Todas las religiones organizadas se enfrentan a un problema común, un punto sensible a través del cual podemos penetrar en ellas y desviarlas hacia nuestros designios: ¿Cómo lo hacen para distinguir la arrogancia de la revelación?
Missionaria Protectiva, Enseñanzas Internas
Odrade mantuvo su mirada cuidadosamente apartada del frío verde del cuadrilátero a sus pies donde Sheeana permanecía sentada con una de las Hermanas maestras. La Hermana maestra era la mejor, exactamente adecuada para aquella nueva fase en la educación de Sheeana. Taraza las había elegido a todas con extremo cuidado.
Seguimos con tu plan, pensó Odrade. ¿Pero has anticipado, Hermana Superiora, cómo podemos quedar marcadas por un descubrimiento al azar aquí en Rakis?
Pero ¿había sido al azar?
Odrade alzó su mirada por encima de los bajos techos del complejo de la fortaleza central de la Hermandad en Rakis Las tejas arcoíris parecían cocerse a la resplandeciente luz del mediodía.
Todo esto es nuestro.
Eran, lo sabía, la más grande embajada que los sacerdotes permitían en su sagrada ciudad de Keen. Y su presencia allí en aquella fortaleza Bene Gesserit desafiaba el acuerdo que había pactado con Tuek. Pero eso había sido antes de los descubrimientos en el Sietch Tabr. Además, Tuek ya no existía realmente. El Tuek que recorría los recintos sacerdotales era un Danzarín Rostro viviendo una precaria imitación.
Odrade volvió sus pensamientos a Waff, que permanecía de pie junto con dos Hermanas guardianas, detrás de ella, aguardando cerca de la puerta de su refugio en el ático del edificio con su espléndida vista a través de las ventanas de plaz blindado y sus impresionantes muebles negros entre los cuales una embozada Reverenda Madre podía matizar su presencia hasta hacer que tan sólo unos leves atisbos de su rostro fueran visibles para cualquier visitante.
¿Había calibrado correctamente a Waff? Todo se había hecho exactamente de acuerdo con las enseñanzas de la Missionaria Protectiva. ¿Había abierto lo suficiente la grieta en su armadura psíquica? El iba a verse obligado a hablar pronto. Entonces ella sabría.
Waff permanecía calmadamente en pie ahí atrás. Odrade podía ver su reflejo en el plaz. No daba ninguna muestra de comprender que las dos altas Hermanas de pelo negro que le flanqueaban estaban allí para prevenir cualquier posible violencia por su parte. Pero seguramente lo sabía.
Mis guardianas, no las suyas.
El hombre permanecía de píe con la cabeza ligeramente inclinada para ocultar sus rasgos a ella, pero ella sabía que se sentía inseguro. Aquello era evidente. Las dudas podían ser como un animal hambriento, y ella había alimentado muy bien a aquellas hambrientas dudas. Él se había sentido tan seguro de que su aventura en el desierto iba a ser la ocasión de su muerte. Sus creencias Zensunni y sufíes le estaban diciendo ahora que Dios lo protegería también aquí.
Sin embargo, ahora seguramente Waff estaba revisando su acuerdo con la Bene Gesserit, viendo al fin la forma en que había comprometido a su propio pueblo, cómo había puesto su preciosa civilización tleilaxu en un terrible peligro. Sí, sabia mantener bien su compostura, pero los ojos Bene Gesserit detectaban todo esto. Pronto llegaría el momento de empezar a reconstruir su consciencia en un esquema más receptivo a las necesidades de la Hermandad. Dejémosle hervir un poco más.
Odrade volvió de nuevo su atención a la escena, cargando el suspenso de aquella dilación. La Bene Gesserit había elegido aquella localización para su embajada debido a la intensa reconstrucción que había transformado toda la parte nordeste de la antigua ciudad. Podían construir y remodelar allí a su propio gusto y para sus propias finalidades. Antiguas estructuras diseñadas para un fácil acceso de las personas acudiendo a pie, amplios aparcamientos para vehículos de superficie oficiales, ocasionalmente plazas en las cuales podían posarse los ornitópteros… todo aquello había sido cambiado.
Manteniéndose a la altura de los tiempos.
Aquellos nuevos edificios se erguían mucho más cerca de las avenidas llenas de plantas, cuyos altos y exóticos árboles hacían ostentación de su enorme consumo de agua. Los tópteros se habían visto relegados a las zonas de aterrizaje en los tejados de algunos edificios seleccionados. Los pasos para peatones se habían convertido en estrechas elevaciones unidas a los edificios. Los nuevos edificios estaban equipados con elevadores accionados con monedas, con llaves y con identificación a palma, con sus campos de energía cubiertos por camuflajes marrón oscuro, vagamente transparentes. Los elevadores eran espinas dorsales de un color más oscuro en el frío gris del plascemento y el plaz. Los seres humanos apenas visibles en los pozos de los ascensores daban la sensación de impurezas moviéndose arriba y abajo en puras salchichas mecánicas.
Todo ello en nombre de la modernización.
Waff se agitó detrás de ella y carraspeó.
Odrade no se volvió. Las dos Hermanas guardianas sabían lo que estaba haciendo y se mantuvieron inmóviles. El creciente nerviosismo de Waff era simplemente una confirmación de que todo iba bien.
Odrade no tenía la sensación de que todo estuviera yendo realmente bien.
Interpretaba la vista desde su ventana simplemente como otro inquietante síntoma de aquel inquietante planeta. Tuek, recordó, no se había mostrado complacido con aquella modernización de su ciudad. Se había quejado de que había que encontrar alguna manera de detener todo aquello y conservar las antiguas características del lugar. Su Danzarín Rostro de reemplazo seguía argumentando lo mismo.
Cuán parecido al propio Tuek era ese nuevo Danzarín Rostro. ¿Pensaban esos Danzarines Rostro por sí mismos, o simplemente representaban sus papeles de acuerdo con las órdenes de un Maestro? ¿Seguían siendo híbridos, esos nuevos? ¿Hasta qué punto eran diferentes esos Danzarines Rostro de los auténticos seres humanos?
Todo lo relativo a aquella impostura preocupaba a Odrade. Los consejeros del falso Tuek, aquellos que estaban implicados en lo que ellos llamaban «el complot tleilaxu», hablaban del apoyo público a la modernización, y exultaban abiertamente de que al fin lo habían conseguido. Regularmente, Albertus le transmitía un completo informe a Odrade. Cada nuevo informe la preocupaba aún más. Incluso el obvio servilismo de Albertus la preocupaba.
—Por supuesto, los consejeros no pretenden ofrecer un apoyo público.
Ella tenía que admitir aquello. El comportamiento de los consejeros indicaba que poseían un poderoso apoyo entre los escalones medios de los sacerdotes, entre los arribistas que se atrevían a hacer chistes acerca de su Dios Dividido en las fiestas de los fines de semana… entre aquellos que se habían sentido ablandados por la acumulación de especia que Odrade había encontrado en el Sietch Tabr.
¡Noventa mil toneladas largas! La cosecha de medio año de los desiertos de Rakis. Incluso una tercera parte de aquello representaba una cifra importante en los nuevos balances.
Desearía no haberte conocido nunca, Albertus.
Había deseado restaurar en él a aquél que importa. Lo que había hecho realmente era algo fácilmente reconocible por alguien adiestrado en las actuaciones de la Missionaria Protectiva.
¡Un adulador servil!
Ahora no representaba ninguna diferencia el que su servilismo fuera movido por una absoluta devoción a su sagrada asociación con Sheeana. Odrade nunca se había preocupado antes en examinar cuán fácilmente las enseñanzas de la Missionaria Protectiva destruían la independencia humana. Ese era siempre el objetivo, por supuesto: Conviértelos en seguidores, obedientes a tus necesidades.
Las palabras del Tirano en aquella cámara secreta habían hecho algo más que prender sus temores por el futuro de la Hermandad.
«Te lego mi miedo y mi soledad».
Desde aquellos milenios de distancia, él había plantado dudas en ella con tanta seguridad como ella se las había plantado en Waff.
Vio las preguntas del Tirano como si hubieran sido dibujadas con resplandeciente luz en su ojo interno.
«¿CON QUIÉNES OS ALIÁIS?».
¿No somos más que una sociedad secreta? ¿Cómo vamos a encontrar nuestro final? ¿En un hedor dogmático de nuestro propia creación?
Las palabras del Tirano habían sido grabadas con fuego en su consciencia. ¿Dónde estaba la «noble finalidad» en lo que la Hermandad hacía? Odrade casi podía oír la burlona respuesta de Taraza a esa pregunta.
—¡Supervivencia, Dar! Esa es toda la noble finalidad que necesitamos. ¡Supervivencia! ¡Incluso el Tirano sabía eso!
Quizá incluso Tuek lo había sabido. ¿Y qué le había dado eso a cambio, al final?
Odrade sintió una inquietante simpatía hacia el difunto Sumo Sacerdote. Tuek había sido un soberbio ejemplo de lo que una familia profundamente unida podía producir. Incluso su nombre era una clave: invariable desde los días de los Atreides en aquel planeta. El antepasado fundador había sido un contrabandista, confidente del primer Leto. Tuek procedía de una familia que se había aferrado firmemente a sus raíces, diciendo: «Hay algo que vale la pena conservar en nuestro pasado». El ejemplo que esto grabó en sus descendientes no se perdió a manos de una Reverenda Madre.
Pero fracasaste, Tuek.
Aquellos bloques de modernización visibles desde su ventana eran un signo de ese fracaso… ejemplos de los elementos del poder ascendente en la sociedad rakiana, esos elementos que la Hermandad había estado apoyando durante tanto tiempo, permitiendo que se asentaran y fortalecieran. Tuek había visto esto como un presagio del día en que él sería demasiado débil políticamente como para prevenir las cosas implicadas en tal modernización.
Un ritual más corto y más animado.
Nuevas canciones, más al estilo moderno.
Cambios en las danzas. («¡Las danzas tradicionales requieren tanto tiempo!»).
Por encima de todo, pocas aventuras en el peligroso desierto para los jóvenes postulantes de las familias poderosas.
Odrade suspiró y miró a Waff. El pequeño tleilaxu se mordisqueaba el labio inferior. ¡Bien!
¡Maldito seas, Albertus! ¡Daría la bienvenida a tu rebelión!
Tras las cerradas puertas del Templo, la transición del Sumo Sacerdocio había empezado ya a debatirse. Los nuevos rakianos hablaban de la necesidad de «mantenerse al nivel de los tiempos». Querían decir: «¡Dadnos más poder!».
Siempre ha sido así, pensó Odrade. Incluso en la Bene Gesserit.
Sin embargo, no podía eludir el pensamiento: Pobre Tuek. Albertus había informado que Tuek, justo antes de su muerte y su reemplazo por el Danzarín Rostro, había advertido a los suyos que quizá no consiguiera retener el control familiar del Sumo Sacerdocio después de su muerte. Tuek había sido más sutil y lleno de recursos de lo que sus enemigos esperaban. Su familia estaba reclamando ya todas sus deudas, reuniendo todos sus recursos para retener un poder de base.
Y el Danzarín Rostro en el lugar de Tuek revelaba mucho de su actuación sustituta. La familia de Tuek aún no sabía de la sustitución, y uno podía llegar a creer que el Sumo Sacerdote original no había sido reemplazado, tan bueno era aquel Danzarín Rostro. Observar a aquel Danzarín Rostro en acción traicionaba mucho sin embargo a las observadoras Reverendas Madres. Esa, por supuesto, era una de las cosas que hacían que Waff se agitara ahora.
Odrade se volvió bruscamente sobre uno de sus talones y avanzó hacia el Maestro tleilaxu. ¡Era el momento de atacar!
Se detuvo a dos pasos de Waff y le miró con ojos llameantes. Waff sostuvo desafiante su mirada.
—Habéis tenido tiempo suficiente de considerar vuestra posición —acusó ella—. ¿Por qué permanecéis en silencio?
—¿Mi posición? ¿Creéis que nos habéis dado alguna elección?
—«El hombre no es más que un guijarro echado a un pozo» —citó ella de las propias creencias del hombre.
Waff inspiró temblorosamente. Ella hablaba con las palabras adecuadas, pero ¿qué había detrás de esas palabras? Ya no sonaban correctas procedentes de la boca de una mujer powindah.
Cuando Waff no respondió, Odrade prosiguió su cita:
—«Y si un hombre no es más que un guijarro, entonces todas sus obras no pueden ser más».
Un involuntario estremecimiento atravesó a Odrade, originando una expresión de cuidadosamente enmascarada sorpresa en las atentas Hermanas guardianas. Aquel estremecimiento no formaba parte del esquema.
¿Por qué pienso en las palabras del Tirano en este momento?, se preguntó Odrade.
«EL CUERPO Y EL ALMA DE LA BENE GESSERIT HALLARÁN EL MISMO DESTINO QUE TODOS LOS DEMÁS CUERPOS Y TODAS LAS DEMÁS ALMAS».
Su anzuelo se había clavado muy profundamente en ella.
¿Qué es lo que me ha vuelto tan vulnerable? La respuesta saltó a su consciencia: ¡El Manifiesto Atreides!
Componer esas palabras bajo la atenta guía de Taraza abrió una grieta en mí.
¿Podía haber sido ese el propósito de Taraza: hacer a Odrade vulnerable? ¿Cómo podía saber Taraza lo que ella iba a descubrir allí en Rakis? La Madre Superiora no sólo no desplegaba habilidades prescientes, sino que tendía a evitar ese talento en otras. En las raras ocasiones en las que Taraza había exigido esto en la propia Odrade, la reluctancia había resultado obvia para el adiestrado ojo de una Hermana.
Y sin embargo, me hizo vulnerable.
¿Había sido un accidente?
Odrade se sumergió en una rápida recitación de la Letanía Contra el Miedo, sólo unos pocos parpadeos, pero durante aquel tiempo Waff llegó visiblemente a una decisión.
—Nos estáis obligando —dijo—. Pero no sabéis los poderes que hemos reservado para un tal momento. —Alzó sus mangas para mostrar allá donde habían estado los lanzadores de dardos—. Esos no eran más que pálidos juguetes en comparación con nuestras auténticas armas.
—La Hermandad nunca ha dudado de eso —dijo Odrade.
—¿Va a producirse algún conflicto violento entre nosotros? —preguntó él.
—Eso es elección vuestra —dijo ella.
—¿Por qué provocáis la violencia?
—Hay gente a quien le gusta ver a la Bene Gesserit y a la Bene Tleilax arrojarse la una a la garganta de la otra —dijo Odrade—. Nuestros enemigos gozarían entrando a recoger los pedazos después de que nosotros nos hubiéramos debilitado lo suficiente.
—¡Planteáis el acuerdo, pero no dais a mi gente espacio suficiente para negociar! ¡Quizá vuestra Madre Superiora no os haya dado autoridad para negociar!
Cuán tentador era traspasar todo aquello a manos de Taraza, tal como Taraza deseaba. Odrade miró a las Hermanas guardianas. Los dos rostros eran máscaras que no traicionaban nada. ¿Qué era lo que sabían realmente? ¿Se darían cuenta si ella contravenía las órdenes de Taraza?
—¿Poseéis tal autoridad? —insistió Waff.
Una noble finalidad, pensó Odrade. Seguramente, la Senda de Oro del Tirano demostró al menos una cualidad en esa finalidad.
Odrade decidió recurrir a una verdad creativa.
—Poseo tal autoridad —dijo. Sus propias palabras hicieron cierta su afirmación. Habiendo tomado la autoridad, hacía imposible que Taraza pudiera negarla. Odrade sabía, sin embargo, que sus propias palabras la obligaban a seguir un rumbo radicalmente distinto a los pasos secuenciales de los planes de Taraza.
Acción independiente. Lo que ella había deseado de Albertus.
Pero yo estoy en el escenario y sé lo que se necesita.
Odrade miró a las Hermanas guardianas.
—Permaneced aquí, por favor, y ved de que no seamos molestados. —A Waff, dijo—: Será mejor que nos pongamos cómodos. —Señaló dos sillas–perro, colocadas en ángulo recto la una de la otra.
Odrade aguardó hasta que se hubieron sentado antes de reanudar su conversación.
—Necesitamos entre nosotros un grado de sinceridad que la diplomacia muy raramente proporciona. Hay demasiadas cosas en la balanza como para que nos dediquemos a fútiles evasivas.
Waff la miró de forma extraña. Dijo:
—Sabemos que hay disensión en vuestros altos consejos. Se nos han hecho sutiles insinuaciones. Es esta parte de…
—Soy leal a la Hermandad —dijo ella—. Incluso aquellas que se han acercado a vosotros no poseen otra lealtad más que esa.
—Este es otro truco de…
—¡No hay ningún truco!
—Con la Bene Gesserit siempre hay trucos —acusó él.
—¿Qué es lo que teméis de nosotras? Decidlo.
—Quizá hemos aprendido demasiado de vosotras como para permitirme que siga viviendo.
—¿No podría decir yo lo mismo de vos? —preguntó ella—. ¿Quién más sabe de nuestra secreta afinidad? ¡No es una mujer powindah la que os está hablando aquí!
Aventuró el nombre con una cierta ansiedad, pero el efecto no pudo ser más revelador. Waff se mostró visiblemente impresionado. Necesitó un minuto largo para recuperarse. Las dudas permanecieron, sin embargo, porque ella las había plantado profundamente en él.
—¿Qué prueban las palabras? —preguntó—. De todos modos podéis seguir tomando las cosas que habéis aprendido de mí y no dejarle a mí gente nada. Seguís manteniendo el látigo sobre nosotros.
—No llevo armas en mis mangas —dijo Odrade.
—¡Pero en vuestra mente hay un conocimiento que puede arruinarnos! —Miró a las Hermanas guardianas.
—Son parte de mi arsenal —admitió Odrade—. ¿Debo enviarlas fuera?
—Y en sus mentes todo lo que han oído aquí —dijo él. Volvió su cautelosa mirada a Odrade—. ¡Un buen sistema para transmitir todas vuestras memorias!
Odrade hizo que su voz adoptara los tonos más razonables.
—¿Qué ganaríamos poniendo al descubierto vuestro celo misionero antes de que estéis preparados para actuar? ¿De qué serviría ensombrecer vuestra reputación revelando dónde habéis situado a vuestros nuevos Danzarines Rostro? Oh, sí, sabemos lo de Ix y las Habladoras Pez. Una vez estudiamos a vuestros nuevos Danzarines Rostro, empezamos a buscar dónde estaban.
—¡Lo sabéis! —su voz tenía un tono peligroso.
—No veo otra manera de probar nuestra afinidad que revelar algo igualmente perjudicial sobre nosotras mismas —dijo Odrade.
Waff no dijo nada.
—Tenemos la intención de trasplantar los gusanos del Profeta a incontables planetas de la Dispersión —dijo Odrade—. ¿Qué diría y haría el sacerdocio rakiano si vos revelarais eso?
Las Hermanas guardianas la miraron con apenas oculto regocijo. Pensaban que estaba mintiendo.
—No tengo guardias conmigo —dijo Waff—. Cuando sólo una persona conoce algo peligroso, que fácil resulta hacer que esa persona guarde un silencio eterno.
Alzó sus vacías mangas.
Miró a las Hermanas guardianas.
—Muy bien —dijo Odrade. Miró también a las Hermanas, y les hizo un sutil signo con la mano para tranquilizarlas—. Aguardad fuera, por favor, Hermanas.
Cuando la puerta se cerró detrás de ellas, Waff regresó a sus dudas.
—Mi gente no ha registrado estas habitaciones. ¿Qué es lo que sé de las gentes que pueden estar ocultas aquí para grabar nuestras palabras?
Odrade cambió al lenguaje del Islamiyat.
—Entonces quizá debamos hablar en otra lengua, una que solamente nosotros conozcamos.
Los ojos de Waff brillaron. En la misma lengua, dijo:
—¡Muy bien! Aceptaré eso. Y os pido que me digáis la auténtica causa de la disensión entre las… las Bene Gesserit. Odrade se permitió una sonrisa. Con el cambio de lenguaje, toda la personalidad de Waff, todos sus modales, habían cambiado. Estaba actuando exactamente como se esperaba. ¡Ninguna de sus dudas se había reforzado en aquella lengua!
Respondió con una idéntica seguridad:
—¡Las estúpidas temen que podamos llegar a crear otro Kwisatz Haderach! Eso es lo que argumentan unas cuantas de mis Hermanas.
—Ya no hay necesidad de ninguno —dijo Waff—. Aquel que podía estar en muchos lugares a la vez apareció, y ya ha desaparecido. Apareció únicamente para dar nacimiento al Profeta.
—Dios no enviarla un mensaje así dos veces —dijo ella.
Era el mismo tipo de cosa que Waff había oído a menudo en su lengua. Ya no consideraba extraño que una mujer pudiera pronunciar tales palabras. El lenguaje y las palabras familiares eran suficientes.
—¿Ha restablecido la muerte de Schwangyu la unidad entre vuestras Hermanas? —preguntó.
—Tenemos un enemigo común —dijo Odrade.
—¡Las Honoradas Matres!
—Fuisteis hábil matándolas y aprendiendo de ellas.
Waff se inclinó hacia adelante, completamente capturado por aquella lengua familiar y el fluir de la conversación.
—¡Gobiernan con el sexo! —exultó. Demasiado tarde, fue consciente de quién estaba sentado frente a él oyendo todo aquello.
—Conocemos ya tales técnicas —lo tranquilizó Odrade—. Será interesante comparar, pero hay obvias razones por las cuales nunca hemos intentado dominar ese poder en tan peligroso carruaje. ¡Esas rameras son lo bastante estúpidas como para cometer ese error!
—¿Error? —Waff estaba claramente desconcertado.
—¡Están sujetando las riendas con sus manos desnudas! —dijo ella—. A medida que el poder aumenta, su control de él debe aumentar también. ¡Todo se despedazará por su propio impulso!
—Poder, siempre poder —murmuró Waff. Otro pensamiento lo golpeó—. ¿Estáis diciendo que así fue como cayó el Profeta?
—Él sabía lo que estaba haciendo —dijo Odrade—. Milenios de forzada paz, seguidos por los Tiempos de Hambruna y la Dispersión. Un mensaje de resultados directos. ¡Recordad! El no destruyó a la Bene Tleilax ni a la Bene Gesserit.
—¿Para qué esperáis una alianza entre nuestros dos pueblos? —preguntó Waff.
—La esperanza es una cosa, la supervivencia otra —dijo ella.
—Siempre pragmatismo —dijo Waff—. ¿Y algunas entre vosotras teméis la posibilidad de restaurar al Profeta en Rakis, con todos sus poderes intactos?
—¿No dije yo eso? —El lenguaje del Islamiyat era particularmente poderoso en aquella forma interrogativa. Situaba el peso de las pruebas sobre Waff.
—Así que dudan de la mano de Dios en la creación de vuestro Kwisatz Haderach —dijo él—. ¿Dudan también del Profeta?
—Muy bien, digámoslo abiertamente —dijo Odrade, y adoptó el tono requerido de decepción—. Schwangyu y aquellas que la apoyaban se apartaron de la Gran Creencia. No experimentamos ninguna ira hacia nadie de la Bene Tleilax por haberla matado. Nos ahorraron el problema.
Waff aceptó aquello por completo. Dadas las circunstancias, era precisamente lo que podía esperarse. Sabía que habla revelado allí mucho de lo que mejor hubiera debido guardarse para sí mismo, pero seguía habiendo cosas que la Bene Gesserit no sabía. ¡Y las cosas que él había aprendido!
Odrade le hizo estremecer absolutamente cuando dijo:
—Waff, si creéis que vuestros descendientes de la Dispersión han regresado a vosotros sin cambios, entonces la estupidez se ha convertido en vuestro patrón de vida.
Guardó silencio.
—Tenéis todas las piezas en vuestras manos —dijo ella—. Vuestros descendientes pertenecen a las rameras de la Dispersión. ¡Y si pensáis que alguna de ellas va a cumplir con algún acuerdo, entonces vuestra estupidez va más allá de toda descripción!
Las reacciones de Waff le dijeron que lo tenía cogido. Las piezas estaban encajando con un clic en su lugar. Le había dicho al hombre la verdad allá donde era necesaria. Sus dudas estaban siendo re–enfocadas allá donde correspondían: contra la gente de la Dispersión. Y lo había hecho en su propia lengua.
Waff intentó hablar por encima del nudo que se habla formado en su garganta, y se vio obligado a masajearla antes de conseguir recuperar la voz.
—¿Qué podemos hacer?
—Es obvio. Los Perdidos tienen sus ojos puestos en vosotros simplemente como otra conquista más. Piensan en ello como en una operación más de asimilación. Sentido común.
—¡Pero son tantos!
—A menos que nos unamos en un plan común para derrotarles, nos masticarán y engullirán de la misma forma que un slig mastica y engulle su comida.
—¡No podemos someternos a la inmundicia powindah! ¡Dios no lo permitirá!
—¿Someter? ¿Quién sugiere que nos sometamos?
—Pero la Bene Gesserit siempre ha utilizado esa antigua excusa: «Si no puedes derrotarle, únete a él».
Odrade sonrió hoscamente.
—¡Dios no permitirá que vosotros os sometáis! ¿Sugieres que Él permitiría que nosotras sí lo hiciéramos?
—Entonces, ¿cuál es vuestro plan? ¿Qué podéis hacer contra un tal número?
—Exactamente lo que vosotros planeáis hacer: convertirlos. Cuando vosotros digáis la palabra, la Hermandad abrazará abiertamente la auténtica fe.
Waff permaneció sentado en un sorprendido silencio. Así que ella sabía el núcleo del plan tleilaxu. ¿Sabía también cómo los tleilaxu pensaban llevarlo a cabo?
Odrade lo miró, abiertamente especulativa. Agarra al animal por los testículos si es necesario, pensó. ¿Pero y si la proyección de los analistas de la Hermandad estaba equivocada? En ese caso, toda aquella negociación sería una broma. Y había aquella mirada detrás de los ojos de Waff, aquella sugerencia de una más antigua sabiduría… mucho más antigua que su carne. Habló con más confianza de la que sentía:
—Lo que habéis conseguido con los gholas de vuestros tanques y habéis guardado en secreto sólo para vosotros es algo por lo que otros pagarían un gran precio.
Sus palabras eran lo suficientemente crípticas (¿Había otros escuchando?), pero Waff no dudó ni por un instante que la Bene Gesserit sabía incluso aquello.
—¿Exigiréis compartir también eso? —preguntó. Las palabras rasparon en su seca garganta.
—¡Todo! Lo compartiremos todo.
—¿Qué daréis a cambio de ello?
—Pedid.
—Todas vuestras grabaciones genéticas.
—Son vuestras.
—Madres procreadoras elegidas por nosotros.
—Nombradlas.
Waff jadeó. Aquello era mucho más de lo que la Madre Superiora había ofrecido. Era como una floración abriéndose en su consciencia. Ella tenía razón con respecto a las Honoradas Matres, naturalmente… y con respecto a los tleilaxu descendientes de la Dispersión. Él nunca había confiado completamente en ellos. ¡Nunca!
—Desearéis una fuente ilimitada de melange, por supuesto —dijo él.
—Por supuesto.
Se la quedó mirando, sin apenas creer la extensión de su buena suerte. Los tanques axlotl podían ofrecer la inmortalidad sólo a aquellos que abrazaban la Gran Creencia. Nadie se atrevía a atacar e intentar apoderarse de algo que sabían que los tleilaxu iban a destruir antes que perder. ¡Y ahora! Había conseguido los servicios de la más poderosa y duradera fuerza misionera conocida. Seguro que la mano de Dios era visible allí. Waff se sintió primero maravillado, luego inspirado. Habló con suavidad a Odrade.
—¿Y vos, Reverenda Madre, cómo llamáis a nuestro acuerdo?
—Noble finalidad —dijo ella—. Vos conocéis ya las palabras del Profeta del Sietch Tabr. ¿Dudáis de él?
—¡Nunca! Pero… pero hay algo más: ¿Qué os proponéis con ese ghola de Duncan Idaho y la muchacha, Sheeana?
—Los educaremos, por supuesto. Y sus descendientes hablarán por nosotros a todos aquellos descendientes del Profeta.
—¡En todos aquellos planetas donde los llevéis!
—En todos aquellos planetas —admitió ella.
Waff se reclinó en su asiento. ¡Te tengo, Reverenda Madre!, pensó. ¡Nosotros gobernaremos en esta alianza, no vosotras. El ghola no es vuestro; es nuestro!
Odrade vio la sombra de sus reservas en los ojos de Waff, pero sabía que había aventurado tanto como se había atrevido. Más hubiera reavivado las dudas. Ocurriera lo que ocurriera, había embarcado a la Hermandad en aquel camino. Taraza ya no podría escapar de aquella alianza.
Waff encajó los hombros, un gesto curiosamente juvenil comparado con la madura inteligencia que emanaba de sus ojos.
—Ahhh, una cosa más —dijo, con cada fragmento de su condición de Maestro de Maestros hablando su propio lenguaje y ordenando a todos aquellos que lo oyeran—. ¿Ayudaréis también a difundir ese… ese Manifiesto Atreides?
—¿Por qué no? Yo lo escribí.
Waff saltó hacia adelante.
—¿Vos?
—¿Creéis que alguien con menores habilidades hubiera podido hacerlo?
El asintió, convencido sin ningún otro argumento. Aquello fue el combustible para un pensamiento que había penetrado en su mente, un punto final en su alianza: ¡Las poderosas mentes de las Reverendas Madres podían aconsejar a los tleilaxu a cada vuelta del camino! ¿Qué importaba que fueran superadas en número por aquellas rameras de la Dispersión? ¿Quién podría enfrentarse a una tal sabiduría y unas armas tan insuperables combinadas?
—El título del Manifiesto es válido también —dijo Odrade—. Soy una auténtica descendiente de los Atreides.
—¿Seréis vos una de nuestras procreadoras? —aventuró él.
—Ya casi he pasado la edad de procrear, pero estoy a vuestras órdenes.