ESCENA V

Entran Hamlet y el espectro

¿Adónde quieres conducirme? Habla.

No iré más adelante.

Escúchame.

Te escucho.

Casi es ya la hora

En que a las sulfurosas llamas de mi tormento

Me debo someter.

Ay dolor, pobre espectro.

No te apiades de mí, sino más bien

Presta un oído atento a lo que voy a revelarte.

Habla. Yo estoy dispuesto a oír.

También tendrás que estarlo a la venganza,

Cuando me hayas oído.

¿Qué?

Yo soy el espectro de tu padre.

Condenado durante cierto tiempo

A vagar en la noche, y en el día

Confinado a ayunar entre las llamas

Mientras son consumidos y purgados

Los crímenes soeces

Que llenaron mis días naturales.

Si no estuviera para mí vedado

Revelar los secretos de mi cárcel.

Podría hacerte tal relato

Que la menor de sus palabras

Llenaría de horror tu alma,

Helaría tu sangre juvenil,

Te pondría los ojos como estrellas

Saltando de sus órbitas,

Desharía tus rizos enredados

Y pondría de punta cada pelo

Como las púas del airado puercoespín.

Mas no debe decirse ese pregón eterno

A un oído carnal. Escucha, Hamlet,

Oh escucha: si una vez

Amaste a tu querido padre…

¡Oh Dios!

… Venga su repugnante asesinato,

Más antinatural que ningún otro.

¿Asesinato?

Asesinato infame,

Como lo es el mejor de ellos,

Pero este el más infame, el más extraño

Y menos natural.

Pronto, dímelo pronto, para que con alas

Tan raudas como la cavilación

O el pensamiento del amor,

Me precipite hacia mi venganza.

Te veo preparado,

Y más lerdo tendrías que haber sido

Que la pesada hierba

Que echa raíz a gusto a orillas del Leteo,

Para que no te hubiera estremecido esto.

Ahora escucha, Hamlet: se ha corrido la voz

De que durmiendo yo en mi huerto,

Me picó una serpiente: todo oído danés

Está engañado burdamente así

Con una historia falsa de mi muerte.

Pero tú, noble joven,

Has de saber que la serpiente

Que en efecto mordió la vida de tu padre

Hoy lleva su corona.

Oh alma mía profética, ¿mi tío?

Sí; esa bestia incestüosa, adúltera,

Con malas artes de su ingenio,

Con regalos traidores (¡oh malhadado ingenio

Y malvados regalos, que tienen el poder

De seducir así!),

Para su vergonzosa lascivia conquistó

El albedrío de mi reina

Que tan virtuosa parecía.

Oh Hamlet, qué caída hubo con eso,

Desde mí, cuyo amor fue de tal dignidad,

Que iba a la par de aquellos votos

Que le hice en su boda; y para declinar

Hacia un malvado cuyas dotes naturales

Eran bien pobres comparadas con las mías.

Pero así como la virtud

No se dejará nunca conmover

Por más que la lujuria la corteje

Bajo una forma celestial,

Del mismo modo el apetito, incluso unido

A algún ángel radiante,

Se hastiará en una cama celestial

Y se abalanzará sobre las inmundicias.

Pero basta, que pienso que olfateo ya el aire

De la mañana; seré breve;

Durmiendo yo en mi huerto,

Como fue siempre mi costumbre por las tardes,

En mi momento de abandono

Se deslizó tu tío, con un jugo

De maldito beleño en un frasquete

Y en los portales de mi oído echó

La leprífica pócima, cuyos efectos

Tan enemigos son de la sangre del hombre,

Que rápidos como el azogue corren

A través de las puertas y avenidas

Naturales del cuerpo, y con brusco vigor

Ponen espesa y cuajan,

Como unas gotas agrias en la leche,

La sangre leve y sana: eso hizo a la mía

Y una súbita costra endureció,

Al modo de la lepra,

Con una vil y repugnante cáscara

Todo mi suave cuerpo.

Así quedé, mientras dormía,

Por obra de un hermano,

De vida, de corona y de reina privado;

Segado en plena flor de mis pecados,

Impreparado, sin extremaunción, sin viático,

Sin haber hecho cuentas, sino enviado a darlas

Con mis imperfecciones

Pesando todas sobre mi cabeza;

Ay, horrible, ay, horrible; más que horrible.

Si tienes algo dentro, no lo admitas;

No permitas que el tálamo real de Dinamarca

Sirva de lecho a la lujuria y al incesto maldito.

Mas comoquiera que te aboques a esta acción,

No ensucies tu conciencia,

Ni dejes que tu alma trame nada

Contra tu madre; déjasela al cielo,

Y a esas espinas que se alojan en su pecho:

Que la pinchen y arañen. Ve con Dios cuanto antes;

La luciérnaga muestra que el alba ya se acerca,

Ya empieza a hacerse pálido su fuego inefectivo.

Adiós, Hamlet, adiós: acuérdate de mí.

Sale

¡Ah, huestes celestiales todas!

¡Ah Tierra! ¿Y qué otra cosa?

¿Y tendré que añadir además el Infierno?

Oh enemigo. Oh, aguanta, corazón;

Y vosotros, mis nervios, no envejezcáis de pronto,

Sostenedme en pie firme. ¿Que me acuerde de ti?

Sí, pobre espectro, mientras tenga asiento

En este mundo desquiciado la memoria.

¿Que me acuerde de ti? Ah sí, de las tablillas

De mi memoria he de borrar

Todo recuerdo frívolo y trivial,

Todas las máximas que traen los libros,

Todas las formas que grabó el pasado,

Que allí la juventud y observación copiaron,

Y sólo tu mandato ha de vivir

En el libro y volumen de mis sesos,

Sin mezcla de materias más vulgares,

Sí, sí, en nombre de los cielos.

¡Oh mujer más que perniciosa!

¡Oh villano, villano,

Sonriente villano condenado!

Ah, mi libreta, mi libreta:

Es conveniente que lo anote:

Que puede sonreírse y sonreírse

Y ser un hombre vil. Por lo menos me consta

Que tal cosa es posible en Dinamarca.

Así que en ésas andas, tío.

Ahora mi consigna. Que sea: adiós, adiós,

Acuérdate de mí. Lo he jurado.

(Dentro)

Señor, señor.

Entran Horacio y Marcelo

Señor Hamlet.

El cielo le ampare.

Así sea.

Ohé, ahé, ahé, señor.

Ojé, ahé, ahé, chiquillo; ven, pajarito, ven.

¿Cómo va eso, noble señor?

¿Qué noticias hay?

¡Oh, estupendas!

Mi buen señor, decídnoslas.

No, las revelaréis.

Yo no, señor, por los cielos.

Ni yo, señor mío.

Pues ¿qué os parece entonces?

¿Lo pensaría alguna vez la mente humana?

Pero ¿sabréis guardar este secreto?

Sí, por los cielos, señor mío.

Nunca ha habido un villano que viva en Dinamarca

Que no sea un bribón de siete suelas.

No hace falta, señor, que salga de la tumba

Ningún espíritu para decirnos eso.

Pues sí, tienes razón; y así,

Sin otra circunstancia, me parece

Que nos conviene ahora estrecharnos las manos

Y separarnos; id vosotros

Donde vuestro negocio y deseo os indiquen,

Puesto que todo hombre

Tiene negocios y deseos,

Tal como son las cosas. En cuanto a mí, fijaos,

Iré a rezar.

Eso no son más que palabras

Absurdas y liosas, mi señor.

Lamento que os ofendan, de todo corazón;

A fe mía: de todo corazón.

No hay ofensa, señor.

Por San Patricio, sí; pero la hay, Horacio,

Y muy grande además,

En lo que se refiere a esta visión:

Es un espectro honesto, permitid que os lo diga.

En cuanto a vuestro anhelo

De saber lo que hay entre nosotros,

Tendréis que dominarlo lo mejor que podáis.

Y ahora, amigos míos, puesto que sois amigos,

Y hombres leídos, y soldados,

Hacedme un pequeñísimo favor.

¿Qué es, señor? Lo haremos.

Nunca dejéis saber lo que esta noche visteis.

Señor, así lo haremos.

No así, sino jurándolo.

Por mi fe, señor mío,

Yo no hablaré.

Ni yo, señor,

Yo también por mi fe.

Sobre mi espada.

Señor, ya hemos jurado.

Insisto, por mi espada, insisto.

El espectro grita bajo el escenario

Jurad.

Ah, ah, muchacho, ¿tú lo dices?

¿Estás ahí, buen camarada?

Vamos, habéis oído a ese chico en el sótano,

Consentid en jurar.

Proponed vos, señor, el juramento.

No hablar nunca de esto que habéis visto.

Juradlo por mi espada.

Jurad.

¿Hic et ubique? Entonces,

Cambiemos nuestras posiciones.

Venid aquí, señores,

Y posad vuestras manos en mi espada.

No hablar nunca de esto que habéis visto.

Juradlo por mi espada.

Jurad.

Bien dicho, viejo topo,

¿Puedes cavar la tierra tan aprisa?

Notable zapador. Una vez más,

Cambiemos de lugar, amigos.

Oh día y noche:

Pero qué prodigiosamente extraño es esto.

Y por lo tanto acógelo como a un extraño.

Más cosas hay en el Cielo y la Tierra,

Horacio, que las que se sueñan en tu filosofía.[4]

Pero venid aquí como antes: nunca,

Así os ampare la misericordia,

Por muy raro o extraño que pueda yo portarme

(Pues acaso más tarde me parezca adecuado

Tomar una actitud extravagante),

Que viéndome en momentos tales, nunca,

Cruzando así los brazos,

O así, moviendo la cabeza,

O pronunciando una frase dudosa,

Tal como «Bueno, ya sabemos…»;

O «Bien podríamos si es que quisiéramos…»;

O «Si nos diera por hablar…»;

O «Nunca habrá de faltar quién, y si fuera posible…»;

U otras ambigüedades tales

Para dar a entender que algo sabéis de mí,

Nunca lo haréis:

Así la gracia y la misericordia

En el rigor más fuerte os salven:

Jurad.

Jurad.

Descansa ya, descansa,

Espíritu turbado. Pues bien, señores míos,

Con todo amor me encomiendo a vosotros,

Y lo que un hombre tan humilde como es Hamlet

Pueda lograr para expresar su amor

Y su amistad hacia vosotros,

No ha de faltar la buena voluntad.

Entremos juntos, y tened el dedo

Sobre los labios, os lo ruego.

El tiempo está fuera de quicio.

Oh amarga maldición: que naciera yo un día

Para poner en orden su estropicio.

Pero no, marchémonos juntos.

Salen