ESCENA IV

Entran la reina y Polonio

En seguida vendrá. Cuidad de regañarle en serio.

Decidle que ha llegado con sus chifladuras

A un punto que no puede tolerarse,

Que Vuestra Gracia ha sido mediadora

Entre él y un violento ardor.

Yo me estaré callado aquí:

Os pido que seáis clara con él.

Madre, madre, madre.

Os lo aseguro, confiad en mí.

Retiraos, le oigo acercarse.

Entra Hamlet

Bueno, madre, ¿de qué se trata?

Hamlet, has ofendido grandemente a tu padre.

Madre, habéis ofendido grandemente a mi padre.

Vamos, vamos, contestáis con una lengua absurda.

Bien, bien, interrogáis con una lengua absurda.

¿Qué pretendes ahora, Hamlet?

¿De qué se trata ahora?

¿Es que olvidáis quién soy?

No, ni un momento, por la Santa Cruz:

Sois la reina, la esposa

Del hermano de vuestro esposo,

Pero ojalá no fuera así. Y sois mi madre.[13]

No, os pondré enfrente quienes sepan hablaros.[14]

Vamos, vamos, sentaos, y no os mováis.

No partiréis antes de que os enfrente

A un espejo en el cual podáis mirar

Vuestra parte más íntima.

¿Qué vas a hacer? ¿No irás a asesinarme?

Socorro, ah, socorro.

¿Qué? Socorro, socorro, ah, socorro.

¿Qué pasa? ¿Es una rata?

Un ducado a que muere.

Mata a Polonio

Ay, me han matado.

Válgame, ¿qué has hecho?

No lo sé. ¿Es el rey?

¡Ah qué estropicio, y qué acto sangriento!

Acto sangriento, casi igual de malo,

Madre querida, que matar a un rey

Y que casarse con su hermano.

¿Matar a un rey?

Pues sí señora,

Eso fue lo que dije. Tú, bobo entrometido,

Mísero, atolondrado, adiós.

Te confundí con otro superior a ti:

Acepta tu fortuna;

Ya ves que ajetrearse demasiado

Puede ser peligroso.

No sigáis retorciéndoos las manos,

Estad quieta, sentaos,

Dejad que yo os retuerza el corazón,

Que es lo que haré si es que está hecho

De una sustancia penetrable,

Si la costumbre condenada no lo ha hecho tan duro

Que se haya convertido en un bastión a prueba

De todo sentimiento.

¿Qué he hecho yo

Para que así te atrevas a agitar la lengua

Con tan crüel sonido contra mí?

Un acto tal, que mancha

Toda gracia y rubor en la decencia,

Moteja a la Virtud de hipócrita,

Despoja de su rosa

La linda frente de un amor ingenuo

Y en su lugar deja una pústula,

Hace tan falsos a los votos conyugales

Como los juramentos de un jugador de dados.

Ay, una hazaña tal

Como para arrancar al cuerpo del contrato

Su mismísima alma, y para hacer

De la acariciadora religión

Una rapsodia de palabras.

El rostro de los cielos se sonroja.

Sí, esta sólida y variada masa

Está, con gesto triste, como si estuviera

Ante el día del juicio,

Enferma de pensar en ese acto.

Ay de mí, pues ¿qué acto,

Que clame tanto y que atruene en el índice?

Mirad este retrato, y este otro,

Fingida contrahechura

Y representación de dos hermanos.

Mirad qué gracia habita en esta frente,

Los rizos de Hiperión,

El semblante de Jove propiamente,

El ojo parecido a los de Marte

Lo mismo en la amenaza que en el mando;

Un porte como aquel del heraldo Mercurio

Recién posado encima de una cumbre

Que besa el firmamento.

Una combinación y una forma sin duda

En las que cada dios parece

Haber puesto su sello

Para mostrar al mundo el espejo de un hombre.

Tal fue vuestro marido. Mirad qué sigue ahora.

Vuestro marido es este, como espiga con moho

Infectando su aliento saludable.

¿No tenéis ojos? ¿Es posible

Que hayáis dejado de pacer

En este hermoso monte

Y que trisquéis ahora en esta ciénaga?

¿Eh? ¿Tenéis ojos? No podéis llamarlo amor:

A vuestros años el tumulto de la sangre

Está domesticado, se ha hecho humilde

Y se somete al juicio; ¿y qué juicio

Saltaría de aquí hasta aquí?

[No cabe duda que tenéis sentido,

No podríais, si no, moveros,

Pero se ve que ese sentido está paralizado,

Pues no erraría la locura, ni el sentido

Fue nunca tan esclavo del delirio

Que no se reservase algún discernimiento

Que se aplique a tan grande diferencia.]

¿Cuál fue el demonio

Que os engañó como a gallina ciega?

[Los ojos sin el tacto,

El tacto sin la vista,

Los oídos sin manos, o sin ojos,

Sin olfato, sin nada,

O con sólo la parte enferma

De un único sentido verdadero,

Nunca se hubieran ofuscado tanto.]

Vergüenza, di, ¿dónde está tu sonrojo?

Rebelde infierno, si es posible

Que entres y te amotines en los huesos

De una matrona, sea la virtud,

Para los jóvenes ardientes, como cera,

Y que en su propio fuego se derrita.

No proclames vergüenza alguna

Cuando el ardor irresistible

Se abalance a la carga,

Pues con la misma actividad

La propia escarcha arde, y la Razón

Prostituye a la Voluntad.

Ay, Hamlet, no hables más.

Me haces volver los ojos al fondo mismo de mi alma,

Y veo allí unas manchas

Tan negras en sus fibras íntimas,

Que nunca perderán su tinte.

No, sino por vivir

En el rancio sudor de una cama enlodada,

Cociéndose en la corrupción

Entre mil arrumacos y haciendo el amor

En la sucia pocilga.

Ay, no me digas más,

Esas palabras entran en mis oídos como dagas.

Basta ya, dulce Hamlet.

Un asesino, un hombre vil,

Un rufián que no es

La vigésima parte de la décima parte

Del que antes fue vuestro señor.

Un remedo de rey,

Un ratero ladrón de la ley y el Imperio,

Que ha hurtado de un estante la preciosa diadema

Y se la lleva en el bolsillo.

Entra el espectro

No más.

Un rey de parches y remiendos.

Salvadme; oh, cerneos sobre mí

Con vuestras alas, guardias celestiales.

¿Qué deseáis, figura venerable?

Dios me valga, está loco.

¿Verdad que venís a dar un regaño

A vuestro hijo moroso, que se atarda,

Tanto en el tiempo como en la pasión,

Y que deja en suspenso

El importante acto de vuestra horrible orden?

Ah, sí, decídmelo.

No olvides.

Esta visita es sólo para afilar de nuevo

Tu propósito ya casi embotado.

Pero mira: el asombro domina a tu madre;

Oh, sirve tú de intermediario

Entre ella y el combate de su alma.

En los cuerpos más débiles

Dejan más huella las cavilaciones.

Háblale, Hamlet.

¿Cómo estáis, señora?

Oh, por Dios, ¿cómo estáis vos?

Vos que volvéis los ojos al vacío

Y al incorpóreo aire dirigís un discurso.

Por vuestros ojos locamente

Se asoma vuestro espíritu

Y como ante la alarma los soldados dormidos,

Vuestro cabello liso

A modo de excrecencias de la vida

Se levanta y se queda tieso.

Oh amable hijo, esparce

Sobre el calor y el fuego de tu desvarío

Una fresca paciencia. ¿Qué es lo que estás mirando?

A él, a él: mirad qué pálida mirada

Es la que me echa encima.

Su forma aunada con su causa

Predicando a las piedras las ablandaría.

No me miréis así, no vaya a ser

Que esa piadosa acción convierta

Mi ánimo decidido, porque entonces

Lo que tengo que hacer quedaría falto

De los colores de lo verdadero:

Acaso en vez de sangre lágrimas.

¿A quién le decís eso?

¿No veis nada allí?

No, nada en absoluto, y sin embargo

Todo lo que hay lo veo.

¿Ni habéis oído nada?

Solamente a nosotros.

Ah, mirad hacia allá: ved cómo se escabulle.

Mi padre con sus ropas, tal como fue en su vida,

Mirad cómo ahora mismo sale por el cancel.

Sale el espectro

Todo esto es hechura sólo de vuestros sesos.

Esta incorpórea creación del éxtasis

Es muy astuta.

¿Éxtasis?

Mi pulso como el vuestro

Sigue el compás con toda su templanza,

Y su música igual cordura muestra.

Lo que he expresado no es locura:

Ponedme a prueba y volveré a decir

Con las mismas palabras eso mismo,

Cosa que a la locura le haría dar respingos.

Madre, por el amor de Dios,

No untéis en vuestra alma ningún aceite halagador

Que en vez de hablar de vuestra muerte

Hable de mi locura.

Eso pondrá una piel o una película

Sobre el sitio ulcerado,

Mientras la vigorosa corrupción,

Minándolo por dentro todo,

Infecta sin ser vista. Confesaos al cielo,

Arrepentios de lo sucedido,

Evitad lo que viene

Y no abonéis la mala hierba para hacerla más fuerte.

Perdonadme por esta virtud mía,

Pues en la grosería de estos zafios tiempos

La propia virtud tiene que implorar el perdón

Y que inclinarse, sí, y hacer la corte

Para que le permitan hacer bien.

Oh Hamlet, me has partido en dos el corazón.

Oh, deshaceos de su peor parte

Y vivid con la otra mitad tanto más pura.

Buenas noches, mas no vayáis

Al lecho de mi tío. Fingid una virtud

Si es que no la tenéis.

[La costumbre, ese monstruo que se come

Todos nuestros sentidos, de hábitos demonio,

En esto es sin embargo un ángel:

Que al uso de los actos justos y bondadosos

Le da también un traje, si es que no una librea,

Que puede revestir como es debido.]

Aguantad esta noche, y eso hará más holgada

De algún modo la próxima abstinencia,

[Más fácil todavía la siguiente;

Pues la costumbre puede cambiar casi el semblante

De la naturaleza, y o bien doma al demonio,

O lo echa afuera vigorosamente.

De nuevo buenas noches,

Y cuando deseéis ser bendecida,

Yo os pediré la bendición.

En cuanto a este señor que está ahí, me arrepiento,

Pero los cielos lo han querido así,

A fin de castigarme a mí con esto,

Y a este conmigo,

Para que sea yo su azote y su ministro.

Lo arrumbaré y responderé debidamente

Por esta muerte que le di.

Así que buenas noches otra vez.

Tengo que ser crüel, sólo para ser bueno.

Ahora empieza lo malo, y falta lo peor.

[Una palabra más, señora.]

¿Qué debo hacer?

Nada de aquello, por ningún motivo,

Que os he pedido hacer.

Que el borracho del rey

Os tiente una vez más a ir a su cama,

Os pellizque jugando la mejilla,

Os llame ratoncita, y con un par

De malolientes besos, o con unas palmadas

En vuestra espalda con sus dedos maldecidos,

Os lleve a devanar todo este asunto:

Que yo no estoy de veras loco,

Sino hábilmente loco. Bueno fuera

Que le contarais esto, pues ¿quién más que una reina,

Bella, sobria, prudente,

Le podría ocultar a un sapo,

A un murciélago, a un viejo gato

Lo que tanto le importa? ¿Quién podría? No;

A pesar del sentido común y del secreto,

Soltad el cesto que cuelga del techo,

Y que vuelen los pájaros;

Y como aquel famoso mono,

Para probar las consecuencias del canasto,

Arrastraos adentro y rompeos el cuello.[15]

Puedes estar seguro de que, si las palabras

Están hechas de aliento, y el aliento de vida,

No tengo vida para dar aliento

A lo que tú me has dicho.

Debo irme a Inglaterra, ¿lo sabíais?

Ay Dios, lo había olvidado.

Se ha decidido así.

[Hay cartas ya selladas,

Y mis dos compañeros de colegio,

De los cuales me fío como de serpientes

De afilados colmillos, llevan orden

De allanarme el camino y llevarme al desastre.

Así se haga, que lo divertido

Es ver al ingeniero

Con el propio petardo reventado,

Y muy mal ha de ser si yo no excavo

Diez codos por debajo de sus minas,

Y los hago volar hasta la luna.

Ah, nada es más dulce

Que dos astucias que de frente chocan directamente.]

Este hombre me hará empacar.

Arrastraré sus restos hasta el cuarto de al lado.

Madre, muy buenas noches.

Por cierto que este canciller

Se ha vuelto bien discreto, tranquilo, grave al fin,

Él que en vida fue un pobre fantoche parlanchín.

Vamos, señor, acabemos con vos.

Y buenas noches, madre.

Sale Hamlet arrastrando a Polonio