[Michael Choi se apoya en la barandilla de la cubierta de vuelo, mirando al horizonte.]
¿Quiere saber quién perdió la Guerra Mundial Z? Las ballenas. Supongo que no tenían muchas posibilidades, teniendo en cuenta los millones de refugiados hambrientos de los barcos y que la mitad de las armadas del mundo se habían convertido en flotas pesqueras. No hace falta mucho, sólo tirar un torpedo desde un helicóptero, no lo bastante cerca para provocar daños físicos, pero sí para dejarlas sordas y aturdidas. No se daban cuenta de que llegaban los buques factoría hasta que ya era demasiado tarde. Oías las detonaciones y los chillidos a kilómetros de distancia, porque nada conduce mejor el sonido que el agua.
Una pena, y no hace falta ser un pirado que apesta a pachuli para darse cuenta. Mi padre trabajaba en Scripps, no en la escuela para chicas de Claremont, sino en el instituto oceanográfico de las afueras de San Diego. Por eso me uní a la armada en un principio y por eso aprendí a amar el océano. Las ballenas grises de California se veían por todas partes, unos animales majestuosos que por fin resurgían después de haber estado al borde de la extinción. Dejaron de sentir miedo de nosotros y, a veces, podías acercarte lo suficiente para tocarlas. Podrían habernos matado en un abrir y cerrar de ojos, con un sólo golpe de sus dos metros y medio de aleta de cola, con una arremetida de su cuerpo de treinta y tantas toneladas. Todos los balleneros las llamaban peces del infierno por la feroz resistencia que ofrecían cuando se veían arrinconadas. Sin embargo, ellas sabían que no queríamos hacerles daño, incluso permitían que las acariciásemos, o, si querían proteger a una cría, se limitaban a apartarnos con delicadeza. Un gran poder y un enorme potencial para la destrucción. Las grises de California eran unas criaturas asombrosas, y ahora han desaparecido, junto con las azules, las de aleta, las jorobadas y las francas. He oído que se han visto algunas blancas y narvales que sobrevivieron bajo el hielo ártico, aunque seguramente no bastarán para un banco de genes sostenible. Sé que todavía quedan algunos grupos de orcas intactos, pero, con los niveles de contaminación que tenemos, y con menos peces que en una piscina de Arizona, no creo que tengan posibilidades. Aunque mamá naturaleza les dé alguna ventaja, los adapte como hizo con algunos de los dinosaurios, los amables gigantes se han ido para siempre. Es como en esa peli, ¡Oh, Dios!, cuando el Todopoderoso reta al Hombre a intentar crear una caballa desde cero. «No es posible», le dice; y, a no ser que algún archivista genético llegase allí antes que los torpedos, tampoco puedes crear de la nada una ballena gris de California.
[El sol se pone en el horizonte. Michael suspira.]
Así que, la próxima vez que alguien le diga que las verdaderas víctimas de la guerra fueron «nuestra inocencia» o «parte de nuestra humanidad»…
[Escupe al agua.]
Lo que tú quieras, hermano. Díselo a las ballenas.