Stefan miró a Elena, mientras cristales de nieve espolvoreaban sus oscuros cabellos.
—¿Qué pasa con Matt?
—Recuerdo… algo. No está claro. Pero esa primera noche, cuando yo no era yo misma… ¿Vi a Matt entonces? ¿Le…?
Miedo y una terrible sensación de desaliento dilataron su garganta e interrumpieron sus palabras. Pero no tuvo necesidad de finalizar, y Stefan no necesitó responder; lo vio en sus ojos.
—Era el único modo, Elena —dijo él—. Habrías muerto, sin sangre humana. ¿Habrías preferido atacar a alguien que no estuviera dispuesto a hacerlo, herirlos, tal vez matarlos? La necesidad puede empujarte a eso. ¿Es eso lo que hubieras querido?
—No —respondió ella con violencia—. Pero ¿tenía que ser Matt? No me respondas a eso; tampoco a mí se me ocurre ninguna otra persona. —Tomó aire con un estremecimiento—. Pero ahora estoy preocupada por él, Stefan. No le he visto desde esa noche. ¿Está bien? ¿Qué te ha dicho?
—No mucho —respondió él, desviando la mirada—. «Déjame en paz», eso fue fundamentalmente lo que dijo. También negó que hubiese sucedido nada esa noche, y dijo que estabas muerta.
—Recuerda a uno de esos individuos que no pueden lidiar con ello —comentó Damon.
—¡Cállate! —exclamó Elena—. Tú mantente fuera de esto, y mientras lo haces, podrías pensar en la pobre Vickie Bennett. ¿Cómo crees que le está yendo últimamente?
—Quizá ayudaría si supiese quién es esta Vickie Bennett. No hacéis más que hablar de ella, pero yo nunca me he tropezado con ella.
—Sí, claro que lo has hecho. No juegues conmigo, Damon… El cementerio, ¿recuerdas? La iglesia en ruinas. La chica que dejaste deambulando por allí en combinación.
—Lo siento, pero no. Y por lo general sí recuerdo a las chicas que dejo deambulando en combinación.
—Supongo que lo hizo Stefan, entonces —replicó Elena en tono sarcástico.
La cólera afloró a los ojos de Damon, disimulada rápidamente por una sonrisa inquietante.
—Quizá lo hizo él. Quizá lo hiciste tú. Es todo lo mismo para mí, excepto que empiezo a estar un poco cansado de oír acusaciones. Y ahora…
—Espera —dijo Stefan con sorprendente afabilidad—. No marches aún. Deberíamos hablar…
—Me temo que tengo un compromiso previo.
Hubo un veloz batir de alas, y Stefan y Elena se quedaron solos.
Elena apoyó un nudillo en los labios.
—Maldita sea. No era mi intención enojarle. Después de que actuó de un modo casi civilizado toda la noche…
—No importa —dijo Stefan—. Le gusta estar enojado. ¿Qué decías sobre Matt?
Elena vio el cansancio reflejado en el rostro del muchacho y lo rodeó con un brazo.
—No hablaremos de ello ahora, pero creo que tal vez mañana deberíamos ir a verle. Decirle…
Elena alzó la mano con impotencia. No sabía qué quería decirle a Matt; sólo sabía que necesitaba hacer algo.
—Creo —repuso Stefan lentamente— que sería mejor que fueras tú a verle. Intenté hablar con él, pero no quiso escucharme. Y lo entiendo; quizá a ti te vaya mejor. Y creo… —hizo una pausa y luego siguió adelante con decisión—, creo que te irá mejor si estás sola con él. Podrías ir ahora.
Elena le miró inquisitivamente.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—Pero… ¿estarás bien? Debería permanecer contigo…
—Estaré perfectamente, Elena —respondió él con dulzura—. Vete.
Elena vaciló, y luego asintió.
—No tardaré —le prometió.
Sin ser vista, Elena dio la vuelta en silencio a la casa de madera con la pintura desconchada y el buzón torcido con el letrero «Honeycutt». La ventana de Matt no estaba cerrada con pestillo. «Chico descuidado —pensó con tono recriminatorio—. ¿Es que no sabes que algo podría entrar furtivamente?» Una barrera invisible que parecía una pared blanda de aire espeso le cerró el paso.
—Matt —susurró.
La habitación estaba oscura, pero distinguió una figura imprecisa en la cama. Un reloj digital con números de un verde pálido indicaba que eran las 12.15.
—Matt —volvió a susurrar.
La figura se agitó.
—¿Uh?
—Matt, no quiero asustarte. —Hizo que su voz sonara tranquilizadora, intentando despertarle con suavidad en lugar de darle un susto de muerte—. Soy yo, Elena, y quiero hablar. Sólo que primero tienes que pedirme que entre. ¿Puedes pedirme que entre?
—Uh. Vamos, entra.
A Elena le sorprendió la falta de sorpresa en la voz del joven. Sólo después de haber pasado al otro lado del alféizar advirtió que seguía dormido.
—Matt. Matt —susurró, temiendo acercarse demasiado.
El ambiente de la habitación era sofocante y recalentado, con el radiador a toda potencia. Vio un pie desnudo que sobresalía fuera del montón de mantas de la cama y una mata de cabello rubio en la cabecera.
—¿Matt?
Vacilante, se inclinó sobre él y le tocó.
Aquello sí obtuvo una respuesta. Con un gruñido explosivo, Matt se sentó muy tieso en la cama, dando manotazos. Cuando sus ojos se encontraron con los de ella, estaban muy abiertos y desorbitados.
Elena se encontró intentando parecer pequeña e inofensiva, nada amenazadora. Retrocedió contra la pared.
—No era mi intención asustarte. Sé que es un shock. Pero ¿hablarás conmigo?
Él se limitó a seguir mirándola fijamente. Tenía los rubios cabellos sudorosos y encrespados como las plumas de una gallina mojada. Elena vio el martilleo de la sangre en la garganta desnuda del muchacho y temió que fuera a ponerse en pie y salir disparado de la habitación.
Entonces los hombros de Matt se relajaron, hundiéndose, y él cerró los ojos despacio. Respiraba profundamente, pero de un modo irregular.
—Elena.
—Sí —susurró ella.
—Estás muerta.
—No. Estoy aquí.
—Los muertos no regresan. Mi padre no regresó.
—No morí realmente. Sólo cambié.
Los ojos de Matt seguían cerrados en actitud de repudio, y Elena sintió que una fría oleada de desesperanza la inundaba.
—Pero deseas que hubiese muerto, ¿verdad? Te dejaré ahora —murmuró.
El rostro de Matt se descompuso, y el muchacho empezó a llorar.
—No. No. No lo hagas, Matt, por favor.
Se encontró acunándole, luchando para no echarse a llorar también ella.
—Matt, lo siento; ni siquiera debería haber venido aquí.
—No marches —sollozó él—. No te vayas.
—No lo haré. —Elena perdió la batalla, y las lágrimas cayeron sobre los cabellos húmedos de Matt—. No era mi intención hacerte daño —dijo—. Nunca, Matt. Todas esas veces, todas esas cosas que hice… Jamás quise herirte. De verdad… —Luego dejó de hablar y se limitó a abrazarle.
Al cabo de un rato, la respiración de Matt se sosegó y él se recostó en la cama, secándose el rostro con un trozo de sábana. Evitó mirarla a los ojos. En su rostro había una expresión no sólo de embarazo, sino de desconfianza, como si estuviera preparándose para algo que temía.
—De acuerdo, estás aquí. Estás viva —dijo en tono áspero—. ¿Qué quieres, pues?
Elena se quedó anonadada.
—Vamos, debe de haber algo. ¿Qué es?
Nuevas lágrimas pugnaron por salir, pero Elena se las tragó.
—Imagino que me lo merezco. Sé que es así. Pero, por una vez, Matt, no quiero absolutamente nada. Vine a disculparme, a decir que lamento haberte utilizado; no sólo esa noche, sino siempre. Me importas, y me importa si sufres. Pensaba que tal vez podría hacer que las cosas mejoraran. —Tras un profundo silencio, añadió—: Creo que te dejaré ahora.
—No, espera. Espera un segundo. —Matt volvió a restregarse el rostro con la sábana—. Escucha. Eso fue una estupidez, y soy un imbécil…
—Eso fue la verdad, y eres un caballero. O me habrías enviado a paseo hace mucho tiempo.
—No, soy un pobre imbécil. Debería estarme golpeando la cabeza contra la pared de alegría porque no estás muerta. Lo haré dentro de un minuto. Escucha. —Le asió la muñeca, y Elena lo miró con leve sorpresa—. No me importa si eres la criatura de la Laguna Negra, la Cosa, Godzilla y Frankenstein todo revuelto en una sola cosa. Simplemente…
—Matt. —Presa del pánico, Elena posó la mano libre sobre la boca del joven.
—Lo sé. Estás comprometida con el chico de la capa negra. No te preocupes; le recuerdo. Incluso me cae bien, aunque Dios sabe por qué. —Matt tomó aire y pareció tranquilizarse—. Oye, no sé si Stefan te lo contó. Me dijo un montón de cosas… sobre que era malvado, sobre que no lamentaba lo que le hizo a Tyler. ¿Sabes de qué te hablo?
Elena cerró los ojos.
—Apenas ha comido desde esa noche. Creo que ha cazado una vez. Esta noche casi le matan debido a lo débil que está.
Matt asintió.
—Así que se trataba básicamente de estupideces. Debería haberlo sabido.
—Bueno, sí y no. La necesidad es fuerte, más fuerte de lo que puedes imaginar.
Elena empezó a darse cuenta de que ella tampoco se había alimentado ese día y que ya había sentido hambre antes de que fueran a casa de Alaric.
—De hecho…, Matt, será mejor que me vaya. Sólo una cosa: hay un baile mañana por la noche. No vayas. Algo va a suceder en él, algo malo. Vamos a intentar tomar precauciones, pero no sé qué podemos hacer.
—¿Quién es «vamos»? —inquirió Matt con dureza.
—Stefan y Damon… Creo que Damon también… Y yo. Y Meredith, y Bonnie… y Alaric Saltzman. No preguntes sobre Alaric. Es una larga historia.
—Pero ¿contra qué vais a tomar precauciones?
—Lo olvidé; tú no lo sabes. Es una larga historia también. Pero… bueno, la respuesta resumida es: lo que fuera que me mató. Lo que fuera que hizo que aquellos perros atacaran a la gente en mi funeral. Es algo malo, Matt, que lleva en Fell's Church cierto tiempo ya. Y vamos a intentar impedir que haga nada mañana por la noche. —Intentó no retorcerse—. Mira, lo siento, pero realmente debo irme. —Su ojos se desviaron, muy a su pesar, a la amplia vena azul de la garganta del joven.
Cuando consiguió apartar los ojos de allí y mirarle a la cara, vio que la conmoción daba paso a una repentina comprensión. Luego a algo increíble: aceptación.
—Puedes hacerlo —dijo Matt.
No estuvo segura de haber oído correctamente.
—¿Matt?
—He dicho que puedes hacerlo. No me hizo daño la otra vez.
—No. No, Matt, de verdad. No vine aquí para eso…
—Lo sé. Por eso quiero hacerlo. Quiero darte algo que no pediste. —Tras un momento, añadió—: Por la vieja amistad.
Elena se puso a pensar en Stefan. Pero Stefan le había dicho que fuera, y que fuera sola. Comprendió que él lo había sabido. Y estaba bien. Era el regalo que el muchacho le hacía a Matt… y a ella.
«Pero voy a regresar a tu lado, Stefan», pensó.
Mientras se inclinaba sobre él, Matt dijo:
—Vendré y os ayudaré mañana, ¿sabes? Incluso aunque no me invitéis.
Entonces los labios de Elena tocaron su garganta.
Viernes 13 de diciembre
Querido diario:
Esta noche es la noche.
Sé que he escrito eso antes, o lo he pensado al menos. Pero esta noche es la noche, la gran noche en la que todo va a suceder. Lo es.
Stefan también lo percibe. Regresó de la escuela hoy y me contó que el baile sigue adelante; el señor Newcastle no quiso provocar el pánico cancelándolo o algo así. Lo que harán es tener «seguridad» en el exterior, lo que significa la policía, imagino. Y quizá el señor Smallwood y algunos de sus amigos con rifles. Lo que sea que vaya a suceder, no creo que ellos puedan impedirlo.
Tampoco sé si nosotros podremos.
Ha estado nevando todo el día. El puerto de montaña está bloqueado, lo que significa que nada sobre ruedas entra ni sale de la ciudad mientras la máquina quitanieves no llegue allí arriba, cosa que no ocurrirá hasta la mañana, cuando ya será demasiado tarde.
Y el aire tiene una atmósfera peculiar. No es simplemente la nieve. Es como si algo aún más helado que ella estuviera aguardando. Ha retrocedido del mismo modo que el mar retrocede antes de la llegada de un maremoto. Cuando se deje ir…
Pensé en mi otro diario hoy, el que está bajo las tablas del suelo del armario empotrado de mi dormitorio. Si poseo alguna cosa aún, es ese diario. Pensé en ir a sacarlo, pero no quiero regresar a casa. No creo que pudiera soportarlo, y sé que tía fudith tampoco podría hacerlo si me viera.
Me sorprende que alguien haya podido soportarlo. Meredith, Bonnie…, especialmente Bonnie. Bueno, también Meredith, teniendo en cuenta por lo que ha pasado su familia. Matt.
Son amigos buenos y leales. Es curioso, antes pensaba que sin toda una galaxia de amigos y admiradores sería incapaz de sobrevivir. Ahora me siento totalmente feliz con tres, muchas gracias. Porque son amigos de verdad.
Antes de ahora, no sabía lo mucho que me importaban. Ni lo que me importaba Margaret, y tía Judith incluso. Y toda la gente de la escuela… Sé que hace unas pocas semanas decía que no me importaba si toda la población del Robert E. Lee caía muerta, pero eso no es cierto. Esta noche haré todo lo posible por protegerlos.
Sé que estoy saltando de un tema a otro, pero me limito a hablar de cosas que son importantes para mí. Algo así como reuniéndolas todas en mi mente. Por si acaso.
Bueno, es la hora. Stefan aguarda. Acabaré esta última línea y me iré.
Creo que venceremos. Eso espero.
Lo vamos a intentar.
El aula de historia estaba caliente y bien iluminada. En el otro extremo del edificio escolar, la cantina aún estaba más iluminada y centelleaba con luces navideñas y adornos. A su llegada, Elena la había inspeccionado desde una distancia prudente, observando cómo llegaban las parejas al baile y pasaban junto a los agentes de policía que había ante la puerta. Sintiendo la silenciosa presencia de Damon detrás de ella, había señalado a una chica de larga melena castaño claro.
—Vickie Bennett —dijo.
—Aceptaré tu palabra —respondió él.
En aquellos momentos, Elena paseaba la mirada por el improvisado cuartel general en el que pasarían la noche. Habían despejado la mesa de Alaric, y éste estaba inclinado sobre un tosco plano de la escuela. Meredith estaba apoyada junto a él, rozándole la manga con la oscura melena. Matt y Bonnie estaban fuera, mezclándose con los asistentes al baile en el aparcamiento, y Stefan y Damon rondaban por el perímetro de los terrenos de la escuela. Harían turnos.
—Será mejor que tú permanezcas dentro —le había dicho Alaric a Elena—. Lo último que necesitamos es que alguien te vea y empiece a perseguirte con una estaca.
—He deambulado por la ciudad toda la semana —respondió Elena, divertida—. Si no quiero ser vista, no me ven. —Pero accedió a permanecer en el aula de historia y coordinarlo todo.
«Es como un castillo —pensó mientras contemplaba cómo Alaric marcaba las posiciones de los agentes del sheriff y otros hombres en el mapa—. Y nosotros lo estamos defendiendo. Yo y mis leales caballeros.»
El reloj redondo y plano de la pared marcaba el paso de los minutos. Elena lo observaba mientras dejaba entrar a la gente y luego salir; también servía café caliente de un termo a quienes lo pedían y escuchaba los informes que llegaban.
—Todo está tranquilo en el lado norte de la escuela.
—Acaban de coronar a Caroline reina de la nieve. Vaya sorpresa.
—Había unos chicos alborotando en el aparcamiento; el sheriff acaba de cogerlos a todos…
La medianoche llegó y pasó.
—A lo mejor estábamos equivocados —dijo Stefan al cabo de una hora, más o menos.
Era la primera vez que estaban todos juntos en el interior desde el inicio de la velada.
—A lo mejor está sucediendo en otro lugar —dijo Bonnie, vaciando una bota y atisbando en su interior.
—No hay modo de saber dónde sucederá —indicó Elena con tono firme—. Pero no nos equivocamos respecto a que sucedería.
—Quizá —repuso Alaric, pensativo— haya un modo de averiguar dónde sucederá. —Cuando las cabezas se alzaron inquisitivas, añadió—: Necesitamos una precognición.
Todos los ojos se volvieron hacia Bonnie.
—Ah, no —dijo la muchacha—. He acabado con todo eso. Lo odio.
—Es un gran don… —empezó a decir Alaric.
—Es algo muy molesto. Mirad, no lo comprendéis. Las predicciones corrientes ya son bastante malas. Parece que la mayor parte del tiempo descubro cosas que no quiero saber. Pero ser ocupada… Eso es espantoso. Y después ni siquiera recuerdo lo que he dicho. Es horrible.
—¿Ser ocupada? —repitió Alaric—. ¿Qué es eso?
Bonnie suspiró.
—Es lo que me sucedió en la iglesia —explicó pacientemente—. Puedo hacer otras clases de predicciones, como efectuar vaticinios mediante agua o leer la palma de la mano… —echó una ojeada a Elena y luego apartó los ojos— y cosas por el estilo. Pero luego hay ocasiones en las que… alguien… me ocupa y simplemente me utiliza para que hable por él. Es como tener a otra persona dentro de mi cuerpo.
—Como en el cementerio, cuando dijiste que había alguien aguardándome —dijo Elena—. O cuando me advertiste de que no me acercara al puente. O cuando viniste a cenar y dijiste que la muerte, mi muerte, estaba en la casa.
Volvió los ojos automáticamente hacia Damon, que le devolvió la mirada sin inmutarse. No obstante, aquello había sido un error, se dijo. Damon no había provocado su muerte. Entonces, ¿qué había significado la profecía? Justo por un instante, algo centelleó en su mente, pero antes de que consiguiera capturarlo, Meredith la interrumpió.
—Es como otra voz que habla a través de Bonnie —explicó Meredith a Alaric—. Incluso no parece ella misma. A lo mejor no estabas lo bastante cerca en la iglesia para advertirlo.
—Pero ¿por qué no me hablasteis sobre esto? —Alaric estaba muy emocionado—. Esto podría ser importante. Esta… entidad… lo que sea… podría proporcionarnos información vital. Podría aclarar el misterio del Otro Poder, o al menos darnos una pista sobre cómo luchar contra él.
Bonnie negaba con la cabeza.
—No. No es algo que simplemente acuda a un silbido mío, y no responde a preguntas. Sencillamente me sucede. Y lo odio.
—¿Te refieres a que no se te ocurre nada que tenga tendencia a ponerlo en marcha? ¿Nada que haya conducido a que tuviera lugar en otras ocasiones?
Elena y Meredith, que sabían muy bien qué podía dispararlo, intercambiaron una mirada. Elena se mordió el interior de la mejilla. Bonnie debía decidir. Tenía que decidirlo Bonnie.
Bonnie, que sostenía la cabeza entre las manos, lanzó una mirada de soslayo por entre los rojos rizos a Elena. Luego cerró los ojos y gimió.
—Velas —dijo.
—¿Qué?
—Velas. La llama de una vela puede hacerlo. No puedo estar segura, ya lo comprenderás; no estoy prometiendo nada…
—Que alguien vaya a saquear el laboratorio de ciencias —dijo Alaric.
Fue una escena que recordaba el día que Alaric había llegado a la escuela, cuando les había pedido a todos que colocaran las sillas en círculo. Elena contempló el círculo de rostros iluminado espectralmente desde abajo por la llama de la vela. Allí estaba Matt, con la mandíbula apretada. Junto a él, Meredith, las oscuras pestañas arrojando sombras hacia lo alto. Y Alaric, inclinado hacia adelante con avidez. Luego Damon, la luz y la sombra danzando sobre los planos del rostro. Y Stefan, los sobresalientes pómulos demasiado definidos a los ojos de Elena. Y finalmente, Bonnie, con aspecto frágil y pálido a la luz dorada de la vela.
«Estamos conectados», pensó Elena, sobrecogida por la misma sensación que había tenido en la iglesia, cuando había tomado las manos de Stefan y Damon. Recordó un fino círculo de cera blanca flotando en un recipiente con agua. «Podemos hacerlo si nos mantenemos unidos.»
—Simplemente, voy a mirar a la vela —explicó Bonnie, y la voz le tembló ligeramente—. Y no voy a pensar en nada. Voy a intentar… abrirme a ello. —Empezó a respirar profundamente, con la mirada puesta en la llama.
Y entonces sucedió, tal como había sucedido antes. El rostro de Bonnie se alisó, desapareció toda expresión y los ojos se quedaron en blanco como el querubín de piedra del cementerio.
No dijo una palabra.
Fue entonces cuando Elena reparó en que no se habían puesto de acuerdo sobre qué preguntar. Buscó a tientas en su mente para encontrar una pregunta antes de que Bonnie perdiera el contacto.
—¿Dónde podemos encontrar al Otro Poder? —preguntó, justo al mismo tiempo que Alaric soltaba:
—¿Quién eres?
Las voces de ambos se mezclaron y las preguntas se entrelazaron.
El rostro inexpresivo de Bonnie giró, barriendo el círculo con ojos ciegos. A continuación, una voz que no era la voz de Bonnie dijo:
—Ven a verlo.
—Aguardad un minuto —dijo Matt cuando Bonnie se puso en pie, todavía en trance, y marchó hacia la puerta—. ¿Adónde va?
Meredith alargó la mano para coger su abrigo.
—¿Vamos con ella?
—¡No la toquéis! —ordenó Alaric, incorporándose de un salto mientras Bonnie salía por la puerta.
Elena miró a Stefan, y luego a Damon. De común acuerdo, la siguieron, marchando tras Bonnie por el resonante y vacío pasillo.
—¿Adónde vamos? ¿A qué pregunta está respondiendo? —inquirió Matt.
Elena sólo pudo sacudir la cabeza. Alaric trotaba para mantenerse a la altura del suave andar de Bonnie.
La muchacha aminoró la marcha cuando salieron a la nieve y, ante la sorpresa de Elena, fue hasta el coche de Alaric en el aparcamiento del personal y se detuvo junto a él.
—No cabemos todos; os seguiré con Matt —dijo Meredith con rapidez.
Elena, con la piel helada por la aprensión además del aire frío, montó en la parte trasera del coche de Alaric cuando él lo abrió para ella, con Damon y Stefan a cada lado. Bonnie se sentó en la parte delantera. Tenía la mirada fija al frente y no habló; pero cuando Alaric salió del aparcamiento, alzó una mano blanca y señaló. A la derecha en la calle Lee, y luego a la izquierda en Arbor Green. Directamente hacia la casa de Elena, y luego a la derecha en Thunderbird. En dirección a la carretera de Old Creek.
Fue entonces cuando Elena comprendió adónde se dirigían.
Tomaron el otro puente que llevaba al cementerio, el que todo el mundo llamaba siempre «el puente nuevo» para distinguirlo del puente Wickery, que ahora había desaparecido. Se aproximaban por el lado de la cancela, el lado por el que Tyler había subido con el coche cuando llevó a Elena a la iglesia en ruinas.
El coche de Alaric se detuvo en el mismo sitio donde se había parado Tyler. Meredith frenó detrás de ellos.
Con una terrible sensación de déjà vu, Elena realizó la caminata colina arriba y cruzó la cancela, siguiendo a Bonnie hasta donde se alzaba la iglesia en ruinas, con su campanario señalando como un dedo el cielo tormentoso. Ante el agujero vacío que había sido la entrada, se plantó.
—¿Adónde nos llevas? —preguntó—. Escúchame. ¿Quieres decirnos simplemente a qué pregunta estás contestando?
—Ven a ver.
Elena miró a los demás con gesto de impotencia. Luego cruzó el umbral. Bonnie avanzó despacio hasta la tumba de mármol blanco y se detuvo.
Elena la contempló, y luego miró el rostro espectral de Bonnie. Todo el vello de sus brazos y los pelos del cogote estaban erizados.
—Ah, no… —musitó—. Eso no.
Mareada, Elena bajó los ojos hacia los semblantes de mármol de Thomas y Honoria Fell, tumbados sobre la tapa de piedra de su sepulcro.
—Esta cosa se abre —musitó.