Es por la mañana y un resplandor amarillo inunda la sala de juegos de Muskrat Farm. Los enormes animales de peluche contemplan con los botones que les hacen de ojos el cuerpo de Cordell ahora cubierto con una sábana.
A pesar de que estamos en pleno invierno, una moscarda ha localizado el cadáver y se pasea por las zonas de la sábana en las que la sangre ha calado.
Si Margot Verger hubiera imaginado el efecto de degaste que un homicidio tan cacareado por los medios podía tener sobre las acciones del asesino, puede que no hubiera introducido la anguila en la garganta de su hermano.
La decisión de no intentar arreglar el desastre de Muskrat Farm y limitarse a capear el temporal había sido un acierto. Ningún superviviente la había visto en Muskrat mientras Mason y los demás eran asesinados.
Su versión fue que la frenética llamada del enfermero del relevo de medianoche la había despertado en la casa que compartía con Judy. Se puso en camino hacia el lugar de autos y llegó poco después que los primeros ayudantes del sheriff.
El investigador principal del departamento del sheriff, detective Clarence Franks era un jovenzuelo con los ojos un poco más juntos de lo normal, pero no tan estúpido como a Margot le hubiera gustado.
—¿Es que cualquiera puede subir como si tal cosa en este ascensor? Hace falta una llave, ¿me equivoco? —le había preguntado Franks.
La mujer y el detective estaban incómodamente sentados en el confidente.
—Supongo que sí, si es que entraron de esa forma.
—¿Ellos, señorita Verger? ¿Cree que podía tratarse de más de uno?
—No tengo la menor idea, señor Franks.
Había visto el cuerpo de su hermano soldado aún a la anguila y cubierto con una sábana. Alguien había desenchufado el respirador. Los criminalistas estaban tomando muestras del agua del acuario y de la sangre del suelo. En la mano de Mason pudo distinguir el mechón del pelo del doctor Lecter. Aún no lo habían visto. Los criminalistas le parecían idénticos como gotas de agua.
El detective Franks no paraba de garrapatear en su bloc de notas.
—¿Saben quiénes son las otras víctimas? —preguntó Margot—. Pobrecillos, ¿tenían familia?
—Lo estamos investigando —le respondió Franks—. Hemos encontrado tres armas que podremos rastrear.
De hecho, el departamento del sheriff no estaba seguro del número total de personas que habían muerto en el granero, pues los cerdos habían desaparecido en la profundidad del bosque llevándose los escasos restos para más tarde.
—En el curso de la investigación podríamos tener que pedirle a usted y a su… compañera que pasen la prueba del polígrafo; se trata de un detector de mentiras, ¿se prestaría a hacerlo, señorita Verger?
—Señor Franks, haré cualquier cosa para que capturen a esa gente. Para contestar más específicamente a esa pregunta, le diré que puede llamarnos a Judy y a mí cuando le parezca. ¿Debo hablar con el abogado de mi familia?
—No si no tiene nada que ocultar, señorita Verger.
—¿Ocultar? —Margot consiguió soltar unas lágrimas.
—Por favor, no tengo más remedio que hacer estas cosas, señorita Verger —se disculpó Franks, que había alargado la mano hacia el robusto hombro de la mujer, pero se lo pensó mejor.