¡Con vuestra creencia en las singularidades, en los absolutos granulares, negáis el movimiento, incluso el movimiento de la evolución! Mientras ocasionáis que un universo granular persista en vuestra consciencia, sois ciegos al movimiento. Cuando las cosas cambian, vuestro universo absoluto se desvanece, ya no accesible a vuestras autolimitadas percepciones. El universo se ha movido más allá de vosotros.
Primer Borrador, Manifiesto Atreides, Archivos Bene Gesserit
Taraza apoyó las manos en sus sienes, las palmas abiertas frente a sus oídos, y apretó. Incluso sus dedos podían sentir la tensión allí: exactamente entre las manos… fatiga. Un breve parpadeo, y cayó en el trance de la relajación. Las manos contra la cabeza eran los exclusivos puntos focales de la consciencia carnal.
Cien latidos de corazón.
Había practicado aquello regularmente desde que lo había aprendido de niña, una de sus primeras habilidades Bene Gesserit. Exactamente cien latidos de corazón. Después de todos aquellos años de práctica, su cuerpo podía acompasarlos automáticamente mediante un inconsciente metrónomo.
Cuando abrió los ojos a la cuenta de cien, su cabeza se sentía mejor. Esperaba disponer al menos de otras dos horas para trabajar antes de que la fatiga la venciera otra vez. Aquel centenar de latidos de corazón le habían proporcionado años extra de vigilia a lo largo de toda su vida.
Aquella noche, sin embargo, pensar en aquel viejo truco había enviado sus recuerdos torbellineando hacia atrás. Se halló prendida en su propia infancia, el dormitorio con la Hermana Censora recorriendo el pasillo por la noche para asegurarse de que todas permanecían convenientemente dormidas en sus camas.
La Hermana Baram, la Censora de Noche.
Taraza no había pensado en aquel nombre desde hacía años. La Hermana Baram había sido bajita y gorda, una Reverenda Madre fracasada. No por ninguna razón inmediatamente visible, pero las Hermanas Médicas y sus doctores Suk habían encontrado algo. A Baram nunca se le había permitido intentar la agonía de la especia. Se había adaptado perfectamente a lo que sabía de su defecto. Había sido descubierto mientras se hallaba aún en el segundo decenio de su vida: temblores nerviosos periódicos, que se manifestaban cuando empezaba a sumirse en el sueño. Un síntoma de algo más profundo que había hecho que fuera esterilizada. Los temblores despertaban a Baram durante la noche. Patrullar por los pasillos era una tarea lógica.
Baram tenía otras debilidades no detectadas por sus superioras. Una niña despierta dirigiéndose al cuarto de baño podía embaucar a Baram con una conversación en voz baja.
Las preguntas ingenuas solicitaban respuestas ingenuas, pero a veces Baram impartía conocimientos útiles. Había enseñado a Taraza el truco de la relajación.
Una de las chicas mayores había encontrado a la Hermana Baram muerta en el lavabo una mañana. Los temblores de la Censora de Noche habían sido el síntoma de un defecto fatal, un hecho importante principalmente para las Madres Procreadoras y sus interminables registros.
Debido a que normalmente la Bene Gesserit no programaba la «educación de la muerte» hasta bien iniciado el estadio de acólitas, la Hermana Baram fue la primera persona muerta que viera Taraza en su vida. El cuerpo de la Hermana Baram había sido hallado parcialmente debajo de un lavabo, la mejilla derecha contra las baldosas del suelo, su mano izquierda aferrada a las cañerías debajo del lavabo. Había intentado alzar su desfalleciente cuerpo y la muerte la había sorprendido en el intento, exponiéndola en aquel último movimiento como un insecto atrapado en ámbar.
Cuando dieron la vuelta a la Hermana Baram para llevársela, Taraza vio la marca roja allá donde su mejilla había estado en contacto con el suelo. La Censora de Día explicó aquella marca con un sentido práctico puramente científico. Cualquier experiencia podía ser convertida en datos para que aquellas Reverendas Madres potenciales pudieran incorporarlos más tarde a sus «Conversaciones con la muerte» de acólitas.
Lividez post mortem.
Sentada ante su mesa en la Casa Capitular, con todos aquellos años transcurridos desde el suceso, Taraza se vio obligada a utilizar sus poderes de concentración cuidadosamente enfocados para alejar aquel recuerdo, quedando así libre de dedicarse al trabajo diseminado ante ella. Tantas lecciones. Tan terriblemente llenas, sus memorias. Tantas vidas almacenadas allí. Todo aquello reafirmaba su sensación de seguir viva para estudiar el trabajo que tenía ante sí. Había cosas que hacer. La necesitaban. Ansiosamente, Taraza se dedicó a su trabajo.
¡Maldita fuera la necesidad de adiestrar al ghola en Gammu!
Pero aquel ghola lo requería. La familiaridad con el polvo que se hollaba era algo previamente necesario para la restauración de aquella persona original.
Había sido juicioso enviar a Burzmali a la arena de Gammu. Si Miles había hallado realmente un escondite… si tenía que emerger ahora, iba a necesitar toda la ayuda que pudiera conseguir. Una vez más, consideró si no sería tiempo de jugar el juego de la presciencia. ¡Tan peligroso! Y los tleilaxu habían sido alertados de que podía solicitársele en cualquier momento su ghola de reemplazo.
—Estamos listos para la entrega.
Su mente derivó hacia el problema de Rakis. Aquel estúpido Tuek debería haber sido verificado más cuidadosamente. ¿Durante cuánto tiempo podía suplantarle con seguridad un Danzarín Rostro? No había habido ningún fallo en la decisión que Odrade había tomado sobre la marcha, sin embargo. Había colocado al tleilaxu en una posición insostenible. El suplantador podía ser puesto en evidencia en cualquier momento sumiendo a la Bene Tleilax en un hervidero de odios.
El juego dentro de los planes de la Bene Gesserit se había vuelto muy delicado. Desde hacía ya generaciones, habían mantenido con los sacerdotes rakianos el cebo de una alianza con la Bene Gesserit. ¡Pero ahora! Los tleilaxu debían considerar que eran ellos quienes habían sido elegidos en vez de los sacerdotes. La alianza triangular de Odrade, dejemos que los sacerdotes piensen que todas las Reverendas Madres van a pronunciar el Juramento de Sumisión al Dios Dividido. El Consejo de Sacerdotes tartamudearía con excitación ante la perspectiva. Los tleilaxu, por supuesto, veían la posibilidad de monopolizar la especia, controlando finalmente la única fuente independiente de ellos.
Unos golpecitos en la puerta indicaron a Taraza que su acólita había llegado con el té. Era una orden permanente cuando la Madre Superiora trabajaba hasta tarde. Taraza miró al crono sobre la mesa, un instrumento ixiano tan preciso que podía adelantarse o atrasarse tan sólo un segundo en un siglo: las 01:23:11 AM.
Dio orden de pasar a la acólita. La muchacha, una pálida rubia con unos fríos ojos observadores, entró y se inclinó para disponer el contenido de su bandeja junto a Taraza.
Taraza ignoró a la muchacha y contempló el trabajo que había aún sobre la mesa. Tanto por hacer. El trabajo era más importante que el sueño. Pero le dolía la cabeza, y notaba la delatora sensación de aturdimiento propia de un cerebro embotado que le decía que el té iba a proporcionarle muy poco alivio. Había llegado a un extremo de agotamiento mental, y tenía que recuperarse antes siquiera de poder ponerse en pie. Sus hombros y espalda le pulsaban.
La acólita empezó a marcharse, pero Taraza le hizo un gesto para que aguardara.
—Frótame un poco la espalda, por favor, Hermana.
Las adiestradas manos de la acólita eliminaron lentamente las constricciones de la espalda de Taraza. Buena chica. Taraza sonrió ante aquel pensamiento. Por supuesto que era buena. Ninguna criatura inferior podía ser asignada a la Madre Superiora.
Cuando la muchacha se hubo ido, Taraza permaneció sentada en silencio, sumida en profundos pensamientos. Tan poco tiempo. Escatimaba cada minuto de sueño. Sin embargo, no había escapatoria. Finalmente, el cuerpo planteaba sus inevitables exigencias. Llevaba días empujándose más allá de toda normal recuperación. Ignorando el té colocado a su lado, Taraza se levantó y se dirigió pasillo abajo hacia su pequeña celda dormitorio. Allí llamó a la Guardiana de Noche para que despertara a las 11:00 AM, y se dejó caer completamente vestida en el duro camastro.
Lentamente, reguló su respiración, aisló de toda distracción sus sentidos, y se sumió en el estadio intermedio.
El sueño no acudió.
Apeló a todo su repertorio, y el sueño siguió eludiéndola. Taraza permaneció tendida allí durante largo tiempo, reconociendo al final la futilidad de obligarse a sí misma a dormir con cualquiera de las técnicas a su disposición. El estado intermedio tendría que hacer su servicio. Mientras tanto, su mente seguía cavilando.
Nunca había considerado a los sacerdotes rakianos como un problema central. Atrapados en la religión, los sacerdotes podían ser manipulados mediante la religión. Veían a la Bene Gesserit principalmente como una potencia que podía reforzar su dogma. Dejemos que sigan pensando eso. Era un cebo que podía cegarles.
¡Maldito fuera aquel Miles Teg! Tres meses de silencio, y ningún informe favorable de Burzmali tampoco. Una zona quemada, señales del despegue de una no–nave. ¿Dónde podía haber ido Teg? Era posible que el ghola estuviera muerto. Teg nunca había hecho una cosa así antes. La Vieja Fiabilidad. Era por eso por lo que lo había escogido. Eso y sus talentos militares y su parecido con el viejo Duque Leto… todas las cosas que habían preparado en él.
Teg y Lucilla. Un equipo perfecto.
Si no estaba muerto, ¿se hallaba el ghola más allá de su alcance? ¿Lo tenían los tleilaxu? ¿Atacantes de la Dispersión? Eran posibles muchas cosas. La Vieja Fiabilidad. Silencio. ¿Era su silencio un mensaje? De ser así, ¿qué estaba intentando decir?
Con Schwangyu y Patrin muertos, había un olor a conspiración en torno a los acontecimientos de Gammu. ¿Podía ser Teg algo plantado hacía mucho tiempo por los enemigos de la Hermandad? ¡Imposible! Su propia familia era a toda prueba contra tales dudas. La hija de Teg y la casa familiar estaban tan desconcertados como todos.
Tres meses ya, y ni una palabra.
Precaución. Había advertido a Teg que ejercitara la máxima precaución protegiendo al ghola. Teg había visto el gran peligro en Gammu. Los últimos informes de Schwangyu dejaban eso bien claro.
¿Dónde podían haber llevado Teg y Lucilla al ghola?
¿Dónde habían podido conseguir una no–nave? ¿Una conspiración?
La mente de Taraza no dejaba de dar vueltas en torno a sus profundas sospechas. ¿Era aquello obra de Odrade? Entonces, ¿quién conspiraba con Odrade? ¿Lucilla? Odrade y Lucilla nunca se habían visto antes de aquel breve encuentro en Gammu. ¿O no? ¿Quién se había acercado a Odrade y había respirado con ella un aire mutuo cargado de susurros? Odrade no mostraba ninguna señal de aquello, pero ¿qué probaba eso? La lealtad de Lucilla nunca había sido puesta en duda. Las dos funcionaban perfectamente, tal como se esperaba. Pero lo mismo hacían los conspiradores.
¡Hechos! Taraza estaba hambrienta de hechos. La cama crujió bajo ella, y su aislamiento sensorial se derrumbó, despedazado tanto por sus preocupaciones como por el sonido de sus propios movimientos. Resignadamente, Taraza se preparó una vez más para la relajación.
Relajación y luego sueño.
Las naves de la Dispersión revolotearon en la imaginación nublada por la fatiga de Taraza. Los Perdidos regresaban en sus incontables no–naves. ¿Era ahí donde Teg había encontrado una nave? Esta posibilidad estaba siendo explorada tan discretamente como era posible, tanto en Gammu como en cualquier otro lugar. Intentó contar naves imaginarias, pero se negaron a presentarse en la forma ordenada que requería la inducción al sueño. Taraza se puso alerta sin moverse en su camastro.
Su mente más profunda estaba intentando revelar algo. El cansancio había bloqueado aquel sendero de comunicación, pero ahora… se sentó, completamente despierta.
Los tleilaxu habían estado tratando con la gente que había regresado de la Dispersión. Con aquellas rameras de Honoradas Matres, y también con los Bene Tleilax regresados. Taraza captó un sólo designio tras los acontecimientos. Los Perdidos no regresaban por simple curiosidad hacia sus raíces. El deseo gregario de reunir de nuevo a toda la humanidad no era suficiente en sí mismo como para hacerles volver. Claramente, las Honoradas Matres venían con sueños de conquista.
¿Pero y si los tleilaxu enviados a la Dispersión no se habían llevado consigo el secreto de los tanques axlotl? ¿Qué entonces? La melange. Las rameras de ojos naranja utilizaban obviamente un sustituto inadecuado. Era posible que la gente de la Dispersión no hubiera resuelto el misterio de los tanques tleilaxu. Sabrían de los tanques axlotl, e intentarían recrearlos. Pero si fracasaban… ¡melange!
Empezó a explorar aquella proyección.
Los Perdidos habían agotado toda la auténtica melange que sus antepasados se habían llevado consigo a la Dispersión. ¿Qué fuentes les quedarían entonces? Los gusanos de Rakis y la Bene Tleilax original. Las rameras no se atrevían a revelar su auténtico interés. Sus antepasados creían que los gusanos no podían ser trasplantados. ¿Era posible que los Perdidos hubieran encontrado un planeta adecuado para los gusanos? Por supuesto, era posible. Podían empezar comerciando con los tleilaxu como una diversión. Rakis sería su auténtico objetivo. O lo cierto podía ser lo contrario.
Riqueza transportable.
Había visto los informes de Teg relativos a la riqueza que estaba siendo acumulada en Gammu. Algunos de los que regresaban poseían grandes cantidades de dinero y otros bienes negociables. Aquello resultaba muy claro con sólo estudiar un poco las actividades bancarias.
¿Qué gran artículo de cambio existía, sin embargo, aparte la especia?
Y en la abundancia. Pero ahí estaba, indudablemente. Y, fuera cual fuese, los intercambios habían empezado.
Taraza se dio cuenta de que había voces al otro lado de su puerta. La acólita que guardaba su sueño estaba discutiendo con alguien. Las voces sonaban bajas, pero Taraza oyó lo suficiente de ellas como para ponerse en completa alerta.
—Dejó instrucciones de ser despertada tarde por la mañana —protestaba la Guardiana del Sueño.
Otra voz susurró:
—Ella dijo que tenía que ser avisada en el momento mismo en que yo regresara.
—Os digo que está muy cansada. Necesita…
—¡Necesita ser obedecida! ¡Dile que he vuelto!
Taraza se sentó en el camastro y apoyó los pies en el suelo. ¡Dioses! Cómo le dolían las rodillas. Le dolía también el no poder situar aquel susurro intruso, la persona que discutía con su guardiana.
¿A quién le dije que cuando regresara…? ¡Burzmali!
—Estoy despierta —exclamó Taraza.
La puerta se abrió, y la Guardiana del Sueño entró.
—Madre Superiora, Burzmali ha regresado de Gammu.
—¡Hazle entrar inmediatamente! —Taraza activó un sólo globo a la cabecera de su camastro. Su amarillenta luz barrió la oscuridad de la habitación.
Burzmali entró y cerró la puerta detrás de él. Sin que nadie se lo dijera, pulsó el interruptor del aislamiento sónico junto a la puerta, y todos los ruidos del exterior desaparecieron.
¿En privado? Entonces se trataba de malas noticias.
Miró a Burzmali. Era un hombre bajo y esbelto, con un rostro finamente triangular que se estrechaba en una puntiaguda barbilla. Su pelo rubio colgaba ligeramente sobre su alta frente. Sus ojos verdes, muy separados, eran alertas y observadores. Parecía demasiado joven para las responsabilidades de un Bashar, pero Teg también había parecido demasiado joven en Arbelough. Estamos haciéndonos viejos, maldita sea. Taraza se obligó a relajarse y a depositar su confianza en el hecho de que Teg había adiestrado a aquel hombre y había depositado toda su confianza en él.
—Decidme las malas noticias —murmuró Taraza.
Burzmali carraspeó.
—Sigue sin haber señales del Bashar y su grupo en Gammu, Madre Superiora. —Poseía una voz pesada, masculina.
Y eso no es lo peor, pensó Taraza. Veía claramente los signos en el nerviosismo de Burzmali.
—Decidlo todo —ordenó—. Obviamente, habéis completado vuestro examen de las ruinas del Alcázar.
—Ningún superviviente —dijo el hombre—. Los atacantes fueron concienzudos.
—¿Tleilaxu?
—Probablemente.
—¿Tenéis dudas?
—Los atacantes utilizaron ese nuevo explosivo ixiano, el 12–Urí. Yo… creo que pudo ser utilizado para confundirnos. Había también orificios de sondas cerebrales mecánicas en el cerebro de Schwangyu.
—¿Y Patrin?
—Tal como Schwangyu informó. Se hizo estallar él mismo junto con aquella nave–señuelo. Lo identificaron por unos fragmentos de dos de sus dedos y un ojo intacto. No quedó absolutamente nada lo suficientemente grande como para sondear.
—¡Pero tenéis dudas! ¡No sabéis quiénes fueron!
—Schwangyu dejó un mensaje que solamente nosotros podíamos leer.
—¿En las señales de desgaste del mobiliario?
Sí, Madre Superiora, y…
—Entonces sabía que iba a ser atacada y tuvo tiempo de dejar el mensaje. Vi vuestro informe anterior sobre la devastación del ataque.
—Fue rápido y absolutamente aplastante. Los atacantes no intentaron hacer prisioneros.
—¿Qué dijo ella?
—Rameras.
Taraza intentó contener su impresión, aunque había estado esperando aquella palabra. El esfuerzo por permanecer tranquila casi agotó sus energías. Aquello era tremendamente malo. Taraza se concedió un profundo suspiro. La oposición de Schwangyu había persistido hasta el fin. Pero entonces, viendo el desastre, había tomado una decisión pertinente. Sabiendo que iba a morir sin la oportunidad de transferir sus Memorias de Vidas a otra Reverenda Madre, había actuado de acuerdo con la más básica lealtad. Si no puedes hacer ninguna otra cosa, arma a tus Hermanas y frustra al enemigo.
¡Así que las Honoradas Matres habían actuado!
—Habladme de vuestra búsqueda del ghola —ordenó Taraza.
—Nosotros no fuimos los primeros buscadores en este sentido, Madre Superiora. Había muchas quemaduras adicionales de árboles y rocas y maleza.
—¿Pero había una no–nave?
—Las señales de una no–nave.
Taraza asintió para sí misma. ¿Un silencioso mensaje de Antigua Integridad?
—¿Cuán de cerca examinasteis el área?
—Volamos sobre ella, pero en un viaje de rutina de un lugar a otro.
—Taraza señaló a Burzmali una silla junto a los pies de su camastro.
—Sentaos y descansad. Deseo que hagáis algunas suposiciones para mí.
Burzmali se sentó cuidadosamente en la silla. ¿Suposiciones?
—Vos fuisteis su estudiante preferido. Deseo que imaginéis que vos sois Miles Teg. Sabéis que debéis sacar al ghola del Alcázar. No confiáis completamente en nadie a vuestro alrededor, ni siquiera en Lucilla. ¿Qué es lo que haríais?
—Algo inesperado, por supuesto.
—Por supuesto.
Burzmali se frotó su puntiaguda barbilla. Finalmente, dijo:
—Confío en Patrin. Confío enteramente en él.
—De acuerdo, vos y Patrin. ¿Qué haríais?
—Patrin es un nativo de Gammu.
—Yo también he estado pensando en eso —dijo Taraza.
Burzmali contempló el suelo a sus pies.
—Patrin y yo tendríamos un plan de emergencia preparado con mucha antelación para cuando fuera necesario. Siempre preparo formas secundarias de enfrentarme a los problemas.
—Muy bien. Ahora… el plan. ¿Qué haríais?
—¿Por qué se mataría Patrin? —preguntó Burzmali.
—Vos estáis seguro de que eso fue lo que hizo.
—Visteis los informes. Schwangyu y algunas otras estaban seguras de ello. Yo lo acepto. Patrin era lo suficientemente leal como para hacer eso por su Bashar.
—¡Por vos! Vos sois Miles Teg ahora. ¿Qué plan habréis maquinado Patrin y vos?
—Yo no enviaría deliberadamente a Patrin a una muerte segura.
—¿A menos?
—Patrin hizo eso por iniciativa propia. Podía hacerlo si el plan lo había ideado él… no yo. Lo haría para protegerme, para asegurarse de que nadie descubría el plan.
—¿Cómo podía Patrin hacer acudir una no–nave sin que nosotros lo supiéramos?
—Patrin era un nativo de Gammu. Su familia viene de los días de Giedi Prime.
Taraza cerró los ojos y giró la cabeza hacia un lado, apartándola de Burzmali. Burzmali seguía las mismas huellas que ella había estado siguiendo mentalmente. Conocíamos los orígenes de Patrin. ¿Cuál era el significado de aquella asociación con Gammu? Su mente se negaba a especular. ¡Así era como había llegado a sentirse tan agotada! Miró una vez más a Burzmali.
—¿Halló Patrin alguna forma de entrar secretamente en contacto con su familia y sus viejos amigos?
—Exploramos todo contacto que pudimos descubrir.
—Podéis estar seguro de que no los habéis rastreado todos. Burzmali se alzó de hombros.
—Por supuesto que no. No actuamos bajo esa suposición. Taraza inspiró profundamente.
—Volved a Gammu. Llevaos con vos tanta ayuda como pueda daros nuestra Seguridad. Decidle a Bellonda que esas son mis órdenes. Debéis introducir agentes en todas partes. Descubrid lo que sabía Patrin. Lo que quede de su familia. Sus amigos. Descubrid todo lo que sea posible.
—Eso armará revuelo, no importa lo cuidadosos que seamos. Otros se enteraran.
—Eso no puede ser evitado. ¡Y, Burzmali!
El hombre estaba ya en pie.
—¿Sí, Madre Superiora?
—Los otros que están buscando: debéis estar siempre por delante de ellos.
—¿Puedo utilizar un navegante de la Cofradía?
—¡No!
—Entonces, ¿cómo…?
—Burzmali, ¿y si Miles y Lucilla y nuestro ghola estuvieran aún en Gammu?
—¡Ya os he dicho que no aceptaba la idea de que habían abandonado el planeta en una no–nave!
Durante un largo período de silencio, Taraza estudió al hombre de pie a los pies de su camastro. Adiestrado por Miles Teg. El estudiante preferido del viejo Bashar. Aquello significaba que el adiestrado instinto de Burzmali estaba sugiriendo algo.
Con voz muy baja, murmuró:
—¿Sí?
—Gammu era Giedi Prime, un lugar Harkonnen.
—¿Qué os sugiere eso?
—Los Harkonnen eran ricos, Madre Superiora. Muy ricos.
—¿Y?
—Lo suficientemente ricos como para completar la instalación secreta de una no–estancia… incluso de un gran no–globo.
—¡No hay grabaciones de eso! Ix nunca ha sugerido ni siquiera vagamente algo así. No han enviado nada a Gammu desde hace…
—Sobornos, compras por medio de terceros, intercambios de carga entre naves —dijo Burzmali—. Los Tiempos de Hambruna fueron unos tiempos muy desorganizados, y antes de ellos hubieron todos esos milenios del Tirano.
—Cuando los Harkonnen tuvieron que humillar sus cabezas o perderlas. Está bien, admitiré la posibilidad.
—Las grabaciones pudieron perderse —dijo Burzmali.
—No por parte nuestra o de los otros gobiernos que sobrevivieron. ¿A dónde os lleva esa línea de especulación?
—A Patrin.
—Ahhh.
Burzmali habló rápidamente:
—Si algo así fuera descubierto, un nativo de Gammu podría llegar a saber de ello.
—¿Cuántos nativos de Gammu podrían llegar a saberlo? No pensaréis que hayan podido mantener algo así en secreto durante… ¡Sí! Entiendo lo que queréis decir. Si fuera un secreto de la familia de Patrin…
—No me he atrevido a preguntarles nada de eso a ninguno de ellos.
—¡Por supuesto que no! Pero podríais buscar… sin alertar a…
—Ese lugar en la montaña donde fueron dejadas las marcas de la no–nave.
—¡Eso requeriría que fuerais vos en persona!
—Muy difícil de ocultarlo a los espías —admitió él—. A menos que fuera allí con una fuerza muy reducida y aparentemente con otras finalidades.
—¿Qué otras finalidades?
—Instalar un túmulo funerario en memoria de mi viejo Bashar.
—¿Dando a entender que sabemos que está muerto? ¡Sí!
—Vos habéis pedido ya a los tleilaxu que reemplacen a nuestro ghola.
—Fue una simple precaución y no tiene nada que ver con… Burzmali, esto es extremadamente peligroso. Dudo que podamos engañar a la clase de gente que os estará observando en Gammu.
—Mi dolor y el de la gente que lleve conmigo será dramático y creíble.
—Lo creíble no convence necesariamente a un observador atento.
—¿No confiáis en mi lealtad y en la lealtad de la gente que voy a llevar conmigo?
Taraza frunció pensativamente los labios. Se recordó a sí misma que la absoluta lealtad era algo que habían aprendido a valorar de acuerdo con los estándares proporcionados por los Atreides. Cómo producir gente que atraiga hacia sí la devoción más absoluta. Burzmali y Teg eran excelentes ejemplos.
—Puede funcionar —admitió Taraza. Miró especulativamente a Burzmali. ¡El estudiante preferido de Teg podía tener razón!
—Entonces iré —dijo Burzmali. Se dio la vuelta para marcharse.
—Un momento —dijo Taraza.
Burzmali se volvió.
—Os saturaréis todos con shere. Todos. Y si sois capturados por Danzarines Rostro… ¡esos nuevos!… deberéis quemaros vuestras cabezas o despedazarlas absolutamente. Tomad las precauciones necesarias.
La repentina expresión sobria en el rostro de Burzmali tranquilizó a Taraza. Por un momento, se había sentido orgulloso de sí mismo allí. Mejor no desanimar este orgullo. No convenía que aquel hombre cometiera imprudencias.