CAPÍTULO 10

El relato de Kreacher

A la mañana siguiente, Harry despertó temprano. Había dormido en el suelo del salón, envuelto en un saco de dormir. Entre las gruesas cortinas se atisbaba un trocito de cielo —tenía ese azul frío y desvaído de la tinta diluida, ese azul de cuando ya no es de noche y aún no es de día— y sólo se oía la lenta y profunda respiración de Ron y Hermione. Echó un vistazo a los oscuros bultos que reposaban a su lado. Ron, en un alarde de gentileza, se había empeñado en que Hermione durmiera sobre los cojines del sofá, de modo que la silueta de ella estaba un poco más elevada que la de él; apoyaba un brazo en el suelo y sus dedos casi tocaban los de Ron. Harry se preguntó si se habrían quedado dormidos con las manos entrelazadas, y esa idea le produjo una sensación de extraña soledad.

Dirigió la mirada hacia el oscuro techo, de donde colgaba una lámpara cubierta de telarañas. Hacía menos de veinticuatro horas se hallaba en la entrada de la carpa, al sol, esperando a los invitados de la boda. Parecía que hubiera pasado una eternidad. ¿Qué más iba a suceder? Siguió tumbado en el suelo, pensando en los Horrocruxes, en la difícil y complicada misión que Dumbledore le había encomendado. Dumbledore…

La aflicción que lo embargaba desde la muerte del anciano profesor se había transformado, puesto que las acusaciones que le había oído proferir a Muriel en la boda se le habían instalado en el cerebro como células malignas, infectando los recuerdos del mago al que había idolatrado. ¿De verdad había permitido Dumbledore que ocurrieran aquellas cosas? ¿Le dio realmente la espalda a su hermana, a quien habían confinado y escondido, y consintió que la abandonaran y maltrataran, sin importarle mientras esa situación no lo afectara a él? De manera parecida había actuado su propio primo Dudley.

Luego pensó en Godric’s Hollow, en las tumbas que había allí y que Dumbledore nunca había mencionado; pensó también en los misteriosos objetos que el director del colegio les había dejado en su testamento, sin dar explicaciones, y su resentimiento creció. ¿Por qué no había hecho ninguna referencia a todo eso? ¿Era cierto que a Dumbledore le importaba Harry, o sólo había sido un instrumento para limpiar y afinar, pero en el que el anciano profesor no creía y del que no se fiaba?

Harry no soportaba seguir allí tumbado dándole vueltas a esos amargos pensamientos. Necesitaba actividad, distraerse de alguna forma; así pues, apartó el saco de dormir, cogió su varita y salió con sigilo de la habitación. Al llegar al rellano susurró «¡Lumos!», y subió la escalera con ayuda de la luz de la varita mágica.

En el segundo rellano se encontraba el cuarto donde habían dormido Ron y él la vez anterior. Asomó la cabeza y, al ver el armario abierto y las sábanas revueltas, se acordó de la pierna de trol derribada que había en el vestíbulo. Alguien había registrado la casa después de que la Orden la abandonara. Pero ¿quién? ¿Tal vez Snape, o quizá Mundungus, que había robado muchas cosas de esa casa antes y después de la muerte de Sirius? Desvió la mirada hacia el retrato en que a veces aparecía Phineas Nigellus Black, el tatarabuelo de Sirius, pero estaba vacío y sólo mostraba un fondo indefinido. Por lo visto, Phineas Nigellus había ido a pasar la noche al despacho del director de Hogwarts.

Siguió subiendo la escalera hasta el último rellano, donde sólo había dos puertas. En la que tenía delante había una placa que rezaba «Sirius»; nunca había entrado en el dormitorio de su padrino. Empujó la puerta y mantuvo la varita en alto para que la luz llegara lo más lejos posible.

La habitación era amplia, y en otros tiempos debía de haber sido bonita. Había una cama muy ancha con cabecera de madera labrada, una alta ventana tapada con largas cortinas de terciopelo y una araña de luces cubierta de polvo, en cuyos soportes todavía quedaban cabos de vela de los que colgaban gotas de cera reseca. Una fina capa de polvo cubría también los cuadros de las paredes y la cabecera de la cama, y una telaraña se extendía desde la lámpara hasta lo alto del gran armario. Al entrar en la habitación, oyó un correteo de ratones asustados.

Cuando todavía era un adolescente, Sirius había colgado tantos pósteres y fotografías en su habitación que casi no quedaba a la vista la seda gris plateada que forraba las paredes. Harry dedujo que los padres de su padrino no habían logrado retirar el encantamiento de presencia permanente que los mantenía en la pared, porque estaba seguro de que no compartían los gustos de su hijo mayor en materia de decoración. Daba la impresión de que Sirius había hecho lo indecible para fastidiarlos. Se conservaban varios estandartes de Gryffindor, de colores escarlata y dorado ya desteñidos, con los que su padrino había querido subrayar sus diferencias con el resto de la familia, que pertenecía por entero a Slytherin. Había muchas fotografías de motocicletas muggles, y también (Harry tuvo que admirar el descaro de su padrino) varios pósteres de chicas muggles en biquini; se dio cuenta de que eran muggles porque estaban quietas, con la sonrisa desvaída y los vidriosos ojos inmóviles en el papel, contrastando con la única fotografía mágica que colgaba en las paredes, en que aparecían cuatro alumnos de Hogwarts, de pie y cogidos del brazo, riéndole a la cámara.

Harry experimentó una gran alegría al reconocer a su padre, cuyo alborotado cabello negro se ponía de punta en la coronilla —igual que a él—, y que también usaba gafas; a su lado, Sirius, despreocupadamente atractivo, mostraba una expresión un tanto arrogante y parecía más joven y feliz de lo que Harry lo había visto jamás en vida. A la derecha de Sirius aparecía Pettigrew, más bajo que los otros dos, rechoncho y de ojos llorosos; se notaba que estaba muy contento de que lo hubieran incluido en aquel grupo al que pertenecían James y Sirius, los más admirados rebeldes de su generación. A la izquierda de James se hallaba Lupin, que ya entonces tenía un aire desaliñado, pero que adoptaba la misma expresión de satisfacción y sorpresa por verse aceptado e integrado… ¿O acaso esas impresiones se debían a que Harry sabía lo que sabía, y por ello veía tantos detalles en la fotografía? Intentó arrancarla de la pared; al fin y al cabo, ahora era suya —su padrino se lo había dejado todo—, pero no lo consiguió. Sirius se había esforzado mucho para impedir que sus padres redecoraran la habitación.

A continuación echó un vistazo al suelo, y, como fuera ya no estaba tan oscuro, un haz de luz le permitió ver trozos de pergamino, libros y pequeños objetos esparcidos por la alfombra. Resultaba evidente que también habían registrado aquel dormitorio, aunque, por lo visto, casi todo les había parecido insignificante. Algunos libros habían sido sacudidos con suficiente fuerza para que se desprendieran las tapas, y había hojas sueltas por el suelo.

Se agachó, cogió algunos trozos de papel y los examinó. Una de las hojas correspondía a una edición antigua de Historia de la magia, de Bathilda Bagshot; otra, a un manual de mantenimiento de motocicletas; la tercera era una hoja manuscrita y arrugada. Harry la alisó.

Querido Canuto:

Muchas gracias por el regalo de cumpleaños de Harry. Fue el que más le gustó, con diferencia. Con sólo un año ya va zumbando en su escoba de juguete. ¡Se lo ve tan satisfecho! Te mando una fotografía para que lo compruebes. Imagínate, apenas levanta dos palmos del suelo y ya estuvo a punto de matar al gato y destrozó un jarrón espantoso que Petunia me envió por Navidad (lo cual no me importó nada). James cree que es un niño muy gracioso, claro; dice que será un gran jugador de quidditch, pero de momento hemos tenido que esconder todos los adornos y asegurarnos de no perderlo de vista cuando coge la escoba.

Preparamos una merienda muy tranquila para celebrar su cumpleaños. Únicamente estuvimos nosotros y Bathilda, que siempre ha sido muy cariñosa con todos y que adora a Harry. Nos entristeció que no pudieras venir, pero la Orden es más importante, y, de cualquier forma, el niño es demasiado pequeño para saber que es su cumpleaños. James se siente un poco frustrado aquí encerrado; intenta que no se le note, pero a mí no me engaña. Además, Dumbledore todavía conserva su capa invisible, de modo que no puede salir ni a dar una vuelta. Si pudieras visitarnos, James se animaría mucho. Gus vino el fin de semana pasado; lo encontré un poco desanimado, pero debía de ser por lo de los McKinnon (lloré toda la noche cuando me enteré).

Bathilda nos hace compañía casi todos los días. Es una ancianita maravillosa y nos cuenta unas historias asombrosas sobre Dumbledore. ¡No sé si a él le gustaría enterarse! Me cuesta creer todo lo que dice, porque parece increíble que Dumbledore

Harry notaba las extremidades como entumecidas. Se quedó inmóvil, sujetando el fascinante pergamino con dedos inertes mientras, en su interior, una especie de serena erupción le impulsaba por las venas chorros de felicidad y dolor a partes iguales. Fue dando bandazos hasta la cama y se sentó.

Releyó la carta, pero no consiguió captar otro significado del que había asimilado la primera vez, y se quedó examinando la caligrafía. Su madre escribía la letra ge igual que él; así que buscó con ilusión cada una de las que había en la carta, semejantes a un saludo amistoso vislumbrado detrás de un velo. La carta era un tesoro increíble, una prueba de que Lily Potter había existido —de verdad—, y que su cálida mano había rozado aquella hoja de pergamino, trazando con tinta esas letras, componiendo palabras que hablaban de él, de Harry, de su hijo.

Se enjugó con impaciencia las lágrimas y volvió a releer la carta, esta vez concentrándose en su significado. Era como escuchar una voz vagamente recordada.

Tenían un gato; quizá murió, como sus padres, en Godric’s Hollow… O quizá se marchó de allí porque ya no había nadie que le diera de comer… Sirius le compró su primera escoba… Sus padres conocían a Bathilda Bagshot; ¿los habría presentado Dumbledore? «Dumbledore todavía conserva su capa invisible.» Ahí había algo raro.

Se detuvo y reflexionó sobre las palabras de su madre. ¿Por qué había cogido Dumbledore la capa invisible de James? Recordaba claramente que, años atrás, el director del colegio le había dicho: «No necesito una capa para ser invisible.» Quizá la necesitaba algún miembro de la Orden con menos talento, y Dumbledore había hecho de intermediario. Siguió leyendo.

«Gus vino el fin de semana pasado…» Pettigrew, el traidor; su madre lo había encontrado «un poco desanimado»… ¿Sería porque Pettigrew sabía que estaba viendo a James y Lily vivos por última vez?

Y por último, de nuevo Bathilda, que contaba historias asombrosas sobre el director de Hogwarts: «… parece increíble que Dumbledore…».

Que Dumbledore ¿qué? Pero había muchas cosas sobre el anciano profesor que podrían haber parecido increíbles: que en una ocasión hubiera suspendido un examen de Transformaciones, por ejemplo, o que se hubiera dedicado a encantar cabras, como su hermano Aberforth…

Se levantó y recorrió el suelo con la mirada pensando que tal vez el resto de la carta estuviera por allí. Recogió algunos papeles, y los trató, debido a sus ansias, con tan poca consideración como la persona que había registrado el dormitorio. Abrió cajones, sacudió libros, se subió a una silla para pasar la mano por lo alto del armario y se agachó para mirar debajo de la cama y una butaca.

Al final, tumbado boca abajo en el suelo, debajo de la cómoda vio algo que parecía una hoja rota. Cuando la sacó de allí, resultó ser la fotografía que Lily describía en su carta: un bebé de cabello negro entraba y salía zumbando de ella, montado en una escoba diminuta y riendo a carcajadas; lo perseguían un par de piernas que debían de ser las de James. Se metió la fotografía en el bolsillo junto con la carta y siguió buscando la segunda hoja de ésta.

Sin embargo, pasado otro cuarto de hora no tuvo más remedio que aceptar que el resto de la carta ya no estaba allí. ¿Se habría perdido durante los dieciséis años transcurridos desde que su madre la escribiera, o se la había llevado quienquiera que hubiese registrado la habitación? Harry releyó la hoja que tenía, esta vez buscando algún indicio de por qué podía ser más valiosa la hoja perdida. No creía que a los mortífagos les interesara mucho una escoba de juguete, pero se le ocurrió que el valor de la misiva podía radicar en cierta información sobre Dumbledore. «Parece increíble que Dumbledore…» ¿qué?

—¿Harry, dónde estás? ¡Harry! ¡Harry!

—¡Estoy aquí! ¿Qué ocurre?

Se oyeron pasos fuera, y Hermione irrumpió en la habitación.

—¡Nos hemos despertado y no sabíamos dónde estabas! —jadeó la chica. Volvió la cabeza y gritó—: ¡Ya lo he encontrado, Ron!

La irritada voz de Ron resonó varios pisos más abajo:

—¡Me alegro! ¡Dile de mi parte que es un imbécil!

—Harry, haz el favor de no desaparecer así. ¡Nos has asustado! Pero ¿por qué has subido aquí? —Paseó la mirada por la desordenada habitación—. ¿Qué estás haciendo?

—Mira qué he encontrado. —Le mostró la carta de su madre.

Hermione la cogió y la leyó mientras él la observaba. Cuando llegó al final, lo miró y dijo:

—Vaya, Harry…

—Y también he encontrado esto. —Le enseñó la fotografía arrugada.

Ella sonrió al ver al bebé que entraba y salía montado en la escoba de juguete.

—He estado buscando el resto de la carta, pero no está aquí.

—¿Todo esto lo has desordenado tú, o ya estaba así? —preguntó Hermione echando una ojeada alrededor.

—No, alguien ha registrado este dormitorio antes que yo.

—Ya lo imaginaba. Todas las habitaciones a las que me he asomado están patas arriba. ¿Qué crees que buscaban?

—Si ha sido Snape, información sobre la Orden.

—Pero si él ya debía de tener toda la información que necesitaba. Formaba parte de la Orden, ¿no?

—Bueno —dijo Harry, no muy convencido—, pues entonces información sobre Dumbledore, o la segunda página de esta carta, por ejemplo. ¿Sabes quién es esa Bathilda a la que mencionaba mi madre?

—¿Quién?

—Bathilda Bagshot, la autora de…

Historia de la magia —completó Hermione, y su interés pareció reavivarse—. ¿Tus padres la conocían? Era una excelente historiadora de la magia.

—Pues todavía vive. Y precisamente en Godric’s Hollow. Lo sé porque Muriel, la tía abuela de Ron, nos habló de ella en la boda. Al parecer conocía a la familia de Dumbledore. ¿No crees que sería interesante hablar con ella?

Hermione esbozó una sonrisa, y Harry supo que su amiga conocía perfectamente sus verdaderos motivos. Cogió la carta y la fotografía y se las guardó en el monedero que le colgaba del cuello, para no tener que mirarla y acabar de delatarse.

—Sé que te encantaría hablar con ella de tus padres, y también de Dumbledore —dijo Hermione—. Pero eso no nos ayudaría mucho a encontrar los Horrocruxes, ¿verdad? —Como Harry no dijo nada, prosiguió—: Entiendo que quieras visitar Godric’s Hollow, pero me da miedo… me da miedo la facilidad con que ayer nos encontraron esos mortífagos. Ahora todavía tengo más claro que debemos evitar el sitio donde están enterrados tus padres; estoy convencida de que los mortífagos sospechan que irás ahí.

—No se trata sólo de eso —replicó Harry, que seguía evitando mirarla—. Verás, Muriel dijo ciertas cosas sobre Dumbledore en la boda, y quiero saber la verdad… —Y le explicó todo lo que le había contado tía Muriel.

Cuando hubo terminado, Hermione comentó:

—Claro, ya entiendo por qué eso te ha disgustado…

—No estoy disgustado —mintió él—. Es sólo que me gustaría enterarme de si es cierto o…

—Pero Harry, ¿crees que una anciana maliciosa como Muriel, o Rita Skeeter, te dirán la verdad? ¿Cómo puedes hacer caso de lo que ellas aseguran? ¡Tú conocías a Dumbledore!

—Creía conocerlo.

—¡Ya sabes la de mentiras que escribió Rita sobre ti! Doge tiene razón: ¿cómo vas a permitir que personas como ésas empañen tus recuerdos de Dumbledore?

Harry desvió la mirada y trató de que no se notara lo resentido que estaba. Otra vez lo mismo: decide lo que quieres creer. Él deseaba saber la verdad. ¿Por qué, pues, se habían propuesto todos que no lo lograra?

—¿Quieres que bajemos a la cocina? —sugirió Hermione tras una breve pausa—. Podríamos buscar algo para desayunar.

Harry cedió a regañadientes, y siguió a su amiga hasta el rellano pasando por delante de la segunda puerta de ese piso, en la que se apreciaban unos profundos arañazos debajo de un letrerito en el que no había reparado; se detuvo para leerlo. Era una nota pomposa, escrita con letra muy pulcra; la clase de aviso que Percy Weasley habría colgado en la puerta de su dormitorio:

Prohibido pasar

sin el permiso expreso de

Regulus Arcturus Black

Harry sintió un cosquilleo de emoción, pero al principio no se dio cuenta del motivo. Entonces volvió a leer el letrero. Su amiga ya bajaba por la escalera.

—Hermione —la llamó, y le sorprendió la serenidad de su propia voz—. Sube un momento.

—¿Qué ocurre?

—«R.A.B.» ¿Recuerdas? Creo que lo he encontrado.

Hermione sofocó un grito y subió a toda prisa.

—¿Están esas iniciales en la carta de tu madre? Pero si yo no las he vis…

Harry negó con la cabeza y señaló el letrero de Regulus. Hermione leyó y le estrujó el brazo a su amigo, que hizo una mueca de dolor.

—Es el hermano de Sirius, ¿verdad? —susurró.

—Sí, y era mortífago —confirmó Harry—. Sirius me habló de él. Por lo visto se unió a los seguidores de Voldemort cuando todavía era muy joven; luego tuvo miedo e intentó echarse atrás, y lo mataron.

—¡Eso encaja! —exclamó Hermione, impresionada—. ¡Si Regulus era mortífago, debía de conocer algunos secretos de Voldemort, pero si éste lo decepcionó, es lógico que quisiera destruirlo! —Y le soltó el brazo, se inclinó sobre la barandilla y llamó—: ¡Ron! ¡Ron! ¡Corre, ven aquí!

El muchacho apareció resoplando un minuto después, empuñando su varita mágica.

—¿Qué sucede? Si se trata otra vez de esas arañas gigantes, quiero desayunar antes de… —Arrugó la frente al ver el letrero de la puerta que Hermione le señalaba—. ¿Quién…? Ése era el hermano de Sirius, ¿no? Regulus Arcturus… Regulus… ¡R.A.B.! ¡El guardapelo! ¿Creéis que…?

—Vamos a averiguarlo —decidió Harry. Empujó la puerta, pero estaba cerrada con llave.

Hermione apuntó la manija con la varita y dijo: «¡Alohomora!» Se oyó un chasquido y la puerta se abrió.

Cruzaron el umbral, mirando a diestro y siniestro. El dormitorio de Regulus era más pequeño que el de Sirius, aunque en él reinaba la misma atmósfera de antiguo esplendor. Y si bien Sirius había querido subrayar que él era diferente del resto de la familia, su hermano se había esforzado en demostrar todo lo contrario. Los colores esmeralda y plateado de Slytherin se veían por todas partes, tanto en el cubrecama y las cortinas de las ventanas como en la tela que forraba las paredes; el emblema de la familia Black estaba esmeradamente pintado encima de la cama, junto con su lema «Toujours pur», y debajo había una serie de recortes de periódico amarillentos que componían un irregular collage. Hermione cruzó la habitación para examinarlos.

—Todos hablan sobre Voldemort —dijo—. Por lo visto, Regulus ya era admirador suyo unos años antes de unirse a los mortífagos.

Hermione se sentó en la cama para leer los recortes y la colcha desprendió una nube de polvo. Harry, entretanto, había reparado en otra fotografía de un equipo de quidditch de Hogwarts que sonreía a la cámara y saludaba con la mano. Se acercó más y vio las serpientes de Slytherin estampadas en el pecho de los jugadores. A Regulus lo reconoció al instante: era el chico sentado en medio de la fila delantera; tenía el mismo pelo castaño oscuro y el mismo aire ligeramente altivo que su hermano, aunque era más bajo, más delgado y bastante menos atractivo que Sirius.

—Era buscador —comentó Harry.

—¿Qué dices? —preguntó Hermione, todavía enfrascada en la lectura de los recortes de prensa referentes a Voldemort.

—Está sentado en medio de la fila delantera; ahí es donde se coloca el… Nada, da lo mismo —dijo Harry al percatarse de que nadie lo escuchaba, puesto que Ron estaba a cuatro patas buscando bajo el armario.

Echó un vistazo a la habitación en busca de escondrijos y se acercó a la mesa. Una vez más, comprobó que alguien la había registrado antes que él. Habían revuelto los cajones recientemente, porque el polvo no estaba repartido de manera uniforme. Tampoco encontró nada de valor en ellos, pues sólo quedaban plumas viejas, antiguos libros de texto maltratados y un tintero roto hacía poco tiempo, cuyo pegajoso residuo manchaba el contenido del cajón.

—Hay otra manera más fácil de buscarlo… —sugirió Hermione mientras Harry se limpiaba los dedos pringosos de tinta en los vaqueros. Levantó la varita y exclamó—: ¡Accio guardapelo!

Pero no pasó nada. Ron, que rebuscaba entre los pliegues de las descoloridas cortinas, pareció decepcionado.

—Bueno, entonces, ¿está aquí o no está?

—Podría estar, pero bajo contrasortilegios —repuso Hermione—, o sea, encantamientos para impedir que se lo convoque mediante magia.

—Como los que Voldemort puso en la vasija de piedra de la cueva —observó Harry al recordar que no había logrado convocar el guardapelo falso.

—Entonces, ¿cómo vamos a encontrarlo? —preguntó Ron.

—Tendremos que buscar a mano —respondió Hermione.

—Buena idea —dijo Ron poniendo los ojos en blanco, y siguió examinando las cortinas.

Rastrearon cada centímetro de la habitación más de una hora, pero al final se vieron obligados a admitir que el guardapelo no estaba allí.

Ya había salido un sol que deslumbraba incluso a través de las sucias ventanas del rellano.

—Sin embargo, tal vez esté en otro sitio de la casa —insistió Hermione cuando volvían a bajar por la escalera. Harry y Ron se habían desanimado, pero ella parecía más decidida que nunca a seguir buscando—. Tanto si Regulus logró destruirlo como si no, seguro que no quería que Voldemort lo encontrara, ¿verdad? ¿No os acordáis de todas las cosas horribles de las que tuvimos que deshacernos la última vez que estuvimos aquí, como aquel reloj de pie que le arreaba puñetazos a todo el mundo, o aquellas túnicas viejas que intentaron estrangular a Ron? Quizá Regulus los dejó aquí para proteger el escondrijo del guardapelo, aunque entonces nosotros no… no nos diéramos…

Harry y Ron la miraron. Hermione se había quedado inmóvil con un pie en el aire, con el gesto de estupefacción de alguien a quien acaban de practicar un hechizo desmemorizador; hasta se le notaba la mirada desenfocada.

—… cuenta —terminó con un hilo de voz.

—¿Te encuentras mal? —preguntó Ron.

—Había un guardapelo.

—¿Quéeee? —saltaron al unísono Harry y Ron.

—Sí, sí, en el armario del salón. Nadie consiguió abrirlo. Y nosotros… nosotros…

Harry tuvo la sensación de que un ladrillo le bajaba hasta el estómago. Y entonces se acordó: incluso lo había tenido en las manos cuando se lo pasaban unos a otros y todos intentaban abrirlo. Finalmente lo arrojaron a una bolsa de basura, junto con la caja de rapé de polvos verrugosos y la caja de música que les daba somnolencia…

—Kreacher nos robó un montón de cosas —recordó Harry. Era la última oportunidad, la única esperanza que les quedaba, y el chico pensaba aferrarse a ella hasta que lo obligaran a soltarla—. Tenía un alijo enorme guardado en su armario de la cocina. ¡Vamos!

Bajó los escalones de dos en dos y sus amigos lo siguieron atropelladamente. Hicieron tanto ruido que al pasar por el vestíbulo despertaron al retrato de la madre de Sirius.

—¡Podridos! ¡Sangre sucia! ¡Canallas! —les gritó la bruja mientras los tres se precipitaban a la cocina del sótano y cerraban la puerta tras ellos.

Harry cruzó la estancia corriendo y se detuvo con un derrape ante el armario de Kreacher, que abrió de golpe. Allí estaba el nido de mantas sucias y raídas en que antes dormía el elfo doméstico, pero las alhajas que éste había rescatado ya no relucían entre ellas. Lo único que quedaba a la vista era un ejemplar de La nobleza de la naturaleza: una genealogía mágica. Harry, que se negaba a darse por vencido, tiró de las mantas y las sacudió. Cayó un ratón muerto y rodó por el suelo. Ron soltó un gruñido y se subió a una silla; Hermione cerró los ojos.

—Todavía no hemos terminado —murmuró Harry, y llamó—: ¡Kreacher!

Se oyó un fuerte «¡crac!» y el elfo doméstico que Harry se había mostrado tan reacio a heredar de Sirius apareció de la nada ante la fría y vacía chimenea. Era muy pequeño —les llegaba por la cintura—, le colgaban pliegues de piel blancuzca por todas partes, y unos mechones de pelo blanco le salían por las orejas de murciélago. Todavía llevaba puesto el trapo mugriento con que lo habían conocido. La mirada de desdén que le dirigió a Harry demostró que su actitud, pese a haber cambiado de amo, no había variado más que su atuendo.

—El amo —dijo Kreacher con su ronca voz de sapo, e hizo una reverencia murmurando como si hablara con sus rodillas— ha regresado a la noble casa de mi ama con Weasley, el traidor a la sangre, y con la sangre sucia…

—Te prohíbo que llames a nadie «traidor a la sangre» o «sangre sucia» —le advirtió Harry.

Kreacher, de nariz con forma de morro de cerdo y ojos inyectados en sangre, no le habría inspirado la menor simpatía aunque no hubiera traicionado a Sirius entregándolo a Voldemort.

—Quiero hacerte una pregunta —continuó, mirándolo fijamente y con el corazón acelerado—, y te ordeno que contestes con sinceridad. ¿Me has entendido?

—Sí, amo —respondió Kreacher, y de nuevo hizo una reverencia.

Harry observó que movía los labios sin articular sonido, sin duda formando los insultos que le habían prohibido pronunciar.

—Hace dos años —dijo con el corazón palpitándole— tiramos un gran guardapelo de oro que había en el salón. ¿Lo recuperaste tú?

Hubo un momento de silencio. Kreacher se enderezó y miró a Harry a los ojos.

—Sí —dijo.

—¿Y dónde lo metiste? —preguntó Harry, eufórico. Ron y Hermione también parecían muy contentos.

Kreacher cerró los ojos como si no quisiera ver la reacción a su respuesta:

—Ya no está aquí.

—¿Que ya no está aquí? —repitió Harry, decepcionado—. ¿Qué quieres decir? —El elfo se estremeció y se balanceó un poco—. Kreacher —añadió Harry con fiereza—, te ordeno que…

—Mundungus Fletcher… —gruñó el elfo con los párpados apretados—. Mundungus Fletcher lo robó todo: las fotografías de la señorita Bella y la señorita Cissy, los guantes de mi ama, la Orden de Merlín, Primera Clase, las copas con el emblema de la familia y… y… —boqueó mientras su hundido pecho se agitaba y acto seguido abrió los ojos y soltó un grito desgarrador—: ¡y el guardapelo, el guardapelo del amo Regulus! ¡Kreacher obró mal, Kreacher no cumplió las órdenes que había recibido!

Harry reaccionó de manera instintiva: cuando el elfo se lanzó hacia el atizador de la chimenea, el chico se precipitó sobre él y lo derribó. El chillido de Hermione se mezcló con el de Kreacher, pero Harry gritó más fuerte que los dos:

—¡Kreacher, te ordeno que te estés quieto!

Cuando notó que se quedaba inmóvil, lo soltó. La criatura permaneció tumbada en el frío suelo de piedra, los hundidos ojos anegados en lágrimas.

—¡Deja que se levante, Harry! —susurró Hermione.

—¿Para que se golpee con el atizador? —replicó éste, y se arrodilló a su lado—. No, ni hablar. Bueno, Kreacher, quiero que me digas la verdad: ¿cómo sabes que Mundungus Fletcher robó el guardapelo?

—¡Kreacher vio cómo lo robaba! —respondió el elfo resollando, y las lágrimas le resbalaron por el hocico y se le perdieron en la boca de dientes grisáceos—. Kreacher lo vio salir del armario de Kreacher cargado con los tesoros de Kreacher. Kreacher le dijo al muy ratero que se detuviera, pero Mundungus Fletcher rió y… y echó a correr.

—Has dicho que el guardapelo era del amo Regulus —observó Harry—. ¿Por qué? ¿De dónde había salido? ¿Qué tenía que ver Regulus con él? ¡Kreacher, levántate y cuéntame todo lo que sepas sobre ese guardapelo, y qué relación tenía Regulus con él!

El elfo se incorporó, se hizo un ovillo ocultando la cara entre las rodillas y se meció adelante y atrás. Cuando se decidió a hablar, lo hizo con una voz amortiguada, pero se le entendió muy bien en la silenciosa y resonante cocina.

—El amo Sirius huyó (¡de buena nos libramos!), porque era muy malvado y le destrozó el corazón a mi ama con sus maneras anárquicas. Pero el amo Regulus tenía dignidad; él sabía cuánto le debía al apellido Black y estaba orgulloso de su sangre limpia. Durante años habló del Señor Tenebroso, que iba a sacar a los magos de su escondite para que dominaran a los muggles y a los hijos de los muggles… Y cuando tenía dieciséis años, el amo Regulus se unió al Señor Tenebroso. ¡Kreacher estaba tan orgulloso de él, tan orgulloso, se alegraba tanto de servirlo!

»Y un día, un año después de haberse unido a él, el amo Regulus bajó a la cocina a ver a Kreacher. El amo Regulus siempre había tratado bien a Kreacher. Y el amo Regulus dijo… dijo… —el anciano elfo se meció más deprisa que antes— dijo que el Señor Tenebroso necesitaba un elfo.

—¿Que Voldemort necesitaba un elfo? —se extrañó Harry mirando a Ron y Hermione, tan desconcertados como él.

—¡Ay, sí! —se lamentó Kreacher—. Y el amo Regulus le ofreció a Kreacher. Era un gran honor, dijo el amo Regulus, un gran honor para él y para Kreacher, que tenía que hacer cuanto el Señor Tenebroso le ordenara y luego volver a ca… casa. —El elfo doméstico se meció aún más deprisa y sollozó—. Así que Kreacher se marchó con el Señor Tenebroso. El Señor Tenebroso no le dijo a Kreacher qué quería que hiciera, pero se llevó a Kreacher a una cueva junto al mar. Y dentro de la cueva había una caverna, y en la caverna había un lago, negro e inmenso…

A Harry se le erizó el vello de la nuca. Era como si la ronca voz de Kreacher le llegara desde el otro extremo de aquel oscuro lago. Veía lo que había pasado con tanta claridad como si hubiera estado presente.

—… había una barca…

Claro que había una barca; Harry vio esa barca, muy pequeña, de un verde espectral, encantada para transportar a un mago y una víctima hasta la isla del centro del lago. De modo que así era como Voldemort comprobó la eficacia de las defensas que rodeaban el Horrocrux: pidiendo en préstamo a una criatura desechable, a un elfo doméstico…

—En la isla había una va… vasija llena de poción, y el Se… Señor Tenebroso obligó a Kreacher a bebérsela… —Temblaba de pies a cabeza—. Kreacher bebió, y mientras bebía vio cosas terribles… A Kreacher le ardían las entrañas… Kreacher le suplicó al amo Regulus que lo salvara, le suplicó a su ama Black, pero el Señor Tenebroso sólo reía… Obligó a Kreacher a beberse toda la poción… dejó un guardapelo en la vasija vacía… y volvió a llenarla de poción…

»Y entonces el Señor Tenebroso se marchó en la barca, dejando a Kreacher en la isla…

Harry se imaginó la escena: vio cómo el blanco y serpentino rostro de Voldemort se perdía en la oscuridad mientras sus ojos rojos se clavaban sin piedad en el atormentado elfo, que sólo tardaría unos minutos en morir cuando sucumbiera a la insoportable sed que la abrasadora poción causaba a su víctima… Pero la imaginación de Harry no pudo ir más allá, porque no entendía cómo Kreacher había logrado escapar.

—Kreacher necesitaba agua, se arrastró hasta la orilla de la isla y bebió agua del negro lago… y unas manos, unas manos cadavéricas, salieron de él y arrastraron a Kreacher hacia el fondo…

—¿Cómo saliste de allí? —preguntó Harry, y no le sorprendió que su voz fuera sólo un susurro.

Kreacher levantó la fea cabeza y miró a Harry con sus enormes ojos inyectados en sangre.

—El amo Regulus ordenó a Kreacher que volviera —respondió.

—Ya lo sé, pero ¿cómo huiste de los inferi?

Kreacher lo miró sin comprender.

—El amo Regulus ordenó a Kreacher que volviera —repitió.

—Sí, eso ya lo has dicho, pero…

—Hombre, Harry, es evidente, ¿no? —intervino Ron—. ¡Se desapareció!

—Pero en esa cueva no podías aparecerte ni desaparecerte —razonó Harry—, porque si no Dumbledore…

—La magia de los elfos no es como la de los magos —dijo Ron—. Quiero decir que en Hogwarts, por ejemplo, ellos pueden aparecerse y desaparecerse, y nosotros no.

Guardaron silencio mientras Harry asimilaba esa idea. ¿Cómo había cometido Voldemort semejante error? Y mientras el chico cavilaba, Hermione afirmó con frialdad:

—Claro, Voldemort debía de considerar que la magia de los elfos domésticos estaba muy por debajo de la suya, como la mayoría de los sangre limpia, que los tratan como si fueran animales. Seguro que nunca se le ocurrió pensar que los elfos poseyeran poderes que no estuvieran a su alcance.

—La primera ley de un elfo doméstico es cumplir las órdenes de su amo —entonó Kreacher—. A Kreacher le ordenaron volver, y Kreacher volvió…

—En ese caso, hiciste lo que te habían ordenado —dijo Hermione con dulzura—. ¡No desobedeciste ninguna orden!

Kreacher negó con la cabeza y se meció aún más rápido que antes.

—¿Y qué pasó cuando llegaste aquí? —preguntó Harry—. ¿Qué dijo Regulus al explicarle lo sucedido?

—El amo Regulus estaba preocupado, muy preocupado. El amo Regulus le ordenó a Kreacher que se escondiera y no saliera de la casa. Y entonces poco después… una noche, el amo Regulus fue a buscar a Kreacher a su armario, y el amo Regulus estaba raro, no era el mismo de siempre, parecía trastornado; Kreacher lo notó… Y le pidió a Kreacher que lo llevara a la cueva, a la cueva a la que Kreacher había ido con el Señor Tenebroso…

Y allí fueron. Harry también los visualizó con claridad: el asustado y anciano elfo y el delgado y moreno buscador que tanto se parecía a Sirius… Kreacher sabía cómo abrir la entrada oculta de la caverna subterránea y cómo alzar la diminuta barca; esa vez fue su adorado Regulus quien zarpó con él hacia la isla donde se hallaba la vasija de veneno…

—¿Y te obligó a beber la poción? —preguntó Harry, indignado.

Pero Kreacher negó con la cabeza y rompió a llorar. Hermione se tapó la boca con las manos, como si de pronto hubiera comprendido lo que había ocurrido.

—El a… amo Regulus se sacó del bolsillo un guardapelo como el que tenía el Señor Tenebroso —explicó Kreacher mientras las lágrimas le resbalaban por ambos lados del hocico—. Y le dijo a Kreacher que lo cogiera y que, cuando la vasija estuviera vacía, cambiara un guardapelo por el otro.

Los sollozos de Kreacher eran cada vez más desgarradores; Harry tuvo que concentrarse para entender lo que decía.

—Y ordenó… a Kreacher… que se marchara sin él. Y ordenó… a Kreacher que regresara a casa… y que nunca le contara a mi ama… lo que él había hecho… y que destruyera… el primer guardapelo. Y entonces… se bebió… toda la poción… y Kreacher cambió los guardapelos… y vio cómo… al amo Regulus… lo arrastraban al fondo del lago… y…

—¡Oh, Kreacher! —se lamentó Hermione, que también lloraba. Se arrodilló al lado del elfo e intentó abrazarlo, pero Kreacher se puso en pie, apartándose de ella como si le tuviera asco.

—La sangre sucia ha tocado a Kreacher, él no lo permitirá, ¿qué diría su ama?

—¡Te he dicho que no la llames sangre sucia! —lo reprendió Harry, pero el elfo ya se estaba castigando: se tiró al suelo y empezó a golpearse la frente contra él.

—¡Haz que pare! ¡Haz que pare! —gritó Hermione—. ¿Lo veis? ¿Veis lo repugnante que es ese sentido de la obligación que tienen?

—¡Basta, Kreacher! —ordenó Harry.

El elfo se tumbó en el suelo resollando y estremeciéndose. Unos mocos verdes le brillaban en el hocico, le estaba saliendo un cardenal en la pálida frente y tenía los ojos llorosos, hinchados y sanguinolentos. Harry nunca había visto nada tan lastimoso.

—Así que trajiste el guardapelo aquí —continuó interrogándolo, implacable, decidido a sonsacarle el relato completo de lo ocurrido—. ¿Qué hiciste con él? ¿Intentaste destruirlo?

—Nada de lo que probó Kreacher le hizo ningún daño —se lamentó el elfo—. Kreacher lo intentó todo, todo lo que sabía, pero nada, nada daba resultado… La cubierta tenía hechizos muy poderosos, Kreacher estaba seguro de que había que abrirlo para destruirlo, pero no se abría… Kreacher se castigó, volvió a intentarlo, se castigó, volvió a intentarlo. ¡Kreacher no había obedecido las órdenes, Kreacher no conseguía destruir el guardapelo! Y su ama estaba enferma de dolor, porque el amo Regulus había desaparecido, y Kreacher no podía contarle qué había pasado, no podía, porque el amo Regulus le había pro… prohibido decirle a nadie de la fa… familia qué había pa… pasado en la cueva…

Y se puso a sollozar tan fuerte que ya no logró articular ni una palabra coherente más. Hermione lloraba a lágrima viva, sin dejar de mirarlo, pero no se atrevió a tocarlo otra vez. Incluso Ron, que no le tenía mucha simpatía al elfo, parecía preocupado. Harry se puso en cuclillas y movió la cabeza intentando aclararse las ideas.

—No te entiendo, Kreacher —dijo al fin—. Voldemort intentó matarte, Regulus murió para hacer caer a Voldemort, y sin embargo a ti no te importó traicionar a Sirius y entregárselo al Señor Tenebroso. No tuviste ningún inconveniente en ir a hablar con Narcisa y Bellatrix y pasarle información a Voldemort a través de ellas…

—Kreacher no piensa así, Harry —aclaró Hermione enjugándose las lágrimas con el dorso de la mano—. Es un esclavo. Los elfos domésticos están acostumbrados a que los traten mal, incluso con brutalidad; lo que Voldemort le hizo no era nada fuera de lo corriente. ¿Qué significan para un elfo como Kreacher las guerras de los magos? Él es leal a las personas que son amables con él, y la señora Black debió de serlo, y Regulus también, desde luego; por eso él los obedecía de buen grado y repetía sus creencias como un loro. Ya sé qué vas a decir —añadió antes de que Harry protestara—: que Regulus cambió de actitud. Pero eso no se lo explicó a Kreacher, ¿verdad? Y creo que sé por qué. Kreacher y la familia de Regulus estarían más seguros si seguían en la línea de los sangre limpia. Regulus intentaba protegerlos a todos.

—Pero Sirius…

—Sirius se portaba fatal con Kreacher, Harry, y no pongas esa cara, porque sabes que es la verdad. El elfo llevaba mucho tiempo solo cuando tu padrino vino a vivir aquí, y seguramente estaba ávido de un poco de afecto. Estoy convencida de que «la señorita Cissy» y «la señorita Bella» fueron encantadoras con Kreacher cuando regresó, y por eso él les hizo un favor y les contó todo cuanto querían saber. Siempre he opinado que los magos acabarían pagando por lo mal que tratan a los elfos domésticos. Ya lo ves: Voldemort pagó, igual que Sirius.

Harry se quedó sin réplica. Mientras contemplaba a Kreacher sollozar en el suelo, recordó lo que Dumbledore le había dicho sólo unas horas después de la muerte de su padrino: «Creo que Sirius… nunca consideró al elfo un ser con sentimientos tan complejos como los de los humanos…»

—Kreacher —dijo Harry al cabo de un rato—, cuando estés recuperado… siéntate, por favor.

El elfo tardó unos minutos en dejar de llorar e hipar. Entonces volvió a sentarse, frotándose los ojos con los nudillos como un niño pequeño.

—Voy a pedirte una cosa, Kreacher —musitó Harry, y miró a Hermione solicitándole ayuda, porque quería formular la orden con amabilidad, pero al mismo tiempo tenía que quedar muy claro que era una orden. No obstante, el cambio de su tono mereció la aprobación de su amiga, que sonrió para darle ánimos—. Kreacher, por favor, quiero que vayas a buscar a Mundungus Fletcher. Necesitamos averiguar dónde está el guardapelo del amo Regulus. Es muy importante. Queremos terminar el trabajo que empezó el amo Regulus, queremos… asegurarnos de que él no murió en vano.

Kreacher dejó de restregarse los ojos, apartó las manos de la cara y, mirando a Harry, dijo con voz ronca:

—¿Que vaya a buscar a Mundungus Fletcher?

—Sí, y que lo traigas aquí, a Grimmauld Place. ¿Crees que podrías hacer eso por nosotros?

Kreacher asintió y se levantó. Entonces Harry tuvo una inspiración: cogió el monedero que le había regalado Hagrid y sacó el guardapelo falso, aquel en el que Regulus había guardado la nota para Voldemort.

—Mira, Kreacher, me gustaría… regalarte esto. —Y le puso el guardapelo en la mano—. Pertenecía a Regulus, y estoy seguro de que a él le habría gustado que lo tuvieras tú como muestra de agradecimiento por lo que…

—Ya la has liado, colega —masculló Ron cuando el elfo miró el guardapelo, soltó un aullido de sorpresa y congoja y se lanzó de nuevo al suelo.

Tardaron casi media hora en volver a calmarlo; el elfo estaba tan emocionado por el hecho de que le regalaran un recuerdo de la familia Black que las piernas no lo sostenían. Cuando por fin consiguió dar unos pasos, los tres jóvenes lo acompañaron hasta su armario. Le vieron guardar el guardapelo entre las sucias mantas y le aseguraron que, durante su ausencia, la protección de aquel tesoro tendría para ellos la máxima prioridad. Entonces Kreacher dedicó sendas reverencias a Harry y Ron, e incluso un pequeño movimiento espasmódico hacia Hermione que podía interpretarse como un saludo respetuoso, y a continuación se desapareció con el acostumbrado y fuerte «¡crac!».