21

Libertad e Independencia son conceptos complejos. Se remontan a ideas religiosas de Libre Albedrío, y están relacionados con el Gobernante Místico implícito en las monarquías absolutas. Sin monarcas absolutos hechos al esquema de los Viejos Dioses y gobernando por la gracia de un creer en la indulgencia religiosa, Libertad e Independencia nunca hubieran adquirido su actual significado. Esos ideales deben su propia existencia a pasados ejemplos de opresión. Y las fuerzas que mantienen tales ideas se erosionarán a menos que sean renovadas por una enseñanza dramática o nuevas opresiones. Esta es la clave más básica de mi vida.

LETO II, Dios Emperador de Dune, Grabaciones de Dar–es–Balat

A unos treinta kilómetros en el denso bosque al nordeste del Alcázar de Gammu, Teg los mantuvo aguardando bajo la protección de una manta de camuflaje de vida hasta que el sol se ocultó detrás de las altas tierras al oeste.

—Esta noche tomaremos otra dirección —dijo.

Hacía ya tres noches que los conducía a través de la oscuridad de los árboles en una demostración maestra de Memoria Mentat, cada paso dirigido exactamente a lo largo del camino que Patrin había trazado para él.

—Me siento rígida de tanto permanecer sentada —se quejó Lucilla—. Y esta va a ser otra noche fría.

Teg dobló la manta de camuflaje de vida y la colocó encima de su mochila.

—Podéis caminar un poco por los alrededores —dijo—. Pero no abandonaremos el lugar basta que sea noche cerrada.

Teg permaneció sentado con su espalda contra el tronco de una conífera de densas ramas, mirando fuera de las profundas sombras mientras Lucilla y Duncan se movían por el claro. Los dos se detuvieron allí durante un momento, temblando, mientras los últimos recuerdos del calor del día huían ante el frío de la noche. Si, sería una noche fría otra vez, pensó Teg, pero iban a tener pocas oportunidades de pensar en ello.

Lo inesperado.

Schwangyu nunca esperaría que ellos siguieran estando todavía tan cerca del Alcázar, y yendo a pie.

Taraza hubiera debido ser más enérgica en sus advertencias respecto a Schwangyu, pensó Teg. La violenta y abierta desobediencia de Schwangyu a una Madre Superiora desafiaba la tradición. La lógica Mentat no podía aceptar la situación sin más datos.

Su memoria le trajo un dicho de sus días escolares, uno de aquellos aforismos cautelares por los que se suponía que un Mentat debía saber refrenar su lógica.

«Dado un sendero lógico, una navaja de Occam desarrollada con impecable detalle, un Mentat puede seguir esa lógica hasta su desastre personal».

Se sabía que la lógica fallaba.

Pensó de nuevo en el comportamiento de Taraza en la nave de la Cofradía e inmediatamente después. Deseaba que yo supiera que estaría por completo a mis propios recursos. Debo ver el problema a mi propia manera, no a la suya.

De modo que la amenaza de Schwangyu había sido una auténtica amenaza que él había descubierto y enfrentado y resuelto por sus propios medios.

Taraza no había sabido lo que podía ocurrirle a Patrin debido a todo esto.

Realmente a Taraza no le importa lo que le ocurra a Patrin. O a mí. O a Lucilla.

¿Pero y al ghola?

¡A Taraza debe importarle!

No era lógico que ella… Teg abandonó aquella línea de razonamiento. Taraza no deseaba que él actuara lógicamente. Deseaba que él hiciera exactamente lo que estaba haciendo, lo que siempre había hecho en momentos de crisis.

Lo inesperado.

Así que había una especie de lógica en todo aquello, pero era algo que pateaba a quienes lo llevaban a cabo fuera del nido y los arrojaba al caos.

A partir de cuyo momento debemos creamos nuestro propio orden.

El pesar anegó su consciencia. ¡Patrin! ¡Maldito seas, Patrin! ¡Tú lo sabías y yo no! ¿Qué hubiera hecho sin ti?

Teg casi pudo oír la respuesta de su viejo ayudante, aquella voz rígidamente formal que utilizaba siempre Patrin cuando regañaba a su comandante.

Haréis lo mejor que podáis, Bashar.

El más frío razonamiento progresivo le decía a Teg que nunca volvería a ver a Patrin en carne y hueso, ni oír la auténtica voz del viejo. Sin embargo… la voz seguía allí. La persona persistía en su memoria.

—¿No deberíamos irnos?

Era Lucilla, de pie frente a él bajo las protectoras ramas del árbol. Duncan aguardaba a su lado. Ambos se habían echado la mochila sobre sus hombros.

Mientras permanecía allá sentado había llegado la noche. El intenso resplandor de las estrellas creaba vagas sombras en el claro. Teg se puso en pie, tomó su mochila e, inclinándose para evitar las ramas más bajas, salió al claro. Duncan ayudó a Teg a colocarse la mochila.

—Schwangyu considerará esta eventualidad —dijo Lucilla—. Sus buscadores vendrán tras nosotros. Vos lo sabéis.

—No hasta que hayan seguido hasta el final el rastro falso —dijo Teg—. Vamos.

Abrió camino hacia el oeste a través de una abertura entre los árboles.

Durante tres noches los había llevado a lo largo de lo que había denominado «el sendero de la memoria de Patrin». Mientras caminaban en aquella cuarta noche, Teg se reprendió a sí mismo por no proyectar las consecuencias lógicas del comportamiento de Patrin.

Comprendí las profundidades de su lealtad, pero no proyecté esa lealtad hasta su más obvio resultado. Hemos estado juntos tantos años que pensé que conocía su mente tanto como conocía la mía propia. ¡Patrin, maldito seas! ¡No había necesidad de que murieras!

Teg se admitió a sí mismo que había habido una necesidad. Patrin la había visto. El Mentat no se había permitido verla. La lógica podía moverse tan ciegamente como cualquier otra facultad.

Como decía y demostraba a menudo la Bene Gesserit.

De modo que caminaremos. Schwangyu no espera esto.

Teg se vio obligado a admitir que caminar por los lugares agrestes de Gammu creaba una perspectiva totalmente nueva para él. Toda aquella región había sido abandonada para que creciera con vida vegetal durante los Tiempos de Hambruna y la Dispersión. Más tarde había sido replantada, pero en su mayor parte de una forma totalmente al azar. Secretos caminos y señales codificadas guiaban hoy el acceso. Teg imaginó a Patrin como un joven estudiando aquella región… aquella prominencia rocosa visible a la luz de las estrellas desde un claro entre los bosques, aquel promontorio en forma de asta, aquel sendero cruzando gigantescos árboles.

Esperarán que echéis a correr hacia una no–nave —habían acordado él y Patrin, mientras trazaban sus planes—. El reclamo debe conducir a los perseguidores en esa dirección.

Patrin no había dicho que él sería el reclamo.

Teg tragó saliva, sin conseguir eliminar el nudo en su garganta.

Duncan no podía ser protegido en el Alcázar, se justificó.

Aquello era cierto.

Lucilla se había mostrado nerviosa durante su primer día bajo el camuflaje de vida que les protegía de ser descubiertos por los instrumentos de los rastreadores aéreos.

—¡Debemos ponernos en contacto con Taraza!

—Cuando podamos.

—¿Y si a vos os ocurre algo? Necesito saber todo vuestro plan de escape.

—Si a mí me ocurre algo, ninguno de los dos seréis capaces de seguir el sendero de Patrin. No hay tiempo de implantarlo en vuestras memorias.

Duncan tomó muy poca parte en la conversación aquel día. Les observó silenciosamente o dormitó, despertándose de tanto en tanto con una expresión furiosa en sus ojos.

Durante el segundo día bajo la manta de camuflaje de vida, Duncan preguntó de pronto a Teg:

—¿Por qué quieren matarme?

—Para frustrar los planes que la Hermandad tiene para ti —dijo Teg.

Duncan miró a Lucilla con ojos llameantes.

—¿Cuáles son esos planes?

Cuando Lucilla no respondió, Duncan dijo:

—Ella lo sabe. Ella lo sabe porque se supone que yo debo depender de ella. ¡Se supone que debo quererla!

Teg pensó que Lucilla ocultaba muy bien su desánimo. Obviamente, sus planes para el ghola se habían visto trastocados, toda su secuencia desarticulada por aquella huida.

El comportamiento de Duncan revelaba otra posibilidad:

¿Era el ghola un latente Decidor de Verdad? ¿Qué poderes adicionales habían sido introducidos en aquel ghola por los astutos tleilaxu?

A la segunda caída de la noche entre la espesura, Lucilla estaba llena de acusaciones.

—¡Taraza os ordenó que restaurarais sus memorias originales! ¿Cómo podéis hacer esto aquí?

—Cuando hallemos refugio.

Un silencioso y agudamente alerta Duncan los acompañó aquella noche. Había una nueva vitalidad en él. ¡Había oído!

Nada debe dañar a Teg, pensó Duncan. Fuera cual fuese y estuviera donde estuviese ese refugio, Teg debía alcanzarlo sano y salvo. ¡Entonces sabré!

Duncan no estaba seguro de qué iba a saber, pero aceptaba ahora completamente su precio. Esta espesura debía conducir a aquella meta. Recordó haber contemplado aquellos lugares agrestes desde el Alcázar, y cómo había pensado lo libre que se sentiría allí. Aquella sensación de intocada libertad se había desvanecido. La espesura era tan sólo un sendero que conducía a algo más importante.

Lucilla, en la retaguardia de su marcha, se obligaba a si misma a permanecer tranquila, alerta, y a aceptar lo que no podía cambiar. Parte de su consciencia se atenía firmemente a las órdenes de Taraza:

—Permaneced cerca del ghola y, cuando llegue el momento, completad vuestra misión.

Paso a paso, el cuerpo de Teg medía los kilómetros. Aquella era la cuarta noche. Patrin había estimado cuatro noches para alcanzar su meta.

¡Y qué meta!

El plan de escape de emergencia se había centrado en un descubrimiento que había hecho Patrin, cuando tenía poco más de diez años, de uno de los muchos misterios de Gammu. Las palabras de Patrin regresaron a la mente de Teg:

—Con la excusa de un reconocimiento personal, regresé al lugar hace dos días. No ha sido tocado. Sigo siendo la única persona que jamás haya estado allí.

—¿Cómo puedes estar seguro?

—Tomé mis propias precauciones cuando abandoné Gammu hace años, pequeñas cosas que cualquier otra persona hubiera variado. Nada se ha movido de su sitio.

—¿Un no–globo Harkonnen?

—Muy antiguo, pero las cámaras siguen intactas y funcionando.

—¿Qué hay con la comida, agua…?

—Todo lo que podáis desear o necesitar está allí, almacenado en los recipientes de entropía nula en su núcleo.

Teg y Patrin trazaron sus planes, esperando que nunca tuvieran que utilizar aquel refugio de emergencia, guardando el secreto mientras Patrin desplegaba para Teg el camino oculto hasta su descubrimiento infantil.

Detrás de Teg, Lucilla jadeó ligeramente cuando tropezó con una raíz.

Hubiera debido advertirla, pensó Teg. Obviamente Duncan estaba siguiendo los pasos a Teg por el sonido. Lucilla, como era obvio también, mantenía centrada gran parte de su atención en sus propios pensamientos.

Su parecido facial con Darwi Odrade era notable, se dijo Teg. Allá en el Alcázar, con las dos mujeres lado a lado, había captado las diferencias dictadas por sus distintas edades. La juventud de Lucilla se evidenciaba en una mayor grasa subcutánea, un redondeo de su carne facial. ¡Pero las voces! Timbre, acento, trucos de inflexión átona; el sello común de los hábitos del habla Bene Gesserit. Hubiera sido casi imposible diferenciarlas en la oscuridad.

Conociendo a la Bene Gesserit como la conocía, Teg sabía que aquello no era un accidente. Dada la propensión de la Hermandad por doblar y redoblar sus más apreciadas líneas genéticas para proteger la inversión, allí tenía que existir una fuente ancestral común.

Todos nosotros Atreides, pensó.

Taraza no había revelado sus designios relativos al ghola, pero el simple hecho de estar dentro de esos designios daba a Teg acceso a sus líneas principales. No al esquema completo, pero podía captar al menos su conjunto.

Generación tras generación, la Hermandad tratando con los tleilaxu, comprando gholas Idaho, adiestrándolos allí en Gammu, solamente para ser luego asesinados. Durante todo aquel tiempo, aguardando el momento adecuado. Era como un terrible juego, que había adquirido una frenética importancia porque una muchacha capaz de dar órdenes a los gusanos había aparecido en Rakis.

El propio Gammu tenía que formar parte del designio. Había señales de Caladan por todo el lugar. Sutilezas danianas amontonadas de la más brutal forma antigua. Algo más que población había salido del Santuario Daniano cuando la abuela del Tirano, Dama Jessica, había vivido allí el resto de sus días.

Teg había visto las marcas evidentes y ocultas cuando había efectuado su primer viaje de reconocimiento en Gammu.

¡Riqueza!

Los signos estaban allí para ser leídos. Fluían en torno a su universo, moviéndose como amebas e insinuándose en cualquier lugar donde pudieran alojarse. Había riqueza de la Dispersión en Gammu, sabía Teg. Una riqueza tan grande que pocos sospechaban (o podían imaginar) su tamaño y poder.

Dejó bruscamente de caminar. La configuración física del paisaje inmediato recababa toda su atención. Frente a ellos había una extensión de roca desnuda, con sus señales identificadoras plantadas en su memoria por Patrin. Aquel paso podía ser uno de los más peligrosos.

Ni cavernas ni vida vegetal para ocultaros. Tened preparadas las mantas de camuflaje de vida.

Teg extrajo la manta de su mochila y se la colocó al brazo. Una vez más, indicó que debían continuar. El oscuro tejido de la manta de camuflaje siseó contra su cuerpo al avanzar.

Lucilla estaba empezando a ser cada vez menos una cifra, pensó. Aspiraba a un Dama delante de su nombre. Dama Lucilla. No había duda de que sonaba agradablemente a los oídos de la mujer. Unas cuantas Reverendas Madres con título estaban apareciendo ahora que las Grandes Casas iban emergiendo de la larga oscuridad impuesta por la Senda de Oro del Tirano.

Lucilla, la Seductora-Imprimadora.

Todas aquellas mujeres de la Hermandad eran adeptas sexuales. La propia madre de Teg lo había educado en los entresijos de tal sistema, enviándolo a bien seleccionadas mujeres locales cuando todavía era muy joven, sensibilizándolo a los signos que debía observar tanto dentro de sí mismo como en las mujeres. Era un adiestramiento prohibido fuera de la vigilancia de la Casa Capitular, pero la madre de Teg había sido una de las herejes de la Hermandad.

Vas a necesitarlo, Miles.

No había duda de que había existido en ella una cierta presciencia. Lo había armado contra las Imprimadoras adiestradas en la amplificación orgásmica para fijar los lazos inconscientes… macho a hembra.

Lucilla y Duncan. Una imprimación en ella sería una imprimación en Odrade.

Teg casi oyó las piezas hacer clic cuando encajaron juntas en su mente. Entonces, ¿y la muchacha allá en Rakis? ¿Iba a enseñar las técnicas de seducción a su imprimado pupilo, armarlo para seducir a la que mandaba a los gusanos?

Todavía faltan datos para una Primera Computación.

Teg hizo una pausa al final del peligroso paso de roca. Volvió a guardar la manta de camuflaje de vida y cerró su mochila mientras Duncan y Lucilla aguardaban cerca, detrás de él. Teg lanzó un suspiro. La manta siempre le preocupaba. No tenía los poderes deflectores de un escudo completo de batalla, pero si el rayo de una pistola láser la alcanzaba, el subsiguiente fuego inmediato podía ser fatal.

¡Juguetes peligrosos!

Así era como siempre había calificado Teg a esas armas y artilugios mecánicos. Mejor confiar en tus propias habilidades, tu propia carne, y las Cinco Actitudes de la Manera Bene Gesserit tal como su madre se las había enseñado.

Utiliza los instrumentos tan sólo cuando sean absolutamente necesarios para amplificar la carne: esa era la enseñanza Bene Gesserit.

—¿Por qué nos detenemos? —susurró Lucilla.

—Estoy escuchando la noche —dijo Teg.

Duncan, su rostro una mancha fantasmal a la luz de las estrellas filtrada por los árboles, miró a Teg. Los rasgos de Teg lo tranquilizaron. Estaban alojados en algún lugar en su aún no disponible memoria, pensó Duncan. Puedo confiar en este hombre.

Lucilla sospechaba que se detenían allí porque el viejo cuerpo de Teg exigía un respiro pero él no podía permitirse el reconocerlo. Teg había dicho que su plan de escape incluía una forma de trasladar a Duncan a Rakis. Muy bien. Eso era todo lo que importaba por el momento.

Había imaginado ya que su refugio, en algún lugar allí al frente, debía incluir una no–nave o una no–cámara. Ninguna otra cosa sería suficiente. De alguna forma, Patrin había sido la clave de todo ello. Los pocos indicios que había dejado entrever Teg revelaban que Patrin era la fuente de su vía de escape.

Lucilla había sido la primera en darse cuenta de lo que Patrin iba a tener que pagar por su escapatoria. Patrin era el vínculo más débil. Se había quedado atrás, donde Schwangyu podía capturarle. La captura del reclamo era algo inevitable. Sólo un estúpido supondría que una Reverenda Madre con los poderes de Schwangyu sería incapaz de arrancarle los secretos a un simple hombre. Puede que Schwangyu ni siquiera necesitara la persuasión dura. Las sutilezas de la Voz y esas dolorosas formas de interrogatorio que seguían siendo monopolio de la Hermandad —la caja de la agonía y las presiones nervio–nodales—, aquello era todo lo que se requería. La forma que iba a tomar la lealtad de Patrin había quedado muy clara para Lucilla. ¿Cómo podía haber sido Teg tan ciego?

¡Amor!

Ese largo y sincero vínculo entre los dos hombres. Schwangyu actuaría rápida y brutalmente. Patrin lo sabía. Teg no había examinado su propia convicción.

La voz de Duncan la arrancó de aquellos pensamientos.

—¡Un tóptero! ¡Detrás de nosotros!

—¡Rápido! —Teg arrancó la manta de su mochila y la arrojó sobre ellos. Se acurrucaron en la oscura y olorosa tierra, escuchando mientras el ornitóptero pasaba por encima. No se detuvo ni volvió.

Cuando estuvieron seguros de no haber sido detectados, Teg los condujo de nuevo por el sendero de la memoria de Patrin.

—Era un rastreador —dijo Lucilla—. Están empezando a sospechar… o Patrin…

—Reservad vuestras energías para la marcha —restalló Teg.

Ella no siguió aguijoneando. Los dos sabían que Patrin estaba muerto. Discutir sobre aquello hubiera sido agotador.

Este Mentat va cada vez más profundo, se dijo a sí misma Lucilla.

Teg era el hijo de una Reverenda Madre, y esa madre lo había adiestrado más allá de los límites permitidos antes de que la Hermandad lo tomara en sus manipuladoras manos. El ghola no era el único con recursos desconocidos.

Su camino empezó a trazar eses, ascendiendo por lo ladera de una empinada colina cubierta por un espeso bosque. La luz de las estrellas no atravesaba las hojas de los árboles. Tan sólo la maravillosa memoria del Mentat los mantenía en el sendero.

Lucilla captaba el mantillo bajo sus pies. Escuchaba los movimientos de Teg, leyéndolos para guiar sus propios pasos.

Cuán silencioso está Duncan, pensó. Cuán cerrado sobre sí mismo. Obedecía órdenes. Seguía a Teg allá donde éste le conducía. Captaba la cualidad de la obediencia de Duncan. Seguía su propio consejo. Duncan obedecía porque le convenía hacerlo… por ahora la rebelión de Schwangyu había plantado algo salvajemente independiente en el ghola. ¿Y esas cosas que los tleilaxu habían plantado en él por iniciativa propia?

Teg se detuvo en un lugar plano bajo los altos árboles para recuperar el aliento. Lucilla lo podía oír respirar pesadamente. Aquello le recordó una vez más que el Mentat era un hombre muy viejo, demasiado viejo para aquellos esfuerzos. Habló suavemente:

—¿Os encontráis bien, Miles?

—Os lo diré cuando no sea así.

—¿Cuánto falta todavía? —preguntó Duncan.

—Ya queda muy poco.

Reanudó su marcha a través de la noche.

—Debemos apresurarnos —dijo—. Ese promontorio rocoso de ahí es la última referencia.

Ahora que había aceptado el hecho de la muerte de Patrin, los pensamientos de Teg giraban como la aguja de una brújula a Schwangyu y a lo que la mujer debía estar experimentando. Schwangyu debía sentir su mundo desmoronarse a su alrededor. ¡Los fugitivos llevaban cuatro noches perdidos! ¡La gente que podía eludir de esta forma a una Reverenda Madre podía hacer cualquier cosa! Por supuesto, los fugitivos probablemente habían abandonado el planeta a aquellas alturas. Una no–nave. Pero ¿y si…?

Los pensamientos de Schwangyu debían estar llenos de «y si».

Patrin había sido el frágil nexo de unión, pero Patrin había sido bien adiestrado en la extirpación de frágiles nexos, adiestrado por un maestro… Miles Teg.

Teg barrió la humedad que afluía a sus ojos con una rápida sacudida de su cabeza. La necesidad inmediata requería ese núcleo de honestidad interna que él no podía evitar. Teg nunca había sido un buen mentiroso, ni siquiera para sí mismo. Muy al principio de su adiestramiento, se había dado cuenta de que su madre y las demás personas implicadas en su educación lo habían condicionado a un profundo sentido de honestidad personal.

Adherencia a un código de honor.

El código en sí, cuando reconoció su forma en él, atrajo la fascinada atención de Teg. Empezó con el reconocimiento de que los seres humanos habían sido creados iguales, que poseían distintas habilidades heredadas y experimentaban acontecimientos distintos en sus vidas, Aquello producía gente con diferentes logros y diferente valor.

Para obedecer a su código, Teg se dio cuenta muy pronto de que tenía que situarse cuidadosamente a sí mismo en el flujo de jerarquías observables, aceptando que podía llegar un momento en el cual dejara de evolucionar.

El condicionamiento del código se fue haciendo más profundo. Nunca pudo descubrir sus últimas raíces. Obviamente estaba unido a algo intrínseco a su humanidad. Dictaba con enorme energía los límites de comportamiento permitidos tanto a aquellos que estaban por encima de él como a aquellos que estaban por debajo en la jerarquía piramidal.

La clave de lo que se recibía a cambio: lealtad.

Lealtad yendo tanto hacia arriba como hacia abajo, surgiendo allá donde era útil y necesaria. Tales lealtades, sabía Teg, estaban firmemente encerradas dentro de él. No tenía la menor duda de que Taraza lo apoyaría en todo excepto si la situación exigía que él fuera sacrificado para la supervivencia de la Hermandad. Y eso era correcto en sí mismo. Así era como funcionaban en último término las lealtades de todos ellos.

Soy el Bashar de Taraza. Eso es lo que dice el código.

Y ese era el código que había matado a Patrin.

Espero que no sufrieras, viejo amigo.

Una vez más, Teg hizo una pausa bajo los árboles. Tomando su cuchillo de combate de la funda en su bota, rascó una pequeña marca en un árbol a su lado.

—¿Qué estáis haciendo? —preguntó Lucilla.

—Es una marca secreta —dijo Teg—. Tan sólo la gente a la que yo he adiestrado la conoce. Y Taraza, por supuesto.

—¿Pero por qué estáis…?

—Os lo explicaré más tarde.

Teg avanzó unos pasos, deteniéndose junto a otro árbol donde hizo la misma pequeña marca, algo que un animal hubiera podido hacer con una garra, algo que se mezclaba completamente con las formas naturales de aquel agreste entorno.

Mientras seguía adelante, Teg se dio cuenta de que había llegado a una decisión con respecto a Lucilla. Sus planes hacia Duncan tenían que ser desviados. Todas las proyecciones Mentat que podía hacer Teg respecto a la seguridad y cordura de Duncan lo requerían. El despertar de las memorias pre–ghola de Duncan debía ir por delante de cualquier Imprimación por parte de Lucilla. No iba a ser fácil bloquearla, Teg lo sabía. Se necesitaba un mentiroso mejor de lo que él había sido nunca para engañar a una Reverenda Madre.

Debía hacerse todo de modo que pareciera accidental, el resultado normal de las circunstancias. Lucilla no debía sospechar en ningún momento oposición. Teg albergaba pocas ilusiones acerca del éxito contra una atenta Reverenda Madre en una confrontación en proximidad. Mejor matarla. Pensó que eso sí podría hacerlo. ¡Pero las consecuencias! Taraza nunca podría llegar a ver una acción tan sangrienta como un acto de obediencia a sus órdenes.

No, esta vez tendría que refrenarse, aguardar y observar y escuchar.

Emergieron a una pequeña zona abierta con una alta barrera de rocas volcánicas delante de ellos. Pequeños matorrales y arbustos espinosos crecían cerca por entre las rocas, visibles como oscuras manchas a la luz de las estrellas.

Teg vio la forma más oscura de un pequeño túnel bajo los arbustos.

—Tendremos que arrastrarnos el resto del camino —dijo Teg.

—Huelo a cenizas —dijo Lucilla—. Aquí se ha quemado algo.

—Aquí es donde empieza el señuelo —dijo Teg—. Patrin dejó una zona quemada justo a nuestra izquierda, un poco más abajo… simulando las huellas del despegue de una no–nave.

La rápida inspiración de Lucilla fue claramente audible. ¡La audacia! Aunque Schwangyu hubiera traído a un buscador presciente para seguir el rastro de Duncan (porque tan sólo Duncan entre ellos no llevaba sangre de Siona en sus antepasados para protegerle), todas las huellas apuntarían a que ellos habían llegado hasta allí y abandonado el planeta en una no–nave… a menos…

—¿Pero dónde nos estáis llevando? —preguntó.

—Se trata de un no–globo Harkonnen —dijo Teg—. Lleva milenios aquí, y ahora es nuestro.