[Grover Carlson trabaja como recolector de combustible en la planta experimental de bio-conversión del pueblo. El combustible que recolecta es estiércol. Sigo al que fuera jefe de gabinete de la Casa Blanca, mientras él empuja su carretilla por los pastos marrones.]
Claro que teníamos una copia del informe Knight-Espantajudíos, ¿quién se cree que somos, la CIA? Lo leímos tres meses antes de que los israelíes lo hicieran todo público. Antes de que el Pentágono empezase a hacer ruido, mi trabajo consistía en informar personalmente al presidente, que, a su vez, llegó a dedicar una reunión entera a analizar su mensaje.
¿Cuál era?
Déjenlo todo, centren todos sus esfuerzos, la típica mierda alarmista. Recibíamos docenas de informes como aquél todos los días, igual que todas las administraciones, y siempre afirmaban que su hombre del saco era «la mayor amenaza para la existencia de la humanidad». ¡Venga ya! ¿Se imagina cómo habrían sido los Estados Unidos si el gobierno federal hubiese frenado de golpe cada vez que un pirado paranoico gritaba «lobo», «calentamiento global» o «muertos vivientes»? Por favor. Lo que hacíamos, lo que hacían todos los presidentes desde la época de Washington era ofrecer una respuesta moderada y conveniente, directamente proporcional a una evaluación realista de la amenaza.
Y eso fueron los equipos Alfa.
Entre otras cosas. Teniendo en cuenta la baja prioridad que le daba el asesor de seguridad nacional, creo que le dedicamos un tiempo bastante considerable. Produjimos un vídeo formativo para las autoridades estatales y regionales, de modo que supiesen qué hacer si se producía un brote. El Departamento de Salud y Servicios Sociales tenía una página en su sitio web explicando cómo debían reaccionar los ciudadanos con familiares infectados. Y, bueno, ¿qué me dice de lograr que la FDA aprobase el Phalanx?
Pero Phalanx no funcionaba.
Sí, ¿y sabe cuánto tiempo habríamos tardado en inventar uno que lo hiciera? Mire cuánto tiempo y dinero se había gastado en la investigación contra el cáncer o el SIDA. ¿Querría ser usted el encargado de decirle al pueblo estadounidense que está quitándole fondos a una de esas dos investigaciones para curar una enfermedad nueva de la que la mayoría no había oído hablar? Mire lo que hemos invertido en investigación durante y después de la guerra, y todavía no tenemos ni cura, ni vacuna. Sabíamos que Phalanx era un placebo, pero nos sentíamos agradecidos, porque calmó a la gente y nos dejó hacer nuestro trabajo.
¿Qué? ¿Habría preferido que le contásemos la verdad a la gente? ¿Que no era una nueva cepa de la rabia, sino una misteriosa superplaga que reanimaba a los muertos? ¿Se imagina el pánico que habría provocado? ¿Las protestas, los disturbios, los millones en daños a la propiedad privada? ¿Acaso no ve que esos senadores cagados habrían logrado paralizarnos para poder pasar por el Congreso a toda leche una «Ley de protección contra zombis» que no habría servido para nada? ¿Se imagina el daño que habría supuesto para el capital político de aquella administración? Estamos hablando de un año de elecciones, de una batalla dura y cuesta arriba. Éramos el batallón de limpieza, los desgraciados que teníamos que barrer toda la mierda dejada por la administración anterior, y, créame, ¡en aquellos ocho años que nos precedieron se acumuló mucha mierda! La única razón por la que logramos llegar al poder fue que nuestra marioneta no dejaba de prometer «una vuelta a la paz y la prosperidad». Los estadounidenses no habrían aceptado otra cosa; pensaban que ya habían pasado por tiempos muy duros, y habría sido un suicidio político decirles que los peores aún estaban por venir.
Así que, en realidad, nunca intentaron resolver el problema.
Oh, venga. ¿Se puede solucionar la pobreza? ¿Se puede solucionar el crimen? ¿Se pueden solucionar las enfermedades, el desempleo, la guerra o cualquier otro herpes social? Claro que no. Sólo puedes intentar que sean lo bastante manejables para que la gente siga con su vida. No es cinismo, es madurez; no se puede detener la lluvia, sólo construir un tejado y esperar que no tenga goteras o, al menos, que no gotee sobre la gente que va a votarte.
¿Qué quiere decir eso?
Vamos…
En serio, ¿qué quiere decir?
Vale, como quiera, vamos al puto Barrio Sésamo. Quiere decir que, en política, te centras en las necesidades de tu base de poder. Si los mantienes contentos, ellos te mantienen en tu despacho.
¿Por eso se desatendieron algunos brotes?
Dios, hace que suene como si nos olvidásemos de ellos.
¿Pidieron las autoridades locales más ayuda del gobierno federal?
¿Y cuándo no nos han pedido los polis más hombres, más equipos, más horas de entrenamiento o más «fondos para programas de alcance social»? Esos blandengues son tan malos como los soldados, todo el día quejándose de que no tienen lo que necesitan, pero ¿acaso ellos se enfrentan al riesgo de perder su trabajo si suben los impuestos? ¿Tienen que explicarle a Peter, el de la casa adosada, por qué lo despluman para ayudar a Paul, el del gueto?
¿No les preocupaba que se hiciese público?
¿Y quién iba a hacerlo?
La prensa, los medios.
¿Los medios? ¿Se refiere a esas redes mediáticas que eran propiedad de algunas de las empresas más grandes del mundo, compañías que se habrían hundido si otra ola de pánico golpease la bolsa? ¿Esos medios?
¿Así que, en realidad, nunca llegaron a instigar un encubrimiento?
No había necesidad; ellos lo encubrieron solitos. Tenían tanto o más que perder que nosotros y, además, ya habían logrado sus historias el año anterior, cuando los primeros casos aparecieron en Estados Unidos. Después llegó el invierno, Phalanx salió a la venta, y los casos descendieron. Quizá «disuadieran» a algunos periodistas más jóvenes, dispuestos a hacer su propia cruzada pero, en realidad, todo el tema estaba muy visto al cabo de unos cuantos meses. Se había convertido en algo manejable, la gente estaba aprendiendo a vivir con ello y ya ansiaba algo diferente; las grandes noticias suponen un gran negocio, y siempre hay que tener algo nuevo si buscas el éxito.
Sin embargo, había medios de comunicación independientes.
Sí, claro, y ¿sabe quién les presta atención? Los maricones sabelotodos universitarios; y ¿sabe quién les hace caso a ésos? ¡Nadie! ¿Quién va a escuchar a una minoría marginal de la televisión y la radio públicas que no está en contacto con el público mayoritario? Cuanto más advertían aquellos intelectualuchos elitistas de que los muertos caminaban, más pasaban de ellos los estadounidenses de verdad.
Entonces, veamos si he entendido su postura.
La postura de la administración.
La postura de la administración, sí. Ustedes le dieron al problema la cantidad de atención que creían necesaria.
Sí.
Ya que el gobierno siempre tiene mucho a lo que enfrentarse, sobre todo en aquel momento, y lo último que deseaba el pueblo estadounidense era encontrarse con otra amenaza.
Eso es.
Así que supusieron que la amenaza era lo suficientemente pequeña para que la manejasen los equipos Alfa en el exterior y algunos miembros más de las fuerzas del orden en el interior del país.
Exactamente.
Aunque ya habían recibido avisos que advertían de lo contrario, que nunca podría asimilarse dentro de la vida pública y que, en realidad, se trataba de una catástrofe global en ciernes.
[El señor Carlson se detiene, me mira con rabia y echa una paletada de «combustible» en su carretilla.]
A ver si madura.