¿El fracaso de la CHOAM? Muy sencillo: ignoran el hecho de que enormes potencias comerciales aguardan en los límites de sus actividades, potencias que pueden tragarlos de la misma forma que un slig se traga la basura. Esta es la verdadera amenaza de la Dispersión… para ellos y para todos nosotros.
Notas del Consejo de la Bene Gesserit, Archivos #SXX90CH
Odrade dedicó solamente una parte de su consciencia a la conversación entre Teg y Taraza. El transbordador era uno de los pequeños, su cabina de pasajeros angosta. Iba a utilizar atmosféricas para frenar su descenso, lo sabía, y se preparó para la sacudida. El piloto ahorraría sus suspensores en una nave como aquella, escatimando energía.
Utilizó aquellos momentos, como solía hacerlo en tales ocasiones, para ceñirse a las próximas necesidades. El tiempo apremiaba; un calendario especial la guiaba. Había consultado un calendario antes de abandonar la Casa Capitular, atrapada como a menudo le ocurría por la persistencia del tiempo y su lenguaje: segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años… Años Standard para ser precisos. Persistencia era una palabra inadecuada para el fenómeno. Inviolabilidad era más acertada. Tradición. Nada turbaba la tradición. Mantuvo la comparación de modo firme en su mente, el antiguo fluir del tiempo impuesto a los planetas que no se reflejaba en el primitivo reloj humano. Una semana era siete días. ¡Siete! Cuán poderoso seguía siendo este número. Místico. Era venerado en la Biblia Católica Naranja. El Señor hizo un mundo en seis días, «y al séptimo descansó».
¡Bien por El!, pensó Odrade. Todos deberíamos descansar después de los grandes trabajos.
Odrade volvió ligeramente su cabeza y miró a través del pasillo a Teg. El hombre no tenía ni idea de cuántos recuerdos de él poseía. Podía señalar cómo habían tratado los años aquel enérgico rostro. Vio que enseñar al ghola había agotado sus energías. Aquel muchacho en el Alcázar de Gammu debía ser una esponja absorbiendo todo y cualquier cosa a su alrededor.
Miles Teg, ¿te das cuenta de cómo te estamos utilizando?, se preguntó.
Era un pensamiento que la debilitaba, pero permitió que continuara en su consciencia casi con una sensación de desafío. ¡Qué fácil resultaría amar a aquel viejo hombre! No como compañero, por supuesto… pero amarle pese a todo. Podía sentir el lazo que la unía a él, y lo reconoció con la precisa sensibilidad de sus habilidades Bene Gesserit. Amor, maldito amor, debilitante amor.
Odrade había sentido aquella misma atracción con el primer compañero al que había sido enviada a seducir. Una curiosa sensación. Sus años de condicionamiento Bene Gesserit la habían vuelto cautelosa hacia él. Ninguna de sus censoras le había permitido el lujo de ese calor incondicional, y ella había aprendido a su debido tiempo las razones tras esa aisladora cautela. Pero allí estaba, enviada por las Amantes Procreadoras, con órdenes de aproximarse a un solo individuo, de dejar que la impregnara. Todos los datos clínicos estaban allí en su consciencia, y ella podía leer la excitación sexual en su pareja mientras permitía que se produjera también en ella. Después de todo, había sido cuidadosamente preparada para su papel por hombres que las Amantes Procreadoras habían seleccionado y condicionado con exquisito cuidado para tal adiestramiento.
Odrade suspiró y apartó la vista de Teg, cerrando soñadoramente los ojos. Los Entrenadores nunca habían permitido que sus emociones reflejaran un peligroso abandono frente a sus estudiantes. Era una imperfección necesaria en la educación sexual.
Aquella primera seducción a la cual había sido enviada: él no estaba en absoluto preparado para el fundente éxtasis de un orgasmo simultáneo, una mutualidad y una compenetración tan viejas como la humanidad… ¡más viejas aún! Y con poderes capaces de abrumar la razón. La expresión del rostro de su compañero masculino, los suaves besos, su total abandono de toda reserva autoprotectora, indefenso y supremamente vulnerable. ¡Ningún Entrenador había conseguido nunca eso! Desesperadamente, ella se aferró a sus lecciones Bene Gesserit. A través de esas lecciones, vio la esencia de aquel hombre en su rostro, sintió esa esencia en sus fibras más profundas. Por un solo instante, permitió una respuesta igual, experimentando una nueva cima de éxtasis que ninguno de sus maestros había insinuado que pudiera ser alcanzable. Por un instante, comprendió lo que le había ocurrido a Dama Jessica y a los demás fracasos de la Bene Gesserit.
¡Esa sensación era amor!
Su poder la asustó (como Amante Procreadora sabía que lo haría), y se sumergió de nuevo en el cuidadoso condicionamiento Bene Gesserit, permitiendo que una máscara de placer ocupara el lugar de la breve expresión natural en su rostro, empleando un calculado abandono allá donde un abandono natural hubiera sido más fácil (pero menos efectivo).
El hombre respondió tal como se esperaba, estúpidamente. Aquello ayudó a pensar en él como en un estúpido.
Su segunda seducción había sido más fácil. Podía recordar sin embargo todavía los rasgos sobresalientes de aquella primera, haciéndolo a veces con un insensible sentimiento de sorpresa. A veces, el rostro de él se le aparecía espontáneamente y sin ninguna razón que pudiera identificar inmediatamente.
Con los otros hombres a los que había sido enviada para que la impregnaran, las sensaciones memorísticas habían sido distintas. Tenía que rastrear su pasado para identificarlos. Las grabaciones sensoriales de aquellas experiencias no habían profundizado tanto. ¡No como aquel primero!
Ese era el peligroso poder del amor.
Y ved los problemas que esta fuerza oculta había ocasionado a la Bene Gesserit a lo largo de los milenios. Dama Jessica y su amor por su Duque había sido tan sólo un ejemplo entre incontables otros. El amor nublaba la razón. Desviaba a las Hermanas de sus deberes. El amor podía ser tolerado únicamente cuando no causaba una inmediata y obvia rotura o cuando servía para los propósitos a más largo plazo de la Bene Gesserit. De otro modo tenía que ser evitado.
De todos modos, seguía siendo siempre un objeto de inquietante observación.
Odrade abrió los ojos y miró de nuevo a Teg y Taraza. La Madre Superiora había tocado un nuevo tema. ¡Qué irritante podía llegar a ser la voz de Taraza a veces! Odrade cerró los ojos y escuchó la conversación, ligada a aquellas dos voces por algún lazo en su consciencia que no podía evitar.
—Muy poca gente se da cuenta de cuánto de la infraestructura de una civilización es infraestructura de dependencia —dijo Taraza—. Hemos efectuado un estudio completo sobre eso.
El amor es una infraestructura de dependencia, pensó Odrade. ¿Por qué había tocado Taraza ese tema en este momento? La Madre Superiora raras veces hacia nada sin profundos motivos.
—La infraestructura de dependencia es un término que incluye todas las cosas necesarias para una población humana a fin de sobrevivir en su número existente o aumentarlo —dijo Taraza.
—¿La melange? —preguntó Teg.
—Por supuesto, pero la mayor parte de la gente mira a la especia y dice: «Qué estupendo es que podamos disponer de ella y que pueda proporcionarnos unas vidas mucho más largas de las que disfrutaban nuestros antepasados».
—A condición de que puedan permitírsela. —La voz de Teg tenía un punto de mordiente, observó Odrade.
—A condición de que ninguna potencia única controle todo el mercado, la mayor parte de la gente tendrá la suficiente —dijo Taraza.
—Aprendí economía en las rodillas de mi madre —dijo Teg—. Alimento, agua, aire respirable, espacio para vivir no contaminado por venenos… hay muchas clases de moneda, y el valor del cambio varía de acuerdo con la dependencia.
Mientras le escuchaba, Odrade casi asintió. Aquella respuesta era también suya. ¡No elabores lo obvio, Taraza! Ve al grano.
—Deseo que recordéis muy claramente las enseñanzas de vuestra madre —dijo Taraza. ¡Qué blanda era su voz de pronto! La voz de Taraza cambió bruscamente entonces, y restalló: ¡Despotismo hidráulico!
Es maestra en estos cambios de énfasis, pensó Odrade. Su memoria recogió los datos como un grifo abierto de pronto a toda presión. Despotismo hidráulico: control central de una energía esencial como el agua, la electricidad, el combustible, las medicinas, la melange… ¡Obedeced al poder controlador central, o la energía será cortada y moriréis!
Taraza estaba hablando de nuevo:
—Hay otro concepto útil que estoy segura de que vuestra madre os enseñó… el tronco clave.
Odrade se sintió de pronto tremendamente curiosa. Taraza se había dirigido hacia algo importante con aquella conversación. El tronco clave: un concepto realmente antiguo, de los días anteriores a los suspensores, cuando los madereros enviaban sus troncos cortados río abajo hasta los aserraderos centrales. A veces los troncos se encallaban en el río, y tenía que ser enviado un experto para descubrir el tronco, el tronco clave, que libraría todo el conjunto cuando fuera retirado. Teg, sabía, debía poseer un conocimiento intelectual del término, pero ella y Taraza podían ser testigos de la realidad del concepto a través de sus Otras Memorias, ver la explosión de trozos rotos de madera y agua cuando el atoramiento era liberado.
—El Tirano fue un tronco clave —dijo Taraza—. El creó el atasco, y él lo soltó.
El transbordador empezó a temblar fuertemente cuando mordió por primera vez la atmósfera de Gammu. Odrade sintió la tensión en su cinturón de seguridad durante unos breves segundos, luego el movimiento del aparato volvió a hacerse regular. La conversación se interrumpió durante ese intervalo, luego Taraza prosiguió:
—Más allá de las llamadas dependencias naturales existen algunas religiosas que han sido creadas psicológicamente. Incluso las necesidades psicológicas pueden tener un componente subterráneo como este.
—Un hecho que la Missionaria Protectiva comprende muy bien —dijo Teg. De nuevo Odrade oyó aquella corriente subterránea de profundo resentimiento en su voz. Seguramente Taraza lo había captado también. ¿Qué era lo que estaba haciendo? ¡Podía debilitar a Teg!
—Ahhh, sí —dijo Taraza—. Nuestra Missionaria Protectiva. Los seres humanos tienen una necesidad tan poderosa, que su propia estructura de creencias se convierte en la «auténtica creencia». Si te proporciona placer o un sentimiento de seguridad y si se halla incorporada dentro de tu estructura de creencias, ¡qué poderosa dependencia crea!
Taraza guardó de nuevo silencio mientras el transbordador vibraba con otra sacudida atmosférica.
—¡Me gustaría que utilizara sus suspensores! —se quejó Taraza.
—Ahorra combustible —dijo Teg—. Menos dependencia.
Taraza dejó escapar una risita.
—Oh, sí, Miles. Conocéis bien la lección. Veo en ello la mano de vuestra madre. Maldita sea la madre cuando el hijo se forja en una dirección equivocada.
—¿Pensáis en mí como en un niño? —preguntó él.
—Pienso en vos como en alguien que acaba de tener su primer encuentro directo con las maquinaciones de las llamadas Honoradas Matres.
Así que es eso, pensó Odrade. Y con una fuerte impresión, se dio cuenta de que Taraza estaba dirigiendo sus palabras a un blanco mucho más amplio que simplemente Teg.
¡Me está hablando a mí!
—Esas Honoradas Matres, como se hacen llamar —dijo Taraza—, han combinado el éxtasis sexual y la adoración. Dudo que hayan pensado siquiera en los peligros.
Odrade abrió los ojos y miró al otro lado del pasillo, a la Madre Superiora. Los ojos de Taraza estaban clavados intensamente en Teg, su expresión inescrutable excepto por sus ojos, que llameaban con la necesidad de que él comprendiera.
—Peligros —repitió Taraza—. La gran masa de la humanidad posee una inconfundible unidad de identidad. Puede convertirse en una sola cosa. Puede actuar como un único organismo.
—Eso es lo que dijo el Tirano —hizo notar Teg.
—¡Eso es lo que demostró el Tirano! El Alma Colectiva era suya para ser manipulada. Hay ocasiones, Miles, en las que la supervivencia exige que comulguemos con el alma. Las almas, ya sabéis, están buscando siempre una salida.
—¿No ha quedado anticuada en nuestros tiempos la comunión con las almas? —preguntó Teg. A Odrade no le gustó el tono burlón de su voz, y observó que despertaba una irritación similar en Taraza.
—¿Creéis que estoy hablando de modas en religión? —exclamó Taraza, su aguda voz insistentemente dura—. ¡Ambos sabemos que las religiones pueden ser creadas! Estoy hablando de esas Honoradas Matres que han prosperado con éxito en algunos de nuestros caminos, pero no poseen nuestra profunda consciencia. ¡Se atreven a situarse en el centro de la adoración!
—Una cosa que la Bene Gesserit ha evitado siempre —dijo él—. Mi madre decía que los adoradores y los adorados estaban unidos por la fe.
—¡Y pueden ser divididos!
Odrade se dio cuenta de que Teg se sumergía de pronto en modo Mentat, una mirada desenfocada en sus ojos, sus rasgos plácidos. Entonces vio parte de lo que Taraza estaba haciendo. El Mentat conduce a la manera romana, un píe sobre cada caballo. Cada pie se apoya en una realidad diferente mientras la búsqueda de los esquemas lo conduce hacia adelante. Debe conducir distintas realidades hacia una única meta.
Teg habló con la voz pensativa y llana de un Mentat.
—La división de las fuerzas enemigas ganará la batalla por la supremacía.
Taraza dejó escapar un suspiro de placer casi sensual, como dando rienda suelta a su auténtica naturaleza.
—Infraestructura de dependencia —dijo Taraza—. Esas mujeres de la Dispersión controlarían las fuerzas divididas, con todas esas fuerzas intentando poderosamente ocupar el liderazgo. Ese oficial militar en la nave de la Cofradía, cuando habló de sus Honoradas Matres, habló a la vez con adoración y odio. Estoy seguro de que lo captasteis en su voz, Miles. Sé lo bien que vuestra madre os enseñó.
—Lo capté. —Teg había centrado de nuevo su atención en Taraza, pendiente de todas sus palabras, del mismo modo que Odrade.
—Dependencias —dijo Taraza—. Cuán simples pueden ser, y cuán complejas. Tomad, por ejemplo, el deterioro de los dientes.
—¿El deterioro de los dientes? —Teg fue apartado de su sendero Mentat y Odrade, observando aquello, vio que su reacción era exactamente la que Taraza deseaba. Taraza estaba conduciendo a su Bashar Mentat con mano maestra.
Y se supone que yo debo verlo y aprender de ello, pensó.
—El deterioro de los dientes —repitió Taraza—. Un simple injerto al nacer impide esa plaga en la mayor parte de la humanidad. Sin embargo, debemos cepillarnos los dientes y cuidar de ellos. Es algo tan natural en nosotros que ni siquiera pensamos en ello. Los utensilios que utilizamos se supone que son una parte normal de nuestro entorno. Sin embargo esos utensilios, los materiales que los forman, los instructores en el cuidado de los dientes y los monitores Suk, todos ellos están interrelacionados.
—Un Mentat no necesita que se le expliquen las interdependencias —dijo Teg. Seguía habiendo curiosidad en su voz, pero con un definido subtono de resentimiento.
—Por supuesto —dijo Taraza—. Ese es el entorno natural del proceso de pensamiento de un Mentat.
—Entonces, ¿por qué estáis elaborando todo esto?
—Mentat, contemplad ahora lo que sabéis de esas Honoradas Matres y decidme: ¿Cuál es su punto débil?
Teg respondió sin la menor vacilación.
—Sólo pueden sobrevivir si continúan incrementando la dependencia de aquellos que las apoyan. Es como el callejón sin salida de un adicto.
—Exactamente. ¿Y el peligro?
—Pueden arrastrar consigo a gran parte de la humanidad.
—Ese era el problema del Tirano, Miles. Estoy segura de que él lo sabía. Ahora, prestadme mucha atención. Y tú también, Dar. —Taraza miró a través del pasillo y encontró los ojos de Odrade—. Los dos me habéis escuchado. Nosotras, las Bene Gesserit, estamos acumulando un gran poder… somos elementos que fluyen con la corriente humana. Ellas pueden atascarnos. Están seguras de causar daño. Y nosotras…
Una vez más, el transbordador entró en un período de fuertes sacudidas. La conversación resultó imposible mientras se sujetaban a sus asientos y escuchaban el rugir y el crujir a su alrededor. Cuando disminuyó la interrupción, Taraza alzó su voz.
—Si sobrevivimos a esta maldita máquina y llegamos a Gammu, deberéis hablar a solas con Dar, Miles. Habéis visto el Manifiesto Atreides. Ella os dirá todo lo referente a él y os preparará. Eso es todo.
Teg se volvió y miró a Odrade. Una vez más, sus rasgos agitaron sus recuerdos: un notable parecido con Lucilla, pero había algo más. Lo dejó a un lado. ¿El Manifiesto Atreides? Lo había leído porque le había llegado procedente de Taraza con instrucciones de que lo hiciera. ¿Prepararme? ¿Para qué?
Odrade vio la interrogadora expresión en el rostro de Teg. Ahora comprendía los motivos de Taraza. Las órdenes de la Madre Superiora adquirían ahora un nuevo significado, del mismo modo que lo hacía el propio Manifiesto.
«Al igual que el universo es creado por la participación de la consciencia, el presciente humano arrastra consigo esa facultad creadora hasta su último extremo. Este era el profundamente mal comprendido poder del bastardo Atreides, el poder que transmitió a su hijo, el Tirano».
Odrade conocía aquellas palabras con la familiaridad de ser su autora, pero ahora volvieron a ella como si nunca antes se hubiera tropezado con ellas.
¡Maldita seas, Tar!, pensó Odrade. ¿Y si estás equivocada?