9 de octubre
Los Notables
TODO TIENE SENTIDO cuando te lo dice una chica guapa. Ahora que había regresado a casa, solo, y estaba en mi propia cama, ya no lo tenía tan claro. Ni siquiera Link se creería algo como esto. Intenté pensar cómo llevaría la conversación, en plan «la chica que me gusta y cuyo nombre real no conozco es una bruja, bueno, perdona, una Caster, y procede de una familia también de Caster, y dentro de unos cinco meses sabremos en realidad si es buena o mala. Ah, y puede causar huracanes dentro de una habitación y cargarse los cristales de las ventanas. Incluso es capaz de hacer que vea el pasado cuando toco un guardapelo como de locos que Amma y Macon Ravenwood, que mira por dónde no es para nada un recluso, quieren que entierre. El guardapelo, por cierto, se ha materializado en el cuello de una mujer en un cuadro que hay en Ravenwood, que no te lo vas a creer, no es una mansión encantada, sino una casa perfectamente restaurada que cambia completamente cada vez que voy allí a ver a una chica que me quema por dentro, me conmociona y me destroza sólo con rozarme».
La he besado. Y me ha devuelto el beso.
Era todo increíble, incluso para mí. Me di la vuelta en la cama.
Tiraba de mí.
El viento tiraba de mi cuerpo.
Me aferré al árbol que me golpeaba, con el sonido de su grito clavado en los oídos. Los vientos giraban a mi alrededor, luchando unos contra otros, y su velocidad y fuerza aumentaban por segundos. El aguacero caía como si se hubieran abierto las compuertas del cielo. Tenía que salir de allí.
Pero no había escapatoria.
Suéltame, Ethan. ¡Sálvate!
No podía verla. El viento era demasiado fuerte, pero la sentía. La sujetaba de la muñeca con tanta fuerza que estaba seguro de que terminaría rompiéndosela. Pero no me importaba, no la iba a dejar. El viento cambió de dirección, alzándome del suelo. Me agarré al árbol con más fuerza y agarré su muñeca con más fuerza aún. Sin embargo, sentía cómo la violencia del vendaval nos arrancaba al uno del otro.
Me llevaba lejos del árbol, lejos de ella. Sentí que su muñeca se deslizaba entre mis dedos.
Ya no podía sujetarla más.
Me desperté tosiendo. Sentía aún la quemazón del viento en la piel. Como si mi experiencia cercana a la muerte en Ravenwood no hubiera sido bastante, ahora habían vuelto los sueños. Era demasiado para una sola noche, incluso para mí. La puerta de mi dormitorio estaba abierta, lo cual era extraño teniendo en cuenta que la había cerrado hacía relativamente poco. La última cosa que necesitaba era que Amma me plantara allí algún chisme vudú mientras dormía. Estaba seguro de haberla cerrado.
Me quedé mirando al techo. No veía claro que dormir estuviera en mi futuro inmediato. Suspiré y me di la vuelta en la cama. Encendí el viejo quinqué restaurado como lámpara al lado de mi cama y saqué el marcador de libros de donde lo había colocado en Snow Crash cuando escuché algo, como unos pasos. Venían de la cocina, ligeros, y apenas los oí. Quizá mi padre había hecho un descanso. A lo mejor podría ser una oportunidad para hablar. Pudiera ser.
Pero cuando llegué al pie de las escaleras, supe que no era él. La puerta de su estudio estaba cerrada y salía luz por debajo. Tenía que ser Amma. Justo cuando pasé por la cocina, la vi corretear por el vestíbulo hacia su habitación, en la medida en que ella podía hacerlo. Escuché cómo el mosquitero de la puerta de atrás chirrió al cerrarse. Alguien salía o entraba y, después de todo lo que había sucedido esa noche, que fuera una cosa u otra era importante.
Di la vuelta a la casa hasta la parte delantera. Aparcado en el bordillo había un viejo y abollado pickup, un Studebaker de los cincuenta. Amma estaba inclinada sobre la ventanilla hablando con el conductor, al que le dio su bolso y luego se subió al coche. ¿Adónde se dirigía en mitad de la noche?
Tenía que seguirla. Lo malo era que resultaba complicado seguir a la mujer que consideraba casi una madre, de noche, subida a un trasto con un extraño, sin usar yo un coche también. No tenía elección, debía coger el Volvo. Era el coche que conducía mi madre cuando tuvo el accidente. Cuando lo veía, era siempre lo primero que pensaba.
Me deslicé en el asiento ante el volante. Olía a papel viejo y a limpiacristales Windex, como siempre.
Conducir sin luces resultó más complicado de lo que había pensado, hasta que adiviné que el pickup se estaba dirigiendo hacia Wader’s Creek. Amma iba hacia su casa. La camioneta salió de la Route 9 hacia el campo. Cuando finalmente se detuvo y aparcó a un lado de la carretera, apagué el motor y conduje el Volvo hacia el arcén.
Amma abrió la puerta y la luz interior se desvaneció. Pestañeé ante la súbita oscuridad. Reconocí al conductor, era Carlton Eaton, el cartero. ¿Por qué iba a pedirle Amma a Carlton Eaton que la llevara en coche a su casa en mitad de la noche? Nunca les había visto hablar a los dos antes de este momento.
Amma le dijo algo a Carlton y cerró la puerta. La camioneta regresó a la carretera sin ella. Salí del coche y la seguí. Amma era una criatura de hábitos arraigados y si algo la había preocupado tanto como para que anduviera arrastrándose por el pantano a medianoche, estaba seguro de que era algo que no sólo afectaba a uno de sus clientes.
Desapareció entre los arbustos, caminando por un sendero de grava que alguien se había dado su buen trabajo en abrir. Anduvo por él en la oscuridad, con los guijarros crujiendo bajo sus zapatos. Yo avancé por la hierba al lado del camino para evitar cualquier ruido, lo cual me hubiera delatado sin duda alguna. Me dije a mí mismo que era porque quería saber por qué Amma se había marchado de casa a esas horas, pero la verdad era que me daba miedo que me pillara siguiéndola.
Era fácil saber de dónde había surgido el nombre de Wader’s Creek, porque había que vadear unas charcas de aguas negras para llegar hasta allí, al menos yendo por donde iba Amma. Si no hubiera habido luna llena, me habría partido el cuello intentando adivinar sus pasos a través del laberinto de robles cubiertos de líquenes y la broza de los arbustos. Estábamos cerca del agua. Notaba la humedad en el aire, cálida y pegajosa, como si fuera una segunda piel.
Había plataformas de madera alineadas a los bordes del pantano, formadas por troncos de ciprés ligados con sogas, balsas usadas por los pobres. Estaban colocadas en fila a lo largo de la orilla como si fueran taxis esperando para llevar a la gente por el agua. Distinguí a Amma a la luz de la luna, balanceándose con habilidad sobre una de ellas y empujando en la orilla con un palo largo que usó como remo a fin de impulsarse hasta el otro lado.
No había ido a la casa de Amma desde hacía años, pero no me acordaba de esto. Debimos de seguir entonces otro camino, pero era casi imposible encontrarlo en la oscuridad. La única cosa que veía clara era lo podridos que estaban los leños de las plataformas. Cada una de ellas parecía más inestable que la siguiente. Así que escogí una al azar.
Aunque Amma lo había hecho parecer fácil, maniobrar uno de aquellos chismes era bastante difícil. Cada pocos minutos se oía un chapuzón, cuando la cola de un caimán impactaba en la superficie del agua al deslizarse en el pantano. Me alegré de no haberme planteado vadearlo.
Empujé por última vez contra el fondo de la ciénaga con mi palo, hasta que el borde de la plataforma chocó contra la orilla. Cuando puse el pie en tierra, percibí a lo lejos la casa de Amma, pequeña y modesta, donde sólo se veía luz en una ventana. Los marcos estaban pintados en el mismo tono azul cielo que los de la propiedad de los Wate. La casa era de madera de ciprés, como si también fuera parte del mismo pantano.
Había algo más, algo que flotaba en el aire. Algo fuerte y sobrecogedor, como los limones y el romero e igual de insólito, por dos razones. El jazmín estrella no florece en otoño, sino en primavera, pero no en las ciénagas. Y sí, allí estaba. El olor era inconfundible. Era imposible, como casi todo lo que había sucedido esa noche.
Observé la casa. Nada. Quizá simplemente había decidido volver a casa, mi padre lo sabía y yo estaba vagabundeando a medianoche y corría el riesgo de que me comiera un caimán para nada.
Estaba a punto de volver a atravesar el pantano y deseé en ese momento haber echado migas de pan en el camino para orientarme cuando la puerta se abrió de nuevo. Amma permaneció encuadrada a la luz de la entrada, metiendo cosas que no pude ver en su bolso bueno, el de charol blanco. También llevaba el mejor vestido que tenía, el de color lavanda que se ponía para ir a la iglesia, sus guantes blancos y un elaborado sombrero a juego rodeado por completo de flores.
Se puso otra vez en movimiento en dirección a la ciénaga. ¿Cómo se iba a internar en ella vestida de esa manera? Pese a que no había disfrutado para nada de la excursión hasta la casa de Amma, pelear para avanzar en el pantano con los vaqueros me parecía aún peor. El fango era tan espeso que parecía querer absorber mis pies cada vez que quería dar un paso adelante. No sabía cómo se las iba a apañar Amma para avanzar por él con el vestido y a su edad.
Ella parecía tener clarísimo a dónde iba, pues se detuvo en un claro cubierto de cañas altas y malas hierbas. Las ramas de los apreses se enredaban con las de los sauces llorones formando un dosel por encima de nuestras cabezas. Aunque estábamos por lo menos a veintiún grados, sentí que un escalofrío me recorría la columna. Después de todo lo que había visto esa noche, me parecía que había algo escalofriante en este lugar. Del agua se elevaba una fina niebla que se filtraba por los límites del claro, como si fuera el vapor que se desliza por los bordes de una olla hirviendo. Me acerqué un poco más. Estaba sacando algo de su bolso y el charol blanco relucía a la luz de la luna.
Huesos. Parecían huesos de pollo.
Susurró algo sobre los huesos, los metió dentro de una bolsita, bastante parecida a la que me había entregado para guardar el guardapelo. Rebuscó luego en el bolso y sacó una toalla bordada, de esas que se encuentran en un tocador, y la usó para limpiarse el barro de la falda. Se percibían tenues luces blancas en la distancia, como si fueran luciérnagas parpadeando en la oscuridad, y también música y carcajadas sensuales y perezosas. En algún lugar fuera del pantano, no muy lejos, había gente bebiendo y bailando.
Alzó la mirada. Algo le había llamado la atención, pero yo no había oído nada.
—Será mejor que salgas. Sé que estás ahí.
Me quedé helado, lleno de pánico. Me había visto.
Pero no era conmigo con quien hablaba, puesto que Macon Ravenwood emergió de entre la niebla sofocante, fumando un puro. Parecía relajado, como si acabara de bajarse de un coche con chófer en vez de estar vadeando a través de una asquerosa agua negra. Iba impecablemente vestido, como era habitual, con una de sus camisas blancas recién planchadas. Y no tenía ni una sola mancha. Amma y yo estábamos cubiertos de hierbas y fango hasta las rodillas, mientras que Macon Ravenwood permanecía allí sin una sola mota de polvo en su atuendo.
—Justo a tiempo. Ya sabes que no tengo toda la noche, Melquisedec, luego tengo que volver. Y no me ha sentado nada bien tener que venir aquí desde el pueblo. Me parece bastante descortés, por no decir, inconveniente. —Resopló—. Perturbador, como dirías tú.
P.E.R.T.U.R.B.A.D.O.R. Once vertical, lo deletreé en mi mente.
—Yo también he tenido una tarde bastante llena de incidentes, Amarie, pero este asunto requiere nuestra inmediata atención. —Macon dio unos cuantos pasos adelante.
Amma retrocedió y apuntó un dedo huesudo en su dirección.
—Quédate donde estás. No me hace ninguna gracia estar aquí fuera con gente de tu calaña. Ni pizca. Mantente en tu sitio y yo me mantendré en el mío.
Macon dio un paso hacia atrás como quien no quiere la cosa, echando círculos de humo al aire.
—Como te estaba diciendo, ciertos acontecimientos requieren nuestra inmediata atención. —Exhaló con un gran suspiro una vaharada de humo—. La luna, cuando está totalmente llena, es cuando está más lejos del sol, citando a nuestros buenos amigos, los Clérigos.
—No me vengas con esos aires de superioridad, Melquisedec. ¿Qué es eso tan importante que tienes que sacarme de la cama a medianoche?
—Entre otras cosas, el guardapelo de Genevieve.
Amma casi se puso a aullar, tapándose la nariz con el chai. Claramente no podía soportar ni que se mencionara la palabra «guardapelo».
—¿Qué pasa con esa cosa? Ya te dije que la Vinculé y le dije que la devolviera a Greenbrier y la enterrara. No puede hacer daño si ha regresado a la tierra.
—No a lo primero y no a lo segundo. Aún la tiene. Me la enseñó en el santuario de mi propia casa. Aparte de eso, no estoy seguro de que haya nada que pueda Vincular un talismán tan Oscuro.
—En tu casa… ¿cuándo ha estado en tu casa? Le dije que se mantuviera bien lejos de Ravenwood. —Ahora sí que estaba claramente alterada. Estupendo, Amma seguro que encontraría algo con lo que hacerme pagar eso más adelante.
—Bien, quizás podrías considerar la idea de sujetarle un poco las riendas. Es evidente que no es muy obediente que digamos. Te advertí que esta amistad sería peligrosa y que podría terminar en algo más. Es imposible que tengan un futuro juntos.
Amma estaba mascullando para sus adentros de la manera que habitualmente lo hacía cuando no la escuchaba.
—Él siempre me ha hecho caso hasta que se ha encontrado con tu sobrina, así que no me eches la culpa. No estaríamos en este lío si, para empezar, tú no la hubieras traído aquí. Me ocuparé de esto. Le diré que no puede volver a verla.
—No seas absurda. Son adolescentes, cuanto más intentemos separarlos, más querrán estar juntos. Eso no será problema cuando ella sea Llamada, si es que llegamos hasta ahí. Controla al chico hasta entonces, Amarie. Son sólo unos cuantos meses. Las cosas son ya lo bastante peligrosas sin que él ande complicándolas aún más.
—No me hables de complicaciones, Melquisedec Ravenwood. Mi familia lleva ocupándose de las complicaciones de la tuya desde hace cien años. Yo he guardado tus secretos, al igual que tú has guardado los míos.
—Yo no soy la Vidente que falló en adivinar que ellos encontrarían el guardapelo. ¿Cómo explicas eso? ¿Cómo ha sido que tus espíritus amigos pasaron por alto una cosa así? —Hizo un gesto sarcástico con el puro que abarcó a los dos y lo que les rodeaba.
Amma se giró bruscamente. Su mirada era furibunda.
—No insultes a los Notables. Aquí no, en este lugar, no. Ellos tienen sus razones, y por algún motivo no me lo revelaron.
Apartó la vista de Macon.
—No le escuchéis. Os he traído langostinos en salsa y pastel de merengue de limón. —Estaba claro que no le hablaba a Macon en ese momento—. Son vuestros favoritos —añadió, sacando la comida de unos pequeños tupperware y colocándola en un plato, que luego dejó en el suelo. Había una pequeña lápida al lado y otras dispersas por los alrededores.
—Esta es nuestra Casa Principal, la mejor casa de mi familia, ¿has oído? Aquí está mi tía abuela Sissy, mi tío bisabuelo Abner y mi retatarabuela Sulla. No les faltes el respeto a los Notables en su propia Casa. Muestra el debido respeto si quieres respuestas.
—Lo siento.
Ella esperó.
—De corazón.
Luego resopló.
—Y ten cuidado con la ceniza. No hay ceniceros en esta casa. Qué hábito más desagradable.
Él apagó el puro sobre el musgo.
—Bueno, vayamos al asunto. No tenemos mucho tiempo. Tenemos que saber las idas y venidas de Saraf…
—Shh —siseó ella—. No digas su nombre… esta noche, no. No deberíamos estar aquí fuera. La media luna es para hacer magia blanca y la llena, para la negra. Estamos aquí fuera en la noche equivocada.
—No tenemos otra opción. Ha ocurrido un episodio bastante desagradable esta tarde, me temo. Mi sobrina, la que se Desvió el Día de su Llamada, se plantó aquí en el Encuentro de hoy.
—¿La hija de Del? ¿A qué Oscuro se le ocurriría enfrentarse a un peligro como ese?
—A Ridley. Por supuesto, sin que la invitáramos. Atravesó el umbral de mi casa del brazo del chico. Necesito saber si fue una coincidencia.
—Nada bueno. Eso no es nada bueno. Para nada bueno. —Amma osciló hacia atrás y hacia delante sobre sus talones, furiosa.
—¿Y bien?
—Las coincidencias no existen. Ya lo sabes.
—Al menos estamos de acuerdo en eso.
No conseguía entender nada de lo que estaba sucediendo. Macon Ravenwood jamás ponía un pie fuera de su casa, pero allí estaba, en mitad de la ciénaga, discutiendo con Amma, a la cual yo no tenía ni idea de que él conocía, sobre mí, Lena y el guardapelo.
Amma hurgó en su bolso otra vez.
—¿Has traído el whisky? Al tío Abner le encanta su Wild Turkey.
Macon le alargó la botella.
—No, ponla ahí —indicó ella, señalando al suelo—, y después aléjate.
—Ya veo que te sigue dando miedo tocarme después de todos estos años.
—A mí no me da miedo nada. Simplemente, quédate en tu sitio. Yo no te pregunto sobre tus cosas y no quiero saber nada de ellas.
Él dejó la botella en el suelo a poco más de un metro de donde estaba Amma. Ella la recogió, vertió el licor en un vaso y se lo bebió de un trago. En toda mi vida jamás la había visto beberse algo más fuerte que una taza de té dulce. Luego derramó parte del líquido en la hierba, cubriendo la tumba.
—Tío Abner, necesitamos tu intercesión. Reclamo la comparecencia de tu espíritu en este lugar.
Macon tosió.
—Estás poniendo a prueba mi paciencia, Melquisedec. —Amma cerró los ojos y abrió los brazos en dirección al cielo, con la cabeza echada hacia atrás como si estuviera hablando con la misma luna. Luego se inclinó hacia delante y sacudió una bolsita que había sacado del bolso y el contenido se precipitó sobre la tumba, unos huesecitos de pollo. Esperaba que no fueran los huesos del cuenco de pollo frito que me había comido hacía un rato, pero tenía la sensación de que seguramente sí lo serían.
—¿Qué dicen? —inquirió Macon.
Ella rozó los huesos con los dedos, extendiéndolos sobre la hierba.
—No obtengo respuestas.
Su perfecta compostura comenzó a debilitarse.
—¡No tenemos tiempo para esto! ¿Qué clase de Vidente es el que no ve nada? Tenemos menos de cinco meses antes de que cumpla los dieciséis. Si ella se Desvía, hará que nos caiga a todos una maldición encima, tanto mortales como Caster. Ambos tenemos una responsabilidad que hemos aceptado por propia voluntad, hace mucho tiempo. Tú con tus mortales y yo con mis Caster.
—No necesito que vengas a recordarme mis responsabilidades. Y mejor si no subes la voz, ¿me has oído? A ver si va a venir por aquí alguno de mis clientes y nos va a ver juntos. ¿Cómo se tomarían eso de un miembro selecto e íntegro de la comunidad como soy yo? No te metas en mis asuntos, Melquisedec.
—Si no averiguamos dónde está Saraf y qué planea, vamos a tener muchos más problemas entre manos que el hecho de que tus negocios se vayan al traste, Amarie.
—Ella es una Oscura. Nunca se sabe qué viento sopla con esa gente. Es como intentar prever dónde irá a parar un tornado.
—Sea como sea, necesito saber si va a intentar entrar en contacto con Lena.
—No si va a intentarlo. Más bien, cuándo.
Amma cerró los ojos otra vez, rozando el amuleto del collar que no se quitaba jamás. Era un disco donde había tallado algo parecido a un corazón con una especie de cruz en la parte superior. La imagen estaba ya gastada de las miles de veces que Amma la acariciaba, del mismo modo que estaba haciendo ahora, mientras susurraba una especie de salmodia en un lenguaje que no entendí pero que había escuchado antes en algún sitio.
Macon paseaba impacientemente de un lado a otro. Yo cambié de posición entre las hierbas, intentando no hacer ruido.
—No consigo ninguna lectura esta noche. Es confuso. Parece que el tío Abner no está de humor. Seguro que es por algo que has dicho.
Esa debió de ser la gota que colmó el vaso, ya que el rostro de Macon se transformó y su piel pálida relumbró entre las sombras. Cuando dio un paso hacia delante, los ángulos agudos de su rostro resaltaron amenazadores a la luz de la luna.
—Ya está bien de jueguecitos. Una Caster Oscura entró en mi casa hoy y eso es imposible. Llegó con tu chico, Ethan, y eso sólo puede significar una sola cosa. Él tiene algún tipo de poder y tú me lo has estado ocultando.
—Eso no tiene sentido. Ese chico tiene tanto poder como yo cola.
—Estás equivocada, Amarie. Pregunta a los Notables y consulta los huesos. No hay otra explicación posible. Un Caster Oscuro jamás podría burlar esa clase de protección, no sin alguna poderosa forma de ayuda.
—Has perdido la cabeza. Él no tiene ninguna clase de poder. Yo he criado a ese niño, ¿no te parece que lo sabría?
—Pues esta vez estás equivocada. Estás demasiado cerca de él y eso obstaculiza tu visión. Y ahora hay demasiadas cosas en juego para cometer ningún error. Ambos tenemos nuestros talentos. Te estoy advirtiendo de que hay más en el chaval de lo que ambos hemos creído.
—Preguntaré a los Notables. Si hay algo que saber, se asegurarán de que yo me entere. No olvides, Melquisedec, que tenemos que lidiar tanto con los vivos como con los muertos y eso no es tarea fácil. —Volvió a rebuscar en su bolso y sacó una cuerda de aspecto cochambroso con unas bolitas de cristal.
—Huesos de Tumba. Cógelos. Los Notables quieren que los tengas. Protegen a los espíritus de los espíritus y a los muertos de los muertos. A nosotros, los mortales, no nos sirven de nada. Dáselos a tu sobrina, Macon. No le harán daño, pero puede que alejen a un Caster Oscuro.
Macon cogió la cuerda sujetándola entre dos dedos con cautela y después la dejó caer en su pañuelo, como si estuviera envolviendo un gusano particularmente asqueroso.
—Muy agradecido.
Amma tosió.
—Por favor. Díselo, se lo agradezco mucho. —Alzó la vista hacia la luna como si estuviera comprobando la hora. Entonces se dio la vuelta y desapareció. Se disolvió en la niebla del pantano como si se hubiera disipado en una corriente de aire.