10 de octubre

El jersey rojo

APENAS ME HABÍA METIDO en la cama cuando salió el sol, y notaba el cansancio hasta en el tuétano de los huesos, como diría Amma. Ahora estaba esperando a Link en la esquina. Aunque era un día soleado, me sentía como si se proyectara una sombra sólo sobre mí. Y estaba muerto de hambre. No había sido capaz de enfrentarme a Amma en la cocina por la mañana. Con sólo una mirada a mi rostro habría averiguado todo lo que había visto la noche anterior y lo que había sentido, y no podía arriesgarme a eso.

No sabía qué pensar. Amma, en la que confiaba más que en nadie, al igual que en mis padres, o quizá más aún, me estaba ocultando muchas cosas. Que conocía a Macon, y que ambos querían separarnos a Lena y a mí. Todo aquello tenía que ver con el guardapelo y el cumpleaños de Lena. Y era una situación peligrosa.

No podía encajar todas las piezas, al menos, yo solo. Tenía que hablar con Lena y en eso era en lo único en que podía pensar. Así que no me sorprendí cuando el coche fúnebre dio la vuelta a la esquina en vez del Cacharro.

—Creo que me has oído. —Me deslicé en el asiento, dejando caer la mochila en el suelo, delante de mí.

—Oír, ¿qué? —Sonrió, con una cierta timidez, y puso su bolso en el asiento—. ¿Que he oído que te gustan los donuts? Se escuchaba rugir tu estómago desde el mismísimo Ravenwood.

Nos miramos el uno al otro algo cohibidos. Lena bajó la mirada, avergonzada, y quitó un trozo de hilo del suave jersey rojo que llevaba puesto, cuya pinta era de algo que podrían haber encontrado las Hermanas en alguna parte de su desván. Conociendo a Lena, seguro que no era del centro comercial de Summerville.

¿Rojo? ¿Desde cuándo usaba algo rojo?

Ella no parecía sentir como si se le hubiera nublado el día, si no todo lo contrario, como si se le acabara de despejar. No me había escuchando ningún pensamiento, ni sabía nada de Amma ni de Macon. Sólo quería verme. Supuse que alguna cosa de las que dije la noche anterior había surtido efecto. A lo mejor quería que nos diéramos una oportunidad. Sonreí y abrí el paquete.

—Espero que tengas hambre. He tenido que pelearme con el policía gordo para traértelos. —Apartó el coche del bordillo.

—¿Así que te ha apetecido venir a recogerme para ir al instituto? —Esto era algo nuevo.

—No. —Bajó la ventana y la brisa matutina hizo ondear su pelo. Hoy, sólo era el viento.

—¿Tienes algo mejor en mente?

Se le iluminó la cara.

—Pero, vamos, ¿cómo puede haber algo mejor que pasar un día como este en el instituto Stonewall Jackson? —Estaba contenta. Cuando hizo girar el volante, observé su mano. No había marcas de tinta, ni números, ni cumpleaños. Hoy no le preocupaba nada.

120. Yo sí lo sabía, como si estuviera escrito con tinta invisible en mi propia mano. Ciento veinte días hasta que ocurriera aquello que tanto temían Macon y Amma.

Miré por la ventanilla cuando nos dirigimos hacia la Route 9 y deseé que ella pudiera quedarse sólo un poco más. Cerré los ojos y volví a repasar el cuaderno de baloncesto en mi mente. Bloqueo directo, doble poste alto, doblar al hombre y presión a toda pista.

Cuando llegamos a Summerville ya tenía idea de hacia dónde nos dirigíamos. Sólo había un lugar al que los chicos como nosotros íbamos, aparte de las tres últimas filas del Cineplex.

El coche atravesó el suelo cubierto de polvo hasta llegar a la parte de atrás del depósito del agua, en los límites ya del campo.

—¿Vas a aparcar aquí? ¿Seguro? ¿En el depósito del agua? ¿Ahora? —Link no se iba a creer esto en la vida.

Apagó el motor. Teníamos las ventanillas bajadas y todo estaba en paz, tranquilo; la brisa entraba por la suya y salía por la mía.

¿No es aquí donde viene la gente?

Bueno, no. La gente como nosotros, no. Y no en mitad de un día de clase.

Por una vez, ¿no podemos ser como ellos? ¿Siempre tenemos que ser como somos?

Me gusta como somos.

Lena se soltó el cinturón de seguridad, luego me lo quitó a mí y se sentó en mi regazo. La sentí cálida y alegre.

¿Así que esto es lo que hace la gente cuando aparca aquí?

Soltó una risita y alzó el brazo para apartarme el pelo de los ojos.

—¿Qué es esto?

Le cogí el brazo derecho. De la muñeca le colgaba el brazalete que Amma le había dado a Macon la noche anterior en el pantano. Se me encogió el estómago y supe que el humor de Lena iba a cambiar. Tenía que contárselo.

—Me lo dio mi tío.

—Quítatelo. —Le di la vuelta al cordel para buscar el nudo.

—¿Qué? —Su sonrisa se desvaneció—. ¿De qué estás hablando?

—Quítatelo.

—¿Por qué? —Apartó el brazo.

—Anoche ocurrió algo.

—¿Qué pasó?

—Después de que regresara a casa seguí a Amma hasta Wader’s Creek, donde vive ella. Se escabulló de nuestra casa a medianoche para encontrarse con alguien en el pantano.

—¿Con quién?

—Con tu tío.

—¿Y qué estaban haciendo allí? —Su rostro se volvió del color blanco de la tiza. Estaba seguro de que la sesión de aparcamiento había terminado.

—Estaban hablando de ti, de nosotros. Y del guardapelo.

Ahora sí que prestaba atención.

—¿Qué hay del guardapelo?

—Es una especie de talismán Oscuro, sea eso lo que sea, y tu tío le dijo a Amma que yo no lo había enterrado. Se pusieron furiosos.

—¿Cómo saben ellos que es un talismán?

Empezaba a enfadarme de veras. No parecía estar concentrándose en el meollo del asunto.

—¿Y cómo es que ellos se conocen? ¿Tú tenías alguna idea de que tu tío conociera a Amma?

—No. No sé a cuánta gente conoce él.

—Lena, estaban hablando de ti y de mí. Querían mantener el guardapelo lejos de nosotros y separarnos. Tengo la sensación de que piensan que yo soy una especie de amenaza. Como si me estuviera metiendo en medio de algo. Tu tío piensa…

—¿Qué?

—Cree que tengo algún tipo de poder.

Se echó a reír en alto, lo cual me molestó aún mucho más.

—¿Y por qué iba a pensar eso?

—Porque fui con Ridley a Ravenwood. Dice que tengo el poder de hacerlo.

Frunció el ceño.

—Lleva razón. —Pero esa no era la respuesta que yo estaba esperando.

—Estás de broma, ¿no? Si yo tuviera poderes, ¿no crees que lo sabría?

—No tengo ni idea.

Quizás ella no lo sabría, pero yo sí. Mi padre era escritor y mi madre se había pasado la vida leyendo los diarios de los generales muertos de la Guerra de Secesión. Yo estaba lo más lejos posible de ser un Caster, a no ser que sacar de quicio a Amma pudiera calificarse como poder. Seguramente tenía que haber algún agujero en la protección de la casa que había permitido que Ridley entrara. A uno de los cables del sistema de seguridad caster se le habían fundido los plomos.

Lena debía de estar pensando lo mismo que yo.

—Relájate. Estoy segura de que debe haber una explicación. Así que Macon y Amma se conocen… Pues ya lo sabemos.

—Pues no parece que te moleste mucho.

—¿Qué quieres decir?

—Nos han estado mintiendo, a los dos. Se encuentran en secreto para planear separarnos y para que nos deshagamos del guardapelo.

—Nunca les hemos preguntado si se conocían. —¿Por qué actuaba de esta manera? ¿No debía estar molesta, enfadada o algo así?

—¿Y por qué íbamos a hacerlo? ¿Es que no te parece extraño que tu tío esté con Amma en medio del pantano a medianoche, hablando con los espíritus y leyendo huesos de pollo?

—Es raro, pero seguramente están tratando de protegernos.

—¿De qué? ¿De la verdad? También estuvieron hablando de algo más. Intentaban encontrar a alguien, Sara o un nombre así. Y sobre que una maldición caería sobre nosotros si tú te Desviabas.

—¿De qué estás hablando?

—No tengo ni idea. ¿Por qué no se lo preguntas a tu tío? A ver si él te dice la verdad de una vez por todas.

Esta vez había ido demasiado lejos.

—Mi tío está arriesgando su vida para protegerme. Siempre ha estado conmigo cuando lo he necesitado. Me trajo aquí en cuanto supe que me podía convertir en un monstruo dentro de unos cuantos meses.

—Pero ¿de qué te está protegiendo? ¿Tú lo sabes?

—¡De mí misma! —gritó. Así que era esto. Abrió la puerta y saltó de mi regazo. La sombra del gigantesco depósito de agua nos aislaba de Summerville, pero el día ya no me pareció tan soleado. Donde antes había un cielo azul sin una nube, ahora empezaba a teñirse de gris.

La tormenta se aproximaba. Ella no quería hablar del tema, pero a mí no me importaba.

—Esto no tiene ningún sentido. ¿Por qué se encuentra con Amma a medianoche para decirle que todavía tenemos el guardapelo? ¿Por qué no quiere que lo tengamos? Y lo más importante de todo, ¿por qué no quieren que estemos juntos?

Allí estábamos los dos, gritándonos en medio del campo. La brisa se estaba transformando en un viento fuerte. El pelo de Lena comenzó a revolotear a su alrededor.

—No lo sé —me increpé—. Los padres quieren separar a los jóvenes, eso es lo que siempre hacen. Si quieres saber el porqué, a lo mejor deberías preguntárselo a Amma. Ella me odia. Ni siquiera puedo ir a buscarte a casa porque te da miedo que nos vea juntos.

El nudo que se me había formado en la boca del estómago se tensó. Estaba enfadado con Amma, más enfadado de lo que había estado en toda mi vida, pero la seguía queriendo. Era ella quien me había dejado las cartas del Ratoncito Pérez bajo la almohada, la que me había curado las heridas de las rodillas y la que me había lanzado miles de pases cuando quise entrar en la liga infantil. Y desde que murió mi madre y mi padre desapareció, Amma había sido la única que se había preocupado por mí, la única que me había cuidado o vigilado si me saltaba las clases o perdía un partido. Quería pensar que tenía una explicación para todo esto.

—Tú es que no la entiendes. Sólo quiere…

—¿Qué? ¿Protegerte? ¿Igual que mi tío quiere protegerme a mí? ¿Es que no se te ha ocurrido que ellos quizá sólo quieran protegernos a los dos de la misma cosa…? ¿De mí?

—¿Por qué siempre llevas las cosas al mismo punto?

Se apartó, como si pasara de mí y así lo consiguiera.

—¿Y qué otra cosa puede ser? De eso es de lo que va todo esto. Tiene miedo de que te haga daño a ti o a alguna otra persona.

—Estás equivocada. Esto tiene que ver con el guardapelo. Hay algo que ellos no quieren que sepamos. —Me metí la mano en el bolsillo, buscando el contorno de aquel peculiar objeto envuelto en el pañuelo. Después de la última noche, no había forma de que lo apartara de mi vista. Estaba seguro de que Amma iba a ponerse a buscarlo y si lo encontraba, yo no volvería a verlo jamás—. Tenemos que averiguar qué fue lo que pasó después.

—¿Ahora?

—¿Por qué no?

—Ni siquiera sabemos si funcionará o no.

Comencé a desenvolverlo.

—Sólo hay una manera de averiguarlo.

La cogí de la mano, aunque intentó apartarla de un tirón. Toqué el suave metal…

La luz de la mañana se tornó cada vez más brillante hasta que no pude ver otra cosa. Sentí el tirón familiar que me había llevado ciento cincuenta años atrás. Y después un frenazo. Abrí los ojos. Pero en vez del campo fangoso y las llamas en la distancia, todo lo que se veía eran las sombras del depósito y del coche. El guardapelo no nos había llevado a ninguna parte.

—¿Lo has notado? Comenzó y luego se paró de repente.

Ella asintió y me empujó.

—Creo que estoy mareada o como llames tú al mal cuerpo que tengo ahora mismo.

—¿Lo has bloqueado tú?

—¿De qué estás hablando? Yo no he hecho nada.

—¿Me lo juras? ¿No estás usando tus poderes de Caster o algo parecido?

—No, estoy demasiado ocupada intentando desviar de mí tu Poder de Estupidez, aunque creo que no soy lo bastante fuerte.

No tenía mucho sentido, eso de entrar en la visión y luego salir expulsados de ella. ¿Había cambiado algo? Lena lo cogió, y dobló el pañuelo sobre el guardapelo. El mugroso brazalete de cuero que Amma le había dado a Macon captó mi atención.

—Quítate eso. —Deslicé el dedo bajo la cuerdecita y levanté el brazo hasta ponerlo a la altura de mis ojos.

—Ethan, esto es para protegerme. Me dijiste que Amma hace estas cosas continuamente.

—No creo que sea eso.

—¿Qué estás diciendo?

—Digo que quizás esta cosa sea la culpable de que el guardapelo no funcione.

—Ya sabes que no siempre funciona.

—Pero empezó a hacerlo y algo lo detuvo.

Sacudió la cabeza y sus rizos revueltos le rozaron los hombros.

—¿En serio te crees eso?

—Vamos a comprobar si estoy equivocado. Quítatelo.

Me miró como si me hubiera vuelto loco, pero yo tenía claro que era por eso. Ya veríamos.

—Si me equivoco, te lo pones de nuevo.

Dudó un segundo y luego alargó el brazo para que pudiera desatárselo. Solté el nudo y me guardé el amuleto en el bolsillo. Cogí el guardapelo y le agarré la mano.

Cerré la otra alrededor y comenzamos a girar hacia la nada…

Había empezado a llover casi de inmediato. Una lluvia fuerte, un diluvio, como si el cielo hubiera abierto las compuertas. Ivy siempre decía que la lluvia eran las lágrimas de Dios y hoy Genevieve no pudo estar más de acuerdo con ella. Sólo estaba a pocos metros, pero no veía forma de llegar a tiempo. Se arrodilló al lado de Ethan y acunó su cabeza entre las manos. Tenía la respiración agitada, pero aún estaba vivo.

—No, no, a este chico no. Ya te has llevado demasiado. Demasiado. Al chico, no. —La voz de Ivy alcanzó un ritmo febril y luego comenzó a rezar.

—Ivy, ayúdame. Necesito agua, whisky y algo para extraerle la bala.

Genevieve presionó la tela acolchada de su falda en el agujero que había donde antes estaba el pecho de Ethan.

—Te quiero. Me habría casado contigo pensara tu familia lo que pensara —susurró.

—No digas eso, Ethan Cárter Wate. No digas eso como si te fueras a morir. Te vas a poner bien. Ya lo verás —insistió ella, intentando convencerlo a él tanto como a sí misma.

Genevieve cerró los ojos y se concentró en las flores abriéndose, en el llanto de los recién nacidos y en el sol alzándose en el firmamento.

Nacimiento; no muerte.

Se concentró en esas imágenes, deseando que las cosas fueran así. Daban vueltas dentro de su cabeza.

Nacimiento; no muerte.

Ethan se asfixiaba. Ella abrió los ojos y se encontró con los suyos. Durante un instante, el tiempo se detuvo. Después, él cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia un lado.

Genevieve cerró los ojos de nuevo, visualizando las imágenes. Tenía que ser un error, no podía morirse. Ella había convocado todo su poder. Lo había hecho millones de veces antes, moviendo objetos en la cocina de su madre para gastarle bromas a Ivy y para curar pajaritos que se habían caído de sus nidos.

¿Por qué no había funcionado ahora cuando más falta le hacía?

—Ethan, despiértate, por favor, despiértate.

Abrí los ojos. Estábamos de pie en medio del campo, exactamente en el mismo lugar donde habíamos estado antes. Miré a Lena. Tenía los ojos brillantes y estaba a punto de llorar.

—Oh, Dios mío.

Me incliné y toqué las malas hierbas donde nos hallábamos. Había una mancha rojiza en las plantas y en la tierra que había a nuestro alrededor.

—Es sangre.

—¿Su sangre?

—Eso creo.

—Tenías razón. El brazalete estaba bloqueando la visión, pero ¿por qué me dijo el tío Macon que era para protegerme?

—Quizá sí lo sea. Aunque a lo mejor sirve para más cosas.

—No intentes hacer que me sienta mejor.

—Es obvio que hay algo que tiene que ver con el guardapelo, y casi te apostaría que también con Genevieve, que no quieren que sepamos. Tenemos que averiguar todo lo que podamos sobre los dos y hacerlo antes de tu cumpleaños.

—¿Por qué mi cumpleaños?

—Se lo oí anoche a Amma y a tu tío. Sea lo que sea lo que no quieran que sepamos tiene que ver con tu cumpleaños.

Lena aspiró una gran bocanada de aire, como si estuviera intentando mantener la compostura.

—Ellos saben que me voy a convertir en Oscura. De eso es de lo que va todo esto.

—¿Y qué tiene que ver con el guardapelo?

—No lo sé, pero no me importa. Nada de eso importa. Dentro de cuatro meses no seré yo misma, ya has visto cómo es Ridley. En eso es en lo que me voy a transformar, o en algo peor. Si mi tío tiene razón y soy Natural, a mi lado Ridley va a parecer una voluntaria de la Cruz Roja.

La atraje hacia mí, envolviéndola entre mis brazos como si pudiera protegerla de algo cuando ambos sabíamos que yo no podía hacerlo.

—No puedes pensar eso. Tiene que haber alguna forma de pararlo, si es que es verdad.

—No lo pillas. No hay forma de detenerlo. Simplemente, pasa. —Estaba elevando la voz y el viento comenzó a repuntar de nuevo.

—Vale, quizá lleves razón. A lo mejor ocurre. Pero vamos a tratar de encontrar algo para que no suceda.

Sus ojos se estaban nublando igual que el cielo.

—¿No podemos disfrutar simplemente del tiempo que nos queda? —Por primera vez, me di cuenta de lo que significaban realmente esas palabras.

El tiempo que nos queda.

No podía perderla. Y no lo haría. Me volvía loco sólo con pensar que tal vez no podría tocarla de nuevo. Más loco que si perdiera a todos mis amigos o si fuera el chico menos popular del colegio. O de que Amma estuviera permanentemente enfadada conmigo. Perderla era lo peor que podía imaginar. Era como si la sintiera caer, pero, esta vez, realmente chocara contra el suelo.

Pensé en el momento en que Ethan Cárter Wate cayó al suelo y en la sangre sobre la hierba. El viento comenzó a aullar. Ya era hora de irnos.

—No hables así, encontraremos una solución.

Pero mientras lo estaba diciendo, no sabía si realmente lo creía.