9 de octubre
Días de Encuentro
NO TARDÓ MUCHO, después del Cineplex, en correr el chisme de que esa sobrina del Viejo Ravenwood salía con Ethan Wate. Si yo no hubiera sido el mismo «Ethan Wate, cuya madre murió el año pasado», se habría dispersado con más rapidez y más crueldad. Incluso los chicos del equipo quisieron decir algo al respecto. Les llevó más tiempo de lo habitual hacerlo porque yo no les di ninguna oportunidad.
Para un chico que no podía sobrevivir sin tres almuerzos, me había estado saltando la mitad de ellos desde el Cineplex, o, al menos, evitaba estar con el equipo. Pero no podía pasarme todos los días con un sandwich en la tribuna descubierta de la cancha y tampoco había tantos sitios donde esconderse.
Porque, en realidad, no te podías esconder. El instituto Jackson sólo era una versión en miniatura de Gatlin; no había ningún otro sitio al que ir. Mi desaparición no había pasado desapercibida para los chicos. Como yo mismo solía decir, tenías que comparecer para pasar lista y las cosas podían complicarse cuando dejabas que una chica se inmiscuyera en esto, especialmente una chica que no estaba en la lista aprobada, es decir, la aprobada por Savannah y Emily.
Y cuando la chica en cuestión era una Ravenwood, que es lo que Lena sería siempre para ellos, las cosas se ponían prácticamente imposibles.
Tenía que ocuparme de ello, ya era hora de asaltar la cafetería. No me importaba que en realidad no fuéramos pareja. En Jackson, igual te daba aparcar detrás del depósito del agua para comerte el almuerzo. Todo el mundo siempre asumía lo peor o, al menos, la mayoría. La primera vez que Lena y yo fuimos juntos a la cafetería ella casi se dio la vuelta para marcharse. Tuve que sujetarla del bolso.
No seas tonta. Sólo vamos a comer.
—Creo que se me ha olvidado algo en la taquilla. —Se giró, pero yo seguí sujetándola del bolso.
Los amigos comen juntos.
Pues no. Nosotros, no. Quiero decir, aquí, no.
Cogí dos bandejas de plástico naranjas.
—¿Una bandeja? —La empujé en su dirección y puse una brillante porción de pizza encima.
Pues nosotros, sí. ¿Quieres pollo?
¿Es que crees que no he intentado esto antes?
Nunca lo has intentado conmigo. Creía que querías que las cosas fueran diferentes a como lo fueron en tu anterior instituto.
Lena miró a su alrededor dubitativa. Suspiró y puso un plato de zanahorias y apio en mi bandeja.
Si te comes esto, me sentaré donde quieras.
Me quedé mirando las zanahorias y después eché un vistazo a la cafetería. Los chicos ya andaban por nuestra mesa.
¿Donde yo quiera?
Si esto fuera una peli, nos habríamos sentado en la mesa con los chicos, y ellos habrían aprendido una valiosa lección, en plan de no juzgar a la gente por la pinta que tiene, o que ser diferente es guay. Y Lena habría comprendido también que no todos los deportistas eran estúpidos y superficiales. Esas cosas sólo funcionan así en las películas, y estaba claro que esto no lo era. Esto era Gatlin, lo cual limitaba de manera drástica lo que podía ocurrir. Link captó mi mirada cuando me giré hacia la mesa y comenzó a sacudir la cabeza como diciéndome: «Tío, ni se te ocurra». Lena se hallaba unos cuantos pasos detrás de mí, preparada para saltar. Estaba empezando a ver cómo se iba a desarrollar todo esto y, desde luego, estaba bien claro que nadie iba a aprender ninguna lección importante. Casi me había dado la vuelta cuando Earl me miró.
Y esa mirada lo dijo todo. Decía: «Si la traes aquí, estás acabado».
Lena también debió de verlo, porque se había largado cuando me di la vuelta.
Aquel día, después del entrenamiento, Earl fue el encargado de echarme la charla, lo cual tenía su gracia, dado que hablar nunca había sido lo suyo. Se sentó en el banquillo que había justo frente a mi taquilla del gimnasio. Estaba seguro de que era un plan porque estaba solo, y Earl Petty casi nunca iba solo a ningún sitio. Él no desperdiciaba el tiempo.
—No lo hagas, Wate.
—No estoy haciendo nada. —No moví los ojos de la taquilla.
—Sé legal, tío. No pareces tú.
—¿Ah, sí? ¿Y qué si soy así? —Me puse mi camiseta de los Transformers.
—A los chicos no les gusta. Si sigues por ese camino, no hay vuelta atrás.
Si Lena no hubiera desaparecido de la cafetería, Earl se habría enterado de que me daba exactamente igual lo que pensasen. Ya me daba todo igual. Cerré la puerta de la taquilla de un golpe y Earl se marchó antes de que pudiera decirle lo que pensaba de él y de su callejón sin salida.
Tenía la sensación de que era mi último aviso. No le echaba la culpa a Earl. Por una vez, estaba de acuerdo con él. Los chicos iban en una dirección y yo por otra. ¿Por qué íbamos a discutir por ello?
Aun con todo, Link se resistió a abandonarme. Seguí yendo al entrenamiento y la gente incluso siguió pasándome el balón. Estaba jugando mejor que nunca, independientemente de lo que dijeran o lo que dejaran de decir en las taquillas. Cuando andaba por ahí con los chicos, intentaba no recordar que mi universo se había partido por la mitad y que incluso el cielo tenía para mí un aspecto distinto, además de que me daba igual si llegábamos o no a las finales del estado. Lena estaba en lo más profundo de mi mente y no me importaba dónde o con quién estaba.
Y no es que yo mencionara eso en el entrenamiento o después, cuando Link y yo paramos en el Stop & Steal para abastecernos de combustible de camino a casa. El resto de los chicos también estaban allí y yo intentaba actuar como si fuera parte del equipo, por el bien de Link. Tenía la boca llena de donuts y casi me ahogué cuando entré.
Allí estaba ella. La segunda chica más guapa que había visto en mi vida.
Era probablemente un poco mayor que yo, y aunque tenía un aspecto que me resultaba vagamente familiar, nunca había ido al Jackson, al menos desde que yo estudiaba allí. Estaba seguro de ello. Era la clase de chica que a un tío no se le olvida jamás. Estaba apoyada en la rueda de un descapotable Mini Cooper blanco y negro, aparcado de cualquier modo ocupando dos espacios del aparcamiento y con una música que me era desconocida a toda pastilla. No parecía haberse dado cuenta de que había líneas o no le había importado. Estaba chupando una piruleta como si fuera un cigarrillo, con los rojos labios fruncidos en un mohín y aún más enrojecidos por el caramelo color cereza.
Nos echó un vistazo y apagó la música. En un segundo escaso, pasó las dos piernas por encima del lateral del coche y se puso en pie ante nosotros, chupando aún el caramelo.
—Frank Zappa, chicos. Drawning Witch, un tema un poquito anterior a vuestra época. —Se nos acercó despacio, como si nos estuviera dando tiempo para que le diéramos un buen repaso, cosa que, tengo que admitir, estábamos haciendo todos.
Tenía una larga melena rubia, con una gruesa cinta rosa cayéndole por un lado de la cara, más allá del flequillo. Llevaba unas enormes gafas de sol negras, una minifalda negra plisada, como si fuera una especie de animadora gótica. Su top blanco era tan fino que se le transparentaba una especie de sujetador negro y buena parte del resto. Y, desde luego, había mucho que mirar. También lucía unas botas negras de motero, un piercing en el ombligo y un tatuaje negro alrededor de aspecto tribal, aunque no podía decir cómo era porque estaba intentando no mirarlo.
—¿Ethan? ¿Ethan Wate?
Me paré en seco y la mitad del equipo chocó conmigo.
—No me lo puedo creer. —Shawn estaba tan sorprendido como yo cuando ella pronunció mi nombre. Él sí era la clase de chico que solía ir de caza.
—Está que arde. —Link, con la boca abierta, no podía dejar de mirar—. Quema como una QTG.
«Quemadura de Tercer Grado», el mejor cumplido que Link le dedicaba a una chica, superando incluso a «tan buena como Savannah Snow».
—Eso es un problema con piernas.
—Las tías buenas SON un problema. Ahí está el punto.
Ella caminó directa hacia mí, chupando la piruleta.
—¿Quién de vosotros es ese afortunado que se llama Ethan Wate? —Link me empujó hacia delante.
—¡Ethan! —Me echó los brazos al cuello. Tenía las manos sorprendentemente frías, como si hubiera estado sujetando una bolsa de hielo. Me estremecí y me eché hacia atrás.
—¿Te conozco?
—Ni de lejos. Soy Ridley, la prima de Lena, pero no quería que nos encontráramos por primera vez…
En cuanto mencionó el nombre de Lena, los chicos me dedicaron una serie de miradas extrañas y se fueron retirando con desgana en dirección a sus coches. Tras mi charla con Earl, habíamos llegado a un entendimiento mutuo sobre Lena, de esa clase a la que sólo llegamos los chicos. Es decir, si yo no sacaba el tema, ellos tampoco, y, de algún modo, habíamos acordado seguir así de manera indefinida. Tú no preguntas y yo no respondo. Esto, desde luego, no iba a poder durar mucho, especialmente si los parientes raritos de Lena comenzaban a asomar la jeta por la ciudad.
—¿Prima?
¿Había mencionado Lena alguna vez a una prima?
—Sí, en las vacaciones… ¿No te suena la tía Del, que rima con infierno y con tocar el timbre? —Tenía razón, Macon lo había mencionado el día que cenamos.
Sonreí, aliviado, aunque se me había formado un fenomenal nudo en el estómago, de modo que tan aliviado no estaba.
—Es verdad. Lo siento, se me olvidó. Los primos.
—Cariño, tienes delante a la prima. El resto sólo son chavalines que a mi madre se le ocurrió tener después de mí. —Ridley se volvió y se metió de un salto en el Mini Cooper. Y cuando digo salto, es literal, dio un salto por encima del lateral del coche y aterrizó en el asiento del conductor del Mini. No estaba de broma cuando dije que parecía una animadora, tenía unas piernas bien potentes.
Link seguía con los ojos pegados a ella desde donde estaba, junto al Cacharro.
Ridley dio unas palmaditas en el asiento que había a su lado.
—Ven aquí, señor novio, que vamos a llegar tarde.
—Yo no… quiero decir, nosotros no…
—Desde luego, eres de lo más guay. Venga, súbete, no quiero que lleguemos tarde, ¿vale?
—¿Tarde para qué?
—Para la cena familiar. Ya sabes, el Encuentro, una de nuestras Celebraciones. ¿Por qué crees que me han enviado hasta aquí, hasta este estercolero, si no es para buscarte?
—No lo sé. Lena no me ha invitado.
—Bueno, déjame que te diga algo, y es que la tía Del no dejará que se escape a su control el único chico al que Lena ha llevado a casa. Así que te han convocado y ya que Lena está muy ocupada con la cena y que Macon está aún, ya sabes, durmiendo, me ha tocado a mí hacer lo que nadie quería.
—Ella no me llevó a su casa. Me pasé por allí una noche para dejarle los deberes.
Ridley abrió la puerta del coche.
—Súbete, Perdedor.
—Lena me habría llamado si hubiera querido que fuera. —Pero de alguna manera yo sabía que iba a subirme mientras soltaba la frase, aunque seguía dudando.
—¿Siempre eres así? ¿O estás ligando conmigo? Porque si te estás haciendo el duro para pillar algo, dímelo y nos vamos al pantano y nos ponemos a ello.
Me subí al coche.
—Está bien. Vámonos.
Alargó la mano y me apartó el pelo de los ojos. La tenía helada.
—Tienes unos ojos muy bonitos, señor novio. No deberías llevarlos tapados.
Cuando llegamos a Ravenwood, no sabía lo que me había pasado. Ella puso música que yo no había oído en mi vida, comencé a hablar y seguí hablando, hasta el punto de que le conté cosas que no le había contado a nadie, excepto a Lena. En realidad, no puedo explicar por qué lo hice. Era como si hubiera perdido el control de mi boca.
Le conté cosas de mi madre, de cómo había muerto, aunque no había hablado de eso con nadie. Hablé de Amma, de que leía las cartas y que era como una madre para mí ahora que ya no tenía ninguna, a pesar de los hechizos, las muñecas y su desagradable forma de ser en general. También le tocó el turno a Link, a su madre, y cómo había cambiado en los últimos tiempos, pasándose todo el tiempo intentando convencer a la gente de que Lena estaba tan loca como Macon Ravenwood y que era un peligro para todos los estudiantes del Jackson.
También hablé de mi padre, que estaba encerrado en su estudio, con sus libros y un cuadro secreto que no me había permitido ver nunca, y que, de alguna manera, sentía que debía protegerle, incluso de algo que ya había ocurrido.
También le conté cosas de Lena, de cómo nos habíamos encontrado bajo la lluvia, y que parecía que nos conocíamos desde antes de habernos visto por primera vez. También le solté el lío que había habido con la ventana.
Era como si me estuviese absorbiendo desde dentro, del mismo modo que chupaba la piruleta, que continuaba en su boca mientras conducía. Tuve que hacer todo tipo de esfuerzos para no contarle lo de los sueños y el guardapelo. A lo mejor, el hecho de que fuera la prima de Lena hacía que las cosas fueran más fáciles entre nosotros. O quizás era otra cosa.
Justo en el momento en que empecé a preguntarme esto, llegamos a la mansión Ravenwood y apagamos la radio. El sol ya se había puesto, ella se había terminado la piruleta y yo cerré el pico finalmente. ¿Cuándo había sucedido todo esto?
Ridley se inclinó sobre mí, hasta quedar muy cerca. Veía mi rostro reflejado en sus gafas de sol. Aspiré el aire y su olor me pareció dulce y algo húmedo, sin que se pareciera en nada a Lena, pero, aun así, algo familiar.
—No tienes de qué preocuparte, Perdedor.
—Sí, claro, ¿por qué voy a hacerlo?
—Eres un gran tío. —Me sonrió, y sus ojos relampaguearon. Percibí un destello dorado, como un pez de colores en un estanque oscuro. Eran hipnóticos, a pesar incluso de los cristales oscurecidos de las gafas. A lo mejor los llevaba precisamente por eso. Las gafas se volvieron completamente opacas y ella me revolvió el pelo—. La pena es que no te volveremos a ver después de que nos conozcas a todos. Nuestra familia es algo estrambótica. —Salió del coche y yo la seguí.
—¿Más que tú?
—Infinitamente.
Pues qué bien.
Cuando llegamos al primer escalón de la casa, me puso de nuevo su mano fría sobre el hombro.
—Ah, señor novio, cuando Lena te largue, lo cual ocurrirá dentro de cinco meses como mucho, llámame. Ya sabes cómo encontrarme. —De repente se cogió de mi brazo de un modo extrañamente formal—. ¿Puedo?
Le hice un gesto de asentimiento con mi mano libre.
—Vale, cuando quieras.
Las escaleras crujieron bajo nuestro peso mientras subíamos. Empujé a Ridley hacia la puerta principal, ya que no me sentía muy seguro de que fueran capaces de sostenernos.
Llamé, pero no hubo respuesta. Alcé la mano hasta llegar al resorte en forma de luna. La puerta se abrió, lentamente…
Ridley pareció indecisa. Al cruzar el umbral, noté cómo la casa se asentaba, como si el interior hubiera cambiado de forma casi imperceptible.
—Hola, madre.
Una señora de formas redondeadas trajinaba colocando calabazas y hojas doradas a lo largo del mantel; de la sorpresa, se le cayó una pequeña calabaza blanca, que se estrumpió en el suelo. Se agarró al mantel para estabilizarse. Tenía un aspecto raro, como si vistiera un traje del siglo pasado.
—¡Julia! Quiero decir, Ridley, ¿qué estás haciendo aquí? He debido de confundirme, pensé, pensé…
Sabía que algo iba mal. Este no parecía ser el saludo habitual de una madre a una hija.
—Jules, ¿eres tú? —Una versión más pequeña de Ridley, de unos diez años, entró en el vestíbulo con Boo Radley, que ahora llevaba una centelleante capa de color azul sobre el lomo. Había disfrazado al lobo de la familia como si eso fuera lo más normal del mundo. Todo en ella desprendía luz; tenía el pelo rubio y sus radiantes ojos azules parecían contener un soleado atardecer con pequeñas motas de color cielo. La chica sonrió, pero luego puso mala cara.
—Me dijeron que te habías ido.
Boo comenzó a aullar.
Ridley abrió los brazos esperando que la chica se precipitara en ellos, pero la niña no se movió. Así que volvió las palmas de las manos hacia arriba y las abrió. En la primera apareció un chupachups rojo y, para no ser menos, en la otra olisqueaba el aire un pequeño ratoncito gris con una capita azul centelleante que hacía conjunto con la de Boo… como en los trucos baratos de feria.
La niña dio un paso, vacilante, como si su hermana tuviera el poder de atraerla atravesando toda la habitación, sin necesidad de tocarla, con la fuerza de la luna y las mareas. Yo también noté esa sensación.
Cuando Ridley habló, su voz sonaba ronca y espesa como la miel.
—Ven aquí, Ryan. Mamá sólo te ha tomado un poco el pelo para ver si colaba. No me he ido a ningún sitio, de verdad. ¿Cómo iba a dejarte tu hermana mayor favorita?
Ryan sonrió, corrió hacia ella y saltó en el aire como si fuera a precipitarse en sus brazos abiertos. Boo ladró. Durante un momento, Ryan quedó suspendida en mitad del aire, como uno de esos personajes de los dibujos animados que saltan desde un acantilado y permanecen inmóviles durante unos segundos antes de caer. Y ella, al igual que en los dibujos animados, se estampó contra el suelo de repente, como si se hubiera topado con una pared invisible. Las luces se intensificaron, todas a la vez, como si la casa fuera un escenario y la luz marcara el final de un acto. Bajo aquella potente luz, un intenso claroscuro modelaba los rasgos del rostro de Ridley.
La luz cambió las cosas. Ridley se puso una mano sobre los ojos y gritó hacia la casa:
—Oh, por favor, tío Macon, ¿realmente es necesario todo esto?
Boo saltó hacia delante situándose entre Ryan y Ridley. Rugió y avanzó acercándose cada vez más, con el pelo del lomo de punta, lo que le daba mayor apariencia lobuna. A la vista estaba que los hechizos de Ridley no tenían efecto sobre Boo.
Ridley volvió a aferrarse a mi brazo con fuerza y se echó a reír con una risa que sonó como un gruñido o algo parecido. No era un sonido nada agradable. Intenté mantener la compostura, pero sentía la garganta como si la tuviera llena de calcetines mojados.
Sin dejar de agarrarse a mi brazo, alzó la otra mano hacia el techo.
—Está bien, si te pones así de grosero…
Todas las luces de la casa se apagaron y el edificio pareció sufrir un cortocircuito.
La voz de Macon flotó con serenidad desde lo alto de aquellas tenues sombras.
—Ridley, querida mía, qué sorpresa. No te esperábamos.
¿Que no la esperaban? ¿De qué estaba hablando?
—No me perdería el Encuentro por nada del mundo y, además, mira, he traído un invitado. O a lo mejor tú piensas que soy yo su invitada.
Macon bajó las escaleras sin apartar los ojos de Ridley. Era como observar a dos leones avanzando el uno alrededor del otro, mientras yo permanecía en el centro. Ridley había jugado conmigo y yo me lo había tragado todo, como un imbécil, como un bebé al cual se le seguía tomando el pelo.
—No creo que sea una buena idea. Seguro que te esperan en alguna otra parte.
Ridley se sacó la piruleta de la boca con un sonido seco.
—Como te he dicho, no me perdería esto por nada del mundo. Además, no querrás que lleve a Ethan de vuelta todo el camino hasta su casa. ¿De qué otra cosa podríamos hablar ya?
Quería sugerirle que nos marcháramos, pero no conseguí pronunciar palabra. Todos estaban en el vestíbulo, de pie, mirándose fijamente entre sí. Ridley se reclinó en uno de los pilares.
Macon rompió el silencio.
—¿Por qué no llevas a Ethan al comedor? Estoy seguro de que recuerdas dónde está.
—Pero Macon… —La mujer que supuse que era la tía Del tenía una expresión de pánico en el rostro y luego, otra vez, parecía confusa, como si no tuviera muy claro qué era lo que estaba ocurriendo.
—Todo va bien, Delphine.
Pude observar en el rostro de Macon cómo se hacía cargo de todo mientras bajaba escalón a escalón hasta colocarse delante de aquel donde nos encontrábamos nosotros. No tenía ni idea de en qué clase de jaleo me había metido, pero la verdad es que sentía un cierto consuelo al ver que estaba allí.
El último lugar al que quería ir en el mundo era al comedor. Lo que quería era salir disparado de allí, pero no podía hacerlo. Ridley no me soltaba el brazo y mientras estuviera en contacto conmigo, era como si yo tuviera puesto el piloto automático. Me llevó hacia el comedor de gala, donde yo había enfadado a Macon la primera vez que estuve. Miré a Ridley, colgada de mi brazo, y comprendí que esta metedura de pata iba mucho más lejos.
La habitación estaba iluminada por pequeñas velas negras votivas y de la lámpara de araña colgaban hileras de bolitas de cristal negro. Había una enorme corona, hecha por completo de plumas negras, colgada en la puerta que daba a la cocina. La mesa estaba puesta con una vajilla de platos de plata y de una blancura perlina que, probablemente, a mi juicio, estaban hechos con madreperla de verdad.
La puerta de la cocina se entreabrió y Lena apareció con una enorme bandeja de plata en la que se apilaban un montón de frutas de aspecto exótico que, desde luego, no eran de Carolina del Sur. Llevaba una chaqueta negra ajustada que le llegaba hasta los pies, ceñida en la cintura. Tenía un aspecto extrañamente intemporal y no se parecía a nada que hubiera visto en este condado, o incluso en este siglo, pero cuando miré hacia abajo, noté que seguía llevando las Converse. Estaba aún más guapa que cuando vine a cenar… ¿Cuándo? ¿Hacía unas cuantas semanas?
Sentí que se me ofuscaba la mente, como si estuviera medio dormido. Aspiré una gran bocanada de aire, pero lo único que pude oler fue la fragancia de Ridley, un aroma de almizcle mezclado con algo demasiado dulce, como si fuese almíbar haciéndose en una olla. Era fuerte y sofocante.
—Ya estamos casi preparados, sólo un poco más… —Lena, con la puerta aún a medio abrir, se quedó helada. Parecía como si hubiera visto un fantasma, o algo mucho peor. No estaba seguro de si era sólo por ver a Ridley o por estar los dos allí cogidos del brazo.
—Vaya, hola, primita. Cuánto tiempo sin vernos. —Ridley avanzó unos cuantos pasos, arrastrándome con ella—. ¿No vas a darme un beso?
La bandeja que Lena llevaba en los brazos se cayó al suelo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —La voz de Lena era apenas un susurro.
—Pues ¿qué va a ser? He venido a ver a mi prima favorita, claro, y he traído una cita.
—Yo no soy tu cita —dije sin convicción, y apenas pude pronunciar las palabras, pegado firmemente a su brazo. Ridley sacó un cigarrillo del paquete que llevaba en la bota y lo encendió, todo con su mano libre.
—Ridley, por favor, no fumes en casa —dijo Macon, y el cigarrillo se apagó de forma instantánea. Se echó a reír y lo tiró dentro de un bol que contenía algo con aspecto de puré de patata, pero que probablemente no lo era.
—Tío Macon, siempre tan puntilloso con las reglas de la casa.
—Las reglas se establecieron hace mucho tiempo, Ridley. No hay nada que tú o yo podamos hacer ya para cambiarlas. Se quedaron mirándose fijamente el uno al otro. Macon hizo un gesto y una silla se apartó de la mesa.
—¿Por qué no te sientas? Lena, dile a Cocina que seremos dos más a cenar.
Lena se quedó de pie, furiosa.
—Ella no puede quedarse.
—No hay problema. No hay nada que pueda hacerte daño aquí —le aseguró Macon. Pero Lena no parecía asustada, sino realmente rabiosa.
Ridley sonrió.
—¿Estás seguro?
—La cena está preparada y ya sabes lo mal que le sienta a Cocina que se enfríen los platos. —Macon entró en el comedor. Todo el mundo se puso en fila tras él, aunque apenas había hablado lo suficientemente alto para que nos enterásemos los cuatro que estábamos allí.
Boo lideró el camino, acompañado de Ryan. Le seguía la tía Del, del brazo de un hombre de pelo canoso de la edad de mi padre. Iba vestido como si acabara de salir de uno de los libros que había en el estudio de mi madre, con botas altas hasta la rodilla, una camisa con chorreras y una extraña capa. Ambos tenían el mismo aspecto que cualquier pieza que se expusiera en el Museo Smithsonian.
Entró en la habitación una chica mayor, aunque muy parecida a Ridley, salvo por el hecho de que llevaba más ropa encima y no tenía un aspecto tan peligroso. Llevaba el pelo rubio largo y liso con una versión más pulcra del flequillo desigual de Ridley. Tenía la misma pinta que las chicas que van acarreando pilas de libros por el viejo campus de una universidad pija de esas del norte, como Yale o Harvard. La chica entabló una lucha de miradas con Ridley, como si pudiera verle los ojos a través de los oscuros cristales de las gafas, que aún no se había quitado.
—Ethan, me gustaría presentarte a mi hermana mayor, Annabel. Oh, lo siento, quería decir Reece. —¿Qué clase de persona no se sabe ni el nombre de su propia hermana?
La chica sonrió y habló lentamente, como si estuviera escogiendo las palabras con mucho cuidado.
—¿Qué estás haciendo aquí, Ridley? Pensé que tenías una cita en otra parte esta noche.
—Los planes cambian.
—Y también las familias. —Reece alargó la mano y la agitó delante del rostro de Ridley, un simple ademán, como si fuera un mago sacudiendo la mano sobre un sombrero de copa. Yo me estremecí. No tenía ni idea de lo que esperaba que pudiera pasar, pero por un momento creí que Ridley desaparecería. O, más bien, lo deseé.
Pero no desapareció y esa vez fue Ridley la que se estremeció y miró hacia otro lado, como si le resultara doloroso mirarla a los ojos.
Reece observó detenidamente el rostro de la otra chica, como si fuera un espejo.
—Interesante. ¿Cómo es posible, Rid, que cuando te miro a los ojos, sólo pueda ver los de ella? Al parecer, sois uña y carne, ¿no?
—Bla, bla, bla, hermanita.
Reece cerró los ojos, concentrándose. Ridley se retorció como una mariposa atravesada por un alfiler. Reece movió la mano una y otra vez y, durante un momento, el rostro de la muchacha se diluyó en la tenebrosa imagen de otra mujer, un rostro que me resultó familiar, aunque no podía recordar por qué.
Macon dejó caer pesadamente su mano sobre el hombro de Ridley. Fue la única vez que vi que alguien que no fuera yo la tocara. Hizo un gesto de dolor y noté que una punzada atravesaba su mano hasta llegar a mi brazo. Desde luego, Macon Ravenwood no era un hombre que pudiera tomarse a la ligera.
—Vamos. Nos guste o no, el Encuentro ha comenzado y no voy a permitir que nadie arruine las Celebraciones, al menos, no bajo mi techo. Ridley ha sido invitada, como ella nos ha aclarado tan amablemente, a unirse a nosotros. No es necesario añadir nada más. Por favor, sentaos todos.
Lena se sentó, con los ojos clavados en nosotros.
La tía Del pareció aún más preocupada que en el momento de nuestra llegada. El hombre de la capa le dio unas palmaditas en la mano para tranquilizarla. Un chico alto, de mi edad más o menos y de aspecto aburrido, entró vestido con una camiseta deslucida y unos vaqueros negros, además de con unas usadas botas de motero.
Ridley hizo las presentaciones.
—Ya has conocido a mi madre. Este es mi padre, Barclay Kent, y este mi hermano, Larkin.
—Encantado de conocerte, Ethan.
El padre dio un paso adelante como si fuera a darme la mano, pero cuando vio el brazo de Ridley aferrado al mío, dio un paso atrás. Larkin pasó el suyo por mis hombros y, cuando lo miré, se había convertido en una serpiente que sacaba y metía la lengua de la boca.
—¡Larkin! —siseó Barclay. La serpiente volvió a convertirse en el brazo de Larkin en un instante.
—Vale. Sólo estaba intentando animar un poco la cosa. Tenéis todos una pinta de funeral… —Los ojos del chico brillaron con un fulgor amarillo, apenas visibles a través de la rendija de sus párpados. Eran los ojos de una serpiente.
—Larkin, he dicho que ya basta. —Su padre le dirigió la clase de mirada que un padre dedica a un hijo que le disgusta a menudo. Los ojos de Larkin se tornaron verdes.
Macon se sentó a la cabecera de la mesa.
—¿Por qué no nos sentamos todos? Cocina ha preparado una de sus comidas para las grandes ocasiones. Lena y yo hemos tenido que soportar el ruido que ha hecho durante unos cuantos días.
Todo el mundo se sentó a la enorme mesa rectangular sostenida por patas con garras. Era de madera oscura, casi negra, y tenía un intrincado diseño en las tallas de las patas, simulando vides. Unas grandes velas negras brillaban en el centro de la mesa.
—Siéntate a mi lado, Perdedor. —Ridley me llevó hacia un asiento vacío, frente al pájaro de plata que llevaba una tarjeta con el nombre de Lena, como si pudiera hacer otra cosa.
Intenté entablar contacto visual con ella, pero tenía los ojos fijos en Ridley y relumbraban de furia. Esperaba que aquella ira estuviera dirigida sólo contra la chica.
La mesa estaba sobrecargada de comida, incluso más que la última vez que había estado allí. Cada vez que la miraba me parecía que había más cosas. Había costillas asadas dispuestas en un círculo, con los extremos hacia arriba, de modo que parecían una corona, filetes aderezados con romero y otros platos más exóticos que no había visto en mi vida. Había un pájaro grande relleno y rodeado de peras que yacía sobre unas plumas de pavo real, arregladas de tal modo que parecía que el pájaro tenía la cola abierta. Esperaba que no fuera un pavo real de verdad, pero teniendo en cuenta las plumas de la cola, estaba bastante seguro de que lo era. Había también una especie de dulces que tenían la misma forma que los auténticos caballitos de mar.
Sin embargo, nadie comía, salvo Ridley, que parecía estar disfrutando de verdad.
—Me encantan los caballitos de azúcar —dijo, metiéndose dos de los diminutos caballitos dorados dentro de la boca.
La tía Del tosió un par de veces, y se llenó un vaso de un líquido negro, de la consistencia del vino, del decantador que había sobre la mesa.
Ridley miró a Lena desde el otro lado de la mesa.
—Así que, primita, ¿tienes algún plan interesante para tu cumpleaños? —Ridley mojó los dedos en una oscura salsa marrón que había en la salsera al lado del pájaro que esperaba que no fuera un pavo real, y se los chupó de forma provocativa.
—Esta noche no vamos a hablar del cumpleaños de Lena —atajó Macon.
Ridley estaba pasándoselo en grande con la tensión que había creado. Se metió otro caballito en la boca.
—¿Por qué no?
Los ojos de Lena relucieron cargados de agresividad.
—No tienes por qué preocuparte por mi cumpleaños. No te pienso invitar.
—Seguro que lo harás. Preocuparte, me refiero. Después de todo, es un cumpleaños muy importante. —La chica se echó a reír. El pelo de Lena comenzó a agitarse como si una corriente de aire recorriera la habitación, salvo por el hecho de que no había ninguna.
—Ridley, he dicho que ya basta. —Macon estaba perdiendo la paciencia y lo reconocí en su tono de voz porque era el mismo que había utilizado después de que sacara el guardapelo del bolsillo, el día de mi primera visita.
—¿Por qué te pones de su parte, tío Macon? He pasado tanto tiempo contigo como Lena, mientras crecíamos. ¿Por qué de pronto se ha convertido en tu favorita? —Durante un momento, su voz pareció dolida.
—Ya sabes que no tiene nada que ver con favoritismos. Tú has sido Llamada y eso está fuera de mis manos.
¿Llamada? ¿Qué la Llamaba? ¿De qué estaba hablando? La bruma sofocante que me rodeaba se espesaba cada vez más. No estaba seguro de haber oído bien.
—Porque tú y yo somos iguales —alegó, como una niña enfadada.
La mesa comenzó a temblar de forma casi imperceptible y el líquido negro de los vasos comenzó a agitarse suavemente. Se oía un ligero repiqueteo sobre el tejado. Estaba lloviendo.
Lena estaba aferrada al borde de la mesa, con los nudillos de las manos blancos.
—NO sois iguales —siseó.
Sentí que el cuerpo de Ridley se envaraba contra mi brazo, al cual ella se agarraba con el suyo, enroscada alrededor como si fuera una serpiente.
—Tú te crees mucho mejor que yo, Lena… ¿a que sí? Pero ni siquiera sabes cuál es tu nombre verdadero. Tampoco te das cuenta de que la relación que sostenéis está condenada. No tienes más que esperar a que seas Llamada y ya verás cómo son las cosas de verdad. —Se echó a reír, haciendo una especie de sonido extraño, que sonó siniestro y doloroso—. No tienes ni idea de si somos o no iguales. En unos cuantos meses, podrías terminar exactamente igual que yo.
Lena me miró, llena de pánico. La mesa comenzó a sacudirse con más energía y los platos repiquetearon contra la madera. Se oyó el chasquido de un rayo en el exterior y la lluvia se deslizó por los cristales de las ventanas como si fueran lágrimas.
—¡Cierra la boca!
—Cuéntaselo, Lena. ¿No crees que el Perdedor tiene derecho a saberlo todo? ¿Que no tienes ni idea de si perteneces a la Luz o a la Oscuridad? ¿Y que ni siquiera tendrás posibilidad de escoger?
Lena se puso en pie de un salto y la silla cayó hacia atrás estrepitosamente.
—¡Te he dicho que te calles!
Ridley mostraba de nuevo un aspecto relajado, como si disfrutara.
—Cuéntale que cuando vivíamos juntas el año pasado, en la misma habitación, como hermanas, yo era exactamente como tú y ahora…
Macon se puso en pie a la cabecera de la mesa, sujetándola con ambas manos. Su pálido rostro parecía aún más blanco de lo habitual.
—¡Ridley, ya basta! Te lanzaré un hechizo de expulsión si dices una palabra más.
—No puedes hacerlo, tío. No tienes bastante fuerza para ello.
—No sobreestimes tus capacidades. Ningún Caster Oscuro en la Tierra tiene poder suficiente para entrar por su cuenta y riesgo en Ravenwood. Yo mismo Vinculé el lugar. Todos lo hicimos.
¿Caster Oscuro? Eso no sonaba nada bien.
—Caramba, tío Macon. Te estás olvidando de la famosa hospitalidad sureña. Yo no he irrumpido aquí, he sido invitada y he venido del brazo del caballero más guapo del estercolero. —Ridley se volvió hacia mí y me sonrió, quitándose las gafas de sol. Sus ojos tenían un aspecto extraño y relucían con un brillo dorado, como si estuvieran ardiendo. Tenían la forma de un gato, con ranuras negras en la mitad. Con la luz que surgía de aquellos ojos, todo cambiaba.
Me examinó con aquella sonrisa siniestra y sus facciones se retorcieron, lúgubres, entre sombras. Los rasgos que eran tan femeninos y atractivos ahora tenían un aspecto afilado y endurecido, transformándose ante mis ojos. Su piel parecía estirarse en torno a sus huesos, acentuando cada vena hasta el punto de que la sangre casi se transparentaba. Parecía un monstruo en ese momento.
Había metido un monstruo en el hogar de Lena.
De forma casi inmediata la casa comenzó a sacudirse de forma violenta. Los cristales de la lámpara de cristal comenzaron a bailotear y las luces parpadearon. Los postigos de las ventanas se abrieron y se cerraron de golpe mientras la lluvia aporreaba el tejado. El sonido era tan atronador que se hacía prácticamente imposible oír ninguna otra cosa, como la noche que casi atropellé a Lena cuando estaba de pie en la carretera.
Ridley apretó su garra fría como el hielo sobre mi brazo. Intenté soltarme a tirones, pero apenas me pude mover. La frialdad se iba extendiendo hasta el punto de que se me estaba quedando dormido el brazo entero.
Lena alzó la mirada de la mesa, horrorizada.
—¡Ethan!
La tía Del dio una patada en mitad de la habitación. Los suelos parecieron ondularse bajo sus pies.
La frialdad comenzó a extenderse a través de mi cuerpo. Tenía la garganta helada y las piernas paralizadas, no me podía mover. Era incapaz de apartarme del brazo de Ridley y no podía decirle a nadie lo que estaba ocurriendo. En unos cuantos minutos, apenas podría respirar siquiera.
La voz de una mujer, la de la tía Del, se cernió sobre la mesa.
—Ridley, te dije que te mantuvieras al margen, hija. Ahora no hay nada que podamos hacer por ti. Lo siento muchísimo.
La voz de Macon sonó con brusquedad.
—Ridley, un año puede marcar la diferencia más grande del mundo. Ya has sido Llamada y has encontrado tu lugar en el Orden de las Cosas. Ya no perteneces a este sitio. Has de marcharte.
Un momento más tarde, estaba de pie ante ella. Era eso o yo estaba perdiendo la pista de lo que estaba pasando. Las voces y los rostros habían comenzado a girar a mi alrededor. Apenas podía respirar. Tenía tanto frío que mi mandíbula congelada ni siquiera podía moverse para castañetear.
—¡Vete! —gritó.
—¡No!
—¡Ridley! ¡Compórtate! Tienes que irte. Ravenwood no es un lugar donde practicar la magia Negra. Es un lugar Vinculado, un lugar de Luz. No podrás sobrevivir aquí durante mucho tiempo. —La voz de la tía Del sonaba firme.
Ridley respondió con un rugido.
—No me voy a marchar, madre, y no puedes obligarme.
La voz de Macon interrumpió su berrinche.
—Sabes que no es cierto.
—¡Ahora soy más fuerte!, tío Macon. No me puedes controlar.
—Es verdad, tu fuerza va creciendo, pero aún no estás preparada para enfrentarte a mí y haré lo que sea necesario para proteger a Lena. Incluso aunque eso signifique que tenga que hacerte daño o algo peor.
El peso de la amenaza fue excesivo para Ridley.
—¿Me harías eso? Ravenwood es un lugar Oscuro de poder. Siempre lo ha sido desde los tiempos de Abraham. Él era uno de los nuestros. Ravenwood debería ser nuestro también. ¿Por qué lo estáis Vinculando a la Luz?
—Porque Ravenwood es ahora el hogar de Lena.
—Tú perteneces al mismo lado que yo, tío M. Con ella.
Ridley se puso en pie arrastrándome a mí al suelo. Ahora estaban los tres de pie, Lena, Macon y Ridley, los tres vértices de un triángulo realmente terrorífico.
—No os temo a los de vuestra especie —declaró.
—Podría ser, pero aquí no tienes ningún poder. No contra todos nosotros y una Natural.
Ridley se echó a reír de forma socarrona.
—¿Lena, una Natural? Esa es la cosa más divertida que habéis dicho en toda la noche. Ya he visto lo que es capaz de hacer un Natural y Lena jamás podría serlo.
—No es lo mismo un Cataclyst que un Natural.
—¿Cómo que no lo son? Un Cataclyst es un Natural que se ha vuelto hacia la Oscuridad, son las dos caras de una misma moneda.
¿De qué estaban hablando? La cabeza me daba vueltas.
Y entonces sentí que todo mi cuerpo se paralizaba y me di cuenta de que estaba perdiendo la consciencia o, más bien, probablemente, muriéndome. Era como si me hubieran extraído toda la vida del cuerpo, junto con el calor de mi sangre. Aun así, escuché el sonido de un trueno. Sólo uno, y luego un relámpago y el chasquido de una rama de árbol cayendo justo delante de la ventana. La tormenta había llegado y la teníamos justo encima.
—Estás equivocado, tío M. No merece la pena proteger a Lena y, desde luego, ella no es una Natural. No conocerás su destino hasta el día de su cumpleaños. ¿Crees que porque es dulce e inocente será Llamada por la Luz? Eso no quiere decir nada. ¿No era así yo también hace un año? Y según lo que el amigo Perdedor me ha estado largando, está más cerca de volverse hacia la Oscuridad que hacia la Luz. ¿Tormentas de rayos? ¿Aterrorizar a todo el mundo en el instituto?
El viento arreció y Lena se fue enfadando cada vez más. Podía ver la ira reflejada en su rostro. Una de las ventanas estalló, igual que en la clase de inglés. Ya veía a dónde nos iba a conducir esto.
—¡Cierra el pico! ¡No sabes de lo que estás hablando! —La lluvia entró como un diluvio dentro de la habitación, seguida por el viento, que mandó vasos y platos contra el suelo, donde se estrellaron. El líquido negro acabó en el suelo en grandes manchas alargadas. Nadie se movió.
Ridley se volvió hacia Macon.
—Siempre le has concedido demasiada importancia. Ella no vale nada.
Intenté liberarme de Ridley, incluso agarrarla y sacarla yo mismo de la casa, pero no podía moverme.
Estalló una segunda ventana y después, otra, y luego una más. Todos los cristales de los alrededores se iban rompiendo. La porcelana, las copas de vino, los cristales de los cuadros… Los muebles habían comenzado a golpear contra las paredes, y el viento circulaba como si la habitación hubiera absorbido un tornado y lo hubiera metido allí dentro con nosotros. El sonido era terrible y no se podía oír nada más. El mantel salió volando de la mesa, junto con las velas, las bandejas con sus platos encima y terminaron empotrándose contra la pared. Me pareció que la habitación también comenzaba a girar. Todo estaba siendo aspirado en dirección al vestíbulo, hacia la puerta principal. Boo Radley gritó, con un horrible sonido humano. La garra de Ridley había comenzado a aflojarse en torno a mi brazo. Pestañeé con fuerza, intentando no desmayarme.
Y allí, en mitad de todo aquello, estaba Lena. Estaba totalmente quieta, con el pelo flotando con el viento que la rodeaba. ¿Qué estaba pasando?
Sentí que se me doblaban las rodillas. Justo mientras perdía la consciencia, sentí el viento, o una fuerza que literalmente arrancó mi brazo de la mano de Ridley, como si ella también hubiera sido aspirada hacia el exterior de la habitación, hacia la puerta principal. Me estampé contra el suelo y escuché el grito de Lena, o creí oírla.
—Aparta tus sucias manos de mi novio, bruja.
Novio.
¿Era eso lo que yo era para ella?
Intenté sonreír. Pero, en vez de eso, me desvanecí.