Denver (Colorado, EE.UU.)

[Todd Wainio me acompaña al tren mientras saborea los cigarrillos cubanos con un cien por cien de tabaco que le he comprado como regalo de despedida.]

Sí, a veces me derrumbo durante unos minutos, quizá una hora. El doctor Chandra me dijo que no pasaba nada; ahora está de consejero aquí, en el Centro de Veteranos. Una vez me dijo que es muy saludable, como los pequeños terremotos que liberan la presión de una falla. Dice que los preocupantes son los que no tienen esos «temblores insignificantes».

No hace falta gran cosa para dispararme, a veces huelo algo, o la voz de alguien me resulta muy familiar. El mes pasado, mientras cenábamos, estaban poniendo una canción en la radio, no creo que fuera sobre la guerra, ni siquiera creo que fuese americana, porque el acento y algunas de las palabras no encajaban, pero el estribillo… «Que Dios me ayude, sólo tenía diecinueve años.»

[La sirena anuncia la salida de mi tren. La gente empieza a subir.]

Lo curioso es que mi recuerdo más nítido se acabó convirtiendo en el icono nacional de la victoria.

[Señala el mural gigantesco que tenemos detrás.]

Ésos éramos nosotros, de pie en Jersey, en la orilla del Hudson, contemplando la salida del sol sobre Nueva York. Acabábamos de enterarnos que era el Día VA. No hubo vítores ni celebraciones, no parecía real. ¿Paz? ¿Qué coño significaba eso? Llevaba tanto tiempo asustado, luchando, matando y esperando morir, que supongo que había aceptado que así sería el resto de mi vida. Creía que era un sueño, a veces todavía me lo parece cuando recuerdo aquel día, aquel amanecer sobre la Ciudad de los Héroes.