ESCENA V

Entran la reina y Horacio

No quiero hablar con ella.

Insiste. Está sin duda trastornada,

Su estado es lastimoso.

¿Qué desea?

Habla constantemente de su padre;

Dice que se ha enterado de que en el mundo hay trampas,

Y gime, y se golpea el corazón,

Patalea ofendida por cualquier nimiedad,

Dice cosas dudosas que sólo muy a medias

Tienen algún sentido; su discurso no es nada,

Pero el informe uso que de él hace

Induce a sus oyentes a mil suposiciones;

Tratan de adivinar y parchan las palabras

Para hacerlas conformes a sus propias ideas,

Que tal como sus guiños, cabeceos

Y muecas las presentan,

Nos hacen ciertamente creer que hay pensamiento,

Sin duda incierto, pero muy aciago.

Sería bueno hablar con ella,

Pues podría sembrar

Alguna peligrosa conjetura

En mentes mal nacidas.

Dejadla entrar. A mi alma enferma

(Tal es la verdadera naturaleza del pecado)

Cualquier nimio suceso le parece

Preludiar algún hecho desastroso.

Así la culpa suspicaz se ofusca:

Temiendo que la arruinen, su propia ruina busca.

Entra Ofelia, extraviada

¿En dónde está la hermosa Majestad Danesa?

¿Qué hay, Ofelia?

(Canta)

¿Quién me dirá sino tú

Tu amor sincero?

Su sandalia y bastón y la concha

De su sombrero.

Ay Dios, dulce doncella,

¿Qué significa esa canción?

¿Qué decís? Nada, por favor notadlo.

Ya se ha ido, ya está muerto,

Muerto ya, señora mía.

Verde hierba a su cabeza,

A su pie una piedra fría.

Entra el rey

Pero no, Ofelia…

Por favor oíd.

Blanco era su sudario

Como la nieve…

Ay, ved esto, señor.

Lleno de dulces flores

Como se debe.

Mas pobre él:

No le lloró en su tumba

Un amor fiel.

¿Cómo estáis, bella niña?

Bien, muchas gracias. Dicen que la lechuza era la hija de un panadero. Señor, sabemos lo que somos pero no sabemos lo que podríamos ser. Dios se siente a vuestra mesa.

Lucubraciones sobre su padre.

Os ruego, no hablemos de ello, pero si os preguntan qué significa, decid esto:

Mañana es el día de San Valentín,

Mañana es el día,

Y yo virgencita frente a tu ventana

Tu novia sería.

Despierta la rosa, reviste sus galas,

Ha abierto su puerta;

Entre la doncella, que nunca saldrá

Por la puerta abierta.

Bella Ofelia.

Seguro que sí, sin ningún juramento terminaré:

Por Cristo y la santa Caridad,

Ay qué vergüenza le ha dado;

Lo harán los mozos si pueden,

Y por Dios que es gran pecado.

Antes de tumbarme me juraste

Que tu esposa me habrías hecho;

Por el sol que me alumbra lo hiciera,

Y no entrarías en mi lecho.

¿Cuánto tiempo ha estado así?

Espero que me pondré bien. Tenemos que ser pacientes, pero no tengo más remedio que llorar, de pensar que lo van a acostar en la fría tierra: mi hermano debe saberlo, y por eso os agradezco vuestros buenos consejos. Venga mi coche. Buenas noches, señoras; buenas noches, dulces señoras; buenas noches, buenas noches.

Sale

Seguidla estrechamente, vigiladla de cerca,

Os lo encarezco.

Sale Horacio

Ah, este es el veneno

De una pena profunda, todo esto lo origina

La muerte de su padre. Oh Gertrudis, Gertrudis,

Cuando llegan las penas, nunca vienen

Como algún solitario explorador:

Vienen en batallones.

Para empezar, la muerte de su padre;

Tras eso, vuestro hijo que se va,

Autor él mismo violentísimo

De su propia fundada ausencia;

La gente turbia, torpe y retorcida

En sus ideas, y rumores

En torno de la muerte de nuestro buen Polonio;

Y nos hemos portado puerilmente

Al enterrarlo así a la chita callando.

La pobre Ofelia desgarrada de sí misma

Y de su sano juicio, sin el cual

No somos más que estampas o meramente bestias.

Y finalmente, y de tanta importancia

Como todo esto junto, su hermano que ha llegado

En secreto de Francia, y se ceba en su asombro,

Se mantiene en la niebla, y no le ha de faltar

Algún chismoso que le infecte los oídos

Con fétidos discursos

En torno de la muerte de su padre.

Y a todo esto, la necesidad,

Falta de asunto, no vacilará,

De oído a oído,

En colocarnos sobre la picota.

Ay, querida Gertrudis, esto,

A modo de metralla, en mil lugares

Me da más de una muerte.

Ruido adentro. Entra un mensajero

Ay Dios mío, ¿qué ruido es este?

¿En dónde están mis suizos? Que custodien la puerta.

¿Qué sucede?

Salvaos, milord.

El océano (rebasando sus orillas)

No devora las playas con más impetüosa prisa

Que ese joven Laertes, con un ejército rebelde,

Arrasa a vuestros capitanes;

La multitud lo llama su señor,

Y como si ahora mismo

Hubiera comenzado el mundo,

La Antigüedad estuviera olvidada

Y no se conocieran las costumbres,

Confirmaciones y soportes

De todas las palabras, gritan:

«¡Escojamos nosotros! ¡Laertes será rey!»

Gorros, manos y lenguas

Lo aplauden levantándolo a las nubes:

«Laertes será rey, Laertes será rey».

Con qué entusiasmo gritan

Tras una pista falsa.

Corréis a contrapelo, falsos perros daneses.

Ruido adentro

Han roto ya las puertas.

Entra Laertes con otros

¿En dónde está ese rey, señores?

Vosotros quedad fuera.

No; entremos.

Os ruego permitirme…

Está bien, está bien.

Salen

Os doy las gracias. Vigilad la puerta.

Oh rey villano, entrégame a mi padre.

Cálmate, buen Laertes.

Cada gota de sangre que esté en calma

Proclama que yo soy un vil bastardo,

A mi padre le grita que es cornudo,

Pone la marca de ramera aquí,

Sobre la casta frente inmaculada

De mi bendita madre.

¿Por qué razón, Laertes,

Tu rebelión se ve tan gigantesca?

Dejadle en paz, Gertrudis.

No tengas miedo de nuestra persona,

Que la divinidad que guarda a un rey es tal,

Que la traición sólo podrá asomarse

A lo que busca, y muy poco podrá

Hacer su voluntad. Dime, Laertes,

¿Por qué estás tan furioso? Dejadle en paz, Gertrudis.

Hablad pues, hombre.

¿Dónde está mi padre?

Muerto.

Pero no ha sido él.

Dejadle que pregunte a su manera.

¿Cómo es que está muerto?

No vayan a engañarme.

Que se vaya al infierno la lealtad;

Mando al más negro demonio mis votos,

La conciencia y la gracia al pozo más profundo.

Me atrevo a la condenación.

He llegado a tal punto, que ambos mundos desdeño,

Y venga lo que venga: sólo quiero vengarme

A fondo por mi padre.

¿Quién habrá de impedíroslo?

Mi voluntad, no el mundo entero.

En lo que hace a mis medios,

Los administraré tan bien, que con muy poco

He de llegar muy lejos.

Mi buen Laertes, si deseáis conocer

La verdad de la muerte de vuestro amado padre,

¿Está grabado en la venganza vuestra

Que arramblaréis con todo, amigo o enemigo,

Lo mismo el ganador que el perdedor?

Sólo sus enemigos.

¿Queréis saber entonces quiénes son?

A sus buenos amigos les abro así los brazos,

Y como el buen pelícano que da su vida,

Yo les daré a comer mi propia sangre.

Vaya, al fin habláis como un buen muchacho

Y como un verdadero caballero.

Que yo soy inocente de la muerte

De vuestro padre, y que me siento

Profundamente adolorido de ella,

Lo haré tan claramente mostrarse a vuestro juicio

Como se muestra el sol a vuestros ojos.

Se oye ruido adentro: «Dejadla entrar»

Entra Ofelia

¿Qué pasa ahora? ¿Quién hace ese ruido?

Oh calor, sécame los sesos,

Oh lágrimas salobres siete veces,

Abrasad el sentido y virtud de mis ojos.

Por mi fe, tu locura será pagada al peso

Hasta que la balanza haya invertido el fiel.

Oh mi rosa de mayo, mi doncella querida,

Mi buena hermana, dulce Ofelia.

Oh cielos, ¿es posible que el buen juicio

De una joven doncella resulte tan mortal

Como la vida de un anciano?

Sutil en el amor

Se muestra siempre la naturaleza,

Y allí donde es sutil, envía

Una u otra preciosa figura de sí misma

Tras aquello que ama.

(Canta)

Con la cara desnuda

Dejan que se lo lleven,

Que sí, que no, que no, que sí,

Infinitas las lágrimas

Que en su sepulcro llueven.

Adiós, palomo mío.

Si en tu juicio estuvieras y clamaras venganza,

Menos que así conmoverías.

Debéis cantar «Abajo iré, abajo iré», y llamar al que abajo irá. ¡Ah, qué bien le va ese estribillo! Fue el falso mayordomo el que robó a la hija de su amo.

Esa nadería es más que un argumento.

Aquí hay romero, es para los recuerdos. Por favor, amor, recuerda. Y aquí hay pensamientos, son para pensar.

Una instrucción en plena locura, los pensamientos y los recuerdos adecuados.

Aquí hay hinojo para vos, y pajarillas; aquí hay ruda para vos, y un poco para mí. Podemos llamarla hierba de la gracia de los domingos. Ah, debéis llevar la ruda de modo diferente. Aquí hay una margarita, quería daros unas violetas, pero se marchitaron todas cuando mi padre murió: dicen que tuvo un buen fin. Porque el lindo petirrojo ha de ser mi único amor

El pensamiento, y la aflicción,

Y la pasión, y el mismo infierno,

Todo lo vuelve dulzura y minucia.

¿Y ya nunca volverá,

Y ya nunca volverá?

Nunca, nunca, que está muerto,

Quédate en tu cama yerto,

Que ya nunca volverá;

Como nieve era su barba,

Como lino era su pelo,

Ya se ha ido, ya se ha ido,

No haya llanto ni gemido,

Y Dios lo tenga en su cielo.

Y a todas las almas cristianas, a Dios se lo pido. Buenas noches a todos.

Sale Ofelia

¿Ves esto, oh Dios?

Laertes,

Tengo que tomar parte de vuestra aflicción,

O me habréis denegado mis derechos.

Apartaos y escoged, como queráis,

Entre vuestros amigos

A los más sabios, y que nos escuchen

Y nos juzguen a vos y a mí;

Si de modo directo o colateralmente,

Nos hallan implicados, cederemos

Nuestro reino y corona, y nuestra vida,

Junto a cuanto podemos llamar nuestro

A favor vuestro, en prenda de ello.

Pero si no, os contentaréis

Con concedernos tu paciencia,

Y a vuestro lado nos esforzaremos

En contentaros tal como es debido.

Así sea. La forma de su muerte,

Su oscuro enterramiento: ni un trofeo,

Ni una espada o escudo de armas sobre sus huesos,

Ni un noble rito, ni ninguna

Ostentación formal, están gritando,

Para que lo oigan todos,

Como a la tierra desde el cielo, que debo pedir cuentas.

Que las debéis pedir es indudable,

Y si hay ofensa, caiga el hacha formidable.

Te ruego acompañarme.

Salen