ESCENA II

Entran Hamlet y Horacio

Basta ya de eso; ahora escucha el resto.

¿Recuerdas bien todas las circunstancias?

Las recuerdo, milord.

Pues señor, en mi alma

Se libraba una especie de combate

Que no me permitía dormir.

Creo yo que las noches las pasaba peor

Que los amotinados puestos en los grilletes.

Apresuradamente (y alabado sea

Por casos como este el apresuramiento,

Pues conviene saber

Que nuestra indiscreción a veces nos es útil,

Cuando nuestros profundos proyectos palidecen,

Y eso debe enseñarnos

Que una Divinidad da forma a nuestros fines,

Por mucho que nosotros

Los desbastemos malamente)…

Bien cierto es eso.

… De mi camarote,

Después de echarme encima a oscuras

Mi capa de marino, salí a tientas

Y me puse a buscarlos; se cumplió mi deseo:

Palpé su bulto, y finalmente

Me retiré de nuevo en mi aposento,

Y llegó a tanto mi osadía

(Pues mi miedo olvidaba los modales)

Como para romper los sellos de su grave mandato,

Donde encontré, Horacio

—Oh regia granujada—, un mandamiento exacto,

Relleno de abundantes y diversas razones

En cuanto a la salud de Dinamarca,

Y también de Inglaterra,

Con —¡uf!— ¡tamañas pesadillas y trasgos en mi vida!

Que apenas revisadas, y sin mediar tardanza,

Sin esperar siquiera a que se afile el hacha,

Había que cortarme la cabeza.

¿Es posible?

Aquí está el mandato,

Ya lo leerás con calma.

Pero ¿quieres oír lo que hice después?

Os lo suplico.

Encontrándome así

Rodeado de trampas de villanos,

Antes de que pudiera exponerles un prólogo,

Mis sesos se habían puesto ya a la obra.

Me senté y pergeñé un nuevo mandato;

Lo escribí con cuidado (en otros tiempos

Pensaba, igual que nuestros estadistas,

Que era vil escribir con cuidado,

Y mucho me esforcé

Para olvidar aquel aprendizaje);

Pero señor, ahora me hizo muy buen servicio.

¿Quieres saber qué fue lo que escribí?

Sí, buen señor.

Una conminación

Llena de gravedad de nuestro rey,

Ya que Inglaterra era su leal tributaria,

Ya que el amor reinaba entre los dos,

Ya que debía florecer la palma,

Ya que la paz debía llevar siempre

Su guirnalda de espigas, sin siquiera una coma

Entrometida en su amistad,

Y muchos otros «yaques» de importancia,

Que visto y conocido lo que allí estaba escrito,

Sin ulterior debate y sin más y sin menos,

Debían recibir súbita muerte

Los portadores, sin otorgarles tiempo

Para la confesión.

¿Y cómo lo sellasteis?

Bueno, también en esto fue providente el cielo:

Yo tenía el anillo de mi padre en mi bolsa,

Que sirvió de modelo a aquel sello danés.

Doblé el escrito de la misma forma

Que estaba el otro, lo firmé, imprimí en él el sello,

Lo puse a buen recaudo.

Nunca se supo el cambalache.

Pues bien, al otro día

Tuvimos la batalla en alta mar

Y lo que acarreó, como lo sabes ya.

Así que Guildenstern y Rosencrantz

Van allá de cabeza.

Hombre, sí,

No hay duda que ellos mismos cortejaron

Una situación tal.

No son un peso para mi conciencia;

Su derrota es producto de sus instigaciones:

Es peligroso cuando una naturaleza

De poca altura se entromete entre las cuchilladas

Y las puntas de espadas furibundas

De contendientes poderosos.

Por Dios, ¿qué rey es este?

¿No piensas —ponte en mi lugar—

Que ahora es cosa mía?

El que mató a mi rey, prostituyó a mi madre,

Metió su baza entre mis esperanzas

Y la elección, echó su anzuelo

En busca de mi propia vida,

Y con tales embustes, ¿no es conforme a conciencia

Ponerle fin con este brazo? ¿Y no equivale a condenarse

Permitir que este cáncer que corroe

Nuestra naturaleza perpetre más maldades?

Pronto le avisarán desde Inglaterra

De cuál fue el desenlace de su gestión allí.

Pronto, sí; pero es mío el ínterin,

Y la vida de un hombre

No es mucho más que contar hasta uno.

Pero lamento mucho, mi querido Horacio,

Haber perdido ante Laertes los estribos,

Pues por la imagen de mi causa, veo

Retratada la suya;

Haré la corte a sus favores,

Pero está claro que la petulancia

De su dolor provocó en mí

Una pasión indomeñable.

Callad, ¿quién viene aquí?

Entra el joven Osric

Que sea Vuestra Alteza bienvenida

De vuelta en Dinamarca.

Señor, os lo agradezco humildemente. ¿Conoces a este mosquito?

No, milord.

Eso llevas ganado, porque es una lacra conocerlo: tiene mucha tierra, y fértil; pon como señor de las bestias a una bestia, y el pesebre de este sujeto estará en la mesa del rey. Es una cacatúa. Pero, como digo, bien provisto en la posesión de estercoleros.

Amable señor, si vuestra amistad está bien dispuesta, os transmitiría yo algo de parte de Su Majestad.

Lo recibiré con la mayor diligencia de espíritu. Haced de vuestro gorro el uso que es debido: es para la cabeza.

Doy las gracias a Vuestra Alteza, hace mucho calor.

No, creedme, hace mucho frío, el viento sopla del Norte.

Hace algo de frío, milord, efectivamente.

Pienso que está muy bochornoso, y cálido para mi constitución.

Enormemente, milord, hace mucho bochorno, como si fuera no sé qué. Pero milord, Su Majestad me pidió que os hiciera saber que ha hecho una gran apuesta en vuestro favor, señor, de eso se trata.

Recordad, os lo ruego.

No, de buena fe, es por mi gusto, de buena fe. [Señor, está aquí, recién regresado, Laertes; creedme, absolutamente un caballero, lleno de excelentes distinciones, de muy agradable trato y magnífica apariencia; en verdad, para hablar de él cabalmente, es la brújula o el calendario de la hidalguía, pues en él hallaréis el epítome de cuantas partes quisiera tener un caballero.

Señor, su definición no sufre en vuestras manos ninguna pérdida, aunque yo sé que dividirlo a modo de inventario daría mareos a la aritmética de la memoria, y sólo iría a bandazos respecto a su raudo rumbo, pero en la pura verdad de la alabanza, lo tengo por un alma de gran rango, y sus prendas de tanta escasez y rareza que, para hablar de él con justeza, su semejante es su espejo, y el único que podría seguir sus pasos su propia sombra y nada más.

Vuestra Alteza habla de él de manera infalibilísima.

Al grano, señor: ¿por qué envolvemos al caballero en nuestro aliento más tosco?

Señor.

¿No es posible entenderse en otro lenguaje? Intentadlo, señor, de veras.

¿Qué pasa con el nombramiento de este caballero?

¿De Laertes?

Su bolsa se ha quedado ya vacía, ha gastado todas sus palabras de oro.

De ese, señor.

Sé que no sois ignorante.

Eso quisiera que supierais, pero a fe mía, si así fuera, eso no hablaría muy bien de mí. ¿Pues bien, señor?]

No sois ignorante de cuánta es la excelencia de Laertes.

No me atrevo a confesar eso, no vaya a compararme yo con él en excelencia, a menos que conocer bien a un hombre sea conocerse uno mismo.

Me refiero, señor, a su arma, pero por la reputación que hay de él, no tiene igual en ese mérito.]

¿Cuál es su arma?

Florete y daga.

Eso son dos armas suyas; pero bueno.

El rey, señor, ha apostado contra él seis caballos de Berbería, contra los cuales él impone, por lo que yo sé, seis floretes y puñales franceses, con sus aditamentos, como cintos, tahalíes y cosas así: tres de esos correajes, a fe mía, son muy dignos de admirarse, muy correlativos a las empuñaduras, delicadísimos correajes, y de muy libre fantasía.

¿A qué llamáis «carruajes»?[18]

Ya sabía yo que os edificaría con sus notas al margen antes de que os escaparais.]

Los correajes, señor, son los tahalíes.

Eso de «carruajes» sería más afín al asunto si pudiéramos llevar cañones a un lado; mientras tanto, quisiera que fueran tahalíes. Pero sigamos: seis caballos de Berbería, contra seis espadas francesas, sus aditamentos y tres «carruajes» libreconcebidos, eso es la puesta francesa contra la danesa. ¿Sobre qué se «impone» esto, como decís vos?

El rey, señor, ha apostado que en una docena de asaltos entre vos y él, no os superará en más de tres golpes; ha apostado doce contra nueve, y eso se ha de poner a prueba inmediatamente, si Vuestra Alteza tiene a bien dar su respuesta.

¿Y si contesto que no?

Me refiero, señor, la puesta a prueba de vuestra persona.

Señor, me pasearé por aquí en el salón; si le place a Su Majestad, es mi hora de hacer ejercicio; que traigan las espadas, si el caballero lo desea y el rey sostiene su propósito, ganaré para él si puedo; si no, no ganaré sino mi vergüenza y las estocadas de más.

¿Debo retransmitirlo así?

En efecto, señor, con cuantos adornos desee vuestra naturaleza.

Encomiendo mi reverencia a Vuestra Alteza.

Sale

Todo vuestro, todo vuestro. Hace bien en encomendarse a sí mismo, no hay otras lenguas para esa tarea.

Esta avefría huye con el cascarón sobre la cabeza.

Le hacía cumplidos a la teta antes de chuparla: así este y muchos más de la misma manada que conozco, que hacen chochear a esta frívola época, no hicieron más que seguir la tonada de los tiempos, y el hábito exterior del buen trato, una especie de inflada inferencia que los lleva más y más lejos en las opiniones más triviales y pasadas por el cedazo; pero sopla tan sólo sobre ellas para probarlas, y se van en burbujas.

Entra un caballero

Milord, Su Majestad os envió sus saludos por medio de Osric, que le informó de vuelta de que le esperáis en el salón. Manda preguntar si seguís queriendo esgrimir con Laertes, o si queréis tomaros más tiempo.

Sigo constante en mis propósitos, que se acoplan al deseo del rey: si habla su disposición, la mía está lista; ahora o en cualquier momento, siempre que yo esté tan en condiciones como ahora.

El rey, la reina, y toda la compañía bajan ya.

En buena hora.

La reina desea que hagáis algún amable cumplido a Laertes antes de que empiece el encuentro.

Es una buena instrucción.

Sale el caballero

Vais a perder esta apuesta, milord.

No lo creo; desde que él se fue a Francia, yo he estado practicando continuamente; ganaré con la ventaja que me dan. Pero no te imaginas lo mal que está todo aquí en mi corazón; pero no importa.

No, mi buen señor.

Son tonterías, pero es una premonición de esas que perturbarían quizá a una mujer.

Si a vuestro ánimo le disgusta algo, obedecedle. Impediré que lleguen aquí y diré que no estáis bien.

Nada de eso, desafiamos a los augurios. Hay una providencia especial en la caída de un gorrión. Si ha de ser ahora, no estará por venir; si está por venir, será ahora; si no es ahora, llegará sin embargo. Estar preparado es todo, puesto que ningún hombre tiene nada de lo que deja, ¿qué importa dejarlo pronto?

Entran trompetas, tambores y un funcionario con un cojín; el rey, la reina y toda la corte; asistentes con espadas y dagas; Laertes; una mesa preparada y frascos de vino sobre ella

Venid, Hamlet, venid, y tomadnos la mano.

Pido perdón, señor, os he hecho agravio,

Mas perdonadlo, puesto que sois un caballero.

Ya los aquí presentes saben,

Y vos debéis haber oído, cómo fui castigado

Con un amargo desvarío.

Lo que hice, y que pudo

Airadamente sublevar vuestra naturaleza,

Y vuestro honor y desaprobación,

Proclamo aquí que fue locura.

¿Ha sido acaso Hamlet quien agravió a Laertes?

Nunca Hamlet: si Hamlet de sí mismo está ausente,

Y cuando no es él mismo hace agravio a Laertes,

No es él entonces quien lo ha hecho,

Hamlet lo niega. Entonces ¿quién lo hizo?

Lo hizo su locura, y si es así,

Hamlet está del lado de los agraviados,

Y su locura es la enemiga

De ese pobre de Hamlet. Señor, ante esta audiencia,

Séame dado proclamar que no quise hacer daño.

Absuélveme en tus generosos pensamientos

Haciendo cuenta que lancé mi flecha

Por sobre mi tejado y que a mi hermano herí.

Me doy por satisfecho en mi naturaleza,

Cuyo motivo en este caso

Debiera ser lo que me incita más

A la venganza. Pero en lo que hace al honor,

Mantengo mi reserva, y no me reconcilio

Mientras algún viejo maestro de honor reconocido

No me dé su opinión

Y un precedente de esas paces

Que no manche mi nombre. Pero hasta ese momento,

Tendré en efecto por amor

El amor que me proponéis,

Y no he de defraudarlo.

Lo acepto libremente,

Y cumpliré sin reticencia esta apuesta entre hermanos.

Dadnos las armas. Vamos.

A ver; para mí una.

Laertes, voy a hacer de engaste vuestro:

Pues ante mi ignorancia,

Vuestra destreza, así como una estrella

En lo más negro de la noche

Destellará brillantemente.

Os burláis, señor mío.

Por esta mano, no.

Dadles ya las espadas, joven Osric.

Ya conocéis, primo Hamlet, la apuesta.

Perfectamente, señor mío:

Vuestra Gracia ha inclinado la ventaja

Del lado del más débil.

No tengo ningún miedo:

Os he visto a los dos, mas si él es favorito,

Jugaremos nosotros con ventaja.

No; esta pesa demasiado;

Mostradme otra.

A mí me cuadra esta,

¿Tienen las dos el mismo largo?

Se preparan para esgrimir

Sí, mi señor.

Colocadme los jarros de vino en esta mesa:

Si Hamlet da la primera estocada,

O la segunda, o la desquita

En el tercer asalto, que todas las almenas

Disparen sus cañones mientras bebe el rey

A la salud de Hamlet, y en la copa

Se arrojará una perla más preciosa

Que la que cuatro reyes sucesivos

De Dinamarca han ostentado.

Dadme las copas, y los atabales

Digan a la trompeta, y la trompeta

Diga allá afuera al artillero,

Y los cañones a los cielos,

Y a la tierra los cielos que el rey bebe

A la salud de Hamlet. Vamos, comenzad ya,

Y vosotros los jueces abrid un ojo alerta.

Trompetas todo este tiempo

Adelante, señor.

Venid, milord.

Esgrimen

Uno.

No.

¡Jueces!

Estocada,

Estocada muy clara.

Bien: vamos otra vez.

Un momento, esperad; dadme una copa.

Para ti es esta perla, Hamlet: a tu salud.

Dadle la copa.

Tambores, trompetas y salvas. Fanfarrias. Se dispara un cañón

Terminaré este asalto antes,

Dejadla ahí por el momento.

Vamos. Otra estocada. ¿Qué decís?

Sí, tocado, tocado, lo confieso.

Ganará nuestro hijo.

Está gordo y le falta el aire.

Ven, Hamlet, toma mi pañuelo,

Enjúgate la frente,

La reina brinda por tu suerte, Hamlet.

Bien, señora.

Gertrudis, no bebáis.

Sí beberé, señor, ruego me perdonéis.

Era la copa envenenada,

Ya es demasiado tarde.

No me atrevo a beber todavía,

Más tarde.

Ven, deja enjugar tu cara.

Milord, ahora sí voy a herirle.

No lo creo.

Y no obstante,

Es casi contra mi conciencia.

Venid por el tercero.

Laertes, sólo estáis jugando,

Os ruego combatir con entera violencia,

Temo que hagáis de mí un fantoche.

¿Eso decís? Pues vamos.

Esgrimen

Nada por ningún lado.

Cuídate ahora.

En la refriega cada uno agarra el estoque del otro y los dos quedan heridos

Apartadlos, están enfurecidos.

No, ven de nuevo.

Cae Laertes; cae la reina, moribunda

Atended a la reina; allí, oh, ah.

Los dos están sangrando. ¿Cómo os sentís, señor?

¿Cómo os sentís, Laertes?

Bueno, pues como un pájaro atrapado

En mi propia lazada, Osric:

Me mata, como es justo, mi propia falsedad.

¿Qué le pasa a la reina?

Se ha desmayado de veros sangrar.

No, no, no, la bebida, la bebida.

Oh mi querido Hamlet, la bebida,

La bebida,

Estoy envenenada.

Muere

¡Oh villanía! ¿Cómo?

Que se cierren las puertas.

Traición. Busquemos dónde.

Aquí está, Hamlet: Hamlet, te han matado,

No hay en el mundo medicina

Que te pueda hacer bien. Ya no hay en ti

Media hora de vida; el instrumento

De la traición está en tu mano,

Sin botón en la punta y untada de veneno:

El repugnante plan se ha vuelto contra mí.

Ay, aquí yazgo, y nunca más volveré a levantarme.

Tu madre ha sido envenenada.

No puedo más. El rey, el rey es el culpable.

¿También la punta envenenada?

Pues entonces, veneno, haz tu obra.

Acuchilla al rey

Traición, traición.

Oh, defendedme aún, amigos,

Tan sólo estoy herido.

Ven aquí, incestüoso,

Asesino danés maldito,

Bébete este veneno. ¿Está tu perla ahí?

Sigue a mi madre.

Muere el rey

Bien merecido lo tiene…

Es un veneno que ha mezclado él mismo.

Intercambia conmigo el perdón, noble Hamlet;

Mi muerte, así como la muerte de mi padre,

No caigan sobre ti, ni sobre mí la tuya.

Muere

Que los cielos te absuelvan de ella;

Yo te sigo. Estoy muerto, Horacio.

Infeliz reina, adiós. Vosotros,

Que parecéis tan pálidos, que tembláis ante el hecho

Y sois sólo comparsas o audiencia de este acto:

Si yo tuviera tiempo (pues el feroz esbirro

Que es la Muerte, es estricto con sus presos),

Oh, qué cosas podría relataros.

Pero dejémoslo. Me muero, Horacio,

Vive tú; lleva rectamente

Noticia mía y de mi causa

A los que estén dudosos.

No penséis eso ni un momento.

Tengo más de romano antiguo

Que de danés, queda un poco de vino.

Como que eres un hombre,

Dame esa copa; déjala, por Dios.

Oh buen Horacio, qué mermado nombre

(Pues tantas cosas quedan no sabidas)

Vivirá tras de mí. Si alguna vez

Me has alojado dentro de tu corazón,

Desentiéndete un tiempo de la felicidad

Y en este duro mundo

Reserva con dolor tu aliento para contar mi historia.

Marcha a lo lejos, y salvas adentro

¿Qué ruido belicoso es ese?

Entra Osric

El joven Fortinbrás,

De regreso triunfante de Polonia,

A los embajadores de Inglaterra

Les ofrece esta salva militar.

Ay, Horacio, me muero; el potente veneno

Subyuga ya mi espíritu. No alcanzaré a vivir

Para oír las noticias de Inglaterra,

Mas vaticino que la votación

Recaerá en Fortinbrás;

Tiene mi voto moribundo.

Díselo pues, así como las circunstancias

Mayores y menores que me solicitaron.

Lo demás es silencio.

Muere

Aquí se quiebra un noble corazón.

Buenas noches tengáis, oh dulce príncipe,

Y que vuelos de ángeles te acompañen cantando

A tu final descanso.

¿Por qué viene hasta aquí el tambor?

Entran Fortinbrás y los embajadores de Inglaterra, con tambores, estandartes y asistentes

¿Dónde está ese espectáculo?

¿Qué es lo que queréis ver? Si es cosa de dolor,

De espanto, no sigáis buscando.

Este amontonamiento de cadáveres

Denuncia una matanza. Ay, orgullosa muerte,

¿Qué fiesta se prepara en tu eterna mazmorra,

Para que tantos príncipes

De un solo golpe tan sangrientamente

Hayas hecho caer?

El espectáculo es desolador,

Y nuestra comisión desde Inglaterra

Tarde ha llegado: sin sentido

Quedaron los oídos que habían de escucharnos

Para decirle que sus órdenes han quedado cumplidas:

Que Rosencrantz y Guildenstern han muerto.

¿Quién nos dará las gracias?

No sería su boca,

Aunque tuviese aún capacidad de vida.

Él nunca dio la orden de su muerte.

Pero si tan a punto,

En medio de esta situación sangrienta,

Vos de la guerra de Polonia

Y vos desde Inglaterra habéis llegado,

Ordenad que estos cuerpos

En un alto tablado sean expuestos,

Y dejad que relate al mundo aún ignorante

Cómo es que sucedieron estas cosas.

Sabréis así de acciones carnales y sangrientas

Y de actos en contra de la naturaleza,

De irreflexivos juicios, de homicidios casuales,

De muertes conseguidas con astucia

Y causadas por fuerza, y en esta conclusión,

Propósitos errados que cayeron

En las cabezas de sus inventores.

Todo esto puedo yo contaros verazmente.

Apresurémonos a oírlo,

Y llamad a la audiencia a los más nobles.

En cuanto a mí, con pena abrazo mi fortuna:

Tengo algunos derechos

Sobre este reino, de los que hay memoria,

Que mi provecho ahora me invita a reclamar.

También de eso yo tengo

Motivo para hablar, y de su boca,

A cuya voz seguirán muchas otras.

Pero hágase lo que antes dije,

Mientras las mentes están aún desconcertadas,

No vaya a ser que alguna otra desgracia

Con intrigas y errores sobrevenga.

Que cuatro capitanes lleven,

Como a un soldado, a Hamlet al tablado,

Porque sin duda, puesto a ello,

Se hubiera comportado con toda majestad.

Y que a su paso suene música de soldados,

Y los ritos de guerra hablen por él bien alto.

Subid el cuerpo, un rito como este

Conviene al campo de batalla,

Pero resulta aquí muy desplazado.

Andad, decid a los soldados que disparen.

Salen marchando, después de lo cual se produce un estruendo de cañones

FIN.