Había un hombre que se sentaba cada día mirando a través de una estrecha abertura vertical allá donde un sólo tablero había sido arrancado de una alta verja de madera. Cada día, un asno salvaje del desierto pasaba por el otro lado de la verja cruzando la estrecha abertura… primero el morro, luego la cabeza, las piernas delanteras, el largo lomo marrón, las piernas traseras, y finalmente la cola. Un día, el hombre saltó en pie con la luz del descubrimiento en sus ojos, y gritó a todos los que podían oírle: «¡Es obvio! ¡El morro causa la cola!».
Historias de la Sabiduría Oculta, de la Historia Oral de Rakis
Varias veces desde su llegada a Rakis, Odrade se había descubierto prendida por el recuerdo de aquella antigua pintura que ocupaba un lugar tan prominente en la pared de las dependencias de Taraza en la Casa Capitular. Cuando el recuerdo llegaba a ella, sentía que le picoteaban las manos con el contacto del pincel. Su olfato se despertaba ante los olores inducidos de los aceites y los pigmentos. Sus emociones asaltaban la tela. Cada vez, Odrade emergía del recuerdo con nuevas dudas acerca de que Sheeana fuera su lienzo.
¿Quién de nosotras pinta a la otra?
Había ocurrido de nuevo esta mañana. Aún era oscuro fuera del ático del Alcázar rakiano donde ella tenía sus aposentos junto con Sheeana: una acólita entró suavemente para despertar a Odrade y decirle que Taraza llegaría dentro de poco. Odrade alzó la vista hacia el suavemente iluminado rostro de la morena acólita, e inmediatamente el recuerdo de aquella pintura flameó en su consciencia.
¿Quién de nosotras crea realmente a la otra?
—Deja a Sheeana que duerma un poco más —dijo Odrade antes de despedir a la acólita.
—¿Desayunaréis antes de la llegada de la Madre Superiora? —preguntó la acólita.
—Esperaremos para hacerle el honor a Taraza.
Levantándose, Odrade se aseó rápidamente y se puso su mejor atuendo negro. Luego se dirigió hacia la ventana oriental de la sala de descanso del ático y miró en dirección al espacio–puerto. Muchas luces móviles creaban allí un resplandor en el polvoriento aire. Activó todos los globos de la estancia para suavizar la vista exterior. Los globos se convirtieron en dorados estallidos de luz reflejándose en el grueso plaz blindado de las ventanas. La oscura superficie reflejó también una imprecisa silueta de sus propios rasgos, mostrando claramente las arrugas de la fatiga.
Sabía que vendría, pensó Odrade.
Mientras estaba pensando esto, el sol rakiano apareció por encima del horizonte embrumado por el polvo como la pelota anaranjada que un niño hubiera lanzado hacia arriba. Inmediatamente, se produjo el brusco aumento de temperatura que tantos observadores de Rakis habían mencionado. Odrade se apartó de la ventana, y vio la puerta del pasillo abierta.
Taraza entró en medio de un susurro de ropas. Una mano cerró la puerta tras ella, dejando a las dos mujeres solas. La Madre Superiora avanzó hacia Odrade, la capucha echada sobre su cabeza, enmarcando su rostro como una cogulla. No era una visión tranquilizadora.
Reconociendo la turbación en Odrade, Taraza jugó con ella.
—Bien, Dar, creo que finalmente nos encontramos como unas desconocidas.
El efecto de las palabras de Taraza sobresaltó a Odrade. Interpretó correctamente la amenaza, pero el miedo la abandonó, como si fuera agua derramada de un jarro. Por primera vez en su vida, Odrade reconoció el momento preciso del cruce de la línea divisoria. Era una línea cuya existencia pensaba que muy pocas Hermanas sospechaban. Al cruzarla, se dio cuenta de que siempre había sabido que estaba allí: un lugar desde donde podía entrar en el vacío y flotar libre. Ya no era vulnerable. Podía ser asesinada, pero no podía ser derrotada.
—Ya no somos más Dar y Tar —dijo Odrade.
Taraza oyó el claro y desinhibido tono de la voz de Odrade, y lo interpretó como confianza.
—Quizá nunca fue Dar y Tar —dijo, con voz helada—. Veo que piensas que has sido extremadamente lista.
La batalla ha empezado, pensó Odrade. Pero no voy a quedarme en medio del camino esperando su ataque.
—Las alternativas a la alianza con los tleilaxu no podían ser aceptadas —dijo Odrade—. Especialmente cuando reconocí cuáles eran tus aspiraciones para nosotras.
Taraza se sintió de pronto cansada. Había sido un largo viaje pese a los saltos de la no–nave a través de los pliegues del espacio.
La carne siempre sabía cuándo era retorcida fuera de sus ritmos familiares. Eligió un mullido diván y se sentó, suspirando ante la lujosa comodidad.
Odrade reconoció la fatiga de la Madre Superiora y sintió una inmediata fantasía. De pronto fueron dos Reverendas Madres con problemas comunes.
Obviamente, Taraza captó aquello. Palmeó los almohadones a su lado y aguardó a que Odrade se sentara.
—Debemos preservar la Hermandad —dijo Taraza—. Eso es lo único importante.
—Por supuesto.
Taraza clavó su inquisitiva mirada en los familiares rasgos de Odrade. Sí, Odrade también está cansada.
—Tú has estado aquí, tocando íntimamente a la gente y sus problemas —dijo Taraza—. Quiero… no, Dar, necesito tus puntos de vista.
—Los tleilaxu han aparentado una completa cooperación —dijo Odrade—, pero hay disimulo en ellos. He empezado a preguntarme a mí misma algunas cuestiones extremadamente turbadoras.
—¿Como cuáles?
—¿Y si los tanques axlotl no fueran… tanques?
—¿Qué quieres decir?
—Waff revela el tipo de comportamiento que una puede ver cuando una familia intenta ocultar un niño deforme o un tío loco. Te lo juro, se muestra azorado cuando empezamos a tocar el tema de los tanques.
—¿Pero qué es lo que podrían…?
—Madres sustitutas.
—Pero tendrían que… —Taraza guardó silencio, impresionada por las posibilidades que planteaba aquella cuestión.
—¿Quién ha visto nunca a una mujer tleilaxu? —preguntó Odrade.
La mente de Taraza estaba llena de objeciones.
—Pero el preciso control químico, la necesidad de limitar variables… —Echó hacia atrás su capucha y agitó su pelo para liberarlo—. Tienes razón: debemos cuestionarlo todo. Esto, sin embargo… es monstruoso.
—Sigue sin decir la verdad completa acerca de nuestro ghola.
—¿Qué es lo que dice?
—No más de lo que ya he informado: una variación en el Duncan Idaho original, y la inserción de todos los requerimientos prana–bindu que especificamos.
—Eso no explica por qué mataron o intentaron matar a nuestras anteriores adquisiciones.
—Jura por los sagrados votos de la Gran Creencia que actuaron con toda rectitud, porque los once gholas anteriores no vivían de acuerdo con las expectativas.
—¿Cómo podían saberlo ellos? ¿Ha sugerido que tienen espías entre…?
—Jura que no. Le he atacado sobre eso, y ha dicho que un ghola con éxito iba a crear con toda seguridad disturbios visibles entre nosotras.
—¿Qué disturbios visibles? ¿Qué es lo que…?
—No lo ha dicho nunca. Cada vez que hemos tocado el tema vuelve a su afirmación de que ellos han cumplido con sus obligaciones contractuales. ¿Dónde está el ghola, Tar?
—¿Qué…? Oh. En Gammu.
—He oído rumores de…
—Burzmali tiene la situación bien en la mano. —Taraza cerró apretadamente su boca, esperando que aquello fuera verdad. El informe más reciente no la llenaba de confianza.
—Obviamente estáis debatiendo si hay que matar o no al ghola —dijo Odrade.
—¡No solamente al ghola!
Odrade sonrió.
—Entonces es cierto que Bellonda desea que yo sea permanentemente eliminada.
—¿Cómo has sabido…?
—Las amistades pueden ser a veces una inversión muy valiosa, Tar.
—Estás caminando por un terreno peligroso, Reverenda Madre Odrade.
—Pero no tropiezo, Madre Superiora Taraza. Llevo tiempo pensando intensamente en las cosas que Waff ha revelado acerca de esas Honoradas Matres.
—Cuéntame algunos de tus pensamientos. —Había una implacable determinación en la voz de Taraza.
—No cometas errores al respecto —dijo Odrade—. Han superado las habilidades sexuales de nuestras Imprimadoras.
—¡Rameras!
—Sí, emplean sus habilidades de una forma en último término fatal para ellas mismas y para los demás. Han sido cegadas por su propio poder.
—¿Cuál es la extensión de tus largos e intensos pensamientos?
—Dime, Tar, ¿por qué atacaron y destruyeron nuestro Alcázar en Gammu?
—Obviamente iban detrás de nuestro ghola Idaho, para capturarlo o matarlo.
—¿Por qué debería ser eso tan importante para ellas?
—¿Qué estás intentando decir? —preguntó Taraza.
—¿Es posible que las rameras hayan estado actuando a partir de informaciones reveladas a ellas por los tleilaxu? Tar, ¿y si eso secreto que la gente de Waff ha introducido en nuestro ghola es algo que puede convertir al ghola en un equivalente a las Honoradas Matres?
Taraza se llevó una mano a la boca, y la dejó caer rápidamente cuando vio lo mucho que aquel gesto revelaba. Era demasiado tarde. No importaba. Seguían siendo dos Reverendas Madres juntas.
—Y le hemos ordenado a Lucilla que lo haga irresistible a la mayoría de las mujeres —dijo Odrade.
—¿Cuánto tiempo llevan los tleilaxu tratando con esas rameras? —preguntó Taraza.
Odrade se alzó de hombros.
—Una pregunta mejor es la siguiente: ¿Cuánto tiempo llevan tratando con sus propios Perdidos regresados de la Dispersión? Los tleilaxu hablan con los tleilaxu, y muchos secretos pueden ser revelados.
—Una brillante proyección por tu parte —dijo Taraza—. ¿Qué valor de probabilidades le concedes a ello?
—Lo sabes tan bien como yo. Explicaría muchas cosas.
Taraza habló amargamente:
—¿Qué es lo que piensas de nuestra alianza con los tleilaxu ahora?
—Más necesaria que nunca. Debemos hallarnos dentro. Debemos estar allá donde podamos influenciar a aquellos que están contendiendo.
—¡Abominación! —restalló Taraza.
—¿Qué?
—Este ghola es como un instrumento grabador con forma humana. Lo han plantado en medio de nosotras. Si los tleilaxu ponen sus manos sobre él, sabrán muchas cosas de nosotras.
—Eso seria torpe.
—¡Y típico de ellos!
—Admito que hay otras implicaciones en nuestra situación —dijo Odrade—. Pero tales argumentos lo único que hacen es decirme que no podemos atrevernos a matar al ghola hasta que lo hayamos examinado nosotras mismas.
—¡Eso podría ser demasiado tarde! ¡Maldita sea tu alianza, Dar! Les diste un dominio sobre nosotras… y a nosotras un dominio sobre ellos… y ninguno de los dos se atreve a soltarlo.
—¿No es esa la alianza perfecta?
Taraza suspiró.
—¿Cuándo deberemos concederles libre acceso a nuestras grabaciones genéticas?
—Pronto. Waff está presionando mucho al respecto.
—Entonces, ¿veremos sus tanques… axlotl?
—Esta es, por supuesto, la palanca que estoy utilizando. Ha dado ya su reluctante permiso.
—Profundo, cada vez más profundo, dentro de los bolsillos el uno del otro —gruñó Taraza.
Con un tono de total inocencia, Odrade dijo:
—Una perfecta alianza, como he apuntado.
—Maldita sea, maldita sea, maldita sea —murmuró Taraza—. ¡Y Teg ha despertado las memorias originales del ghola!
—¿Pero ha podido Lucilla…?
—¡No lo sé! —Taraza dirigió a Odrade una expresión hosca, y le relató los más recientes informes Gammu: Teg y su grupo localizados, el más escueto de los relatos acerca de ellos y nada acerca de Lucilla; los planes deberían desenvolverse por sí mismos.
Sus propias palabras produjeron un inesperado cuadro en la mente de Taraza. ¿Qué era aquel ghola? Siempre habían sabido que los Duncan Idaho no eran gholas ordinarios. Pero ahora, con nervios y capacidades musculares aumentados, más aquella cosa desconocida que los tleilaxu habían introducido… era como sujetar un palo ardiendo. Sabías que podías utilizar el palo para defenderte, para tu propia supervivencia, pero las llamas se estaban acercando a una terrible velocidad.
Odrade habló con tono meditabundo:
—¿Has intentado alguna vez imaginar lo que debe ser para un ghola despertar repentinamente en una carne renovada?
—¿Qué? ¿Qué estás…?
—Llegar a la convicción de que tu carne ha crecido a partir de las células de un cadáver —dijo Odrade—. Él recuerda su propia muerte.
—Los Idaho nunca fueron gente ordinaria —dijo Taraza.
—Lo mismo puede decirse de esos Maestros tleilaxu.
—¿Qué estás intentando decir?
Odrade se frotó la frente, tomándose un momento para revisar sus pensamientos. Aquello resultaba tan difícil con alguien que rechazaba el afecto, con alguien que se lanzaba hacia afuera a partir de un núcleo de ira. Taraza no poseía… simpático. No podía asumir la carne y los sentidos de otra persona excepto como un ejercicio de lógica.
—El despertar de un ghola tiene que ser una experiencia despedazadora —dijo Odrade, bajando la cabeza—. Sólo aquellos con enormes recursos mentales pueden sobrevivir a una tal experiencia.
—Cabe suponer que los Maestros tleilaxu son más de lo que aparentan ser.
—¿Y los Duncan Idaho?
—Por supuesto. ¿Por qué otro motivo los seguiría comprando el Tirano a los tleilaxu?
Odrade se dio cuenta de que aquella discusión no tenía sentido. Dijo:
—Los Idaho eran notoriamente leales a los Atreides, y debemos recordar que yo soy una Atreides.
—¿Crees que la lealtad atará a ése a ti?
—Especialmente después de que Lucilla…
—¡Eso puede ser demasiado peligroso!
Odrade se reclinó en un extremo del diván. Taraza deseaba seguridades. Y las vidas de los gholas seriados eran como la melange, presentando un sabor distinto en cada entorno distinto. ¿Cómo podían estar seguras de su ghola?
—Los tleilaxu se entrometen en las fuerzas que produjeron nuestro Kwisatz Haderach —murmuró Taraza.
—¿Crees que es por eso por lo que desean nuestras grabaciones genéticas?
—¡No lo sé! ¡Maldita seas, Dar! ¿No te das cuenta de lo que has hecho?
—Creo que no tuve otra elección —dijo Odrade.
Taraza exhibió una fría sonrisa. Lo que había conseguido Odrade seguía siendo soberbio, pero ella necesitaba ser puesta de nuevo en su lugar.
—¿Crees que yo hubiera hecho lo mismo? —preguntó Taraza.
Sigue sin ver lo que ha ocurrido, pensó Odrade. Taraza había esperado que su manejable Dar actuara con independencia, pero esa independencia había sacudido el Alto Consejo. Taraza se negaba a ver su propia mano en ello.
—La práctica habitual —dijo Odrade.
Aquellas palabras sacudieron a Taraza como un bofetón. Sólo el duro adiestramiento de una vida Bene Gesserit impidió que saltara violentamente sobre Odrade.
¡La práctica habitual!
¿Cuántas veces la propia Taraza había revelado esto como una fuente de irritación, un acicate constante a su cuidadosamente encubierta irritación? Odrade había oído aquello muy a menudo.
Odrade citó entonces a la propia Madre Superiora:
—Los hábitos inamovibles son peligrosos. Los enemigos pueden descubrir su esquema y utilizarlo contra nosotras.
Taraza se obligó a pronunciar aquellas palabras:
—Es una debilidad, sí.
—Nuestros enemigos pensaban conocer nuestra trayectoria —dijo Odrade—. Incluso tú, Madre Superiora, pensabas conocer los límites dentro de los cuales yo iba a actuar. Yo era como Bellonda. Antes de que hablara, tú sabías lo que Bellonda iba a decir.
—¿Hemos cometido un error, no elevándote por encima de mí? —preguntó Taraza. Habló con su más profunda lealtad.
—No, Madre Superiora. Caminamos por un sendero delicado, pero las dos podemos ver a dónde debemos ir.
—¿Dónde se encuentra ahora Waff? —preguntó Taraza.
—Durmiendo y bien custodiado.
—Avisa a Sheeana. Debemos decidir si hay que abortar esa parte del proyecto.
—¿Y arrostrar las consecuencias?
—Tú lo has dicho, Dar.
Sheeana estaba aún medio dormida y frotándose los ojos cuando apareció en la sala de descanso, pero obviamente había tenido tiempo de echarse un poco de agua por la cara y ponerse un traje blanco nuevo. Su pelo aún estaba húmedo. Taraza y Odrade permanecían cerca de la ventana oriental, con sus espaldas dirigidas a la luz.
—Esta es Sheeana, Madre Superiora —dijo Odrade.
Sheeana se puso completamente alerta, con una brusca rigidez de su espalda. Había oído hablar de aquella poderosa mujer, aquella Taraza, que gobernaba la Hermandad desde una distante ciudadela llamada la Casa Capitular. La luz del sol brillaba en la ventana detrás de las dos mujeres, cayendo de lleno sobre el rostro de Sheeana, haciéndola parpadear. Dejaba los rostros de las dos Reverendas Madres parcialmente oscurecidos, las negras siluetas de sus cuerpos rodeadas por un halo de brillantez.
Las instructoras acólitas la habían preparado para aquel encuentro:
—Mantente erguida frente a la Madre Superiora y habla con respeto. Responde solamente cuando ella te hable.
Sheeana permaneció atentamente rígida, tal como le habían dicho.
—He sido informada de que tú puedes convertirte en una de nosotras —dijo Taraza.
Ambas mujeres pudieron ver el efecto de aquello en la muchacha. Por aquel entonces, Sheeana era ya completamente consciente de los talentos de una Reverenda Madre. El poderoso haz de la verdad se había enfocado en ella. Había empezado a captar el enorme cuerpo de conocimiento que la Hermandad había acumulado a lo largo de los milenios. Se le había hablado de la transmisión selectiva de la memoria, de la existencia de las Otras Memorias, de la agonía de la especia. Y allí delante de ella estaba la más poderosa de todas las Reverendas Madres, una a la cual nada quedaba oculto.
Cuando vio que Sheeana no respondía, Taraza dijo:
—¿No tienes nada que decir, muchacha?
—¿Qué es lo que hay que decir, Madre Superiora? Vos ya lo habéis dicho todo.
Taraza dirigió una inquisitiva mirada a Odrade.
—¿Tienes alguna otra pequeña sorpresa para mí, Dar?
—Ya te dije que era superior —dijo Odrade.
Taraza volvió su atención a Sheeana.
—¿Estás orgullosa de esa opinión, muchacha?
—Me asusta, Madre Superiora.
Aun manteniendo su rostro tan inmóvil como le era posible, Sheeana respiraba con mayor facilidad. Di tan sólo la más profunda verdad que puedas sentir, se recordó a sí misma. Aquellas palabras de advertencia de una maestra tenían un mayor significado ahora. Mantuvo sus ojos ligeramente desenfocados y dirigidos al suelo directamente frente a las dos mujeres, evitando lo más intenso de la brillante luz del sol. Aún seguía sintiendo que su corazón latía demasiado aprisa, y sabía que las Reverendas Madres podían detectar eso. Odrade lo había demostrado muchas veces.
—Es lógico que te asuste —dijo Taraza.
—¿Comprendes lo que se te está diciendo, Sheeana? —preguntó Odrade.
—La Madre Superiora desea saber si estoy completamente comprometida con la Hermandad —dijo Sheeana.
Odrade miró a Taraza y se alzó de hombros. No había necesidad de discutir más sobre aquello entre ellas. Aquella era la forma en la que una pasaba a formar parte de una familia como la Bene Gesserit.
Taraza prosiguió con su silencioso estudio de Sheeana. Para la muchacha era una dura mirada la que estaba posada sobre ella, una absorbente mirada, ante la que sabía que debía permanecer en silencio, permitiendo aquel hiriente examen.
Odrade apartó a un lado sus sentimientos de simpatía. Sheeana era como ella misma cuando joven, hacía tantos años. Poseía aquel intelecto globular que se expandía por toda su superficie como se expande un globo cuando es hinchado. Odrade recordaba cómo sus propias maestras se habían admirado de aquello, pero se habían preocupado también, del mismo modo que Taraza se estaba preocupando ahora. Odrade había reconocido aquella preocupación cuando era tan joven como Sheeana ahora, y no dudaba de que Sheeana estaba captando lo mismo, allí en aquel preciso momento. El intelecto poseía sus utilidades.
—Hummmm —dijo Taraza.
Odrade oyó el zumbante sonido de las reflexiones internas de la Madre Superiora como si formaran parte de un simulflujo. Los propios recuerdos de Odrade habían ido hacia atrás. Las Hermanas que le traían la comida a Odrade cuando se quedaba a estudiar hasta tarde acostumbraban a observarla de aquella manera especial en que era observada y controlada Sheeana en cualquier momento. Odrade había sabido interpretar aquella forma especial de observarla desde una temprana edad. Ese era, después de todo, uno de los grandes atractivos de la Bene Gesserit. Una deseaba ser capaz de tales esotéricas habilidades. Sheeana poseía evidentemente este deseo. Era un sueño de todas las postulantes.
¡Tales cosas pueden ser posibles para mí!
Finalmente, Taraza habló:
—¿Qué es lo que piensas que deseas de nosotras, muchacha?
—Las mismas cosas que vos pensabais desear cuando teníais mi edad, Madre Superiora.
Odrade reprimió una sonrisa. El salvaje sentido de independencia de Sheeana había rozado allí la insolencia, y seguramente Taraza se había dado cuenta de ello.
—¿Crees que es un uso adecuado para el don de la vida? —preguntó Taraza.
—Es el único uso que conozco, Madre Superiora.
—Tu sinceridad es apreciada, pero te advierto que seas cuidadosa con su utilización —dijo Taraza.
—Sí, Madre Superiora.
—Ya nos debes mucho, y todavía nos deberás mucho más —dijo Taraza—. Recuerda eso. Nuestros dones no son baratos. Sheeana no tiene ni la más remota idea de lo que va a tener que pagar por nuestros dones, pensó Odrade. La Hermandad nunca permitía que sus iniciadas olvidaran lo que debían y lo que tenían que pagar. Una no pagaba con amor. El amor era peligroso, y Sheeana estaba empezando a comprenderlo ya. ¿El don de la vida? Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Odrade. Y carraspeó para compensar.
¿Estoy viva? Quizá cuando me apartaron de Mamá Sibia morí. Estaba viva allí en aquella casa, pero ¿seguí viviendo después de que las Hermanas me llevaran de allí?
—Ahora debes dejarnos solas, Sheeana —dijo Taraza. Sheeana giró sobre uno de sus talones y abandonó la habitación, pero no antes de que Odrade viera la disimulada sonrisa en su joven rostro. Sheeana sabía que había pasado el examen de la Madre Superiora.
Cuando la puerta se cerró tras Sheeana, Taraza dijo:
—Mencionaste su habilidad natural con la Voz. La he apreciado, por supuesto. Notable.
—La mantiene bien controlada —dijo Odrade—. Ha aprendido a no intentar usarla con nosotras.
—¿Qué es lo que tenemos aquí, Dar?
—Quizá algún día una Madre Superiora de extraordinarias habilidades.
—¿No demasiado extraordinarias?
—Tendremos que verlo.
—¿Crees que es capaz de matar por nosotras?
Odrade se sorprendió, y lo dio a entender.
—¿Ahora?
—Si, por supuesto.
—¿El ghola?
—Teg no lo haría —dijo Taraza—. Incluso tengo dudas acerca de Lucilla. Sus informes dejan claro que es capaz de crear poderosos lazos de… de afinidad.
—¿Incluso conmigo?
—Ni la propia Schwangyu fue completamente inmune.
—¿Cuál es la noble finalidad de un acto así? —preguntó Odrade—. Eso no es lo que la advertencia del Tirano…
—¿Él? ¡Él mató muchas veces!
—Y pagó por ello.
—Pagamos por todo lo que hacemos, Dar.
—¿Incluso por una vida?
—¡Nunca olvides ni por un sólo instante, Dar, que una Madre Superiora es capaz de tomar cualquier decisión necesaria para la supervivencia de la Hermandad!
—Entonces que así sea —dijo Odrade—. Toma lo que quieras, y paga por ello.
Fue la respuesta adecuada, pero reforzó la nueva fortaleza que sentía Odrade, su libertad a responder a su propia manera dentro de un nuevo universo. ¿Dónde se había originado una tal firmeza? ¿Era algo surgido de su cruel condicionamiento Bene Gesserit? ¿Procedía de su ascendencia Atreides? No intentó engañarse a sí misma diciéndose que procedía de su decisión de nunca más seguir otra guía moral más que la suya propia. La estabilidad interna sobre la que se había asentado ahora no era pura moralidad. Ni tampoco jactancia. Todo aquello no era nunca suficiente.
—Eres muy parecida a tu padre —dijo Taraza—. Normalmente, es la madre quien proporciona la mayor parte del valor, pero en esta ocasión creo que fue el padre.
—Miles Teg es admirablemente valeroso, pero creo que simplificas demasiado —dijo Odrade.
—Quizá sí. Pero no me he equivocado contigo en ningún momento, Dar, ni siquiera cuando éramos estudiantes postulantes.
¡Ella lo sabe!, pensó Odrade.
—No necesitamos explicarlo —dijo Odrade. Y pensó: Procede de haber nacido de quién nací, de ser adiestrada y moldeada de la forma en que lo fui… de la forma en que lo fuimos las dos: Dar y Tar.
—Hay algo en la línea de los Atreides que aún no hemos analizado completamente —dijo Taraza.
—¿Algún accidente genético?
—A veces me pregunto si habremos sufrido algún auténtico accidente desde el Tirano —dijo Taraza.
—¿Crees que se ha extendido hasta aquí, hasta esta ciudadela, y está mirando a través de los milenios a este preciso instante?
—¿Cuán lejos te extenderías tú en busca de las raíces? —preguntó Taraza.
—¿Qué ocurre realmente cuando una Madre Superiora ordena a las Amantes Procreadoras: «Haced que ésta engendre con ese hombre»? —dijo Odrade.
Taraza exhibió una fría sonrisa.
Odrade se sintió de pronto en la cresta de una ola, su consciencia empujándola completamente al otro lado, hacia su nuevo reino. ¡Taraza desea mi rebelión! ¡Me quiere como su oponente!
—¿Veremos a Waff ahora? —preguntó Odrade.
—Primero quiero tu evaluación acerca de él.
—Nos ve como la herramienta definitiva para crear el «Dominio Tleilaxu». Somos el don de Dios para su pueblo.
—Han estado aguardando mucho tiempo para esto —dijo Taraza—. ¡Disimular tan cuidadosamente, todos ellos, durante todos esos eones!
—Tienen nuestra misma visión del tiempo —admitió Odrade—. Eso fue lo último que les convenció de que compartimos su Gran Creencia.
—¿Pero por qué esa torpeza? —preguntó Taraza—. No son unos estúpidos.
—Desviaron nuestra atención de cómo eran realmente utilizando su proceso ghola —dijo Odrade—. ¿Quién creería que una gente estúpida podía conseguir algo así?
—¿Y qué es lo que han creado? —preguntó Taraza—. ¿Solamente la imagen de una maligna estupidez?
—Actúa estúpidamente el tiempo bastante, y te convertirás en un estúpido —dijo Odrade—. Perfecciona las imitaciones de tus Danzarines Rostro, y…
—Ocurra lo que ocurra, debemos castigarles —dijo Taraza—. Veo eso muy claramente. Haz que lo traigan aquí.
Después de que Odrade diera la orden, y mientras aguardaban, Taraza dijo:
—El proceso de la educación del ghola se convirtió en algo tremendamente confuso antes incluso de que escaparan del Alcázar de Gammu. Saltó muy por delante de sus maestros para aferrar cosas que sólo estaban sugeridas, y lo hizo a un ritmo alarmantemente acelerado. ¿Quién sabe en qué se habrá convertido ahora?