«Oculto tras fuertes barreras, el corazón se convierte en hielo».
DARWI ODRADE, Discusión en el Consejo
Era un grupo lleno con fuertes tensiones: Taraza (llevando correo secreto bajo sus ropas, y preocupada por las otras precauciones que había tomado), Odrade (segura de que se produciría violencia, y consecuentemente cautelosa), Sheeana (cuidadosamente aleccionada de las probabilidades allí, y escudada detrás de tres Madres de Seguridad que avanzaban con ella como una armadura de carne), Waff (preocupado de que su razón hubiera podido haber sido oscurecida por algún misterioso artificio Bene Gesserit), el falso Tuek (ofreciendo toda la apariencia de que iba a estallar en ira de un momento a otro), y nueve de los consejeros rakianos de Tuek (cada uno de ellos furiosamente empeñado en conseguir la ascendencia para él o su familia).
Además, cinco acólitas guardianas, educadas y adiestradas por la Hermandad para la violencia física, permanecían cerca de Taraza. Waff iba acompañado por un número igual de nuevos Danzarines Rostro.
Habían sido convocados en el ático encima del Museo de Dar–es–Balat. Era una larga estancia con una pared de plaz orientada al oeste por encima de un jardín de plantas delicadas en el techo. El interior estaba amueblado con mullidos divanes y decorado con artísticas vistas de la no–habitación del Tirano.
Odrade había argumentado en contra de incluir a Sheeana, pero Taraza permaneció inflexible. El efecto que causaba la muchacha sobre Waff y sobre algunos de los sacerdotes representaba una ventaja abrumadora para la Bene Gesserit.
Había pantallas «dolban» en la larga pared de ventanas para impedir la entrada de los más intensos rayos del sol occidental. El que la estancia estuviera orientada al oeste le decía algo a Odrade. Las ventanas miraban a la tierra arenosa donde reposaba Shai–Hulud. Era una estancia enfocada sobre el pasado, sobre la muerte.
Admiró las dolban frente a ella. Eran negras láminas de diez moléculas de espesor girando en un medio líquido transparente. Con su ajuste automático, las mejores dolban ixianas admitían un predeterminado nivel de luz sin disminuir mucho la visión. Los artistas y los comerciantes en antigüedades las preferían a los sistemas polarizadores, sabía Odrade, porque dejaban paso a todo el espectro de luz disponible. Su instalación hablaba de los usos que había tenido aquella estancia… un escaparate donde exhibir lo mejor de la acumulación de riquezas del Emperador. Sí… allí estaba por ejemplo la ropa que había sido destinada a su esposa en sus proyectados esponsales.
Los consejeros sacerdotales estaban discutiendo intensamente entre sí a un extremo de la habitación, ignorando al falso Tuek. Taraza permanecía de pie cerca, escuchando. Su expresión decía que consideraba a los sacerdotes unos estúpidos.
Waff permanecía de pie junto con su cohorte de Danzarines Rostro cerca de la amplia puerta de entrada. Su atención iba de Sheeana a Odrade y a Taraza, y sólo ocasionalmente a los discutidores sacerdotes. Cada movimiento que efectuaba Waff traicionaba sus inseguridades. ¿Iba a apoyarle realmente la Bene Gesserit? ¿Podrían juntos vencer a la oposición rakiana mediante métodos pacíficos?
Sheeana y su escolta protectora se situaron detrás de Odrade. La muchacha evidenciaba aún fibrosos músculos, observó Odrade, pero estaba desarrollándose, y los músculos habían adoptado ya una característica definición Bene Gesserit. Sus altos pómulos se habían suavizado bajo aquella piel olivácea, los ojos marrones eran más líquidos, pero seguía habiendo mechas rojas en su pelo castaño. La atención que dedicaba a los sacerdotes que discutían decía que estaba confirmando lo que le había sido revelado en sus instrucciones.
—¿Van a luchar realmente? —susurró.
—Escúchales —dijo Odrade.
—¿Que hará la Madre Superiora?
—Obsérvala atentamente.
Ambas contemplaron a Taraza de pie entre su grupo de musculosas acólitas. Taraza parecía divertida ahora, mientras seguía observando a los sacerdotes.
El grupo rakiano había empezado su discusión fuera en el jardín del techo. La habían traído al interior cuando las sombras empezaron a alargarse. Respiraban airadamente, a veces murmurando y luego alzando sus voces. ¿No se daban cuenta de cómo les miraba el falso Tuek?
Odrade volvió su atención al horizonte visible más allá del jardín en el techo: ningún otro signo de vida allá afuera en el desierto. Cualquier dirección en la que uno mirara desde Dar–es–Balat mostraba vacía arena. La gente nacida y criada allí tenía una visión diferente de la vida y de su planeta que la de la mayoría de aquellos sacerdotes consejeros. Aquél no era el Rakis de anillos verdes y oasis con agua que habían abundado en las latitudes altas como dedos floridos apuntando a las huellas del gran desierto. Delante de Dar–es–Balat se extendía el desierto máximo que se abría como una amplia faja a lo ancho de todo el planeta.
—¡Ya he oído suficiente de estas estupideces! —estalló el falso Tuek. Empujó bruscamente a un lado a uno de los consejeros y se plantó en mitad del grupo que discutía, girando sobre sí mismo para enfrentarse a cada rostro—. ¿Estáis todos locos?
Uno de los sacerdotes (¡Era el viejo Albertus, por los dioses!) miró al otro lado de la estancia a Waff y llamó en voz alta:
—¡Ser Waff! ¿Tendréis la bondad de controlar a vuestro Danzarín Rostro?
Waff vaciló y luego avanzó hacia el grupo, su séquito pegado a sus talones.
El falso Tuek se volvió en redondo y señaló a Waff con un dedo:
—¡Tú! ¡Quédate donde estás! ¡No aceptaré ninguna interferencia tleilaxu! ¡Vuestra conspiración está muy clara para mí!
Odrade había estado observando a Waff mientras el falso Tuek hablaba. ¡Sorpresa! El Maestro de la Bene Tleilax jamás se había visto interpelado así por uno de sus secuaces. ¡Qué shock! La ira convulsionó sus rasgos. Sonidos zumbantes como los ruidos de furiosos insectos surgieron de su boca, una cosa modulada que era claramente algún tipo de lenguaje. Los Danzarines Rostro de su entorno se inmovilizaron, pero el falso Tuek simplemente volvió de nuevo su atención a sus consejeros.
Waff se detuvo zumbando. ¡Consternación! ¡Su Danzarín Rostro Tuek no había acudido a postrarse! Avanzó a toda carga contra los sacerdotes. El falso Tuek lo vio y una vez más alzó una mano hacia él, el dedo temblando.
—¡Te dije que te mantuvieras fuera de esto! ¡Es posible que puedas matarme, pero no me mancharás con tu suciedad tleilaxu!
Aquello causó su efecto. Waff se detuvo. De pronto, comprendió. Lanzó una mirada a Taraza, viendo el divertido reconocimiento de su predicción. De pronto tuvo un nuevo blanco para su ira.
—¡Vos lo sabíais!
—Lo sospechaba.
—Vos… vos…
—Los hicisteis demasiado bien —dijo Taraza—. Son vuestra propia obra.
Los sacerdotes no se dieron cuenta de aquel intercambio. Estaban gritándole al falso Tuek, ordenándole que se callara y se marchara, llamándole «¡maldito Danzarín Rostro!».
Odrade estudió con cuidado el objeto de su ataque. ¿Cuán profundamente había sido imprimido? ¿Estaba realmente convencido de que era Tuek?
Sosegándose repentinamente, el imitador se irguió con dignidad y lanzó una despectiva mirada a sus acusadores.
—Todos vosotros me conocéis —dijo—. Todos vosotros conocéis mis años de servicio al Dios Dividido Que Es Un Sólo Dios. Iré ahora con Él si vuestra conspiración se extiende hasta tal punto, pero recordad: ¡Él sabe lo que hay en vuestros corazones!
Los sacerdotes miraron como un sólo hombre a Waff. Ninguno de ellos había visto al Danzarín Rostro reemplazar a su Sumo Sacerdote. No había habido nadie para verlo. Toda la evidencia era la evidencia de unas voces humanas diciendo cosas que podían ser mentiras. Tardíamente, algunos miraron a Odrade. Su voz era una de las que los habían convencido.
Waff también estaba mirando a Odrade.
Odrade sonrió y se dirigió al Maestro tleilaxu:
—No entra en nuestros propósitos el que el Sumo Sacerdocio pase a otras manos en estos momentos —dijo.
Waff vio inmediatamente la ventaja de su lado. Aquello era una cuña entre los sacerdotes y la Bene Gesserit. Aquello extirpaba uno de los más peligrosos asideros que tenía la Hermandad sobre los tleilaxu.
—Tampoco entra en nuestros propósitos —dijo.
Cuando los sacerdotes empezaron a alzar de nuevo sus irritadas voces, Taraza remachó el clavo final:
—¿Quién de vosotros va a romper nuestro acuerdo? —preguntó.
Tuek llamó a un lado a dos de sus consejeros y caminó a grandes zancadas cruzando la habitación hasta la Madre Superiora. Se detuvo a un paso tan sólo de ella.
—¿Qué juego es éste? —preguntó.
—Os apoyaremos contra aquellos que pretendan reemplazaros —dijo Taraza—. La Bene Tleilax está a nuestro lado en esto. Es nuestra forma de demostrar que nosotros poseemos también un voto a la hora de seleccionar al Sumo Sacerdote.
Varias voces sacerdotales se alzaron al unísono:
—¿Es o no es un Danzarín Rostro?
Taraza miró benévolamente al hombre frente a ella.
—¿Sois un Danzarín Rostro?
—¡Por supuesto que no!
Taraza miró a Odrade. Odrade dijo:
—Parece que se ha producido un error.
Odrade aisló a Albertus de entre los sacerdotes y clavó sus ojos en él.
—Sheeana —dijo—, ¿qué va a hacer ahora la Iglesia del Dios Dividido?
Como se le había indicado que debía hacer, Sheeana se salió del círculo de sus guardianas y habló con toda la arrogancia que se le había enseñado:
—¡Deben continuar sirviendo a Dios!
—Los asuntos que motivaron este encuentro parecen haber concluido —dijo Taraza—. Si necesitáis protección, Sumo Sacerdote Tuek, una escuadra de nuestras guardianas os aguarda en el vestíbulo. Está a vuestras órdenes.
Todos pudieron ver aceptación y comprensión en él. Se había convertido en una criatura de la Bene Gesserit. No recordaba nada de sus orígenes de Danzarín Rostro.
Cuando los sacerdotes y Tuek se hubieron marchado, Waff lanzó una sola palabra a Taraza, hablando en el lenguaje del Islamiyat:
—¡Explicaos!
Taraza se apartó de sus guardianas, pareciendo situarse así en un punto de vulnerabilidad. Era un movimiento calculado que había discutido frente a Sheeana. En el mismo lenguaje, Taraza dijo:
—Os liberamos de nuestro dominio sobre la Bene Tleilax.
Todos aguardaron mientras él sopesaba aquellas palabras. Taraza se recordó a sí misma que el nombre que se daban a sí mismos los tleilaxu podía ser traducido como «los innombrables». Aquella era una etiqueta reservada frecuentemente a los dioses.
Obviamente aquel dios no había extendido su perspicacia a lo que podía ocurrir a los Danzarines Rostro introducidos entre Ixianos y Habladoras Pez. A Waff le esperaban más shocks aún. Sin embargo, pareció completamente desconcertado.
Waff se enfrentaba a varias preguntas sin respuesta. No estaba satisfecho con los informes de Gammu. Era un peligroso doble juego el que estaba jugando ahora. ¿Estaba jugando la Hermandad un juego similar? Pero los Perdidos tleilaxu no podían ser echados a un lado sin invitar a un ataque por parte de las Honoradas Matres. La propia Taraza le había advertido de esto. ¿Seguía representando el viejo Bashar en Gammu una fuerza digna de ser tenida en consideración?
Planteó aquella cuestión en voz alta.
Taraza contraatacó con su propia pregunta:
—¿Cómo cambiasteis a nuestro ghola? ¿Qué esperáis conseguir con ello? —Estaba segura de saberlo ya. Pero era necesario aparentar ignorancia.
Waff sintió deseos de decir: «¡La muerte de todas las Bene Gesserit!». Eran demasiado peligrosas. Sin embargo, su valor era incalculable. Se hundió en un hosco silencio, mirando a las Reverendas Madres con una expresión pensativa que hacía que sus rasgos de elfo parecieran aun más infantiles.
Un niño quisquilloso, pensó Taraza. Se advirtió entonces a sí misma que era peligroso subestimar a Waff. Rompías el huevo tleilaxu únicamente para encontrar dentro otro huevo… ¡y así hasta el infinito! Todo giraba en torno a las sospechas de Odrade acerca de las disputas que aún podían llevarlas a una sangrienta violencia en aquella habitación. ¿Habían revelado realmente los tleilaxu lo que habían aprendido de las rameras y de los demás Perdidos? ¿Era el ghola únicamente una potencial arma tleilaxu?
Taraza decidió aguijonearle una vez más, utilizando el enfoque del «Análisis Nueve» de su Consejo. Aún en el lenguaje del Islamiyat, dijo:
—¿Os deshonraréis vos mismo en las tierras del Profeta? No habéis compartido abiertamente de la forma en que dijisteis que lo haríais.
—Os contamos acerca de la sexual…
—¡No lo compartisteis todo! —interrumpió ella—. Es a causa del ghola, y todos lo sabemos.
Pudo ver sus reacciones. Era un animal acorralado. Tales animales eran en extremo peligrosos. En una ocasión había visto a un perro híbrido, un feroz y hambriento superviviente de los antiguos animales de compañía de Dan, acorralado por una pandilla de muchachos. El animal se revolvió contra sus perseguidores, abriéndose camino hacia la libertad con dientes y garras, con un salvajismo totalmente inesperado. Dos muchachos quedaron tullidos de por vida, ¡y sólo uno resultó sin heridas! Waff era en este preciso momento como aquel animal. Podía ver que sus manos ansiaban un arma, pero tleilaxu y Bene Gesserit se habían registrado mutuamente con exquisito cuidado antes de entrar allí. Estaba segura de que no llevaba ningún arma encima. Sin embargo…
Waff habló, provocando con sus modales:
—¡Creéis que no soy consciente de la forma en que pensáis gobernarnos!
—Y esa es la podredumbre que la gente de la Dispersión se llevó con ella —dijo Taraza—. Podredumbre en la raíz.
Los modales de Waff cambiaron. No ignoraba las profundas implicaciones del pensamiento Bene Gesserit. ¿Pero estaba ella mostrando desacuerdo?
—El Profeta colocó un localizador tictaqueando en la mente de cada ser humano, Disperso o no —dijo Taraza—. Los ha traído de vuelta a nosotros con toda la podredumbre intacta.
Waff rechinó los dientes. ¿Qué estaba haciendo aquella mujer? Alentaba el alocado pensamiento de que la Hermandad había embotado su mente con alguna droga secreta en el aire. ¡Ellas sabían cosas que negaban a los demás! Miró de Taraza a Odrade, luego de nuevo a Taraza. Sabía que él era viejo gracias a la serie de resurrecciones ghola, pero no viejo en la forma en que lo eran las Bene Gesserit. ¡Aquella gente era realmente vieja! Raras veces parecían viejas, pero lo eran, viejas más allá de cualquier cosa que él se atreviera a imaginar.
Taraza tenía similares pensamientos. Había visto el destellar de una profunda consciencia en los ojos de Waff. La necesidad abría nuevas puertas a la razón. ¿Cuán profundamente había ido el tleilaxu? ¡Sus ojos eran tan viejos! Había tenido la sensación de que cualquier cosa que hubiera sido un cerebro en aquellos Maestros tleilaxu era ahora algo distinto… una holograbadora de la cual habían sido borradas todas las debilitantes emociones. Ella compartía la misma desconfianza hacia las emociones que sospechaba en él. ¿Era eso un lazo que los unía?
El tropismo de los pensamientos comunes.
—Decís que nos liberáis de vuestro dominio —gruñó Waff—. Pero siento vuestros dedos en torno a mi garganta.
—Entonces hay un dominio todavía sobre nuestras gargantas —dijo ella—. Algunos de vuestros Perdidos han regresado a vosotros. Ninguna Reverenda Madre ha vuelto a nosotras de la Dispersión.
—Pero vos decís que sabéis todas las…
—Tenemos otras formas de ganar conocimientos. ¿Qué suponéis que les ocurrió a las Reverendas Madres que enviamos a la Dispersión?
—¿Un desastre común? —Agitó la cabeza. Aquella era una información absolutamente nueva. Ninguno de los tleilaxu que habían regresado había dicho nada al respecto. La discrepancia alimentó sus sospechas. ¿A quién había que creer?
—Fueron subvertidas —dijo Taraza.
Odrade, oyendo la sospecha general expresada por primera vez en voz alta por la Madre Superiora, captó el enorme poder implícito en la simple afirmación de Taraza. Se sintió intimidada por ello. Sabía los recursos, los planes contingenciales, las improvisadas formas que una Reverenda Madre podía utilizar para superar barreras. ¿Algo ahí afuera podía detener eso?
Cuando Waff no respondió, Taraza dijo:
—Habéis venido a nosotras con las manos sucias.
—¿Os atrevéis a decir esto? —preguntó Waff—. ¿Vosotras que continuáis agotando nuestros recursos en las formas enseñadas por la madre del Bashar?
—Sabíamos que podíais soportar las pérdidas si teníais recursos de la Dispersión —dijo Taraza.
Waff inspiró temblorosamente. Así que la Bene Gesserit sabía incluso esto. Vio en parte cómo lo habían averiguado. Bien, habría que encontrar una forma de devolver al falso Tuek bajo control. Rakis era el premio que buscaban realmente los Dispersos, y aún podía ser exigido a los tleilaxu.
Taraza se acercó aún más a Waff, sola y vulnerable. Vio a sus guardianas tensarse. Sheeana dio un corto paso hacia la Madre Superiora, y fue echada hacia atrás por Odrade.
Odrade mantenía su atención fija en la Madre Superiora y no en los potenciales atacantes. ¿Estaban realmente convencidos los atacantes de que la Bene Gesserit iba a servirles? Taraza había sondeado los límites de aquello, no había ninguna duda al respecto. Y en el lenguaje del Islamiyat. Pero ella parecía muy solitaria allí, apartada de sus guardianas y tan cerca de Waff y su gente. ¿Dónde estaban conduciendo a Waff sus obvias sospechas?
Taraza se estremeció.
Odrade se dio cuenta de ello. Taraza había sido anormalmente delgada cuando niña, y nunca había acumulado un gramo extra de grasa en ella. Aquello la hacía exquisitamente sensitiva a los cambios de temperatura, intolerante al frío, pero Odrade no captó ninguno de aquellos cambios en la habitación. Así pues, Taraza había tomado una peligrosa decisión, tan peligrosa que su cuerpo la había traicionado. No peligrosa para ella misma, por supuesto, sino peligrosa para la Hermandad. Aquel era el más horrible crimen Bene Gesserit: la deslealtad hacia su propia orden.
—Os serviremos en todos los aspectos excepto en uno —dijo Taraza—. ¡Nunca nos convertiremos en receptáculo para gholas!
Waff palideció.
Taraza prosiguió:
—Ninguna de nosotras, ni ahora ni nunca, se convertirá… —hizo una pausa—… en un tanque axlotl.
Waff alzó su mano derecha en el inicio de un gesto que todas las Reverendas Madres conocían: la señal de ataque para sus Danzarines Rostro.
Taraza señaló hacia su mano alzada.
—Si completáis este gesto, los tleilaxu van a perderlo todo. La mensajera de Dios… —Taraza señaló con la cabeza a Sheeana por encima de su hombro—… os volverá la espalda, y las palabras del Profeta serán polvo en vuestras bocas.
En el lenguaje del Islamiyat, aquellas palabras eran demasiado para Waff. Bajó la mano, pero siguió mirando con ojos llameantes a Taraza.
—Mi embajadora dice que compartiremos todo lo que conocemos —dijo Taraza—. Vos decís que también compartiréis. ¡La mensajera de Dios escucha con los oídos del Profeta! ¿Qué es lo que brota del Abdl de los tleilaxu?
Los hombros de Waff se agitaron.
Taraza le volvió la espalda. Era un hábil movimiento, pero tanto ella como las otras Reverendas Madres sabían ahora que lo hacía en perfecta seguridad. Mirando al otro lado de la estancia a Odrade, Taraza se permitió una sonrisa que supo que Odrade iba a interpretar correctamente. ¡Era el momento de aplicar un poco de castigo Bene Gesserit!
—Los tleilaxu desean a una Atreides para procrear —dijo Taraza—. Os entregamos a Darwi Odrade. Os serán entregadas más.
Waff llegó a una decisión.
—Puede que sepáis mucho acerca de las Honoradas Matres —dijo—, pero vos…
—¡Rameras! —Taraza se volvió hacia él.
—Como queráis. Pero hay algo de ellas que vuestras palabras revelan que no sabéis. Sellaremos nuestro pacto diciéndooslo. Pueden magnificar las sensaciones de la plataforma orgásmica, transmitiéndolas enteramente a través de todo el cuerpo masculino. Extraen todas las implicaciones sexuales del macho. Crean múltiples oleadas orgásmicas, que pueden ser proseguidas por… por la hembra durante un extenso periodo.
—¿Implicación total? —Taraza no intentó ocultar su sorpresa.
Odrade escuchó también, con una sensación de shock que supo era compartida por todas sus Hermanas presentes, incluso las acólitas. Solamente Sheeana pareció no comprender.
—Os digo, Madre Superiora Taraza —prosiguió Waff, con una sonrisa maliciosa en su rostro—, que hemos duplicado esto con nuestra propia gente. ¡Incluso yo! En mi ira, hice que el Danzarín Rostro que representaba la parte de… de hembra se destruyera a sí mismo. ¡Nadie… y digo nadie, puede tener tal poder sobre mi!
—¿Qué poder?
—Si él hubiera sido una de esas… esas rameras, como las llamáis vos, yo la hubiera obedecido sin la menor pregunta. —Se estremeció—. Apenas tuve la voluntad para… para destruir… —Agitó la cabeza ante el recuerdo—. La ira me salvó.
Taraza intentó tragar saliva.
—¿Cómo…?
—¿Cómo lo consiguen? ¡Muy bien! Pero antes de compartir este conocimiento os advierto: si una de vosotras intenta alguna vez utilizar este poder sobre uno de nosotros, ¡seguirá una sangrienta carnicería! ¡Hemos preparado a nuestros Domel y a toda nuestra gente para responder matando a todas las Reverendas Madres que puedan encontrar, al más ligero signo de que estáis aplicando este poder sobre nosotros!
—Ninguna de nosotras haría eso, pero no a causa de vuestra amenaza. Somos refrenadas por la convicción de que esto nos destruiría. Vuestra sangrienta carnicería no sería necesaria.
—¿Oh? Entonces, ¿por qué no destruye a esas… esas rameras?
—¡Lo hace! ¡Y destruye todo lo que toca!
—¡No me ha destruido a mí!
—Dios os protege, mi Abdl —dijo Taraza—. Del mismo modo que protege a todos los creyentes.
Convencido, Waff miró a su alrededor en la habitación, luego volvió de nuevo sus ojos hacia Taraza.
—Haced que todo el mundo sepa que formalizo mi vínculo en la tierra del Profeta. Así es como se produce, pues… —Hizo un gesto con la mano a dos de sus guardianes Danzarines Rostro—. Os lo demostraremos.
Mucho más tarde, a solas en la estancia del ático, Odrade se preguntó si había sido juicioso dejar que Sheeana lo viera todo. Bien, ¿por qué no? Sheeana ya estaba ligada a la Hermandad. Y hubiera despertado las sospechas de Waff si hubieran enviado a Sheeana a otro lado.
Se había producido una evidente excitación sexual en Sheeana mientras contemplaba la actuación de los Danzarines Rostro. Las Censoras de Adiestramiento deberían acudir a sus ayudantes masculinos antes de lo habitual para Sheeana. ¿Qué haría Sheeana entonces? ¿Probaría aquel nuevo conocimiento sobre los hombres? ¡Habría que erigir inhibiciones en ella para impedirlo! Debía aprender los peligros por sí misma.
Las Hermanas y acólitas presentes se habían controlado bien, almacenando firmemente en sus memorias lo que aprendían. La educación de Sheeana debía edificarse sobre aquella observación. Otras dominaban aquellas fuerzas internas.
Los observadores Danzarines Rostro habían permanecido inescrutables, pero se habían podido apreciar cosas en Waff. Dijo que destruiría a los dos demostradores, pero ¿qué haría primero? ¿Sucumbiría a la tentación? ¿Qué pensamientos cruzaban por su mente mientras contemplaba al Danzarín Rostro masculino retorcerse en un ciego éxtasis?
En un sentido, la demostración recordó a Odrade la danza rakiana que había visto en la Gran Plaza de Keen. A corto plazo, la danza había sido deliberadamente arrítmica, pero la progresión creaba un ritmo a largo plazo que se repetía cada doscientos… pasos. Los danzarines habían dilatado su ritmo en un grado notable.
Lo mismo podía decirse de los demostradores Danzarines Rostro.
¡Siaynoq se ha convertido en un asidero sexual para incontables miles de millones en la Dispersión!
Odrade pensó en la danza, el largo ritmo seguido por una caótica violencia. El glorioso enfoque de las energías religiosas en Siaynoq había derivado a un tipo distinto de intercambio. Pensó en la excitada respuesta de Sheeana a lo poco que había llegado a ver de aquella danza en la Gran Plaza. Odrade recordó haberle preguntado a Sheeana:
—¿Qué era lo que compartían allí abajo?
—¡Los danzarines, tonta!
Aquella respuesta no había sido permisible.
—Te he advertido acerca de ese tono, Sheeana. ¿Quieres aprender inmediatamente lo que puede hacer una Reverenda Madre para castigarte?
Las palabras flotaron como mensajes fantasmales en la mente de Odrade mientras contemplaba la creciente oscuridad fuera del ático de Dar–es–Balat. Una gran soledad gravitaba sobre ella. Todas las demás se habían marchado de la estancia.
¡Sólo la castigada se queda!
Cómo habían brillado los ojos de Sheeana en aquella habitación encima de la Gran Plaza, su mente llena de preguntas.
—¿Por qué siempre habláis de castigos y de hacer daño?
—Debemos enseñar disciplina. ¿Cómo puedes controlar a los demás si no puedes controlarte a ti misma?
—No me gusta esa lección.
—A ninguna nos gusta mucho… hasta más tarde, cuando hemos aprendido su valor por la experiencia.
Como era de esperar, aquella respuesta había supurado durante largo tiempo en la consciencia de Sheeana. Al final, había revelado todo lo que sabía acerca de la danza.
—Algunos de los danzarines escapan. Otros van directamente a Shaitan. Los sacerdotes dicen que van a Shai–Hulud.
—¿Qué les ocurre a los que sobreviven?
—Cuando se recuperan, deben unirse a una gran danza en el desierto. Si Shaitan aparece, mueren. Si Shaitan no aparece, son recompensados.
Odrade había visto el esquema de todo aquello. Las palabras explicativas de Sheeana no habían sido necesarias más allá de ese punto, aunque la había dejado llegar hasta el final. ¡Qué amarga había sonado la voz de Sheeana!
—Reciben dinero, un espacio en un bazar, ese tipo de recompensa. Los sacerdotes dicen que han probado que son humanos.
—Los que fracasan, ¿no son humanos?
Sheeana había permanecido silenciosa durante un largo rato, sumida en profundos pensamientos. Los antecedentes, sin embargo, eran claros para Odrade: ¡la prueba de humanidad de la Hermandad! Su propio paso a la aceptable humanidad de la Hermandad había sido duplicado ya por Sheeana. ¡Cuán suave parecía ese paso en comparación a los otros dolores!
A la suave luz del ático museo, Odrade alzó su mano derecha, mirándola, recordando la caja de la agonía, y el gom jabbar apoyado contra su cuello listo para matarla si flaqueaba o gritaba.
Sheeana no había gritado tampoco. Pero había sabido la respuesta a la pregunta de Odrade antes incluso de la caja de la agonía.
—Son humanos, pero distintos.
Odrade habló en voz alta en la vacía habitación, ocupada tan sólo por las escenas de los tesoros de la no–cámara del Tirano.
—¿Qué nos hiciste, Leto? ¿Eres tan sólo Shaitan hablándonos? ¿Qué nos obligarás a compartir ahora?
¿Iba la danza fósil a convertirse en un sexo fósil?
—¿A quién estás hablando, Madre? —Era la voz de Sheeana desde la puerta abierta al otro lado de la habitación. Su túnica gris de postulante era tan sólo una forma imprecisa, creciendo a medida que se aproximaba.
—La Madre Superiora me envió a buscarte —dijo Sheeana mientras se detenía junto a Odrade.
—Estaba hablando conmigo misma —dijo Odrade. Miró a la extrañamente tranquila muchacha, recordando el retortijón de la excitación en sus entrañas cuando le había sido formulada a Sheeana la Pregunta Fulcro.
—¿Deseas ser una Reverenda Madre?
—¿Por qué estás hablando contigo misma, Madre? —Había una carga de preocupación en la voz de Sheeana. Las Censoras Enseñantes iban a tener mucho trabajo extirpando aquellas emociones.
—Estaba recordando cuando te pregunté si deseabas ser una Reverenda Madre —dijo Odrade—. Eso trajo otros pensamientos.
—Dijiste que debía seguir tus directrices en todas las cosas, no guardarme nada para mí, no desobedecerte en nada.
Y tú dijiste: «¿Eso es todo?».
—No sabía mucho, ¿verdad? Sigo sin saber mucho.
—Ninguna de nosotras sabe mucho, chiquilla. Excepto que todas estamos juntas en el baile. Y Shaitan aparecerá con toda seguridad si la más pequeña de nosotras falla.