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¡La superficie externa de un globo es siempre mayor que su condenado centro!

¡Ese es el punto crucial de la Dispersión!

Respuesta Bene Gesserit a una sugerencia ixiana de enviar nuevas sondas investigadoras entre los Perdidos

Uno de los transbordadores de la Hermandad llevó a Miles Teg hasta el Transporte de la Cofradía que orbitaba Gammu. A Teg no le gustaba abandonar el Alcázar en aquel momento, pero las prioridades eran obvias. Sus intestinos habían reaccionado también ante aquello. En sus tres siglos de experiencia, Teg había aprendido a confiar en las reacciones de sus intestinos. Las cosas no estaban yendo bien en Gammu. Cada patrulla, cada informe de los sensores remotos, los relatos de los espías de Patrin en las ciudades… todo ello alimentaba la inquietud de Teg.

A la manera Mentat, Teg captaba el movimiento de fuerzas en torno al Alcázar y dentro de él. Aquel ghola a su cargo estaba amenazado. La orden recibida de presentarse a bordo del Transporte de la Cofradía preparado para la violencia, sin embargo, llegó procedente de la propia Taraza, con un inconfundible cripto–identificador en él.

En el transbordador que le llevó hacia arriba, Teg se preparó para la batalla. Todos los preparativos que podía tomar los había tomado. Lucilla estaba advertida. Sentía confianza en Lucilla. Schwangyu era otro asunto. Tenía la intención de discutir con Taraza unos cuantos cambios esenciales en el Alcázar de Gammu. Primero, sin embargo, tenía otra batalla que ganar. Teg no tenía la menor duda de que estaba entrando en combate.

Mientras el transbordador procedía a las maniobras de anclaje, Teg miró por una portilla y vio el gigantesco símbolo ixiano con la cartela de la Cofradía en el oscuro costado del Transporte. Aquella era una de las naves que la Cofradía había transformado a los mecanismos ixianos, sustituyendo al tradicional navegante por máquinas. Debía haber técnicos ixianos a bordo para el mantenimiento del equipo. Un genuino navegante de la Cofradía debía estar también allí. La Cofradía nunca había terminado de confiar en una máquina, pese a que exhibía aquellos Transportes convertidos como un mensaje a los tleilaxu y a Rakis.

«¡Ved, no necesitamos en absoluto vuestra especia!».

Este era el anuncio contenido en aquel gigantesco símbolo de Ix en el costado de la espacionave.

Teg sintió la leve sacudida de las grapas de amarre e inspiró profunda y suavemente. Se sentía como siempre antes de la batalla: vacío de todos los falsos sueños. Aquello significaba un fracaso. Las palabras habían fallado, y ahora venía la confrontación de la sangre… a menos que pudiera prevalecer alguna otra vía. El combate en aquellos días era muy raramente masivo, pero la muerte estaba allí de todos modos. Aquello representaba un tipo más permanente de fracaso. Si no podemos dirimir pacíficamente nuestras diferencias, somos menos que humanos.

Un ayudante con los inconfundibles signos de Ix en su habla, condujo a Teg hasta la habitación donde aguardaba Taraza. A lo largo de los corredores y en los neumotubos que lo llevaron hasta Taraza, Teg buscó signos que confirmaran la secreta advertencia en el mensaje de la Madre Superiora. Todo parecía sereno y normal… incluso el ayudante mostrando la adecuada deferencia hacia el Bashar.

—Fui comandante Tireg en Andioyu —dijo el ayudante, nombrando una de las casi–batallas ganadas por Teg.

Llegaron a una compuerta ovalada normal en la pared de un corredor normal. La compuerta se abrió, y Teg entró en una estancia de blancas paredes y confortables dimensiones… sillas basculantes, pequeñas mesitas laterales, globos ajustados a un suave amarillo. La compuerta se cerró y selló de nuevo a sus espaldas con un sólido estampido, dejando a su guía detrás en el corredor.

Una acólita Bene Gesserit apartó las cortinas de gasa que ocultaban un paso a la derecha de Teg. Le hizo una inclinación de cabeza. Su llegada había sido observada. Taraza había sido notificada.

Teg reprimió un temblor en los músculos de sus pantorrillas.

¿Violencia?

No había interpretado mal la secreta advertencia de Taraza. ¿Habían sido adecuados sus preparativos? Había una silla basculante negra a su izquierda, una mesa larga frente a ella, y otra silla al extremo de la mesa. Teg se dirigió hacia aquel lado de la habitación y aguardó con su espalda apoyada contra la pared. El polvo marrón de Gammu aún permanecía aferrado a las punteras de sus botas, observó.

Había un olor peculiar en la habitación. Olió. ¡Shere! ¿Se habían armado Taraza y su gente contra una Sonda Ixiana? Teg había engullido su habitual cápsula de shere antes de embarcar en el transbordador. Demasiados conocimientos en su cabeza que podían ser útiles a un enemigo. El hecho de que Taraza hubiera dejado el olor a shere por todas sus dependencias tenía otras implicaciones: era una afirmación dirigida hacia algún observador cuya presencia ella no podía evitar.

Taraza entró cruzando las cortinas de gasa. Parecía agotada, observó. Encontró aquello sorprendente, porque las Hermanas eran capaces de disimular la fatiga hasta cuando estaban a punto de caer en redondo. ¿Estaba realmente falta de energías, o era otro gesto para invisibles observadores?

Deteniéndose apenas entrar en la habitación, Taraza estudió a Teg. El Bashar parecía mucho más viejo de cuando lo había visto la última vez, pensó Taraza. Sus deberes en Gammu estaban haciendo su efecto, pero encontró que aquello era tranquilizador. Teg estaba haciendo su trabajo.

—Vuestra rápida respuesta es apreciada, Miles —dijo.

¡Apreciada! Su palabra convenida para: Estamos siendo secretamente observados por un peligroso enemigo.

Teg asintió mientras su mirada se posaba en las cortinas por las que Taraza había entrado.

Taraza sonrió y avanzó hacia el centro de la habitación. No había signos del ciclo de la melange en Teg, observó. Los muchos años de Teg siempre planteaban la sospecha de que pudiera acudir al efecto vigorizante de la especia. Nada en él revelaba ni siquiera el más pequeño indicio de la adicción a la melange a la que se abocaban a veces incluso los más fuertes cuando sentían aproximarse el final. Teg llevaba su antigua chaqueta de uniforme de Bashar Supremo, pero sin las estrellas destellantes en hombros y cuello. Era una señal que reconoció. Decía: «Recordad cómo gané eso a vuestro servicio. Esta vez tampoco os he fallado».

Los ojos que la estudiaban eran inexpresivos; ningún indicio de enjuiciamiento escapaba de ellos. Toda su apariencia hablaba de calma interior, completamente al contrario de lo que sabía debía estar ocurriendo dentro de él en aquel momento. Teg aguardó su señal.

—Nuestro ghola debe ser despertado a la primera oportunidad —dijo ella. Agitó una mano reclamando su silencio cuando él empezó a responder—. He visto los informes de Lucilla, y sé que es demasiado joven. Pero debemos actuar.

Estaba hablando para los observadores, comprendió. ¿Había que creer en sus palabras?

—Os doy la orden de que lo despertéis —dijo, y flexionó su muñeca izquierda en el gesto de confirmación de su lenguaje secreto.

¡Era cierto! Teg miró hacia las cortinas que ocultaban el pasillo por donde Taraza había entrado. ¿Quién estaba escuchando allí?

Puso sus talentos Mentat en el problema. Faltaban piezas, pero aquello no lo detuvo. Un Mentat podía trabajar sin algunas piezas, y tenía lo suficiente como para crear un esquema. A veces, un esbozo general bastaba. Proporcionaba la configuración general oculta, y luego podía encajar las piezas que faltaban para completar el conjunto. Muy raras veces disponían los Mentats de todos los datos deseados, pero él había sido adiestrado a captar los esquemas, a reconocer sistemas y conjuntos. Teg se recordó a sí mismo que también había sido adiestrado en el sentido militar fundamental: adiestrabas a un recluta a adiestrar un arma, a apuntar correctamente el arma.

Taraza estaba apuntándole a él. Su evaluación de la situación había sido confirmada.

—Se efectuarán desesperados intentos de matar o capturar a nuestro ghola antes de que podáis despertarlo —dijo ella.

Reconoció su tono: el fríamente analítico ofrecimiento de datos a un Mentat. Entonces, sabía que él estaba en modo Mentat.

El esquema Mentat de búsqueda empezó a trabajar en su mente. Primero, estaban los designios de la Hermandad para el ghola, en su mayor parte desconocidos para él, pero alineados de algún modo en torno a la presencia de una mujer joven en Rakis que (al menos así se decía) podía gobernar a los gusanos. Los gholas Idaho: una persona encantadora y con algo más que había hecho que el Tirano y los tleilaxu lo repitieran incontables veces. ¡Cargamentos enteros de Duncans! ¿Qué servicio proporcionaba ese ghola, que el Tirano no le había permitido descansar entre los muertos? Y los tleilaxu: habían decantado los gholas de Duncan Idaho de sus tanques axlotl durante milenios, incluso después de la muerte del Tirano. Los tleilaxu habían vendido este ghola a la Hermandad doce veces, y la Hermandad había pagado con la moneda más valiosa: melange de sus propias preciosas reservas. ¿Por qué los tleilaxu habían aceptado como pago algo que ellos producían de forma tan copiosa? Obvio: para reducir las reservas de la Hermandad. Aquella era una forma especial de codicia. Los tleilaxu estaban comprando la supremacía… ¡un juego de poder!

Teg centró su atención en la Madre Superiora, que aguardaba pacientemente.

—Los tleilaxu han estado matando a nuestros gholas para controlar nuestra oportunidad —dijo.

Taraza asintió, pero no habló. Así que había más. De nuevo se sumergió en modo Mentat.

La Bene Gesserit era un valioso mercado para la melange tleilaxu, no la única fuente porque seguía existiendo el goteo de Rakis, pero valioso, sí; muy valioso. No era razonable que los tleilaxu enajenaran un valioso mercado a menos que tuvieran otro mercado más valioso aguardándoles.

¿Quiénes otros tenían interés en las actividades de la Bene Gesserit? Los ixianos, sin duda. Pero los ixianos no eran un buen mercado para la melange. La presencia ixiana en aquella nave hablaba de su independencia. Puesto que ixianos y Habladoras Pez hacían causa común, las Habladoras Pez podían ser dejadas también de lado.

¿Qué gran poder de acumulación de poderes en este universo poseía…?

Teg congeló aquel pensamiento como si hubiera aplicado los frenos a un tóptero, dejando su mente flotar libre mientras clasificaba otras consideraciones.

No en aquel universo.

El esquema tomaba forma. Riqueza. Gammu asumía un nuevo papel en sus computaciones Mentat. Gammu había sido destripado hacía mucho tiempo por los Harkonnen, y abandonado luego como un esqueleto mondo, que los danianos habían restaurado. Hubo un tiempo, sin embargo, en el cual incluso las esperanzas de Gammu se perdieron. Sin esperanzas nunca ha habido sueños. Ascendiendo por aquel sumidero, la población había empleado únicamente el más básico pragmatismo. Si funciona, es bueno.

Riqueza.

En su primera exploración de Gammu había notado el gran número de bancos. Algunos de ellos incluso estaban señalados como garantizados por la Bene Gesserit. Gammu servía como fulcro para la manipulación de enormes riquezas. El banco que había visitado para estudiar su utilización como contacto de emergencia volvió de nuevo en su totalidad a su consciencia Mentat. Inmediatamente se había dado cuenta de que el lugar no se limitaba a los negocios puramente planetarios. Era un banco de banqueros.

No simplemente riqueza sino RIQUEZA.

En la mente de Teg no surgió el desarrollo de un Esquema Completo, pero tuvo suficiente para una Proyección de Prueba. Riqueza no de este universo. De la gente de la Dispersión.

Todo su análisis Mentat había tomado solamente unos cuantos segundos. Habiendo alcanzado un punto de comprobación, Teg dejó que sus músculos y nervios se relajaran, miró una sola vez a Taraza, y caminó hacia la entrada oculta. Observó que Taraza no daba ninguna señal de alarma ante sus movimientos. Echando a un lado las cortinas, Teg se enfrentó a un hombre casi tan alto como él: llevaba un uniforme estilo militar, con unas lanzas cruzadas en el cuello. Su rostro era duro, su mandíbula amplia, sus ojos verdes. Con una expresión de sorprendida alerta, una mano apoyada sobre un bolsillo cuyo bulto hacia obvia la presencia de un arma.

Teg sonrió al hombre, dejó caer las cortinas y regresó junto a Taraza.

—Estamos siendo observados por gente de la Dispersión —dijo.

Taraza se relajó. La actuación de Teg había sido memorable.

Las cortinas se corrieron a un lado, El alto desconocido entró y se detuvo a unos dos pasos de Teg. Una expresión glacial de ira crispaba sus rasgos.

—Os advertí que no se lo dijerais. —La voz era de barítono, un poco rasposa, con un acento nuevo para Teg.

—Y yo os advertí de los poderes de este Bashar Mentat —dijo Taraza. Una expresión de repugnancia cruzó por sus rasgos.

El hombre retrocedió ligeramente, y una sutil expresión de temor apareció en su rostro.

—Honorada Matre, yo…

—¡No os atreváis a llamarme eso! —El cuerpo de Taraza se tensó en una postura de lucha que Teg nunca le había visto exhibir.

El hombre inclinó ligeramente la cabeza.

—Querida dama, vos no controláis la situación aquí. Debo recordaros que mis órdenes…

Teg había oído suficiente.

—A través de mí, ella controla aquí —dijo—. Antes de acudir puse en marcha algunas medidas protectoras. Esto… —miró a su alrededor, y volvió su atención al intruso, cuyo rostro mostraba ahora una cautelosa expresión—… no es una no–nave. Dos de nuestras no–naves monitoras la tienen en sus puntos de mira en este momento.

—¡Vos no sobreviviréis! —ladró el hombre.

Teg sonrió afablemente.

—Nadie en esta nave sobrevivirá. —Encajó su mandíbula para accionar la señal nerviosa y activar el pequeño cronómetro en su cráneo. Desplegaba sus señales gráficas sobre sus centros visuales—. Y no tenéis mucho tiempo para tornar vuestra decisión.

—Decidle cómo sabíais lo que había que hacer —dijo Taraza.

—La Madre Superiora y yo poseemos nuestros medios privados de comunicación —dijo Teg—. Pero además, no había necesidad de que ella me advirtiera de nada. Su llamada fue suficiente. ¿La Madre Superiora en un Transporte de la Cofradía en una época como la presente? ¡Imposible!

—Estamos en una impasse —gruñó el hombre.

—Quizá —dijo Teg—. Pero ni la Cofradía ni Ix se arriesgarán a un ataque total y extremo de las fuerzas de la Bene Gesserit bajo el mando de un líder adiestrado por mí. Me refiero al Bashar Burzmali. Vuestro apoyo acaba de disolverse y desvanecerse.

—Yo no le dije nada de esto —dijo Taraza—. Acabáis de presenciar la actuación de un Bashar Mentat, que dudo tenga igual en vuestro universo. Pensad en eso si tomáis en consideración el ir contra Burzmali, un hombre adiestrado por este Mentat.

El intruso miró de Taraza a Teg, y luego de nuevo a Taraza.

—Esta es la forma de salir de esta aparente impasse —dijo Teg—. La Madre Superiora Taraza y su séquito se marcharán conmigo. Debéis decidir inmediatamente. El tiempo se está terminando.

—Estáis fanfarroneando. —No había fuerza en sus palabras.

Teg se volvió hacia Taraza e hizo una inclinación de cabeza.

—Ha sido un gran honor serviros, Reverenda Madre Superiora. Me despido de vos.

—Quizá la muerte no nos separe —dijo Taraza. Era el adiós tradicional de una Reverenda Madre a una Hermana de su mismo rango.

—¡Iros! —El hombre de duro rostro se lanzó hacia la esclusa que daba al corredor y la abrió de un golpe, revelando a dos guardias ixianos, con expresión de sorpresa en sus rostros. Con voz ronca, el hombre ordenó—: Llevadlos a su transbordador.

Aún relajado y tranquilo, Teg dijo:

—Llamad a vuestra gente, Madre Superiora. —Y, dirigiéndose al hombre en la compuerta—: Valoráis demasiado vuestra propia piel para ser un buen soldado. Ninguno de los míos hubiera cometido un tal error.

—Hay auténticas Honoradas Matres a bordo de esta nave —chirrió el hombre—. Juré protegerlas.

Teg hizo una mueca y se volvió hacia donde Taraza estaba reuniendo a los suyos que habían permanecido en la habitación contigua: dos Reverendas Madres y cuatro acólitas. Teg reconoció a una de las Reverendas Madres: Darwi Odrade. La había visto antes tan sólo a distancia, pero su rostro ovalado y sus encantadores ojos eran cautivadores: como Lucilla.

—¿Tenemos tiempo para las presentaciones? —preguntó Taraza.

—Por supuesto, Madre Superiora.

Teg inclinó la cabeza y estrechó la mano de cada una de las dos mujeres mientras Taraza se las presentaba.

Cuando se marchaban, Teg se volvió al uniformado desconocido.

—Uno debe observar siempre las buenas costumbres —dijo—. De otro modo, eres menos que humano.

Hasta que no estuvieron en el transbordador, con Taraza sentada a su lado y su séquito cerca, no hizo Teg la pregunta que le apremiaba:

—¿Cómo os atraparon?

El transbordador estaba bajando hacia el planeta. La pantalla frente a Teg mostraba que la nave de la Cofradía con la marca de Ix obedecía su orden de permanecer en órbita hasta que su grupo se hallara a resguardo tras las defensas planetarias.

Antes de que Taraza pudiera responder, Odrade se inclinó sobre el pasillo que les separaba y dijo:

—He revocado las órdenes del Bashar de destruir esa nave de la Cofradía, Madre.

Teg volvió bruscamente su cabeza y miró con ojos llameantes a Odrade.

—Pero ellos os tomaron cautivas y… —Frunció el ceño—. ¿Cómo sabíais que yo…?

—¡Miles!

La voz de Taraza contenía un reproche abrumador. Teg sonrió apesadumbrado. Sí, ella le conocía casi tan bien como se conocía él a sí mismo… mejor, en algunos aspectos.

—Ellos no nos capturaron, Miles —dijo Taraza—. Nosotras permitimos que nos capturaran. Ostensiblemente, yo estaba escoltando a Dar hasta Rakis. Abandonamos nuestra no–nave en Conexión y solicitamos el Transporte más rápido de la Cofradía. Todos los miembros de mi Consejo, incluido Burzmali, sabíamos que esos intrusos de la Dispersión iban a hacerse cargo del Transporte y llevarnos hasta vos, con la finalidad de reunir todas las piezas del proyecto ghola.

Teg se sintió horrorizado. ¡El riesgo!

—Sabíamos que vos nos rescataríais —dijo Taraza—. Burzmali estaba preparado para el caso de que vos fallarais.

—Esa nave de la Cofradía que habéis perdonado —dijo Teg—, pedirá ayuda y atacará nuestras…

—No atacarán Gammu —dijo Taraza—. Hay demasiadas fuerzas de la Dispersión reunidas en Gammu. No se atreverán a eliminar a tantas.

—Me gustaría estar tan seguro como parecéis estarlo vos —dijo Teg.

—Podéis estar seguro, Miles. Además, existen otras razones para no destruir la nave de la Cofradía. Ix y la Cofradía han sido sorprendidas tomando partido. Eso es malo para los negocios, y ellos necesitan todos los negocios que puedan conseguir.

—¡A menos que tengan clientes más importantes ofreciendo mayores beneficios!

—Ahhh, Miles —dijo ella con voz pensativa—. Lo que últimamente está haciendo en realidad la Bene Gesserit es dejar que las cosas consigan mantener un tono calmado, un equilibrio. Vos sabéis esto.

Teg sabía que aquello era verdad, pero su atención se centró en una palabra: «… últimamente…». La palabra tenía connotaciones de sentencia de muerte. Antes de que pudiera preguntar nada al respecto, Taraza prosiguió:

—Queremos mantener las situaciones más apasionadas fuera del campo de batalla. Debo admitir que tenemos que darle las gracias al Tirano por esa actitud. Supongo que nunca habréis pensado en vos mismo como en un producto del condicionamiento del Tirano, Miles, pero así es.

Teg aceptó aquello sin ningún comentario. Era un factor en toda la expansión de la sociedad humana. Ningún Mentat podía eludirlo como dato.

—Esa cualidad en vos, Miles, fue lo que nos atrajo en primer lugar —dijo Taraza—. Podéis ser condenadamente frustrante a veces, pero no os hubiéramos conseguido de ninguna otra manera.

Mediante sutiles revelaciones de su tono y actitud, Teg se dio cuenta de que Taraza no estaba hablando solamente en su beneficio, sino que también estaba dirigiendo sus palabras al resto de su séquito.

—¿Tenéis alguna idea, Miles, de lo enloquecedor que es oíros argumentar las dos alternativas de una solución con idéntica fuerza? Pero vuestro simpático es un arma poderosa. Lo aterrados que se han mostrado algunos de nuestros enemigos al descubriros enfrentado a ellos cuando no tenían ni la más ligera sospecha de que ibais a aparecer.

Teg se permitió una tensa sonrisa. Miró a las mujeres sentadas al otro lado del pasillo. ¿Por qué estaba dirigiendo Taraza aquellas palabras a aquel grupo? Darwi Odrade parecía estar descansando, la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados. Algunas de las otras estaban charlando entre sí. Nada de aquello era concluyente para Teg. Incluso las acólitas de la Bene Gesserit podían seguir varias líneas de pensamiento de forma simultánea. Volvió su atención a Taraza.

—Realmente sentís las cosas del mismo modo que las siente el enemigo —dijo Taraza—. Eso es lo que quiero decir. Y, por supuesto, cuando os halláis en tal esquema mental, no hay enemigo para vos.

—¡Sí, si lo hay!

—No interpretéis mal mis palabras, Miles. Nunca hemos dudado de vuestra lealtad. Pero es sorprendente la forma en que nos hacéis ver cosas que no tenemos otra forma de ver. Hay ocasiones en que vos sois nuestros ojos.

Darwi Odrade, vio Teg, había abierto los ojos y estaba mirándole. Era una mujer encantadora. Había algo inquietante en su apariencia. Como con Lucilla, le recordaba a alguien de su pasado. Antes de que Teg pudiera seguir aquel pensamiento, Taraza dijo:

—¿Posee el ghola esta habilidad de equilibrio entre fuerzas opuestas?

—Podría ser un Mentat —dijo Teg.

—Fue un Mentat en una encarnación, Miles.

—¿Deseáis realmente que sea despertado tan joven?

—Es necesario, Miles. Absolutamente necesario.