TERCER ACTO

ESCENA I

Entran el rey, la reina, Polonio, Ofelia, Rosencrantz, Guildenstern y caballeros

¿Y no podéis, mediante algún arreglo

De circunstancias, sonsacarle

Por qué organiza semejante confusión,

Resquebrajando tan violentamente

Todos sus días de quietud

Con una peligrosa y agitada demencia?

Confiesa, sí, sentirse trastornado,

Pero se niega en firme a discutir las causas.

Ni encontramos el modo de sondearlo más,

Sino que con astutas chifladuras

Se nos escurre si queremos

Llevarle a alguna confesión de su estado real.

¿Pero os recibió bien?

Exactamente como un caballero.

Pero forzando mucho su disposición.

Avaro de preguntas, pero ante las nuestras

Muy liberal en sus contestaciones.

¿No le habéis inducido a alguna distracción?

Señora, sucedió que a ciertos cómicos

Adelantamos de camino:

Le hablamos de ellos y aparentemente

Despertó en él cierta alegría escuchar eso.

Andan ahora por la corte y, según creo,

Tienen ya órdenes de presentarse

Ante él esta noche.

Verdad es,

Y me pidió que invite a Vuestras Majestades

A oír y presenciar la obra.

De todo corazón, y me da mucho gusto

Saber que muestra esas inclinaciones.

Gentiles caballeros, azuzadlo aún más

Y llevad su propósito hacia deleites tales.

Así lo haremos, señor mío.

Salen Rosencrantz y Guildenstern

Dulce Gertrudis, vos también dejadnos,

Pues hemos convocado subrepticiamente

A Hamlet a que venga aquí,

Para que, como por casualidad,

Pueda encontrarse con Ofelia.

Su padre, así como yo mismo

(Legítimos espías) nos pondremos

Demanera que, viendo sin ser vistos,

Podamos valorar francamente ese encuentro

Y concluïr de él, según cómo se porte,

Si es o no es por la aflicción de amor

Por lo que sufre así.

Os obedeceré.

Y en cuanto a ti, Ofelia,

Ojalá tu magnífica belleza

Sea la feliz causa del delirio de Hamlet.

Podré esperar así que tus virtudes

Lo traigan otra vez a su humor usüal

Para honor de ambos dos.

Ojalá, sí, señora.

Sale la reina

Ofelia, ven acá. Majestad, si os complace

Iremos a escondernos. Tú lee en este libro,

Para que la apariencia de esa práctica

Explique el que estés sola. En esto muchas veces

Se nos puede juzgar, pues está bien probado

Que bajo el rostro de la Devoción

Y de acciones piadosas, endulzamos

Al Demonio en persona.

¡Ay, qué verdad es eso!

¡Qué vivo latigazo ese discurso

Ha dado a mi conciencia!

No es la mejilla de la prostituta

Embellecida con afeite artificioso

Más fea entre sus trucos

Que mis acciones entre mis palabras

Tan pintadas. ¡Oh fardo insoportable!

Le oigo acercarse, señor; retirémonos.

Salen

Entra Hamlet

Ser o no ser, de eso se trata:

Si para nuestro espíritu es más noble sufrir

Las pedradas y dardos de la atroz Fortuna

O levantarse en armas contra un mar de aflicciones

Y oponiéndose a ellas darles fin.

Morir para dormir; no más; ¿y con dormirnos

Decir que damos fin a la congoja

Y a los mil choques naturales

De que la carne es heredera?

Es la consumación

Que habría que anhelar devotamente:

Morir para dormir. Dormir, soñar acaso;

Sí, ahí está el tropiezo: que en ese sueño de la muerte

Qué sueños puedan visitarnos

Cuando ya hayamos desechado

El tráfago mortal,

Tiene que darnos que pensar.

Esta es la reflexión que hace

Que la calamidad tenga tan larga vida:

Pues ¿quién soportaría los azotes

Y escarnios de los tiempos, el daño del tirano,

El desprecio del fatuo, las angustias

Del amor despechado, las largas de la Ley,

La insolencia de aquel que posee el poder

Y las pullas que el mérito paciente

Recibe del indigno, cuando él mismo podría

Dirimir ese pleito con un simple punzón?

¿Quién querría cargar con fardos,

Rezongar y sudar en una vida fatigosa,

Si no es porque algo teme tras la muerte?

Esa región no descubierta

De cuyos límites ningún viajero

Retorna nunca, desconcierta

Nuestro albedrío, y nos inclina

A soportar los males que tenemos

Antes que abalanzarnos a otros que no sabemos.

De esta manera la conciencia

Hace de todos nosotros cobardes,

Y así el matiz nativo de la resolución

Se opaca con el pálido reflejo del pensar,

Y empresas de gran miga y de mucho momento

Por tal motivo tuercen sus caudales

Y dejan de llamarse acciones.

Pero calla. ¿La bella Ofelia?

Ninfa, en tus oraciones, recuerda todos mis pecados.

Mi buen señor, ¿qué tal ha estado

Vuestra Alteza todo este tiempo?

Te lo agradezco humildemente: bien, bien, bien.

Señor, tengo recuerdos vuestros

Que hace mucho que quiero devolveros.

Recibidlos ahora, os lo suplico.

No, no, nunca os he dado nada.

Mi honorable señor, sabéis muy bien que sí,

Y con ellos, palabras compuestas con tan dulce aliento

Que daban a las cosas mayor precio.

Ya que han dejado su perfume,

Volvedlas a tomar, pues para un noble espíritu

Los ricos dones menguan y se vuelven pobres

Cuando quienes los dan se muestran poco amables.

Aquí están, señor mío.

Ha, ha, ¿sois honesta?

¡Mi señor…!

¿Sois hermosa?

¿Qué quiere decir Vuestra Señoría?

Que si sois honesta y hermosa, vuestra honestidad no debería aceptar ningún trato con vuestra hermosura.

¿Podría la hermosura, señor, tener mejor comercio que con la honestidad?

Sí, cierto: pues el poder de la belleza transformará a la honestidad, de lo que es, en una alcahueta, antes que la fuerza de la honestidad pueda transformar a la belleza a semejanza suya. Esto era en otro tiempo una paradoja, pero ahora los tiempos lo han probado. Una vez os amé.

Ciertamente, señor, así me lo hicisteis creer.

No debisteis creerme. Pues la virtud no puede contagiar nuestra vieja cepa sin que nos quede algún regusto. No os amé.

Tanto más me dejé engañar.

Métete a un convento. ¿Por qué querrías ser procreadora de pecadores? Yo mismo soy bastante honesto, y sin embargo podría acusarme de cosas tales, que más valdría que mi madre no me hubiera parido. Soy muy orgulloso, vengativo, ambicioso, con más delitos a mi cuenta que pensamientos en que ponerlos, imaginación para darles forma o tiempo para llevarlos a efecto. ¿Qué tienen que hacer sujetos como yo arrastrándose entre el cielo y la tierra? Somos todos astutos bribones, no creas a ninguno de nosotros. Vete a un convento, anda. ¿Dónde está tu padre?

En casa, señor.

Que estén cerradas las puertas a su alrededor, para que sólo pueda hacer el tonto en su propia casa. Adiós.

Oh, ayudadle, dulces cielos.

Si llegas a casarte, te doy como dote esta maldición: aunque seas tan casta como el hielo, tan pura como la nieve, no escaparás a la calumnia. Vete a un convento. Anda, adiós. O, si quieres necesariamente casarte, cásate con un tonto: pues los hombres inteligentes saben muy bien qué monstruos hacéis de ellos. A un convento, vamos, y aprisa además. Adiós.

Oh poderes celestiales, restauradle.

Muy claro tengo oído también sobre vuestras pinturas. Dios os ha dado una cara, y os hacéis otra. Brincáis, os contoneáis y bisbiseáis, ponéis apodos a las criaturas de Dios y hacéis de vuestro capricho vuestra ignorancia. Vete, ya no me interesa, eso me ha vuelto loco. Digo que no tendremos más matrimonios. Los que ya están casados, todos menos uno vivirán, los demás tendrán que seguir como están. A un convento, anda.

Sale Hamlet

¡Ay, qué espíritu este tan noble destruido!

El ojo, lengua, espada

Del cortesano, del soldado, del sapiente;

La esperanza y la flor del justo Estado;

Espejo de la moda y molde de la forma,

Observado por todos los observadores

—Por los suelos, del todo por los suelos—.

Y yo, de entre las damas todas

La más hundida y desdichada,

Que he sorbido la miel

De sus promesas melodiosas,

Veo ahora a esa noble, soberana razón,

Como dulces campanas

Tañendo destempladamente y roncas;

Esa forma y figura incomparables

De una florida juventud, marchitas

Gracias a la demencia.

Pobre de mí;

Ay, haber visto lo que vi

Y ver ahora lo que veo.

Entran el rey y Polonio

¿Amor? Sus sentimientos a tal cosa no tienden,

Ni lo que habló, aunque carecía

De forma un tanto, se parecía

A la locura. Hay algo en su alma

Que su melancolía incuba, y me sospecho

Que su eclosión y su desnudamiento

Será de algún peligro, en vista de lo cual,

Con brusca decisión, dispongo

Lo siguiente: saldrá sin dilación

Hacia Inglaterra, a demandar

Nuestro tributo demorado.

Con suerte, los distintos mares y países,

Sus variados objetos,

Expulsarán ese algo que se asienta

Sobre su corazón, con lo cual,

Apaleando sin cesar sus sesos,

Lo pone hasta tal punto fuera

De su ser usüal. ¿Qué pensáis vos?

Es buena idea. Pero creo

Que el origen e inicio de su mal

Vino de amor no respondido. Bueno, Ofelia,

No tienes que contarnos lo que Su Alteza Hamlet dijo,

Lo hemos oído todo. Mi señor,

Haced lo que gustéis, mas si os parece bien,

Después de la función,

Que la reina su madre, a solas,

Le conmine a mostrarle su aflicción:

Que hable con él sin tapujos,

Y yo me situaré, con vuestra venia,

Donde pueda escuchar su conferencia entera.

Si ella no logra desenmascararlo,

Enviadlo a Inglaterra,

O confinadlo donde vuestro juicio

Decida que es mejor.

Así se hará:

La locura en los grandes es una circunstancia

Que no debe pasar sin vigilancia.