ESCENA III

Entra el rey

Le he mandado buscar, y que encuentren el cuerpo.

Qué peligroso es que este hombre ande suelto.

Con todo, no debemos aplicarle

El rigor de la Ley.

Lo ama la multitud chiflada, que se guía

No por el juicio sino por los ojos.

Y cuando esto sucede, se sopesa el castigo

Del delincuente, y jamás el delito.

Para llevarlo todo a cabo

Con equilibrio y suavidad,

Esta súbita orden de enviarlo a otro sitio

Tiene que parecer

Que es una reflexión deliberada.

Cuando los males llegan a ser desesperados,

El remedio que puede aliviar de ellos

O es a su vez desesperado, o bien no existe.

Entra Rosencrantz

¿Qué nuevas hay? ¿Qué ha sucedido ahora?

Dónde haya puesto el cuerpo,

No podemos, milord, lograr que nos lo diga.

¿Pero dónde está él?

Aquí afuera, milord, guardado,

En espera de vuestras órdenes.

Presentadlo ante nos.

Eh, Guildenstern, trae a Su Alteza.

Entran Hamlet y Guildenstern

Veamos, Hamlet, ¿dónde está Polonio?

En una cena.

¿En una cena? ¿Dónde?

No una donde come, sino donde lo comen a él; cierta reunión de gusanos políticos está ahora mismo con él. El gusano es vuestro único Emperador de la Dieta. Nosotros engordamos a todas las demás criaturas para que nos engorden, y nos engordamos a nosotros mismos para los gusanos. Vuestro gordo rey y vuestro flaco pordiosero no son más que diversos manjares, dos platos para una misma mesa; ese es el fin.

Ay Dios, ay Dios.

Un hombre puede pescar con un gusano que se ha comido a un rey, y comerse al pez que se ha zampado ese gusano.]

¿Qué queréis decir con eso?

Nada, sino mostraros cómo un rey puede ir en desfile por las tripas de un mendigo.

¿Dónde está Polonio?

En el cielo, mandad mirar allá. Si vuestro mensajero no lo encuentra allí, buscadlo en el otro lugar vos mismo. Pero en verdad, si no lo encontráis en el curso de este mes, podréis olerlo al subir la escalera hacia la galería.

Id a buscarlo allí.

No se moverá hasta que lleguéis.

Hamlet, este suceso,

Por tu seguridad particular,

De la que siempre estamos preocupados,

Pues lamentamos cariñosamente

Lo que tú has hecho, tiene que alejarte

Con la mayor premura. Por lo tanto, prepárate,

El bajel está listo, el viento es favorable,

Los que han de acompañarte esperan ya,

Y todo está dispuesto para ir a Inglaterra.

¿A Inglaterra?

Sí, Hamlet.

Está bien.

Lo está, en efecto, si miras mis propósitos.

Veo un querubín que los mira. Pero adelante: a Inglaterra.

Adiós, querida madre.

Tu afectuoso padre, Hamlet.

Mi madre: padre y madre son marido y mujer; marido y mujer con una sola carne, y así, es mi madre. Adelante: a Inglaterra.

Sale

Pisadle los talones, inducidlo a embarcarse

Sin dilación, no os demoréis. Quiero que zarpe

Esta noche sin falta.

En marcha, que está ya sellado y concluido

Todo lo que a este asunto se refiere.

Os ruego que os deis prisa.

Y tú, Inglaterra, si en alguna estima

Tienes mi amor, como puede indicártelo

Mi gran poder, pues todavía

Se muestra en carne viva y roja

La cicatriz que debes a la espada danesa,

Y tu libre respeto nos rinde aún homenaje,

No acojas fríamente nuestro real mandato,

El cual implica finalmente,

Mediante cartas que a ese efecto imploran,

La muerte sin tardar de Hamlet.

Hazlo, Inglaterra, que está devastándome

Como fiebre en mi sangre, y tú debes curarme;

Hasta que sepa yo que todo se ha cumplido,

Y pase lo que pase, dichoso no habré sido.

Sale