Desde el paso elevado a la altura de la salida treinta de la autopista, en dirección norte, Starling podía ver a un kilómetro de distancia la caseta iluminada de la entrada principal, el puesto de vigilancia más adelantado de Muskrat Farm. Starling había tomado una decisión en el trayecto hasta Maryland: entraría por la parte de atrás. Si se presentaba en la puerta principal sin credenciales ni orden judicial, la gente del sheriff la escoltaría fuera del condado, o hasta la cárcel del condado. Para cuando la soltaran, todo habría acabado. No le preocupaba no tener permiso. Condujo hasta la salida 29, bien pasada Muskrat Farm, y volvió atrás por la carretera de servicio. El asfalto parecía muy oscuro después de las luces de la autopista. La carretera estaba limitada por la autopista a la derecha y a la izquierda por una cuneta y una alta valla de malla de alambre que la separaba de la sobrecogedora negrura del parque nacional. Starling descubrió en el mapa un camino forestal que se cruzaba con la carretera alquitranada dos kilómetros más adelante, en un lugar invisible desde la caseta de la de entrada. Era donde se había parado por error en su primera visita. Según el mapa, el camino forestal atravesaba el parque nacional y llegaba a Muskrat Farm. Hacía los cálculos con el odómetro del coche. El rugido del Mustang, más ruidoso que nunca circulando en primera, repercutía en los árboles.
Allí estaba, ante las luces delanteras, una pesada verja de tubos metálicos soldados cotonada por alambre de espino. El cartel «ENTRADA DE SERVICIO» que había visto la otra vez había desaparecido. Los hierbajos habían crecido delante de la verja y en el paso sobre la zanja, que tenía una alcantarilla.
A la luz de los focos pudo apreciar que las hierbas estaban apisonadas por el paso reciente de algún vehículo. En un lugar en que la gravilla y la arena se habían desprendido del pavimento se distinguían las marcas de neumáticos sobre el barro y la nieve. ¿Serían iguales a las que había dejado la furgoneta en el aparcamiento del Safeway? No hubiera podido asegurarlo, pero era muy probable.
Una cadena y un candado de cromo aseguraban la verja. Nada de sudores. Starling miró en ambas direcciones de la carretera. No venía nadie. Un allanamiento de morada sin importancia. Se sentía una criminal. Comprobó los tubos en busca de cables sensores. Ninguno. Empleando dos horquillas y con la pequeña linterna entre los dientes, en cuestión de quince segundos consiguió abrir el candado. Condujo el coche al otro lado de la entrada y se internó entre los árboles antes de apearse para cerrar. Rodeó los tubos con la cadena y puso el candado por la parte de fuera. Todo parecía normal. Dejó los extremos sueltos por la parte de dentro de forma que pudiera abrir con facilidad embistiendo con el coche si era necesario.
Midiendo el mapa con el pulgar, había unos tres kilómetros de bosque hasta la granja. Avanzó bajo el oscuro túnel que cubría el camino forestal, con el cielo nocturno a ratos visible, a ratos oculto, cuando las ramas se cerraban en lo alto. Conducía en segunda, sin pisar apenas el acelerador, sólo con las luces de estacionamiento, procurando mantener el Mustang tan silencioso como podía, con las hierbas secas barriendo la parte baja del coche. Cuando leyó en el odómetro que había recorrido dos kilómetros y un tercio, paró. Con el motor apagado, podía oír la llamada de un cuervo en la oscuridad. El cuervo se quejaba de mala manera. Rogó a Dios que fuera un cuervo.