Diez mil años desde que Leto II inició su metamorfosis de ser humano a gusano de arena de Rakis, y los historiadores aún discuten acerca de sus motivos. ¿Fue movido por el deseo de una larga vida? Vivió más de diez veces la media normal de trescientos años estándar, pero consideremos el precio que pagó por ello. ¿Fue el anhelo de poder? Es llamado el Tirano por buenas razones, pero ¿qué le proporcionó el poder que un ser humano pudiera desear? ¿Fue impulsado a salvar a la humanidad con su sacrificio? Solamente tenemos sus propias palabras acerca de la Senda de Oro para responder a eso, y yo no puedo aceptar las grabaciones hechas por él mismo de Dar–es–Balat. ¿Puede que existieran otras gratificaciones, que tan sólo sus experiencias pudieran iluminar? Sin mayores pruebas, la pregunta es debatible. Nos vemos reducidos a decir únicamente que «¡Lo hizo!». Tan sólo el hecho físico es innegable.
La metamorfosis de Leto II, discurso de Gaus Andaud en el 10.000 aniversario
Una vez más, Waff supo que estaba en lashkar. Esta vez las estacas eran tan altas como era posible. Una Honorada Matre de la Dispersión solicitaba su presencia. ¡Una powindah de powindah! Descendientes de los tleilaxu en la Dispersión le habían contado todo lo que sabían acerca de esas terribles mujeres.
—¡Mucho más terribles que las Reverendas Madres de la Bene Gesserit! —habían dicho.
Y más numerosas, se recordó Waff.
Tampoco creía completamente a los descendientes tleilaxu que habían regresado. Sus acentos eran extraños, sus actitudes más extrañas todavía, y su observancia de los rituales cuestionable. ¿Cómo podían ser readmitidos al Gran Kehl? ¿Qué posible rito del ghufran podía limpiarlos después de todos esos siglos? Estaba mucho más allá de toda creencia el que hubieran mantenido guardado el secreto tleilaxu a lo largo de las generaciones.
Ya no eran hermanos–malik, y sin embargo eran la única fuente de información que poseían los tleilaxu acerca de esos Perdidos que regresaban. ¡Y las revelaciones que habían traído consigo! Revelaciones que habían sido incorporadas a los gholas de Duncan Idaho… valía la pena correr los riesgos de contaminación de la maldad powindah.
El lugar de reunión con las Honoradas Matres era la presunta neutralidad de una no–nave ixiana que giraba en una órbita estable en torno a un planeta gaseoso gigante elegido mutuamente en un sistema solar abandonado del antiguo Imperio. El propio Profeta había extraído hasta el último gramo de riqueza minera de aquel sistema. Los nuevos Danzarines Rostro ocupaban varios puestos como ixianos en la tripulación de la no–nave, pero Waff seguía temiendo aquel primer encuentro. Si esas Honoradas Matres eran realmente más terribles que las brujas Bene Gesserit, ¿no sería detectada la sustitución de los tripulantes ixianos por Danzarines Rostro?
La selección de aquel lugar de encuentro y los distintos arreglos habían creado tensión entre los tleilaxu. ¿Era seguro aquello? Se tranquilizó pensando que llevaba consigo dos armas ocultas que jamás habían sido vistas fuera de los planetas más interiores de los tleilaxu. Las armas eran el concienzudo resultado de largos esfuerzos por parte de sus artífices: dos minúsculos lanzadores de dardos ocultos en sus mangas. Llevaba años entrenándose con ellos, hasta que el agitar de las mangas y la descarga de los dardos envenenados se habían convertido casi en un reflejo instintivo.
Las paredes de la sala de reunión estaban adecuadamente decoradas en tonos cobrizos, evidencia de que estaban protegidas contra los dispositivos espía Ixianos. ¿Pero qué instrumentos podía haber desarrollado la gente de la Dispersión más allá del saber Ixiano?
Waff entró en la estancia con paso vacilante. La Honorada Matre estaba ya allí, sentada en una silla basculante de piel.
—Me llamarás del mismo modo que me llama todo el mundo —le saludó la mujer—. Honorada Matre.
Hizo una reverencia, tal como se le había instruido que debía hacer.
—Honorada Matre.
Ningún asomo de poderes ocultos en su voz. Una contralto baja, con insinuaciones que hablaban de desdén hacia él. Tenía el aspecto de una atleta o acróbata envejecida, perdidos sus reflejos y retirada, pero conservando aún su tono muscular y algunas de sus habilidades. Su rostro era una piel tensa sobre un cráneo con pronunciados pómulos. La boca de finos labios daba una sensación de arrogancia cuando hablaba, como si cada palabra fuera proyectada hacia abajo sobre un interlocutor insignificante.
—¡Bien, entra y siéntate! —ordenó, señalando con una mano hacia una silla basculante frente a ella.
Waff oyó el silbido de la puerta cerrándose tras él. ¡Estaba a solas con ella! La mujer llevaba un detector. La vio recoger su información llevando su mano al lugar donde lo tenía emplazado, su oído izquierdo. Sus lanzadores de dardos habían sido sellados y «lavados» contra detectores, y luego mantenidos a menos 340 grados Kelvin en un baño de radiación durante cinco años estándar para asegurar que eran a prueba de detectores. ¿Era eso suficiente?
Con suavidad, se dejó caer en la silla indicada.
Unas lentes de contacto teñidas de color naranja cubrían los ojos de la Honorada Matre, proporcionándole una apariencia felina. Resultaba intimidante. ¡Y sus ropas! Unos leotardos rojos debajo de una capa azul oscuro. La superficie de la capa había sido decorada con algún material perlino para producir extraños arabescos y diseños dragoniles. Permanecía sentada en su silla como si se tratara de un trono, sus manos parecidas a garras descansando relajadamente sobre sus brazos.
Waff miró a su alrededor. Su gente había inspeccionado aquel lugar en compañía de un equipo de trabajadores ixianos de mantenimiento y representantes de la Honorada Matre.
Hemos hecho todo lo que hemos podido, pensó, e intentó relajarse.
La Honorada Matre se echó a reír.
Waff se la quedó mirando con una expresión tan calmada como consiguió producir.
—Estáis midiéndome —acusó. Os estáis diciendo que poseéis enormes recursos que emplear contra mí, sutiles y vulgares instrumentos para llevar adelante vuestras órdenes.
—No emplees este tono conmigo. —Las palabras eran suaves y átonas, pero arrastraban un tal peso en veneno que Waff casi retrocedió.
Contempló los correosos músculos de las piernas de la mujer, con la tela rojo oscuro de los leotardos que cubrían su piel como si fuera una parte orgánica de ella misma.
La hora de la entrevista había sido ajustada de modo que coincidiera con la media mañana de ambos, habiendo sincronizado sus períodos de sueño durante el camino. Sin embargo, Waff se sentía como dislocado, y eso era una desventaja. ¿Y si las historias de sus informadores eran ciertas? Ella debía tener armas allí.
Ella le sonrió sin ningún humor.
—Estáis intentando intimidarme —dijo Waff.
—Y estoy teniendo éxito.
La ira hirvió dentro de Waff. Impidió que se trasluciera en su voz.
—He acudido a vuestra invitación.
—Espero que no lo hayas hecho para iniciar una confrontación que seguramente vas a perder —dijo ella.
—He venido para firmar una alianza entre nosotros —dijo él. Y se preguntó: ¿Qué necesitan de nosotros? Seguramente deben necesitar algo.
—¿Qué alianza puede existir entre nosotros? —preguntó ella—. ¿Pretendes construir un edificio en una balsa que se está desintegrando? ¡Ja! Los acuerdos pueden ser rotos, y a menudo así ocurre.
—¿Sobre qué bases debemos negociar? —preguntó él.
—¿Negociar? Yo no negocio. Estoy interesada en este ghola que hicisteis para las brujas. —Su tono no dejaba traslucir nada, pero el corazón de Waff empezó a latir aceleradamente.
En una de sus vidas ghola, Waff se había adiestrado a las órdenes de un Mentat renegado. Las capacidades de un Mentat estaban más allá de él y, además, razonar con él requería palabras. Se habían visto obligados a matar al Mentat powindah, pero había habido algunas cosas de valor en la experiencia. Waff se permitió una pequeña mueca de desagrado ante el recuerdo, pero rememoró las cosas de valor que había aprendido.
¡Ataca y absorbe los datos que produce ese ataque!
—¡No me ofrecéis nada a cambio! —dijo en voz muy alta.
—La recompensa es a mi discreción —dijo ella. Waff mostró una sonrisa desdeñosa.
—¿Estáis jugando conmigo?
Ella exhibió unos blancos dientes en una sonrisa felina.
—No sobrevivirías a mi juego, no aunque lo quisieras.
—¡Así que debo depender de vuestra voluntad!
—¡Dependencia! —La palabra fue escupida de su boca como si produjera una sensación de desagrado—. ¿Por qué vendéis esos gholas a las brujas y luego matáis a los gholas?
Waff apretó los labios y permaneció en silencio.
—De alguna forma habéis cambiado a este ghola sin alterar sus posibilidades de recuperar sus memorias originales —dijo la mujer.
—¡Sabéis tanto! —dijo Waff. No era una burla y, esperaba, no revelaba nada. ¡Espías! ¡Ella tenía espías entre las brujas! ¿Había también algún traidor en el cuartel general tleilaxu?
—Hay una muchacha en Rakis que figura en los planes de las brujas —dijo la Honorada Matre.
—¿Cómo sabéis esto?
—¡Las brujas no realizan ningún movimiento sin nuestro conocimiento! ¡Estás pensando en espías, pero no puedes llegar a saber lo lejos que llegan nuestros brazos!
Waff se sintió desanimado. ¿Podía leer ella su mente? ¿Era aquello algo que había nacido de la Dispersión? ¿Un extraño talento de ahí afuera que la semilla original humana no podía observar?
—¿Cómo habéis cambiado a ese ghola? —preguntó ella.
¡La Voz!
Waff, armado contra tales artilugios por su maestro Mentat, casi estuvo a punto de saltar en respuesta. ¡Aquella Honorada Matre tenía algunos de los poderes de las brujas! Había sido algo tan inesperado procediendo de ella. Uno esperaba esas cosas de una Reverenda Madre, y estaba preparado. Necesitó un tiempo para recobrar el equilibrio. Unió sus manos frente a su barbilla.
—Posees interesantes recursos —dijo ella.
Una expresión infantil cubrió los rasgos de Waff. Sabía la desarmante inocencia que podía exhibir.
¡Ataca!
—Sabemos cuánto habéis aprendido de la Bene Gesserit —dijo.
Una expresión de rabia barrió el rostro de la mujer y desapareció.
—¡No nos han enseñado nada!
Waff alzó su voz hasta un humorístico nivel suplicante, halagando.
—Por supuesto, esto no es ninguna negociación.
—¿No lo es? —Ella pareció realmente sorprendida.
Waff bajó sus manos.
—Vamos, Honorada Matre. Estáis interesada en ese ghola. Habláis de cosas en Rakis. ¿Qué pensáis darnos a cambio?
—Muy poco. Te estás volviendo menos valioso a cada instante.
Waff captó la fría máquina de la lógica en su respuesta. No había ninguna capacidad Mentat en ello, sino algo mucho más estremecedor. ¡Ella es capaz de matarme aquí mismo!
¿Dónde estaban sus armas? ¿Necesitaba realmente armas? No le gustaba la apariencia de aquellos fibrosos músculos, los callos en sus manos, el brillo del cazador en sus ojos naranja. ¿Era posible que sospechara (o incluso supiera) acerca de los lanzadores de dardos en sus mangas?
—Nos enfrentamos a un problema que no puede ser resuelto por medios lógicos —dijo ella.
Waff la miró sorprendido. ¡Un Maestro Zensunni hubiera podido decir aquello! Él se lo había dicho a sí mismo en más de una ocasión.
—Probablemente nunca has considerado una tal posibilidad —dijo ella.
Fue como si sus palabras dejaran caer una máscara de su rostro. Waff vio de pronto a través de ella hasta la calculadora persona que se escondía tras aquellas posturas. ¿Acaso lo había tomado por algún estúpido cegato apto únicamente para recoger mierda de slig?
Poniendo en su voz todo el acento de vacilante desconcierto que le fue posible, preguntó:
—¿Cómo puede ser resuelto un problema así?
—El curso de los acontecimientos se hará cargo de él —dijo ella.
Waff siguió mirándola con simulado desconcierto. Sus palabras no ofrecían ningún indicio de revelación. ¡Sin embargo, las cosas que implicaban! Dijo:
—Vuestras palabras me dejan trastornado.
—La humanidad se ha vuelto infinita —dijo ella—. Ese es el auténtico don de la Dispersión.
Waff luchó por ocultar el torbellino creado por aquellas palabras.
—Infinitos universos, infinito tiempo… cualquier cosa puede ocurrir —dijo.
—Ahhh, eres un brillante pequeño maniquí —dijo ella—. ¿Cómo puede uno calcular para nada? No es lógico.
Sonaba, pensó Waff, como uno de los antiguos líderes del Yihad Butleriano, que había intentado liberar a la humanidad de las mentes mecánicas. Aquella Honorada Matre estaba extrañamente anticuada.
—Nuestros antepasados buscaron una respuesta con las computadoras —aventuró. ¡Dejemos que pruebe eso!
—Pero tú ya sabes que las computadoras carecen de una capacidad de almacenaje infinita —dijo ella.
Sus palabras lo desconcertaron de nuevo. ¿Podía realmente leer las mentes? ¿Era aquella una forma de imprimación mental? Lo que los Tleilaxu hacían con Danzarines Rostro y gholas, otros podían hacerlo también. Centró su consciencia y la concentró en los ixianos, en sus perversas máquinas. ¡Máquinas powindah!
La Honorada Matre barrió la habitación con su mirada.
—¿Estamos equivocadas confiando en los ixianos? —preguntó.
Waff contuvo el aliento.
—No creo que vosotros confiéis plenamente en ellos —dijo ella—. Vamos, vamos, hombrecito. Te ofrezco mi buena voluntad.
Tardíamente, Waff empezó a sospechar que ella estaba intentando ser amistosa y sincera con él. Evidentemente, había puesto de lado su anterior pose de irritada superioridad. Los informantes de Waff procedentes de los Perdidos decían que las Honoradas Matres tomaban decisiones sexuales muy a la manera de la Bene Gesserit. ¿Estaba intentando ser seductora? Pero ella había comprendido con toda claridad y había expuesto las debilidades de la lógica.
¡Era todo muy confuso!
—Estamos hablando en círculos —dijo él.
—Completamente al contrario. Los círculos rodean. Los círculos limitan. La humanidad ya no está limitada por el espacio en el cual crecer.
¡Allí estaba de nuevo! Waff se esforzó en hablar pese a su reseca lengua:
—Se dice que uno debe aceptar lo que no puede controlar.
Ella se inclinó hacia adelante, sus ojos naranja brillando intensamente en su rostro.
—¿Aceptas tú la posibilidad de un desastre final para la Bene Tleilax?
—Si tal fuera el caso yo no estaría aquí.
—Cuando la lógica falla, es preciso utilizar otra herramienta.
Waff sonrió.
—Eso suena lógico.
—¡No te burles de mí! ¡No te atrevas!
Waff alzó defensivamente las manos y adoptó un tono apaciguador:
—¿Qué herramienta sugeriría la Honorada Matre?
—¡La energía!
Su respuesta lo sorprendió.
—¿La energía? ¿En qué forma, y cuánta?
—Tú pides respuestas lógicas —dijo ella.
Con una sensación de tristeza, Waff se dio cuenta de que, después de todo, ella no era Zensunni. La Honorada Matre solamente jugaba con juegos de palabras en los límites de la no–lógica, trazando círculos, pero su herramienta era la lógica.
—La podredumbre que se inicia en el núcleo se expande hacia afuera —dijo Waff.
Fue como si ella no hubiera oído su afirmación de prueba.
—Hay una energía desaprovechada en las profundidades de todo ser humano que nosotras nos dignamos tocar —dijo. Extendió un esquelético dedo hasta unos pocos milímetros de la nariz de él.
Waff se echó hacia atrás en su silla hasta que ella aferró su brazo.
—¿No es eso lo que decía la Bene Gesserit antes de producir su Kwisatz Haderach? —dijo él.
—Perdieron el control de sí mismas y de él —se burló ella.
De nuevo, pensó Waff, había empleado la lógica pensando en la no–lógica. Cuánto le había dicho a él en esos pequeños lapsus. Podía vislumbrar la probable historia de aquellas Honoradas Matres. Una de las Reverendas Madres naturales de los Fremen de Rakis había partido con la Dispersión. Gente muy diversa había huido en las no–naves durante e inmediatamente después de los Tiempos de Hambruna. Una no–nave había sembrado a la loca bruja y sus conceptos por algún lugar. Esa semilla había regresado en la forma de aquella cazadora de ojos naranja.
Una vez más le gritó con la Voz, preguntando:
—¿Qué es lo que habéis hecho con ese ghola?
Esta vez, Waff estaba preparado y apartó la Voz de sí. Aquella Honorada Matre debía ser apartada o, si era posible, eliminada. Él había aprendido mucho de ella, pero no tenía ninguna forma de saber cuánto había aprendido ella de él con sus insospechados talentos.
Son monstruos sexuales, habían dicho sus informantes. Esclavizan a los hombres con los poderes del sexo.
—Cuán poco conoces los goces que puedo proporcionarte —dijo ella. Su voz se enroscó como un látigo en torno a él. ¡Cuán tentadora! ¡Cuán seductora!
Waff habló a la defensiva:
—Decidme por qué vosotras…
—¡No necesito decirte nada!
—Entonces no llegaremos a ningún trato. —Habló con tristeza. Las no–naves, efectivamente, habían sembrado aquellos otros mundos de podredumbre. Waff sintió el peso de la necesidad sobre sus hombros. ¿Y si él no conseguía eliminarla?
—¿Cómo te atreves a sugerir un trato con una Honorada Matre? —exigió ella—. ¡Tú sabes que nosotras hemos establecido el precio!
—No conozco vuestras formas de actuar, Honorada Matre —dijo Waff—. Pero capto en vuestras palabras que os he ofendido.
—Aceptadas las disculpas.
¡No me he disculpado de nada! La miró imperturbable. Podían deducirse muchas cosas de su actuación. Basándose en su experiencia de milenios, Waff revisó lo que había aprendido allí. Aquella mujer de la Dispersión venía a él en busca de una pieza esencial de información. En consecuencia, no tenía otra fuente. Había captado desesperación en ella. Bien enmascarada, pero definitivamente presente. Necesitaba confirmación o refutación de algo que temía.
¡Cuánto se parecía a un ave de presa, sentada allí con sus manos como garras apoyadas tan ligeramente en los brazos de su silla! La podredumbre que se inicia en el núcleo se expande hacia afuera. Él había dicho aquello, y ella no le había oído. Claramente, la humanidad atómica continuaba estallando en sus Dispersiones. La gente representada por aquella Honorada Matre no había encontrado una forma de rastrear las no–naves. Eso era, por supuesto. Ella perseguía a las no–naves del mismo modo que lo hacían las brujas de la Bene Gesserit.
—Buscáis la forma de anular la invisibilidad de una no–nave —dijo.
Obviamente, la afirmación la aturdió. No había esperado aquello del maniquí parecido a un elfo sentado frente a ella. Waff vio miedo, luego cólera, luego resolución, cruzar sus rasgos antes de que reasumiera su máscara predadora. Ella, pensó. Ella sabía que él había visto.
—Así que eso es lo que hacéis con vuestro ghola —dijo ella.
—Eso es lo que las brujas de la Bene Gesserit buscan con él —mintió Waff.
—Te he subestimado —dijo ella—. ¿Habrás cometido tú el mismo error conmigo?
—No lo creo, Honorada Matre. El esquema procreador que os produjo a vosotras es a todas luces formidable. Creo que vos podríais lanzarme una patada y matarme antes de que yo pudiera parpadear. Las brujas no están en la misma liga con vos.
Una sonrisa de placer ablandó los rasgos de la Honorada Matre.
—¿Se convertirán los tleilaxu en nuestros sirvientes voluntariamente o por la fuerza?
El no intentó ocultar su ultraje.
—¿Nos ofrecéis la esclavitud?
—Esa es una de vuestras opciones.
¡Ahora ya la tenía! Su debilidad era la arrogancia. Dócilmente, preguntó:
—¿Qué me ordenaríais que hiciera?
—Llevarás de vuelta como huéspedes tuyas a dos jóvenes Honoradas Matres. Vivirán contigo y… te enseñarán nuestras formas de éxtasis.
Waff inhaló y expelió dos lentas bocanadas de aire.
—¿Eres estéril? —preguntó ella.
—Sólo nuestros Danzarines Rostro son híbridos. —Ella ya debía saberlo. Era del dominio común.
—Te llamas a ti mismo Maestro —dijo ella—; sin embargo, no eres maestro de ti mismo.
¡Más que tú, zorra Honorada Matre! Y me llamo a mí mismo Masheikh, un hecho que aún puede destruirte.
—Las dos Honoradas Matres que envíe contigo efectuarán una inspección de todo lo tleilaxu y volverán a mí con su informe —dijo ella.
El suspiró como resignado.
—¿Son atractivas las dos muchachas?
—¡Honoradas Matres! —corrigió ella.
—¿Es ese el único nombre que usan?
—Si ellas eligen darte a ti otros nombres, es su privilegio, no el tuyo. —Se inclinó hacia un lado y frotó un huesudo nudillo contra el suelo. El metal brilló en su mano. ¡Ella tenía una forma de traspasar el blindaje de aquella habitación!
La compuerta se abrió y dos mujeres vestidas de un modo muy parecido a la Honorada Matre entraron. Sus oscuras capas llevaban menos decoración, y ambas mujeres eran más jóvenes. Waff las miró. Ambas eran… Intentó no mostrar excitación, pero supo que había fallado. No importaba. La más vieja pensaría que admiraba la belleza de aquellas dos. A través de signos conocidos únicamente por los Maestros, vio que una de las recién llegadas era un nuevo Danzarín Rostro. ¡Se había efectuado con éxito un intercambio, y aquellas Dispersas no podían detectarlo! ¡Los tleilaxu habían superado con éxito el obstáculo! ¿Sería la Bene Gesserit tan ciega con esos nuevos gholas?
—Te has mostrado muy cooperativo acerca de todo esto, por lo cual serás recompensado —dijo la vieja Honorada Matre.
—Reconozco vuestros poderes, Honorada Matre —dijo Waff. Aquello era cierto. Inclinó la cabeza para ocultar la resolución que sabía no podía impedir que surgiera por sus ojos.
Ella hizo un gesto hacia las recién llegadas.
—Esas dos te acompañarán. Su más ligero deseo será una orden para ti. Serán tratadas con todo honor y respeto.
—Por supuesto, Honorada Matre. —Manteniendo la cabeza inclinada, alzó ambos brazos como en saludo y sumisión. Un dardo silbó en cada una de sus mangas. Mientras soltaba los dardos, Waff saltó hacia un lado en su silla. El movimiento no fue sin embargo lo suficientemente rápido. El pie derecho de la vieja Honorada Matre salió disparado, alcanzándole en el muslo izquierdo y derribándolo hacia atrás junto con su silla.
Fue el último acto en la vida de la Honorada Matre. El dardo de su manga izquierda la alcanzó en la parte de atrás de su garganta, entrando por su boca abierta, que se quedó abierta por la sorpresa. El veneno narcótico cortó en seco cualquier grito. El otro dardo alcanzó al no-Danzarín Rostro de las recién llegadas en el ojo derecho. Su cómplice Danzarín Rostro cortó cualquier grito de advertencia con un rápido golpe en su garganta.
Los dos cuerpos se derrumbaron muertos.
Dolorosamente, Waff se extrajo de la silla y la enderezó mientras se ponía en pie. Su muslo pulsaba. ¡Una fracción de metro más y le hubiera roto la cadera! Se dio cuenta de que la reacción de la mujer no había sido mediada por su sistema nervioso central. Como con algunos insectos, el ataque podía ser iniciado por el sistema muscular apropiado. ¡Aquel desarrollo tenía que ser investigado!
Su cómplice Danzarín Rostro estaba escuchando junto a la abierta compuerta. Se echó hacia un lado para dejar pasar a otro Danzarín Rostro disfrazado de guardia ixiano.
Waff se masajeó el muslo lastimado mientras sus Danzarines Rostro desnudaban a las mujeres muertas. El que había copiado al ixiano puso su cabeza contra la de la vieja Honorada Matre muerta. Las cosas se sucedieron con rapidez a partir de entonces. Ahora ya no era un guardia ixiano, sino una perfecta copia de la vieja Honorada Matre, acompañada de una Honorada Matre ayudante más joven. Otro pseudo–ixiano entró y copió a la otra joven Honorada Matre. Muy pronto sólo había cenizas allá donde había yacido la carne muerta. Una nueva Honorada Matre recogió las cenizas en una bolsa y la ocultó bajo sus ropas.
Waff examinó cuidadosamente la habitación. Las consecuencias de su descubrimiento le hicieron temblar. Una arrogancia como la que había visto allí procedía obviamente de sorprendentes poderes. Aquellos poderes debían ser sondeados. Detuvo al Danzarín Rostro que había copiado a la vieja.
—¿La has imprimido?
—Sí, Maestro. Sus memorias estaban aún vivas cuando las copié.
—Transfiérelas a ella. —Hizo un gesto hacia el que había sido un guardia ixiano. Los dos se tocaron las frentes durante unos breves latidos de corazón, y luego se marcharon.
—Ya está hecho —dijo el más viejo.
—¿Cuántas otras copias de esas Honoradas Matres habéis hecho?
—Cuatro, Maestro.
—¿Ninguna de ellas ha sido detectada?
—Ninguna, Maestro.
—Esas cuatro deben regresar al centro neurálgico de esas Honoradas Matres y averiguar todo lo que se sepa acerca de ellas. Una de esas cuatro debe volver a nosotros con lo que haya averiguado.
—Eso es imposible, Maestro.
—¿Imposible?
—Se han desgajado de su origen. Esa es la forma en que actúan, Maestro. Son una nueva célula, y se han establecido en Gammu.
—Pero seguramente podemos…
—Os pido disculpas, Maestro. Las coordenadas de su lugar en la Dispersión estaban contenidas tan sólo en los archivos de una no–nave, y han pasado eras desde entonces.
—¿Sus huellas han quedado completamente cubiertas? —Había desánimo en su voz.
—Completamente, Maestro.
¡Desastre! Se vio obligado a refrenar sus pensamientos tras un arranque prometedor.
—No deben llegar a saber lo que hemos hecho aquí —murmuró.
—No sabrán nada de nosotros, Maestro.
—¿Qué talentos han desarrollado? ¿Qué poderes? ¡Rápido!
—Son lo que vos esperaríais de una Reverenda Madre de la Bene Gesserit, pero sin las memorias de la melange.
—¿Estás seguro?
—No hay la menor alusión a ello. Como sabéis, Maestro, nosotros…
—Sí, sí, lo sé. —Hizo un gesto para que callara—. Pero esa vieja era tan arrogante, tan…
—Disculpadme, Maestro, pero el tiempo apremia. Esas Honoradas Matres han perfeccionado los placeres del sexo mucho más allá de lo que ningunas otras han desarrollado.
—Entonces es cierto lo que dijeron nuestros informantes.
—Volvieron al Tántrico primitivo y desarrollaron sus propias formas de estimulación sexual, Maestro. A través de esto, aceptan la adoración de sus seguidores.
—Adoración. —La palabra surgió como un suspiro—. ¿Son superiores a las Amantes Procreadoras de la Hermandad?
—Las Honoradas Matres creen que sí, Maestro. Deberíamos demos…
—¡No! —Waff dejó caer su máscara de elfo ante aquel descubrimiento, y adoptó la expresión de un dominante Maestro. Los Danzarines Rostro asintieron con sus cabezas en señal de sumisión. Una expresión de regocijo asomó en el rostro de Waff. ¡Los tleilaxu que habían regresado de la Dispersión habían informado verazmente! ¡Y él, con una simple impresión mental, había confirmado aquella nueva arma de su pueblo!
—¿Cuáles son vuestras órdenes, Maestro? —preguntó el más viejo.
Waff adoptó de nuevo su máscara de elfo.
—Exploraremos esos asuntos tan sólo cuando hayamos vuelto al cuartel general tleilaxu en Bandalong. Mientras tanto, ni siquiera un Maestro debe dar órdenes a una Honorada Matre. Vosotros sois mis maestros hasta que nos hallemos libres de ojos curiosos.
—Por supuesto, Maestro. ¿Debemos transmitir vuestras órdenes a los otros de fuera?
—Sí, y estas son mis órdenes: esta no–nave jamás debe regresar a Gammu. Debe desaparecer sin ningún rastro. Sin supervivientes.
—Así se hará, Maestro.