La burocracia destruye la iniciativa. Hay pocas cosas que los burócratas odien más que la innovación, especialmente la innovación que produce mejores resultados que las viejas rutinas. Las mejoras siempre hacen que aquellos que se hallan en la cúspide aparezcan como unos ineptos. ¿A quién le gusta aparecer como inepto?
Una guía para el método de tanteo en el Gobierno, Archivos Bene Gesserit
Los informes, los resúmenes y los datos dispersos estaban dispuestos en hileras sobre la larga mesa ante la que se sentaba Taraza. Excepto la guardia nocturna y los servicios esenciales, el Cuartel General de la Casa Capitular dormitaba a su alrededor. Sólo los familiares sonidos de las actividades de mantenimiento penetraban en sus estancias privadas. Dos globos colgaban sobre su mesa, bañando la oscura superficie de madera y las hileras de papel riduliano con su luz amarilla. La ventana más allá de su mesa era un oscuro espejo reflejando la habitación.
¡Archivos!
El holoproyector parpadeaba con su constante producción sobre la mesa… más datos e informaciones que ella había solicitado.
Taraza desconfiaba más bien de las Archiveras, lo cual sabía era una actitud ambivalente puesto que reconocía la necesidad de los datos. Pero las Grabaciones de la Casa Capitular tan sólo podían ser visionadas como una jungla de abreviaturas, anotaciones especiales, inserciones codificadas, y notas a pie de página. Un material como ese requería a menudo un Mentat para su traducción o, lo cual era peor, en momentos de extrema fatiga requería que ella se abocara a las Otras Memorias. Todas las Archiveras eran Mentats, por supuesto, pero eso no tranquilizaba a Taraza. Una no podía consultar nunca las Grabaciones del Archivo de una manera directa. Gran parte de la interpretación que emergía de dicha fuente debía ser aceptada bajo la palabra de aquellas que la emitían o (¡peor aún!) había que confiar en la búsqueda mecánica del holosistema. Esto, a su vez, exigía una dependencia hacia aquellos que mantenían el sistema. Lo cual daba a los funcionarios más poder del que Taraza se atrevía a delegar.
¡Dependencias!
Taraza odiaba la dependencia. Tenía que admitirlo con pesar, recordándose que pocas situaciones se desarrollaban precisamente como una imaginaba que lo harían. Incluso la mejor de las proyecciones Mentat acumulaba errores… si se le daba el tiempo suficiente.
Sin embargo, cada movimiento que efectuaba la Hermandad requería la consulta de los Archivos y análisis aparentemente interminables. Incluso el comercio ordinario lo exigía. Encontraba en aquello una fuente frecuente de irritación. ¿Debían formar este grupo? ¿Firmar ese acuerdo?
Siempre llegaba el momento, durante una conferencia, en que se veía obligada a introducir una nota de decisión:
—El análisis de la Archivera Hesterion aceptado.
O, como era más a menudo el caso:
—Informe de la Archivera rechazado; no pertinente.
Taraza se inclinó hacia adelante para estudiar la holoproyección:
«Posible plan de procreación para Sujeto Waff».
Estudió los números, los planes genéticos de las muestras celulares proporcionadas por Odrade. Los raspados de las uñas de los dedos muy pocas veces proporcionaban el material suficiente para un análisis seguro, pero Odrade había logrado mucho aprovechando la cobertura de curar los huesos rotos del hombre. Taraza agitó la cabeza ante los datos. La descendencia sería seguramente como todas las anteriores que la Bene Gesserit había intentado con los tleilaxu: las hembras serían inmunes a las sondas memorísticas; los machos, por supuesto, serían un caos repelente e impenetrable.
Taraza se reclinó en su asiento y suspiró. Cuando llegó a los informes de procreación, la monumental cantidad de las referencias cruzadas adquirió proporciones asombrosas. Oficialmente, era el «Colegio de Pertinencia Ancestral», CPA para los Archiveros. En general, entre las Hermanas, era conocido como el «Registro de Sementales», lo cual, aunque descriptivo, fallaba en dar la sensación de detalle señalada en el encabezamiento oficial del Archivo. Taraza había solicitado que las proyecciones de Waff fueran avanzadas hasta un límite de trescientas generaciones, una tarea fácil y rápida, suficiente para todas las finalidades prácticas. Trescientas líneas generacionales directas (como con Teg, sus colaterales y hermanos) se habían revelado dignas de confianza a lo largo de milenios. El instinto le decía que sería infructuoso perder más tiempo en las proyecciones de Waff.
El cansancio estaba empezando a dominar a Taraza. Apoyó la cabeza entre sus manos y descansó éstas un momento sobre la mesa, sintiendo la frialdad de la madera.
¿Y si estoy equivocada con respecto a Rakis?
Los argumentos de la oposición no podían ser barridos al polvo de los Archivos. ¡Maldita sea esa dependencia de las computadoras! La Hermandad había introducido sus líneas genéticas principales en computadoras incluso en los Días Prohibidos después del Yihad Butleriano y su alocada destrucción de todas las «máquinas pensantes». En estos días «más iluminados», una tendía a no cuestionar los motivos inconscientes tras aquella antigua orgía de destrucción.
A veces, tomamos todas las decisiones responsables a causa de razones inconscientes. Una búsqueda consciente de los Archivos o las Otras Memorias no ofrece garantías.
Taraza soltó una de sus manos y dio una palmada contra el sobre de la mesa. No le gustaba tener que tratar con las Archiveras que acudían trotando con respuestas a sus preguntas. Eran un grupo desdeñoso, llenas de chistes secretos. Las había oído comparando su trabajo del CPA con el almacenamiento de genes, los Programas Granjeros y las Competiciones de Animales. ¡Malditos fueran sus chistes! Tomar ahora la decisión correcta era algo mucho más importante de lo que ninguna de ellas era capaz de imaginar. Aquellas hermanas subalternas que solamente obedecían órdenes no tenían las responsabilidades de Taraza.
Alzó la cabeza y miró al otro lado de la habitación, al nicho con el busto de la Hermana Chenoeh, la antepasada que había conocido y conversado con el Tirano.
Tú supiste, pensó Taraza. Nunca llegaste a ser una Reverenda Madre, pero tú supiste. Tus informes lo demuestran: ¿Como sabías como tomar la decisión correcta?
La petición de Odrade de ayuda militar requería una respuesta inmediata. Los tiempos límite eran demasiado estrechos. Pero con Teg, Lucilla, y el ghola desaparecidos, debía ponerse en marcha el plan de contingencia.
—¡Maldito Teg!
De nuevo su comportamiento inesperado. No podía abandonar al ghola en peligro, por supuesto. Las acciones de Schwangyu habían sido predecibles.
¿Qué había hecho Teg? ¿Había aterrizado en Ysai o en alguna otra de las grandes ciudades de Gammu? No. Si ese hubiera sido el caso, Teg hubiera informado ya a través de uno de los contactos secretos que tenían preparados. Poseía una lista completa de esos contactos y había investigado personalmente algunos de ellos.
Obviamente, Teg no confiaba por completo en los contactos. Había visto algo durante su visita de inspección qué no había transmitido a través de Bellonda.
Habría que llamar y dar instrucciones a Burzmali, por supuesto. Burzmali era el mejor, adiestrado por el propio Teg; el candidato principal para Supremo Bashar. Burzmali tenía que ser enviado a Gammu.
Estoy actuando sobre una corazonada, pensó Taraza.
Pero si Teg se había ocultado en algún lugar, el rastro empezaba en Gammu. Y también podía terminar allí. Si, había que enviar a Burzmali a Gammu y Rakis debería esperar. Había algunos obvios atractivos en aquel movimiento. No alertaría a la Cofradía. Los tleilaxu y los demás de la Dispersión, sin embargo, morderían el anzuelo. Si Odrade fracasaba en atrapar al tleilaxu… no, Odrade no fracasaría. Eso era casi una certeza.
Lo inesperado.
¿Lo ves, Miles? He aprendido de ti.
Sin embargo, nada de aquello desviaba la oposición dentro de la Hermandad.
Taraza apoyó sus palmas sobre la mesa y apretó fuertemente, como si intentara captar a la gente ahí afuera en la Casa Capitular, a todas aquellas que compartían las opiniones de Schwangyu. La oposición vocal había disminuido, pero eso significaba siempre que se estaba preparando la violencia.
¿Qué debo hacer?
Se suponía que la Madre Superiora era inmune a la indecisión en una crisis. Pero la conexión tleilaxu había desequilibrado los datos. Algunas de las recomendaciones para Odrade parecían obvias y ya habían sido transmitidas. Toda aquella parte del plan era plausible y simple.
Llevar a Waff al desierto, muy lejos de ojos indeseados. Ingeniar una situación in extremis y la consecuente experiencia religiosa según el antiguo y fiable esquema dictado por la Missionaria Protectiva. Comprobar si los tleilaxu estaban utilizando el proceso ghola para su propio tipo de inmortalidad. Odrade era perfectamente capaz de llevar adelante toda esta parte del plan revisado. Un plan que dependía mucho sin embargo de aquella muchacha, Sheeana.
El propio gusano es lo desconocido.
Taraza se recordó a si misma que el gusano de hoy no era el gusano original de Rakis. Pese al demostrado dominio de Sheeana sobre ellos, eran impredecibles. Como dirían los Archivos, no tenían recuerdos de antes. Taraza estaba segura de que Odrade había efectuado una exacta deducción de los rakianos y sus danzas. Eso era algo más que tener en cuenta.
Un lenguaje.
Pero nosotras aún no lo hablamos. Aquello era negativo.
¡Debo tomar una decisión esta noche!
Taraza envió su consciencia superficial hacia atrás, a lo largo de aquella ininterrumpida línea de Madres Superiores, todas aquellas memorias femeninas encapsuladas dentro de la frágil consciencia de ella misma y de otras dos… Bellonda y Hesterion. Era una senda tortuosa a través de las Otras Memorias, que se sentía demasiado cansada para seguir. Exactamente al borde de aquella senda estarían las observaciones de Muad’Dib, el bastardo Atreides que había sacudido dos veces el universo… una dominando el Imperio con sus hordas Fremen, y luego dando nacimiento al Tirano.
Si somos derrotadas esta vez podría ser nuestro fin, pensó. Podríamos ser enteramente tragadas por esas mujeres nacidas del infierno que han regresado de la Dispersión.
Las alternativas se presentaban ellas solas: la muchacha de Rakis podía ser traída al cuartel general de la Hermandad para vivir el resto de su vida en algún lugar a bordo de una no–nave. Una retirada ignominiosa.
Dependía tanto de Teg. ¿Le había fallado finalmente a la Hermandad, o había encontrado una forma inesperada de ocultar al ghola?
Debo encontrar una forma de retrasar mi decisión, pensó Taraza. Debemos darle tiempo a Teg para que se comunique con nosotras. Odrade tendrá que seguir adelante con el plan en Rakis.
Era peligroso, pero había que hacerlo.
Rígidamente, Taraza se alzó de su silla–perro y se dirigió hacia la oscura ventana al otro lado. El Planeta de la Casa Capitular estaba sumido en una oscuridad salpicada de estrellas. Un refugio: el Planeta de la Casa Capitular. Tales planetas ya no recibían nombres; solamente números en algún lugar de los Archivos. Este planeta había visto mil cuatrocientos años de ocupación Bene Gesserit, pero incluso eso podía considerase como temporal. Pensó en las no–naves guardianas que orbitaban sobre su cabeza: en el fondo el sistema defensivo de Teg. Sin embargo, la Casa Capitular seguía siendo vulnerable.
El problema tenía un nombre: «descubrimiento accidental».
Era un eterno fallo. Allá afuera en la Dispersión, la humanidad se había esparcido exponencialmente, pululando en un espacio limitado. La Senda de Oro del Tirano finalmente segura. ¿Realmente? A buen seguro el gusano Atreides había planeado más que la simple supervivencia de la especie.
Nos hizo algo que aún no hemos desenterrado… ni siquiera después de todos estos milenios. Creo que sé lo que hizo. Mi oposición dice lo contrario.
Nunca le resultaba fácil a una Reverenda Madre contemplar el sometimiento que habían sufrido bajo Leto II mientras éste fustigaba a su Imperio durante tres mil quinientos años a lo largo de su Senda de Oro.
Nos tambaleamos cuando revisamos esos tiempos.
Viendo su propio reflejo en el oscuro plaz de la ventana, Taraza se miró a sí misma. Su rostro era hosco, con el cansancio fácilmente visible en él.
¡Tengo todo el derecho a sentirme cansada y hosca!
Sabía que su adiestramiento la había encaminado deliberadamente por senderos negativos. Esas eran sus defensas y su fuerza. Permanecía distante en todas las relaciones humanas, incluso en las seducciones que había realizado para las Amantes Procreadoras. Taraza era el perpetuo abogado del diablo, y había llegado a convertirse en una fuerza dominante en la Hermandad, una consecuencia natural de su elevación a Madre Superiora. La oposición se desarrollaba fácilmente en un entorno así.
Como decían los sufíes: La podredumbre en el núcleo siempre se esparce hacia afuera.
Lo que no decían era que algunas podredumbres eran nobles y valiosas.
Se tranquilizó ahora a sí misma con sus datos más seguros:
La Dispersión había llevado las lecciones del Tirano hacia afuera en las migraciones humanas, las había cambiado de formas desconocidas pero en última instancia sujetas a reconocimiento. Y, a su debido tiempo, se hallaría una forma de anular la invisibilidad de las no–naves. Taraza no creía que la gente de la Dispersión lo hubiera descubierto todavía… al menos no los que volvían al lugar que les había dado nacimiento.
No había en absoluto ningún camino seguro entre las conflictivas fuerzas, pero creía que la Hermandad se había armado tan bien como le había sido posible. El problema era parecido al de un navegante de la Cofradía haciendo discurrir su nave por entre los pliegues del espacio de una forma que evitara colisiones y trampas.
Trampas, esa era la clave. Y ahí estaba Odrade tendiendo las trampas de la Hermandad a los tleilaxu.
Cuando Taraza pensaba en Odrade, lo cual ocurría a menudo en estos tiempos de crisis, su larga asociación se reafirmaba. Era como si contemplara un descolorido tapiz en el cual algunas figuras conservaban aún todo su esplendor. La más brillante de todas, asegurando la oposición de Odrade cerca de los lugares de mando de la Hermandad, era su capacidad de acortar camino a través de los detalles y llegar al sorprendente meollo de un conflicto. Había como una forma de aquella peligrosa presciencia de los Atreides trabajando secretamente dentro de ella. El utilizar aquel oculto talento era una de las cosas que había suscitado más oposición, y era el argumento que Taraza admitía que tenía más validez. Aquello que trabajaba muy por debajo de la superficie, aquellos ocultos movimientos señalados tan sólo por alguna turbulencia ocasional, ¡aquél era el problema!
—Utilízala, pero estáte siempre preparada para eliminarla —había argumentado Taraza—. Siempre seguiremos poseyendo la mayor parte de su descendencia.
Taraza sabía que podía confiar en Lucilla… siempre que Lucilla hubiera encontrado refugio en algún lugar con Teg y el ghola. Por supuesto, existían asesinos alternos en el Alcázar de Rakis. Esa arma podía desencadenarse pronto.
Taraza experimentó una repentina agitación interna. Las Otras Memorias aconsejaban la máxima precaución. ¡Nunca más perder el control de las líneas genéticas! Sí, si Odrade escapaba de un intento de eliminación, debería ser alejada para siempre. Odrade era un completa Reverenda Madre, y algunas de ellas tendrían que permanecer ahí afuera en la Dispersión… no entre las Honoradas Matres que la Hermandad había observado… pero sin embargo…
¡Nunca otra vez! Ese era el código operativo. Nunca otro Kwisatz Haderach u otro Tirano.
Controlar las procreadoras: controlar su progenie.
Las Reverendas Madres no morían cuando moría su carne. Se hundían más y más en el núcleo vital de la Bene Gesserit hasta que sus casuales instrucciones e incluso sus observaciones inconscientes se convertían en una parte de la continuidad de la Hermandad.
¡No cometer errores con Odrade!
La respuesta a Odrade requería una sintaxis específica y un cuidado exquisito. Odrade, que se permitía algunos afectos limitados, «un ligero calor afectivo» los llamaba ella, argumentaba que las emociones proporcionaban una valiosa penetración si no permitías que te dominaran. Taraza veía aquel ligero calor afectivo como una forma de llegar al corazón de Odrade, una vulnerable apertura.
Sé lo que piensas de mí, Dar, con tu ligero calor afectivo hacia una antigua compañera de los días escolares. Crees que soy un peligro potencial para la Hermandad, pero que puedo ser salvada de mí misma por atentas «amigas».
Taraza sabía que algunas de sus consejeras compartían la opinión de Odrade, escuchaban pacíficamente y se reservaban su juicio. La mayoría de ellas seguían todavía el camino marcado por su Madre Superiora, pero muchas sabían del extraño talento de Odrade y habían reconocido las dudas de Odrade. Sólo una cosa mantenía a la mayoría de las Hermanas en su camino, y Taraza no pretendía engañarse al respecto.
Cada Madre Superiora actuaba movida por una profunda lealtad hacia su Hermandad. Nada debía poner en peligro la continuidad de la Bene Gesserit, ni siquiera ella misma. Con su preciso e inflexible autojuicio, Taraza examinaba sus relaciones con respecto a la continuación de la vida de la Hermandad.
Obviamente, no había ninguna necesidad inmediata de eliminar a Odrade. Sin embargo, ahora Odrade se hallaba tan cerca del centro del designio del ghola que poco de lo que ocurriera allí podía escapar de su sensitiva observación. Mucho de lo que no le había sido revelado iba a ser descubierto. El Manifiesto Atreides había sido casi una apuesta. Odrade, la persona más obvia para producir el Manifiesto, lo único que podía conseguir mientras redactaba el documento era lograr una más profunda penetración, pero las propias palabras eran la barrera definitiva a la revelación.
Waff apreciaría eso, sabía Taraza.
Apartándose de la oscura ventana, Taraza regresó a su silla. El momento de la decisión crucial: adelante o no–adelante podía ser retrasado, pero había que tomar pasos inmediatos. Redactó mentalmente un mensaje piloto y lo examinó mientras enviaba una llamada a Burzmali. El estudiante favorito del Bashar tenía que ser puesto en acción, pero no como Odrade deseaba.
El mensaje a Odrade era esencialmente simple:
«Ayuda en camino. Estás en plena acción, Dar. En lo que se refiere a la seguridad de Sheeana, utiliza tu propio buen juicio. En todos los demás asuntos que no entren en conflicto con mis órdenes, sigue adelante con el plan».
Bien. Ya estaba. Odrade tenía sus instrucciones, lo esencial que ella aceptaría como «el plan» aunque lo reconociera como un esquema incompleto.
Odrade obedecería. El «Dar» era un toque espléndido, pensó Taraza.
Dar y Tar. Aquella apertura al ligero calor afectivo de Odrade no quedaba muy lejos de la dirección del Dar–y–Tar.