido gastado, al que le eché un siglo por lo menos. El dormitorio era oscuro, oscuro como la tinta. El efecto era aterrador. La oscuridad de verdad, la real, era algo más que la ausencia de luz.

Cuando Macon franqueó de nuevo el umbral, salió hecho un pincel: ni un pelo fuera de su sitio, ni una arruga en los pantalones de sport ni en la camisa, blanca recién planchada, ni una marca en sus finos zapatos de gamuza. No guardaba parecido alguno con la imagen ofrecida hacía unos segundos, y todo cuanto había hecho era cruzar la puerta de su habitación.

Miré a Lena. No parecía extrañada, era como si no se hubiera dado cuenta. Me quedé helado al recordar durante unos segundos lo diferentes que debían de haber sido nuestras vidas.

—¿Está viva mi madre?

—Es algo más complicado que eso, me temo.

—¿Te refieres a la parte en que mi propia madre quería matarme? ¿Cuándo pensabas contármelo, tío Macon? ¿Cuando ya hubiera sido Llamada?

—No empieces otra vez con lo mismo. —El interpelado suspiró—. No vas a volverte Oscura.

—No concibo cómo puedes pensar eso y no lo contrario siendo yo hija de, y cito palabras de otra persona, «la más oscura de las Caster vivas».

—Comprendo que estés disgustada. Cuesta digerir todo esto y debería habértelo dicho yo mismo, pero debes creerme: intentaba protegerte.

Lena se salió de sus casillas.

—¡Protegerme! Me dejaste creer que lo de Halloween había sido un simple ataque fortuito cuando fue cosa de mi madre. Ella vive e intenta acabar conmigo, ¿y no se te ha ocurrido que yo debería saberlo?

—No sabemos si intenta acabar contigo.

Los marcos de los cuadros comenzaron a golpear contra las paredes. Las bombillas se fundieron una tras otra a lo largo de todo el vestíbulo. La lluvia repiqueteaba contra los postigos.

—¿No hemos tenido ya suficiente mal tiempo las últimas semanas?

—¿Qué más me escondes? ¿De qué voy a enterarme después? ¿De que mi padre está vivo?

—~Me temo que no —lo dijo como si fuera una tragedia, algo demasiado triste para hablar de ello, con el mismo tono utilizado por la gente cuando hablaba de la muerte de mi madre.

—Tienes que ayudarme —pidió ella con voz rota.

—Haré cuanto esté en mi mano para protegerte, Lena, como he hecho siempre.

—Eso es mentira —replicó su sobrina—. No me has hablado de mis poderes ni me has enseñado a protegerme.

—Ignoro el alcance real de tus poderes. Eres una Natural. Cuando necesites hacer algo, lo harás. A tu manera y a tu debido tiempo.

—Mi madre intenta matarme. No tengo tiempo.

—No sabemos si eso es verdad, como ya he dicho antes.

—En tal caso, ¿cómo explicas lo de Halloween?

—Existen otras posibilidades. Del y yo trabajamos en ellas para ver qué sacamos en claro. —Macon se dio la vuelta y se alejó de ella, como si fuera a regresar a su cuarto—. Ahora necesitas calmarte. Podemos hablar de esto más tarde.

Lena se dirigió hacia un jarrón que estaba en el aparador del rincón y luego clavó los ojos en la pared donde se abría la puerta del dormitorio; el jarrón salió disparado como si estuviera sujeto por un cordel y alguien hubiera dado un tirón a fin de arrojarlo hacia allí. Voló por la estancia y se estrelló contra la pared, lo bastante lejos como para estar segura de no alcanzar a su tío y lo suficientemente cerca para dejarle claro que no era un accidente.

No era uno de esos momentos en los que ella perdía el control y las cosas simplemente pasaban, esta vez lo había hecho a propósito. No había perdido el dominio de sí misma.

Macon se dio la vuelta tan deprisa que ni le vi moverse y se plantó delante de su sobrina en un santiamén. Estaba tan sorprendido como yo y había llegado a la misma conclusión: no había sido algo casual. El semblante de Lena me decía que ella estaba igual de sorprendida. Él parecía enfadado, bueno, tan enfadado como Macon Ravenwood podía parecer.

—Es tal y como te he dicho: cuando necesites hacer algo, lo harás. —Luego, se volvió hacia mí—. En las próximas semanas esto va a volverse mucho más peligroso, o eso me temo. Las cosas han cambiado. No la dejes sola. Puedo cuidar de ella cuando está aquí, pero mi madre está en lo cierto: parece que también tú puedes protegerla, tal vez incluso mejor que yo.

—¿Hola? ¡Os puedo oír! —Lena se había recobrado tras su demostración de poder y el posterior semblante de su tío, cuya reacción iba a atormentarla más tarde, yo lo sabía, pero en ese preciso instante estaba demasiado furiosa para poder apreciarlo—. No hables de mí como si no estuviera en la habitación.

Una bombilla explotó detrás de él, pero Ravenwood ni se inmutó.

—¿Has escuchado lo que decías? Yo soy quien necesita saber, pues me está persiguiendo a mí. Yo soy el objetivo que ella desea y ni siquiera conozco la razón.

Se miraron el uno al otro, un Ravenwood y una Duchannes, dos ramas de un mismo linaje, el retorcido árbol genealógico de los Caster. Me pregunté si aquel no sería un momento adecuado para marcharme.

Macon me miraba. Su rostro decía que sí.

Lena también me miraba, pero su semblante decía que no.

Percibí un calor abrasador cuando ella me sujetó de la mano. Echaba chispas, jamás la había visto tan enfadada. Era increíble que no hubieran saltado hechas añicos todas las ventanas de la mansión.

—Tú sabes por qué me persigue, ¿a que sí?

—Es…

—Déjame adivinarlo, ¿es complicado?

Los dos volvieron a estudiarse con la mirada. A Lena se le había ensortijado el pelo y su tío no dejaba de darle vueltas al anillo plateado.

Boo mantenía la tripa pegada al suelo e iba arrastrándose hacia atrás. Chucho listo. A mí también me habría encantado salir a rastras de la habitación. Nos quedamos allí de pie, a oscuras, cuando estalló la última bombilla.

—Debes decirme cuanto sepas acerca de mis poderes. —Esos eran los términos de Lena.

Su tío suspiró y las sombras empezaron a disiparse.

—No es que no quiera decírtelo, Lena. Después de tu pequeña exhibición, está claro que ni siquiera yo sé de qué eres capaz. Nadie lo sabe, y sospecho que tú tampoco. —Ella no parecía del todo convencida, pero le escuchaba con atención—. Eso es lo que significa ser un Natural, forma parte del don.

Su sobrina empezó a relajarse. La batalla había concluido y ella había ganado, por el momento.

—Entonces, ¿qué voy a hacer?

Macon tenía un aspecto tan patético como cuando yo estaba en quinto y mi padre entró en mi cuarto para contarme eso de que la cigüeña traía a los niños de París.

—El desarrollo de tus poderes quizá sea un periodo difícil. Tal vez haya algún libro sobre la materia. Si quieres, podemos ir a ver a Manan.

Hombre, claro. Alternativas y cambios. Guía actualizada para chicas Caster y Mi madre quiere matarme: libro de autoayuda para adolescentes.

Iban a ser unas semanitas bien largas.