Troy (Montana, Estados Unidos)

[Este barrio es, según el folleto, la nueva comunidad para la nueva América. Basada en el modelo masada israelí, desde un primer momento queda claro que este barrio se construyó con un solo objetivo en mente. Las casas descansan sobre pilares lo bastante elevados para que cada una tenga una vista perfecta sobre el muro de hormigón reforzado de sesenta metros de altura. El acceso a cada casa se realiza a través de una escalera plegable, y puede conectarse a la casa vecina por medio de una pasarela plegable similar. Las células solares del tejado, los pozos blindados, los jardines, las torres de vigilancia y la gruesa puerta corrediza de acero reforzado han convertido a Troy en un éxito instantáneo entre sus habitantes, tanto que su promotora ya ha recibido siete pedidos más desde distintas partes de los Estados Unidos continentales. La promotora, arquitecta jefe y primera alcalde de Troy es Mary Jo Miller.]

Oh, sí, estaba preocupada, me preocupaban las letras del coche y el préstamo para el negocio de Tim. Me preocupaban la grieta de la piscina, que era cada vez más grande, y el nuevo filtro no clorado que seguía dejando una capa de verdina. Me preocupaban nuestras acciones, aunque mi agente me aseguraba que no eran más que nervios de inversores novatos y que resultaban más rentables que un plan estándar 401K. Aiden necesitaba un tutor de matemáticas, Jenna necesitaba un modelo concreto de los botines de Jamie Lynn Spears para el campo de fútbol, los padres de Tim estaban pensando en pasar las Navidades con nosotros, mi hermano estaba otra vez en rehabilitación, Finley tenía lombrices y uno de los peces tenía un hongo de alguna clase en el ojo izquierdo. Aquéllas eran mis preocupaciones, y tenía más que suficiente para no aburrirme.

¿Veía las noticias?

Sí, unos cinco minutos al día: titulares locales, deportes, cotilleos de famosos. ¿Por qué iba a querer deprimirme viendo la tele? Eso podía hacerlo subiéndome a la báscula todas las mañanas.

¿Y otras fuentes? ¿La radio?

¿Por la mañana, en el camino al trabajo? Era mi hora zen: después de dejar a los críos, escuchaba a [nombre eliminado por razones legales]. Sus chistes me ayudaban a pasar el día.

¿Qué me dice de Internet?

¿Qué le digo? A mí me servía para comprar; a Jenna para hacer los debes; a Tim… para ver cosas que me juraba que no iba a volver a ver. Las únicas noticias que veía eran las que aparecían en mi página de inicio de AOL.

En el trabajo tuvo que haber conversaciones…

Oh, sí, al principio. Daba miedo, era raro, «he oído que no es rabia», cosas así. Pero después, aquel primer invierno, el tema se frenó, ¿recuerda?, y, de todos modos, era mucho más divertido hablar sobre el último capítulo del programa aquel del campamento para famosos gordos, o poner verde a cualquiera que no estuviese en la habitación en ese momento.

Una vez, en marzo o abril, llegué del trabajo y me encontré a la señora Ruiz limpiando su mesa. Creía que había reducción de plantilla o que subcontrataban su puesto, ya sabe, una amenaza que me parecía real. Ella me explicó que eran «ellos», así los llamaba siempre, «ellos» o «todo lo que está pasando». Me dijo que su familia ya había vendido la casa y se iban a comprar una cabaña cerca de Fort Yukon, en Alaska. A mí me pareció la estupidez más grande del mundo, sobre todo para alguien como Inez, que no era una de las ignorantes, sino una mexicana «limpia». Siento usar el término, pero así es como pensaba entonces, ése es el tipo de persona que era.

¿Su marido se sintió preocupado en algún momento?

No, pero los críos sí, aunque no verbalmente, ni conscientemente, creo. Jenna empezó a meterse en peleas. Aiden no se iba a dormir si no le dejábamos la luz encendida. Cositas así. No creo que tuvieran más información que Tim o que yo; quizá las distracciones de los adultos no los afectaban.

¿Cómo reaccionaron su marido y usted?

Zoloft y Ritalin SR para Aiden, y Adderall XR para Jenna. Funcionó durante un tiempo. Lo único que me cabreaba era que nuestro seguro no lo cubriera, porque los chicos ya estaban tomando Phalanx.

¿Cuánto tiempo llevaban tomándolo?

Desde que salió a la venta. Todos lo tomábamos: «Phalanx significa tranquilidad». Era nuestra forma de prepararnos…, y Tim compró una pistola. Me prometía que me iba a llevar al campo de tiro para enseñarme a disparar. «El domingo —me decía siempre—, vamos este domingo.» Yo sabía que era mentira, porque los domingos se los reservaba a su amante, aquella puta lancha bimotor de cinco metros y medio en la que parecía volcar todo su amor. A mí no me importaba, porque teníamos nuestras píldoras y, al menos, él sabía cómo usar la Glock. Era parte de la vida, como las alarmas contra incendios o los airbags. Quizá pensáramos en ello de vez en cuando, pero era sólo… sólo por si acaso. Y, además, teníamos ya muchas preocupaciones, parecía que todos los meses surgía algo nuevo. ¿Cómo íbamos a controlarlo todo? ¿Cómo saber qué era lo verdaderamente real?

¿Cómo lo supo?

Acababa de anochecer, había un partido. Tim estaba en el sillón reclinable con una Corona, Aiden jugaba en el suelo con sus soldados de juguete, y Jenna estaba en su cuarto haciendo deberes. Yo estaba descargando la lavadora, así que no oí ladrar a Finley. Bueno, quizá lo oyera, pero no le presté atención. Nuestra casa estaba en la última fila de la comunidad, justo al pie de las colinas. Vivíamos en una zona tranquila y recién urbanizada de North County, cerca de San Diego. Siempre había conejos, a veces ciervos, corriendo por el patio, así que los puñeteros ataques de nervios de Finley eran una constante. Creo que miré al pósit en el que había escrito que tenía que comprarle al perro uno de esos collares con citronela para que no ladrase. No estoy segura de cuándo empezaron a ladrar los demás perros, ni de cuándo oí la alarma del coche al principio de la calle.

Cuando oí algo que sonaba como un disparo, me metí en el estudio, pero Tim no había oído nada, porque tenía el volumen demasiado alto. Yo no dejaba de decirle que se mirase el oído, porque no se puede uno pasar la juventud en una banda de speed metal sin… [suspira], Aiden sí había oído algo y me preguntó qué era. Yo estaba a punto de decirle que no lo sabía, cuando vi que el niño abría los ojos como platos. Estaba mirando algo que había detrás de mí, en la puerta corredera de cristal que daba al patio. Me volví justo a tiempo de ver cómo se hacía pedazos.

Medía más de un metro setenta, hombros estrechos y encorvados, y una barriga hinchada que se le agitaba al andar. No llevaba camisa, así que vimos que su carne gris moteada estaba desgarrada y llena de agujeros. Olía como la playa, como algas podridas y agua de mar. Aiden se levantó de un salto y corrió a esconderse detrás de mí. Tim se levantó del sillón y se puso de pie entre nosotros y aquella cosa. Fue como si todas las mentiras se desvaneciesen en menos de un segundo. Tim miró a su alrededor como un loco, buscando un arma, mientras la cosa lo cogía por la camisa. Cayeron sobre la alfombra, forcejeando, y mi marido nos gritó que nos metiésemos en el dormitorio, que fuese a coger la pistola. Estábamos en el pasillo cuando oí gritar a Jenna, así que corrí a su habitación y abrí la puerta de golpe. Allí había otro, grande, de casi dos metros, con hombros gigantescos y brazos abultados. La ventana estaba rota, y la cosa tenía a Jenna cogida del pelo; la niña gritaba: «¡Mamimamimami!».

¿Qué hizo usted?

No… no estoy segura del todo. Cuando intento recordarlo, todo va demasiado deprisa. Lo cogí por el cuello, mientras él se llevaba a Jenna a la boca abierta. Apreté fuerte… tiré… Los niños dicen que le arranqué la cabeza al monstruo, que me quedé con ella en la mano, mientras toda la carne, los músculos y lo demás colgaban hecho pedazos. No creo que eso sea posible, aunque quizá, con toda la adrenalina… Creo que los niños han ido cambiando sus recuerdos a lo largo de los años, haciéndome parecer la novia de Hulk o algo parecido. Sé que liberé a Jenna, lo recuerdo, y, un segundo después, Tim entró en la habitación con la camisa llena de una sustancia negra y viscosa. Me tiró las llaves del coche y me dijo que metiese a los chicos en el Suburban. Él salió corriendo al patio, mientras nosotros nos dirigíamos al garaje. Oí cómo se disparaba su arma cuando arrancaba el motor.