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—No puedo entregarte a Clarice Starling —dijo Krendler cuando Doemling los dejó solos—. Puedo tenerte constantemente al corriente de dónde está y de todo lo que hace, pero no controlar las misiones que le asigne el Bureau. Y si el Bureau la saca a la intemperie para que haga de cebo, la protegerán, te lo garantizo —para reforzar su argumentación, Krendler apuntó el índice hacia el lugar de la oscuridad en que suponía a Mason—. No puedes colarte en una cosa así. No podrías adelantarte a su cobertura e interceptar a Lecter. El grupo de vigilancia localizaría a los tuyos en un visto y no visto. En segundo lugar, el Bureau no tomará esa iniciativa a menos que Lecter vuelva a ponerse en contacto con ella o sea evidente que está cerca; ya le ha escrito otras veces y no se ha presentado. Haría falta un mínimo de doce personas para vigilarla, saldría demasiado caro. Todo sería más fácil si no le hubieras echado un cable cuando lo del tiroteo. Ahora ya es tarde para cambiar de opinión, no podrías volver a colgarle el sambenito.

—Sería, podría, debería… —rezongó Mason, haciendo un buen trabajo con las oclusivas, dicho sea de paso—. Margot, coge el periódico de Milán, el Corriere della Sera… el número del sábado, el día siguiente al asesinato de Pazzi… Busca el primer mensaje en la sección de anuncios personales… Léenoslo. Margot levantó el apretado texto hacia la luz.

—Está en inglés, dirigido a A. A. Aaron. Dice: «Entréguese a las autoridades más próximas, los enemigos están cerca. Hannah». ¿Quién es esa Hannah?

—Es el nombre de la yegua de Starling cuando era niña —dijo Mason—. Es un aviso de Starling a Lecter. Lecter le había explicado en la carta cómo ponerse en contacto con él. Krendler se puso en pie de un salto.

—¡Maldita hija de puta! No podía saber lo de Florencia. Si lo sabe, sabrá también que te he estado pasando información.

Mason suspiró y se preguntó si Krendler era bastante listo como para ser un político de provecho.

—Ella no sabe nada. Fui yo quien puso el anuncio en La Nazione, el Corriere della Sera y el International Herald-Tribune, para que saliera al día siguiente de nuestra operación contra Lecter. De esa forma, si fallábamos, Lecter creería que Starling estaba intentando ayudarlo. Y seguiríamos teniendo un vínculo con él a través de Starling.

—Pues nadie se ha enterado.

—No. Excepto tal vez Hannibal Lecter. Y puede que quiera darle las gracias. Por correo, en persona, ¿quién sabe? Ahora, escúchame: ¿sigues controlando sus cartas?

—Escrupulosamente —dijo Krendler, asintiendo con la cabeza—. Si le manda algo, lo verás antes que ella.

—Escucha con atención lo que voy a decirte: encargué y pagué ese anuncio de forma que Starling no tenga posibilidad de probar que no lo puso ella. Eso es un delito mayor. Es pisar la raya roja. Con eso es toda tuya, Krendler. Y sabes mejor que yo que el FBI no da una mierda por ti una vez que estás fuera. Por ellos, como si te convierten en comida para perros. No serán capaces ni de hacer la vista gorda con el permiso de armas. No le importará a nadie más que a mí. Y Lecter sabrá que está más sola que la una. Pero antes intentaremos otras cosas —Mason hizo una pausa para respirar y prosiguió—: Si no funcionan, haremos lo que dice Doemling y usaremos el anuncio para dejarla con el culo al aire, qué digo con el culo… Con el culo y todo lo demás. Estará tan jodida que podrás partirla en dos con la mierda de ese anuncio. Quédate la parte del coño, ése es mi consejo. La otra es más aburrida que el copón. Vaya, no quería blasfemar.