31 de octubre
Halloween
LA BIBLIOTECA DEL CONDADO de Gatlin sólo permanecía cerrada durante los días festivos, es decir, el Día de Acción de Gracias, el de Navidad, el de Año Nuevo y el de Pascua. Por tanto, esos eran los únicos días que abría la biblioteca Caster, algo que Marian aparentemente no podía controlar.
—Tiene que ver con el condado. Como te he dicho, yo no soy la que impone las reglas. —Me pregunté de qué condado estaría hablando, de aquel donde había vivido toda mi vida o del que se me había ocultado hasta ese momento.
Sin embargo, Lena albergaba alguna esperanza. Por primera vez, era como si creyera de verdad que podría haber una manera de impedir lo que ella consideraba inevitable. Marian no podía darnos respuestas, pero nos daba seguridad en ausencia de las dos personas en las que más confiábamos, que, aunque no se habían ido a ninguna parte, las sentíamos muy lejos. No le dije nada a Lena, pero sin Amma yo estaba perdido. Y sin Macon, sabía que Lena ni siquiera encontraría el camino hacia estar perdida.
Marian nos dio algo más, las cartas de Ethan y Genevieve, tan viejas y delicadas que casi parecían transparentes, además de todo lo que mi madre y ella habían encontrado sobre ambos. Un buen montón de papeles guardados en una polvorienta caja de cartón, estampada de tal modo que parecía de madera. Aunque Lena disfrutaría estudiando la prosa —«los días sin ti se desangran uno tras otro hasta que el tiempo se convierte en otro de los obstáculos que tenemos que superar…»—, lo cierto es que lo único que parecía relatar era una historia de amor con un final realmente horrible o, más bien, realmente negro. Pero eso era todo lo que teníamos.
Ahora, lo que teníamos que hacer era averiguar lo que estábamos buscando. La aguja en el pajar o, en este caso, en la caja de cartón.
Así que hicimos lo único que podíamos hacer, es decir, comenzar a buscar.
Al cabo de dos semanas, había pasado más tiempo con Lena enfrascado en los papeles del guardapelo de lo que jamás me habría imaginado. Cuanto más leíamos, más nos parecía que se hablaba de nosotros mismos. Por la noche, nos quedábamos despiertos hasta tarde intentando resolver el misterio de Ethan y Genevieve, un mortal y una Caster, desesperados por encontrar una forma de estar juntos, contra todo pronóstico. En el colegio teníamos que enfrentarnos a ciertas dificultades para poder pasar como fuera otras ocho horas más en el Jackson y cada vez era más difícil. Y luego, todos los días había que inventar un nuevo plan para poderme llevar a Lena o que pudiéramos estar juntos. Especialmente si ese día era Halloween.
Halloween era un día de fiesta especialmente señalado en el Jackson. Para un chico, era de esperar que cualquier cosa que implicara tener que vérselas con ropas, saliera mal. Y además, luego estaba siempre la tensión de si estabas o no en la lista de invitados al fiestón anual de Savannah Snow. Pero este año el nivel de estrés se elevaba teniendo en cuenta que la chica por la que estaba loco era una Caster.
No tenía ni idea de qué debía esperar cuando Lena me recogió para ir al instituto un par de manzanas más allá de mi casa, protegido por una esquina de los ojos que Amma tenía en la nuca.
—No te has disfrazado —le dije, sorprendido.
—¿De qué me estás hablando?
—Pensé que te ibas a vestir de alguna manera especial. —Sabía que había quedado como un idiota un segundo más tarde de que las palabras salieran de mi boca.
—Oh, vaya, ¿creías que nosotros, los Caster, nos disfrazamos para Halloween y volamos por ahí montados en escobas? —Se echó a reír.
—No me refería…
—Siento haberte decepcionado. Sólo nos vestimos para cenar como cualquier otro día de fiesta.
—Así que también es fiesta para vosotros.
—Es la noche más sagrada del año y la más peligrosa… la más importante de las cuatro Celebraciones. Es nuestra versión de la Nochevieja, el final del año pasado y el comienzo del nuevo.
—¿Qué quieres decir con peligrosa?
—Mi abuela decía que era la noche en la que el velo que separa este mundo del Más Allá, del mundo de los espíritus, es más fino. Es una noche de poder dedicada al recuerdo.
—¿El Más Allá? ¿Te refieres a la vida más allá de la muerte?
—Algo así. Es el reino de los espíritus.
—Así que Halloween realmente va de espíritus y fantasmas.
Puso los ojos en blanco.
—Esta noche recordamos a los Caster que fueron perseguidos por ser diferentes. Hombres y mujeres a los que quemaron por usar sus dones.
—¿Te refieres a los juicios de las brujas de Salem?
—Supongo que es así como vosotros lo llamáis, pero hubo juicios a brujas por toda la costa este, no sólo en Salem. Incluso por todo el mundo. Los de Salem son los únicos que mencionan vuestros libros de texto. —Remarcó la palabra «vuestros» como si fuera algo sucio y, entre todos los días, quizá hoy fuera el más apropiado para eso.
Pasamos con el coche al lado del Stop & Steal. Boo estaba sentado al lado de la señal de stop en la esquina, esperando. Se nos acercó lentamente nada más ver el automóvil.
—Deberíamos subir al perro en el coche. Debe de estar reventado de seguirte día y noche.
Lena echó una ojeada por el espejo retrovisor.
—Nunca quiere subirse.
Sabía que llevaba razón, pero cuando me giré para mirarlo, habría jurado que asintió.
Descubrí a Link en el aparcamiento. Se había puesto una peluca rubia y un jersey azul con un parche de las Wildcats cosido. Incluso llevaba unos pompones en las manos. Tenía un aspecto espeluznante, incluso se parecía un poco a su madre. Este año, el equipo de baloncesto había decidido disfrazarse de animadoras del equipo. Con todo lo que tenía encima se me había pasado, o al menos eso fue lo que me dije a mí mismo. Me la iba a cargar por esto y Earl estaba esperando que le diera una razón para echarse encima de mí. Desde que había empezado a salir con Lena las colaba todas en la cancha, motivo por el cual ahora jugaba de pívot titular en vez de Earl, que no estaba precisamente feliz con el cambio.
Lena juraba que no había nada mágico en ello, al menos, no de magia Caster. Vino a verme jugar una vez y me apunté un tanto cada vez que tiré. El inconveniente era que la tuve en mi cabeza a lo largo de todo el partido, preguntándome miles de cosas sobre tiros libres, asistencias y la regla de los tres segundos. Estaba claro que jamás había visto un partido y esto era peor que llevar a las Hermanas a la feria del condado. Después de aquello evitó venir a otro. Sin embargo, tenía claro que ella escuchaba atentamente cuando jugaba. La podía sentir allí dentro.
Por otro lado, quizás ella era la razón por la que el equipo de las animadoras tuviera un año peor de lo habitual. Emily tenía muchos problemas para permanecer en lo alto de la pirámide Wildcats, aunque no le pregunté nada a Lena sobre el tema.
Hoy era un día difícil para reconocer a mis compañeros de equipo, a no ser que te acercaras lo suficiente para ver las piernas peludas y el vello facial. Link se nos acercó y, de cerca, tenía un aspecto aún peor. Había intentado ponerse maquillaje y se había embadurnado con pintalabios rosa. Se subió la falda, tirando de los tensos pantis que llevaba debajo.
—Eres un mierda —dijo, señalándome a través de una fila de coches—. ¿Dónde está tu disfraz? —Lo siento, tío. Lo olvidé.
—Chorradas. Simplemente, no te has querido poner toda esta mierda encima. Te conozco, Wate. Eres un gallina.
—Te lo juro, se me ha olvidado.
Lena le dedicó una sonrisa a Link.
—Creo que tienes un aspecto estupendo.
—No sé cómo las chicas podéis poneros toda esta basura en la cara. Pica que te cagas.
Lena puso mala cara. Ella nunca se ponía maquillaje; no tenía por qué.
—Ya sabes, no todas firmamos un contrato con Maybelline al cumplir los trece.
Link se dio unos golpecitos en la peluca y se arregló uno de los calcetines que llevaba debajo del jersey.
—Dile eso a Savannah.
Subimos los primeros escalones. Boo estaba sentado en el césped, al lado del asta de la bandera. Me pregunté cómo aquel perro podía haber llegado antes que nosotros al instituto, pero a estas alturas tenía claro que no merecía la pena molestarse con el tema.
Los pasillos estaban atestados. Parecía como si la mitad del colegio se hubiera saltado la primera clase. El resto del equipo de baloncesto andaba frente a la taquilla de Link, también vestidos de chicas, lo cual tenía su punto, pero no para mí.
—¿Dónde están tus pompones, Wate? —Emory me sacudió uno en la cara—. ¿Qué te pasa? ¿Es que esas patas tuyas de pollo no lucen bien con falda?
Shawn se puso el jersey.
—Te apuesto a que ninguna de las chicas del grupo de animadoras le ha querido prestar una falda. —Unos cuantos chicos se echaron a reír.
Emory me pasó un brazo por los hombros, inclinándose hacia mí.
—¿Eso ha sido, Wate? ¿O como sales con una chica que vive en la Mansión Encantada para ti es Halloween todos los días?
Le cogí de la parte de atrás del jersey. Uno de los calcetines que llevaba en el sujetador se cayó al suelo.
—¿Quieres que nos veamos ahora las caras, Em?
Él se encogió de hombros.
—Como quieras. Total, iba a pasar antes o después…
Link dio un paso y se interpuso entre nosotros.
—Señoras, señoras, estamos aquí para pasarlo bien. No querrás que te estropeen esa cara tan bonita, Em.
Earl sacudió la cabeza, empujando a Emory por el pasillo delante de él. Como era habitual, no dijo ni una palabra, pero yo conocía esa mirada. «No hay vuelta atrás como sigas por ese camino, Wate».
Si me había parecido que el equipo de baloncesto era la comidilla del instituto, era porque no había visto aún al grupo de animadoras de verdad. Según parecía, mis compañeros de equipo no eran los únicos que habían aparecido con un disfraz colectivo. Lena y yo las vimos cuando íbamos de camino hacia la clase de inglés.
—Mierda. —Link me dio un golpe en el brazo con el dorso de la mano.
—¿Qué?
Marchaban pasillo adelante en fila india: Emily, Savannah, Edén y Charlotte, seguidas por todos los miembros del equipo de animación de las Jackson Wildcats. Iban vestidas exactamente igual, con unas falditas negras ridículamente cortas, por supuesto, botas de punta también negras y gorros de bruja altos con la punta doblada, pero esa no era la peor parte. Sus largas pelucas negras se rizaban en tirabuzones desordenados. Su maquillaje también era negro, y justo debajo de los ojos derechos de todas había dibujadas minuciosamente unas exageradas lunas crecientes, la marca de nacimiento imposible de confundir. Para completar el efecto, llevaban escobas y simulaban barrerlos pies de la gente con gestos frenéticos mientras avanzaban en procesión por el pasillo.
¿Brujas? ¿En Halloween? Qué originales.
Le apreté la mano. Su expresión no se alteró, pero pude notar cómo temblaba entre mis dedos.
Lo siento, Lena.
Si supieran…
Esperé que el edificio empezara a temblar y las ventanas estallaran o algo parecido, pero no ocurrió nada. Lena simplemente permaneció allí en pie, furiosa.
La futura generación de las Hijas de la Revolución Americana se dirigió hacia nosotros. Yo decidí encontrarme con ellas a mitad de camino.
—¿Dónde está tu disfraz, Emily? ¿Se te ha olvidado que es Halloween?
Emily parecía confusa. Luego me sonrió, esa sonrisa pegajosa de alguien que está orgulloso de sí mismo en exceso.
—¿De qué me estás hablando, Ethan? ¿No es esto lo que te va ahora?
—Sólo estamos intentando que tu novia se sienta como en casa —dijo Savannah, mascando chicle.
Lena me lanzó una mirada de advertencia.
Déjalo, Ethan. Va a ser peor.
No me importa.
Puedo manejar esto.
Lo que te pasa a ti, me pasa también a mí.
Link se adelantó hasta colocarse a mi altura, tirándose de las medias.
—Hola, chicas, creí que íbamos a venir todos vestidos de brujas, pero vaya, eso ya lo hacemos todos los días, ¿no?
Lena sonrió a Link sin poder evitarlo.
—Cierra el pico, Wesley Lincoln. Le voy a decir a tu madre que andas por ahí con ese bicho raro y no te va a dejar salir de tu casa hasta Navidades. Sabéis lo que significa esa marca que tiene en la cara, ¿no? —Emily sonrió con suficiencia, señalando la marca de nacimiento de Lena y luego la que ella se había pintado en la mejilla—. Le llaman la marca de la bruja.
—¿Encontraste eso anoche en Internet? Eres todavía más idiota de lo que pensaba. —Solté una carcajada.
—Tú eres el idiota. Eres tú el que sale con ella.
Me estaba ruborizando, la última cosa que quería que ocurriera. No quería mantener esta conversación delante de todo el instituto, eso sin mencionar el hecho de que no tenía ni idea de si Lena y yo estábamos saliendo de verdad o no. Nos habíamos besado una vez y siempre estábamos juntos, de una manera u otra, pero ella no era mi novia, o al menos yo no pensaba que lo fuera, incluso aunque yo creyera haberle oído decir eso el día del Encuentro. ¿Qué podía hacer? ¿Pedirle que saliera conmigo? Quizás era de ese tipo de cosas que si tienes que pedirlas es porque la respuesta es no. Había una parte en ella que parecía apartarse de mí, una parte a la que yo no conseguía llegar.
Emily me pinchó con el extremo de su escoba. Seguro que el concepto «clavar la estaca directamente en el corazón» le molaba en ese momento un montón.
—Emily, ¿por qué no os tiráis todas por la ventana? A ver si voláis. O no.
Entrecerró los ojos.
—Espero que disfrutéis esta noche sentaditos en casa y juntitos mientras el resto del instituto está en la fiesta de Savannah. Estas serán las últimas vacaciones que ella pase en el Jackson. —Se dio la vuelta y se dirigió pasillo abajo hacia su taquilla, seguida por Savannah y sus adláteres.
Link estaba bromeando con Lena, intentando animarla, lo cual no era muy complicado, considerando el aspecto tan ridículo que tenía. Como yo solía decir, siempre se podía contar con Link.
—Me odian de verdad. Esto no se va a acabar nunca, ¿no? —Suspiró Lena.
Link empezó a dar saltos imitando el grito de las animadoras y moviendo los pompones.
—Te odian de verdad, claro que sí. Si odian a todo el mundo, ¿por qué a ti no?
—Estaría más preocupado si les gustaras. —Me incliné y pasé el brazo por su hombro con cierta torpeza, o al menos lo intenté, porque se dio la vuelta y mi brazo apenas le rozó el hombro. Qué bien.
Aquí no.
¿Por qué no?
Va a ser peor para ti.
Soy masoquista.
—Ya está bien de hacer de PDA. —Link me dio un codazo en las costillas—. Vas a hacer que me sienta fatal, ahora que he conseguido quedarme sin citas otro año entero. Llegamos tarde a la clase de inglés y me voy a quitar esos pantis por el camino. En serio, esto me está espachurrando.
—Tengo que pararme en la taquilla para coger el libro —dijo Lena y el cabello comenzó a rizarse sobre sus hombros. Sospechaba algo, pero no dije nada.
Emily, Savannah, Charlotte y Edén permanecían frente a sus taquillas, acicalándose ante los espejos que colgaban en el interior de las puertas. La de Lena estaba un poco más allá.
—Ignóralas y ya está —le aconsejé.
Emily se estaba frotando la mejilla con un kleenex. La marca negra con forma de luna estaba adquiriendo un color más oscuro y se estaba extendiendo cada vez más en lugar de desaparecer.
—Charlotte, ¿tienes desmaquillador?
—Claro.
Emily se restregó la mejilla unas cuantas veces más.
—No se quita. Savannah, creía que habías dicho que esto salía con un poco de agua y jabón.
—Así es.
—Entonces, ¿por qué no sale? —Emily cerró de un portazo la taquilla cabreada.
El drama captó la atención de Link.
—¿Qué están haciendo esas cuatro ahí?
—Parece que tienen algún problema —comentó Lena, inclinándose sobre su taquilla.
Savannah intentó borrar la luna negra de su mejilla.
—La mía tampoco se quita. —La luna se había extendido hasta casi cubrirle la mitad de la cara—. Tengo el lápiz aquí.
Emily sacó el bolso de la taquilla y rebuscó algo dentro.
—Olvídalo. Tengo el mío en el bolso.
—¿Pero qué…? —Savannah sacó algo del suyo.
—¿Has usado un marcador Sharpie? —rio Emily.
Savannah lo sostuvo delante de ella.
—Pues claro que no. No tengo ni idea de cómo ha llegado hasta aquí.
—Pero qué cortita eres. Esto no se te va a quitar antes de la fiesta de esta noche.
—No puedo llevar esto en la cara toda la noche, voy vestida de diosa griega, de Afrodita. Me arruinará por completo el disfraz.
—Deberías haber tenido más cuidado. —Emily rebuscó un poco más en su bolsito plateado hasta que lo dejó caer en el suelo delante de la taquilla y salieron rodando el brillo de labios y los pintauñas—. No lo encuentro. Se supone que estaba aquí.
—¿De qué estáis hablando? —preguntó Charlotte.
—El maquillaje que usé esta mañana no está aquí. —A esas alturas, Emily había empezado a llamar la atención de todos y la gente comenzó a detenerse para observar lo que estaba ocurriendo. En ese momento, salió rodando otro marcador Sharpie del bolsito.
—¿Tú también has usado ese marcador?
—¡Pues claro que no! —gritó Emily, frotándose la cara frenéticamente, aunque sólo consiguió que la luna negra se ennegreciera y se extendiera aún más—. Pero ¿qué demonios está pasando?
—Estoy segura de que yo sí tengo el mío —dijo Charlotte, y abrió el pestillo de la puerta de su taquilla. Se quedó allí quieta unos segundos, mirando fijamente el interior.
—¿Qué está pasando? —increpó Savannah, y en ese momento Charlotte sacó la mano de la taquilla con un Sharpie en la mano.
Link sacudió los pompones.
—¡Las animadoras molan!
Miré a Lena.
¿Un Sharpie?
Se le dibujó en la cara una sonrisa traviesa.
Creía que me habías dicho que no podías controlar tus poderes.
La suerte del principiante.
Al final del día, todo el Jackson hablaba del equipo de animadoras. Aparentemente, todas las chicas que se habían vestido como Lena se las habían apañado para usar un marcador Sharpie en vez de un lápiz de ojos para pintarse una estúpida luna creciente en la cara. Las animadoras. Los chistes fueron infinitos.
Durante los siguientes días, todas tendrían que ir de un lado a otro por instituto y por el pueblo, a cantar en el coro juvenil de la iglesia y animar los partidos con las mejillas marcadas con el Sharpie hasta que se les borrara. A la señora Lincoln y a la señora Snow les iba a dar un ataque.
Yo lo único que deseaba era estar presente cuando ocurriera.
Acompañé a Lena al coche después de las clases, lo cual sólo era una excusa para poder cogerla de la mano un poco más. Las intensas sensaciones físicas que experimentaba al tocarla no tenían el efecto disuasorio que era de esperar. No importaba lo que fuera, que me quemará, me salieran sarpullidos o me aturdiera la descarga de un rayo, tenía que estar cerca de ella como fuera. Era como comer o respirar, algo ante lo que no tenía elección. Y esto me daba más miedo que todos los Halloweens del mundo. Iba a acabar conmigo.
—¿Qué vas a hacer esta noche? —Mientras hablaba, se pasó la mano por el pelo sin darse cuenta. Se había sentado en el capó del coche y yo permanecía de pie delante de ella.
—Pensé que podrías pasarte por mi casa y quedarnos allí para abrirle la puerta a los chicos cuando vengan con lo de «truco o trato». Y puedes ayudarme a vigilar el césped para asegurarnos de que nadie se pone ahí a quemar cruces. —Intenté no pensar con demasiada claridad en el resto de mi plan, que implicaba a Lena, nuestro sofá, ver películas antiguas y Amma fuera de casa durante toda la noche.
—No puedo. Es una de las Celebraciones. Vienen parientes de todas partes. El tío Macon no me dejará estar fuera de casa ni cinco minutos y eso sin mencionar el peligro. Jamás abriría la puerta a un extraño en una noche con tanto poder Oscuro.
—Jamás lo había visto desde ese punto de vista.
Claro, hasta ahora.
Amma estaba a punto de marcharse cuando yo llegué a casa. Estaba guisando pollo en la cocina y amasando un bizcocho con las manos «de la única manera en que hace bizcochos una mujer que se respeta a sí misma». Miré la cacerola con suspicacia, preguntándome si esa comida iba a ser para nuestra cena o para la de los Notables.
Pellizqué un poco de masa y me cogió la mano.
—D.E.S.V.A.L.I.J.A.D.O.R. —Sonreí.
—Pues por eso, mantén tus manos ladronas fuera de mi bizcocho, Ethan Wate. Tengo gente hambrienta a la que alimentar. —Supuse que no sería yo quien comería pollo y bizcocho esta noche.
Amma siempre regresaba a su casa la noche de Halloween. Decía que era una noche especial para ir a la iglesia, pero mi madre solía decir que era una buena noche para hacer negocio. ¿Qué día podía haber mejor para que te leyeran las cartas? No tendría el mismo montón de gente en Pascua o el día de San Valentín.
Pero a la luz de los hechos recientes, me pregunté si no habría alguna otra razón. A lo mejor también era una noche apropiada para leer los huesos de pollo en el cementerio. No se lo podía preguntar, pero no estaba seguro y quería saberlo. Echaba de menos a Amma, charlar con ella con franqueza y confiar en ella. No dejaba ver si ella sentía que las cosas habían cambiado entre nosotros. Quizá lo achacaba a que estaba creciendo y a lo mejor esa era la verdad.
—¿Vas a ir a esa fiesta a la casa de los Snow?
—No, este año me quedaré en casa.
Alzó una ceja, aunque no preguntó nada. Ella ya sabía el motivo por el cual no iba a ir.
—Tú sabrás lo que haces, atente a las consecuencias.
No contesté nada. Ya sabía que ella no esperaba respuesta.
—Me estoy preparando para irme dentro de unos minutos. Ábreles la puerta a los chavales que vengan por aquí. Tu padre está ocupado trabajando. —Claro, como si mi padre fuera a salir de su exilio autoimpuesto para abrirle la puerta a los del «truco o trato».
—Vale.
Abrí las bolsas de caramelos que había en el vestíbulo y las volqué sobre un gran bol de cristal. No podía quitarme de la cabeza las palabras de Lena. «Una noche con tanto poder Oscuro». Recordé a Ridley de pie ante su coche, en el Stop & Steal, con todas aquellas piernas y aquella sonrisa empalagosa. Era evidente que distinguir fuerzas Oscuras no era uno de mis talentos ni decidir a quién abrirle o no la puerta. Cuando la chica en la que no puedes dejar de pensar es una Caster, Halloween adquiere un sentido completamente distinto. Me quedé mirando el bol de cristal que tenía en las manos, abrí la puerta, lo coloqué en el porche y me volví adentro.
Mientras me acomodaba para ver El resplandor, me di cuenta de que echaba de menos a Lena. Dejé que mi mente divagara, porque casi siempre encontraba la forma de acercarme a ella de esa manera, pero no la encontré. Me quedé dormido en el sofá esperando que ella soñara conmigo o algo similar.
Alguien llamó a la puerta y me despertó. Miré el reloj. Eran casi las diez, demasiado tarde para los chavales del «truco o trato».
—¿Amma?
No hubo respuesta. Volvieron a llamar.
—¿Eres tú?
El cuarto de estar estaba a oscuras y sólo parpadeaba la luz procedente de la televisión. En El resplandor, el padre destrozaba la puerta de la habitación del hotel con el hacha ensangrentada para atacar a su familia. No era el momento más apropiado para abrir ninguna puerta, especialmente la noche de Halloween. Sonó de nuevo otro golpe.
—¿Link?
Apagué la televisión y miré a mi alrededor para coger algo para defenderme, pero no encontré nada. Al final, cogí una vieja videoconsola que estaba tirada en el suelo entre un montón de videojuegos. No es que fuera un bate de béisbol, pero al menos era un trasto de antigua y sólida tecnología japonesa de la vieja escuela. Debía de pesar por lo menos cinco kilos. La alcé sobre mi cabeza y di un paso hacia la pared que separaba el cuarto de estar del vestíbulo. Otro paso más y moví apenas un milímetro la cortina de encaje que cubría la puerta acristalada.
No podía ver nada en la oscuridad puesto que el porche no estaba iluminado. Sin embargo, habría reconocido en cualquier sitio aquella camioneta de color beis que estaba aparcada enfrente de casa con el motor en marcha. Ella solía decir que era de color «arena del desierto». Era la madre de Link, con un plato de brownies. Yo aún sujetaba la consola entre las manos. Si Link estuviera mirándome, no llegaría a ver amanecer ese día.
—Un momento, señora Lincoln. —Encendí la luz del porche y corrí el cerrojo de la puerta, pero esta continuó cerrada cuando intenté abrirla. Comprobé el cerrojo otra vez, pero seguía estando echado, incluso aunque yo creía haberlo quitado.
—¿Ethan?
Intenté quitarlo de nuevo, pero volvió a cerrarse con un golpe brusco antes de que pudiera apartar la mano.
—Señora Lincoln, lo siento, pero no consigo abrir la puerta.
Dejé caer contra ella todo mi peso haciendo malabarismos con la consola. Algo cayó justo ante mis pies y me agaché para cogerlo. Era ajo, envuelto en uno de los pañuelos de Amma. Era de suponer que se trataba de algo así, puesto que era una de sus pequeñas tradiciones del día de Halloween y los colocaba en las puertas y en los alféizares de las ventanas.
Sin embargo, algo evitaba que pudiera abrir la puerta, una fuerza parecida a la que me abrió la puerta del estudio hacía unos cuantos días. ¿Cuántas cerraduras en casa funcionaban a su antojo? ¿Qué estaba pasando?
Forcé el cerrojo una vez más y le di a la puerta un último empujón. Se abrió de golpe, dando con fuerza en la pared. La señora Lincoln apareció recortada por la luz que la iluminaba desde atrás, una figura oscura a la tenue luz de un farol. La silueta era algo difusa.
Se quedó mirando la consola que tenía en las manos.
—Todos esos videojuegos te van a pudrir la mente, Ethan.
—Sí, señora.
—Te he traído algunos brownies. Una ofrenda de paz. —Me los dio con expectación, en ese momento tenía que decirle que entrara. Había una fórmula para todo, supongo que habría que llamarlo modales, hospitalidad sureña, pero ya lo había hecho con Ridley y no había ido nada bien. Vacilé—. ¿Qué hace usted esta noche en la calle, señora Lincoln? Link no está aquí.
—Claro que no. Está en casa de los Snow, que es donde todos los miembros íntegros del alumnado del instituto Jackson tienen la suerte de estar. Me ha costado una buena cantidad de llamadas conseguir la invitación teniendo en cuenta su reciente comportamiento.
No terminaba de pillarlo. Conocía a la señora Lincoln de toda la vida y siempre había sido una tipa algo peculiar. Siempre había estado ocupada sacando libros de las estanterías de la biblioteca, expulsando profesores de las escuelas y arruinando reputaciones en una sola tarde. Pero ahora era distinto, porque la cruzada contra Lena era diferente. La señora Lincoln antes había actuado en función de sus convicciones, pero ahora esto era algo personal.
—¿Señora Lincoln?
Parecía nerviosa.
—Te he hecho unos brownies. Creo que debería entrar para que charlásemos un poco. No tengo nada en contra de ti, Ethan. No es culpa tuya que esa chica esté empleando su maldad contra ti. Tú deberías estar en la fiesta con tus amigos, con los chicos del pueblo. —Me volvió a ofrecer los brownies, llevaban una capa doble de trocitos de empalagoso chocolate, lo primero a lo que íbamos todos cuando tenía lugar la venta de pasteles de la iglesia baptista. Yo me había criado con esos brownies—. ¿Ethan?
—Señora.
—¿Puedo pasar?
No moví un solo músculo y aferré la consola con más fuerza. Me quedé mirando a los brownies y de repente se me quitó el hambre por completo. No había ni una pizca de esa mujer ni de ese plato que fueran bienvenidos en mi casa. Mi casa, como Ravenwood, comenzaba a tener voluntad propia y ni yo ni la casa queríamos dejarla entrar.
—No, señora.
—¿Qué es esto, Ethan?
—No, señora.
Entrecerró los ojos. Empujó el plato en mi dirección, como si fuera a entrar de todas maneras, pero salió despedida hacia atrás como si se hubiera golpeado contra una pared invisible. Vi cómo el plato se inclinaba y caía lentamente hasta romperse en mil añicos de cerámica y chocolate sobre nuestro alegre felpudo de Halloween. Amma se iba a agarrar un buen cabreo por la mañana.
La señora Lincoln bajó los escalones del porche de espaldas, con cautela, y luego desapareció en el interior oscuro del viejo «arena del desierto».
¡Ethan!
La voz me arrancó del sueño, así que debía de haberme quedado dormido. La maratón de películas de terror se había terminado y la pantalla de la televisión había adquirido un llamativo color gris.
¡Tío Macon! ¡Ethan! ¡Ayudadme!
Lena estaba gritando en algún lugar. Percibía el terror en su voz y mi cabeza latía al ritmo de su dolor hasta que durante un instante olvidé dónde me encontraba.
¡Por favor, que alguien me ayude!
La puerta principal se abrió de pronto, oscilando y dando golpes con el impulso del viento. El sonido reverberó en las paredes, como si fuera un disparo.
¡Creí que dijiste que aquí estaría a salvo!
Ravenwood.
Cogí las llaves del viejo Volvo y salí disparado.
No recuerdo cómo conseguí llegar a Ravenwood, pero sí que estuve a punto de salirme de la carretera unas cuantas veces. Apenas podía enfocar la vista. Lena sentía un dolor tan intenso y nuestra conexión era tan íntima que casi me desmayé al compartir lo que ella sentía.
Y el grito.
Sólo pensaba en su grito, desde el momento en que me había despertado hasta el momento en que presioné la luna creciente y entré en la mansión Ravenwood.
Cuando la puerta se abrió de un portazo, comprobé que la casa se había vuelto a transformar una vez más. Esta noche tenía el aspecto de una especie de castillo antiguo. Los candelabros arrojaban extrañas sombras sobre la muchedumbre de invitados, ataviados con túnicas, vestidos largos y chaquetas negras que superaban en mucho a los que habían acudido al Encuentro.
¡Ethan! ¡Corre! No puedo soportarlo…
—¡Lena! —aullé—. ¡Macon! ¿Dónde está?
Nadie se dignó mirar en mi dirección. No reconocí a nadie, aunque el vestíbulo principal estaba atestado de invitados que iban de unas habitaciones a otras como fantasmas en una cena encantada. No eran de por aquí, al menos no de los últimos cien años. Vi hombres con kilts oscuros y toscas ropas célticas y mujeres con corsés. Todo estaba sumido en la oscuridad y envuelto en sombras.
Me abrí camino a empujones entre lo que parecía un grandioso salón de baile. No me encontré a nadie, ni a la tía Del, ni a Reece, ni siquiera a la pequeña Ryan. Las velas chisporroteaban en las esquinas de la habitación, y lo que parecía una orquesta translúcida de extraños instrumentos musicales se definía y desdibujaba tocando solos mientras las enigmáticas parejas giraban y se deslizaban por el suelo de piedra. Los bailarines no parecían ser conscientes de mi presencia.
La música era claramente para Caster, conjuraba sus propios hechizos, sobre todo, los instrumentos de cuerda. Escuché un violín, una viola y un chelo. Llegué casi a percibir la telaraña que giraba de un bailarín a otro y cómo los movía en una dirección u otra, como si siguiera un patrón deliberado y todos fueran parte de un diseño preestablecido. Y yo no pertenecía a él.
Ethan…
Tenía que encontrarla.
Sentí un repentino ataque de dolor. Su voz se iba debilitando. Tropecé y me agarré al hombro del invitado que tenía más cerca, iba vestido con una toga. Nada más tocarlo, el sufrimiento de Lena fluyó a través de mí y llegó a él.
—¡Macon! —grité con toda la fuerza de mis pulmones.
Vi a Boo Radley al pie de las escaleras, como si me estuviera esperando. Sus redondos ojos humanos parecían aterrorizados.
—¡Boo! ¿Dónde está Lena? —El perro me miró y entreví los acerados ojos grises, nublados, de Macon Ravenwood; al menos juraría que me pareció verlos. Entonces se dio media vuelta y comenzó a correr. Le seguí, o al menos creí que lo hacía, subiendo a la carrera las escaleras en espiral de lo que ahora parecía ser el castillo Ravenwood. Al llegar al primer piso se detuvo y me esperó y después salimos corriendo hacia una habitación oscura al final del pasillo. Viniendo de Boo, eso era toda una invitación.
Ladró y dos enormes puertas de roble se abrieron solas. Estábamos tan lejos de la fiesta que no se escuchaba la música ni la conversación de los invitados. Era como si hubiéramos entrado en un tiempo y un espacio distintos. Incluso el castillo parecía estar transformándose bajo mis pies, pues la roca crujía y las paredes se enfriaban y cubrían de musgo. Las luces se habían convertido en antorchas y colgaban de las paredes.
Yo sabía mucho de cosas antiguas, el mismo Gatlin lo era y había crecido rodeado por objetos de otros tiempos. Pero esto era distinto. Como Lena había dicho, un Año Nuevo, una noche fuera del tiempo.
Cuando entramos en la cámara principal, me quedé paralizado. La habitación se abría hacia el firmamento, como si fuera un invernadero. El cielo que nos cubría era negro, el más negro que había visto en toda mi vida. Era como si estuviéramos en el centro de una terrible tormenta, aunque la habitación estaba en silencio.
Lena yacía sobre una pesada mesa de piedra, acurrucada en posición fetal. Estaba chorreando, empapada en su propio sudor y retorciéndose de dolor. Estaban todos rodeándola: Macon, la tía Del, Barclay, Reece, Larkin, incluso Ryan y una mujer que no reconocí, todos con las manos unidas formando un círculo.
Tenían los ojos abiertos, pero no veían nada, ni siquiera se dieron cuenta de que había entrado en la habitación. Vi que movían la boca, mascullando algo. Cuando di unos pasos para acercarme a Macon, me di cuenta de que hablaban en una lengua desconocida. No estaba seguro del todo, pero había pasado el tiempo suficiente con Marian como para intuir que aquello era latín.
Sanguis sanguinis mei, tutela tua est.
Sanguis sanguinis mei, tutela tua est.
Sanguis sanguinis mei, tutela tua est.
Sanguis sanguinis mei, tutela tua est.
Sólo se escuchaba un murmullo quedo, un canto. Ya no se oía a Lena. Sentía la cabeza vacía, como si se hubiera ido.
¡Lena! ¡Contéstame!
Nada. Sólo yacía allí, gimiendo débilmente, retorciéndose despacio como si intentara desprenderse de su propia piel. Seguía sudando y el sudor se mezclaba con sus lágrimas.
Del rompió el silencio, histérica.
—¡Macon, haz algo! No está funcionando.
—Estoy intentándolo, Delphine. —Había algo en su voz que jamás había escuchado antes: miedo.
—No lo entiendo. Hemos Vinculado juntos este lugar. Esta casa es el único lugar donde se supone que está a salvo. —La tía Del miró a Macon en busca de respuestas.
—Estábamos equivocados. Este no es un puerto seguro para ella —dijo una bella mujer que lucía tirabuzones de pelo negro y que podría tener la edad de mi abuela. Llevaba varios collares de cuentas en el cuello, unos sobre otros, y elaborados anillos de plata en los pulgares. Tenía el mismo aspecto exótico de Marian, como si procediera de algún lugar muy lejos de aquí.
—Eso no lo sabes, tía Arelia —le increpó Del, volviéndose hacia Reece—. ¿Qué está sucediendo? ¿Ves algo?
Los ojos de Reece estaban cerrados, y las lágrimas surcaban su rostro.
—No puedo ver nada, mamá.
El cuerpo de Lena se agarrotó y gritó; en realidad, sólo abrió la boca y pareció como si estuviera gritando, aunque no emitió sonido alguno. No lo entendía.
—¡Haced algo! ¡Ayudadla! —grité a mi vez.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¡Vete! Esto no es seguro —advirtió Larkin. La familia reparó por primera vez en mi presencia.
—¡Concéntrate! —La voz de Macon sonó desesperada y se alzó sobre las demás, cada vez más alto, hasta que se convirtió en un alarido…
Sanguis sanguinis mei, tutela tua est.
Sanguis sanguinis mei, tutela tua est.
Sanguis sanguinis mei, tutela tua est.
¡Sangre de mi sangre, tuya es la protección!
Los miembros del círculo tensaron los brazos para darle más fuerza, pero no funcionó. Lena seguía chillando silenciosos gritos de terror. Esto era mucho peor que los sueños, pues era real. Y si ellos no podían detenerlo, yo sí que lo haría. Corrí hacia ella, y entré en el círculo bajo los brazos de Reece y Larkin.
—¡Ethan, no!
Al penetrar en el interior lo escuché. Era un aullido siniestro, inquietante, como si fuera la voz del mismo viento. ¿O era en verdad una voz? No podía estar seguro. Aunque estaba apenas a unos metros de la mesa donde ella yacía, parecía como si estuviera a miles de kilómetros. Algo intentaba empujarme hacia atrás, algo más poderoso que cualquier otra cosa que hubiera experimentado hasta ese momento, con más fuerza que cuando Ridley extrajo la vida de mi cuerpo. Empujé contra aquello con todas mis fuerzas.
¡Ya voy, Lena! ¡Aguanta!
Lancé mi cuerpo hacia delante, estirándome, como lo había hecho antes en mis sueños. El negro abismo del cielo comenzó a girar.
Cerré los ojos y avancé hasta que nuestros dedos se rozaron apenas.
Escuché su voz.
Ethan. Yo…
El aire que había dentro del círculo nos azotó con violencia, como si fuera un torbellino. Giraba hacia el cielo, si aquello podía llamarse así, hacia la negrura. Hubo una ola, como una explosión, que impactó contra el tío Macon, la tía Del y contra todos ellos, proyectándolos hacia las paredes. Al mismo tiempo, el aire que giraba en espiral dentro del círculo roto fue absorbido por la negrura que había sobre nosotros.
Y entonces todo terminó. El castillo se disolvió hasta convertirse en un desván normal, con una ventana como todas que se agitaba abierta bajo el alero. Lena yacía en el suelo, una maraña de pelo y extremidades, inconsciente, pero aún respiraba.
Macon se levantó del suelo y se me quedó mirando, aturdido. Entonces se dirigió hacia la ventana y la cerró de un golpe.
La tía Del me miró con las lágrimas aún corriéndole por el rostro.
—Si no lo hubiera visto con mis propios ojos…
Me arrodillé al lado de Lena. No se podía mover, ni hablar, pero estaba viva. La percibía, un latido tenue palpitaba en su muñeca. Dejé caer la cabeza a su lado. Era todo lo que podía hacer para no derrumbarme.
La familia de Lena nos rodeó lentamente, un círculo oscuro que parloteaba sobre mi cabeza.
—Te lo dije. El chico tiene poderes.
—Eso no es posible. Es un mortal. No es uno de nosotros.
—¿Y cómo puede un mortal romper un Círculo Sanguinis? ¿Cómo puede un mortal protegerse de un Mentem Interficere tan poderoso que hasta ha conseguido Desvincular Ravenwood?
—No lo sé, pero tiene que haber una explicación. —Del alzó la mano sobre su cabeza—. Envico, cotineo, colligo, includo. —Abrió los ojos—. La casa aún está Vinculada, Macon. Lo siento, pero ha conseguido acercarse a Lena de todos modos.
—Claro que lo ha hecho. No podemos evitar que venga a por la niña.
—Los poderes de Sarafine crecen día a día. Reece la ve cuando mira a los ojos de Lena. —La voz de Del sonó temblorosa.
—Nos ha golpeado aquí mismo, esta noche. Se ha apuntado un tanto.
—¿Y cuál es ese tanto, Macon?
—Que puede hacerlo.
Sentí una mano en mi sien. Me acarició, deslizándose por mi frente. Intenté hacerle caso, pero la mano me dio sueño. Quería arrastrarme a casa para llegar hasta mi cama.
—O que no puede. —Alcé la mirada. Arelia me frotaba las sienes, como si fuera un pobre gorrión herido. Fui consciente de que sentía lo que había en mi interior. Buscaba algo, hurgaba en mi mente como si buscara un botón perdido o un viejo calcetín—. Ha sido una estúpida y ha cometido un grave error. Hemos descubierto lo único que necesitábamos saber —comentó la mujer.
—¿Así que estás de acuerdo con Macon? ¿El chico tiene poderes? —La voz de Del sonaba cada vez más histérica.
—Tenías razón antes, Delphine. Debe de haber alguna otra explicación. Él es mortal y todo lo que sabemos es que los mortales no poseen poderes por sí mismos —la increpó Macon, como si estuviera intentando convencerse a sí mismo, al igual que a los demás.
Pero yo empezaba a preguntarme si no sería verdad. Se lo había dicho a Amma en el pantano, que yo tenía alguna clase de poder. No entendía nada. No era uno de ellos, por lo que yo sabía. No era un Caster.
Arelia alzó la mirada hacia Macon.
—Puedes Vincular la casa todo lo que quieras, Macon. Pero yo soy tu madre y te digo que puedes traer aquí a todos los Duchannes y Ravenwood y hacer el círculo tan grande como este condado de mala muerte si quieres. Formula todas las Vinculaciones que quieras. No es la casa lo que la protege, sino el chico. Jamás había visto nada igual. Ningún hechicero puede interponerse entre ellos.
—Así que es eso lo que crees. —Macon lo dijo enfadado, pero no desafió a su madre. Yo estaba demasiado cansado para que me importara. Apenas podía levantar la cabeza.
Escuché a Arelia susurrar algo en mi oído. Sonó como si hablara latín de nuevo, pero las palabras sonaban distintas.
Cruor pectoris mei, tutela tua est!
¡Sangre de mi corazón, tuya es la protección!