CAPÍTULO 8

La victoria de Snape

HARRY no podía mover ni un músculo. Tendido bajo la capa invisible, oía voces y pasos provenientes del pasillo y notaba cómo la sangre que le brotaba de la nariz le resbalaba, caliente y húmeda, por la cara. Lo primero que pensó fue que seguramente alguien se encargaba de revisar los compartimientos antes de que el tren volviera a partir. Pero enseguida se dio cuenta de que, aunque alguien mirara en el que él se hallaba, no podría verlo ni oírlo. Su única esperanza era que entraran y tropezaran con él.

Harry nunca había odiado tanto a Malfoy como en ese momento, tendido patas arriba como una tortuga, mientras la sangre se le escurría en la boca entreabierta y le producía náuseas. En qué situación tan estúpida había acabado… Los últimos pasos que se percibían en el pasillo iban apagándose; los alumnos ya desfilaban por el andén, y Harry los oía hablar y arrastrar los baúles.

Ron y Hermione creerían que había bajado sin esperarlos, y cuando llegaran a Hogwarts y ocuparan sus asientos en el Gran Comedor, miraran a ambos lados de la mesa de Gryffindor varias veces y por fin comprendieran que no se encontraba allí, él ya estaría a mitad de camino de regreso a Londres.

Intentó emitir algún sonido, aunque sólo fuera un débil gruñido, pero fue en vano. Entonces recordó que algunos magos, como Dumbledore, podían realizar hechizos sin hablar, de modo que intentó hacerle un encantamiento convocador a su varita, que se le había caído de la mano, diciendo mentalmente «¡Accio varita!» una y otra vez, pero no ocurrió nada.

Le pareció percibir el susurro de los árboles que bordeaban el lago y también el lejano ululato de una lechuza, pero nada que indicara que estaban buscándolo, ni siquiera (y se avergonzó un poco al pensarlo) voces ansiosas preguntando dónde se había metido Harry Potter. La desesperación lo fue embargando cuando imaginó la caravana de carruajes, tirados por thestrals, avanzando lentamente hacia el colegio y las amortiguadas risotadas que, con toda seguridad, saldrían del coche de Malfoy una vez hubiera relatado a sus compañeros de Slytherin la mala pasada que le había jugado.

El tren dio una brusca sacudida y Harry quedó tumbado sobre un costado. En esa postura, en lugar del techo veía debajo de los asientos. La locomotora se puso en marcha y el suelo empezó a vibrar. El expreso de Hogwarts estaba a punto de abandonar la estación y nadie sabía que Harry todavía se hallaba en uno de sus vagones.

Entonces el muchacho notó que la capa invisible se levantaba y oyó una voz:

—Hola, Harry.

Hubo un destello rojizo y Harry recuperó la movilidad. Al punto logró sentarse y, adoptando una postura más digna, se limpió la sangre de la magullada cara con el dorso de la mano y levantó la cabeza para ver a Tonks, que sujetaba con una mano la capa invisible.

—Tenemos que salir de aquí ahora mismo —dijo la bruja mientras el vapor empañaba las ventanas del tren, que ya salía de la estación—. Corre, saltaremos.

Harry la siguió por el pasillo. Tonks abrió la puerta del vagón y saltó al andén, que parecía moverse más deprisa a medida que el convoy ganaba velocidad. El chico la imitó y aterrizó trastabillando, pero se enderezó a tiempo de ver cómo la reluciente locomotora de vapor de color escarlata aceleraba y se perdía de vista tras una curva.

El frío nocturno le alivió el dolor de la nariz, pero estaba abochornado por haber sido descubierto en una postura tan ridícula. La bruja, impasible, le devolvió la capa y preguntó:

—¿Quién ha sido?

—Draco Malfoy —contestó Harry con amargura—. Gracias por… bueno…

—De nada —repuso Tonks sin sonreír. El andén estaba en penumbras y no se veía muy bien, pero a Harry le pareció que la bruja aún tenía el cabello desvaído y un aspecto tan triste como el del día en que se habían encontrado en La Madriguera—. Si te quedas quieto un momento te arreglaré la nariz.

A Harry no le hizo mucha gracia; hubiese preferido acudir a la señora Pomfrey, la enfermera de Hogwarts, de la que se fiaba más tratándose de hechizos sanadores, pero creyó que sería de mala educación decirlo, así que se quedó quieto como una estatua y cerró los ojos.

¡Episkeyo! —exclamó Tonks.

Harry notó en la nariz un intenso calor seguido de un intenso frío. Levantó una mano y se tocó la cara con cuidado: en efecto, estaba curado.

—Muchas gracias —dijo.

—Vuelve a ponerte la capa. Iremos caminando al colegio —repuso Tonks, aún sin sonreír.

Mientras el muchacho se echaba la capa por encima, la bruja agitó su varita: una inmensa criatura plateada de cuatro patas salió de ella, echó a correr y se perdió en la oscuridad.

—¿Qué ha sido eso? ¿Un patronus? —preguntó Harry, que en una ocasión había visto cómo Dumbledore enviaba un mensaje de ese modo.

—Sí. Aviso al castillo que te he localizado para que no se preocupen. ¡Vamos, no nos entretengamos!

Echaron a andar hacia el camino que conducía a Hogwarts.

—¿Cómo me has encontrado?

—Advertí que no bajabas del tren y sabía que tenías la capa invisible —explicó la bruja—. Pensé que quizá te hubieses escondido por alguna razón. Cuando vi aquel compartimiento con las cortinas echadas, decidí inspeccionarlo.

—Vale, pero ¿qué haces tú aquí?

—Me han destinado a Hogsmeade para proporcionar protección adicional al colegio.

—¿Eres la única, o…?

—No, también están Proudfoot, Savage y Dawlish.

—Dawlish, ¿el auror al que Dumbledore atacó el año pasado?

—Así es.

Avanzaban con dificultad por el desierto camino siguiendo las huellas dejadas por los carruajes. Harry, tapado con su capa invisible, miró de reojo a Tonks. El año anterior, ella se había mostrado muy curiosa (a veces hasta el punto de ponerse pesada), reía con facilidad y hacía bromas. Pero ahora parecía mayor y mucho más seria y decidida. ¿Se debía a lo ocurrido en el ministerio? Harry pensó que Hermione habría querido que él le dijera algo consolador respecto a Sirius, por ejemplo, que ella no había tenido la culpa, pero no era capaz de hacerlo. Harry no responsabilizaba a Tonks de la muerte de su padrino, ni mucho menos, pero prefería no hablar de ese tema. De modo que continuaron andando en silencio en medio de la fría oscuridad, acompañados por el susurro que hacía la larga capa de la bruja al rozar el suelo.

Harry, que siempre había hecho ese trayecto en carruaje, nunca había apreciado lo lejos que se hallaba Hogwarts de la estación de Hogsmeade. Finalmente, con gran alivio, vio los altos pilares que flanqueaban la verja, coronados con sendos cerdos alados. Tenía frío y hambre y estaba deseando separarse de esa nueva y deprimente Tonks. Pero cuando estiró un brazo para abrir la verja, comprobó que estaba cerrada con una cadena.

¡Alohomora! —dijo entonces, y apuntó al candado con su varita, pero no sucedió nada.

—Así no lo abrirás. Dumbledore lo ha embrujado personalmente —explicó Tonks.

—Puedo trepar por un muro —propuso Harry mirando alrededor.

—No, no puedes —replicó la bruja con voz cansina—. En todos han puesto embrujos antiintrusos. Este verano se han endurecido mucho las medidas de seguridad.

—Ajá. —Empezaban a fastidiarle las pocas ganas de colaborar de Tonks—. En ese caso, tendré que dormir aquí fuera y esperar a que amanezca.

—Ya vienen a recogerte. Mira.

A lo lejos, junto a la puerta del castillo, se veía la amarillenta luz de un farol. Harry se alegró tanto que hasta se sintió con fuerzas para soportar las críticas de Filch por el retraso, así como sus peroratas sobre cómo mejoraría la puntualidad si se utilizaran regularmente instrumentos de tortura. Sin embargo, cuando el portador del farol llegó a unos tres metros de ellos y Harry se quitó la capa invisible para dejarse ver, reconoció la ganchuda nariz y el largo, negro y grasiento cabello de Severus Snape. Y al punto recibió una descarga de puro odio.

—Vaya, vaya —dijo Snape con desdén; sacó su varita mágica y dio un toque al candado, con lo que las cadenas serpentearon hacia atrás y la verja se abrió con un chirrido—. Ha sido un detalle por tu parte que hayas decidido presentarte, Potter, aunque es evidente que en tu opinión llevar la túnica del colegio desmerecería tu aspecto.

—No he podido cambiarme porque no tenía mi… —se disculpó el chico, pero Snape lo interrumpió:

—No es necesario que esperes, Nymphadora. Potter ya está… a salvo bajo mi custodia.

—El mensaje se lo he enviado a Hagrid —objetó Tonks arrugando la frente.

—Hagrid ha llegado tarde al banquete de bienvenida, igual que Potter; por eso lo he recibido yo. Por cierto —añadió, retirándose un paso para que Harry entrara—, tenía mucho interés en ver tu nuevo patronus. —Y sin más cerró la verja en las narices de Tonks y volvió a tocar con su varita mágica las cadenas, que, tintineando, serpentearon de nuevo hasta recuperar su posición original—. Creo que te iba mejor el viejo —concluyó con un deje de maldad—. El nuevo parece un poco enclenque.

Al darse la vuelta, Snape hizo oscilar el farol y Harry vio fugazmente la mirada de sorpresa y rabia de Tonks. Luego la bruja quedó otra vez envuelta en sombras.

—Buenas noches —le dijo Harry al echar a andar hacia el colegio con Snape—. Gracias por todo.

—Hasta otra, Harry.

Snape guardó silencio aproximadamente un minuto, mientras Harry generaba ondas de un odio tan intenso que parecía increíble que el profesor no notara que le quemaban. Si bien el muchacho lo había aborrecido desde su primer encuentro, la actitud de Snape hacia Sirius lo había colocado para siempre más allá de la posibilidad del perdón. Dijera lo que dijese Dumbledore, ese verano Harry había tenido tiempo de sobra para reflexionar y concluir que, con seguridad, los insidiosos comentarios que Snape le hiciera a Sirius Black, respecto a que éste se quedaba a salvo y escondido mientras el resto de los miembros de la Orden del Fénix combatían a Voldemort, fueron un factor determinante para que Black saliera de Grimmauld Place y fuera al ministerio la noche en que lo mataron. Harry se aferraba a esa idea porque le permitía culpar a Snape, lo cual le resultaba satisfactorio, y también porque sabía que si había alguien que no lamentaba la muerte de su padrino, ése era el hombre que ahora iba a su lado.

—Cincuenta puntos menos para Gryffindor por el retraso —resolvió Snape—. Y… veamos… otros veinte por tu atuendo de muggle. Creo que ninguna casa había estado en números negativos a estas alturas del curso. ¡Ni siquiera hemos llegado a los postres del banquete de bienvenida! Es posible que hayas establecido un récord, Potter. —La rabia y el odio que bullían dentro de Harry parecían a punto de desbordarse, pero habría preferido quedarse en el suelo del vagón y volver a Londres antes que revelarle a Snape la razón de su demora—. Supongo que querías hacer una entrada triunfal, ¿verdad? Y como no había ningún coche volador a mano, decidiste irrumpir en el Gran Comedor en mitad del banquete para llamar la atención.

Harry siguió callado, aunque pensaba que iba a explotarle el pecho. Estaba seguro de que Snape había ido a recogerlo por ese motivo, porque podría aprovechar para pincharlo y atormentarlo sin que nadie lo oyera.

Por fin llegaron a los escalones de piedra del castillo, y en cuanto se abrieron las grandes puertas de roble por donde se accedía al amplio vestíbulo enlosado, oyeron voces, risas y tintineo de platos y copas provenientes del Gran Comedor, cuyas puertas estaban abiertas. Harry se planteó ponerse la capa invisible para llegar hasta su asiento en la larga mesa de Gryffindor (que estaba muy mal situada, pues era la más alejada del vestíbulo) sin que nadie lo viera.

Sin embargo, Snape, como si le leyera el pensamiento, dijo:

—Ni se te ocurra ponerte la capa. Ahora entras y que te vea todo el mundo, que es lo que querías.

Harry traspuso el umbral con decisión; cualquier cosa era mejor que permanecer junto a Snape. Como era habitual, el Gran Comedor, con sus cuatro largas mesas (una para cada casa del colegio) y la de los profesores (al fondo de la sala), estaba decorado con velas flotantes que hacían brillar y destellar los platos. Sin embargo, Harry sólo veía una mancha borrosa y reluciente; iba tan deprisa que llegó a la mesa de Hufflepuff cuando los alumnos empezaban a fijarse en él, y al ponerse éstos en pie para verlo mejor, ya había localizado a Ron y Hermione. Corrió hacia ellos a lo largo del banco y se hizo sitio entre los dos.

—¿Dónde has es…? ¡Atiza! ¿Qué te ha pasado en la cara? —dijo Ron mirándolo con los ojos muy abiertos, igual que el resto de los muchachos que había alrededor.

—¿Por qué? ¿Qué tengo? —replicó Harry, y cogió una cuchara para ver su distorsionado reflejo.

—¡Pero si estás cubierto de sangre! —exclamó Hermione—. Ven aquí… —Levantó su varita, dijo «¡Tergeo!» y le limpió la sangre seca de la cara.

—Gracias. —Harry se palpó el rostro, ya limpio—. ¿Cómo tengo la nariz?

—Normal —respondió Hermione—. ¿Por qué lo preguntas? ¿Qué te ha pasado? ¡Estábamos muertos de miedo!

—Ya os lo contaré más tarde —replicó Harry, cortante. Sabía que Ginny, Neville, Dean y Seamus estaban escuchando; hasta Nick Casi Decapitado, el fantasma de Gryffindor, se había acercado flotando por encima del banco.

—Pero… —protestó Hermione.

—Ahora no, Hermione —insistió Harry con tono elocuente y enigmático, tratando de hacerles creer que se había visto envuelto en algún asunto heroico, a ser posible relacionado con un par de mortífagos y algún dementor. Por supuesto, Malfoy difundiría al máximo su relato de los hechos, pero siempre cabía la posibilidad de que no llegara a oídos de demasiados alumnos de Gryffindor.

Harry estiró un brazo por encima del plato de Ron para coger un par de muslos de pollo y patatas fritas, pero en ese momento se desvanecieron y fueron sustituidos por los postres.

—Pues te has perdido la Ceremonia de Selección —comentó Hermione mientras Ron se abalanzaba sobre un apetecible pastel de chocolate.

—¿Ha dicho algo interesante el Sombrero Seleccionador? —preguntó Harry, sirviéndose un trozo de tarta de melaza.

—Más de lo mismo, la verdad… Nos ha aconsejado que permanezcamos unidos ante nuestros enemigos, ya sabes.

—¿Dumbledore ha mencionado a Voldemort?

—Todavía no, pero siempre se guarda el discurso propiamente dicho para después del banquete, ¿verdad? No creo que falte mucho.

—Snape ha comentado que Hagrid llegó tarde al banquete…

—¿Has visto a Snape? ¿Cómo es eso? —se extrañó Ron entre dos ávidos bocados de pastel.

—Me lo encontré por el camino —mintió Harry.

—Hagrid sólo se retrasó unos minutos —aclaró Hermione—. Mira, te está saludando con la mano, Harry.

El muchacho miró hacia la mesa de los profesores y sonrió a Hagrid, que, en efecto, lo saludaba con la mano. Hagrid nunca había logrado comportarse con la misma dignidad que la profesora McGonagall, jefa de la casa de Gryffindor, cuya coronilla no alcanzaba el hombro de Hagrid; la profesora estaba sentada al lado del guardabosques y contemplaba con gesto de desaprobación ese entusiasta intercambio de saludos. A Harry le sorprendió ver a la maestra de Adivinación, la profesora Trelawney, sentada al otro lado de Hagrid, porque casi nunca salía de su habitación de la torre y era la primera vez que la veía en un banquete de bienvenida. Iba tan estrafalaria como siempre, cubierta de collares de cuentas y envuelta en varios chales, y sus gafas le agrandaban desmesuradamente los ojos. Harry siempre la había considerado poco menos que un fraude, pero le había impresionado descubrir, al final del curso anterior, que ella había sido la autora de la profecía que provocó que lord Voldemort matara a sus padres e intentara matarlo también a él. Por ese motivo, tenía aún menos ganas de estar cerca de la profesora de Adivinación, pero por fortuna ese año no tendría que estudiar su asignatura. Los enormes ojos de la profesora Trelawney, que parecían faros, giraron hacia el muchacho, que rápidamente dirigió la vista hacia la mesa de Slytherin. Draco Malfoy describía mediante mímica, ante las carcajadas y los aplausos de sus compañeros, cómo le rompía la nariz a alguien. A Harry volvieron a hervirle las entrañas y bajó la mirada hacia su tarta de melaza. Cómo le gustaría pelear con Malfoy, ellos dos solos…

—¿Y qué quería el profesor Slughorn? —preguntó Hermione.

—Saber qué había pasado en el ministerio —respondió Harry.

—Toma, como todo el mundo —repuso ella con desdén—. A nosotros en el tren no paraban de preguntarnos, ¿verdad, Ron?

—Sí. Todos preguntaban si es verdad que eres «el Elegido».

—Hasta los fantasmas hemos discutido sobre ese tema —intervino Nick Casi Decapitado, inclinando hacia Harry la cabeza, que, como estaba unida al cuerpo sólo por unos centímetros de piel, se bamboleó peligrosamente sobre la gorguera—. Se me considera una autoridad en cualquier tema referente a Potter; todo el mundo sabe que somos muy amigos. Sin embargo, he asegurado a la comunidad de fantasmas que no pienso darte la lata para sonsacarte información. «Harry Potter sabe que puede confiar plenamente en mí. Prefiero morir antes que traicionar su confianza», les he dicho.

—Eso no es gran cosa, dado que ya estás muerto —razonó Ron.

—Una vez más, demuestras la sensibilidad de un hacha desafilada —dijo Nick con tono ofendido, y a continuación se elevó hacia el techo y se deslizó hasta el extremo opuesto de la mesa de Gryffindor en el preciso momento en que Dumbledore, sentado a la mesa de los profesores, se ponía en pie.

Las conversaciones y risas que resonaban por todo el comedor cesaron casi al instante.

—¡Muy buenas noches a todos! —dijo el director del colegio con una amplia sonrisa y los brazos extendidos como si pretendiera abrazar a los presentes.

—¿Qué le ha pasado en la mano? —preguntó Hermione con un hilo de voz.

No era la única que se había fijado en ese detalle. Dumbledore tenía la mano derecha ennegrecida y marchita, igual que la noche en que había ido a recoger a Harry a casa de los Dursley. Los susurros recorrieron la sala; Dumbledore, interpretándolos correctamente, se limitó a sonreír y se tapó la herida con la manga de su túnica morada y dorada.

—No es nada que deba preocuparos —comentó sin darle importancia—. Y ahora… A los nuevos alumnos os digo: ¡bienvenidos! Y a los que no sois nuevos os repito: ¡bienvenidos otra vez! Os espera un año más de educación mágica…

—Cuando lo vi en verano ya tenía la mano así —le susurró Harry a Hermione—. Pero creí que se la habría curado… o que se la habría curado la señora Pomfrey.

—La tiene como muerta —comentó Hermione con cara de asco—. ¿Sabes?, hay heridas que no se pueden curar. Maldiciones antiguas… y hay venenos que no tienen antídoto…

—… y el señor Filch, nuestro conserje, me ha pedido que os comunique que quedan prohibidos todos los artículos de broma procedentes de una tienda llamada Sortilegios Weasley.

»Los que aspiren a jugar en el equipo de quidditch de sus respectivas casas deberán notificárselo a los respectivos jefes de éstas, como suele hacerse. Asimismo, estamos buscando nuevos comentaristas de quidditch; rogamos a los interesados que se dirijan a los jefes de sus casas.

»Este año nos complace dar la bienvenida a un nuevo miembro del profesorado: Horace Slughorn. —Éste se puso en pie; la calva le brillaba a la luz de las velas y su prominente barriga, cubierta por el chaleco, hizo sombra sobre la mesa—. Es un viejo colega mío que ha accedido a volver a ocupar su antiguo cargo de profesor de Pociones.

—¿De Pociones?

—¿De Pociones?

Las preguntas resonaron por el comedor; todos querían saber si habían oído bien.

—¿De Pociones? —se extrañaron también Ron y Hermione, y miraron a Harry—. Pero tú dijiste…

—El profesor Snape, por su parte —prosiguió Dumbledore, elevando la voz para acallar los murmullos—, ocupará el cargo de maestro de Defensa Contra las Artes Oscuras.

—¡No! —exclamó Harry, haciendo que muchas cabezas se volvieran hacia él. Pero no le importó: él miraba fijamente la mesa de los profesores, indignado. ¿Cómo podían darle ese puesto después de tanto tiempo? ¿Acaso no se sabía desde hacía años que Dumbledore no confiaba en Snape para ese cometido?

—Pero, Harry, tú dijiste que esa asignatura iba a impartirla Slughorn —le recordó Hermione.

—¡Eso creía! —repuso Harry, furioso, e intentó precisar cuándo se lo había dicho Dumbledore; pero no logró recordar que el director de Hogwarts hubiera mencionado qué asignatura daría Slughorn.

Snape, que estaba sentado a la derecha de Dumbledore, no se levantó al oír su nombre; se limitó a alzar una mano para agradecer vagamente los aplausos de la mesa de Slytherin. No obstante, Harry detectó una mirada de triunfo en aquellos rasgos que tanto odiaba.

—Bueno, al menos hay algo positivo —se consoló—: Snape se marchará antes de que termine el curso.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Ron.

—Ese puesto está maldito. Nadie ha durado más de un año en él. Incluso Quirrell murió mientras lo desempeñaba. Así que voy a cruzar los dedos para ver si hay otra muerte…

—¡Harry! —se escandalizó Hermione.

—Quizá Snape vuelva a enseñar Pociones a final de curso —especuló Ron—. A lo mejor ese tipo, Slughorn, no quiera quedarse en Hogwarts para siempre. Moody no se quedó.

Dumbledore carraspeó. Harry, Ron y Hermione no eran los únicos que se habían puesto a cuchichear: el comedor en pleno era un hervidero de murmullos tras saberse que Snape había conseguido por fin su gran sueño. Como si no se hubiera percatado del impacto de la noticia que acababa de comunicar, Dumbledore no hizo más comentarios sobre los nuevos nombramientos y se limitó a esperar a que reinara de nuevo un silencio absoluto. Luego continuó:

—Bien. Como todos los presentes sabemos, lord Voldemort y sus seguidores vuelven a las andadas y están ganando poder.

Mientras hablaba, el silencio fue volviéndose más tenso y angustioso. Harry le lanzó una ojeada a Malfoy, que no miraba a Dumbledore, sino que mantenía su tenedor suspendido en el aire con la varita, como si considerara que el discurso del anciano director no merecía su atención.

—No sé qué palabras emplear para enfatizar cuán peligrosa es la actual situación y las grandes precauciones que hemos de tomar en Hogwarts para mantenernos a salvo. Este verano hemos reforzado las fortificaciones mágicas del castillo y estamos protegidos mediante sistemas nuevos y más potentes, pero aun así debemos resguardarnos escrupulosamente contra posibles descuidos por parte de algún alumno o miembro del profesorado. Por tanto, pido que os atengáis a cualquier restricción de seguridad que os impongan vuestros profesores, por muy fastidiosa que os resulte, y en particular a la norma de no levantarse de la cama después de la hora establecida. Os suplico que si advertís algo extraño o sospechoso dentro o fuera del castillo, informéis inmediatamente de ello a un profesor. Confío en que os comportaréis en todo momento pensando en vuestra propia seguridad y en la de los demás. —Dumbledore recorrió la sala con la mirada y sonrió otra vez—. Pero ahora os esperan vuestras camas, cómodas y calentitas, y sé que en este momento vuestra prioridad es estar bien descansados para las clases de mañana. Así pues, digámonos buenas noches. ¡Pip, pip!

Los alumnos retiraron los bancos de las mesas con el estrépito de siempre, y cientos de jóvenes empezaron a salir en fila del Gran Comedor, camino de sus dormitorios. Harry, que no tenía ninguna prisa por mezclarse con la masa de compañeros que lo miraban embobados, ni por acercarse a Malfoy para que éste tuviera ocasión de contar una vez más cómo le había destrozado la nariz, se quedó rezagado, fingió que se ataba los cordones de una zapatilla y dejó que lo adelantaran casi todos los alumnos de Gryffindor. Hermione se había colocado en cabeza del grupo para cumplir, como prefecta, su obligación de guiar a los estudiantes de primero, pero Ron se quedó con Harry.

—¿Qué te ha pasado en la nariz? Dime la verdad —pidió cuando ya eran de los últimos que quedaban en el comedor y nadie podía oírlos.

Harry le contó lo ocurrido y Ron no se rió, demostrando así lo sólida que era su amistad.

—He visto a Malfoy explicando con mímica algo relacionado con una nariz —comentó.

—Sí, ya. Bueno, eso no importa —replicó Harry, afligido—. Pero logré escuchar lo que decía antes de que descubriera que yo estaba allí…

Se había imaginado que Ron se quedaría pasmado al enterarse de los alardes de Malfoy, pero no le parecieron nada del otro mundo. Harry lo interpretó como pura testarudez.

—Hombre, Harry, sólo estaba fardando delante de Parkinson… ¿Qué clase de misión le iba a asignar Quien-tú-sabes?

—¿Cómo sabes que Voldemort no necesita a alguien en Hogwarts? No sería la primera vez que…

—No me gusta que lo llames así —le reprochó una voz a sus espaldas.

Harry se dio la vuelta y vio a Hagrid meneando la cabeza con gesto de desaprobación.

—Pues Dumbledore lo llama así —replicó Harry.

—Sí, lo sé, pero Dumbledore es Dumbledore, ¿no? —rebatió Hagrid—. Oye, Harry, ¿cómo es que has llegado tarde? Estaba preocupado por ti.

—Me he entretenido en el tren. ¿Y tú? ¿Por qué has llegado tarde?

—Estaba con Grawp —contestó Hagrid sonriendo—. He perdido la noción del tiempo. Ahora vive en las montañas, en una bonita cueva que le buscó Dumbledore. Allí es mucho más feliz que en el Bosque Prohibido. Mantuvimos una conversación muy interesante.

—¿En serio? —repuso Harry procurando no mirar a Ron, puesto que la última vez que había visto al hermanastro de Hagrid, un violento gigante con una habilidad especial para arrancar los árboles de raíz, comprobó que su vocabulario constaba de cinco palabras, dos de ellas pronunciadas incorrectamente.

—Sí, sí, ha progresado mucho —afirmó Hagrid con orgullo—. Te sorprenderías. Estoy pensando en entrenarlo para que sea mi ayudante.

A Ron se le escapó una risotada, pero consiguió que sonara como un fuerte estornudo. Ya habían llegado a las puertas de roble del castillo.

—En fin, nos veremos mañana. La primera clase es después de comer. Si venís pronto podréis saludar a Buck… quiero decir a Witherwings.

Hagrid se despidió de ellos levantando un brazo y salió por las puertas al oscuro jardín.

Los dos amigos se miraron. Harry comprendió que ambos estaban pensando lo mismo.

—Este año no vas a estudiar Cuidado de Criaturas Mágicas, ¿verdad?

Ron negó con la cabeza.

—Tú tampoco, ¿no? —Harry negó también con la cabeza—. ¿Ni Hermione? —agregó Ron.

Harry negó otra vez. No quería pensar qué diría Hagrid cuando se diera cuenta de que sus tres alumnos favoritos habían abandonado su asignatura.