9 de octubre

Una grieta en el techo

CUANDO ME DESPERTÉ, no tenía ni idea de dónde estaba. Intenté concentrarme en las primeras cosas que aparecieron ante mi vista. Palabras. Frases escritas a mano con cuidada caligrafía con marcador indeleble Sharpie justo en la parte del techo que había sobre la cama.

Los instantes se desangran a la vez, el tiempo no se detiene.

Había cientos de palabras escritas por todas partes, trozos de frases, de versos y algunas veces grupos de palabras al azar. En una de las puertas del armario alguien había garabateado: el destino decide. En el otro, decía: hasta que es desafiado por los condenados. En las partes superiores e inferiores de la puerta se leía también: desesperado / implacable / condenado / investido de poder. En el espejo ponía: abre los ojos, y en los cristales de las ventanas: y mira.

Incluso la pantalla de la lámpara, de un pálido color blanco, llevaba inscritas las palabras: iluminalaoscuridadiluminalaoscuridad por todas partes en un patrón repetido de forma incesante.

Era la poesía de Lena. Por fin había podido leer algo suyo. Esta habitación se parecía muy poco al resto de la casa, incluso aunque no se tuviera en cuenta la decoración tan peculiar. Era pequeña y acogedora, arropada entre los aleros del tejado. Un ventilador de techo giraba perezosamente sobre mi cabeza, interrumpiendo la lectura de las frases. Por todas partes había pilas de cuadernos de espiral y otras de libros en la mesilla, en su mayoría de poesía. Plath, Eliot, Bukowski, Frost, Cummings… al menos conocía esos nombres.

Estaba tumbado en una pequeña cama de hierro blanca y las piernas me sobresalían por el borde. Era la habitación de Lena y estaba tendido en su cama. Lena estaba acurrucada en un sillón a los pies, con la cabeza apoyada en el brazo.

Me senté, algo mareado.

—Eh, ¿qué ha pasado?

Estaba bastante seguro de que me había desmayado, pero los detalles los recordaba de forma confusa. Mi último recuerdo era aquel frío helador que me subía por el cuerpo, la garganta que se me cerraba y la voz de Lena. Me acordé de que había dicho algo sobre que yo era su novio, pero como en ese momento estaba a punto de perder la consciencia, y en realidad no había pasado nada entre nosotros, no lo tenía claro del todo. Supuse que más bien era lo que me hubiera gustado escuchar.

—¡Ethan! —Saltó del sillón y se sentó con cuidado a mi lado, aunque pareció tomar la precaución de no rozarme—. ¿Te encuentras bien? Ridley no estaba dispuesta a soltarte y no sabía qué hacer. Parecía que sufrías mucho y simplemente reaccioné.

—¿Te refieres a ese tornado que se desencadenó en mitad del comedor?

Ella apartó la mirada, sintiéndose fatal.

—Eso es lo que pasa. Siento cosas, o me enfado o me asusto y entonces… las cosas pasan.

Alargué la mano y la puse sobre las suyas. Sentí cómo el calor subía por mi brazo.

—¿Cosas como ventanas que se rompen?

Me devolvió la mirada, y yo cerré mi mano sobre las suyas hasta que las sostuve dentro de la mía. Una grieta que había en el yeso viejo de la esquina pareció crecer hasta curvarse en torno a la araña de cristal esmerilado y adquirir la forma de un corazón. Un corazón sinuoso de esos que hacen las chicas había aparecido en el yeso agrietado del techo de su dormitorio.

—Lena.

—Dime.

—¿Se nos va a caer el techo encima?

Se giró y miró la grieta. Cuando la vio, se mordió el labio y se le ruborizaron las mejillas.

—No creo. Sólo es una grieta del yeso.

—¿Has sido tú la que lo ha hecho?

—No. —Pero el rubor se extendió aún más por sus mejillas y su nariz. Volvió a apartar la mirada.

Quería preguntarle en qué estaba pensando, pero no quise avergonzarla. Sólo tenía la esperanza de que tuviera que ver conmigo, con que tuviera su mano cogida. Con aquella palabra que creía haberla escuchado decir justo cuando me desvanecí.

Miré con recelo la grieta en el yeso. Un montón de cosas dependían de ella.

—¿Puedes deshacerlas? Me refiero a esas cosas que… simplemente pasan.

Lena suspiró, aliviada de poder cambiar de tema.

—Algunas veces. Depende. Algunas veces me supera tanto que no puedo controlarlo ni arreglarlo luego. No creo que hubiera podido poner el cristal de la ventana de la clase de inglés en su sitio. Y el día que nos encontramos no creo que hubiera podido detener la tormenta.

—No creo que eso fuera culpa tuya. No puedes echarte la culpa de todas las tormentas que caigan sobre el condado de Gatlin. Todavía no ha terminado la temporada de huracanes.

Se dio la vuelta por completo para mirarme directamente a los ojos. No iba a dejar pasar el tema, ni yo tampoco. Todo mi cuerpo palpitaba a su lado.

—¿No viste lo que pasó anoche?

—A lo mejor sólo fue un huracán más, Lena.

—Mientras ande por aquí, yo soy la temporada de huracanes del condado de Gatlin. —Intentó retirar su mano, pero sólo consiguió que yo la apretara con más fuerza.

—Pues qué gracia. A mí me pareces más una chica.

—Ah, sí, claro, pero la cuestión es que no lo soy. Soy todo un sistema de tormentas fuera de control. La mayoría de los Caster pueden controlar sus dones cuando alcanzan mi edad, pero la mitad del tiempo parece que son ellos los que me controlan a mí. —Señaló su propio reflejo en el espejo de la pared. El marcador indeleble comenzó a escribir por sí mismo cruzando el reflejo mientras lo observábamos. ¿Quién es esta chica?—. Sigo intentando averiguar cómo funciona, pero algunas veces parece que no lo conseguiré nunca.

—¿Todos los Caster tienen los mismos poderes, dones o lo que sean?

—No. Todos podemos hacer cosas sencillas como mover objetos, pero luego cada uno tiene habilidades especiales, que están en relación con sus dones.

Mira por dónde, qué bien me habría venido que existiera una clase, primero de Caster o algo así, a la que asistir de modo que pudiera seguir estas conversaciones, porque la verdad es que me sentía algo perdido. La única persona que conocía que tenía algunas habilidades especiales era Amma. Porque leer el futuro y proteger de los malos espíritus tiene que contar para algo, ¿no? Y según lo que yo sabía, quizá también Amma movía objetos con el pensamiento. Desde luego, conseguía que pusiera mi culo en movimiento con sólo con una mirada.

—¿Y tu tía Del? ¿Qué es lo que ella hace?

—Es una Palimpséstica. Lee en el tiempo.

—¿Lee en el tiempo?

—Es como cuando tú y yo entramos en una habitación y vemos lo que hay, el presente. La tía Del ve distintas escenas del pasado y del presente, superpuestas. Cuando entra en una habitación, la ve como es hoy y como fue hace diez años, veinte o cincuenta, todo al mismo tiempo. Algo parecido a lo que pasa cuando tocamos el guardapelo. Por eso siempre tiene ese aspecto de estar algo ida. Nunca sabe cuándo o incluso dónde está.

Pensé en cómo me sentía después de una de nuestras visiones y en lo que sería estar así todo el tiempo.

—No fastidies. ¿Y qué hay de Ridley?

—Ridley es una Siren. Su don es el poder de la persuasión. Puede meter la idea que ella quiera en la cabeza de cualquiera y que le cuente o haga lo que ella pida. Si usa su poder contigo y te dice que saltes por un barranco… tú lo haces. —Recordé cómo me sentí cuando iba en el coche con ella, y cómo le había contado casi todo.

—Yo no saltaría.

—Sí que lo harías, tendrías que hacerlo. Un hombre mortal no es rival para una Siren.

—No lo haría. —La miré. Su pelo se agitaba con la corriente de aire en torno a su rostro, a pesar de que no había ninguna ventana abierta en la habitación. Rastreé en sus ojos algún signo de que sentía lo mismo que yo—. No puedes tirarte por un precipicio cuando ya te has caído por otro más grande.

Escuché cómo salían las palabras de mi boca y quise retirarlas justo en el momento de haberlas pronunciado. Sonaban mucho mejor dentro de mi cabeza. Me devolvió la mirada, intentando ver si lo decía en serio. Y era verdad, pero no podía decirlo. Así que, en vez de hablar más, cambié de tema.

—¿Y cuál es el superpoder de Reece?

—Es una Sybil, interpreta los rostros. Puede ver lo que has visto, a quién, lo que has hecho, sólo con mirarte a los ojos. Es como si te abriera la cara y la leyera literalmente, igual que un libro. —Lena aún seguía estudiando atentamente mi rostro.

—¿Ah, sí? ¿Y quién era esa? Esa otra mujer en la que Ridley se transformó durante un momento, cuando Reece la miró, ¿la viste?

Lena asintió.

—Macon no me lo quiso decir, pero tiene que ser alguien Oscuro. Alguien poderoso.

Seguí preguntando, tenía que saber más cosas. Era como si de repente hubiera estado en mitad de una cena con un montón de alienígenas.

—¿Y qué es lo que hace Larkin? ¿Hechizos de serpientes?

—Larkin es un Illusionist, algo parecido a lo que llamamos Shifter. Pero el único Shifter de la familia es el tío Barclay.

—¿Y cuál es la diferencia?

—Larkin sólo puede formular encantamientos, o sea, hacer que las cosas parezcan lo que él quiera durante un periodo de tiempo, tanto personas como cosas o lugares. Crea ilusiones, pero no son reales. El tío Barclay realiza transformaciones, lo que significa que puede cambiar cualquier objeto en otro durante todo el tiempo que desee.

—Así que, ¿tu primo cambia el aspecto de las cosas y tu tío lo que son?

—Pues sí. La abuela dice que sus poderes están muy cercanos. Suele suceder algunas veces con los padres y los hijos. Se parecen mucho, así que siempre terminan enfrentándose. —Yo sabía lo que ella estaba pensando, que jamás podría averiguarlo por sí misma. Su rostro se nubló y yo hice un intento estúpido de animarla.

—¿Y Ryan? ¿Cuál es su don? ¿Diseñar moda para perros?

—Es demasiado pronto para decirlo. Sólo tiene diez años.

—¿Y Macon?

—Él es sólo… el tío Macon. No hay nada que él no esté dispuesto a hacer o no haga por mí. Pasé mucho tiempo a su lado cuando era pequeña. —Apartó la mirada, esquivando la pregunta. Había algo que no quería contarme, pero con Lena era casi imposible saber qué era—. Es como un padre para mí, o como yo imagino que sería tenerlo. —No tenía que decir nada más, yo ya sabía lo que se sentía cuando se pierde a alguien. Me pregunté si no sería peor no haberlo tenido nunca.

—¿Y qué hay de ti? ¿Cuál es tu don?

Como si ella tuviera sólo uno. Como si yo no los hubiera visto en acción desde el primer día que fue a la escuela. Como si yo no hubiera intentado juntar fuerzas para preguntarle esto desde la noche que se sentó en el porche de mi casa con su pijama de color púrpura.

Se quedó callada durante un minuto, pensando, o decidiendo qué era lo que iba a decirme; era imposible saber qué. Me miró con aquellos ojos verdes infinitos.

—Soy una Natural. Al menos, el tío Macon y la tía Del creen que lo soy.

Una Natural. Me sentí aliviado. No sonaba tan mal como lo de la Siren. No creo que hubiera podido soportar eso.

—¿Qué significa eso exactamente?

—No tengo ni idea. No es una sola cosa. Quiero decir, se supone que una Natural puede hacer muchas más cosas que otros Caster —lo dijo con rapidez, casi como si le quedara la esperanza de que yo no lo escuchara, aunque no fue así.

Más que otros Caster.

Más. No estaba seguro de que cómo sentirme acerca de ese «más». Si hubiera sido menos me las tendría que ver con menos, o sea, mucho mejor.

—Pero como ya viste anoche, ni siquiera yo sé de lo que soy capaz. —Tiró de la colcha que se extendía entre nosotros, nerviosa. Yo tiré de su mano hasta que se recostó a mi lado, apoyada en un codo.

—Nada de eso me importa. Me gustas tal como eres.

—Ethan, apenas sabes nada de mí.

Una perezosa calidez me recorría el cuerpo y, siendo sincero, no creo que hubiera podido importarme menos lo que estaba diciendo. Me sentía tan bien sintiéndola a mi lado, sujetando su mano, con sólo la colcha blanca entre los dos…

—Eso no es verdad. Sé que escribes poesía, conozco la historia del cuervo que llevas en el collar y sé que te encanta el refresco de naranja, tu abuela y echar Milk Duds a las palomitas.

Durante un instante pensé que iba a sonreír.

—Eso es apenas nada.

—Es un comienzo.

Me miró a los ojos, sus pupilas verdes buceando en las mías azules.

—Ni siquiera sabes cuál es mi nombre.

—Te llamas Lena Duchannes.

—Vale, bueno, pero, para empezar, en realidad no lo es.

Me incorporé y le solté la mano.

—¿De qué estás hablando?

—Que ese no es mi nombre. Ridley no ha mentido sobre eso. —Empecé a acordarme de una conversación anterior, en la que Ridley decía algo sobre que Lena no sabía cuál era su nombre de verdad, pero no creí en ese momento que fuera algo literal.

—Bueno, y entonces, ¿cuál es?

—No lo sé.

—¿Es alguna cosa de esas de Caster?

—No del todo. La mayoría de los hechiceros conoce su nombre real, pero mi familia es diferente. Nosotros no conocemos los nombres que nos pusieron al nacer hasta que no cumplimos los dieciséis. Hasta entonces, usamos otros nombres. El de Ridley era Julia y el de Reece, Annabel. El mío es Lena.

—Entonces, ¿quién es Lena Duchannes?

—Todo lo que sé es que, eso sí, soy una Duchannes. Pero en cuanto a Lena, sólo es el modo en que empezó a llamarme mi abuela, porque decía que era tan flaca como una judía verde. Lena Beana.

No dije nada durante un instante. Estaba intentando procesarlo todo.

—Vale, así que no sabes cuál es tu nombre de pila. Lo sabrás dentro de un par de meses.

—No es tan sencillo. Apenas sé nada de mí misma. Por eso me paso la mayor parte del tiempo con esta pinta de loca. No sé cuál es mi nombre, pero tampoco tengo ni idea de lo que les pasó a mis padres.

—Murieron en un accidente, ¿no?

—Eso es lo que me dijeron, pero nadie habla jamás del tema. No encuentro ningún dato sobre el accidente ni he visto sus tumbas ni nada. ¿Cómo voy a saber si ha ocurrido de verdad?

—¿Quién va a querer mentir sobre algo tan terrorífico?

—¿Es que no has conocido a mi familia?

—Sí, vale.

—Y ese monstruo de abajo, esa… bruja que ha intentado matarte. Te lo creas o no, era mi mejor amiga. Ridley y yo crecimos juntas en casa de mi abuela. Como íbamos de un lado para otro, incluso compartíamos la misma maleta.

—Por eso ninguno de vosotros tenéis un acento reconocible. La mayoría de la gente jamás se creería que habéis vivido en el Sur.

—¿Y por qué tú tampoco?

—Padres profesores y un bote lleno de monedas de veinticinco centavos por todas las veces que dejaba de pronunciar la parte final de una palabra. —Puse los ojos en blanco—. Entonces, ¿Ridley no vivía con la tía Del?

—No. Ella sólo nos visitaba en vacaciones. En nuestra familia, no vivimos con nuestros padres. Es demasiado peligroso. —Dejé de preparar las cincuenta preguntas que quería hacerle cuando Lena aceleró contando su historia, como si hubiera estado esperando para contarla cien años por lo menos—. Ridley y yo éramos como hermanas. Dormíamos en la misma habitación y nos daban clase en casa a las dos juntas. Convencimos a la abuela para que nos dejara ir a una escuela normal cuando nos mudamos a Virginia. Queríamos tener amigos, ser normales. Las únicas veces que hablábamos con mortales era cuando la abuela nos llevaba con ella a museos, a la ópera o a cenar al Olde Pink House, ese restaurante tan conocido de comida típica sureña que hay en Savannah.

—¿Y qué pasó cuando fuisteis al colegio?

—Un desastre. Nuestra ropa no estaba de moda, no teníamos televisión, entregábamos los deberes hechos. En fin, unas perdedoras de las de verdad.

—Pero salisteis con algunos mortales.

Evitó mirarme.

—Nunca he tenido un amigo mortal hasta que te conocí.

—¿De verdad?

—Sólo tenía a Ridley. Y las cosas a ella le iban igual de mal, aunque no le importaba. Estaba muy ocupada intentando asegurarse de que nadie me molestara.

Me costó un esfuerzo muy grande imaginarme a Ridley protegiendo a alguien.

La gente cambia, Ethan.

Pero no tanto. Ni siquiera los Caster.

Especialmente nosotros. Eso es lo que estoy intentando contarte.

Apartó la mano de la mía.

—De repente, Ridley empezó a actuar de un modo raro y los chicos que antes la habían ignorado empezaron a seguirla por todas partes; la esperaban al salir de clase y se peleaban por ver quién la acompañaría a casa.

—Ah, sí, claro. Hay algunas chicas así.

—Ridley no es una chica cualquiera. Ya te lo he dicho, es una Siren. Puede hacer que la gente haga cosas, cosas que generalmente no querrían hacer. Y esos chicos estaban saltando por el precipicio, uno detrás de otro. —Se enrolló el collar entre los dedos y continuó hablando—. La noche anterior al cumpleaños de Ridley la seguí a la estación de trenes. Estaba tan asustada que parecía fuera de sí. Decía que estaba segura de que se volvería Oscura y quería marcharse antes de que le hiciera daño a alguna persona de las que amaba. Antes de hacerme daño a mí. Yo era la única persona a la que ella quería de verdad. Desapareció aquella noche y no la he vuelto a ver hasta hoy. Y creo que después de lo que has visto esta noche, es bastante obvio que se ha vuelto Oscura.

—Espera un momento, ¿de qué estás hablando? ¿Qué quieres decir con eso de volverse Oscura?

Lena aspiró una gran bocanada de aire y vaciló, como si no estuviera segura de querer contarme la respuesta.

—Tienes que contármelo, Lena.

—En mi familia, cuando cumplimos dieciséis años, eres Llamado. No puedes escoger tu destino, y te conviertes en Luz, como la tía Del o Reece, o en Oscuridad, como Ridley. Luz u Oscuridad, Negro o Blanco. No hay gris en mi familia. No podemos escoger y no podemos deshacerlo cuando somos Llamados.

—¿Qué quieres decir con que no podéis escoger?

—No podemos elegir Luz u Oscuridad, si queremos ser buenos o malos, como los mortales y otros Caster. En mi familia no hay libre albedrío. Esto se decide por nosotros cuando cumplimos los dieciséis.

Intenté comprender lo que me estaba diciendo, pero era una completa locura. Había vivido suficiente tiempo con Amma para saber que había magia blanca y negra, pero era difícil creer que Lena no tendría ninguna posibilidad de escoger entre una cosa o la otra.

O quién era.

Ella seguía hablando.

—Ese es el motivo por el cual no podemos vivir con nuestros padres.

—¿Y qué es lo que tiene que ver?

—No solía ser así, pero cuando la hermana de mi madre, Althea, se tornó Oscura, su madre no pudo apartarse de ella. Desde entonces, si un Caster se vuelve Oscuro, se supone que han de abandonar su casa y su familia, por razones obvias. La madre de Althea pensó que podría ayudarla a luchar contra eso, pero no pudo y comenzaron a ocurrir cosas terribles en la ciudad donde vivían.

—¿Qué clase de cosas?

—Althea era una Evo. Son increíblemente poderosos. Pueden influir en la gente como hace Ridley, pero también pueden evolucionar, es decir, transformarse en otras personas, en cualquier persona. Una vez que ella se Desvió, empezaron a ocurrir cosas inexplicables en la ciudad. Hubo heridos e incluso una chica se ahogó. Entonces fue cuando por fin su madre la envió lejos.

Pensé que teníamos problemas en Gatlin. No me podía imaginar una versión más poderosa que Ridley andando de aquí para allá, a tiempo completo.

—¿Así que ahora ninguno de vosotros vive con sus padres?

—Todos decidieron que sería demasiado duro para ellos darles la espalda a sus hijos si se convertían en Oscuros. Así que, desde entonces, los chicos viven con otros miembros de la familia hasta que son Llamados.

—Entonces, ¿por qué Ryan vive con sus padres?

—Ryan… es Ryan. Es un caso especial. —Se encogió de hombros—. Al menos, eso es lo que dice tío Macon cada vez que le pregunto.

Todo sonaba tan surrealista… Esa idea de que todos los miembros de una familia poseyeran poderes sobrenaturales. Tenían el mismo aspecto que yo, que cualquier otra persona en Gatlin, bueno, no quizá como todo el mundo, pero, desde luego, eran completamente diferentes. ¿O no lo eran? Incluso Ridley, al salir del Stop & Steal, no había hecho sospechar a los chicos que fuera otra cosa que una tía que estaba increíblemente buena, a la que lo único que le pasaba es que no le regía el coco si venía buscándome a mí. ¿Cómo funcionaba esto? ¿Cómo te convertías en un Caster en vez de en un chico como otro cualquiera?

—¿Tus padres también tenían dones? —Odiaba sacar el tema de sus padres. Sabía que no había nada más horrible que hablar sobre unos padres muertos, pero llegados a este punto no me quedaba más remedio.

—Sí. Todo el mundo en mi familia los tiene.

—¿Cuáles eran sus dones? ¿Se parecían en algo a los tuyos?

—No lo sé. La abuela nunca me contó nada. Ya te lo he dicho, es como si no hubieran existido jamás. Lo cual me da mucho que pensar, como te puedes imaginar.

—¿En qué?

—Tal vez eran Oscuros, y yo también lo voy a ser ahora.

—Tú no.

—¿Cómo lo sabes?

—¿Cómo podemos tener entonces los mismos sueños? ¿Cómo puedo saber yo cuando entro en una habitación si tú estás o no allí?

Ethan.

Es verdad.

Le toqué una mejilla y le dije en voz baja:

—No sé cómo lo sé. Simplemente, es así.

—Ya sé que eso es lo que crees, pero no lo puedes saber. Ni siquiera yo tengo idea de qué va a ocurrirme.

—Esa es la mierda más grande que he oído en mi vida.

Era como todo lo que había pasado aquella noche. No pretendía decirlo así, al menos no en voz alta, pero estaba contento de haberlo hecho.

—¿Qué?

—Toda esa basura sobre el destino. Nadie puede decidir lo que te va a suceder. Nadie más que tú.

—No si eres un Duchannes, Ethan. Los otros Caster pueden hacerlo, pero nosotros no, no en mi familia. Cuando somos Llamados a los dieciséis, nos convertimos en Luz u Oscuridad y no hay libre albedrío en ello.

Le levanté la barbilla con la mano.

—Pero tú eres una Natural, ¿qué hay de malo en ello?

La miré a los ojos y en ese momento supe que iba a besarla y también supe que no había nada de qué preocuparse mientras estuviéramos juntos. Y creí durante un instante que siempre lo estaríamos. Dejé de pensar en el cuaderno del equipo de baloncesto del Jackson y finalmente le dejé ver cómo me sentía, lo que había en mi mente. Lo que iba a hacer y cuánto tiempo me había llevado reunir las fuerzas necesarias para hacerlo.

Oh.

Sus pupilas se dilataron, más grandes y verdes que nunca, como si eso fuera posible.

Ethan… yo no sé

Me incliné y la besé en la boca. Tenía un gusto algo salado, como sus lágrimas. En ese momento no fue calidez lo que sentí, sino una descarga eléctrica que me atravesó desde la boca hasta los pies, donde me cosquilleó las puntas de los dedos. Era como meter un boli en un enchufe, cosa que me retó Link a hacer cuando tenía ocho años. Ella cerró los ojos y se acercó a mí y durante unos instantes todo fue perfecto. Cuando me devolvió el beso, sus labios sonrientes bajo los míos, supe que me había estado esperando quizás tanto como yo la había estado esperando a ella. Pero entonces, tan rápidamente como me había abierto el camino a su corazón, me lo cerró. O más acertadamente, me empujó hacia atrás.

Ethan, no podemos hacer esto.

¿Por qué? Creo que sentimos lo mismo el uno por el otro.

O a lo mejor no era así. O era ella la que no lo sentía.

Me quedé mirándola fijamente, hasta el extremo de sus manos extendidas que aún descansaban en mi pecho. Seguramente podía notar lo rápido que me latía el corazón.

No es que

Empezó a apartarse y estaba seguro de que iba a huir como el día que encontramos el guardapelo de Greenbrier, como la noche que me dejó de pie ante el porche. Puse la mano en su muñeca e instantáneamente sentí el calor.

—Entonces, ¿esto qué es?

Me devolvió la mirada, e intenté escuchar sus pensamientos, pero no lo logré.

—Sé que piensas que podré elegir, pero la verdad es que no. Y lo que Ridley hizo anoche al fin y al cabo no ha sido nada. Podría haberte matado y quizás lo hubiera hecho si no la hubiera detenido. —Respiró profundamente, con los ojos relucientes—. En eso es en lo que me puedo convertir, en un monstruo, tanto si me crees como si no.

Deslicé los brazos en torno a su cuello, ignorándola. Pero siguió en sus trece.

—No quiero que me veas convertirme en eso.

—No me importa. —La besé en la mejilla.

Saltó de la cama, soltándose.

—No te enteras. —Alzó la mano. 122. Ciento veintidós días más, teñido con tinta azul, como si eso fuera todo lo que hubiera en el mundo.

—Claro que me entero. Estás asustada, pero lo resolveremos de algún modo. Se supone que tenemos que estar juntos.

—Pero no lo estamos. Tú eres un mortal. No lo entiendes. No quiero que termines herido y eso es lo que ocurrirá si andas cerca de mí.

—Demasiado tarde.

Había escuchado todas y cada una de las palabras que ella había dicho, pero yo sólo sabía una cosa.

Que ya estaba demasiado implicado.