ESCENA III

Entran Laertes y Ofelia

Mi equipaje está ya embarcado; adiós;

Y hermana: cuando sean favorables los vientos

Y el transporte se preste, no te duermas,

Dame noticias tuyas.

¿Es que acaso lo dudas?

En cuanto a Hamlet, y a ese devaneo

De sus favores, considéralo una moda,

Sólo un capricho de su lozanía,

Una violeta que en su juventud

Da la naturaleza primeriza;

Precoz, no permanente; dulce, no duradera,

El perfume y deleite de un minuto,

No más.

¿Eso y no más?

No pienses que es más que eso.

Pues la naturaleza en crecimiento

No crece sólo en músculos y en bulto,

Sino a medida que ese templo medra,

El servicio interior de la mente y el alma

Se dilata también. Tal vez te ama ahora,

Y ahora ni una mancha ni un engaño

Empañan la virtud de su intención;

Pero debes temer, si piensas en el peso

De su grandeza, que su voluntad

No esté en su mano: pues él mismo

Está sujeto a su linaje: no le es dado,

Como a personas sin valor, darse gusto a sí mismo,

Pues de aquello que escoja él dependen

La santidad y la salud de nuestro Estado entero,

Y por lo tanto su elección tiene que estar

Circunscrita a la voz y asentimiento

De ese cuerpo del que él es la cabeza.

De modo que si dice que te ama,

A tu prudencia corresponde

Creerle en la medida en que él pudiera,

Desde su sitio y en su acción precisa,

Poner en hechos sus palabras:

O sea, sólo en la medida en que coincida

Con la voz general de Dinamarca.

Sopesa pues la pérdida que tu honor sufriría

Si con oídos demasiado crédulos

Llegaras a escuchar sus cantos;

O a entregarle tu corazón,

O si abres el tesoro de tu castidad

A su importunidad desenfrenada.

Témelo, Ofelia, témelo, querida hermana,

Y quédate tras el baluarte de tu afecto,

Lejos del dardo y el peligro del deseo.

La más escrupulosa de las vírgenes

Es demasiado pródiga

Si destapa a la luna su belleza:

La virtud misma no se libra

Del látigo de la calumnia,

El gusano corroe muchas veces

Los vástagos primaverales

Antes que abran sus brotes, y en el alba

Y el líquido rocío de la juventud

Los contagiosos soplos son inminentes siempre.

Sé pues desconfiada;

La mejor salvaguarda es el temor;

La juventud ante sí misma se subleva

Aunque no tenga a nadie enfrente.

Guardaré la sustancia de esta buena lección

Como vigía de mi corazón.

Pero, mi buen hermano: no hagas tú

Lo que ciertos pastores desafortunados:

Mostrarme el escarpado y espinoso camino

Que lleva al cielo, mientras él,

Como un desenfrenado y fatuo libertino,

Pisa la senda florecida

De los deleites, y no acata sus preceptos.

Oh, no temas por mí.

Entra Polonio

Se me está haciendo tarde;

Pero mi padre viene.

La doble bendición es una gracia doble;

La ocasión me sonríe con un segundo adiós.

¿Aún aquí, Laertes?

A bordo, a bordo, ¿no te da vergüenza?

El viento da en la espalda de tu vela,

Y te están esperando; vamos, toma mi bendición;

Y estos pocos preceptos cuida que en tu memoria

Queden grabados. No te muestres lenguaraz

Para tus pensamientos, ni pongas en acto

Un pensamiento desproporcionado.

Sé natural; pero vulgar, de ningún modo.

Los amigos que tengas,

Y puesta a prueba su adopción,

Aférralos a tu alma con anillas de acero;

Pero no hagas callosa la palma de tu mano

Agasajando a cada camarada imberbe

Y no salido aún del cascarón:

Cuídate de meterte en una riña,

Pero una vez metido, llévala de tal modo

Que sea tu oponente quien se cuide de ti.

Presta a todos tu oído, pero a pocos tu voz;

Recibe las censuras de cualquiera,

Pero resérvate tu juicio;

Tu ropa tan costosa como alcance tu bolsa,

Mas no manifestada estrafalariamente:

Rica sí, no ostentosa,

Pues muchas veces por el atavío

Se ve lo que es un hombre,

Y en Francia los de más alcurnia y rango

Del modo más selecto y generoso

Sobresalen en esto. Nunca pidas prestado

Ni prestes tú, que un préstamo casi siempre te lleva

A perder el dinero y el amigo.

Y el pedir mella el filo de tu buen gobierno.

Y sobre todo esto: sé sincero

Contigo mismo, y de ello ha de seguirse,

Como la noche sigue al día, que no podrás entonces

Ser falso con ninguno. Adiós. Mi bendición

Haga que arraigue todo eso en ti.

Con entera humildad me despido, señor.

Te invita el tiempo, ve, tus criados te esperan.

Adiós, Ofelia, y que recuerdes bien

Lo que te acabo de decir.

Guardado queda

En mi memoria bajo un buen cerrojo

Del que tú mismo guardarás la llave.

Adiós.

Sale Laertes

¿Qué es lo que te ha dicho, Ofelia?

Con vuestra venia, algo que se refiere

Al señor Hamlet.

Vaya, bien pensado.

Me han dicho que a menudo últimamente

Te ha dedicado mucho tiempo,

Y que tú misma has sido muy liberal y pródiga

Con tus audiencias. Si es así,

Y así me lo han contado,

A manera de aviso, te tengo que decir

Que no entiendes para ti misma

Con suficiente claridad lo que conviene

A una hija mía, y a tu honor.

¿Qué hay entre él y tú? —y dime la verdad—.

Recientemente, mi señor,

Me ha hecho muchas proposiciones

De su afecto hacia mí.

Afecto, puah. Hablas igual que una mocosa

Nada afinada para circunstancias

De un peligro tan grande.

¿Crees en sus proposiciones,

Como las llamas tú?

No sé, señor, lo que debo pensar.

Yo por ventura te lo enseñaré.

Comprende que has sido una niña

Para haber recibido sus proposiciones

Como oro de ley, siendo falsa moneda.

Proponte tú a más alto precio;

O para que la pobre frasecita

No reviente de tanto ir y venir,

A mí me propondrás de estúpido.

Señor, me ha requebrado de manera honesta.

Sí, sí, puedes llamarlo moda, anda, anda.

Y ha dado autoridad a su discurso

Con casi todos los sagrados juramentos del cielo.

Sí, trampas para bobos. Bien sé yo

Cuando abrasa la sangre, con qué soltura el alma

Presta promesas a la lengua;

Estas pavesas, hija, con más luz que calor,

Que una y otra se extinguen en su promesa misma

Mientras aún está haciéndose,

No debes confundirlas con el fuego.

De ahora en adelante escatima algo más

Tu virginal presencia;

Pon mayor precio a tus invitaciones

Que el de una orden de parlamentar.

En cuanto al señor Hamlet,

Lo que debes creer es que es bien joven,

Y que puede moverse

Con una rienda mucho más abierta

Que la que se te puede dar a ti.

En resumen, Ofelia, no creas sus promesas,

Pues son agentes, no del tinte

Que muestra su atavío,

Sino solicitantes de impías peticiones

Que hablan como si fueran

Procuradores santos y piadosos

Para engañar mejor. Y para terminar,

No voy a permitir, lo digo claramente,

De ahora en adelante,

Que despilfarres tanto cada rato de ocio

Como para enviar recados

O para estar hablando con el príncipe Hamlet:

Fíjate en eso, te lo encargo. Y vete ya.

Seré obediente a mi señor.

Salen