SEGUNDO ACTO

ESCENA I

Entran Polonio y Reynaldo

Le das este dinero y estas notas, Reynaldo.

Así lo haré, señor.

Sería de una gran prudencia,

Mi buen Reynaldo, que antes de que le visites

Indagases un poco cómo está comportándose.

Señor, tal era mi intención.

Qué bueno, muy bien dicho; de veras, muy bien dicho.

Escucha, amigo mío, indágame primero

Qué daneses se encuentran en París,

Y cómo, y cuáles son, y con qué medios cuentan,

Y dónde viven, y cuáles son sus compañías:

Y averiguando gracias a estos circunloquios

Y preguntas sesgadas

Si es que conocen a mi hijo,

Llegarás más allá de lo que llegarías

Con tus preguntas más precisas.

Haz como si le hubieras conocido de lejos,

Algo así como «Conocí a su padre

Y a sus amigos, y a él en parte».

¿Te estás fijando bien, Reynaldo?

Sí, mi señor, muy bien.

«Y en parte a él», y puedes añadir: «No mucho,

Pero si es ese en el que estoy pensando,

Está bien loco; dado a esto y a lo otro».

Y entonces le atribuyes los infundios que quieras.

Pero oye: ninguno tan horrible

Que pueda deshonrarlo. Toma nota de eso.

Pero sí, amigo mío, esas locuras,

Caprichos y deslices

Que solemos juzgar los compañeros

Inseparables de la juventud

Y de la libertad.

¿Como jugar, señor?

Sí; o beber,

O batirse, decir malas palabras,

Pelear, ir detrás de mujeres perdidas.

A eso puedes llegar.

Pero, señor, eso lo deshonraría.

A fe que no: tú puedes suavizarlo

Mientas le haces los cargos.

No debes atribuirle ningún otro escándalo:

Que caiga a veces en la incontinencia;

No es esa mi intención. Pero revela sus defectos

Tan agradablemente que parezcan

Simples lunares de la libertad,

La llamarada y los arranques

De un espíritu ardiente, y la selvatiquez

De una sangre indomada

Que se abalanza sobre cualquier cosa.

Pero, mi buen señor…

¿Por qué hacer eso?

Sí, señor mío, me gustaría saberlo.

Muy bien, amigo, este es mi blanco,

Y en mi opinión es una astucia lícita:

Al echarle a mi hijo encima

Esos leves defectos, como si fuera algo

Que se ha manchado un poco en el proceso,

Fíjate en esto: tu interlocutor,

Ese al que quieres sondear,

Si alguna vez ha visto en los mentados crímenes

Al joven cuyas culpas enumeras,

Ten por seguro que estará de acuerdo

De esta manera: «Señor mío», o algo así…

O «Amigo mío», o «Caballero…»

Según sea la frase que convenga a la gracia

Del hombre y del país.

Está muy bien, señor.

Y después, «Señor, hace esto, hace…» ¿qué iba yo a decir?

Por Cristo que iba yo a decir algo; ¿en qué me quedé?

En «Acuerdo de esta manera»; en «Amigo mío, o algo así,

o caballero…»

En «De acuerdo de esta manera»;

En «Sí qué bien…» Está de acuerdo

Contigo de este modo: «Conozco al caballero,

Lo he visto ayer, o el otro día;

O en tal momento; o en una ocasión

Con Fulano de Tal; y como vos decís,

Se jugaba, podía sorprendérsele allí

En plena francachela, o allá jugando al tenis»;

O a lo mejor: «Yo lo vi entrando

En una casa del pecado,

Videlicet, en un burdel»,

U otras cosas así. Pero, ¿te fijas?,

Tu cebo de falsía

Pesca una carpa que es una verdad;

Y así nosotros, los que somos

Sabios y habilidosos,

Con rodeos y pruebas de soslayo,

Por vías indirectas descubrimos

Lo más directo: y así tú,

Siguiendo esta lección y este consejo,

Debes portarte con mi hijo;

Me has entendido, ¿no es verdad?

Señor, os he entendido.

Dios te acompañe; y buen viaje.

Mi buen señor…

Observa

Personalmente sus inclinaciones.

Así lo haré, señor.

Y que estudie su música.

Está bien, señor mío.

Sale

Adiós.

Entra Ofelia

Y ahora, Ofelia, ¿qué te ocurre?

Ay, señor, me he asustado tanto…

¿Con qué, en nombre del cielo?

Señor, mientras estaba cosiendo en mi aposento,

Su Alteza Hamlet, entreabierto su jubón,

Con la cabeza sin sombrero,

Con las medias manchadas y sin ligas,

Que le caían hasta los tobillos

Como si fueran aros de grilletes,

Más pálido que su camisa,

Las rodillas chocando una con otra,

Y con una mirada de aire tan lastimero

Como si hubiera escapado del infierno

Para contar horrores, se presenta ante mí.

¿Enloquecido por su amor a ti?

Mi señor, no lo sé,

Pero en verdad lo temo.

¿Qué te dijo?

Me tomó la muñeca, y la apretó bien fuerte;

Luego me aparta a la distancia de su brazo,

Y con su otra mano así sobre la frente,

Se pone a contemplar mi rostro de tal modo

Como si fuera a dibujarlo.

Se queda así un gran rato; y al final,

Sacudiéndome el brazo levemente

Y moviendo la cabeza así

Hacia arriba y abajo por tres veces,

Lanzó un suspiro tan lastimero y hondo

Que pareció resquebrajar todo su cuerpo

Y acabar con su ser. Hecho lo cual, me suelta,

Y vuelta la cabeza por encima del hombro,

Pareció que encontraba sin ojos su camino,

Pues salió por la puerta sin su ayuda,

Y hasta el fin dirigió sólo hacia mí su luz.

Vamos, vente conmigo, voy a buscar al rey.

Esto no es otra cosa que el éxtasis de amor,

Cuya virtud violenta se destruye a sí misma

Y empuja al albedrío a actos desesperados

Con la misma frecuencia que toda otra pasión

Que en este mundo afecte nuestra naturaleza.

Lo siento. Pero ¿qué?, ¿acaso lo has tratado

Con alguna dureza últimamente?

Buen señor, no; pero tal como vos

Me lo mandasteis, rechacé sus cartas,

Y no le permití acercárseme.

Eso lo volvió loco. Debí haberle observado

Con mayor atención y mejor juicio.

Temí que no quisiera sino divertirse

E intentara arruinarte; mas malhaya mi celo:

Parece que es tan propio de los de nuestra edad

El extralimitarnos en nuestras opiniones

Como es común que en los más jóvenes

Falte la discreción. Ven, vamos con el rey,

Esto debe saberse, que si queda escondido,

Puede darnos más penas que ocultar

De las que desearía la renüencia a hablar.

Vamos.