Recuerdo amigos de guerras que todos menos nosotros olvidaron.
Todos ellos destilados en cada herida que recibimos.
Esas heridas son todos los dolorosos lugares donde luchamos.
Batallas que han quedado atrás, que nunca buscamos.
¿Qué es lo que perdimos y qué es lo que ganamos?
Canciones de la Dispersión
Burzmali había basado sus planes en lo mejor que había aprendido de su Bashar, manteniendo su propio consejo acerca de múltiples opciones y posiciones de reserva. ¡Esa era una prerrogativa del comandante! Por necesidad, aprendió todo lo que pudo acerca del terreno.
En los tiempos del Viejo Imperio, e incluso bajo el reinado de Muad’Dib, la región en torno al Alcázar de Gammu había sido una reserva boscosa, un terreno alto que se alzaba muy por encima de los oleosos residuos que tendían a cubrir las tierras de los Harkonnen. En aquella zona los Harkonnen habían cultivado alguna de la más fina pilingitam, una madera de alto y constante precio, siempre apreciada por los más ricos. Desde los tiempos más antiguos, la gente de gusto había preferido rodearse con maderas finas antes que con las materias artificiales producidas en masa conocidas por aquel entonces, como el polastine, el polaz y el pormabat (más tarde: tine, laz y bat). Como en los lejanos tiempos del Viejo Imperio, había habido una etiqueta peyorativa para los ricos medios y las Familias Mayores que surgía de su apreciación del valor de las maderas raras.
—Es un Tres Pes —decían, dando a entender que esa persona se rodeaba con copias baratas hechas con sustancias descastadas. Incluso cuando los supremamente ricos se veían obligados a emplear una de las embarazosas Tres Pes, la disfrazaban si les era posible detrás de la Una Pe, el pilingitam.
Burzmali sabía todo esto y más mientras ponía a su gente a buscar un pilingitam estratégicamente situado cerca del no–globo. La madera del árbol tenía muchas cualidades que la hacían apreciable a los maestros artesanos: recién cortada, podía trabajarse como una madera blanda; secada y envejecida, se convertía en una madera durísima. Absorbía muchos pigmentos, y el resultado de la coloración podía hacerse parecer como si fuera algo natural de la misma madera. Más importante aún, el pilingitam era antihongos, y ningún insecto conocido lo había considerado como una comida apreciable. Finalmente, era resistente al fuego, y los especímenes vivos de larga edad crecían hacia afuera a partir de un largo tubo hueco en su núcleo.
—Haremos lo inesperado —dijo Burzmali a sus buscadores.
Había observado el distintivo color verde lima de las hojas de pilingitam durante su primer vuelo por encima de la región. Los busques de aquel planeta habían sido expoliados y sus árboles aserrados durante los Tiempos de Hambruna, pero los venerables Pe seguían creciendo entre los árboles de hoja perenne y madera dura replantados siguiendo las órdenes de la Hermandad.
Los buscadores de Burzmali encontraron a uno de esos Pe dominando un saliente encima del lugar donde estaba el no–globo. Extendía sus hojas por encima de al menos tres hectáreas. Durante la tarde del día crítico, Burzmali instaló reclamos a una cierta distancia de aquella posición y abrió un túnel desde un somero terreno pantanoso hasta el amplio núcleo del pilingitam. Allí, instaló su centro de mando y todo lo necesario para la escapatoria.
—El árbol es una forma de vida —explicó a su gente—. Nos enmascarará de los rastreadores de vida.
Lo inesperado.
En ningún momento en su planteamiento inicial había supuesto Burzmali que todas sus acciones no iban a ser detectadas. Lo único que podía hacer era reducir al mínimo su vulnerabilidad.
Cuando se produjo el ataque, vio que parecía seguir un esquema preordenado. Había anticipado que los atacantes iban a confiar en no–naves y en su gran número, como lo habían hecho en el asalto al Alcázar de Gammu. Los análisis de la Hermandad le aseguraban que la mayor amenaza procedía de las fuerzas de la Dispersión… descendientes de los tleilaxu desplegadas por brutales mujeres que se llamaban a sí mismas Honoradas Matres. Veía aquello como un exceso de confianza y no como una audacia. La auténtica audacia se hallaba en el arsenal de cualquier estudiante adiestrado por el Bashar Miles Teg. Ayudaba también el hecho de poder confiar en Teg para que improvisara dentro de los límites de un plan.
A través de sus enlaces, Burzmali siguió la gateante huida de Duncan y Lucilla. Tropas con cascos de comunicación y lentes nocturnas crearon un gran despliegue de actividad en las posiciones de señuelo mientras Burzmali y sus reservas seleccionadas mantenían vigilados a los atacantes, sin traicionar en ningún momento sus posiciones. Los movimientos de Teg eran fácilmente seguidos por su violenta respuesta a los atacantes.
Burzmali observó aprobadoramente que Lucilla no se detenía cuando oyó intensificarse los sonidos de la batalla. Duncan, sin embargo, intentó detenerse, y casi arruinó el plan. Lucilla salvó el momento golpeando a Duncan en un nervio sensitivo y ladrándole:
—¡No puedes ayudarle!
Oyendo claramente su voz a través de los amplificadores de su casco, Burzmali maldijo para sí mismo. ¡Otros podían oír también! De todos modos, ya debían estar rastreándola.
Burzmali emitió una orden subvocal a través del micrófono implantado en su cuello, y se preparó a abandonar su puesto. Mantuvo la mayor parte de su atención centrada en la aproximación de Lucilla y Duncan. Si todo sucedía tal como había planeado, su gente se haría cargo de ellos dos mientras otros dos soldados sin casco y convenientemente ataviados proseguían la huida hacia las posiciones de reclamo.
Mientras tanto, Teg estaba creando un admirable sendero de destrucción a través del cual podría escapar un vehículo de superficie.
Un ayudante advirtió a Burzmali:
¡Dos atacantes están acercándose por detrás del Bashar! Burzmali despidió al hombre con un gesto de su mano. Podía dedicarle poca atención a las posibilidades de Teg. Todo debía centrase en salvar al ghola. Los pensamientos de Burzmali eran intensos mientras observaba.
¡Vamos! ¡Corred! ¡Corred, malditos seáis!
Lucilla pensaba casi lo mismo mientras urgía a Duncan hacia adelante, manteniéndose ella cerca detrás de él para protegerle las espaldas. Todo en ella estaba centrado a una resistencia desesperada. Todo su adiestramiento y educación se estaban poniendo en juego en aquellos momentos. ¡Nunca abandones! Abandonar era pasar su consciencia a las Memorias de Otras Vidas o a una Hermana o al olvido. Incluso Schwangyu se había redimido en el último momento abocándose a una resistencia total y había muerto admirablemente en la tradición Bene Gesserit, resistiendo hasta el último minuto. Burzmali lo había informado a través de Teg. Lucilla, reuniendo sus incontables vidas, pensó: ¡Yo no puedo hacer menos!
Siguió a Duncan metiéndose en un terreno pantanoso junto al tronco de un gigantesco pilingitam y, cuando un grupo de gente surgió de la oscuridad a su alrededor para arrastrarlos consigo, estuvo a punto de responder de una manera asesina, pero una voz hablando en chakobsa dijo en su oído: «¡Amigos!». Aquello retrasó su respuesta durante un latido de corazón, mientras veía a los señuelos seguir la huida saliendo del terreno pantanoso. Aquello, más que cualquier otra cosa, le reveló el plan y la identidad de la gente que los sujetaba contra el intenso olor de las hojas y de la tierra. Cuando la gente hizo que Duncan se deslizara por delante de ella al interior de un túnel que conducía al gigantesco árbol y (aún en chakobsa) urgía rapidez, Lucilla supo que estaban envueltos en la típica audacia estilo Teg.
Duncan también lo vio. En la tenebrosa desembocadura del túnel, la identificó por el olor y tabaleó un mensaje contra su brazo en el antiguo y silencioso lenguaje de batalla de los Atreides.
—Déjales que nos guíen.
La forma del mensaje la sorprendió momentáneamente, hasta que comprendió que por supuesto el ghola conocía aquel método de comunicación.
Sin hablar, la gente que los rodeaba le quitó a Duncan el voluminoso y antiguo rifle láser y urgió a los fugitivos hacia la escotilla de un vehículo que ella no pudo identificar. Una breve luz roja relampagueó en la oscuridad.
Burzmali habló subvocalmente a su gente:
—¡Adelante!
Veintiocho vehículos de superficie y once palpitantes tópteros surgieron de las posiciones de reclamo. Una diversión adecuada, pensó Burzmali.
La presión en los oídos de Lucilla le dijo que la escotilla había sido cerrada y sellada. De nuevo llameó la luz roja, luego volvió la oscuridad.
Una serie de explosiones destrozó el gran árbol alrededor de ellos, y su vehículo, ahora identificable como un carro blindado, surgió hacia afuera y hacia arriba sobre sus suspensores y chorros. Lucilla pudo seguir su rumbo únicamente por los destellos del fuego y las girantes estrellas visibles a través de las ovaladas ventanillas de plaz. El campo suspensor que lo rodeaba hacía que su movimiento fuera fantasmal, captado únicamente por los ojos. Se sentaron acurrucados en sillas de plastiacero mientras el vehículo se lanzaba a toda velocidad colina abajo, directamente a través de la posición defendida por Teg, balanceándose y agitándose en sus constantes y violentos cambios de dirección. Ninguno de aquellos alocados movimientos se transmitía a la carne de sus ocupantes. Tan sólo podía apreciarse el danzante movimiento de árboles y arbustos, algunos de ellos presos de las llamas, y luego las estrellas.
¡Estaban rozando las copas de los árboles del bosque arruinado por los disparos láser de Teg! Sólo entonces se permitió Lucilla atreverse a esperar salir con bien de aquello. Bruscamente, su vehículo tembló a poca velocidad. Las estrellas visibles, enmarcadas por los pequeños óvalos de plaz, oscilaron y fueron oscurecidas por una tenebrosa obstrucción. La gravedad regresó, y captó una débil luz. Lucilla vio a Burzmali abrir de golpe una escotilla a su izquierda.
—¡Afuera! —restalló—. ¡No hay un segundo que perder!
Con Duncan delante, Lucilla salió por la escotilla a un empapado suelo. Burzmali le dio una palmada en la espalda, aferró el brazo de Duncan, y tiró de ellos alejándolos del vehículo.
—¡Aprisa! ¡Por aquí!
Se abrieron paso entre maleza alta hasta una estrecha carretera pavimentada. Burzmali, sujetándolos ahora a cada uno por una mano, les hizo avanzar a toda prisa cruzando la carretera y los empujó boca abajo a una zanja. Lanzó una manta de camuflaje de vida sobre ellos, y alzó su cabeza para mirar en la dirección de donde habían venido.
Lucilla miró más allá de él y vio la luz de las estrellas y una ladera nevada. Sintió a Duncan agitarse a su lado.
Muy arriba en la ladera, un vehículo de superficie aceleraba a toda marcha, sus jets visibles contra el fondo de estrellas, alzándose, alzándose… alzándose. De pronto, giró a toda velocidad hacia la derecha.
—¿Es el nuestro? —susurró Duncan.
—Sí.
—¿Cómo habéis conseguido subirlo hasta aquí sin que lo detectaran los…?
—Un túnel en un acueducto abandonado —susurró Burzmali—. El vehículo estaba programado para funcionar automáticamente. —Siguió mirando el distante punto rojo. Bruscamente, un gigantesco estallido de luz azul brotó del distante trazo rojo. La luz fue seguida inmediatamente por un sordo retumbar.
—Ahhh —suspiró Burzmali.
Duncan dijo en voz muy baja:
—Se supone que ellos pensarán que has forzado demasiado el motor.
Burzmali lanzó una sorprendida mirada al joven rostro, fantasmagóricamente gris a la luz de las estrellas.
—Duncan Idaho era uno de los mejores pilotos al servicio de los Atreides —dijo Lucilla. Era un esotérico fragmento de información, y sirvió para su propósito. Burzmali vio inmediatamente que no era solamente el guardián de dos fugitivos. Las personas a su cargo poseían habilidades que podían ser utilizadas en caso necesario.
Destellos rojos y azules chisporrotearon en el cielo allá donde el modificado vehículo de superficie había estallado. Las no–naves estaban husmeando aquel distante globo de gases ardientes. ¿Qué decidirían los husmeadores? Los destellos rojos y azules desaparecieron tras las prominencias oscuras de las colinas.
Burzmali se volvió al sonido de pasos en la carretera. Duncan extrajo una pistola láser tan rápidamente que Lucilla jadeó. Apoyó una mano tranquilizadora en su brazo, pero él la apartó de un golpe. ¿No veía el muchacho que Burzmali había aceptado aquella intrusión?
Una voz llamó suavemente desde la carretera, encima de ellos:
—Seguidme. Aprisa.
El que había hablado, una moviente mancha de oscuridad, saltó junto a ellos y avanzó a través de un hueco en la maleza que bordeaba la carretera. Unos puntos oscuros en la nevada ladera más allá de la pantalla de maleza se revelaron como al menos una docena de figuras armadas. Cinco de los componentes de aquel grupo se arracimaron en torno a Duncan y Lucilla y les urgieron silenciosamente a que les siguieran a lo largo de un camino cubierto de nieve junto a la maleza. El resto del grupo armado corrió al abierto cruzando la nevada ladera hasta una oscura línea de árboles.
Al cabo de un centenar de pasos, las cinco silenciosas figuras se colocaron en fila india, dos de ellas delante, otras tres detrás, los fugitivos protegidos en medio, con Burzmali delante y Lucilla detrás, muy cerca de Duncan. Finalmente llegaron a una hendidura en las oscuras rocas bajo un saliente, donde aguardaron, escuchando más vehículos de superficie modificados atronar el aire detrás de ellos.
—Señuelos dentro de señuelos —susurró Burzmali—. Los hemos abrumado con señuelos. Saben que debemos huir presas del pánico tan rápido como nos sea posible. De modo que aguardaremos cerca, ocultos. Luego, avanzaremos lentamente… a pie.
—Lo inesperado —murmuró Lucilla.
—¿Teg? —Era Duncan, su voz poco menos que un suspiro.
Burzmali se inclinó cerca del oído izquierdo de Duncan.
—Creo que lo cazaron. —El susurro de Burzmali tenía un profundo tono de tristeza.
Uno de sus oscuros compañeros dijo:
—Ahora rápido. Ahí abajo.
Fueron conducidos a través de la estrecha hendidura. Algo emitió un sonido crujiente cerca. Unas manos los empujaron hacia un pasadizo cerrado. El sonido crujiente resonó ahora detrás de ellos.
—Sellad bien esa puerta dijo alguien.
La luz brilló a su alrededor.
Duncan y Lucilla miraron a una amplia y ricamente amueblada estancia aparentemente tallada en la roca. Suaves alfombras cubrían el suelo… rojos oscuros y dorados con un dibujo como repetitivas almenas en verde pálido. Un montón de ropas formaban un revoltijo sobre una mesa cerca de Burzmali, que estaba hablando en voz baja con uno de los componentes de su escolta: un hombre pelirrubio con una alta frente y unos penetrantes ojos verdes.
Lucilla escuchó atentamente. Las palabras eran comprensibles, relatando cómo habían sido apostados los guardias, pero el acento del hombre de los ojos verdes era algo que nunca antes había oído, una mezcla de guturales y consonantes emitidas con una sorprendente brusquedad.
—¿Es esto una no–cámara? —preguntó.
—No. —La respuesta fue proporcionada por un hombre detrás de ella, hablando con el mismo acento—. Las algas nos protegen.
No se volvió hacia el que había hablado, sino que en vez de ello alzó la vista hacia las algas de color amarillo verdoso claro que se acumulaban en el techo y paredes. Sólo unos pocos trozos de oscura roca eran visibles cerca del suelo.
Burzmali interrumpió su conversación.
—Estamos seguros aquí. Las algas han sido cultivadas especialmente para esto. Los rastreadores de vida informan solamente de la presencia de vida vegetal y nada más que del escudo de algas.
Lucilla pivotó sobre un talón, registrando los detalles de la estancia: aquel grifo Harkonnen labrado en una mesa de cristal, los exóticos tapizados en sillas y divanes. Un armero contra una pared contenía dos hileras de largos rifles láser de campaña de un diseño que nunca antes había visto. Todos tenían una forma abocinada y exhibían unas ornamentadas guardas doradas sobre sus gatillos.
Burzmali había vuelto a su conversación con el hombre de los ojos verdes. Era una discusión acerca de cómo disfrazarse. Escuchó con una parte de su mente mientras estudiaba a los otros dos miembros de su escolta que permanecían en la estancia. Los otros tres habían desaparecido por un pasadizo cerca del armero, una abertura cubierta por una gruesa cortina de brillantes hebras plateadas. Duncan, vio, estaba observando sus respuestas con atención, la mano apoyada en la pequeña pistola láser en su cinto.
¿Gente de la Dispersión?, se preguntó Lucilla. ¿Cuáles son sus lealtades?
Casualmente, cruzó hasta el lado de Duncan y, utilizando el lenguaje de contacto digital en su brazo, le transmitió sus sospechas. Ambos miraron a Burzmali. ¿Traición?
Lucilla volvió a su estudio de la estancia. ¿Estaban siendo observados por ojos invisibles?
Nueve globos iluminaban el espacio, creando sus propias islas peculiares de intensa iluminación. Se reunían concentrados cerca de donde Burzmali seguía hablando con el hombre de los ojos verdes. Parte de la luz procedía directamente de los flotantes globos, todos ellos sintonizados a un dorado intenso, y parte de ella era reflejada más suavemente por las algas. El resultado era una carencia de sombras intensas, incluso debajo de los muebles.
Los resplandecientes hilos plateados de la puerta interior se abrieron. Una vieja mujer entró en la estancia. Lucilla la miró con fijeza. La mujer tenía un arrugado rostro tan oscuro como el viejo palisandro. Sus rasgos quedaban enmarcados por un disperso pelo gris que caía casi hasta sus hombros. Llevaba una larga túnica negra adornada con hilos dorados formando un dibujo de dragones mitológicos. La mujer se detuvo detrás de un sofá y apoyó sus profundamente venosas manos en el respaldo.
Burzmali y su compañero interrumpieron su conversación. Lucilla miró de la vieja mujer a sus propias ropas. Excepto los dragones dorados, los atuendos eran similares en diseño, las capuchas echadas hacia atrás sobre sus hombros. Solamente en el corte lateral y en la forma en que se abrían por delante allá donde estaba el dibujo del dragón diferían ambas prendas.
Cuando la mujer no dijo nada, Lucilla miró a Burzmali pidiendo una explicación. Burzmali le devolvió la mirada, con una expresión de intensa concentración. La vieja mujer siguió estudiando silenciosamente a Lucilla.
La intensidad de su atención llenó de inquietud a Lucilla. Vio que Duncan también experimentaba lo mismo. Mantenía su mano sobre la pequeña pistola láser. El largo silencio mientras aquellos ojos la examinaban amplificó su inquietud. Había algo casi Bene Gesserit en la forma en que la vieja mujer permanecía allí, simplemente mirando.
Duncan rompió el silencio preguntándole a Burzmali:
—¿Quién es ella?
—Soy la que salvará vuestras pieles —dijo la vieja mujer. Tenía una voz frágil que crujía débilmente, pero el mismo extraño acento.
Las Otras Memorias de Lucilla emitieron una sugerente comparación para el atuendo de la vieja mujer: Similar a lo que llevaban las antiguas playfems.
Lucilla casi agitó la cabeza. Aquella mujer era demasiado vieja para un papel así. Y la forma de los míticos dragones bordados en el tejido difería de aquella proporcionada por sus memorias. Lucilla volvió su atención al viejo rostro: ojos húmedos con el estigma de la edad. Una seca costra se había instalado en las arrugas allá donde cada párpado tocaba los lagrimales junto a su nariz. Demasiado vieja para ser una playfem.
La vieja mujer se dirigió a Burzmali:
—Creo que puede llevarlo perfectamente. —Empezó a desvestirse, despojándose de la túnica con el dragón. Dirigiéndose a Lucilla, dijo: Esto es para ti. Llévalo con respeto. Matamos para conseguírtelo.
—¿A quién matasteis? —preguntó Lucilla.
—¡A una postulante de las Honoradas Matres! —Había orgullo en el ronco tono de la vieja mujer.
—¿Por qué debo llevar yo esas ropas? —preguntó Lucilla.
—Cambiarás tu atuendo conmigo —dijo la vieja mujer.
—No sin una explicación.
Lucilla se negó a aceptar la túnica que se le tendía. Burzmali avanzó un paso.
—Podéis confiar en ella.
—Soy un amigo de vuestros amigos —dijo la vieja mujer. Agitó la túnica frente a Lucilla—. Vamos, tómala.
Lucilla se dirigió a Burzmali:
—Necesito saber vuestro plan.
—Ambos necesitamos saberlo —dijo Duncan—. ¿Con qué autoridad se nos pide que confiemos en esa gente?
—Con la de Teg —dijo Burzmali—. Y con la mía. —Miró a la vieja mujer—. Podéis decírselo, Sirafa. Tenemos tiempo.
—Llevarás esta ropa mientras acompañas a Burzmali a Ysai —dijo Sirafa.
Sirafa, pensó Lucilla. El nombre sonaba casi como una Variante Lineal de la Bene Gesserit.
Sirafa estudió a Duncan.
—Sí, es todavía lo bastante pequeño. Será disfrazado y llevado separadamente.
—¡No! —dijo Lucilla—. ¡Se me ha ordenado protegerle!
—Estás actuando de forma estúpida —dijo Sirafa—. Estarán buscando a una mujer de tu apariencia acompañada por alguien con la apariencia de este joven. No buscarán a una playfem de la Honoradas Matres con su acompañante de una noche… ni a un Maestro tleilaxu con su séquito.
Lucilla se humedeció los labios con la lengua. Sirafa hablaba con la confiada seguridad de una Censora de la Casa.
Sirafa depositó la túnica con los dragones en el respaldo del sofá. Iba vestida ahora con una ajustada malla negra que no ocultaba nada de un cuerpo aún esbelto y ágil, con unas curvas acusadas. El cuerpo parecía mucho más joven que el rostro. Mientras Lucilla la miraba, Sirafa pasó las palmas de sus manos por su frente y mejillas, alisándolas hacia atrás. Las arrugas de la edad fueron difuminándose, y un rostro mucho más joven se reveló.
¿Un Danzarín Rostro?
Lucilla miró duramente a la mujer. No había ninguno de los otros estigmas de un Danzarín Rostro. Sin embargo…
—¡Quítate tu ropa! —ordenó Sirafa. Ahora su voz era más joven y mucho más autoritaria.
—Debéis hacerlo —suplicó Burzmali—. Sirafa ocupará vuestro lugar como otro señuelo. Es la única forma de conseguir salir de aquí.
—¿Salir de aquí a dónde? —preguntó Duncan.
—A una no–nave —dijo Burzmali.
—¿Y a dónde nos llevará? —quiso saber Lucilla.
—A la seguridad —dijo Burzmali—. Seremos cargados con shere pero no puedo decir más. Incluso el shere pierde sus efectos con el tiempo.
—¿Cómo voy a ser disfrazado yo como un tleilaxu? —preguntó Duncan.
—No me dais ninguna elección —dijo Lucilla. Saltó los cierres y dejó caer su túnica. Se quitó la pequeña pistola de su corpiño y la arrojó sobre el sofá. Su malla era de un color gris claro, y vio a Sirafa tomar nota de aquello y de los cuchillos en las fundas de sus pantorrillas.
—A veces llevamos ropa interior negra —dijo Lucilla mientras se ponía la túnica con los dragones. La tela parecía pesada, pero una vez puesta daba una sensación de ligereza. Se giró varias veces, comprobando la forma en que se ajustaba a su cuerpo casi como si hubiera sido hecha para ella. Había un punto áspero en el cuello. Alzó una mano y pasó un dedo por él.
—Ahí es donde golpeó el dardo —dijo Sirafa—. Actuamos rápido, pero el ácido quemó ligeramente la tela. No es visible a ojo desnudo.
—¿Es correcta la apariencia? preguntó Burzmali a Sirafa.
—Muy buena. Pero tendré que instruirla. No debe cometer errores o de otro modo os cogerán a los dos, ¡así! —Sirafa dio una palmada para dar énfasis a sus palabras.
¿Dónde he visto yo ese gesto?, se preguntó Lucilla.
Duncan tocó la parte de atrás del brazo de Lucilla, y sus dedos hablaron secretamente:
—¡Esa palmada! Una peculiaridad de Giedi Prime.
Las Otras Memorias le confirmaron aquello a Lucilla. ¿Pertenecía aquella mujer a alguna comunidad aislada conservando antiguas costumbres?
—El muchacho debe irse ahora —dijo Sirafa. Hizo un gesto hacia los dos miembros de la escolta que quedaban allí—. Llevadlo al lugar.
—No me gusta esto —dijo Lucilla.
—¡No tenemos elección! —ladró Burzmali.
Lucilla no podía hacer más que admitir aquello. Estaba confiando en el juramento de lealtad de Burzmali a la Hermandad, lo sabía. Y Duncan no era un niño, se recordó. Sus reacciones prana–bindu habían sido condicionadas por el viejo Bashar y por ella misma. Había posibilidades en el ghola que muy poca gente fuera de la Bene Gesserit podía igualar. Observó en silencio mientras Duncan y los dos hombres se marchaban cruzando la brillante cortina.
Cuando hubieron desaparecido, Sirafa rodeó el sofá y se detuvo de pie frente a Lucilla, las manos en sus caderas. Sus miradas se cruzaron a un mismo nivel.
Burzmali carraspeó y señaló el montón de ropas en la mesa que había a su lado.
El rostro de Sirafa, especialmente sus ojos, poseía una cualidad notablemente apremiante. Sus ojos eran color verde claro, con un límpido blanco. No estaban enmascarados por lentillas ni ningún otro artificio.
—Tienes el aspecto correcto —dijo Sirafa—. Recuerda que eres un tipo especial de playfem y Burzmali es tu cliente. Ninguna persona normal interferirá con eso.
Lucilla captó una velada insinuación en aquello.
—¿Pero hay quienes pueden interferir?
—Hay embajadas de las grandes religiones en Gammu ahora —dijo Sirafa—. Algunas que nunca has conocido. Proceden de lo que vosotras llamáis la Dispersión.
—¿Y cómo lo llamáis vosotras?
—La Búsqueda. —Sirafa alzó una mano tranquilizadora—. ¡No temas! Tenemos un enemigo común.
—¿Las Honoradas Matres?
Sirafa volvió su cabeza hacia la izquierda y escupió al suelo.
—¡Mírame, Bene Gesserit! ¡Fui adiestrada únicamente para matarlas! ¡Esa es mi única función y finalidad!
Lucilla habló cuidadosamente:
—Por lo que sabemos, debes ser muy buena.
—En algunas cosas, quizá sea mejor que tú. ¡Ahora escucha! Eres una adepta sexual. ¿Comprendes?
—¿Por qué deberían interferir los sacerdotes?
—¿Les llamas sacerdotes? Bien… sí. No interferirán por ninguna razón que tú puedas imaginar. El sexo para el placer, el enemigo de la religión, ¿eh?
—No aceptar sustitutos al sagrado goce —dijo Lucilla.
—¡Tantrus te protege, mujer! Hay diferentes sacerdotes de La Búsqueda, a algunos de los cuales no les importa ofrecer un éxtasis inmediato en vez de una promesa futura.
Lucilla casi sonrió. ¿Pensaba aquella supuesta asesina de Honoradas Matres que podía dar consejos sobre religión a una Reverenda Madre?
—Hay gente aquí que va disfrazada como sacerdotes —dijo Sirafa—. Es muy peligrosa. Los más peligrosos de todos son aquellos que siguen a Tantrus y proclaman que el sexo es la exclusiva adoración de su dios.
—¿Cómo los reconoceré? —Lucilla había captado sinceridad en la voz de Sirafa, y una especie de presentimiento.
—Eso no debe preocuparte. Nunca debes actuar como si reconocieras tales distinciones. Tu primera preocupación es asegurarte tu paga. Tú creo que deberías pedir cincuenta Solari.
—No me has dicho por qué deberían interferir. —Lucilla miró a Burzmali. El hombre había recogido las ropas de sobre la mesa y estaba quitándose su atuendo de batalla. Volvió su atención a Sirafa.
—Algunos siguen una antigua convención que les garantiza el derecho de romper tu acuerdo con Burzmali. En realidad, algunos te estarán probando.
—Escuchad atentamente —dijo Burzmali—. Esto es importante.
—Burzmali irá vestido como un trabajador del campo —dijo Sirafa—. Ningún otro disfraz puede ocultar los bultos de sus armas. Tú te dirigirás a él como Skar, un nombre muy común aquí.
—¿Pero cómo debo enfrentarme a una interrupción de los sacerdotes?
Sirafa extrajo una pequeña bolsa de su corpiño y se la pasó a Lucilla, que la sopesó con una mano.
—Eso contiene doscientos ochenta y tres Solari. Si alguien identificándose a sí mismo como divino… ¿Recuerdas eso? ¿Divino?
—¿Cómo podría olvidarlo? —La voz de Lucilla era casi burlona, pero Sirafa no prestó atención.
—Si uno de ellos interfiere, tú devolverás cincuenta Solari a Burzmali con tus excusas. En esa bolsa está también tu identificación como playfem con el nombre de Pira. Déjame oírte pronunciar tu nombre.
—Pira.
—¡No! ¡El acento mucho más duro en la «a»!
—¡Pira!
—Eso es más pasable. Ahora escúchame con extrema atención. Tú y Burzmali estaréis en la calle a última hora. Es de esperar que hayas tenido antes otros clientes. Debe haber evidencias de ello. Por lo tanto, deberás… ahhh, entretener a Burzmali antes de que os marchéis de aquí. ¿Comprendes?
—¡Qué delicadeza! —dijo Lucilla.
Sirafa tomó aquello como un cumplido y sonrió, pero fue una expresión tensamente controlada. ¡Sus reacciones eran tan extrañas!
—Una cosa —dijo Lucilla—. Si debo entretener a un divino ¿cómo encontraré después a Burzmali?
—¡Skar!
—Sí. ¿Cómo encontraré a Skar?
—El aguardará cerca, vayas donde vayas. Skar te encontrará cuando vuelvas a salir.
—Muy bien. Si un divino interrumpe, le devolveré cien Solari a Skar y…
—¡Cincuenta!
—Creo que no, Sirafa. —Lucilla agitó lentamente su cabeza de uno a otro lado—. Después de ser entretenido por mí, el divino sabrá que cincuenta Solari es una suma demasiado pequeña.
Sirafa frunció los labios y miró a Burzmali, más allá de Lucilla.
—Me advertiste acerca de las de su clase, pero no supuse que…
Usando tan sólo un toque de la Voz, Lucilla dijo:
—¡No supongas nada a menos que proceda de mí!
Sirafa frunció el ceño. Obviamente estaba sorprendida por la Voz, pero su tono siguió siendo arrogante cuando prosiguió:
—¿Presumo que no necesitas ninguna explicación acerca de variantes sexuales?
—Una correcta suposición —dijo Lucilla.
—¿Y que no necesito decirte que tu atuendo te identifica como una adepta de quinto grado en la Orden de Hormu?
Ahora fue el turno de Lucilla de fruncir el ceño.
—¿Y qué ocurrirá si muestro habilidades más allá de ese quinto grado?
—Ahhh —dijo Sirafa—. ¿Seguirás atendiendo a mis palabras, entonces?
Lucilla asintió secamente.
—Muy bien —dijo Sirafa—. ¿Se me permite suponer que puedes administrar pulsión vaginal?
—Puedo.
—¿En cualquier posición?
—¡Puedo controlar cualquier músculo de mi cuerpo! Sirafa miró a Burzmali.
—¿Cierto?
Burzmali habló desde detrás de Lucilla, muy cerca de ella.
—O de otro modo no lo afirmaría.
Sirafa pareció pensativa, su atención centrada en el mentón de Lucilla.
—Esto es una complicación, creo.
—Para que no te hagas una idea equivocada —dijo Lucilla—, las habilidades que me fueron enseñadas no son puestas a la venta. Su finalidad es otra.
—Oh, estoy segura de ello —dijo Sirafa—. Pero la agilidad sexual es…
—¡Agilidad! —Lucilla permitió que su tono arrastrara consigo todo el peso del ultraje a una Reverenda Madre. ¡No importaba lo que esa Sirafa esperara conseguir, tenía que ponerla en su lugar!— ¿Agilidad, dices? Puedo controlar la temperatura genital. Conozco y puedo despertar los cincuenta y un puntos de excitación. Yo…
—¿Cincuenta y uno? Pero si solamente hay…
—¡Cincuenta y uno! —restalló Lucilla—. Y el secuenciado más las combinaciones suman en total dos mil ocho. Además, combinándolos con las doscientas cinco posiciones sexuales…
—¿Doscientas cinco? —Sirafa estaba claramente sorprendida—. Seguro que no pretendes decir…
—En realidad más, si contamos las variaciones menores. ¡Soy una Imprimadora, lo cual significa que he dominado los trescientos pasos de la amplificación orgásmica!
Sirafa carraspeó y se humedeció los labios con la lengua.
—Debo advertirte que te domines. Mantén todas tus habilidades inexpresadas, o… Miró una vez más a Burzmali.
—¿Por qué no me advertiste?
—Lo hice.
Lucilla oyó un claro regocijo en su voz, pero no volvió la vista para confirmarlo.
Sirafa inhaló y expelió dos secas bocanadas de aire.
—Si se te formula alguna pregunta, dirás que estás a punto de pasar las pruebas para una promoción. Eso apaciguará las sospechas.
—¿Y si me preguntan acerca de las pruebas?
—Oh, eso es fácil. Sonríes misteriosamente y permaneces callada.
—¿Y si me preguntan acerca de esa Orden de Hormu?
—Amenaza con informar del que te pregunte a tus superiores. Las preguntas cesarán inmediatamente.
—¿Y si no cesan?
Sirafa se alzó de hombros.
—Inventa cualquier historia que te plazca. Incluso una Decidora de Verdad se sentiría divertida con tus evasivas.
Lucilla se mantuvo inexpresiva mientras pensaba acerca de su situación. Oyó a Burzmali —¡Skar!— agitarse directamente a sus espaldas. No vio dificultades serias en llevar adelante aquel engaño. Incluso podía proporcionar un divertido interludio que más tarde podría contar en la Casa Capitular. Sirafa, observó, le estaba sonriendo a Burz… ¡Skar! Lucilla se volvió y miró a su cliente.
Burzmali permanecía allí de pie, desnudo, su atuendo de batalla y su casco cuidadosamente colocados al lado del pequeño montón de burdas ropas.
—Puedo ver que Skar no tiene ninguna objeción que hacer a tus preparativos para esta aventura —dijo Sirafa. Agitó una mano hacia su rígido pene—. Así pues, os dejo.
Lucilla oyó a Sirafa marcharse cruzando la brillante cortina. Llenando sus pensamientos, había una furiosa realización:
—¡Tendría que ser el ghola, y no él!