La Sala Incognoscible
DURANTE la semana siguiente, Harry se estrujó el cerebro buscando una manera de que Slughorn le entregara el auténtico recuerdo, pero no se le ocurrió ninguna idea genial y acabó recurriendo a lo que últimamente solía hacer cuando se sentía perdido: enfrascarse en su libro de Pociones con la esperanza de que el príncipe hubiera garabateado algún comentario útil en alguna página.
—Ahí no vas a encontrar nada —le dijo Hermione el domingo por la noche.
—No empieces, Hermione. Si no llega a ser por el príncipe, ahora Ron no estaría aquí sentado.
—Estaría aquí sentado si hubieras escuchado a Snape en primero —repuso ella con desdén.
Harry no le hizo caso. Acababa de encontrar un conjuro (¡Sectumsempra!) escrito en un margen, seguido de las intrigantes palabras «para enemigos», y se moría de ganas de probarlo. Pero no le pareció oportuno hacerlo delante de Hermione, así que dobló con disimulo la esquina de la hoja.
Estaban sentados delante del fuego en la sala común, donde aún quedaban unos pocos compañeros de sexto que pronto se irían a dormir. Un rato antes, al volver de cenar, hubo cierto alboroto porque en el tablón de anuncios habían puesto un letrero con la fecha del examen de Aparición. Los alumnos que el 21 de abril —fecha del primer examen— tuviesen diecisiete años podrían apuntarse a sesiones de prácticas complementarias. Se realizarían en Hogsmeade rodeadas de estrictas medidas de seguridad.
A Ron le entró pánico al leer la noticia porque todavía no había conseguido aparecerse y temía no estar preparado para aprobar el examen; Hermione, que ya había logrado aparecerse dos veces, se sentía un poco más confiada, pero Harry, que cumpliría los diecisiete años cuatro meses más tarde, no podría examinarse aunque estuviera lo bastante preparado.
—¡Pero tú al menos sabes aparecerte! —le dijo Ron con nerviosismo—. ¡Cuando llegue julio no tendrás ningún problema!
—Sólo lo he hecho una vez —le recordó Harry. Al fin, en la última clase, había conseguido desaparecerse y rematerializarse dentro de su aro.
Ron, que había perdido bastante tiempo hablando de sus preocupaciones respecto a la Aparición, se decidió a terminar una redacción condenadamente difícil, encargada por Snape, que Harry y Hermione ya habían acabado. Harry estaba convencido de que Snape iba a ponerle mala nota en ese trabajo por haber discrepado con él sobre la mejor forma de enfrentarse a los dementores, pero no le importaba: lo que más le interesaba en ese momento era el recuerdo de Slughorn.
—En serio, Harry, ese estúpido príncipe no te ayudará en esta misión —insistió Hermione—. Sólo hay una manera de obligar a alguien a hacer lo que uno quiera: la maldición imperius, pero es ilegal…
—Sí, ya lo sé, gracias —dijo Harry sin desviar la mirada del libro—. Por eso busco algo diferente. Dumbledore me advirtió que el Veritaserum no serviría, pero quizá encuentre otra cosa: alguna poción o algún hechizo…
—No estás enfocando bien este asunto —se obstinó su amiga—. Dumbledore afirma que eres el único que puede sonsacarle ese recuerdo. Eso da a entender que tú puedes convencerlo con algo que no está al alcance de nadie más. No se trata de hacerle beber una poción; eso podría hacerlo cualquiera…
—¿«Velijerante» va con uve? —dijo Ron, sacudiendo la pluma entre los dedos y sin desviar la vista de su hoja de pergamino—. Creía que iba con be.
—Va con be y ge —corrigió Hermione echando un vistazo a la redacción—. Y «augurio» se escribe sin hache. ¿Qué pluma estás utilizando?
—Una de las de Fred y George con corrector ortográfico incorporado. Pero me parece que el encantamiento está perdiendo su efecto.
—Ya lo creo —dijo Hermione, y le señaló el título de la redacción—, porque nos preguntaban cómo nos enfrentaríamos a un dementor, no a un dugbog, y que yo sepa tampoco te llamas Roonil Wazlib, a menos que te hayas cambiado el nombre.
—¡Ostras, no! —exclamó Ron contemplando horrorizado la hoja—. ¡No me digas que tengo que volver a escribirlo todo!
—No te preocupes, se puede arreglar —dijo ella; cogió la redacción y sacó su varita mágica.
—Te adoro, Hermione —murmuró él, y se recostó en la butaca frotándose los ojos, cansado.
Ella se ruborizó ligeramente, pero se limitó a comentar:
—Que Lavender no te oiga decir eso.
—No me oirá —masculló Ron—. O quizá sí… y entonces me dejará.
—Si lo que quieres es terminar esa relación, ¿por qué no la dejas tú a ella? —preguntó Harry.
—Nunca has dejado a nadie, ¿no? —repuso su amigo—. Cho y tú simplemente…
—Nos fuimos a pique, sí, es verdad —admitió Harry.
—¡Ojalá nos pasara eso a Lavender y a mí! —exclamó Ron mientras miraba cómo Hermione, sin decir nada, iba tocando con la punta de la varita cada una de las palabras mal escritas y las corregía—. Pero cuanto más le insinúo que quiero dejarlo, más se aferra ella a mí. Es como salir con el calamar gigante.
Unos veinte minutos más tarde, la chica le entregó la redacción.
—Aquí tienes —le dijo.
—Muchas gracias. ¿Me prestas tu pluma para escribir las conclusiones?
Harry, que no había vuelto a encontrar nada útil o sugerente en las notas del Príncipe Mestizo, levantó la vista del libro y vio que se habían quedado solos en la sala común, pues incluso Seamus había subido a acostarse maldiciendo a Snape y su redacción. Lo único que se oía era el chisporroteo del fuego y el rasgueo de Ron, que acababa su trabajo sobre los dementores con la pluma de Hermione. Cerró el libro del Príncipe Mestizo y empezó a bostezar cuando…
¡Crac!
Hermione soltó un gritito, Ron manchó de tinta la redacción y Harry exclamó:
—¡Kreacher!
El elfo doméstico hizo una exagerada reverencia y, con la nariz casi pegada a los deformados dedos de sus pies, dijo:
—El amo quería informes regulares sobre las actividades del pequeño Malfoy, y Kreacher ha venido a…
¡Crac!
Dobby, con un cubretetera torcido a modo de gorro, se apareció al lado de Kreacher.
—¡Dobby también ha colaborado, Harry Potter! —exclamó, y le lanzó a Kreacher una mirada furibunda—. ¡Y Kreacher debería avisar a Dobby cuándo piensa ir a ver a Harry Potter para que así puedan presentar sus informes juntos!
—¿Qué significa esto? —preguntó Hermione, aún sorprendida por sus repentinas apariciones—. ¿Qué pasa, Harry?
Harry vaciló porque no le había contado que los dos elfos debían seguir a Malfoy por orden suya; su amiga era muy susceptible en todo lo relativo a los elfos domésticos.
—Es que… les pedí que siguieran a Malfoy —reconoció al fin.
—Noche y día —precisó Kreacher con un gruñido.
—¡Dobby lleva una semana sin pegar ojo, Harry Potter! —declaró Dobby con orgullo, y se tambaleó un poco.
Hermione se alarmó.
—¿No has dormido nada en todo ese tiempo, Dobby? Pero Harry, supongo que no le has ordenado que…
—No, claro que no —se apresuró a aclarar el muchacho—. Dobby, puedes dormir, ¿de acuerdo? A ver, ¿habéis averiguado algo? —preguntó antes de que Hermione volviera a intervenir.
—El amo Malfoy hace gala de la nobleza que corresponde a su sangre limpia —dijo Kreacher con voz ronca—. Sus facciones recuerdan la elegante fisonomía de mi ama y sus modales son los mismos que…
—¡Draco Malfoy es un niño malo! —chilló Dobby—. ¡Es un niño malo que… que…! —Un escalofrío lo sacudió desde la borla del cubretetera hasta la punta de los calcetines, y de pronto echó a correr hacia la chimenea como si fuera a arrojarse al fuego.
Harry, a quien no sorprendió ese arranque, lo alcanzó enseguida y lo sujetó con fuerza por la cintura. El elfo forcejeó unos segundos y luego dejó de oponer resistencia.
—Gracias, Harry Potter —jadeó—. A Dobby todavía le cuesta hablar mal de sus antiguos amos…
Harry lo soltó. Entonces Dobby se colocó bien el cubretetera y le dijo a Kreacher con tono desafiante:
—¡Pero Kreacher debería saber que Draco Malfoy no se porta bien con los elfos domésticos!
—Sí, no nos interesa que nos cuentes lo encantado que estás con Malfoy —terció Harry—. Ve al grano y explícanos qué ha estado tramando.
Kreacher, rabioso, volvió a hacer una reverencia y dijo:
—El amo Malfoy come en el Gran Comedor, duerme en un dormitorio de las mazmorras, asiste a clase en diversas…
—Dobby, dímelo tú —se impacientó Harry, admitiendo que Kreacher era un caso perdido—. ¿Ha ido a algún sitio al que no debía ir?
—Harry Potter, señor —chilló Dobby, y en sus enormes y esféricos ojos se reflejó el resplandor del fuego—, el chico Malfoy no está violando ninguna norma, al menos que Dobby sepa, pero sigue interesado en evitar que lo detecten. Ha realizado visitas regulares al séptimo piso con varios estudiantes que montan guardia mientras él entra en…
—¡En la Sala de los Menesteres! —comprendió Harry de pronto, y se dio en la frente con Elaboración de pociones avanzadas. Hermione y Ron se quedaron mirándolo—. ¡Ahí es donde se esconde! ¡Ahí es donde hace… lo que sea que hace! Y por eso desaparece del mapa. ¡Ahora que lo pienso, en el mapa nunca he visto la Sala de los Menesteres!
—A lo mejor los merodeadores no sabían de su existencia —sugirió Ron.
—Supongo que esa particularidad forma parte de la magia de la sala —observó Hermione—. Si necesitas que no pueda detectarse, no se detecta.
—Dobby, ¿has conseguido colarte y ver qué hace Malfoy?
—No, Harry Potter, eso es imposible.
—No, no es imposible. El año pasado, Malfoy se coló en nuestro cuartel general; por lo tanto, yo también he de poder colarme y espiarlo.
—Dudo que lo logres —discrepó Hermione mientras cavilaba sobre el asunto—. Malfoy sabía exactamente cómo estábamos utilizando la sala porque esa idiota de Marietta se chivó. Él necesitaba que la sala se convirtiera en el cuartel general del ED y en eso se convirtió. Pero tú no sabes en qué se transforma cuando Malfoy entra en ella, de modo que tampoco sabes en qué pedirle que se transforme.
—Eso ya lo solucionaremos —dijo Harry quitándole importancia—. Buen trabajo, Dobby.
—Kreacher también ha hecho un buen trabajo —comentó Hermione con dulzura; pero, en lugar de mostrarse agradecido, el elfo dejó de mirarla con sus grandes y enrojecidos ojos y, con voz ronca, dijo observando el techo:
—La sangre sucia le está diciendo algo a Kreacher; Kreacher fingirá que no la oye…
—¡Basta! —le espetó Harry, y Kreacher hizo una última reverencia y se desapareció—. Tú también, Dobby. Vete y duerme un poco.
—¡Gracias, Harry Potter, señor! —chilló Dobby alegremente, y también se esfumó.
Harry se volvió hacia sus amigos.
—¿Qué os parece? —les dijo exultante—. ¡Ya sabemos adónde va Malfoy! ¡Ahora lo tenemos acorralado!
—Sí, es genial —masculló Ron con desánimo mientras intentaba secar el borrón de tinta en que se había convertido su redacción casi terminada.
Hermione la cogió una vez más y empezó a limpiar la tinta empleando su varita. Mientras lo hacía, preguntó:
—Pero ¿qué significa que sube allí con «varios estudiantes más»? ¿Cuánta gente hay implicada? No creo que confíe en muchos lo suficiente para revelarles lo que está urdiendo…
—Sí, a mí también me extraña —concedió Harry frunciendo el entrecejo—. A Crabbe le dijo que lo que él, Malfoy, hacía no era asunto de su incumbencia… Entonces ¿qué les dice a todos esos… todos esos…? —Su voz se fue apagando y se quedó contemplando el fuego sin verlo—. ¡Tate! ¡Pero qué idiota soy! —exclamó de pronto en voz baja—. ¡Está más claro que el agua! Abajo, en la mazmorra, había una gran cuba llena… Pudo robar un poco durante aquella clase…
—¿Robar qué? —preguntó Ron.
—Poción multijugos. Robó un poco de la que Slughorn nos mostró en la primera clase de Pociones. Y no hay varios estudiantes montando guardia para Malfoy, sólo son Crabbe y Goyle, como siempre… ¡Todo encaja! —Se levantó de un brinco y empezó a pasearse por delante de la chimenea—. Ambos son lo bastante estúpidos para hacer lo que Malfoy les ordene aunque no les revele sus planes. Pero como no quiere que los vean merodeando cerca de la Sala de los Menesteres les hace tomar poción multijugos, para que adopten la apariencia de otras personas… Aquellas dos niñas que lo acompañaban cuando se saltó el partido de… ¡Ja! ¡Eran Crabbe y Goyle!
—¿Quieres decir —preguntó Hermione bajando la voz— que aquella niña cuya balanza reparé…?
—¡Pues claro! —afirmó Harry arqueando las cejas—. ¡Claro que sí! Malfoy debía de estar en la sala en ese momento, y ella… pero ¿qué digo?, ¡él dejó caer la balanza para avisar a Malfoy que no saliese porque había alguien en el pasillo! ¡Y lo mismo pasó con aquella niña que dejó caer los huevos de sapo! ¡Hemos pasado de largo varias veces sin darnos cuenta!
—¿Así que consigue que Crabbe y Goyle se transformen en chicas? —dijo Ron y soltó una carcajada—. ¡Jo! No me extraña que últimamente estén un poco amargados… Me sorprende que no lo manden a…
—A mí no me sorprende. No se atreven porque Malfoy les ha enseñado la Marca Tenebrosa —dedujo Harry.
—Hum… La Marca Tenebrosa que no sabemos si existe —terció Hermione con escepticismo mientras enrollaba la redacción de Ron, ya seca, y se la devolvía antes de que sufriera más daños.
—Ya lo comprobaremos —sentenció Harry.
—Sí, ya lo comprobaremos —repitió Hermione al tiempo que se levantaba y se desperezaba—. Pero te advierto, Harry, para que no te emociones mucho, que no creo que puedas entrar en la Sala de los Menesteres antes de saber con seguridad qué hay dentro. Y tampoco olvides —añadió mientras se colgaba la mochila de un hombro y lo miraba muy seria— que debes concentrarte en sonsacarle ese recuerdo a Slughorn. Buenas noches.
Harry la vio marchar y se sintió un tanto contrariado. En cuanto la puerta de los dormitorios de las chicas se cerró tras ella, le preguntó a Ron:
—¿Tú qué opinas?
—Que me encantaría desaparecerme como un elfo doméstico —respondió su amigo mirando el sitio donde Dobby se había esfumado—. Así tendría el examen de Aparición en el bote.
Harry no durmió bien esa noche. Pasó despierto lo que a él le parecieron horas, preguntándose para qué utilizaría Malfoy la Sala de los Menesteres y qué encontraría él allí cuando entrara al día siguiente, pues, pese a las advertencias de Hermione, estaba convencido de que si Malfoy había logrado ver el cuartel general del ED, él también podría ver… ¿qué? ¿Un lugar de reunión? ¿Un escondrijo? ¿Un almacén? ¿Un taller? Su mente trabajaba de manera febril y sus sueños, cuando al fin se quedó dormido, se vieron interrumpidos y perturbados por imágenes de Malfoy, que tan pronto se convertía en Slughorn como en Snape…
A la hora del desayuno Harry estaba impaciente. Tenía una hora libre antes de Defensa Contra las Artes Oscuras y pensaba dedicarla a entrar en la Sala de los Menesteres. Sin embargo, Hermione no mostraba ningún interés en sus planes, que él le estaba detallando en voz baja; eso lo fastidió porque contaba con que su amiga lo ayudaría.
—Escúchame —intentó hacerla entrar en razón. Se inclinó y puso una mano encima de El Profeta, que Hermione acababa de desatarle a una lechuza del correo, para impedir que lo abriera y se parapetara detrás del periódico—. No me he olvidado de Slughorn, pero aún no sé cómo sonsacarle ese recuerdo y hasta que se me ocurra alguna idea genial, ¿qué mal hay en averiguar qué se trae entre manos Malfoy?
—Ya te lo he dicho: tienes que centrarte en Slughorn —replicó Hermione—. No se trata de engañarlo ni de hechizarlo, porque eso lo habría hecho Dumbledore en un periquete. En lugar de perder el tiempo paseándote por delante de la Sala de los Menesteres deberías ir a verlo y empezar a apelar a su bondad. —Y tiró de El Profeta para sacarlo de debajo de la mano de Harry, lo desdobló y echó un vistazo a la primera página.
—¿Mencionan a alguien que…? —preguntó Ron.
—¡Sí! —exclamó Hermione, provocando que ambos amigos se atragantaran con el desayuno—. Pero tranquilos, no está muerto. ¡Es Mundungus; lo han detenido y enviado a Azkaban! Aquí dice que se hizo pasar por un inferius durante un intento de robo… Y ha desaparecido un tal Octavius Pepper… ¡Oh, qué espanto, también han detenido a un niño de nueve años por haber intentado asesinar a sus abuelos! Creen que estaba bajo la maldición imperius…
Terminaron de desayunar en silencio y después se marcharon en diferentes direcciones: Hermione a la clase de Runas Antiguas; Ron a la sala común, donde todavía tenía que acabar las conclusiones de la redacción sobre los dementores; y Harry al pasillo del séptimo piso y, en concreto, al tramo de pared que había enfrente del tapiz de Barnabás el Chiflado enseñando ballet a unos trols.
Tan pronto encontró un pasadizo vacío se puso la capa invisible, pero no habría hecho falta esa precaución: cuando llegó a su destino lo encontró desierto. No sabía si le sería más fácil entrar en la sala vacía o con Malfoy dentro, pero al menos su primer intento no se le complicaría con la presencia de Crabbe o Goyle haciéndose pasar por niñas.
Cerró los ojos y se acercó al sitio donde estaba camuflada la puerta. Sabía qué tenía que hacer, pues el año anterior había adquirido mucha práctica. Se concentró con todas sus fuerzas y pensó: «Necesito ver qué hace Malfoy ahí dentro. Necesito ver qué hace Malfoy ahí dentro. Necesito ver qué hace Malfoy ahí dentro.»
Pasó tres veces ante la puerta, y luego, con el corazón expectante, se paró y abrió los ojos, pero el trozo de pared seguía tal cual.
Se apoyó contra la pared e hizo fuerza con el hombro, por si acaso, pero la piedra, sólida como la de cualquier pared, no cedió ni un ápice.
—Muy bien —se dijo en voz alta—. Esto indica que no he formulado mi petición correctamente.
Reflexionó un momento y empezó de nuevo, cerrando los ojos y volviendo a concentrarse. «Necesito ver el sitio al que Malfoy va a escondidas. Necesito ver el sitio al que Malfoy va a escondidas…»
Luego pasó tres veces ante el sitio donde debía aparecer la puerta y abrió los ojos, esperanzado.
Allí no había ninguna puerta.
—¡Qué demonios ocurre! —rezongó, como si la pared pudiera oírlo—. ¡Pero si era una instrucción clarísima! Está bien, está bien…
Caviló unos minutos más antes de empezar a pasearse otra vez. «Necesito que te conviertas en el sitio en que te conviertes cuando te lo pide Draco Malfoy…»
Esta vez pasó las tres veces pero no abrió los ojos enseguida, sino que aguzó el oído, como si esperara escuchar cómo se materializaba la puerta. Pero sólo oyó un distante gorjeo de pájaros proveniente del jardín. Abrió los ojos.
Nada.
Soltó una palabrota y acto seguido oyó un grito de espanto. Se volvió y vio a un grupo de alumnos de primer año que daban media vuelta y echaban a correr por donde habían venido. Seguramente lo habían tomado por un fantasma malhablado.
A lo largo de la siguiente hora Harry probó todas las variaciones que se le ocurrieron de «Necesito ver qué hace Draco Malfoy ahí dentro», pero al final tuvo que admitir que quizá Hermione tuviese razón: la sala no quería abrirse para él. Frustrado y disgustado, se quitó la capa invisible, la guardó en la mochila y se fue deprisa a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.
—Llegas tarde otra vez, Potter —dijo Snape con frialdad al verlo entrar en el aula iluminada con velas—. Diez puntos menos para Gryffindor.
Harry lo miró con ceño y se dejó caer en el asiento junto a Ron; la mitad de la clase todavía estaba de pie sacando los libros y organizando sus cosas, así que no podía haber llegado mucho más tarde que los demás.
—Antes de empezar me entregaréis vuestras redacciones sobre los dementores —dijo Snape. Agitó su varita con un ademán indolente y veinticinco rollos de pergamino se elevaron, cruzaron el aula y aterrizaron en un pulcro montón sobre su mesa—. Espero por vuestro bien que sean mejores que las sandeces que leí sobre cómo resistirse a la maldición imperius. Y ahora, abrid los libros por la página… ¿Qué pasa, señor Finnigan?
—Profesor —dijo Seamus—, ¿podría explicarme cómo se distingue a un inferius de un fantasma? Porque en El Profeta hablaban de un inferius…
—No, no hablaban de ningún inferius —replicó Snape con hastío.
—Pero señor, me han dicho que…
—Si te hubieras tomado la molestia de leer el artículo en cuestión, Finnigan, sabrías que el presunto inferius en realidad era un asqueroso ratero llamado Mundungus Fletcher.
—Tenía entendido que Snape y Mundungus estaban en el mismo bando —susurró Harry a Ron y Hermione—. ¿No debería contrariarlo que hayan detenido a Mundungus?
—Pero al parecer Potter tiene mucho que decir sobre este asunto —comentó Snape señalando hacia el fondo del aula, con sus oscuros ojos clavados en Harry—. Preguntémosle cómo podemos distinguir a un inferius de un fantasma.
Toda la clase miró a Harry, que rápidamente intentó recordar lo que le había contado Dumbledore la noche que visitaron a Slughorn.
—Pues… bueno, los fantasmas son transparentes… —dijo.
—Estupendo —se burló Snape con una mueca despectiva—. Sí, veo que casi seis años de educación mágica han servido para algo en tu caso, Potter. «Los fantasmas son transparentes.»
Pansy Parkinson soltó una risita y varios alumnos se sonrieron. Harry respiró hondo y, aunque le hervía la sangre, prosiguió con calma:
—Sí, los fantasmas son transparentes, pero los inferi son cadáveres, ¿no? Por lo tanto, deben de ser sólidos…
—Eso podría habérnoslo aclarado un niño de cinco años —se mofó Snape—. El inferius es un cadáver reanimado mediante los hechizos de un mago tenebroso. No está vivo; el mago sólo lo utiliza como una marioneta para hacer lo que se le antoja. Un fantasma, como espero que todos sepáis a estas alturas, es la huella que deja un difunto en la tierra… Y por supuesto, como sabiamente ha dicho Potter, es «transparente».
—Hombre, si de distinguirlos se trata, la definición de Harry es la más clara —opinó Ron—. Si nos encontramos a uno en un callejón oscuro, nos limitamos a echarle un vistazo para ver si es sólido, y punto. No le preguntamos: «Disculpe, ¿es usted la huella de un difunto?»
Hubo una cascada de risas, acallada al instante por la gélida mirada que Snape dirigió a la clase.
—Otros diez puntos menos para Gryffindor —anunció—. No esperaba nada más sofisticado de ti, Ronald Weasley, el chico tan sólido que no puede aparecerse ni a un centímetro de distancia.
—¡No! —susurró Hermione sujetando a Harry por el brazo al ver que éste, furioso, iba a replicar—. ¡No tiene sentido, sólo conseguirás que te castigue otra vez!
—Abrid los libros por la página doscientos trece —ordenó Snape con una sonrisita de suficiencia—, y leed los dos primeros párrafos sobre la maldición cruciatus…
Ron estuvo muy apagado durante toda la clase. Cuando sonó el timbre, Lavender se acercó a los chicos (Hermione se había esfumado misteriosamente al verla aproximarse) y soltó improperios contra Snape por haberse burlado de los escasos progresos de Ron en Aparición, pero sólo consiguió fastidiar al muchacho, que se escabulló con la excusa de ir al lavabo con Harry.
—En el fondo, Snape tiene razón —admitió Ron tras contemplarse un minuto en un espejo resquebrajado—. No sé si vale la pena que me presente al examen. No le pillo el truco a la Aparición.
—Podrías apuntarte a las sesiones de práctica complementarias de Hogsmeade y tratar de mejorar un poco —propuso Harry—. Como mínimo será más interesante que intentar meterte en un estúpido aro. Y si tampoco así lo consigues, siempre puedes aplazar el examen y presentarte conmigo el verano que vie… ¡Myrtle! ¡Este lavabo es de chicos!
El fantasma de una niña salió volando del retrete de uno de los cubículos que tenían a la espalda y se quedó suspendido en el aire, mirándolos fijamente con unas gafas gruesas, blancuzcas y redondas.
—¡Ah, sois vosotros! —dijo con desánimo.
—¿A quién esperabas? —preguntó Ron mirándola por el espejo.
—A nadie —contestó Myrtle mientras se tocaba con aire taciturno un grano en la barbilla—. Dijo que vendría a verme otra vez, pero tú también me lo prometiste… —Le lanzó una mirada de reproche a Harry—. Y hace meses que no te veo el pelo. La verdad, he aprendido a no hacerme ilusiones con los chicos —suspiró.
—Creía que vivías en aquel lavabo de chicas —se disculpó Harry, que desde hacía años evitaba escrupulosamente entrar allí.
—Así es —repuso ella y se encogió de hombros, enfurruñada—, pero eso no significa que no pueda ir a otros sitios. Una vez salí y te vi dándote un baño, ¿no te acuerdas?
—Sí, me acuerdo muy bien.
—Creí que yo le gustaba —prosiguió la niña con tono lastimero—. Quizá si os marcharais él volvería a entrar… Tenemos tantas cosas en común… Estoy segura de que él se dio cuenta… —Y miró hacia la puerta, esperanzada.
—Cuando dices que tenéis mucho en común —intervino Ron, que empezaba a encontrar graciosa la conversación—, ¿te refieres a que él también vive en una cañería?
—No —contestó Myrtle, desafiante, y su voz resonó en el viejo lavabo revestido de azulejos—. ¡Quiero decir que es sensible, que la gente también se mete con él, que se siente solo, que no tiene a nadie con quien hablar y que no le da miedo expresar sus sentimientos ni llorar!
—¿Aquí ha habido un chico llorando? —preguntó Harry con curiosidad—. Sería un alumno de primero, ¿no?
—¡No es asunto tuyo! —exclamó Myrtle con sus pequeños y llorosos ojos clavados en Ron, que ya no disimulaba su sonrisa—. Le prometí que no se lo diría a nadie y me llevaré el secreto a la…
—No irás a decir «a la tumba», ¿verdad? —bufó Ron—. A las cañerías, vale…
Myrtle soltó un grito de rabia y volvió a meterse en el retrete, provocando que el agua salpicara por los lados y mojara el suelo. Al parecer, mofándose de Myrtle, Ron se había animado un poco.
—Tienes razón —le dijo a Harry mientras se colgaba la mochila a la espalda—, me apuntaré a las sesiones de prácticas de Hogsmeade y luego ya decidiré si me presento al examen o no.
Así que el fin de semana siguiente, Ron fue al pueblo con Hermione y los demás alumnos de sexto que cumplían diecisiete años antes del examen, que tendría lugar al cabo de dos semanas. Harry sintió celos cuando los vio prepararse para partir; echaba de menos las excursiones a Hogsmeade, y además era un día de primavera particularmente bonito, uno de los primeros con un cielo despejado tras los meses invernales. Sin embargo, Harry había decidido emplear ese tiempo en volver a intentarlo en la Sala de los Menesteres.
—Sería mejor que fueras al despacho de Slughorn y trataras de sonsacarle ese recuerdo —refunfuñó Hermione en el vestíbulo cuando Harry les confió su plan.
—¡Ya lo he intentado! —se defendió Harry, molesto.
Y era verdad: se había quedado rezagado después de todas las clases de Pociones de esa semana con el propósito de abordar a Slughorn, pero éste siempre se marchaba precipitadamente de la mazmorra. En dos ocasiones había llamado a la puerta del despacho, pero el profesor no le abrió, a pesar de que la segunda vez Harry creyó oír un viejo gramófono que alguien se apresuró a apagar.
—No quiere hablar conmigo, Hermione. Sabe que quiero pillarlo otra vez a solas y no lo va a permitir.
—Pues deberías seguir intentándolo, ¿no crees?
La corta fila de estudiantes que esperaban para pasar ante Filch, que estaba realizando su habitual control con el sensor de ocultamiento, avanzó unos pasos, y Harry no contestó por si lo oía el conserje. Les deseó suerte a sus dos amigos y subió por la escalinata de mármol, decidido a emplear un par de horas en la Sala de los Menesteres, a pesar de lo que opinase Hermione.
Cuando ya no podían verlo desde el vestíbulo, sacó de su mochila el mapa del merodeador y la capa invisible. Se la echó por encima, dio unos golpecitos en el mapa con la varita y murmuró: «¡Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas!» Luego lo examinó con detenimiento.
Como era domingo por la mañana, casi todos los estudiantes se hallaban en sus respectivas salas comunes: los de Gryffindor en una torre, los de Ravenclaw en otra, los de Slytherin en las mazmorras, y los de Hufflepuff en el sótano, cerca de las cocinas. Alguno que otro deambulaba por la biblioteca o los pasillos; unos pocos habían salido a los jardines. Gregory Goyle estaba solo en el pasillo del séptimo piso. No había ningún indicio de la Sala de los Menesteres, pero a Harry eso no le preocupaba: si Goyle estaba de guardia fuera, la sala debía de estar abierta, tanto si ese hecho se reflejaba en el mapa como si no. Así que subió la escalera a toda prisa y no aminoró hasta llegar a la esquina donde se iniciaba el pasillo. Una vez allí, empezó a andar con sigilo, muy despacio, hacia aquella niña; sostenía la misma balanza de bronce que Hermione le había reparado dos semanas atrás. Cuando estuvo justo detrás de ella, se inclinó y le susurró:
—Hola, encanto… Eres muy guapa, ¿sabes?
Goyle soltó un grito de espanto, lanzó la balanza a un lado y echó a correr a toda pastilla. Se perdió de vista antes de que el estrépito de la balanza se apagase. Riendo, Harry se volvió y observó la pared detrás de la cual Draco Malfoy debía de estar inmóvil, consciente de que fuera había alguien inoportuno y sin atreverse a salir. Eso le provocó una agradable sensación de poder que saboreó mientras intentaba recordar qué fórmula no había probado todavía.
Sin embargo, el optimismo no le duró mucho. Media hora más tarde había ensayado numerosas variaciones de su petición de ver qué estaba haciendo Malfoy, pero la pared seguía tan imperturbable como de costumbre. La frustración lo invadió: Malfoy quizá estaba a sólo unos palmos de él, y, sin embargo, a él le resultaba imposible averiguar qué tramaba allí dentro. Perdiendo la paciencia, avanzó hacia la pared y le dio una patada.
—¡Ay!
Se agarró el pie dolorido y saltó a la pata coja, y la capa invisible le resbaló de los hombros.
—¡Harry!
El muchacho se dio la vuelta sobre una pierna, tropezó y se cayó. Se quedó estupefacto al ver a Tonks, que caminaba hacia él como si se paseara todos los días por aquel pasillo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Harry mientras se ponía en pie. ¿Por qué Tonks siempre tenía que encontrarlo tirado en el suelo?
—He venido a ver a Dumbledore —contestó la bruja.
El muchacho se fijó en que presentaba muy mal aspecto: estaba más delgada que antes y seguía teniendo el cabello descolorido, lacio y sin brillo.
—Su despacho no está aquí —aclaró—. Está en el otro lado del castillo, detrás de la gárgola…
—Ya lo sé. Pero no se encuentra allí. Por lo visto ha vuelto a marcharse.
—¿Ah, sí? —se extrañó Harry, y con cuidado apoyó el magullado pie en el suelo—. Oye, tú no sabrás adónde va, ¿verdad?
—No.
—¿Para qué quieres verlo?
—Para nada en particular —repuso Tonks tocándose, al parecer de manera inconsciente, la manga de la túnica—. Pensé que quizá él podría explicarme qué está pasando. He oído rumores… Ha habido heridos…
—Sí, lo sé. Sale en los periódicos. Y lo de ese niño que intentó matar a sus abue…
—Muchas veces El Profeta publica las noticias con retraso —lo interrumpió Tonks con expresión abstraída—. ¿No has recibido carta de ningún miembro de la Orden últimamente?
—No; nadie de la Orden me escribe desde que Sirius… —Vio que los ojos de Tonks se humedecían—. Lo siento —murmuró con torpeza—. Oye, yo… también lo añoro…
—¿Que? —dijo Tonks, como si ya no lo escuchase—. Bueno, ya nos veremos, Harry.
Se dio la vuelta con brusquedad y echó a andar por el pasillo, dejándolo plantado. Un minuto después, Harry se puso otra vez la capa invisible y volvió a intentar entrar en la Sala de los Menesteres, pero cada vez con menos convicción. Al final, una sensación de vacío en el estómago y el hecho de que Ron y Hermione pronto volverían para comer le hicieron abandonar su intento, y le dejó el pasillo libre a Malfoy, quien, con un poco de suerte, estaría demasiado asustado y no saldría hasta unas horas después.
Se reunió con sus amigos en el Gran Comedor; ellos ya iban por el segundo plato.
—¡Lo he conseguido! —se apresuró a contarle Ron apenas lo vio—. Bueno, más o menos. Tenía que aparecerme fuera del salón de té de Madame Pudipié, y como me desvié un poco, acabé cerca de La Casa de las Plumas, ¡pero al menos me desplacé!
—Qué bien —comentó Harry—. ¿Y a ti, Hermione, cómo te ha ido?
—¡Uy, ella lo ha hecho a la perfección, claro! —se adelantó Ron—. Con perfecta discusión, difusión y desesperación, o como se diga. Después de la clase fuimos todos a tomar algo a Las Tres Escobas, y tendrías que haber oído cómo hablaba Twycross de ella. Sólo faltó que le propusiera matrimonio…
—¿Y tú? —lo interrumpió Hermione—. ¿Has estado toda la mañana en el pasillo de la Sala de los Menesteres?
—Sí. ¿Y a que no sabéis a quién me he encontrado allí? ¡A Tonks!
—¿Tonks? —se extrañaron Ron y Hermione.
—Sí, me dijo que venía a ver a Dumbledore…
—Pues yo creo que no está bien de los nervios —dijo Ron cuando Harry hubo terminado de explicar su encuentro con la bruja—. Supongo que lo ocurrido en el ministerio la ha afectado.
—Me parece un poco raro —opinó Hermione, que parecía preocupada, aunque no dijo por qué—. Si se supone que ha de vigilar el colegio, ¿por qué de repente abandona su puesto para ir a ver a Dumbledore cuando él ni siquiera está en el castillo?
—Tal vez… —apuntó Harry, vacilante. Le incomodaba expresarse en voz alta en presencia de Hermione, porque ella estaba más acostumbrada y lo hacía mucho mejor que él—. ¿Y si…? ¿Y si se había enamorado… de Sirius?
—¿De dónde has sacado eso? —le preguntó Hermione.
—No sé… cuando mencioné el nombre de mi padrino se puso a lagrimear… Y ahora su patronus es un animal enorme de cuatro patas. Pensé que quizá su patronus había adoptado la forma… de Sirius.
—Tienes razón, podría ser —concedió Hermione—. Pero sigo sin entender por qué entró de sopetón en el castillo para ver a Dumbledore. Si es que de verdad estaba allí por ese motivo…
—Es lo que he dicho —intervino Ron mientras engullía puré de patatas—. No está bien de los nervios. Está un poco trastornada. ¡Mujeres! —añadió mirando a Harry con gesto de complicidad—. Se disgustan por cualquier cosa.
—Y sin embargo —repuso Hermione saliendo de su ensimismamiento—, dudo que encuentres a una mujer que se pase media hora enfurruñada porque la señora Rosmerta no se ha reído de su chiste sobre la bruja, el sanador y la Mimbulus mimbletonia.
Ron la miró con ceño.