De forma completamente natural, los detentadores del poder desean suprimir la investigación «salvaje». La búsqueda sin restricciones del conocimiento posee una larga historia de producir una indeseada competición. Los poderosos desean una «línea segura de investigaciones», que desarrolle tan sólo aquellos productos e ideas que puedan ser controlados y, más importante, que permitan que la mayor parte de los beneficios redunden en los inversores internos. Desgraciadamente, un universo al azar lleno de variables relativas no asegura una tal «línea segura de investigaciones».
Evaluación de Ix, Archivos Bene Gesserit
Hedley Tuek, Sumo Sacerdote y gobernante titular de Rakis, se sentía inadecuado a las exigencias que acababan de imponérsele.
Una neblinosa noche de polvo envolvía la ciudad de Keen, pero allí en su sala privada de audiencias el brillo de varios globos rechazaba las sombras. Incluso allí en el corazón del Templo, sin embargo, podía oírse el viento, un distante gemido, el periódico tormento de aquel planeta.
La sala de audiencias era una estancia irregular de siete metros de largo por cuatro en su parte más ancha. El otro extremo era casi imperceptiblemente más estrecho. El techo también se inclinaba ligeramente en aquella dirección. Cortinajes de fibra de especia y un hábil empleo de amarillos claros y grises ocultaba esas irregularidades. Una de las cortinas escondía un captador direccional que recogía incluso los más insignificantes sonidos y los llevaba hasta los escuchas fuera de la habitación.
Sólo Darwi Odrade, la nueva comandante del Alcázar Bene Gesserit en Rakis, permanecía sentada con Tuek en la sala de audiencias. Los dos estaban sentados frente a frente, separados por un estrecho espacio definido por sus suaves almohadones verdes.
Tuek intentó refrenar una mueca. El esfuerzo crispó sus normalmente imponentes rasgos en una máscara reveladora. Se había preocupado mucho de prepararse para las confrontaciones de aquella noche. Sus ayudas de cámara habían alisado sus ropas sobre su figura alta y más bien recia. Unas sandalias doradas cubrían sus largos pies. El destiltraje bajo su túnica era tan sólo de exhibición: ni bombas ni bolsillos de recuperación, no requería ningún lento ni engorroso ajuste. Su sedoso pelo gris estaba peinado colgando hasta sus hombros, un marco adecuado para su rostro cuadrado con su amplia y gruesa boca y su prominente mandíbula. Sus ojos adoptaron bruscamente una expresión de benevolencia, una expresión que había copiado de su abuelo. Esa había sido su apariencia cuando había penetrado en la sala de audiencias para acudir al encuentro de Odrade. En aquel momento se había sentido dominante, pero ahora se sintió de pronto desnudo e inseguro.
Realmente es un cabeza vacía, pensó Odrade.
Tuek estaba pensando: ¡No puedo discutir ese terrible Manifiesto con ella! No con un Maestro tleilaxu y esos Danzarines Rostro escuchando en la otra habitación ¿Qué es lo que me ha poseído para permitir eso?
—Esto es herejía, pura y simple —dijo Tuek.
—Pero sois tan sólo una religión entre muchas —contraatacó Odrade—. Y con la gente volviendo de la Dispersión, la proliferación de cismas y creencias alternativas…
—¡Nosotros somos la única creencia verdadera! —dijo Tuek.
Odrade ocultó una sonrisa. Está recitando algo aprendido de memoria. Y seguramente Waff lo está escuchando. Tuek era sorprendentemente fácil de conducir. Si la Hermandad estaba en lo cierto respecto a Waff, las palabras de Tuek irritarían al Maestro tleilaxu.
Con un tono profundo y agorero, Odrade dijo:
—El Manifiesto plantea cuestiones que todos debemos considerar, tanto creyentes como no creyentes.
—¿Qué tiene que ver todo esto con la Sagrada Niña? —preguntó Tuek—. Me dijisteis que deberíamos reunirnos para tratar asuntos relativos a…
—¡Por supuesto! No intentéis negar que sabéis que hay mucha gente que está empezando a adorar a Sheeana. El Manifiesto implica…
—¡El Manifiesto! ¡El Manifiesto! Es un documento herético, que debería ser borrado. En cuanto a Sheeana, ¡debe ser devuelta a nuestro exclusivo cuidado!
—No. —Odrade pronunció suavemente la palabra.
Cuán agitado estaba Tuek, pensó. Su rígido cuello apenas se alteró mientras él movía la cabeza de un lado para otro. Los movimientos señalaban hacia un cortinaje cubriendo una pared a la derecha de Odrade, definiendo el lugar como si la cabeza de Tuek poseyera un rayo trazador que señalara hacia aquel cortinaje en particular. Qué hombre tan transparente, aquel Sumo Sacerdote. Era como si estuviera anunciando que Waff les estaba escuchando desde algún lugar detrás de aquellos cortinajes.
—Vuestro próximo movimiento va a ser llevárosla de Rakis —dijo Tuek.
—Ella se quedará aquí —dijo Odrade—. Tal como os lo prometimos.
—¿Pero por qué no puede…?
—¡Oh, vamos! Sheeana ha expresado claramente sus deseos, y estoy segura de que sus palabras os han sido transmitidas. Desea convertirse en una Reverenda Madre.
—Ella es ya la…
—¡Mi Señor Tuek! No intentéis disimular conmigo. Ella ha formulado sus deseos, y nosotras nos sentiremos felices de hacer que se cumplan. ¿Por qué deberíais objetar a ello? Las Reverendas Madres sirvieron al Dios Dividido en los tiempos Fremen. ¿Por qué no ahora?
—Vosotras las Bene Gesserit tenéis formas de hacer que la gente diga cosas que no desea decir —acusó Tuek—. No deberíamos discutir esto en privado. Mis consejeros…
—Vuestros consejeros lo único que harían sería enturbiar nuestra discusión. Las implicaciones del Manifiesto Atreides…
—¡Discutiremos solamente acerca de Sheeana! —Tuek adoptó lo que creía que era la postura de un obstinado Sumo Sacerdote.
—Estamos discutiendo acerca de ella —dijo Odrade.
—Entonces permitidme dejar claro que exigimos que haya más gente nuestra a su alrededor. Debe ser protegida a toda…
—¿De la forma en que fue protegida en aquel tejado? —preguntó Odrade.
—¡Reverenda Madre Odrade, esto es el Sagrado Rakis! ¡Aquí no tenéis ningún derecho más que los que nosotros os concedamos!
—¿Derechos? Sheeana se ha convertido en el blanco, ¡sí, el blanco!, de muchas ambiciones, ¿y queréis hablar de derechos?
—Mis deberes como Sumo Sacerdote son claros. La Sagrada Iglesia del Dios Dividido deberá…
—¡Mi Señor Tuek! Estoy intentando con mucho esfuerzo mantener la cortesía necesaria. Lo que hago es en vuestro propio bien tanto como en el nuestro. Las acciones que hemos tomado…
—¿Acciones? ¿Qué acciones? —Las palabras brotaron de Tuek con un ronco gruñido. ¡Aquellas terribles brujas Bene Gesserit! ¡Los tleilaxu detrás de él y una Reverenda Madre delante! Tuek se sentía como una pelota en un terrible juego, siendo lanzada hacia adelante y hacia atrás entre terroríficas energías. El pacífico Rakis, el lugar tranquilo de sus rutinas cotidianas, se había desvanecido, y él se había visto proyectado a una arena cuyas reglas no comprendía enteramente.
—He mandado venir al Bashar Miles Teg —dijo Odrade—. Eso es todo. Su grupo de vanguardia va a llegar pronto. Vamos a reforzar vuestras defensas planetarias.
—Os atrevéis a tomar el mando…
—No tomamos el mando de nada. A petición de vuestro propio padre, la gente de Teg reacondicionó vuestras defensas. El acuerdo bajo el que se hizo eso contiene, por petición expresa de vuestro padre, una cláusula exigiendo nuestra periódica revisión.
Tuek permaneció sentado en un aturdido silencio. Waff, aquel ominoso y pequeño tleilaxu, había oído todo aquello. ¡Iba a haber conflicto! Los tleilaxu deseaban un acuerdo secreto relativo a los precios de la melange. No iban a permitir interferencias de la Bene Gesserit.
Odrade había hablado del padre de Tuek, y ahora Tuek únicamente deseaba que fuera su padre, muerto hacía tanto tiempo, el que estuviera sentado allí. Un hombre duro. El hubiera sabido cómo tratar con aquellas fuerzas contrapuestas. El siempre había sabido manejar muy bien a los tleilaxu. Tuek recordaba haber estado escuchando (¡del mismo modo que Waff estaba escuchando ahora!) a un enviado tleilaxu llamado Wose… y a otro llamado Pook. Ledden Pook. Qué extraños nombres tenían.
Los confusos pensamientos de Tuek le ofrecieron bruscamente otro nombre. Odrade acababa de mencionarlo: ¡Teg! ¿Estaba aún en activo aquel viejo monstruo?
Odrade estaba hablando de nuevo. Tuek intentó tragar el nudo que se había formado en su garganta mientras se inclinaba hacia adelante, obligándose a prestar atención.
—Teg examinará también vuestras defensas interiores. Después de ese estrepitoso fracaso en el techo del Templo…
—Oficialmente, prohíbo esta interferencia en nuestros asuntos internos —dijo Tuek—. No es necesaria. Nuestros Sacerdotes Guardianes son lo bastante aptos como para…
—¿Aptos? —Odrade agitó tristemente la cabeza—. Qué palabra más poco apta, dadas las nuevas circunstancias en Rakis.
—¿Qué nuevas circunstancias? —Había terror en la voz de Tuek.
Odrade simplemente se quedó sentada allí, mirándole.
Tuek intentó poner por la fuerza un poco de orden a sus pensamientos. ¿Era posible que ella supiera que los tleilaxu estaban escuchando? ¡Imposible! Inhaló temblorosamente. ¿Qué era aquello acerca de las defensas de Rakis? Las defensas eran excelentes, se tranquilizó a sí mismo. Tenía los mejores monitores y no–naves de Ix. Más que eso, poseía la ventaja por encima de todas las demás potencias independientes de ser la única otra fuente de especia.
¡Ventaja por encima de todos excepto de los tleilaxu, con su maldita superproducción de melange de sus tanques axlotl!
Aquél era un pensamiento desmoralizador. ¡Había un Maestro tleilaxu escuchando todo lo que se estaba diciendo en la sala de audiencias!
Tuek apeló a Shai-Hulud, el Dios Dividido, para que le protegiera. Aquel terrible hombrecillo ahí atrás decía que hablaba también en nombre de los ixianos y de las Habladoras Pez. Había exhibido documentos. ¿Eran esas las «nuevas circunstancias» de las que hablaba Odrade? ¡Nada quedaba oculto por mucho tiempo a las brujas!
El Sumo Sacerdote no pudo evitar un estremecimiento al pensar en Waff: aquella cabecita redonda, aquellos brillantes ojos, aquella nariz respingona y aquellos afilados dientes en aquella frágil sonrisa. Waff tenía el aspecto de un niño apenas crecido hasta que uno se enfrentaba a sus ojos y le oía hablar con su voz chillona. Tuek recordó que su propio padre se había quejado de aquellas voces:
—¡Los tleilaxu dicen cosas tan terribles con sus vocecillas infantiles!
Odrade se agitó en sus almohadones. Pensaba en Waff escuchando ahí afuera. ¿Habría oído lo suficiente? Seguro que sus propias escuchas secretas debían estar formulándose aquella misma pregunta en aquel momento. Las Reverendas Madres siempre escuchaban de nuevo las grabaciones de aquellas contiendas verbales, buscando mejoras y nuevas ventajas para la Hermandad.
Waff ya ha oído lo suficiente, se dijo Odrade. Es hora de cambiar de juego.
Con su tono más desapasionado, Odrade dijo:
—Mi Señor Tuek, alguien importante está escuchando lo que decimos aquí. ¿Es educado que tal persona escuche secretamente?
Tuek cerró los ojos. ¡Lo sabe!
Abrió los ojos y se encontró con la impasible mirada de Odrade. Tenía el aspecto de alguien que está dispuesto a esperar toda una eternidad su respuesta.
—¿Educado? Yo… yo…
—Invitad a ese oyente secreto a que venga a sentarse con nosotros —dijo Odrade.
Tuek se pasó una mano por su húmeda frente. Su padre y su abuelo, Sumos Sacerdotes antes que él, habían preparado respuestas rituales para muchas ocasiones, pero ninguna para un instante como éste. ¿Invitar al tleilaxu a sentarse allí? ¿En aquella sala con…? Tuek recordó de pronto que no le gustaba el olor de los Maestros tleilaxu. Su padre se había quejado también de eso:
—¡Huelen a comida repugnante!
Odrade se puso en pie.
—Será mejor que me dirija personalmente al que está escuchando mis palabras —dijo—. ¿Debo ir yo misma a invitar al oculto oyente a que…?
—¡Por favor! —Tuek permaneció sentado, pero alzó una mano para detenerla—. Tuve muy pocas posibilidades. Se presentó con documentos de las Habladoras Pez y de los ixianos. Dijo que nos ayudaría a conseguir que Sheeana regresara a nuestros…
—¿Ayudaros? —Odrade bajó la vista hacia el sudoroso sacerdote con algo parecido a la piedad. ¿Aquel hombre creía gobernar Rakis?
—Pertenece a la Bene Tleilax —dijo Tuek—. Se llama Waff, y…
—Sé cómo se llama y sé por qué está aquí, mi Señor Tuek. Lo que me sorprende es que vos le permitáis que espíe en…
—¡No está espiando! Estamos negociando. Quiero decir, hay nuevas fuerzas a las cuales deberemos ajustar nuestras…
—¿Nuevas fuerzas? Oh, sí: las rameras de la Dispersión. ¿Ha traído ese Waff algunas con él?
Antes de que Tuek pudiera responder, la puerta lateral de la sala de audiencias se abrió. Waff entró como obedeciendo a una señal, con dos Danzarines Rostro tras él.
—¡Sólo vos! —dijo Odrade, señalándole con un dedo—. Esos otros no han sido invitados, ¿no es así, mi Señor Tuek?
Tuek se puso pesadamente en pie, notando la proximidad de Odrade, recordando todas las terribles historias acerca de las proezas físicas de las Reverendas Madres. La presencia de Danzarines Rostro era un añadido más a su confusión. Siempre lo llenaban de tan terribles recelos.
Volviéndose hacia la puerta e intentando componer sus rasgos en una expresión invitadora, Tuek dijo:
—Sólo… sólo el Embajador Waff, por favor.
Las palabras ardieron en la garganta de Tuek. ¡Era algo mucho peor que terrible! Se sentía desnudo ante toda aquella gente.
Odrade hizo un gesto hacia un almohadón a su lado.
—Waff, ¿verdad? Por favor, acercaos y sentaos.
Waff le dirigió una inclinación de cabeza como si nunca antes la hubiera visto. ¡Qué educado! Con un gesto a sus Danzarines Rostro para que permanecieran fuera, avanzó hacia el almohadón indicado, pero permaneció de pie junto a él.
Odrade vio el flujo de tensiones agitarse en el pequeño tleilaxu. Algo parecido a un gruñido aleteó en sus labios. Todavía seguía llevando aquellas armas en sus mangas. ¿Estaba dispuesto a romper su acuerdo?
Era el momento, pensó Odrade, de que las sospechas de Waff adquirieran de nuevo toda su fuerza original y más. Debía sentirse atrapado por las maniobras de Taraza. ¡Waff deseaba sus madres procreadoras! La vaharada de sus feromonas anunciaba sus más profundos miedos. De modo que se atenía mentalmente a parte de su acuerdo… o al menos a una forma de ese acuerdo. Taraza no esperaba que Waff estuviera realmente dispuesto a compartir todo el conocimiento que había obtenido de las Honoradas Matres.
—Mi Señor Tuek me ha contado que habéis estado… ahhh, negociando —dijo Odrade. ¡Hagamos que recuerde esa palabra! Waff sabía dónde deberían concluirse las auténticas negociaciones. Mientras hablaba, Odrade se dejó caer de rodillas, luego reclinada, sobre su almohadón, pero sus pies siguieron colocados de tal modo que en cualquier momento pudiera reaccionar ante un intento de ataque por parte de Waff.
Waff bajó la vista hacia ella y luego hacia el almohadón que ella le había indicado para él. Lentamente, se dejó caer en el almohadón, pero sus brazos permanecieron apoyados sobre sus rodillas, las mangas dirigidas hacia Tuek.
¿Qué es lo que está haciendo?, se preguntó Odrade. Los movimientos de Waff decían que estaba siguiendo sus propios planes.
—He estado intentando —dijo Odrade— hacer comprender al Sumo Sacerdote la importancia del Manifiesto Atreides para nuestro mutuo…
—¡Atreides! —exclamó Tuek. Casi se dejó caer en su almohadón—. No puede ser Atreides.
—Un manifiesto muy persuasivo —dijo Waff, reforzando los evidentes temores de Tuek.
Al menos eso se correspondía con el plan, pensó Odrade.
Dijo:
—La promesa del S’tori no puede ser ignorada. Mucha gente equipara el S’tori a la presencia de su dios.
Waff le lanzó una sorprendida y furiosa mirada.
—El Embajador Waff me ha dicho que ixianos y Habladoras Pez se sienten alarmados por ese documento —dijo Tuek—, pero lo he tranquilizado diciéndole…
—Creo que podemos ignorar a las Habladoras Pez —dijo Odrade—. Oyen el ruido de dios por todas partes.
Waff reconoció la entonación especial de sus palabras. ¿Estaba dándole la razón en aquello? Por supuesto, estaba en lo cierto en lo referente a las Habladoras Pez. Se habían apartado tanto de sus antiguas devociones que su influencia era mínima, y cualquiera que fuese esa influencia podía ser dirigida por los nuevos Danzarines Rostro que ahora las guiaban.
Tuek intentó sonreírle a Waff.
—Habláis de ayudarnos a…
—Habrá tiempo para eso más tarde —interrumpió Odrade. Tenía que mantener la atención de Tuek centrada en el documento que tanto le preocupaba. Citó del Manifiesto: «Vuestra voluntad y vuestra fe… vuestro sistema de creencias… minan vuestro universo».
Tuek reconoció las palabras. Había leído el terrible documento. Aquel Manifiesto decía que Dios y toda su obra no eran más que creaciones humanas. Se preguntó cómo debía responder. Ningún Sumo Sacerdote podía permitir que algo así quedara sin contestar.
Antes de que Tuek encontrara las palabras, Waff intercambió una mirada con Odrade y respondió en una forma que sabía que ella iba a interpretar correctamente. Odrade no podía hacer menos, siendo quién era.
—El error de la presciencia —dijo Waff—. ¿No es así como lo llama este documento? ¿No es ahí donde dice que la mente del creyente se estanca?
—¡Exactamente! —dijo Tuek. Se sintió agradecido hacia el tleilaxu por su intervención. ¡Aquél era precisamente el núcleo de esta peligrosa herejía!
Waff no le miró, sino que continuó con los ojos fijos en Odrade. ¿Había pensado la Bene Gesserit que sus designios eran inescrutables? Dejemos que se enfrenten con un poder mayor que el suyo. ¡Se creían tan fuertes! ¡Pero la Bene Gesserit no sabía realmente cómo el Altísimo guardaba el futuro del Shariat!
Tuek no pensaba detenerse allí.
—¡Ataca todo lo que nosotros consideramos sagrado! ¡Y se está difundiendo por todas partes!
—Por medio de los tleilaxu —dijo Odrade.
Waff alzó sus mangas, dirigiendo sus armas hacia Tuek. Vaciló únicamente porque vio que Odrade había reconocido parte de sus intenciones.
Tuek miró del uno al otro. ¿Era cierta la acusación de Odrade? ¿O era tan sólo otro truco Bene Gesserit?
Odrade vio la vacilación de Waff y supuso sus razones. Sondeó su mente, buscando una respuesta a sus motivaciones. ¿Qué ventaja obtendría el tleilaxu matando a Tuek? Obviamente, Waff pretendía sustituir al Sumo Sacerdote por uno de sus Danzarines Rostro. Pero ¿qué conseguiría con ello?
Ganando tiempo, Odrade dijo:
—Deberíais ser muy cauteloso con lo que hacéis, Embajador Waff.
—¿Cuándo ha gobernado nunca la cautela en las grandes necesidades? —preguntó Waff.
Tuek se puso en pie y se dirigió pesadamente hacia un lado, retorciéndose las manos.
—¡Por favor! Estos recintos son sagrados. Es un error discutir herejías aquí, a menos que planeéis destruirlos. —Miró a Waff—. No es cierto, ¿verdad? Los tleilaxu no sois los autores de tan terrible documento.
—No es nuestro —admitió Waff. ¡Maldito sea ese mequetrefe de sacerdote! Tuek estaba ahora a un lado y presentaba de nuevo un blanco móvil.
—¡Lo sabía! —dijo Tuek, situándose detrás de Waff y Odrade.
Odrade mantuvo su mirada fija en Waff. ¡Estaba planeando asesinato! Estaba segura de ello.
Tuek habló detrás de ella.
—No sabéis lo equivocada que estáis respecto a nosotros, Reverenda Madre. Ser Waff nos ha pedido que formemos un monopolio de melange. Yo le expliqué que nuestro precio a la Bene Gesserit debe permanecer invariable porque una de vosotras fue la abuela de Dios.
Waff inclinó la cabeza, aguardando. El sacerdote volvería a ponerse de nuevo a tiro. Dios no permitiría un fracaso.
Tuek permaneció detrás de Odrade, mirando a Waff. Un estremecimiento sacudió su cuerpo. Los tleilaxu eran tan… tan repelentes y amorales. No podía confiarse en ellos. ¿Cómo podía ser aceptada la negativa de Waff?
Sin dejar de observar a Waff, Odrade dijo:
—Pero, mi Señor Tuek, ¿la perspectiva de unos mayores ingresos no os resultó atractiva? —Vio el brazo de Waff girar ligeramente, casi apuntándola a ella. Sus intenciones se hicieron claras.
—Mi Señor Tuek —dijo Odrade—, este tleilaxu pretende asesinarnos a los dos.
A sus palabras, Waff alzó rápidamente sus dos brazos, intentando apuntar a los dos separados y difíciles blancos. Antes de que sus músculos respondieran, Odrade estaba bajo su guardia. Oyó el débil silbido de los lanzadores de dardos, pero no sintió ninguna picadura. Su brazo se alzó en un cortante golpe para romper el brazo derecho de Waff. Su pie derecho rompió su brazo izquierdo.
Waff gritó.
Nunca hubiera sospechado una tal rapidez en una Bene Gesserit. Era casi igual a lo que había visto en la Honorada Matre en la nave de conferencias ixiana. Incluso a través de su dolor se dio cuenta de que debía informar de aquello. ¡Las Reverendas Madres gobernaban las derivaciones sinápticas bajo compulsión!
La puerta detrás de Odrade se abrió de golpe. Dos Danzarines Rostro de Waff penetraron rápidamente en la sala. Pero Odrade estaba ya detrás de Waff, ambas manos en su garganta.
—¡Quietos, o él muere! —gritó.
Los dos se inmovilizaron.
Waff se debatió bajo sus manos.
—¡Quieto! —ordenó ella. Odrade miró a Tuek tendido en el suelo a su derecha. Un dardo había hecho blanco.
—Waff ha matado al Sumo Sacerdote —dijo Odrade, hablando a sus propios oyentes secretos.
Los dos Danzarines Rostro siguieron mirándola. Su indecisión era fácil de ver. Ninguno de ellos, observó, se había dado cuenta de cómo aquello les situaba en manos de la Bene Gesserit. ¡Los tleilaxu estaban atrapados!
Se dirigió a los Danzarines Rostro:
—Retiraos y llevaos ese cuerpo al pasillo, y cerrad la puerta. Vuestro Maestro ha hecho algo estúpido. Os necesitará más tarde. —A Waff, dijo—: Por el momento, me necesitáis más a mí de lo que necesitáis a vuestros Danzarines Rostro. Decidles que se marchen.
—Iros —graznó Waff.
Cuando los Danzarines Rostro siguieron mirándola, Odrade dijo:
—Si no os marcháis inmediatamente, lo mataré y luego me encargaré de vosotros dos.
—¡Haced lo que os dice! —chilló Waff.
Los Danzarines Rostro tomaron aquello como una orden de obedecer a su Maestro. Odrade oyó algo más en la voz de Waff. Obviamente podía hablarse de histeria suicida.
Una vez estuvo a solas con él, Odrade le quitó las descargadas armas de sus mangas y las guardó en uno de sus bolsillos. Podrían ser examinadas con detalle más tarde. Había poco que pudiera hacer por sus huesos rotos excepto reducirlo brevemente a la inconsciencia y arreglarlos. Improvisó unas tablillas mediante almohadones y trozos retorcidos de tela verde del mobiliario del Sumo Sacerdote.
Waff recuperó rápidamente la consciencia. Gruñó cuando miró a Odrade.
—Vos y yo somos aliados ahora —dijo Odrade—. Las cosas que han ocurrido en esta estancia han sido oídas por alguna de mi gente y por representantes de una facción que deseaba reemplazar a Tuek por uno de los suyos.
Todo aquello era demasiado rápido para Waff. Tardó un momento en captar lo que ella había dicho. Su mente se centró, sin embargo, en lo más importante.
—¿Aliados?
—Imagino que resultaba difícil tratar con Tuek —dijo ella—. Ofrecerle unos obvios beneficios era suficiente para que invariablemente se derritiera. Les habéis hecho un favor a algunos de los sacerdotes matándolo.
—¿Están escuchando ahora? —chilló Waff.
—Naturalmente. Discutamos vuestro propuesto monopolio de la especia. El desgraciadamente fallecido Sumo Sacerdote dijo que vos lo habíais mencionado. Dejadme ver si puedo deducir la extensión de vuestro ofrecimiento.
—Mis brazos —gimió Waff.
—Todavía estáis vivo —dijo ella—. Dad gracias por mi buen juicio. Hubiera podido mataros.
El giró su cabeza apartándola de ella.
—Hubiera sido mejor.
—No para la Bene Tleilax, y seguramente no para mi Hermandad —dijo ella—. Dejadme ver. Sí, prometisteis proporcionar a Rakis nuevas factorías de especia, el nuevo modelo aéreo, que solamente tocan el desierto con sus cabezas barredoras.
—¡Estuvisteis escuchando! —acusó Waff.
—En absoluto. Una proposición muy atractiva; puesto que estoy segura de que los ixianos las están suministrando gratuitamente por sus propias razones. ¿Debo proseguir?
—Dijisteis que somos aliados.
—Un monopolio forzaría a la Cofradía a comprar más máquinas de navegación ixianas —dijo ella—. Tendríais a la Cofradía en las fauces de vuestra trituradora.
Waff alzó la cabeza para mirarla con ojos centelleantes. El movimiento arrojó un ramalazo de agonía por sus rotos brazos y gimió. Pese al dolor, estudió a Odrade con entrecerrados ojos. ¿Creían realmente las brujas que éste era el alcance del plan tleilaxu? Difícilmente se atrevía a esperar que la Bene Gesserit se equivocara tanto.
—Naturalmente, este no es vuestro plan básico —dijo Odrade.
Waff abrió mucho los ojos. ¡Ella estaba leyendo su mente!
—Estoy deshonrado —dijo—. Cuando salvasteis mi vida salvasteis algo inútil. —Se dejó caer hacia atrás.
Odrade inspiró profundamente. Es el momento de utilizar los resultados de los análisis de la Casa Capitular. Se inclinó hacia Waff y susurró en su oído:
—El Shariat aún os necesita.
Waff jadeó.
Odrade se echó hacia atrás. Aquel jadeo lo decía todo. Análisis confirmado.
—Pensasteis que tendríais mejores aliados en la gente de la Dispersión —dijo ella—. Esas Honoradas Matres y otras prostitutas de su calaña. Os pregunto: ¿acaso el slig se alía con su basura?
Waff había oído esa pregunta formulada tan sólo en kehl. Su rostro estaba pálido, respiraba afanosamente. ¡Las implicaciones de sus palabras! Se obligó a sí mismo a ignorar el dolor en sus brazos. Aliados, había dicho ella. ¡Sabía del Shariat! ¿Cómo podía saberlo?
—¿Cómo puede cualquiera de nosotros dos despreocuparse de las muchas ventajas de una Alianza entre la Bene Tleilax y la Bene Gesserit? —preguntó Odrade.
¿Alianza con las brujas powindah? La mente de Waff estaba hecha un torbellino. La agonía de sus brazos fue echada tentativamente a un lado. ¡Aquel momento parecía tan frágil! Sintió un ácido regusto a bilis en la parte de atrás de su lengua.
—Ahhh —dijo Odrade—. ¿Oís eso? El sacerdote, Krutansik, y su facción, han llegado al otro lado de nuestra puerta. Propondrán que uno de vuestros Danzarines Rostro asuma la personalidad del difunto Hedley Tuek. Cualquier otra acción causaría demasiados disturbios. Krutansik es un hombre juicioso que ha sabido mantenerse en la sombra hasta ahora. Su tío Stiros lo enseñó bien.
—¿Qué ganará vuestra Hermandad con una alianza con nosotros? —consiguió preguntar Waff.
Odrade sonrió. Ahora podía decir la verdad. Eso era siempre mucho más fácil, y a menudo era el argumento más poderoso.
—Nuestra supervivencia frente a la tormenta es mezclarnos entre los de la Dispersión —dijo Odrade—. La supervivencia de los tleilaxu también. Lo que está más lejos de nuestros deseos es terminar con aquellos que preservan la Gran Creencia.
Waff rechinó los dientes. ¡Ella estaba hablando abiertamente! Entonces comprendió. ¿Qué importaba si los demás oían? No podían ver nada de los secretos que se escondían tras sus palabras.
—Nuestras madres procreadoras están preparadas para vos —dijo Odrade. Miró fijamente a los ojos del tleilaxu e hizo con su mano el signo de un sacerdote Zensunni.
Waff sintió que una terrible opresión se aflojaba de su pecho. ¡Lo inesperado, lo impensable, lo increíble era cierto! ¡Las Bene Gesserit no eran powindah! ¡Todo el universo podría seguir a la Bene Tleilax a la Auténtica Fe! Dios no podía permitir otra cosa. ¡Especialmente no allí, en el planeta del Profeta!