Burlington (Vermont, EE.UU.)

[Ha empezado a caer la nieve. El Chiflado se vuelve hacia la casa, a regañadientes.]

¿Ha oído hablar de Clement Attlee? Claro que no, ¿por qué iba a haberlo oído? El hombre era un perdedor, una mediocridad de tercera que sólo logró colarse en los libros de historia porque derrotó a Winston Churchill antes de que terminase oficialmente la Segunda Guerra Mundial. La guerra había llegado a su fin en Europa, y los británicos tenían la sensación de haber sufrido lo suficiente, pero Churchill seguía presionando para ayudar a los Estados Unidos frente a Japón, diciendo que la guerra no se terminaba hasta que se terminaba en todas partes. Y mire qué le pasó al Viejo León. Eso era lo que queríamos evitar en nuestra administración, y por eso decidimos declarar la victoria después de asegurar los Estados Unidos continentales.

Todos sabían que, en realidad, la guerra no había acabado. Todavía teníamos que ayudar a nuestros aliados y limpiar partes enteras del mundo que seguían dominadas por los muertos. Aunque quedaba mucho trabajo por hacer, como teníamos el patio en orden, quisimos darle a la gente la opción de volver a casa. Entonces fue cuando se creó la fuerza multinacional de la ONU, y nos sorprendió agradablemente comprobar cuántos voluntarios se alistaron durante la primera semana. La verdad es que tuvimos que rechazar a algunos y ponerlos en la lista de reserva o asignarlos a entrenar a los jóvenes que se perdieron el avance por América. Sé que me llovieron las críticas por elegir a la ONU en vez de organizar una cruzada estadounidense, y, si le soy sincero, no me podía importar menos. Estados Unidos es un buen país, sus ciudadanos esperan un trato justo y cuando el trato termina con las últimas botas en las playas del Pacífico, les das la mano, les pagas su sueldo y dejas que todos aquéllos que deseen volver a sus vidas lo hagan.

Quizá eso haya hecho que la campaña en el extranjero sea un poco más lenta. Aunque nuestros aliados vuelven a estar en pie, seguimos teniendo algunas zonas blancas por limpiar: sierras, islas por encima de la cota de nieve, el lecho marino, y queda Islandia… Islandia va a ser dura. Ojalá los ruskis pudieran ayudarnos en Siberia, pero, bueno, son como son. Además, todavía tenemos ataques en casa, todas las primaveras o de vez en cuando, cerca de un lago o una playa. Cada vez hay menos, gracias al cielo, lo que no quiere decir que debamos bajar la guardia. Todavía estamos en guerra y, hasta poder eliminar, purgar y, en caso necesario, volar en pedazos todo rastro de la epidemia de la faz de la Tierra, la gente tiene que colaborar y hacer su trabajo. Sería agradable que sacásemos al menos esa lección de tanta desgracia: estamos en esto juntos, así que arrimad el hombro y haced vuestro trabajo.

[Nos detenemos junto a un viejo roble. Mi compañero lo mira de arriba abajo y le da un golpecito con el bastón. Después, se dirige al árbol…]

Estás haciendo un buen trabajo.