Tel Aviv (Israel)

[Terminamos la comida, y Jurgen me arranca el billete de la mano.]

Por favor, yo escogí la comida, así que yo invito. Antes odiaba estas cosas, creía que parecían un bufé de vómitos. Mi personal tuvo que arrastrarme hasta aquí una tarde, unos sabras jóvenes con gustos exóticos: «Pruébalo, viejo yekke». Así me llamaban, yekke; quiere decir estirado, aunque la definición oficial es judío alemán. Tenían razón en ambas cosas.

Yo estaba en el Kindertransport, la última oportunidad de sacar niños judíos de Alemania. Fue la última vez que vi vivos a los miembros de mi familia. En Polonia hay un pequeño estanque, en un pueblecito, al que solían tirar las cenizas. Medio siglo después, el estanque sigue gris.

He oído decir que no hubo supervivientes del Holocausto, que, incluso los que lograron seguir técnicamente vivos, habían sufrido unos daños tan irreparables que su espíritu y su alma, las personas que eran, desaparecieron para siempre. Me gusta pensar que no es cierto, pero, si lo es, en toda la Tierra no ha quedado ni un superviviente de esta guerra.