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En el momento en que el doctor Lecter levantaba su copa al trasluz de la vela, A. Benning, que se había quedado hasta tarde en el laboratorio de ADN, levantó su última emulsión hacia la luz y observó las tinturas roja, azul y amarilla de las líneas de electroporesis. La muestra utilizada consistía en células obtenidas del cepillo de dientes del Palazzo Capponi enviado en la valija diplomática italiana.

—Vaya, vaya —murmuró, y llamó al número de Starling en Quantico. Le respondió Eric Pickford.

—Hola, ¿puedo hablar con Clarice Starling, por favor?

—Ya se ha marchado. Yo estoy de guardia, ¿en qué puedo ayudarla?

—¿Tiene un número de busca donde pueda localizarla?

—Mire, está aquí, pero en el otro teléfono. ¿Qué ha conseguido?

—¿Hará el favor de decirle que ha llamado Benning, del laboratorio de ADN? Por favor, dígale que lo del cepillo de dientes y la pestaña de la flecha coinciden. Es el doctor Lecter. Y dígale que me llame.

—Por supuesto, se lo diré enseguida. Deme su extensión. Muchas gracias.

Starling no estaba en la otra línea. Pickford llamó a Paul Krendler a su casa.

Al ver que Starling no la llamaba al laboratorio, la analista se sintió un tanto decepcionada.

A. Benning había dedicado a aquello un montón de tiempo extra. Se fue a casa mucho antes de que Pickford se decidiera a llamar a Starling.

Mason estuvo al corriente una hora antes que la agente especial. Habló brevemente con Krendler, tomándose su tiempo, dejando que la máquina le fuera mandando oxígeno. Tenía la mente muy clara.

—Es el momento de poner a Starling fuera de circulación, antes de que decidan preparar una encerrona y la pongan de cebo. Es viernes, tenemos todo el fin de semana. Mueve el culo, Krendler. Suelta lo del anuncio y échala a la calle, le ha llegado la hora. Y Krendler…

—Me gustaría que al menos…

—… limítate a hacer lo que te digo, y cuando recibas la próxima postal de las islas Caimán tendrá un número completamente nuevo escrito debajo del sello.

—De acuerdo, yo… —empezó a decir Krendler, pero la comunicación se cortó.

La breve conversación había cansado a Mason más de lo normal. Para acabar, antes de hundirse en un sueño intranquilo, hizo venir a Cordell y le dijo:

—Manda traer los cerdos.