ESCENA IV

Entran Hamlet, Horacio y Marcelo

El aire corta como una navaja:

Hace un gran frío.

Es un aire que pincha.

Que muerde.

¿Qué hora es ya?

Creo que cerca de las doce.

No, dieron ya.

Pues yo no las oí.

Entonces ya es casi la hora

En que el espectro ha demostrado

Que acostumbra salir.

Un sonar de trompetas y dos cañones disparan

¿Qué significa eso, mi señor?

El rey trasnocha hoy, y vacía sus copas,

El rey está de juerga,

Y los escandalosos arribistas[2]

Andan haciendo eses; y cada vez que él

Se echa al goleto un trago de su vino del Rin,

Cornetas y timbales rebuznan de este modo

El triunfo de su brindis.

¿Es eso una costumbre?

Y vaya si lo es.

Pero a mi juicio, aunque yo sea

Natural de estas tierras, y nacido

En medio de estos hábitos,

Es costumbre que se honra más

Rompiéndola que respetándola.

[Este obtuso festejo a Oriente y a Poniente

Nos hace ser juzgados

Y censurados por otras naciones:

Nos tildan de borrachos, y con grosera frase

Manchan nuestro buen nombre; y en verdad esto quita

A nuestros méritos, por muy altos que sean,

La médula y la miga de nuestra nombradía:

Así sucede muchas veces

Con ciertos individuos, que por algún lunar

De su naturaleza, como de nacimiento,

Del cual no son culpables (pues la naturaleza

No podría escoger su origen),

Por el exceso de un temperamento

Que suele derribarle a la razón

Sus fuertes y baluartes, o bien por algún hábito

Que es como demasiada levadura

Para la forma de la buena educación;

Que esos hombres, marcados, como digo,

Con un solo defecto, que es librea

De la naturaleza, o astro de la fortuna,

Aun siendo sus virtudes de otra parte

Más puras que la gracia,

Tan infinitas como le es posible a un hombre,

En la censura general quedarán corrompidos

Por esa falta única: el adarme de mal

Hace dudar de toda la sustancia noble

Para su propio escándalo.][3]

Entra el espectro

Mirad, señor, ahí viene.

Que los ángeles

Y los ministros de la gracia nos defiendan.

Ya seas un espíritu benéfico,

O un trasgo maldecido,

Ya nos traigas los aires celestiales

O bien los miasmas del infierno,

Ya sea tu intención malvada o bondadosa,

Vienes de modo tan afable

Que te hablaré. He de llamarte Hamlet,

Rey mío, padre mío, soberano de Dinamarca.

Ah, contesta, no dejes que me abrase la duda,

Sino dime por qué tus huesos sacrosantos,

Sepultos en la muerte, han rasgado el sudario,

Y el sepulcro, en el cual te vimos

Tan tranquilo en tu urna,

Ha abierto sus pesadas mandíbulas de mármol

Para arrojarte aquí arriba de nuevo.

¿Qué significa esto?

¿Que tú, cadáver muerto, recubierto otra vez

De acero todo tú, vuelvas a visitar

De este modo el reflejo de la luna,

Haciendo así a la noche repulsiva?

Y a nosotros, bufones de la naturaleza,

Sacudir tan horrendamente nuestro ser

Con pensamientos fuera del alcance

De nuestras almas. Di, ¿por qué tal cosa?

¿A qué obedece? ¿Qué tenemos que hacer?

El espectro hace una seña a Hamlet

Os hace seña de partir con él.

Como si deseara tener un conciliábulo

Con vos a solas.

Ved con qué fineza

Os conduce a un lugar más apartado.

Mas no vayáis con él.

De ninguna manera.

No quiere hablar. He de seguirle pues.

No le sigáis, señor.

¿Y por qué no? ¿Qué tengo que temer?

Yo no doy una higa por mi vida;

En cuanto al alma, ¿qué podría hacerle a ella,

Que es una cosa de por sí inmortal?

Otra vez me hace seña de que avance;

Voy a seguirle.

¿Y si os atrae, señor,

Hacia las ondas? ¿O a la cima horrible

De los acantilados que se ciernen

Encima de su base sobre el mar,

Y asume allí una forma horrible,

Diferente, y que os prive

De la soberanía de la razón

Y que os arroje en la locura?

Pensad en ello: [el solo sitio

Sugiere fantasías de desesperación

Sin más motivo, ante cualquier cerebro

Que mire tantas brazas hasta el mar

Y lo escuche rugir abajo].

Sigue llamándome. Adelante,

Te seguiré.

No debéis ir, señor.

Quita tus manos.

Haced caso, no debéis ir.

Mi destino me llama

Y hace a cada pequeña arteria de este cuerpo

Más audaz que los nervios del león de Nemea.

¿Todavía me llama? Soltadme ya, señores,

Por Dios santo, he de hacer un fantasma

De quien me estorbe.

Digo, adelante, vamos,

He de seguirte.

Salen el espectro y Hamlet

Se pone desesperado

Con la imaginación.

Sigámosle.

No es adecuado obedecerle ahora.

Vamos tras él. ¿En qué acabará esto?

Algo podrido hay en el reino de Dinamarca.

Los cielos lo guiarán.

No, no, sigámosle.

Salen