CAPÍTULO 10

Luna Lovegood

HARRY durmió mal esa noche. Sus padres entraban y salían de sus sueños, pero nunca le hablaban; la señora Weasley lloraba sobre el cuerpo sin vida de Kreacher, y Ron y Hermione, que llevaban coronas, la miraban; y una vez más, Harry iba por un pasillo que terminaba en una puerta cerrada con llave. Despertó sobresaltado, con picor en la cicatriz, y vio que Ron ya se había vestido y estaba hablándole.

—… date prisa, mamá está histérica, dice que vamos a perder el tren…

En la casa había mucho jaleo. Por lo que pudo oír mientras se vestía a toda velocidad, Harry comprendió que Fred y George habían encantado sus baúles para que bajaran la escalera volando, ahorrándose así la molestia de transportarlos, y éstos habían golpeado a Ginny y la habían hecho bajar dos tramos de escalones rodando hasta el vestíbulo; la señora Black y la señora Weasley gritaban a voz en cuello.

¡… PODRÍAIS HABERLE HECHO DAÑO DE VERDAD, IDIOTAS!

¡… MESTIZOS PODRIDOS, MANCILLANDO LA CASA DE MIS PADRES!

Hermione entró corriendo en la habitación, muy aturullada, cuando Harry estaba poniéndose las zapatillas de deporte. La chica llevaba a Hedwig balanceándose en el hombro y a Crookshanks retorciéndose en los brazos.

—Mis padres me han devuelto a Hedwig.

La lechuza revoloteó obedientemente y se posó encima de su jaula.

—¿Ya estás listo?

—Casi. ¿Cómo está Ginny? —preguntó Harry poniéndose las gafas.

—La señora Weasley ya la ha curado. Pero ahora Ojoloco dice que no podemos irnos hasta que llegue Sturgis Podmore porque en la guardia falta un miembro.

—¿La guardia? —se extrañó Harry—. ¿Necesitamos una guardia para ir a King’s Cross?

—Tú necesitas una guardia para ir a King’s Cross —lo corrigió Hermione.

—¿Por qué? —preguntó Harry con fastidio—. Tenía entendido que Voldemort intentaba pasar desapercibido, así que no irás a decirme que piensa saltar desde detrás de un cubo de basura para matarme, ¿verdad?

—No lo sé, eso es lo que ha dicho Ojoloco —replicó Hermione distraídamente, mirando su reloj—, pero si no nos vamos pronto, perderemos el tren, eso seguro…

—¿Queréis bajar ahora mismo, por favor? —gritó la señora Weasley.

Hermione pegó un brinco, como si se hubiera escaldado, y salió a toda prisa de la habitación. Harry agarró a Hedwig, la metió sin muchos miramientos en su jaula y bajó la escalera, detrás de su amiga, arrastrando su baúl.

El retrato de la señora Black lanzaba unos furiosos aullidos, pero nadie se molestó en cerrar las cortinas; de todos modos, el ruido que había en el vestíbulo la habría despertado otra vez.

—Harry, tú vienes conmigo y con Tonks —gritó la señora Weasley para hacerse oír sobre los chillidos de «¡SANGRE SUCIA! ¡CANALLAS! ¡SACOS DE INMUNDICIA!»—. Deja tu baúl y tu lechuza; Alastor se encargará del equipaje… ¡Oh, por favor, Sirius! ¡Dumbledore dijo que no!

Un perro negro que parecía un oso había aparecido junto a Harry mientras éste trepaba por los baúles amontonados en el vestíbulo para llegar a donde estaba la señora Weasley.

—En serio… —dijo la señora Weasley con desesperación—. ¡Está bien, pero allá te las compongas!

Luego abrió la puerta de la calle de un fuerte tirón y salió a la débil luz del día otoñal. Harry y el perro la siguieron. La puerta se cerró tras ellos, y los gritos de la señora Black dejaron de escucharse de inmediato.

—¿Dónde está Tonks? —preguntó Harry, mirando alrededor, mientras bajaban los escalones de piedra del número 12, que desaparecieron en cuanto pisaron la acera.

—Nos espera allí —contestó la señora Weasley con tono frío apartando la vista del perro negro que caminaba con torpeza sin separarse de Harry.

Una anciana los saludó cuando llegaron a la esquina. Tenía el cabello gris muy rizado y llevaba un sombrero de color morado con forma de pastel de carne de cerdo.

—¿Qué hay, Harry? —le preguntó guiñándole un ojo—. Será mejor que nos demos prisa, ¿verdad, Molly? —añadió mientras consultaba su reloj.

—Ya lo sé, ya lo sé —gimoteó ésta mientras daba pasos más largos—, es que Ojoloco quería esperar a Sturgis… Si Arthur nos hubiera conseguido unos coches del Ministerio… Pero últimamente Fudge no le presta ni un tintero vacío… ¿Cómo se las ingenian los muggles para viajar sin hacer magia?

En ese momento, el enorme perro negro soltó un alegre ladrido y se puso a hacer cabriolas a su alrededor, corriendo detrás de las palomas y persiguiéndose la cola. Harry no pudo contener la risa. Sirius había pasado mucho tiempo encerrado en la casa. La señora Weasley, sin embargo, frunció los labios de forma muy parecida a como lo hacía tía Petunia.

Tardaron veinte minutos en llegar a King’s Cross a pie, y en ese rato no ocurrió nada digno de mención, salvo que Sirius asustó a un par de gatos para distraer a Harry. Una vez dentro de la estación, se quedaron con disimulo junto a la barrera que había entre el andén número nueve y el número diez hasta que no hubo moros en la costa; entonces, uno a uno, se apoyaron en ella y la atravesaron fácilmente, apareciendo en el andén nueve y tres cuartos, donde el expreso de Hogwarts escupía vapor y hollín junto a un montón de alumnos que aguardaban con sus familias la hora de partir. Harry aspiró aquel familiar aroma y notó que le subía la moral… Iba a regresar a Hogwarts, por fin…

—Espero que los demás lleguen a tiempo —comentó la señora Weasley, nerviosa, y giró la cabeza hacia el arco de hierro forjado que había en el andén, por donde entraban los que iban llegando.

—¡Qué perro tan bonito, Harry! —gritó un muchacho con rastas.

—Gracias, Lee —respondió Harry, sonriente, y Sirius agitó con frenesí la cola.

—¡Ah, menos mal! —dijo la señora Weasley con alivio—. Ahí está Alastor con el equipaje, mirad…

Con una gorra de mozo que le tapaba los desiguales ojos, Moody entró cojeando por debajo del arco mientras empujaba un carrito donde llevaba los baúles.

—Todo en orden —murmuró al llegar junto a Tonks y la señora Weasley—. Creo que no nos han seguido…

Unos instantes después, el señor Weasley apareció en el andén con Ron y Hermione. Casi habían descargado el equipaje del carrito de Moody cuando llegaron Fred, George y Ginny con Lupin.

—¿Algún problema? —gruñó Moody.

—Ninguno —contestó Lupin.

—De todos modos, informaré a Dumbledore de lo de Sturgis —afirmó Moody—. Es la segunda vez que no se presenta en una semana. Está volviéndose tan informal como Mundungus.

—Bueno, cuidaos mucho —dijo Lupin estrechándoles la mano a todos. Por último se acercó a Harry y le dio una palmada en el hombro—. Tú también, Harry. Ten cuidado.

—Sí, no te metas en líos y ten los ojos bien abiertos —le aconsejó Moody al estrecharle la mano—. Y esto va por todos: cuidado con lo que ponéis por escrito. Si tenéis dudas, no se os ocurra escribirlas en vuestras cartas.

—Ha sido un placer conoceros —dijo Tonks abrazando a Hermione y Ginny—. Espero que volvamos a vernos pronto.

Entonces sonó un silbido de aviso; los alumnos que todavía estaban en el andén fueron apresuradamente hacia el tren.

—Rápido, rápido —los apremió la señora Weasley, atolondrada, abrazándolos a todos, y a Harry dos veces—. Escribid… Portaos bien… Si os habéis dejado algo ya os lo mandaremos… ¡Rápido, subid al tren!

El perro negro se levantó sobre las patas traseras y colocó las delanteras sobre los hombros de Harry, pero la señora Weasley empujó al muchacho hacia la puerta del tren y susurró:

—¡Te lo suplico, Sirius, haz el favor de comportarte como un perro!

—¡Hasta pronto! —gritó Harry desde la ventanilla abierta cuando el tren se puso en marcha, mientras Ron, Hermione y Ginny saludaban con la mano.

Las figuras de Tonks, Lupin, Moody y el señor y la señora Weasley se encogieron con rapidez, pero el perro negro corrió por el andén junto a la ventana, agitando la cola; la gente que había en el andén reía viéndolo perseguir el tren; entonces éste tomó una curva y Sirius desapareció.

—No ha debido acompañarnos —comentó Hermione, preocupada.

—Vamos, no seas así —dijo Ron—, hacía meses que no veía la luz del sol, pobre hombre.

—Bueno —dijo Fred dando una palmada—, no podemos pasarnos el día charlando, tenemos asuntos de los que hablar con Lee. Hasta luego —se despidió, y George y él desaparecieron por el pasillo hacia la derecha.

El tren iba adquiriendo velocidad, y las casas que se veían por la ventana pasaban volando mientras ellos se mecían acompasadamente.

—¿Vamos a buscar nuestro compartimento? —propuso Harry.

Ron y Hermione se miraron.

—Esto… —empezó a decir Ron.

—Nosotros… Bueno, Ron y yo tenemos que ir al vagón de los prefectos —dijo Hermione sintiéndose muy violenta.

Ron no miraba a su amigo, pues parecía muy interesado en las uñas de su mano izquierda.

—¡Ah! —exclamó Harry—. Bueno, vale.

—No creo que tengamos que quedarnos allí durante todo el trayecto —se apresuró a añadir Hermione—. Nuestras cartas decían que teníamos que recibir instrucciones de los delegados, y luego patrullar por los pasillos de vez en cuando.

—Vale —repitió Harry—. Bueno, entonces ya…, ya nos veremos más tarde.

—Sí, claro —dijo Ron lanzándole una furtiva y nerviosa mirada a su amigo—. Es una lata que tengamos que ir al vagón de los prefectos, yo preferiría… Pero tenemos que hacerlo, es decir, a mí no me hace ninguna gracia. Yo no soy Percy —concluyó con tono desafiante.

—Ya lo sé —afirmó Harry, y sonrió.

Pero cuando Hermione y Ron arrastraron sus baúles y a Crookshanks y a Pigwidgeon en su jaula hacia el primer vagón del tren, Harry tuvo una extraña sensación de abandono. Nunca había viajado en el expreso de Hogwarts sin Ron.

—¡Vamos! —le dijo Ginny—. Si nos damos prisa podremos guardarles sitio.

—Tienes razón —replicó Harry, y cogió la jaula de Hedwig con una mano y el asa de su baúl con la otra.

Luego echaron a andar por el pasillo mirando a través de las puertas de paneles de cristal para ver el interior de los compartimentos, que ya estaban llenos. Harry se fijó, inevitablemente, en que mucha gente se quedaba contemplándolo con gran interés, y varios daban codazos a sus compañeros y lo señalaban. Tras observar aquel comportamiento en cinco vagones consecutivos, recordó que El Profeta se había pasado el verano contando a sus lectores que Harry era un mentiroso y un fanfarrón. Desanimado, se preguntó si esa gente que lo miraba y susurraba se habría creído aquellas historias.

En el último vagón encontraron a Neville Longbottom, que, como Harry, también iba a hacer el quinto año en Gryffindor; tenía la cara cubierta de sudor por el esfuerzo de tirar de su baúl por el pasillo mientras con la otra mano sujetaba a su sapo, Trevor.

—¡Hola, Harry! —lo saludó, jadeando—. ¡Hola, Ginny! El tren va lleno… No encuentro asiento…

—Pero ¿qué dices? —se extrañó Ginny, que se había colado por detrás de Neville para mirar en el compartimento que había tras él—. En este compartimento hay sitio, sólo está Lunática Lovegood.

Neville murmuró algo parecido a que no quería molestar a nadie.

—No digas tonterías —soltó Ginny riendo—. Es muy simpática. —Y entonces abrió la puerta del compartimento y metió su baúl dentro. Harry y Neville la siguieron—. ¡Hola, Luna! —la saludó Ginny—. ¿Te importa que nos quedemos aquí?

La muchacha que había sentada junto a la ventana levantó la cabeza. Tenía el pelo rubio, sucio y desgreñado, largo hasta la cintura, cejas muy claras y unos ojos saltones que le daban un aire de sorpresa permanente. Harry comprendió de inmediato por qué Neville había decidido pasar de largo de aquel compartimento. La muchacha tenía un aire inconfundible de chiflada. Quizá contribuyera a ello que se había colocado la varita mágica detrás de la oreja izquierda, o que llevaba un collar hecho con corchos de cerveza de mantequilla, o que estaba leyendo una revista al revés. La chica miró primero a Neville y luego a Harry, y a continuación asintió con la cabeza.

—Gracias —dijo Ginny, sonriente.

Harry y Neville pusieron los tres baúles y la jaula de Hedwig en la rejilla portaequipajes y se sentaron. Luna los observaba por encima del borde de su revista, El Quisquilloso, y parecía que no parpadeaba tanto como el resto de los seres humanos. Miraba fijamente a Harry, que se había sentado enfrente de ella y que ya empezaba a lamentarlo.

—¿Has pasado un buen verano, Luna? —le preguntó Ginny.

—Sí —respondió ella en tono soñador sin apartar los ojos de Harry—. Sí, me lo he pasado muy bien. Tú eres Harry Potter —añadió.

—Sí, ya lo sé —repuso el chico.

Neville rió entre dientes y Luna dirigió sus claros ojos hacia él.

—Y tú no sé quién eres.

—No soy nadie —se apresuró a decir Neville.

—Claro que sí —intervino Ginny, tajante—. Neville Longbottom, Luna Lovegood. Luna va a mi curso, pero es una Ravenclaw.

—«Una inteligencia sin límites es el mayor tesoro de los hombres» —recitó Luna con sonsonete.

Luego levantó su revista, que seguía sosteniendo del revés, lo bastante para ocultarse la cara y se quedó callada. Harry y Neville se miraron arqueando las cejas y Ginny contuvo una risita.

El tren avanzaba traqueteando a través del campo. Hacía un día extraño, un tanto inestable; tan pronto el sol inundaba el vagón como pasaban por debajo de unas amenazadoras nubes grises.

—¿Sabéis qué me regalaron por mi cumpleaños? —preguntó de repente Neville.

—¿Otra recordadora? —aventuró Harry acordándose de la bola de cristal que la abuela de Neville le había enviado en un intento de mejorar la desastrosa memoria de su nieto.

—No. Aunque no me vendría mal una, porque perdí la vieja hace mucho tiempo… No, mirad…

Metió la mano con la que no sujetaba con firmeza a Trevor en su mochila y, tras hurgar un rato, sacó una cosa que parecía un pequeño cactus gris en un tiesto, aunque estaba cubierto de forúnculos en lugar de espinas.

—Una Mimbulus mimbletonia —dijo con orgullo, y Harry se quedó mirando aquella cosa que latía débilmente y tenía el siniestro aspecto de un órgano enfermo—. Es muy, muy rara —afirmó Neville, radiante—. No sé si hay alguna en el invernadero de Hogwarts. Me muero de ganas de enseñársela a la profesora Sprout. Mi tío abuelo Algie me la trajo de Asiria. Voy a ver si puedo conseguir más ejemplares a partir de éste.

Harry ya sabía que la asignatura favorita de Neville era la Herbología, pero por nada del mundo podía entender que le interesara tanto aquella raquítica plantita.

—¿Hace… algo? —preguntó.

—¡Ya lo creo! ¡Un montón de cosas! —exclamó Neville con orgullo—. Tiene un mecanismo de defensa asombroso. Mira, sujétame a Trevor

Entonces puso el sapo en el regazo de Harry y sacó una pluma de su mochila. Los saltones ojos de Luna Lovegood volvieron a asomar por el borde de su revista para ver qué hacía Neville. Éste, con la lengua entre los dientes, colocó la Mimbulus mimbletonia a la altura de sus ojos, eligió un punto y le dio un pinchazo con la punta de su pluma.

Inmediatamente empezó a salir líquido por todos los forúnculos de la planta, unos chorros densos y pegajosos de color verde oscuro. El líquido salpicó el techo y las ventanas y manchó la revista de Luna Lovegood; Ginny, que se había tapado la cara con los brazos justo a tiempo, quedó como si llevara un viscoso sombrero verde, y Harry, que tenía las manos ocupadas impidiendo que Trevor escapara, recibió un chorro en toda la cara. El líquido olía a estiércol seco.

Neville, que también se había manchado la cara y el pecho, sacudió la cabeza para quitarse el líquido de los ojos.

—Lo…, lo siento —dijo entrecortadamente—. Todavía no lo había probado… No me imaginaba que pudiera ser tan… Pero no os preocupéis, su jugo fétido no es venenoso —añadió, nervioso, al ver que Harry escupía un trago en el suelo.

En ese preciso instante se abrió la puerta de su compartimento.

—¡Oh…, hola, Harry! —lo saludó una vocecilla—. Humm…, ¿te pillo en mal momento?

Harry limpió los cristales de sus gafas con la mano con la que no sujetaba a Trevor. Una chica muy guapa, cuyo cabello era negro, largo y reluciente, estaba plantada en la puerta, sonriéndole. Era Cho Chang, la buscadora del equipo de quidditch de Ravenclaw.

—¡Ah, hola…! —respondió Harry, desconcertado.

—Humm… —dijo Cho—. Bueno… Sólo venía a decirte hola… Hasta luego.

Y con las mejillas muy coloradas cerró la puerta y se marchó. Harry se recostó en el asiento y soltó un gruñido. Le habría gustado que Cho lo encontrara sentado con un grupo de gente interesante, muerta de risa por un chiste que él acababa de contar, y no con Neville y Lunática Lovegood, con un sapo en la mano y chorreando jugo fétido.

—Bueno, no importa —dijo Ginny con optimismo—. Mirad, podemos librarnos de todo esto con facilidad. —Sacó su varita y exclamó—: ¡Fregotego!

Y el jugo fétido desapareció.

—Lo siento —volvió a decir Neville con un hilo de voz.

Ron y Hermione no aparecieron hasta al cabo de una hora, después de que pasase el carrito de la comida. Harry, Ginny y Neville se habían terminado las empanadas de calabaza y estaban muy entretenidos intercambiando cromos de ranas de chocolate cuando se abrió la puerta del compartimento y Ron y Hermione entraron acompañados de Crookshanks y Pigwidgeon, que ululaba estridentemente en su jaula.

—Estoy muerto de hambre —dijo Ron; dejó a Pigwidgeon junto a Hedwig, le quitó una rana de chocolate de las manos a Harry y se sentó a su lado. Abrió el envoltorio, mordió la cabeza de la rana y se recostó con los ojos cerrados, como si hubiera tenido una mañana agotadora.

—Hay dos prefectos de quinto en cada casa —explicó Hermione, que parecía muy contrariada, y se sentó también—. Un chico y una chica.

—Y a ver si sabéis quién es uno de los prefectos de Slytherin —preguntó Ron, que todavía no había abierto los ojos.

—Malfoy —contestó Harry al instante, convencido de que sus peores temores se confirmarían.

—Por supuesto —afirmó Ron con amargura; luego se metió el resto de la rana en la boca y cogió otra.

—Y Pansy Parkinson, esa pava —añadió Hermione con malicia—. No sé cómo la han nombrado prefecta, si es más tonta que un trol con conmoción cerebral…

—¿Quiénes son los de Hufflepuff? —preguntó Harry.

—Ernie Macmillan y Hannah Abbott —contestó Ron.

—Y Anthony Goldstein y Padma Patil son los de Ravenclaw —añadió Hermione.

—Tú fuiste al baile de Navidad con Padma Patil —dijo una vocecilla.

Todos se volvieron para mirar a Luna Lovegood, que observaba sin pestañear a Ron por encima de El Quisquilloso. El chico se tragó el trozo de rana que tenía en la boca.

—Sí, ya lo sé —afirmó un tanto sorprendido.

—Ella no se lo pasó muy bien —le informó Luna—. No está contenta con cómo la trataste, porque no quisiste bailar con ella. A mí no me habría importado —añadió pensativa—. A mí no me gusta bailar —aseguró, y luego volvió a esconderse detrás de El Quisquilloso.

Ron se quedó mirando la portada durante unos segundos con la boca abierta y después miró a Ginny en busca de algún tipo de explicación, pero su hermana se había metido los nudillos en la boca para no reírse. Ron movió negativamente la cabeza, desconcertado, y luego miró la hora.

—Tenemos que patrullar por los pasillos de vez en cuando —les comentó a Harry y a Neville—, y podemos castigar a los alumnos si se portan mal. Estoy deseando pillar a Crabbe y a Goyle haciendo algo…

—¡No debes aprovecharte de tu cargo, Ron! —lo regañó Hermione.

—Sí, claro, como si Malfoy no pensara sacarle provecho al suyo —replicó éste con sarcasmo.

—¿Qué vas a hacer? ¿Ponerte a su altura?

—No, sólo voy a asegurarme de pillar a sus amigos antes de que él pille a los míos.

—Ron, por favor…

—Obligaré a Goyle a copiar y copiar; eso le fastidiará mucho porque no soporta escribir —aseguró Ron muy contento. Luego bajó la voz imitando los gruñidos de Goyle y, poniendo una mueca de dolorosa concentración, hizo como si escribiera en el aire—: «No… debo… parecerme… al culo… de un… babuino.»

Todos rieron, pero nadie más fuerte que Luna Lovegood, quien soltó una sonora carcajada que hizo que Hedwig despertara y agitara las alas con indignación, y que Crookshanks saltara a la rejilla portaequipajes bufando. Luna rió tan fuerte que la revista salió despedida de sus manos, resbaló por sus piernas y fue a parar al suelo.

—¡Qué gracioso!

Sus saltones ojos se llenaron de lágrimas mientras intentaba recobrar el aliento, mirando fijamente a Ron. Éste, perplejo, observó a los demás, que en ese momento se reían de la expresión del rostro de su amigo y de la risa ridículamente prolongada de Luna Lovegood, que se mecía adelante y atrás sujetándose los costados.

—¿Me tomas el pelo? —preguntó Ron frunciendo el entrecejo.

—¡El culo… de un… babuino! —exclamó ella con voz entrecortada sin soltarse las costillas.

Todos los demás observaban cómo reía Luna, pero Harry se fijó en la revista que había caído al suelo y vio algo que lo hizo agacharse con rapidez y cogerla. Viéndola del revés no había identificado la imagen de la portada, pero entonces Harry se dio cuenta de que era una caricatura bastante mala de Cornelius Fudge; de hecho, Harry sólo lo reconoció por el bombín de color verde lima. Fudge tenía una bolsa de oro en una mano, y con la otra estrangulaba a un duende. La caricatura llevaba esta leyenda: «¿De qué será capaz Fudge para conseguir el control de Gringotts?»

Debajo había una lista de los títulos de otros artículos incluidos en la revista:

Corrupción en la liga de quidditch: los ilícitos métodos de los Tornados.

Los secretos de las runas antiguas, desvelados.

Sirius Black: ¿víctima o villano?

—¿Me dejas mirar un momento? —le preguntó Harry a Luna.

Ella, que seguía mirando a Ron y riendo a carcajadas, asintió con la cabeza.

Harry, por su parte, abrió la revista y buscó el índice. Hasta aquel momento se había olvidado por completo de la revista que Kingsley había entregado al señor Weasley para que se la hiciera llegar a Sirius, pero debía de ser el mismo número de El Quisquilloso.

Encontró la página en el índice y la buscó.

Ese artículo también iba ilustrado con una caricatura bastante mala; seguramente, Harry no habría sabido que pretendía representar a Sirius si no hubiera llevado una leyenda. Su padrino estaba de pie sobre un montón de huesos humanos, con la varita en alto. El titular del artículo rezaba:

¿ES SIRIUS BLACK TAN MALO COMO LO PINTAN?

¿Famoso autor de matanzas o inocente cantante de éxito?

Harry tuvo que leer la segunda frase varias veces antes de convencerse de que no la había entendido mal. ¿Desde cuándo era Sirius un cantante de éxito?

Durante catorce años, Sirius Black ha sido considerado culpable del asesinato de un mago y doce muggles inocentes. La audaz fuga de Black de Azkaban, hace dos años, ha dado pie a la mayor persecución organizada en toda la historia del Ministerio de Magia. Ninguno de nosotros ha puesto en duda jamás que Black merece ser capturado de nuevo y entregado a los dementores.

PERO ¿LO MERECE EN REALIDAD?

Hace poco tiempo han salido a la luz nuevas y sorprendentes pruebas de que Sirius Black podría no haber cometido los crímenes por los que lo enviaron a Azkaban. De hecho, Doris Purkiss, del número 18 de Acanthia Way, Little Norton, sostiene que Black ni siquiera podría haber estado presente en el escenario de los crímenes.

«Lo que la gente no sabe es que Sirius Black es un nombre falso —afirma la señora Purkiss—. El hombre al que todos creen conocer como Sirius Black es en realidad Stubby Boardman, cantante del conocido grupo musical Los Trasgos, que se retiró de la vida pública hace casi quince años, tras recibir el impacto de un nabo en una oreja durante un concierto celebrado en la iglesia de Little Norton. Lo reconocí en cuanto vi su fotografía en el periódico. Pues bien, Stubby no pudo cometer esos crímenes porque el día en cuestión estaba disfrutando de una romántica cena a la luz de las velas conmigo. He escrito al ministro de Magia y espero que pronto presente sus disculpas a Stubby, alias Sirius.»

Harry terminó de leer el artículo y se quedó mirando la página, incrédulo. Quizá fuera un chiste, pensó, quizá la revista incluyese bromas de ese tipo. Retrocedió unas cuantas páginas y encontró el artículo sobre Fudge.

Cornelius Fudge, el ministro de Magia, ha negado que tuviera planes para hacerse con la dirección de Gringotts, el banco mágico, cuando fue elegido ministro de Magia hace cinco años. Fudge siempre ha insistido en que lo único que quiere es «cooperar pacíficamente» con los guardianes de nuestro oro.

PERO ¿ES ESO CIERTO?

Fuentes cercanas al ministro han revelado recientemente que la mayor ambición de Fudge es hacerse con el control del oro de los duendes, y que no dudará en emplear la fuerza si es necesario.

«No sería la primera vez que sucede —dijo un empleado del Ministerio—. Cornelius Fudge, el Aplastaduendes, así es como lo llaman sus amigos. Si lo oyera usted hablar cuando cree que nadie lo escucha… Oh, siempre está hablando de los duendes que se ha cargado: ha mandado que los ahoguen, que los lancen desde lo alto de edificios, que los envenenen, que hagan pasteles con ellos…»

Harry no siguió leyendo. Fudge podía tener muchos defectos, pero le resultaba extremadamente difícil imaginárselo ordenando que hicieran pasteles con duendes. Hojeó el resto de la revista y, deteniéndose de vez en cuando, leyó otros artículos, como: la afirmación de que los Tutshill Tornados estaban ganando la liga de quidditch mediante una combinación de chantaje, tortura y manipulación ilegal de escobas; una entrevista con un brujo que aseguraba haber volado hasta la luna en una Barredora 6 y había traído una bolsa llena de ranas lunares para demostrarlo, y un artículo sobre las runas antiguas que al menos explicaba por qué Luna había estado leyendo El Quisquilloso del revés. Según la revista, si ponías las runas cabeza abajo, éstas revelaban un hechizo para hacer que las orejas de tu enemigo se convirtieran en naranjitas chinas. De hecho, comparada con el resto de los artículos de El Quisquilloso, la insinuación de que Sirius podía ser en realidad el cantante de Los Trasgos parecía bastante sensata.

—¿Hay algo que valga la pena? —preguntó Ron cuando Harry cerró la revista.

—Pues claro que no —se adelantó Hermione en tono mordaz—. El Quisquilloso es pura basura, lo sabe todo el mundo.

—Perdona —dijo Luna, cuya voz, de pronto, había perdido aquel tono soñador—. Mi padre es el director.

—¡Oh…, yo…! —balbuceó Hermione, abochornada—. Bueno…, tiene cosas interesantes… Es muy…

—Dámela, por favor. Gracias —respondió Luna con frialdad, y luego se inclinó hacia delante y se la quitó a Harry de las manos.

Pasó con rapidez las páginas hasta la número cincuenta y siete, volvió a ponerla del revés con decisión y desapareció de nuevo tras ella justo cuando la puerta del compartimento se abría por tercera vez.

Harry se volvió; estaba esperando que sucediera, pero eso no significó que el hecho de ver a Draco Malfoy sonriendo con suficiencia, flanqueado por Crabbe y Goyle, le resultara menos desagradable.

—¿Qué? —le espetó agresivamente antes de que Malfoy pudiera abrir la boca.

—Cuida tus modales, Potter, o tendré que castigarte —dijo Malfoy arrastrando las palabras; su lacio y rubio cabello y su puntiaguda barbilla eran iguales que los de su padre—. Mira, a mí me han nombrado prefecto y a ti no, lo cual significa que yo tengo el derecho de imponer castigos y tú no.

—Ya —replicó Harry—, pero tú eres un imbécil y yo no, así que lárgate de aquí y déjanos en paz.

Ron, Hermione, Ginny y Neville se pusieron a reír y Malfoy torció el gesto.

—Dime, Potter, ¿qué se siente siendo el mejor después de Weasley?

—Cállate, Malfoy —dijo Hermione con dureza.

—Veo que he puesto el dedo en la llaga —sentenció Malfoy sin dejar de sonreír—. Bueno, ándate con mucho cuidado, Potter, porque voy a estar siguiéndote como un perro por si desobedeces en algo.

—¡Largo! —le ordenó Hermione poniéndose en pie.

Malfoy soltó una risita, dirigió una última mirada maliciosa a Harry y salió del compartimento seguido de Crabbe y Goyle. Hermione cerró de golpe la puerta y se volvió para mirar a Harry, quien comprendió de inmediato que ella, igual que él, había entendido lo que había querido decir Malfoy con aquellas palabras, y que la habían impresionado tanto como a él.

—Pásame otra rana —dijo entonces Ron, que no se había enterado de nada.

Harry no podía hablar libremente delante de Neville y Luna, así que intercambió otra mirada nerviosa con Hermione y luego se puso a mirar por la ventanilla.

Le había parecido divertido que Sirius los acompañara a la estación, pero de pronto lo asaltó la idea de que había sido arriesgado, por no decir peligrosísimo… Hermione tenía razón… Sirius no debía haberlos acompañado. ¿Y si el señor Malfoy había visto al perro negro y se lo había contado a Draco? ¿Y si había deducido que los Weasley, Lupin, Tonks y Moody sabían dónde estaba escondido Sirius? ¿O había sido una simple coincidencia que Malfoy utilizara la expresión «como un perro»?

El clima seguía sin definirse mientras el tren avanzaba hacia el norte. La lluvia salpicaba las ventanillas con desgana, y de vez en cuando el sol hacía una débil aparición antes de que las nubes volvieran a taparlo. Cuando oscureció y se encendieron las luces dentro de los vagones, Luna enrolló El Quisquilloso, lo guardó con cuidado en su bolsa y se dedicó a observar a los que viajaban con ella en el compartimento.

Harry iba sentado con la frente apoyada en la ventanilla intentando divisar la silueta de Hogwarts, pero no había luna y el cristal estaba mojado y sucio.

—Será mejor que nos cambiemos —dijo Hermione al fin.

Ron y Hermione engancharon sus insignias de prefectos en sus túnicas y Harry vio que Ron se miraba en el cristal de la oscura ventanilla.

Por fin el tren empezó a aminorar la marcha y oyeron el habitual alboroto por el pasillo, pues todos se pusieron en pie para recoger su equipaje y a sus mascotas, listos para apearse. Como Ron y Hermione tenían que supervisar que hubiera orden, volvieron a salir del compartimento encargando a Harry y a los demás del cuidado de Crookshanks y Pigwidgeon.

—Yo puedo llevar esa lechuza, si quieres —le dijo Luna a Harry señalando la jaula de Pigwidgeon mientras Neville se guardaba a Trevor con cuidado en un bolsillo interior.

—¡Ah, gracias! —contestó Harry, quien le pasó la jaula de Pigwidgeon y así pudo sujetar mejor la de Hedwig.

Salieron del compartimento y notaron por primera vez el frío de la noche en la cara al reunirse con el resto de los alumnos en el pasillo. Lentamente fueron avanzando hacia las puertas. Harry notó el olor de los pinos que bordeaban el sendero, que descendía hasta el lago. Bajó al andén y miró a su alrededor esperando oír el familiar grito de «¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí!».

Pero aquel grito no se oyó. Una voz de mujer muy diferente gritaba con un enérgico tono: «¡Los de primero pónganse en fila aquí, por favor! ¡Todos los de primero conmigo!»

Un farol se acercaba oscilando hacia Harry, y su luz le permitió ver la prominente barbilla y el severo corte de pelo de la profesora Grubbly-Plank, la bruja que el año anterior había sustituido durante un tiempo a Hagrid como profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas.

—¿Dónde está Hagrid? —preguntó Harry en voz alta.

—No lo sé —contestó Ginny—, pero será mejor que nos apartemos, estamos impidiendo el paso.

—¡Ah, sí!

Harry y Ginny se separaron mientras recorrían el andén y entraban en la estación. Empujado por el gentío, el muchacho escudriñaba la oscuridad tratando de distinguir a Hagrid; tenía que estar allí, Harry lo había dado por hecho: volver a ver a Hagrid era una de las cosas que más ilusión le hacían. Pero no había ni rastro de él.

«No puede haberse marchado —se dijo Harry mientras caminaba con el resto de los alumnos, despacio y arrastrando los pies, y pasaba por una estrecha puerta que daba a la calle—. Debe de estar resfriado o algo así.»

Miró alrededor buscando a Ron o a Hermione, pues quería saber qué opinaban ellos de la presencia de la profesora Grubbly-Plank, pero ninguno de los dos estaba por allí cerca, así que se dejó arrastrar hacia la oscura y mojada calle que discurría frente a la estación de Hogsmeade.

Allí esperaba el centenar de carruajes sin caballos que cada año llevaba a los alumnos que no eran de primer curso hasta el castillo. Harry los miró brevemente, se dio la vuelta para buscar a Ron y a Hermione, y luego volvió a mirar.

Los carruajes habían cambiado, pues entre las varas de los coches había unas criaturas de pie. Si hubiera debido llamarlas de alguna forma, suponía que las habría llamado caballos, aunque tenían cierto aire de reptil. No tenían ni pizca de carne, y el negro pelaje se pegaba al esqueleto, del que se distinguía con claridad cada uno de los huesos. La cabeza parecía de dragón y tenían los ojos sin pupila, blancos y fijos. De la cruz, la parte más alta del lomo de aquella especie de animales, les salían alas, unas alas inmensas, negras y curtidas, que parecían de gigantescos murciélagos. Allí plantadas, quietas y silenciosas en la oscuridad, las criaturas tenían un aire fantasmal y siniestro. Harry no entendía por qué aquellos horribles caballos tiraban de los carruajes cuando éstos eran perfectamente capaces de moverse solos.

—¿Dónde está Pig? —preguntó la voz de Ron detrás de Harry.

—La llevaba esa chica, Luna —respondió éste volviéndose con rapidez, ansioso por preguntar a Ron por Hagrid—. ¿Dónde crees que…?

—¿… está Hagrid? No lo sé —contestó su amigo, que se mostraba preocupado—. Espero que esté bien…

Cerca de ellos, Draco Malfoy, seguido de un pequeño grupo de amigotes, entre ellos Crabbe, Goyle y Pansy Parkinson, apartaba a unos alumnos de segundo de aspecto tímido para que él y sus colegas pudieran tener un coche para ellos solos. Unos segundos más tarde, Hermione salió jadeando de entre la multitud.

—Malfoy se ha portado fatal con un alumno de primero. Pienso informar de esto, sólo hace tres minutos que se ha puesto la insignia y ya está utilizándola para intimidar a la gente… ¿Dónde está Crookshanks?

—Lo tiene Ginny —respondió Harry—. Mira, allí está…

Ginny acababa de salir de la muchedumbre con el gato en los brazos.

—Gracias —dijo Hermione cogiendo a su mascota—. Vamos a ver si encontramos un coche antes de que se llenen todos y podemos ir juntos…

—¡Todavía no tengo a Pig! —exclamó entonces Ron, pero Hermione ya iba hacia el primer carruaje libre que había visto. Harry se quedó atrás con su amigo.

—¿Qué crees que son esos bichos? —le preguntó señalando con la cabeza los horribles caballos, mientras los otros alumnos pasaban a su lado.

—¿Qué bichos?

—Esos caballos…

En ese momento apareció Luna con la jaula de Pigwidgeon; la pequeña lechuza gorjeaba muy emocionada, como siempre.

—Toma —dijo Luna—. Es una lechuza encantadora, ¿no?

—Esto…, sí…, encantadora —balbuceó Ron con brusquedad—. Vamos, subamos al… ¿Qué estabas diciéndome, Harry?

—Estaba preguntándote qué son esos caballos —repitió Harry mientras Ron, Luna y él se dirigían al carruaje al que ya habían subido Hermione y Ginny.

—¿Qué caballos?

—¡Los caballos que tiran de los coches! —dijo Harry con impaciencia.

Estaban a menos de un metro de uno de ellos y el animal los miraba con sus ojos vacíos y blancos. Ron, sin embargo, miró a Harry con perplejidad.

—¿De qué me hablas?

—Te hablo de… ¡Mira!

Harry agarró a Ron por un brazo y le dio la vuelta, colocándolo cara a cara con el caballo alado. Ron lo miró fijamente un par de segundos y luego volvió a mirar a Harry.

—¿Qué se supone que estoy mirando?

—El… ¡Aquí, entre las varas! ¡Enganchado al coche! ¡Lo tienes delante de las narices!

Pero Ron seguía sin comprender ni una palabra, y entonces a Harry se le ocurrió algo muy extraño.

—¿No…, no los ves?

—¿Ver qué?

—¿No ves lo que tira de los carruajes?

En ese instante Ron parecía ya muy alarmado.

—¿Te encuentras bien, Harry?

—Sí, claro…

Harry estaba absolutamente perplejo. El caballo estaba allí mismo, delante de él, sólido y reluciente bajo la débil luz que salía de las ventanas de la estación que tenían detrás, y le salía vaho por los orificios de la nariz. Sin embargo, a menos que Ron estuviera gastándole una broma, y si así era no tenía ninguna gracia, su amigo no los veía.

—¿Subimos o no? —preguntó éste, perplejo, mirando a Harry como si estuviera preocupado por él.

—Sí. Sí, subamos…

—No pasa nada —dijo entonces una voz soñadora detrás de Harry en cuanto Ron se perdió en el oscuro interior del carruaje—. No te estás volviendo loco ni nada parecido. Yo también los veo.

—¿Ah, sí? —replicó Harry, desesperado, volviéndose hacia Luna y viendo reflejados en sus redondos y plateados ojos los caballos con alas de murciélago.

—Sí, claro. Yo ya los vi el primer día que vine aquí —le explicó la chica—. Siempre han tirado de los carruajes. No te preocupes, estás tan cuerdo como yo.

Luna esbozó una sonrisa y subió al mohoso carruaje detrás de Ron, y Harry la siguió sin estar muy convencido.