ESCENA II

Fanfarria
Entran el rey y la reina, Rosencrantz y Guildenstern, con otros

Bienvenidos seáis,

Queridos Rosencrantz y Guildenstern.

Además de lo mucho que anhelábamos veros,

Nuestra necesidad de utilizaros

Fue causa de esta urgencia en mandaros llamar.

Algo habréis escuchado referente

A la transformación de Hamlet.

Así la llamo, porque ni por dentro

Ni por fuera ese hombre se parece al que fue.

Qué otra cosa pudiera,

Más que la muerte de su padre,

Haberle puesto así fuera de sus cabales,

No puedo figurármelo. Os ruego a uno y otro

Que, puesto que os criasteis con él desde tan jóvenes,

Y pues sois tan cercanos a su edad y su humor,

Tengáis a bien quedaros en esta corte nuestra

Durante un breve trecho,

Para que vuestra compañía

Lo incline a los placeres, y tratar de inferir,

Por lo que hayáis podido recoger sobre él,

[Si es algo que nos es desconocido

Lo que le aflige así]

Que, una vez conocido, podamos remediarlo.

Gentiles caballeros, él nos ha hablado mucho

De vosotros, y estoy más que segura

De que no hay hoy dos hombres vivos

Por quienes sienta más apego. Y si os complace

Mostrarnos tanta gentileza y buen talante

Como para pasar durante un lapso

En nuestra compañía vuestro tiempo,

En apoyo y provecho de nuestras esperanzas,

Vuestra visita se agradecerá

Como conviene a un rey y a su memoria.

Vuestras dos Majestades bien podrían,

Por el poder que tienen soberano

Sobre nosotros, expresar

Su imponente deseo más como una orden

Que como un ruego.

Obedecemos ambos

Y aquí nos ofrecemos plenamente

A poner libremente a vuestros pies

Nuestros servicios, y acatar vuestras órdenes.

Gracias, buen Rosencrantz y gentil Guildenstern.

Gracias, buen Guildenstern y gentil Rosencrantz,

Y os encarezco visitar de inmediato

A ese hijo mío tan cambiado.

Que algunos de vosotros conduzcan a estos caballeros

Adonde se halla Hamlet.

Quieran los cielos que nuestra presencia

Y nuestras prácticas le sean gratas

Y le resulten útiles.

Salen con los demás

Amén.

Entra Polonio

Los enviados a Noruega, señor mío,

Han regresado felizmente.

Una vez más resultáis ser el padre

De las buenas noticias.

¿De veras, mi señor? Os aseguro,

Buen soberano mío,

Que mi deber, como mi alma,

Los consagro a mi Dios y a mi gracioso rey.

Y me parece, a menos que este caletre mío

No les siga ya el rastro a las intrigas

Como solía hacerlo, que he encontrado

Propiamente la causa del delirio de Hamlet.

Oh, hablad de eso que tanto ansié oír.

Dad primero licencia a los embajadores,

Mi noticia ha de ser postre de esa gran fiesta.

Vos mismo hacedles los honores

Y traedlos aquí.

Sale Polonio

Me dice, amada reina mía,

Que ha encontrado la fuente y el origen

De la indisposición de vuestro hijo.

Dudo que sea otra que la más sustancial:

La muerte de su padre,

Y nuestra boda tan precipitada.

Entran Polonio, Voltemand y Cornelio

Bienvenidos, amigos:

Decidme, Voltemand,

¿Qué hay de nuestro hermano, el rey noruego?

La respuesta más justa

A vuestros parabienes y saludos.

De buenas a primeras nos dijo que suprime

Las levas del sobrino, que a él le parecía

Que eran preparativos contra el rey de Polonia,

Pero indagando más, encontró que en verdad

Se dirigían contra Vuestra Alteza,

Y apenado por ello

De que su enfermedad, su edad e invalidez

Fueran manipuladas falsamente,

Manda orden de arresto

A Fortinbrás, la cual él pronto acata,

Acepta los regaños del monarca noruego,

Promete ante su tío nunca más

Alzarse en armas contra Vuestra Alteza,

Tras de lo cual el viejo rey noruego,

Exultando de dicha, le da tres mil coronas

Anüales de renta, y le encomienda

Usar esos soldados ya enrolados

Contra el rey de Polonia;

Con el ruego, que aquí viene explicado,

De que tengáis a bien dar libre paso

Por vuestras tierras a esa empresa suya

En lo que atañe a la seguridad

Y a los permisos, como aquí se asienta.

Nos parece muy bien,

Y en un momento más propicio

Leeremos, y contestaremos,

Y pensaremos en este negocio.

Entre tanto os queremos dar las gracias

Por la tarea bien cumplida.

Id a tomar descanso, que esta noche

Festejaremos juntos.

Y sed muy bien venidos de vuelta a vuestra tierra.

Salen los embajadores

Este negocio terminó muy bien.

Mi soberano, y vos, señora:

Exponer yo qué debe ser la Majestad,

Qué es el deber, o por qué el día es día,

La noche noche, el tiempo tiempo,

Sería simplemente

Perder el día y la noche y el tiempo.

Por tanto, puesto que la brevedad

El alma del ingenio es,

Y la prolijidad sus miembros y ornamentos,

Voy a ser breve: vuestro noble hijo está loco.

Locura llamo a eso,

Pues definir qué cosa en verdad es locura,

¿Qué otra cosa sería, sino sólo estar loco?

Pero dejemos eso.

Más sustancia, y con menos arte.

Juro, señora, que no estoy usando

En absoluto ningún arte:

Que está loco, es verdad;

Y también es verdad que es una lástima,

Y es una lástima que sea verdad.

(Figura estúpida, mas desechadla,

Porque no quiero usar de ningún arte.)

Concedámosle entonces que está loco:

Y ahora falta que encontremos

La causa de ese efecto, o mejor dicho,

De ese defecto, pues sin duda

Para este efecto defectivo hay una causa.

Esto queda asentado, y lo que queda es esto.

Mucho ojo:

Tengo una hija (digo,

La tengo mientras sea mía),

La cual, siguiendo su deber y su obediencia,

Me ha dado esto: ahora,

Enteraos e imaginad un poco.

La carta

«A la Celestial, e ídolo de mi Alma, la bellífica Ofelia,»

Esa es una frase horrible, una frase repulsiva, bellífica es

una frase repulsiva; pero tenéis que oír esto:

«Estos en su excelso pecho, estos etc.»

¿Eso lo recibió ella de Hamlet?

Señora mía, aguardad un momento.

Seré fiel.

«Duda de que arda el lucero,

O el sol salga por Oriente,

Duda si la verdad miente,

Mas no dudes que te quiero.

Oh querida Ofelia, soy torpe con estos metros: no domino el Arte con que dar cuenta de mis gemidos; pero que te quiero mucho, ay, muchísimo, créelo. Adiós. Tuyo cada vez más, querida dama, mientras dure esta máquina,

Hamlet.»

Esto obedientemente me ha enseñado mi hija,

Además de sus galanteos, tal como acontecieron,

Según el tiempo, el medio y el lugar,

Todos confiados a mi oído.

¿Y cómo ha recibido ella su amor?

¿Pues qué pensáis de mí?

Que sois un hombre honorable y leal.

Bien espero probarlo. Pero ¿qué pensaríais

Si una vez que hube visto a ese amor tomar vuelo,

Como en efecto vi, debo decirlo,

Antes de oírselo a mi hija;

Qué es lo que vos, o mi querida Majestad

Vuestra reina aquí presente,

Podríais pues pensar, si hubiera obrado

Como escritorio o como hoja de memoria,[5]

O si guiñándole el ojo a mi corazón,

Me hubiera hecho el sordomudo,

O si hubiera observado aquel amor

Con miradas ociosas —¿qué iríais a pensar?—

No: puse manos a la obra,

Y le hablé así a mi joven señorita:

Su Alteza Hamlet es un gran príncipe

Que tu estrella no alcanza.

Esto no debe ser. Y entonces

Le expresé unos preceptos

De que tenía que encerrarse

Lejos de sus visitas, no aceptar mensajeros

Y no recibir prendas.

Hecho lo cual, cosecho el fruto

De mis buenos consejos, mientras él, rechazado,

Para no hacer el cuento largo,

Cayó en una tristeza, después en un ayuno,

De ahí en la vigilia, de ahí en la flaqueza,

De ahí en el delirio, y por esa pendiente,

En la locura en la que ahora desvaría

Y que todos nosotros deploramos.

¿Creéis que es eso?

Es muy posible que así sea.

¿Ha sucedido alguna vez,

Me gustaría a mí saberlo,

Que haya yo dicho positivamente

«Esto es así», y que haya sido de otro modo?

No que yo sepa.

Que me quiten

Esta de aquí, si me equivoco.

Cuando las circunstancias me dirigen,

Hallaré la verdad, aunque se esconda

Propiamente en el Centro.

¿Cómo podemos confirmar esto más?

Sabéis que a veces deambula

Cuatro horas seguidas por la sala.

Así es, en efecto.

Cuando eso suceda,

Le soltaré a mi hija;

Pongámonos entonces vos y yo

Detrás de una tapicería;

Espiemos su encuentro:

Si él no la ama, y no ha perdido por ello la razón,

Deje yo de ejercer

De consejero del estado, y pase

A cuidar una granja y sus arrieros.

Lo probaremos.

Entra Hamlet, leyendo en un libro

Pero mirad por dónde viene

Tristemente, leyendo, el desdichado.

Salid, os ruego, salid ambos,

Voy a abordarlo ya.

Salen el rey y la reina

Oh, permitidme,

¿Cómo está Vuestra Alteza el señor Hamlet?

Bien, a Dios gracias.

¿Me conocéis, señor?

Perfectamente, perfectamente, sois un pescadero.

Yo no, señor.

Entonces quisiera que fuerais un hombre igual de honrado.

¿Honrado, señor?

Sí señor, ser honrado tal como anda el mundo es ser un hombre escogido entre dos mil.

Es muy cierto, señor.

Porque si el sol cría gusanos en un perro muerto, que es una carroña buena de besar… ¿Tenéis una hija?

Tengo una, señor.

No la dejéis andar al sol: la concepción es una bendición, pero no del modo en que podría concebir vuestra hija. Cuidad de ello, amigo.

¿Qué les parece eso? Siempre con la monserga de mi hija. Sin embargo no me conoció al principio: dijo que era un pescadero. Está completamente ido, completamente ido, y en verdad en mi juventud yo sufrí grandes extremos por amor: muy parecidos a estos. Le hablaré otra vez. ¿Qué leéis, señor mío?

Palabras, palabras, palabras.

¿De qué se trata, señor?

¿Entre quiénes?

Quiero decir el asunto que leéis, Alteza.

Calumnias, señor: el villano satírico dice que los ancianos tienen barbas grises; que sus caras están arrugadas; sus ojos escurren espeso ámbar o goma de ciruelo; y que tienen abundante falta de criterio, junto con la corva débil. Todo lo cual, señor, aunque yo lo creo fuerte y vigorosamente, considero que no es honesto explayarlo así. Pues vos mismo, señor, seríais de mi misma edad si como un cangrejo pudierais ir hacia atrás.

Aunque esto sea locura, sin embargo su método no lo es. ¿Quisierais ir donde no dé el aire?

¿A mi tumba?

En efecto, allí no da el aire: ¡qué llenas de sentido son (a veces) sus respuestas! Un feliz hallazgo con el que la locura tropieza a menudo, que la razón y la cordura no podrían dar a luz con tan buena fortuna. Voy a dejarlo para ponerme a idear de inmediato los medios del encuentro entre mi hija y él. Honorable señor mío, pido muy humildemente licencia para dejaros.

No podéis, señor, pedir nada de lo que me desprenda yo más gustosamente, excepto mi vida, [excepto] mi vida.

Quedad con Dios, Alteza.

Estos tediosos viejos tontos.

Entran Rosencrantz y Guildenstern

¿Buscáis a Su Alteza Hamlet? Allí está.

Dios os salve, señor

Sale Polonio

¡Mi honorable señor!

¡Mi muy querido señor!

¡Mis excelentes amigos! ¿Cómo estás, Guildenstern? ¡Ah, Rosencrantz! Buenos chicos: ¿cómo estáis ambos?

Como los hijos comunes de la tierra.

Felices por cuanto no somos demasiado felices. En el gorro de la Fortuna, no somos propiamente el botón.

¿Ni tampoco la suela de sus zapatos?

Tampoco, señor.

¿Entonces vivís más o menos en su cintura, o en la mitad de su favor?

A fe mía, sus privados en persona.

¿Estáis en la intimidad de la Fortuna? Ah, muy bien dicho: es una ramera. ¿Qué noticias hay?

Ninguna, señor, salvo que el mundo se ha vuelto honrado.

Entonces está cerca el Día del Juicio. Pero vuestra noticia no es verdadera. Permitidme preguntar más en particular: ¿qué habéis merecido, queridos amigos, de manos de la Fortuna, que os ha mandado aquí a la cárcel?

¿A la cárcel, señor?

Dinamarca es una cárcel.

Entonces el mundo es otra.

Y muy buena, en la que hay muchas celdas, calabozos y mazmorras; y Dinamarca es una de las peores.

No pensamos eso, señor.

Bueno, entonces no lo es para vosotros; pues no hay nada bueno o malo, sino que el pensamiento lo hace tal: para mí es una cárcel.

Bueno, entonces es que vuestra ambición la hace tal: es demasiado estrecha para vuestro espíritu.

Oh Dios, podría estar constreñido en una nuez, y me tendría por rey de un espacio infinito; si no fuera porque tengo malos sueños.

Cuyos sueños son en efecto la ambición: porque la sustancia misma del ambicioso es meramente la sombra de un sueño.

Un sueño a su vez no es más que una sombra.

Cierto, y tengo a la ambición por una cualidad tan aérea y leve, que no es sino la sombra de una sombra.

Entonces nuestros pordioseros son cuerpos, y nuestros monarcas y grandiosos héroes las sombras de nuestros pordioseros. ¿Vamos a la corte? Pues por mi fe que no puedo razonar.

Os esperamos.

Nada de eso. No os colocaré con el resto de mis sirvientes, pues hablando con franqueza, mi servicio es pésimo. Pero aquí entre amigos, ¿qué hacéis en Elsinor?

Visitaros, señor, no hay otro motivo.

Pordiosero como soy, tengo mucha penuria de agradecimientos, pero os lo agradezco; y sin duda, queridos amigos, mi agradecimiento no vale medio penique. ¿No os han mandado buscar? ¿Es por vuestra propia inclinación? ¿Es una visita libre? Vamos, tratadme con justicia; vamos, vamos, hablad pues.

¿Qué hemos de decir, señor?

Hombre, cualquier cosa, pero que venga a cuento. Os han mandado llamar; y hay una especie de confesión en vuestras miradas, que vuestro pudor no es bastante hábil para colorear. Sé que el rey y la reina os han mandado llamar.

¿Con qué fin, señor?

Eso debéis decírmelo vosotros. Pero permitid que os conjure por los derechos de nuestra camaradería, por la lealtad de nuestra juventud, por la obligación de nuestro amor siempre preservado, y por lo más encarecido que mejor abogado pudiera encargaros, sed francos conmigo: ¿os enviaron o no?

¿Qué dices tú?

Ah, entonces os tendré vigilados. Si me amáis no me deis de lado.

Señor, nos mandaron llamar.

Yo os diré por qué; que mi anticipación evite que vuestro descubrimiento y secreto para el rey y la reina pierda ni una pluma. Ultimamente, pero no sé por qué, he perdido la alegría, he abandonado todo hábito de ejercicio, y en efecto mi disposición está tan afectada, que esta estupenda fábrica que es la tierra me parece un promontorio inútil; este excelente dosel, el aire, fijaos, este magnífico firmamento que se cierne, este techo majestuoso, tachonado de fuegos de oro: pues a mí no me parece otra cosa que una sucia y pestilente congregación de vapores. ¡Qué espléndida obra es un hombre! ¡qué noble en su razón! ¡qué infinito en su facultad!; en su forma y movimiento ¡qué expresivo y admirable!; en su acción ¡qué parecido a un ángel!; en comprensión ¡qué parecido a un dios!; belleza del mundo, parangón de los animales; y sin embargo para mí, ¿qué es esa quintaesencia del polvo? El hombre no me deleita; no, ni tampoco la mujer, aunque por vuestra sonrisa parezca que decís que sí.

Señor, no había nada de eso en mi pensamiento.

¿Por qué te reiste cuando dije que el hombre no me deleita?

De pensar, señor, que si no os deleitáis en el hombre, qué flaco recibimiento tendrán de vos los cómicos: los dejamos atrás en el camino, y hacia acá vienen a ofreceros sus servicios.

El que haga de rey será bienvenido; Su Majestad recibirá mi tributo; el caballero andante usará su espada y escudo; el amante no suspirará gratis; el gracioso terminará su papel en paz; el payaso hará reír a aquellos cuyos pulmones tienen el gatillo fácil; y la dama dirá libremente sus pensamientos, o el verso blanco cojeará por ello. ¿Qué cómicos son?

Los mismos que solían deleitaros, los trágicos de la ciudad.

¿Cómo es que andan viajando? Su permanencia sería mejor tanto para su reputación como para su provecho.

Creo que su exclusión se debe a las últimas disposiciones.

¿Siguen teniendo el mismo prestigio que cuando yo estaba en la ciudad? ¿Tienen igual de seguidores?

No, en realidad ya no lo tienen.

¿A qué se debe? ¿Están enmohecidos?

Para nada; su esfuerzo sigue al paso acostumbrado; pero hay, señor, una nidada de aguiluchos, polluelos en el nido que gritan como desaforados, y les aplauden por ello del modo más violento.[6] Estos están de moda ahora, y vituperan de tal manera los escenarios vulgares (así los llaman), que muchos portadores de espada tienen miedo de las plumas de ganso y apenas osan salir allí.

¿Cómo, son niños? ¿Quién los sostiene? ¿Cómo se financian? ¿Seguirán en la profesión sólo mientras puedan cantar? ¿No dirán más tarde, si llegan a ser actores normales (como es probable si no tienen mejor oportunidad) que sus escritores los perjudican al hacerles exclamar contra su propia sucesión?

A fe mía que ha habido mucho que hacer de ambos lados, y a la nación no le parece ningún pecado azuzarlos a la controversia. Durante un tiempo no hubo dinero alguno ofrecido por un argumento sin que el Poeta y el Actor llegaran a las manos sobre la cuestión.

¿Es posible?

Oh, ha habido mucho despilfarro de sesos.

¿Llevan los muchachos las de ganar?

Sí que las llevan, señor, y de paso a Hércules con toda su carga.

No es extraño: pues mi tío es rey de Dinamarca, y los que le ponían mala cara cuando vivía mi padre pagan a veinte, cuarenta, cien ducados por pieza su retrato en miniatura. Por la sangre de Cristo, que hay algo en esto que es más que natural, si la Filosofía pudiera descubrirlo.

Fanfarria

Ahí vienen los cómicos.

Señores, sois bienvenidos a Elsinor. Vengan vuestras manos: lo que corresponde a la bienvenida es la cortesía y la ceremonia. Permitidme cumplir con vosotros de esta guisa, no sea que mi actitud con los cómicos (que os digo que debe ostentarse claramente) pueda parecer mayor hospitalidad que con vosotros. Sois bienvenidos, pero mi tío-padre y mi tía-madre se equivocan.

¿En qué, querido señor?

Sólo estoy loco al Nor-noroeste; cuando hay viento del Sur, sé distinguir un halcón de un serrucho.[7]

Entra Polonio

Que os vaya bien, caballeros.

Pon atención, Guildenstern, y tú también: un oído a cada oyente: ese niñote que veis ahí todavía no ha dejado los pañales.

Tal vez es la segunda vez que está en ellos, pues dicen que un anciano es dos veces un niño.

Voy a profetizar. Viene a decirme lo de los cómicos. Fijaos. Decís bien, señor: porque era ciertamente un lunes por la mañana.

Señor, tengo noticias que daros.

Señor, tengo noticias que daros: cuando Roscio era actor en Roma…

Los actores han venido aquí, señor.

Bah, bah.

Por mi honor.

Entonces cada actor venía en su burro.

Los mejores cómicos del mundo, ya sea para la Tragedia, la Comedia, la Historia, la Pastoral, la Pastoral-Comedia, la Histórico-Pastoral, la Trágico-Historia, la Trágico-Histórico-Cómico-Pastoral; Escena indivisible o Poema ilimitado. Séneca no puede ser demasiado pesado ni Plauto demasiado ligero para las reglas del arte y para la libertad. Estos hombres son los únicos.

Oh Jefté, juez de Israel, ¿qué tesoro poseías?

¿Qué tesoro poseía, señor?

Hombre: una hija hermosa y nada más, a la cual amaba por demás.

Otra vez con mi hija.

¿No tengo razón, viejo Jefté?

Si me llamáis Jefté, mi señor, tengo una hija a la que amo por demás.

No, no es eso lo que sigue.

¿Qué sigue entonces, señor?

Hombre: si a adivinanza va, Dios lo sabrá; y después, ya sabéis: Sucede de esa manera, que es como se espera. El primer verso de esta canción piadosa os dirá más. Pero ved por dónde llega mi abreviatura.

Entran cuatro o cinco actores

Sois bienvenidos, maestros, bienvenidos todos. Me alegro de verte bien. Bienvenidos amigos. Ah, mi viejo amigo, tu cara está orlada desde la última vez que te vi: ¿vienes a afeitarme a Dinamarca? Vaya, señorita y dueña mía, Vuestra Señoría está más cerca del cielo que la última vez que la vi a la altura de un chapín.[8] Ruego a Dios que vuestra voz como una pieza de oro fuera de curso no se raje hasta dentro del anillo.[9] Maestros, sois bienvenidos: haremos como halconeros franceses: volaremos tras todo lo que veamos. Tengamos una tirada de una vez. Vamos, dadnos una probada de vuestra calidad: vamos, una tirada apasionada.

¿Qué tirada, señor?

Te oí decirme una vez una tirada, pero no la actuaste; o si lo hiciste no fue más de una vez, pues la obra según recuerdo no gustó a la multitud, era caviar para el vulgo. Pero era (tal como yo la estimé, y otros cuyos juicios en estos asuntos estaban por encima de los míos) una obra excelente; bien dispuesta en las escenas, realizada con tanta sobriedad como habilidad. Recuerdo que alguien dijo que no había sazón en los versos para dar sabor al asunto, ni nada en las frases que hiciera al autor culpable de afectación, sino que lo llamaba un método honrado. [Tan sano como dulce, y mucho más hermoso que bonito.] Me gustó particularmente una tirada particular, era el relato de Eneas a Dido, y en esa parte en especial el lugar donde habla de la muerte de Príamo. Si está vivo aún en tu memoria, empieza en este verso, déjame ver, déjame ver:

«El erizado Pirro, cual la bestia Hircania…»

No es así, empieza con Pirro…

«El erizado Pirro, aquel que con sus sables[10] armas,

Negras cual sus propósitos,

Semejaba la noche cuando echado

Yacía en el fatal corcel,

Ha embadurnado ahora su hórrida negra tez

De una heráldica aún más espantosa:

Ahora de los pies a la cabeza

Puro gules[11] es ya:

Horriblemente chorreante de la sangre

De padres, madres, hijas, hijos,

Recocida y pastosa por las calles en llamas

Que arrojan un fulgor condenado y violento

Sobre sus viles asesinos

Asados por la ira y por el fuego,

Y este, inflado de sangre coagulada,

Con ojos cual carbúnculos, el demoniaco Pirro

Busca al gran señor Príamo.»

Vive Dios, señor, bien dicho, con buen acento y con mucha discreción.

«Pronto lo encuentra

Lanzando vanos golpes a los griegos.

Su anciana espada, rebelde a su brazo,

Se queda donde cae, renüente a sus órdenes.

Uno del otro desiguales,

Pirro se lanza sobre Príamo;

De rabia yerra el golpe,

Mas con el viento y bocanada

De su espada feroz

El enervado viejo cae.

Y entonces la insensible Ilión,

Como si hubiese resentido el golpe,

Con la cúspide en llamas se derrumba en su base,

Y con horrible estrépito

Del oído de Pirro hace su presa.

Pues ved, su espada,

A punto ya de descargarse encima

De la láctea cabeza del reverendo Príamo,

Parece que se clava en pleno aire:

Así como un tirano pintado quedó Pirro,

Y cual si él mismo hubiera sido

Neutral para su propia voluntad y cometido,

Nada hacía.

Pero tal como vemos muchas veces

Frente a alguna tormenta

Un silencio en los cielos,

Las nubes quietas, mudo el viento audaz,

Y todo el orbe abajo callado cual la muerte;

Y de repente el trueno aterrador

Hiende el espacio; así tras la pausa de Pirro,

Despierta, la venganza lo vuelve a la tarea,

Y nunca los martillos del cíclope cayeron

Tan sin remordimiento sobre la armadura,

Forjada para eterna resistencia, de Marte

Como ahora la espada de Pirro ensangrentada

Cae sobre Príamo.

Atrás, atrás, Fortuna, oh ramera,

Y vosotros los dioses todos

En sínodo común quitadle su poder:

Romped todos los rayos y llantas de su rueda,

Arrojad el pivote redondo cuesta abajo

De la colina de los cielos

Hasta la misma casa del demonio.»

Eso es demasiado largo.

Tendrá que ir al barbero, junto con vuestra barba. Te ruego que prosigas: este busca una jiga o un cuento salaz, y si no, se duerme. Prosigue: lleguemos a Hécuba.

«Mas quién, oh quién ha visto a la reina arropada…»

¿«La reina arropada»?

Eso es bueno; «la reina arropada» es bueno.

«… Correr descalza aquí y allá,

Y amenazar las llamas con su llanto cegato,

Cubierta con un trapo la cabeza

Que hace poco ostentaba la diadema,

Y por vestido en torno de su flanco

Y sus riñones de parir exhaustos,

Una manta en la alarma del miedo arrebatada.

Quien tal hubiera visto,

Con la lengua empapada de veneno

Contra el poder de la fortuna

Hubiera denunciado la traición;

Mas si los dioses mismos la hubieran visto entonces,

Cuando ella vio a Pirro

Hallar perverso regocijo

En triturar al filo de su espada

Los miembros de su esposo,

La explosión inmediata que hizo de clamores

(A menos que no los conmuevan

De ningún modo las mortales cosas)

Hubieran hecho parecer lechosos

Los llameantes ojos de los cielos

Y apasionados a los dioses.»

Mirad: ¡si ha cambiado de color, y tiene lágrimas en los ojos! Por favor, no sigas.

Está bien, pronto te haré recitar lo demás. Buen señor, ¿queréis cuidar de que los actores queden bien alojados? ¿Me escucháis?, que los traten bien, porque ellos son los resúmenes y breves crónicas de los tiempos. Después de vuestra muerte, más os valdría tener un mal epitafio que un mal informe de ellos mientras vivís.

Señor, los trataré como merecen.

No, hombre de Dios: mejor. Tratad a cada hombre según su merecimiento, y ¿quién escapará a los azotes? Tratadlos según vuestro honor y dignidad. Cuanto menos merezcan, mayor mérito habrá en vuestra munificencia. Conducidlos.

Venid, señores.

Seguidle, amigos: escucharemos una comedia mañana.

Salen Polonio y los actores excepto el primer actor

¿Me oyes, viejo amigo? ¿Puedes representar el asesinato de Gonzago?

Sí, mi señor.

Lo veremos mañana por la noche. ¿Podrías en caso necesario estudiar un parlamento de una docena o dieciséis versos que yo establecería, e insertarlo en la obra? ¿No podrías hacer eso?

Sí, mi señor.

Muy bien. Sigue a ese caballero, y ten cuidado de no burlarte de él. Mis buenos amigos, os dejaré hasta esta noche. Sois bienvenidos en Elsinor.

Salen todos menos Hamlet

Sí pues: quedad con Dios. Ahora estoy solo.

¡Ah qué bribón y vil granuja soy!

¿No es monstrüoso que un actor como este,

Sólo en una ficción,

Sólo en el sueño de una pasión,

Pueda forzar su alma de tal modo

Hasta su idea entera, que por su efecto palidezca

Todo su rostro, haya en sus ojos lágrimas

Y desvarío en su expresión,

Se le quiebre la voz, y todas sus funciones

Se ajusten, con sus formas, a su idea?

¿Y todo eso por nada?

¿Por Hécuba?

¿Qué es para él Hécuba, o qué es él para Hécuba,

Que pueda él llorar por ella?

¿Qué haría si tuviera los motivos

Y la consigna para la pasión

Que tengo yo? Anegaría

En lágrimas el escenario

Y rajaría el aire general

Con un discurso horrendo;

A los culpables volvería locos

Y aterraría al inocente,

Confundiría al ignorante

Y dejaría en la perplejidad

Las facultades mismas de los ojos y oídos.

En cambio yo, granuja obtuso

Y embrutecido, me escabullo

Como un buen papanatas,

Me desentiendo de mi causa,

Y no puedo decir nada.

No, nada por un rey

Sobre cuya persona y su querida vida

Se realizó una destrucción perversa.

¿Soy un cobarde?

¿Quién me llama villano? ¿Me parte la cabeza?

¿O me arranca la barba y me la tira al rostro?

¿Me tuerce la nariz? ¿Me echa en cara mi embuste

Y me lo embute en el gaznate

Hasta lo hondo del pulmón?

¿Quién me hace nada de eso?

¿Eh? Por Dios, debería soportarlo,

Porque no cabe duda de que tengo

El hígado de una paloma, y me falta la hiel

Para hacer que se vuelva amarga la opresión,

O a estas alturas habría ya cebado

A todos los milanos del espacio

Con los despojos de este vil malvado,

¡Sangriento, lúbrico villano!

¡Sin conciencia, traidor, lascivo,

Desalmado villano! ¡Oh venganza!

¡Ay Dios, qué burro soy! Por cierto,

Es una gran valentía que yo,

Hijo de aquel querido asesinado,

Llamado a la venganza por el Cielo

Como por el Infierno, tenga (como una puta)

Que desahogar mi corazón

Con palabras, y caiga en maldiciones

Igual que una ramera,

¡Que una fregona! Qué asqueroso: puah.

A la tarea, sesos míos.

He escuchado decir que unos seres culpables

Que habían asistido a una comedia,

Gracias al artificio mismo de la escena

Quedaron tan heridos hasta el alma,

Que de inmediato proclamaron sus maldades.

Porque el asesinato,

Aunque no tiene lengua, habrá de hablar

Gracias al más maravilloso órgano.

Mandaré que estos comediantes

Ante mi tío representen una cosa

Que parezca algo así

Como el asesinato de mi padre.

Observaré su aspecto, lo palparé en lo vivo.

Con que tan sólo se estremezca,

Sé lo que debo hacer.

Aquel espíritu que vi

Puede ser el demonio, y el demonio

Tiene el poder de revestir

Alguna forma placentera,

Sí, y tal vez, por mi debilidad

Y mi melancolía,

Como él es potentísimo ante tales espíritus,

Me engañe a fin de condenarme.

Tendré que hallar más pertinentes bases.

La comedia es el medio que me trazo

Para tender al alma del monarca un lazo.