[Una enfermera interrumpe nuestra entrevista para asegurarse de que María Zhuganova se toma sus vitaminas prenatales. María está de cuatro meses; será su octavo bebé.]
Sólo lamento no haber podido estar en el ejército para la «liberación» de nuestras antiguas repúblicas. Habíamos purgado la patria de la suciedad zombi y nos tocaba llevar la guerra más allá de nuestras fronteras. Ojalá hubiese estado allí el día que volvimos a incorporar Bielorrusia al imperio. Dicen que pronto le tocará a Ucrania y, después de eso, quién sabe. Me gustaría haber podido participar, pero tenía «otros deberes»…
[Se da una palmadita en el vientre.]
No sé cuántas clínicas como ésta habrá en todo el país, aunque seguro que no las suficientes. Somos pocas las mujeres jóvenes y fértiles que no han sucumbido a las drogas, al SIDA o al hedor de los muertos vivientes. Nuestro líder dice que la mejor arma para una mujer rusa es la que lleva en el útero. Si eso significa no saber quiénes son los padres de mis hijos ni…
[Mira un instante al suelo.]
…mis hijos, que así sea. Sirvo a la patria, y la sirvo de todo corazón.
[Me mira a los ojos.]
¿Se está preguntando cómo se puede explicar esta «existencia» dentro de nuestro nuevo estado fundamentalista? Bueno, deje de preguntárselo: no se puede. Todos esos dogmas religiosos son para las masas; les das su opio y se quedan tranquilos. No creo que ningún miembro del gobierno, ni siquiera de la Iglesia, se crea realmente lo que predica. Bueno, quizá un hombre, el viejo padre Ryzhkov, antes de que lo mandasen a ese lugar perdido. No tenía nada más que ofrecer, no como yo; me quedan al menos dos hijos más que darle a la patria. Por eso me tratan tan bien y me permiten hablar con tanta libertad.
[María mira al espejo espía que tengo detrás.]
¿Qué me van a hacer? Para cuando haya dejado de ser útil, ya habré superado la expectativa de vida media de nuestras mujeres.
[Hace un gesto muy grosero con el dedo, en dirección al espejo.]
Además, quieren que usted oiga esto. Por eso lo han dejado entrar en el país, para oír nuestras historias y hacer sus preguntas. A usted también lo están usando, ¿sabe? Su misión es contarle al mundo lo que pasa en el nuestro, hacerle ver qué pasaría si alguien se atreve a jodernos. La guerra nos ha devuelto a nuestras raíces, nos ha hecho recordar qué significa ser rusos. Somos fuertes de nuevo, temidos de nuevo y, para los rusos, eso sólo quiere decir una cosa: ¡que por fin estamos a salvo otra vez! Por primera vez en casi cien años, por fin podemos acurrucamos dentro del puño protector de un César, y seguro que sabe cómo se dice César en ruso.