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La supervivencia del yo, de las especies, y del entorno, eso es lo que guía a los seres humanos. Puedes observar cómo cambia el orden de importancias en el transcurso de una vida. ¿Cuáles son las cosas que preocupan más inmediatamente a una edad determinada? ¿El clima? ¿El estado de la digestión? ¿Qué es lo que le importa realmente a él o a ella? Todas esas variadas hambres que la carne puede sentir y espera satisfacer. ¿Qué otra cosa puede llegar a importar?

LETO II a HWI NOREE, Su Voz, Dar–es–Balat

Miles Teg despertó en la oscuridad, para descubrirse siendo transportado en una oscilante camilla sostenida por suspensores. A su débil resplandor energético, pudo ver los pequeños bulbos suspensores alineados a todo su alrededor.

Tenía una mordaza en la boca. Sus manos estaban firmemente atadas a su espalda. Sus ojos permanecían descubiertos.

Así que no les importa que pueda ver.

Pero no podía decir dónde estaban. Los oscilantes movimientos de las formas a su alrededor sugerían que estaban descendiendo por un terreno irregular. ¿Un sendero? La camilla avanzaba suavemente sobre sus suspensores. Pudo captar el débil zumbido de los suspensores cuando el grupo se detuvo para discutir el cruce de un paso difícil.

De tanto en tanto, a través de alguna obstrucción interpuesta, vio el parpadeo de una luz al frente. Por fin entraron en el área iluminada y se detuvieron. Vio un único globo a unos tres metros del suelo, atado a un poste y agitándose suavemente en la fría brisa. A su amarillenta luz captó una cabaña en el centro de un lodoso claro, y muchas huellas en la pisoteada nieve. Vio algunos matorrales y unos cuantos árboles dispersos a su alrededor. Nadie dijo nada, pero Teg captó un gesto con una mano señalando hacia la cabaña. Raras veces había visto una estructura más ruinosa. Parecía a punto de derrumbarse al más ligero toque. Apostó a que el techo estaba lleno de grietas.

Una vez más, el grupo se puso en movimiento, conduciéndolo hacia la cabaña. Estudió a su escolta a la débil luz… rostros embozados hasta los ojos con telas que oscurecían bocas y barbillas. Capuchas sobre sus cabezas. Las ropas eran abultadas y ocultaban los detalles corporales excepto las articulaciones generales de brazos y piernas.

El globo sujeto al palo se oscureció.

Se abrió una puerta en la cabaña, arrojando un brillante resplandor a través del claro. Su escolta lo empujó dentro y lo depositó allí. Oyó la puerta cerrarse detrás de ellos.

La luz era casi cegadora después de la oscuridad exterior. Teg parpadeó hasta que sus ojos se adaptaron al cambio. Con una extraña sensación de desplazamiento, miró a su alrededor. Había esperado que el interior de la cabaña se correspondiera con el exterior, pero se trataba de una limpia estancia casi desprovista de muebles… solamente tres sillas, una pequeña mesa y… Inspiró profundamente. ¡Una Sonda Ixiana! ¿Acaso no podían oler el shere en su aliento?

Si eran tan inconscientes, que utilizaran la sonda. Sería una agonía para él, pero no iban a obtener nada de su mente.

Algo cliqueteó detrás de él, y oyó movimientos. Tres personas aparecieron en su campo de visión, alineándose junto a los pies de la camilla. Lo miraron en silencio. Teg centró su atención en los tres. El de la izquierda llevaba un traje oscuro de una sola pieza con solapas abiertas. Masculino. Poseía el rostro de un inquisidor, alguien que no se sentiría conmovido por su agonía. Los Harkonnen habían importado a un montón de aquella gente en sus días. Tipos obcecados que podían crear el más intenso dolor sin siquiera variar su expresión.

El que estaba directamente a los pies de Teg llevaba unas abultadas ropas negras y grises parecidas a las de su escolta, pero la capucha había sido echada hacia atrás para revelar un rostro blando bajo un pelo gris cortado muy corto. El rostro no dejaba traslucir nada y sus ropas revelaban muy poco. No había forma de decir si era masculino o femenino. Teg grabó su rostro: amplia frente, barbilla cuadrada, grandes ojos verdes sobre una afilada nariz; su pequeña boca estaba fruncida en una mueca de desagrado.

El tercer miembro de aquel grupo atrajo durante más tiempo la atención de Teg: alto, llevando un elegante traje negro de una sola pieza con una severa chaqueta negra encima. Perfectamente a la medida. Caro. Sin adornos ni insignias Definitivamente masculino. El hombre mostraba una expresión aburrida, y aquello le dio a Teg una etiqueta para él. Un rostro estrecho y arrogante, ojos marrones, labios finos. ¡Aburrido, aburrido, aburrido! Todo aquello era una pérdida de su importante tiempo. Tenía asuntos vitales en otro lugar, de modo que aquellos otros dos, aquellos inferiores, tendrían que haberse ocupado de aquello.

Este, pensó Teg, es el observador oficial.

El aburrido había sido enviado por los dueños de aquel lugar para observar e informar de lo que viera. ¿Dónde estaba su maletín de registro de datos? Ahhh, sí, allí estaba, apoyado contra la pared, detrás de él. Esos maletines eran casi como un distintivo para este tipo de funcionarios. En su recorrido de inspección, Teg había visto a aquella gente caminando por las calles de Ysai y las demás ciudades de Gammu. Unos maletines pequeños y delgados. Cuanto más importante el funcionario, más pequeño el maletín. Este apenas contendría unas cuantas cintas de datos y un pequeño com–ojo. Nunca iría a ningún lado sin un ojo a través del cual comunicarse con sus superiores. Un maletín delgado: aquel era un funcionario importante.

Teg se preguntó qué diría el observador si Teg preguntaba: ¿Qué vas a decirles acerca de mi serenidad?

La respuesta estaba ya allí, en aquel hastiado rostro. Ni siquiera iba a responder. No estaba allí para responder. Cuando se marche, pensó Teg, lo hará caminando a largas zancadas. Su atención estará centrada en la distancia, donde sólo él sabe que lo aguardan los poderes. Hará resonar su maletín contra su pierna, para recordarse a sí mismo su importancia y para llamar la atención de los otros sobre su autoridad.

La figura con las abultadas ropas a los pies de Teg habló, una voz apremiante y definitivamente femenina en sus vibrantes tonos.

—¿Ves como se contiene y nos observa? El silencio no le quebrará. Os lo dije antes de que entráramos. Estás haciéndonos perder nuestro tiempo, y no tenemos mucho para malgastarlo con tales tonterías.

Teg la miró. Había algo vagamente familiar en su voz. Había un atisbo de aquella apremiante cualidad que se descubría en una Reverenda Madre. ¿Era posible aquello?

El tipo de Gammu con el rostro cuadrado asintió.

—Tenéis razón, Materly. Pero no soy yo quien da las órdenes aquí.

¿Materly?, se preguntó Teg. ¿Nombre o título?

Los dos miraron al funcionario. Ese se volvió y se inclinó sobre su maletín de registro de datos. Extrajo de él un pequeño com–ojo, y se situó de modo que la pantalla quedara oculta a sus compañeros y a Teg. El ojo se iluminó con un resplandor verde, que arrojó una enfermiza luz sobre los rasgos del observador. Su sonrisa de suficiencia desapareció. Movió silenciosamente sus labios, formando las palabras solamente para quien estaba al otro lado del ojo.

Teg ocultó su habilidad de leer los labios. Cualquiera adiestrado por la Bene Gesserit podía leer los labios desde casi cualquier ángulo desde donde fueran visibles. Aquel hombre hablaba una versión del galach antiguo.

—Es el Bashar Teg, seguro —dijo—. He efectuado la identificación.

La luz verde danzó en el rostro del funcionario mientras éste miraba fijamente al ojo. Quienquiera que fuese que se comunicaba con él debía estar muy agitado, si aquella luz significaba algo.

De nuevo, los labios del funcionario se movieron silenciosamente:

—Ninguno de nosotros duda de que ha sido condicionado contra el dolor, y puedo oler el shere en él. Seguramente…

Guardó silencio mientras la luz verde danzaba de nuevo en su rostro.

—No presento ninguna excusa. —Sus labios modularon las palabras del galach antiguo con mucho cuidado—. Sabéis que haremos lo mejor que podamos, pero recomiendo que prosigamos con vigor todos los demás medios de interceptar al ghola.

La luz verde se apagó.

El funcionario sujetó el ojo a su cintura, se volvió hacia sus compañeros, y asintió una vez con la cabeza.

—La Sonda–T —dijo la mujer.

Suspendieron la sonda sobre la cabeza de Teg.

La ha llamado una Sonda–T, pensó Teg. Alzó la vista hacia la especie de capucha que colocaron sobre él. No había ningún sello ixiano en ella.

Teg experimentó una extraña sensación de déjá–vu. Tuvo la impresión de que su cautiverio en aquel lugar había ocurrido ya muchas veces antes. No sólo el recuerdo de un incidente, sino un reconocimiento mucho más profundamente familiar: el apresamiento y los interrogadores, aquellos tres… la sonda. Se sintió como vacío. ¿Cómo podía conocer aquel momento? Nunca había empleado personalmente una sonda, pero había estudiado a fondo su utilización. La Bene Gesserit utilizaba a menudo el dolor, pero confiaba más en las Decidoras de Verdad. Más que eso aún, la Hermandad creía que un equipo como aquel podía ponerlas demasiado bajo la influencia de Ix. Era una admisión de debilidad, un signo de que no podían seguir adelante sin tales despreciados instrumentos. Teg había llegado a sospechar incluso que había algo en aquella actitud que se remontaba al Yihad Butleriano, la rebelión contra las máquinas que podían copiar la esencia de los pensamientos y las memorias humanos.

¡Déjà vu!

La lógica Mentat exigía de él: ¿Cómo conozco este momento? Sabía que nunca antes había estado cautivo. Era un intercambio de papeles tan ridículo. ¿El gran Bashar Teg un cautivo? Casi podía echarse a reír. Pero aquella profunda sensación de familiaridad persistía.

Sus captores colocaron la capucha directamente sobre su cabeza y empezaron a soltar los contactos como medusas uno a uno, fijándolos a su cráneo. El funcionario observaba trabajar a sus compañeros, produciendo pequeños signos de impaciencia en un rostro por otro lado carente de emociones.

Teg dirigió alternativamente su atención a los tres rostros. ¿Cuál de ellos representaría el papel de «amigo»? Ahhh, sí: la llamada Materly. Fascinante. ¿Era algún tipo de Honorada Matre? Pero ninguno de los otros dos se dirigía a ella como cabría esperar de lo que Teg había oído de esas Perdidas que regresaban.

Eran gente de la Dispersión, sin embargo… excepto posiblemente el hombre del rostro cuadrado con el traje marrón de una sola pieza. Teg estudió con cuidado a la mujer: el pelo gris, la tranquila serenidad de aquellos ojos verdes muy separados, la barbilla ligeramente prominente con su sensación de solidez y confianza. Había sido bien elegida para «amiga». El rostro de Materly era un mapa de respetabilidad, algo en lo que uno podía confiar. Teg vio una reservada cualidad en ella, sin embargo. Era alguien que observaría también cuidadosamente para captar el momento preciso en el que debiera intervenir. Sí, en última instancia era una mujer adiestrada a la manera Bene Gesserit.

O adiestrada por las Honoradas Matres.

Terminaron de fijar los contactos a su cabeza. El hombre de Gammu situó la consola de la sonda en posición, allá donde los tres pudieran ver el display. La pantalla de la sonda quedaba oculta a los ojos de Teg.

La mujer quitó la mordaza a Teg, confirmando su juicio anterior. Ella sería la fuente de alivio. Paseó su lengua por toda su boca, restableciendo las sensaciones. Su rostro y pecho aún estaban un poco adormecidos por el aturdidor que lo había derribado. ¿Cuánto tiempo hacía de ello? Pero si tenía que creer en las silenciosas palabras del funcionario, Duncan había escapado.

El tipo de Gammu miró al observador.

—Puedes empezar, Yar —dijo el funcionario.

¿Yar?, se dijo Teg. Curioso nombre. Casi tenía un sonido tleilaxu. Yar no era sin embargo un Danzarín Rostro… ni un Maestro tleilaxu. Demasiado grande para lo primero, y sin estigmas para lo segundo. Como alguien adiestrado por la Hermandad, Teg podía confiar en ello.

Yar accionó un control en la consola de la sonda.

Teg se oyó a sí mismo gruñir de dolor. Nada lo había preparado para tanto dolor. Debían haber graduado su diabólica máquina al máximo para la primera embestida. ¡Sin la menor duda! Sabían que era un Mentat. Un Mentat podía inhibirse de algunas exigencias de la carne. ¡Pero aquello era dolorosísimo! No podía escapar a ello. La agonía vibró por todo su cuerpo, amenazando con desmoronar su consciencia. ¿Podría el shere escudarlo contra aquello?

El dolor disminuyó gradualmente y desapareció, dejando tan sólo un estremecido recuerdo.

¡De nuevo!

Pensó repentinamente en que la agonía de la especia debía ser algo parecido a aquello para una Reverenda Madre. Seguro que el dolor no sería mayor. Luchó por permanecer en silencio, pero se oyó a sí mismo gruñir y gemir. Llamó en su ayuda a todas las habilidades que había aprendido en su vida, Mentat y Bene Gesserit, para impedirse pronunciar una palabra, suplicar o desmoronarse, prometerles decirles todo si detenían aquello.

Una vez más, la agonía retrocedió y luego atacó de nuevo.

—¡Ya basta! —Era la mujer. Teg rebuscó a tientas su nombre. ¿Materly?

Yar habló con voz ronca.

—Está cargado con shere, el suficiente como para que sus efectos duren un año como mínimo. —Hizo un gesto hacia la consola—. Vacío.

Teg respiró con jadeantes bocanadas. ¡La agonía! Siguió aumentando, pese a la petición de Materly.

—¡He dicho ya basta! —restalló Materly.

Cuánta sinceridad, pensó Teg. Sintió el dolor disminuir, retirándose como si cada nervio estuviera siendo extirpado de su cuerpo, arrancado como los hilos de la recordada agonía.

—Nos equivocamos con lo que estamos haciendo —dijo Materly—. Este hombre es…

—Es como cualquier otro hombre —dijo Yar—. ¿Debo conectar el contacto especial a su pene?

—¡No mientras yo esté aquí! —dijo Materly.

Teg se sintió casi arrastrado por su sinceridad. Los últimos hilos de la agonía habían abandonado su carne, y permanecía tendido allí con la sensación de que se hallaba separado de la superficie que le sostenía. La sensación de déjà vu permanecía. Estaba allí y no estaba allí. Había estado allí y no había estado.

—No va a gustarles si fracasamos —dijo Yar—. ¿Estáis preparada a enfrentaros a ellos con otro fracaso?

Materly agitó bruscamente la cabeza. Se inclinó para situar su rostro dentro del ángulo de visión de Teg, por entre los tentáculos de medusa de los contactos de la sonda.

—Bashar, lamento lo que tenemos que hacerte. Créeme. No es mi estilo. Por favor, encuentro todo esto repulsivo. Dinos lo que necesitamos saber y déjame que te devuelva la tranquilidad.

Teg le dirigió una sonrisa. ¡Era buena! Desvió su mirada hacia el atento funcionario.

—Dile a tus amos de mi parte: Es muy buena en esto.

La sangre oscureció el rostro del funcionario. Frunció el ceño.

—Dale el máximo, Yar. —Su voz era de tenor, con nada del profundo adiestramiento aparente en la voz de Materly.

—¡Por favor! —dijo Materly. Se enderezó, pero mantuvo su atención fija en los ojos de Teg.

Las maestras Bene Gesserit de Teg le habían enseñado esto:

«¡Vigila los ojos! Observa cómo cambian de foco. Cuando el foco se mueve hacia afuera, la consciencia se mueve hacia adentro».

Enfocó deliberadamente su vista en la nariz de la mujer. No era un rostro feo. Más bien distintivo. Se preguntó qué figura podían esconder aquellas abultadas ropas.

—¡Yar! —Era el funcionario.

Yar ajustó algo en su consola y pulsó un botón.

La agonía que atravesó ahora a Teg le dijo que el anterior nivel había sido a todas luces bajo. Con el nuevo dolor llegó una extraña claridad. Teg se descubrió casi capaz de extraer su consciencia de aquella intrusión. Todo aquel dolor se lo estaban produciendo a alguna otra persona. Había descubierto un refugio donde pocas cosas podían alcanzarle. Había dolor. Incluso agonía. Aceptaba los informes relativos a esas sensaciones. Todo aquello era en parte obra del shere, por supuesto. Lo sabía, y se sentía agradecido por ello.

La voz de Materly intervino:

—Creo que lo estamos perdiendo. Mejor parar.

Otra voz respondió algo, pero el sonido se desvaneció en la quietud antes de que Teg pudiera identificar las palabras. Se dio cuenta de pronto de que no tenía ningún punto de anclaje para su consciencia. ¡La quietud! Creyó oír su corazón latiendo rápidamente de miedo, pero no estaba seguro. Todo era quietud, una profunda quietud, sin nada detrás.

¿Todavía estoy vivo?

Entonces sintió el latir de un corazón, pero no estaba seguro de que fuera el suyo. ¡Tump–tump! ¡Tum–tump! Era una sensación de movimiento y no un sonido. No podía fijar su fuente.

¿Qué me está ocurriendo?

Las palabras llamearon con un brillante color blanco contra un fondo negro desplegado ante sus centros visuales.

—He vuelto a uno–tres.

—Déjalo así. Ve si podemos leerle a través de sus reacciones físicas.

—¿Puede oírnos todavía?

—No conscientemente.

Ninguna de las instrucciones de Teg le habían dicho que una sonda pudiera efectuar aquel diabólico trabajo en presencia del shere. Pero ellos la habían llamado una Sonda–T.

¿Podían las reacciones corporales proporcionar un camino hacia los pensamientos suprimidos? ¿Podían explorarse las revelaciones por medios físicos? De nuevo las palabras se desplegaron contra los centros visuales de Teg:

—¿Sigue estando aislado?

—Completamente.

—Asegúrate. Profundiza un poco más.

Teg intentó alzar su consciencia por encima de su miedo. ¡Debo permanecer al control!

¿Qué podía revelar su cuerpo si no tenía contacto con él?

Podía imaginar lo que estaban haciendo, y su mente registró pánico, pero su carne no podía sentirlo.

Aísla al sujeto. No le dejes nada donde pueda asentar su identidad.

¿Quién había dicho eso? Alguien. La sensación de déjà vu volvió con toda su fuerza.

Soy un Mentat, se recordó a sí mismo. Mi mente y su actuación son mi centro. Poseía experiencias y memorias en las cuales un centro podía apoyarse.

El dolor regresó. Sonidos. ¡Fuertes! ¡Demasiado fuertes!

—Está oyendo de nuevo. —Ese era Yar.

—¿Cómo puede ser eso? —La voz de tenor del funcionario.

—Quizá lo has puesto demasiado bajo. —Materly.

Teg intentó abrir los ojos. Sus párpados no obedecieron. Entonces recordó. Lo habían llamado una Sonda–T. No era un instrumento ixiano. Era algo procedente de la Dispersión. Podía identificar los lugares donde se estaba apoderando de sus músculos y sentidos. Era como si otra persona estuviera compartiendo su carne, vaciando sus esquemas de reacción. Fue siguiendo el trabajo de la intrusión de aquella máquina. ¡Era un instrumento diabólico! Podía ordenarle que parpadeara, lanzara gases por el ano, jadeara, defecara, orinara… cualquier cosa. Podía controlar su cuerpo como si él no formara la parte pensante de su actividad corporal. Quedaba relegado al mero papel de observador.

Los olores le asaltaron… olores repugnantes. No podía ordenarse a sí mismo fruncir el ceño, pero pensó en fruncir el ceño. Aquello fue suficiente. Los olores habían sido evocados por la sonda. Estaba sondeando sus sentidos, aprendiendo de ellos.

—¿Tienes lo bastante como para leerle? —La voz de tenor del funcionario.

—¡Sigue oyéndonos! —Yar.

—¡Malditos todos los Mentats! —Materly.

—Dit, Dat y Dot —dijo Teg, nombrando los muñecos de la Representación de Invierno de su niñez, hacia tanto tiempo en Lernaeus.

—¡Está hablando! —El funcionario.

Teg sintió que su consciencia era bloqueada por la máquina. Yar estaba haciendo algo en la consola. Sin embargo, Teg conocía su propia Lógica Mentat, y sabía que acababa de decirle algo vital: aquellos tres eran muñecos. Sólo los amos de los muñecos eran importantes. Observa cómo se mueven los muñecos… eso te dirá lo que están haciendo los amos de los muñecos.

La sonda seguía introduciéndose. Pese a la fuerza que era aplicada, Teg sintió su consciencia luchando con ella a un mismo nivel. La sonda estaba aprendiendo de él, pero él también estaba aprendiendo de la sonda.

Entonces comprendió. Todo el espectro de sus sentidos podía ser copiado en aquella Sonda–T e identificado, siendo etiquetado para que Yar pudiera acudir a él cuando fuera necesario. Existía una cadena orgánica de respuestas dentro de Teg. La máquina podía rastrearlas fuera de él como si hubiera construido un duplicado de su persona. El shere y su resistencia Mentat desviaban a los buscadores fuera de sus memorias, pero todo lo demás podía ser copiado.

No pensará como yo, se tranquilizó a sí mismo.

La máquina no sería lo mismo que sus nervios y carne. No tendría las memorias de Teg ni las experiencias de Teg. No habría nacido de una mujer. No habría efectuado el recorrido por el canal uterino para emerger a un sorprendente universo.

Parte de la consciencia de Teg aplicó una señal memorística diciéndole que su observación revelaba algo acerca del ghola.

Duncan fue decantado de un tanque axlotl.

La observación alcanzó a Teg con una repentina sensación ácida en su lengua.

¡De nuevo la Sonda–T!

Teg se dejó fluir a través de una múltiple consciencia simultánea. Siguió la labor de la Sonda–T y continuó explorando su observación acerca del ghola, todo ello mientras escuchaba a Dit, Dat y Dot. Los tres muñecos permanecían extrañamente silenciosos. Sí, aguardaban a que su Sonda–T completara su tarea.

El ghola: Duncan era una extensión de células que habían nacido de una mujer impregnada por un hombre.

¡Máquina y ghola!

Observación: la máquina no puede compartir esta experiencia del nacimiento excepto de una forma remotamente indirecta que seguramente carecerá de importantes matices personales.

Del mismo modo que estaba perdiéndose importantes matices de él ahora.

La Sonda–T estaba reproduciendo olores. Con cada aroma inducido, sus memorias le revelaban su presencia a Teg. Captaba la gran rapidez de la Sonda–T, pero su propia consciencia vivía fuera de aquella precipitada búsqueda, capaz de desprenderse de ella durante tanto tiempo como deseara en los recuerdos que estaba evocando para él.

¡Allí!

Allí estaba la cera caliente que había derramado sobre su mano izquierda cuando tenía tan sólo catorce años y estudiaba en la escuela de la Bene Gesserit. Recordó la escuela y el laboratorio como si toda su existencia estuviera centrada allí en aquel momento. La escuela depende directamente de la Casa Capitular. Admitiendo esto, Teg supo que llevaba la sangre de Siona en sus venas. Ningún presciente podría rastrearle hasta allí.

Vio el laboratorio y olió la cera… un compuesto de éteres artificiales y el producto natural de las abejas conservado por Hermanas fracasadas y sus ayudantes. Enfocó su memoria en un momento en el que estaba contemplando las abejas y la gente trabajando en el huerto de manzanos.

Los distintos trabajos de la estructura social de la Bene Gesserit parecían tan complicados hasta que comprendías completamente sus necesidades: alimentos, ropas, calor, comunicaciones, aprendizaje, protección ante los enemigos (un subproducto de la necesidad de supervivencia). La supervivencia de la Bene Gesserit necesitaba de algunos ajustes antes de poder ser comprendida. No procreaban por el bien de la humanidad en general. ¡No había implicada ninguna idea racial no monitorizada! Procreaban para extender sus propios poderes, para proseguir la Bene Gesserit, juzgando que aquello ya era un servicio suficiente a la humanidad. Quizá lo fuera. La motivación procreadora estaba tan profundamente enraizada, y la Hermandad era tan concienzuda.

Un nuevo olor le asaltó.

Reconoció la lana húmeda de sus ropas mientras entraba en el blocao de mando después de la Batalla de Ponciard. El olor llenó su olfato y expulsó el ozono de los instrumentos del blocao, el sudor de los otros ocupantes. ¡Lana! La Hermandad siempre había considerado una excentricidad en él que prefiriera los tejidos naturales y evitara los sintéticos producidos por las fábricas cautivas.

Como tampoco le gustaban las sillas–perro.

No me gustan los olores de opresión en ninguna de sus formas.

¿Sabían esas marionetas —Dit, Dat y Dot— lo oprimidas que estaban?

La lógica Mentat se burló de él. ¿No eran los tejidos de lana un producto también de fábricas cautivas?

Era distinto.

Parte de él argumentó de otro modo. Los productos sintéticos podían ser almacenados casi indefinidamente. Podía ver lo que habían durado en los almacenes de entropía nula del no–globo Harkonnen.

—¡Sigo prefiriendo la lana y el algodón!

¡Así sea!

—¿Pero cómo he llegado a una preferencia así?

Es un prejuicio Atreides. Lo heredaste.

Teg apartó a un lado los olores y se concentró en el movimiento total de la sonda intrusa. Se dio cuenta de que podía anticiparse a sus movimientos. Era un nuevo músculo. Lo flexionó mientras continuaba examinando las memorias inducidas en busca de más discernimiento valioso.

Estaba sentado fuera de la puerta de mi madre en Lernaeus.

Teg extirpó parte de su consciencia y contempló la escena: edad, once años. Está hablando con una pequeña acólita Bene Gesserit que ha acudido como parte de la escolta de Alguien Importante. La acólita es una muchachita con un pelo rubio pelirrojo y el rostro de una muñeca. Nariz respingona, ojos gris verdosos. La Alguien Importante es una Reverenda Madre vestida de negro de aspecto muy anciano. Se ha metido detrás de aquella puerta de al lado, con la madre de Teg. La acólita, que se llama Carlana, está probando sus inexpertas habilidades con el joven hijo de la casa.

Antes de que Carlana pronuncie una veintena de palabras, Miles Teg reconoce su finalidad. ¡Está intentando arrancarle información! Aquella era una de las primeras lecciones de delicado disimulo enseñadas por su madre. Siempre había, después de todo, gente que podía preguntarle a un chico pequeño cosas acerca de la casa de una Reverenda Madre, esperando conseguir así alguna información comerciable. Siempre había un mercado para los datos relativos a una Reverenda Madre.

Su madre le había explicado:

—Juzga al que te interroga y adecúa tus respuestas de acuerdo con las susceptibilidades.

Nada de aquello servía contra una completa Reverenda Madre, por supuesto, ¡pero con una acólita, especialmente con ésta!

De modo que, para Carlana, produce una apariencia de tímida reluctancia. Carlana tiene una visión hinchada de sus propios atractivos. Él le permite que venza su reluctancia después de un conveniente intercambio de fuerzas. Lo que ella obtiene finalmente es un puñado de mentiras que, si alguna vez las repite a la Alguien Importante que está detrás de aquella puerta cerrada, le valdrán con toda seguridad una severa censura, si no algo más doloroso.

Palabras de Dit, Dat y Dot:

—Creo que ya lo tenemos.

Teg reconoció la voz de Yar, arrancándole de sus viejos recuerdos. «Adecúa tus respuestas de acuerdo con las susceptibilidades». Teg oyó las palabras en la voz de su madre.

Marionetas.

Los amos de las marionetas.

El funcionario ahora:

—Pregunta a la simulación adonde han llevado al ghola.

Silencio, y luego un débil zumbido.

—No obtengo nada. —Yar.

Teg oye sus voces con una dolorosa sensibilidad. Obliga a sus ojos a abrirse, venciendo las órdenes en contra de la sonda.

—¡Mirad! —dice Yar.

Tres pares de ojos le devuelven la mirada a Teg. Cuán lentamente se mueven. Dit, Dat y Dot: los ojos parpadean… parpadean… al menos un minuto entre cada parpadeo. Yar está tendiéndose hacia algo que quiere alcanzar en su consola. Sus dedos parecen necesitar una semana para llegar a su destino.

Teg explora las ligaduras de sus manos y brazos. ¡Vulgar cuerda! Tomándose su tiempo, retuerce sus dedos hasta que entran en contacto con los nudos. Estos se sueltan, lentamente al principio, luego cayendo a un lado. Se tensa contra las ligaduras que lo sujetan a la camilla. Estas resultan más fáciles: simples hebillas. La mano de Yar ni siquiera está a una cuarta parte de su camino hacia la consola.

Parpadeo… parpadeo… parpadeo…

Los tres pares de ojos muestran una débil sorpresa.

Teg se extirpa de los tentáculos de medusa de los contactos de la sonda. ¡Pop–pop–pop! Saltan de su cráneo y caen a un lado.

Se sorprende al ver que un poco de sangre empieza a brotar lentamente del dorso de su mano derecha, allá donde ha rozado los contactos de la sonda al echarlos a un lado.

Proyección Mentat: Estoy moviéndome a una velocidad peligrosa.

Pero ahora está libre de la camilla.

El funcionario está tendiendo una lentísima mano hacia un bulto en el bolsillo de su costado.

La mano de Teg aferra su garganta.

El funcionario jamás volverá a tocar aquella pequeña pistola láser que siempre lleva consigo.

La tendida mano de Yar aún no está a un tercio de su camino a la consola de la sonda.

Hay una clara sorpresa en sus ojos.

Teg duda de que el hombre llegue a ver nunca la mano que le parte el cuello.

Materly está moviéndose un poco más aprisa.

Su pie izquierdo está ascendiendo hacia el lugar donde Teg ha estado hace apenas un instante.

¡Demasiado lenta todavía! La cabeza de Materly está echada hacia atrás, su garganta expuesta a la restallante mano de Teg.

¡Cuán lentamente caen al suelo!

Teg se dio cuenta del sudor que brotaba por todos sus poros, pero no perdió tiempo preocupándose por ello.

¡Sabía cada uno de los movimientos que iban a hacer antes de que los hicieran! ¿Qué es lo que me ha ocurrido?

Proyección Mentat: La agonía de la sonda me ha elevado a un nuevo nivel de habilidad.

Un intenso retortijón de hambre le hizo tomar consciencia del gasto de energía. Echó a un lado la sensación, dándose cuenta de que estaba volviendo a un tiempo normal de reacción. Tres sonidos apagados: cuerpos cayendo al suelo.

Teg examinó la consola de la sonda. Definitivamente no ixiana. Controles similares, sin embargo. Localizó el sistema de almacenaje de datos, lo borró.

¿Las luces de la habitación?

Los controles estaban al lado de la puerta que conducía al exterior. Apagó las luces, inspiró profundamente tres veces. Un brusco estallido de movimiento brotó a la noche.

Aquellos que lo habían traído hasta allí, envueltos en sus abultadas ropas para protegerse contra el frío del invierno, apenas tuvieron tiempo de volverse hacia el extraño sonido antes de que el torbellino los derribara.

Teg regresó a tiempo normal más rápidamente que antes. La luz de las estrellas señalaba un camino que conducía ladera abajo a través de una densa maleza. Resbaló y se deslizó por el barro de nieve removida durante un lapso de tiempo antes de encontrar la manera de equilibrarse, anticipando el terreno. Cada pie se posó entonces en donde sabía que debía posarse. Finalmente se encontró en un espacio despejado, con vistas al otro lado del valle.

Las luces de una ciudad, y un gran rectángulo negro de edificios cerca de su centro. Reconoció el lugar: Ysai. Los amos de las marionetas estaban allí.

¡Soy libre!