Elena contempló cómo el rifle del señor Smallwood rebotaba sobre la hierba. Disfrutó con la expresión del rostro del hombre cuando éste giró en redondo para averiguar qué se lo había arrebatado. Y sintió la llamarada de la aprobación de Damon desde el otro extremo de la zona iluminada, feroz y ardiente como el orgullo de un lobo ante la primera presa de su cachorro. Pero cuando alcanzó a ver a Stefan caído en el suelo, olvidó todo lo demás. Una furia inconmensurable la dejó sin aliento, y empezó a avanzar hacia él.
—¡Qué todo el mundo se detenga! ¡Déjenlo estar todo, quédense justo donde están!
El grito les llegó junto con el chirrido de neumáticos. El coche de Alaric Saltzman casi patinó al penetrar en el aparcamiento y frenó en seco con un chirrido. Alaric saltó de él casi antes de que dejara de moverse.
—¿Qué está pasando aquí? —exigió, avanzando a grandes zancadas hacia los hombres.
Al oír el grito, Elena había retrocedido automáticamente al interior de la zona en sombra, y en aquellos momentos contemplaba los rostros de los hombres mientras éstos giraban hacia el recién llegado. Además del señor Smallwood, reconoció al señor Forbes y al señor Bennett, el padre de Vickie Bennett. Los otros hombres debían de ser los padres de los otros chicos que había estado con Tyler en el cobertizo, se dijo.
Fue uno de los desconocidos quien respondió a la pregunta, con una enunciación lenta que no conseguía ocultar del todo el nerviosismo subyacente.
—Pues bien, que nos hemos cansado de seguir aguardando. Decidimos acelerar un poco las cosas.
El lobo gruñó. Fue un retumbo sordo que se elevó hasta convertirse en un gruñido parecido al de una motosierra. Todos los hombres retrocedieron con un estremecimiento, y los ojos de Alaric se desorbitaron al advertir la presencia del animal por vez primera.
Sonaba otro sonido, más quedo y continuado, procedente de una figura acurrucada junto a uno de los coches. Caroline Forbes lloriqueaba sin cesar.
—Dijeron que sólo querían hablar con él. No me dijeron lo que iban a hacer.
Alaric, con un ojo puesto en el lobo, la señaló con un ademán.
—¿E ibais a dejar que presenciara esto? ¿Una jovencita? ¿Os dais cuenta del daño psicológico que eso le podría causar?
—¿Qué hay del daño psicológico cuando le desgarren la garganta? —replicó el señor Forbes, y hubo gritos de asentimiento—. Eso es precisamente lo que nos preocupa.
—En ese caso será mejor que se preocupen de encontrar al hombre correcto —dijo Alaric—. Caroline —añadió, volviéndose hacia la muchacha—. Quiero que pienses. No llegamos a finalizar nuestras sesiones. Sé que cuando lo dejamos pensabas haber reconocido a Stefan. Pero ¿estás absolutamente segura de que fue él? ¿Podría haber sido alguna otra persona, alguien que se le pareciera?
Caroline se irguió, apuntalándose contra el coche y alzando un rostro manchado de lágrimas. Miró a Stefan, que acababa de sentarse en el suelo, y luego a Alaric.
—Yo…
—Piensa, Caroline. Tienes que estar absolutamente segura. ¿Hay alguna otra persona que pudiera haber sido, como…?
—Como ese chico que dice llamarse Damon Smith —se escuchó decir a la voz de Meredith; la muchacha era una esbelta sombra de pie junto al coche de Alaric—. ¿Le recuerdas, Caroline? Vino a la primera fiesta de Alaric. Se parece a Stefan en algunos aspectos.
La tensión mantuvo a Elena en perfecta suspensión mientras Caroline abría mucho los ojos, perpleja. Luego, lentamente, la muchacha de cabellos color caoba empezó a asentir.
—Sí… Podría haber sido, supongo. Todo sucedió tan de prisa… Pero podría haber sido.
—¿Y realmente no puedes estar segura de cuál fue? —inquirió Alaric.
—No… no absolutamente segura.
—Lo ven —dijo Alaric—. Les dije que necesitaba más sesiones, que no podíamos estar seguros de nada aún. Todavía sigue muy confundida.
El profesor avanzaba, con cuidado, hacia Stefan. Elena advirtió que el lobo había vuelto a retroceder hacia el interior de las sombras. Ella podía verle, pero los hombres probablemente no.
La desaparición del animal los hizo más agresivos.
—¿De qué habla? ¿Quién es ese Smith? Nunca le he visto.
—Pero su hija Vickie probablemente lo ha hecho, señor Bennett —dijo Alaric—. Eso podría salir en la siguiente sesión con ella. Hablaremos de ello mañana; puede esperar ese tiempo. Ahora creo que lo mejor será que lleve a Stefan a un hospital.
Algunos de los hombres dieron muestras de desasosiego.
—Ya, desde luego, y mientras nosotros aguardamos, cualquier cosa podría suceder —empezó a decir el señor Smallwood—. En cualquier momento, en cualquier parte…
—¿Así que entonces van a tomarse sencillamente la justicia por su mano? —inquirió Alaric, y su voz se había endurecido—. ¿Tanto si tienen al sospechoso correcto como si no? ¿Dónde están sus pruebas de que el chico posee poderes sobrenaturales? ¿Qué prueba tienen? ¿Cuánta resistencia opuso siquiera?
—Hay un lobo por aquí que sí opuso mucha resistencia —replicó el señor Smallwood con el rostro ruborizado—. A lo mejor están juntos en ello.
—No veo ningún lobo. Vi un perro. Quizá uno de los perros que escaparon de la cuarentena. Pero ¿qué tiene eso que ver con todo ello? Les digo que en mi opinión profesional han cogido al hombre equivocado.
Los hombres titubeaban, pero todavía existía algo de duda en sus rostros. Meredith tomó la palabra.
—Creo que deberían saber que ha habido ataques de vampiros en este condado con anterioridad —dijo—. Mucho tiempo antes de que Stefan llegara aquí. Mi abuelo fue una víctima. Quizá alguno de ustedes ha oído hablar de ello. —Miró en dirección a Caroline.
Aquello puso fin a la cuestión. Elena vio cómo los hombres intercambiaban miradas inquietas y retrocedían hacia sus coches. De improviso, todos parecían ansiosos por hallarse en otro lugar.
El señor Smallwood fue uno de los que se rezagaron para decir:
—Dijo que hablaríamos sobre esto mañana, Saltzman. Quiero oír lo que cuenta mi hijo la próxima vez que lo hipnoticen.
El padre de Caroline se hizo cargo de su hija y se metió en su coche a toda prisa, mascullando algo sobre que todo aquello era una gran equivocación y que nadie se lo tomaba suficientemente en serio.
Cuando el último coche marchó, Elena corrió junto a Stefan.
—¿Estás bien? ¿Te hicieron daño?
El joven se apartó del brazo de Alaric que lo sostenía.
—Alguien me golpeó por detrás mientras hablaba con Caroline. Estoy bien… ahora. —Dirigió una veloz mirada a Alaric—. Gracias. ¿Por qué?
—Está de nuestra parte —explicó Bonnie, reuniéndose con ellos—. Os lo dije. Vaya, Stefan, ¿estás bien de verdad? Por un minuto pensé que iba a desmayarme ahí. No iban en serio. Quiero decir que en realidad no podían pensar seriamente en…
—En serio o no, no creo que debamos permanecer aquí —dijo Meredith—. ¿Necesitas realmente ir a un hospital?
—No —repuso Stefan, mientras Elena examinaba con ansiedad el corte de su cabeza—. Sólo necesito descanso. Algún lugar donde sentarme.
—Tengo mis llaves. Vayamos al aula de historia —indicó Alaric.
Bonnie paseaba la mirada por la oscuridad con aprensión.
—¿El lobo también? —inquirió, y luego pegó un brinco cuando una sombra adquirió solidez y se convirtió en Damon.
—¿Qué lobo? —preguntó éste.
Stefan giró levemente, haciendo una mueca de dolor.
—Gracias también a ti —dijo con frialdad.
Pero los ojos de Stefan permanecieron puestos en su hermano con algo parecido a la perplejidad mientras se encaminaban al edificio de la escuela.
En el vestíbulo, Elena se lo llevó aparte.
—Stefan, ¿cómo es que no advertiste que se acercaban por detrás? ¿Por qué estabas tan débil?
Stefan sacudió la cabeza evasivamente, y ella añadió:
—¿Cuándo fue la última vez que te alimentaste? Stefan, ¿cuándo fue? Siempre das alguna excusa cuando yo ando por ahí. ¿Qué estás intentando hacerte?
—Estoy bien —dijo—. De verdad, Elena. Cazaré más tarde.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
En aquel momento, a Elena no se le ocurrió que no habían acordado que significaba «más tarde». Permitió que él la condujera pasillo adelante.
El aula de historia parecía distinta de noche a los ojos de Elena. Había una atmósfera extraña en ella, como si las luces fueran demasiado fuertes. En aquel momento todos los pupitres estaban retirados a un lado, y había cinco sillas colocadas ante la mesa de Alaric. Este, que justo acababa de organizar el mobiliario, instó a Stefan a ocupar su propio asiento acolchado.
—Bien, ¿por qué no os sentáis los demás?
Se limitaron a mirarle. Al cabo de un momento, Bonnie se dejó caer en una silla, pero Elena permaneció junto a Stefan, Damon se quedó recostado a mitad de camino entre el grupo y la puerta, y Meredith empujó algunos papeles hasta la parte central de la mesa de Alaric y se acomodó sobre una esquina de ella.
La mirada de profesor desapareció de los ojos de Alaric.
—Muy bien —dijo, y se sentó en una de las sillas para alumnos—. Bueno.
—Bueno —dijo Elena.
Todo el mundo miró a todo el mundo. Elena tomó un pedazo de algodón del botiquín de primeros auxilios que había cogido en la entrada y empezó a dar ligeros toques a la cabeza de Stefan con él.
—Creo que es hora de esa explicación —indicó.
—De acuerdo. Sí. Bueno, todos parecéis haber adivinado que no soy un profesor de historia…
—A los cinco minutos —replicó Stefan.
La voz del muchacho sonó tranquila y peligrosa, y con un estremecimiento, Elena advirtió que le recordaba a la de Damon.
—Así pues, ¿qué eres?
Alaric efectuó un gesto de disculpa y respondió casi con timidez:
—Un psicólogo. No de los que usan un diván —añadió apresuradamente cuando los otros intercambiaron miradas—. Soy un investigador, un psicólogo experimental. De la universidad Duke. Ya sabéis, donde se iniciaron los experimentos sobre percepción extrasensorial.
—¿Ésos en los que hacen que adivines qué hay en la cartulina sin mirarlo? —preguntó Bonnie.
—Sí, bueno, se ha ido un poco más lejos que eso ahora, desde luego. Aunque no me disgustaría hacerte una prueba con las cartulinas Rhine, en especial cuando estás en uno de esos trances. —El rostro de Alaric se iluminó con científico interés; pero en seguida carraspeó y siguió—: Pero… ah… como decía, empezó hace un par de años, cuando hice un trabajo sobre parapsicología. No intentaba demostrar que existieran poderes sobrenaturales, sólo quería estudiar cuál es su efecto psicológico en las personas que los poseen. Bonnie, aquí presente, es uno de esos casos. —La voz de Alaric adoptó el tono de un conferenciante—. ¿Qué le provoca, mentalmente, emocionalmente, tener que tratar con esos poderes?
—Es terrible —interrumpió Bonnie con vehemencia—. Ya no los quiero. Los odio.
—Bien, ya lo ves —dijo Alaric—. Habrías proporcionado un estudio fantástico. Mi problema fue que no podía hallar a nadie con auténticos poderes psíquicos que examinar. Había gran cantidad de farsantes, ya lo creo: sanadores con cristales, zahoríes, canalizadores, de todo lo habido y por haber. Pero no pude encontrar nada genuino hasta que recibí una información de un amigo del cuerpo de policía.
»Había una mujer en Carolina del Sur que afirmaba haber sido mordida por un vampiro, y que desde entonces padecía pesadillas psíquicas. Para entonces yo estaba tan acostumbrado a los farsantes que esperaba que resultase ser uno más. Pero no lo era, al menos no respecto a lo de la mordedura. Jamás pude probar que tuviera poderes psíquicos.
—¿Cómo podías estar seguro de que la habían mordido? —inquirió Elena.
—Había pruebas médicas. Restos de saliva en las heridas que eran similares a la saliva humana…, pero no del todo. Contenían un agente anticoagulante similar al que se encuentra en la saliva de las sanguijuelas… —Alaric se interrumpió, y luego prosiguió a toda prisa—. En cualquier caso, estuve seguro. Y así fue como empezó. Una vez que estuve convencido de que algo le había sucedido realmente a la mujer, empecé a buscar otros casos como el suyo. No había gran cantidad de ellos, pero los había. Personas que habían tropezado con vampiros.
«Abandoné todos mis otros estudios y me concentré en localizar víctimas de vampiros y examinarlas. Y aunque lo diga yo mismo, me he convertido en el experto más importante en ese campo —concluyó con modestia—. He escrito varios trabajos…
—Pero nunca has visto un vampiro en realidad —le interrumpió Elena—. Hasta ahora, quiero decir. ¿Es así?
—Bueno…, no. No en carne y hueso, por así decirlo. Pero he escrito monografías… y cosas. —Su voz se fue apagando.
Elena se mordió el labio.
—¿Qué hacías con los perros? —preguntó—. En la iglesia, cuando agitabas las manos en dirección a ellos.
—Ah… —Alaric pareció avergonzado—, he aprendido unas cuantas cosas aquí y por ahí, ya sabes. Era un conjuro que me enseñó un viejo montañés para rechazar el mal. Pensé que podría funcionar.
—Tienes mucho que aprender —dijo Damon.
—Evidentemente —respondió él con frialdad, y luego hizo una mueca—. En realidad, ya me imaginé eso justo después de llegar aquí. Vuestro director, Brian Newcastle, había oído hablar de mí. Conocía los estudios que realizo. Cuando mataron a Tanner y el doctor Feinberg no halló sangre en el cuerpo y encontró laceraciones hechas por dientes en el cuello… Bueno, me llamaron. Pensé que podría ser una gran oportunidad para mí…, un caso con un vampiro en la zona. El único problema fue que una vez que llegué aquí me di cuenta de que esperaban que me ocupara del vampiro. No sabían que antes sólo había tratado con las víctimas. Y… bueno, tal vez esto me superaba. Pero hice todo lo posible por justificar su confianza…
—Fingiste —acusó Elena—. Eso fue lo que hacías cuando te oí hablando con ellos en tu casa sobre hallar nuestra supuesta guarida y todo eso. Simplemente, improvisabas.
—Bueno, no del todo —replicó él—. Teóricamente, soy un experto. —Entonces reaccionó a sus palabras—. ¿A qué te refieres al decir cuando me oíste hablar con ellos?
—Mientras tú estabas fuera buscando una madriguera, ella dormía en tu desván —le informó Damon con sequedad.
Alaric abrió la boca y luego volvió a cerrarla.
—Lo que me gustaría saber es cómo entra Meredith en todo esto —intervino Stefan, y no sonreía.
Meredith, que había estado contemplando pensativamente el revoltijo de papeles que había sobre la mesa de Alaric durante todo aquel tiempo, alzó los ojos. Habló sin alterarse, sin emoción.
—Le reconocí, ¿sabes? No conseguía recordar dónde le había visto al principio, porque fue hace casi tres años. Luego comprendí que fue en el hospital donde estaba mi abuelo. Lo que conté a esos hombres era la verdad, Stefan. A mi abuelo lo atacó un vampiro.
Hubo un corto silencio, y luego Meredith siguió hablando.
—Sucedió hace mucho tiempo, antes de que yo naciera. No resultó muy malherido, pero jamás se recuperó completamente. Se volvió… bueno, algo parecido a como es Vickie, sólo que más violento. Llegó a tal punto que tuvieron miedo de que se lastimara a sí mismo, o a alguna otra persona. Así que lo llevaron a un hospital, un lugar donde estaría a salvo.
—Una institución para enfermos mentales —dijo Elena, y sintió una punzada de compasión por la muchacha de cabellos oscuros—. Ah, Meredith. Pero ¿por qué no dijiste nada? Podrías habérnoslo contado.
—Lo sé. Debería haberlo hecho…, pero no podía. La familia lo ha mantenido en secreto mucho tiempo; o lo ha intentado, al menos. Por lo que Caroline escribió en su diario, evidentemente ella lo había oído. La cuestión es que nadie creyó jamás las historias del abuelo sobre el vampiro. Simplemente, pensaron que era otro de sus delirios, y él tenía muchísimos. Ni siquiera yo las creía… hasta que llegó Stefan. Y entonces… No sé, mi mente empezó a encajar cosas sin importancia. Pero realmente no creí lo que pensaba hasta que tú regresaste, Elena.
—Me sorprende que no me odiases —repuso Elena en voz baja.
—¿Cómo podía hacerlo? Te conozco a ti y conozco a Stefan. Sé que no sois malvados. —Meredith no miró a Damon; le ignoraba, como si él ni siquiera estuviese allí—. Pero cuando recordé haber visto a Alaric hablando con el abuelo en el hospital, supe que él tampoco lo era. Sólo que no sabía exactamente cómo reuniros a todos vosotros para demostrarlo.
—Tampoco yo te reconocí —indicó Alaric—. El anciano se llamaba de otro modo; es el padre de tu madre, ¿verdad? Y puede que te viera rondando por la sala de espera alguna vez, pero no eras más que una chiquilla de piernas flacuchas entonces. Has cambiado —añadió a modo de elogio.
Bonnie tosió con un sonido muy significativo.
Elena intentaba organizar las cosas en su mente.
—Así pues, ¿qué hacían esos hombres de ahí fuera con una estaca si tú no les dijiste que estuvieran allí?
—Tuve que pedir permiso a los padres de Caroline para hipnotizarla, desde luego. Y les informé de lo que descubrí. Pero si pensáis que tuve algo que ver con lo sucedido esta noche, os equivocáis. Ni siquiera estaba enterado.
—Le he contado lo que hemos estado haciendo, cómo hemos estado buscando al Otro Poder —explicó Meredith—. Y quiere ayudar.
—Dije que podría ayudar —indicó él con cautela.
—Incorrecto —dijo Stefan—. O estás con nosotros, o contra nosotros. Te agradezco lo que hiciste ahí fuera, al hablar con esos hombres, pero sigue en pie, para empezar, el hecho de que tú iniciaste gran parte de este problema. Ahora tienes que decidir: ¿estás de nuestro lado… o del suyo?
Alaric miró a cada uno de ellos, observó la firme mirada de Meredith y las enarcadas cejas de Bonnie, a Elena, arrodillada en el suelo y el cuero cabelludo de Stefan, que cicatrizaba ya. Luego desvió los ojos hacia Damon, que estaba recostado en la pared, sombrío y taciturno.
—Ayudaré —dijo por fin—. Demonios, es el estudio definitivo.
—Entonces, de acuerdo —dijo Elena—. Estás dentro. Ahora, ¿qué pasará con el señor Smallwood mañana? ¿Y si quiere que vuelvas a hipnotizar a Tyler?
—Le daré largas —respondió él—. No funcionará eternamente, pero nos dará algún tiempo. Le diré que tengo que ayudar con el baile…
—Espera —dijo Stefan—. No debería haber un baile, no si existe algún modo de evitarlo. Estás en buenas relaciones con el director; puedes hablar con la junta escolar. Haz que lo cancelen.
Alaric pareció sobresaltado.
—¿Crees que va a suceder algo?
—Sí —respondió Stefan—; no sólo debido a lo que ha sucedido en otros actos públicos, sino porque se está preparando algo. Se ha estado preparando toda la semana; puedo percibirlo.
—También yo —dijo Elena.
No había reparado en ello hasta aquel momento, pero la tensión que sentía, la sensación de urgencia, no estaban simplemente dentro de ella. Estaban fuera, por todas partes. Enrarecían el ambiente.
—Algo va a suceder, Alaric.
Alaric soltó aire con un quedo silbido.
—Bueno, puedo intentar convencerlos, pero… no sé. Vuestro director está empeñado en mantener un aspecto de normalidad en todo. Y no es como si yo pudiera darle alguna explicación racional para querer clausurarlo.
—Esfuérzate —dijo Elena.
—Lo haré. Y entretanto, tú tal vez deberías pensar en protegerte. Si lo que Meredith cuenta es cierto, entonces la mayoría de los ataques se han producido contra ti y la gente próxima a ti. A tu novio lo arrojaron a un pozo; a tu coche lo persiguieron hasta arrojarlo al río; arruinaron tu funeral. Meredith dice que incluso tu hermana pequeña resultó amenazada. Si algo va a suceder mañana, tal vez deberías abandonar la ciudad.
Entonces le tocó a Elena el turno de sobresaltarse. Nunca había pensado en los ataques de ese modo, pero era cierto. Oyó cómo Stefan inhalaba con fuerza y sintió que los dedos del muchacho se cerraban con más fuerza sobre los suyos.
—Tiene razón —dijo Stefan—. Deberías marchar, Elena. Yo puedo quedarme hasta que…
—No. No me voy sin ti. Y —prosiguió Elena, lentamente, considerándolo con cuidado— no voy a ir a ninguna parte hasta que encontremos al Otro Poder y lo detengamos. —Alzó los ojos hacia él muy seria, hablando de prisa ahora—. Stefan, no te das cuenta, nadie más tiene una posibilidad siquiera contra él. El señor Smallwood y sus amigos no tienen ni idea. Alaric piensa que se le puede combatir agitando las manos ante él. Ninguno de ellos sabe a lo que se enfrentan. Somos los únicos que podemos ayudar.
Veía la resistencia en los ojos de Stefan y la sentía en la tensión de sus músculos. Pero a medida que seguía mirándole directamente, vio cómo sus objeciones caían una a una. Por el simple motivo de que era la verdad, y Stefan odiaba mentir.
—De acuerdo —dijo él por fin, con pesar—. Pero en cuanto esto finalice, nos vamos. No voy a dejar que te quedes en una ciudad por la que corren grupos de vigilantes con estacas.
—Sí —repuso ella, devolviendo la presión de sus dedos con la de los suyos—. Una vez que esto haya acabado, nos iremos.
Stefan volvió la cabeza hacia Alaric.
—Y si no hay modo de disuadirlos de celebrar el baile mañana, creo que deberíamos mantener una vigilancia sobre él. Si finalmente sucede algo, tal vez podríamos detenerlo antes de que se descontrole.
—Esa es una buena idea —dijo Alaric, animándose—. Podríamos reunimos mañana después de oscurecer, aquí, en el aula de historia. Nadie viene aquí. Podríamos vigilar toda la noche.
Elena dirigió una dubitativa mirada a Bonnie.
—Bueno… Significaría perderse el baile en sí; para aquellos de nosotros que podrían haber asistido, quiero decir.
Bonnie se irguió en toda su estatura.
—Bueno, ¿a quién le importa perderse un baile? —dijo indignada—. ¿Qué le importa un baile a nadie?
—De acuerdo —declaró Stefan con tono serio—. Entonces está decidido.
Un espasmo de dolor pareció sobrecogerle e hizo una mueca mirando al suelo. Elena se sintió inmediatamente preocupada.
—Necesitas ir a casa y descansar —dijo—. Alaric, ¿puedes llevarnos en el coche? No está muy lejos.
Stefan declaró que era perfectamente capaz de andar, pero acabó cediendo. Una vez en la casa de huéspedes, después de que Stefan y Damon salieran del coche, Elena se inclinó sobre la ventanilla de Alaric para hacer una última pregunta. Era algo que había estado atormentando su mente desde el momento en que Alaric les había contado su historia.
—Respecto a esas personas que habían tropezado con vampiros —dijo—. ¿Cuáles eran los efectos psicológicos? Quiero decir, ¿se volvieron todos locos o tuvieron pesadillas? ¿Siguieron adelante con normalidad algunos de ellos?
—Depende del individuo —respondió él—. Y de cuántos encuentros hayan tenido, y de qué clase de contactos fueron. Pero en su mayoría dependió de la personalidad de la víctima, de lo bien que pudiera lidiar con ello la mente del individuo.
Elena asintió y no dijo nada hasta que las luces del coche de Alaric fueron engullidas por el aire inundado de copos de nieve. Entonces se volvió hacia Stefan.
—Matt.