17

La regla básica es ésta: nunca apoyar la debilidad; siempre apoyar la fuerza.

La Coda Bene Gesserit

—¿Cómo es que puedes dar órdenes a los sacerdotes aquí? —preguntó Sheeana—. Esta es su casa.

Odrade respondió de forma casual, pero eligió sus palabras de modo que encajaran con los conocimientos que sabía que Sheeana poseía ya:

—Los sacerdotes tienen raíces Fremen. Siempre han tenido a Reverendas Madres cerca, en algún lugar. Además, muchacha, tú también les das órdenes.

—Eso es diferente.

Odrade reprimió una sonrisa.

Habían pasado poco más de tres horas desde que su fuerza de asalto hubiera roto el ataque en el complejo del templo. En este tiempo, Odrade había instalado un centro de mando en los aposentos de Sheeana, llevado a cabo los primeros trabajos de evaluación y represalias preliminares, todo ello mientras incitaba y observaba a Sheeana.

Simulflujo.

Odrade miró a su alrededor en la habitación que había elegido como centro de mando. Un jirón de las desgarradas ropas de Stiros yacía todavía cerca de la pared frente a ella. Bajas. La habitación era un lugar extrañamente construido. No había dos paredes paralelas. Olisqueó. Había todavía un olor residual a ozono de los rastreadores con los que su gente había asegurado la intimidad de aquellas dependencias.

¿Por qué esa extraña configuración? El edificio era antiguo, remodelado y ampliado en varias ocasiones, pero eso no explicaba esta habitación. El estucado cremoso de las paredes y techo tenía una textura agradablemente rugosa. Elaborados cortinajes de fibra de especia flanqueaban las dos puertas. Era primera hora de la tarde y el sol filtrado por las celosías punteaba la pared opuesta a las ventanas. Globos amarillo–plateados colgaban cerca del techo, todos ellos sincronizados para encajar con la luz del sol. Los amortiguados sonidos de la calle llegaban a través de los ventiladores debajo de las ventanas. La suave composición de alfombras naranja y baldosas grises del suelo hablaba de riqueza y seguridad, pero de pronto Odrade no se sintió segura.

Una alta Reverenda Madre apareció procedente de la sala de comunicaciones contigua.

—Madre Comandante —dijo—, han sido enviados ya los mensajes a la Cofradía, Ix, y Tleilaxu.

—De acuerdo —respondió Odrade, ausente.

La mensajera regresó a su trabajo.

—¿Qué es lo que estás haciendo? —preguntó Sheeana.

—Estudiando algo.

Odrade frunció pensativamente los labios. Sus guías a través del complejo del templo la habían conducido cruzando un laberinto de pasillos y escaleras, con atisbos de patios a través de arcadas, luego hasta un espléndido sistema de pozos a suspensor ixiano, que la condujo silenciosamente hasta otro pasillo, más escaleras, otro pasillo curvo… y finalmente, a aquella habitación.

Una vez más, Odrade barrió la estancia con sus ojos.

—¿Por qué estás estudiando esta habitación? —preguntó Sheeana.

—¡Cállate, niña!

La estancia era un poliedro irregular con el lado más pequeño a su izquierda. Tendría unos treinta y cinco metros de largo, y la mitad de ancho. Había varios divanes bajos y sillones con varios grados de comodidad. Sheeana estaba sentada con un esplendor regio en un brillante sillón amarillo con amplios brazos acolchados. No había ninguna silla–perro en el lugar. Mucha tela marrón y azul y amarilla. Odrade contempló la rejilla blanca de un ventilador encima de una pintura de montañas en el amplio extremo de la pared. Una fría brisa brotaba de los ventiladores debajo de las ventanas y era aspirada por el ventilador encima de la pintura.

—Esta era la habitación de Hedley —dijo Sheeana.

—¿Por qué no le molesta el que utilices su nombre de pila, muchacha?

—¿Debería molestarle?

—¡No hagas juegos de palabras conmigo, niña! Sabes que le molesta, y por eso lo haces.

—Entonces, ¿por qué preguntas?

Odrade ignoró aquel comentario mientras proseguía su cuidadoso estudio de la habitación. La pared opuesta a la pintura formaba un ángulo oblicuo con respecto a la pared exterior. De pronto se dio cuenta. ¡Ingenioso! Aquella habitación había sido construida de modo que pudiera oírse incluso un suspiro por alguien situado más allá del ventilador de arriba. Sin duda la pintura ocultaba otro conducto de aire para llevar los sonidos fuera de aquella habitación. Ningún rastreador, husmeador, u otro instrumento, detectaría una disposición así. Nada haría que un ojo o un holo–espía lanzara un «bip». Sólo los cautelosos sentidos de alguien adiestrado en engaños eran capaces de detectarlo.

Una señal con la mano avisó a una acólita que aguardaba a un lado. Los dedos de Odrade aletearon en una silenciosa comunicación: «encuentra a quien está escuchándonos atrás de ese ventilador». Hizo una inclinación con la cabeza hacia el ventilador encima de la pintura. «Déjale que prosiga. Necesitamos saber a quién pasa su informe».

—¿Cómo fue que vinisteis y me salvasteis? —preguntó Sheeana.

La muchacha tenía una voz encantadora, pero necesitaba adiestramiento, pensó Odrade. Había una firmeza en ella, sin embargo, que podía ser modelada hasta convertirla en un poderoso instrumento.

—¡Respóndeme! —ordenó Sheeana.

El tono imperioso sobresaltó a Odrade, despertando su irritación, que se vio obligada a reprimir. ¡Aquello había que corregirlo inmediatamente!

—Cálmate, chiquilla —dijo Odrade. Pulsó su tono de mando en un preciso tenor, y vio que causaba efecto.

Sheeana la sorprendió de nuevo:

—Ese es otro tipo de Voz. Estás intentando calmarme. Kipuna me habló acerca de la Voz.

Odrade se volvió en redondo, mirando de frente a Sheeana, y bajó la vista directamente hacia los ojos de la muchacha. El anterior pesar había desaparecido, pero aún había irritación cuando habló de Kipuna.

—Estoy atareada preparando nuestra respuesta a ese ataque —dijo Odrade—. ¿Por qué me distraes? Creí que desearías que fueran castigados.

—¿Qué es lo que vais a hacerles? ¡Dímelo! ¿Qué les haréis? Una muchacha sorprendentemente vengativa, pensó Odrade. Eso debería ser refrenado. El odio era una emoción tan peligrosa como el amor. La capacidad para el odio era la capacidad para su opuesto.

—He enviado a la Cofradía, a Ix y a los tleilaxu el mensaje que siempre les enviamos cuando nos sentimos irritadas —dijo Odrade—. Sólo dos palabras: «Lo pagaréis».

—¿Cómo lo pagarán?

—Se está preparando un castigo Bene Gesserit adecuado. Van a sentir las consecuencias de su comportamiento.

—¿Pero qué les haréis?

—A su tiempo lo sabrás. Puede que sepas incluso cómo diseñamos nuestro castigo. Por ahora, no hay necesidad de que lo sepas.

Una hosca mirada apareció en el rostro de Sheeana.

—Ni siquiera estáis furiosas —dijo—. Sólo irritadas. Eso es lo que has dicho.

—¡Refrena tu impaciencia, chiquilla! Hay cosas que no comprendes.

La Reverenda Madre de la sala de comunicaciones regresó, miró una sola vez a Sheeana, y le dijo a Odrade:

—La Casa Capitular acusa recibo de vuestro informe. Aprueba vuestra respuesta.

Como fuera que la Reverenda Madre de comunicaciones seguía allí de pie. Odrade preguntó:

—¿Hay algo más?

Una breve mirada a Sheeana indicó las reservas de la mujer. Odrade alzó su mano derecha, la palma hacia adelante, la señal de comunicación silenciosa.

La Reverenda Madre respondió, sus dedos danzando con mal reprimida excitación: «Mensaje de Taraza… los tleilaxu son el elemento crucial. Hay que hacerle pagar cara a la Cofradía su melange. Corta para ella todo el suministro rakiano. Hay que derribar juntos a la Cofradía y a Ix. Se extenderán demasiado a fin de enfrentarse a la aplastante competencia de la Dispersión. Ignora por ahora a las Habladoras Pez. Caerán con Ix. El Maestro de Maestros responde ante nosotras por los tleilaxu. Viene a Rakis. Atrápalo».

Odrade sonrió débilmente, indicando que había captado todo el mensaje. Observó a la otra mujer abandonar la habitación. No sólo la Casa Capitular había dado su conformidad a las acciones emprendidas en Rakis, sino que había sido elaborado un castigo Bene Gesserit adecuado con una fascinante velocidad. Obviamente, Taraza y sus consejeras habían anticipado aquel momento.

Odrade se permitió un suspiro de alivio. El mensaje a la Casa Capitular había sido breve: un relato conciso del ataque, la lista de las bajas de la Hermandad, la identificación de los atacantes, y una nota confirmándole a Taraza que Odrade había transmitido ya la advertencia requerida a los culpables:

«Lo pagaréis».

Sí, aquellos estúpidos atacantes sabían ahora que se habían metido en un buen lío. Aquello iba a crear miedo… una parte esencial del castigo.

Sheeana se agitó en su sillón. Su actitud indicaba que deseaba efectuar un nuevo enfoque al asunto.

—Uno de los de tu gente dijo que se trataba de Danzarines Rostro. —Hizo un gesto con la barbilla hacia el techo.

Qué enorme depósito de ignorancia era aquella muchacha, pensó Odrade. Aquel vacío tenía que ser llenado. ¡Danzarines Rostro! Odrade pensó en los cuerpos que había examinado. Los tleilaxu habían hecho entrar finalmente en acción a sus nuevos Danzarines Rostro. Eran una prueba para la Bene Gesserit, por supuesto. Esos nuevos eran extremadamente difíciles de detectar. Pero seguían desprendiendo el característico olor de sus feromonas únicas, sin embargo. Odrade había enviado ese dato en su mensaje a la Casa Capitular.

El problema ahora era mantener secreto el conocimiento de la Bene Gesserit. Odrade llamó a una mensajera acólita. Indicando al ventilador con un parpadeo de sus ojos, le habló silenciosamente con sus dedos: «¡Mata a esos que estén escuchando!».

—Estás demasiado interesada en la Voz, niña —dijo Odrade dirigiéndose de nuevo a Sheeana—. El silencio es la herramienta más valiosa para la instrucción.

—¿Pero puedo aprender la Voz? Quiero aprenderla.

—Te estoy diciendo que guardes silencio y aprendas de tu silencio.

—¡Te ordeno que me enseñes la Voz!

Odrade pensó en los informes de Kipuna. Sheeana había establecido un efectivo control por la Voz sobre la mayor parte de aquellos que la rodeaban. La muchacha había aprendido aquello por sí misma. Un nivel de Voz inmediato para una audiencia limitada. Era una natural. Tuek y Cania y los demás se sentían asustados ante Sheeana. Las fantasías religiosas contribuían a ese miedo, por supuesto, pero el dominio de Sheeana del tono y ajuste de la Voz desplegaban una admirable selectividad inconsciente.

La respuesta más apropiada para Sheeana era obvia, y Odrade lo sabía. Honestidad. Era un señuelo más poderoso y servía para más de un propósito.

—Estoy aquí para enseñarte muchas cosas —dijo Odrade—, pero no puedo hacerlo bajo tus órdenes.

—¡Todo el mundo me obedece! —dijo Sheeana.

Apenas acaba de entrar en la pubertad y ya ha adquirido un nivel aristocrático, pensó Odrade. Dioses construidos por nosotras, ¿en qué va a convertirse?

Sheeana se levantó de su sillón y se puso en pie, mirando a Odrade con una expresión interrogativa. Los ojos de la muchacha llegaban al nivel de los hombros de Odrade. Sheeana iba a ser alta, una presencia dominante. Si sobrevivía.

—Tú respondes a algunas de mis preguntas pero no respondes a otras —dijo Sheeana—. Has dicho que estabais esperando mi llegada pero no quieres explicarte. ¿Por qué no me obedeces?

—Una pregunta estúpida, niña.

—¿Por qué sigues llamándome niña?

—¿Acaso no eres una niña?

—Ya menstrúo.

—Pero sigues siendo una niña.

—Los sacerdotes me obedecen.

—Te tienen miedo.

—¿Tú no?

—No. Yo no.

—¡Bien! Resulta cansado cuando la gente sólo te tiene miedo.

—Los sacerdotes piensan que tú procedes de Dios.

—¿Tú no piensas eso?

—¿Por qué debería? Nosotras… —Odrade se interrumpió cuando entró una acólita mensajera. Los dedos de la acólita danzaron en una silenciosa comunicación: «Había cuatro sacerdotes escuchando. Han sido muertos. Todos eran secuaces de Tuek».

Odrade despidió a la mensajera con un gesto.

—Ella habla con sus dedos —dijo Sheeana—. ¿Cómo lo hace?

—Haces demasiadas preguntas inoportunas, niña. Y no me has dicho por qué debería yo considerarte un instrumento de Dios.

—Shaitan me perdonó. Camino por el desierto y, cuando Shaitan viene, hablo con él.

—¿Por qué le llamas Shaitan en vez de Shai–Hulud?

—¡Todo el mundo me hace la misma pregunta estúpida!

—Entonces dame tu respuesta estúpida.

La expresión hosca regresó al rostro de Sheeana.

—Es debido a las circunstancias en que nos encontramos.

—¿Y cómo os encontrasteis?

Sheeana inclinó su cabeza hacia un lado y alzó la vista por un momento hacia los ojos de Odrade, luego:

—Es un secreto.

—¿Y sabes cómo guardar los secretos?

Sheeana se envaró y asintió, pero Odrade vio inseguridad en su movimiento. ¡La muchacha sabía cuándo estaba siendo conducida a una posición imposible de mantener!

—¡Excelente! —dijo Odrade—. El mantener los secretos es una de las enseñanzas más esenciales de una Reverenda Madre. Me alegra que no tengamos que preocuparnos por eso contigo.

—¡Pero yo lo quiero aprender todo!

Tanta petulancia en su voz. Tan poco control emocional.

—¡Tienes que enseñármelo todo! —insistió Sheeana.

Ahora es el momento de utilizar el látigo, pensó Odrade. Sheeana había hablado y actuado lo suficiente como para que una acólita de quinto grado se creyera capaz de controlarla a partir de ahora.

Utilizando todo el poder de la Voz, Odrade dijo:

—¡No emplees ese tono conmigo, niña! ¡No si realmente quieres aprender algo!

Sheeana se puso rígida. Estuvo más de un minuto absorbiendo lo que le había ocurrido y luego relajándose. Finalmente sonrió, una expresión cálida y abierta.

—¡Oh, me alegra tanto que hayas venido! Todo esto era tan aburrido últimamente.