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Jueves 12 de diciembre, por la mañana

Querido diario:

Así pues, tras una semana de trabajo, ¿qué hemos conseguido?

Bueno, entre todos nos las hemos arreglado para seguir a nuestros sospechosos casi continuamente durante los últimos seis o siete días. Resultados: informes sobre los movimientos de Robert durante la última semana, que pasó actuando como cualquier hombre de negocios corriente. Informes sobre Alaric, que no ha estado haciendo nada que no sea normal en un profesor de historia. Informes sobre la señora Flowers, quien al parecer se pasa la mayor parte del tiempo en el sótano. Pero en realidad no hemos averiguado nada.

Stefan dice que Alaric se reunió con el director de la escuela un par de veces, pero no pudo acercarse lo suficiente para oír de qué hablaban.

Meredith y Bonnie extendieron la información de que otras mascotas, además de los perros, eran peligrosas. No tuvieron que esforzarse mucho; parece como si todo el mundo en la ciudad estuviera ya al borde de la histeria. Desde entonces se han denunciado varios ataques más de animales, pero es difícil saber cuáles tomar en serio. Unos niños molestaban a una ardilla, y ésta los mordió. El conejo mascota de los Massases arañó al más pequeño de sus hijos. La vieja señora Coomber vio víboras cobrizas en su patio, cuando todas las serpientes deberían estar hibernando.

El único del que estoy segura es del ataque al veterinario que mantenía a los perros en cuarentena. Un grupo de ellos le mordió, y la mayoría escapó de los recintos donde estaban encerrados. Después de eso, simplemente desaparecieron. La gente dice que adiós y buen viaje y espera que se mueran de hambre en el bosque, pero yo tengo mis dudas.

Y no ha parado de nevar. No ha sido una nevada fuerte, pero tampoco ha parado. Nunca he visto tanta nieve.

A Stefan le preocupa el baile de mañana por la noche.

Lo que nos lleva de vuelta a: ¿qué hemos averiguado hasta ahora? ¿Qué sabemos? Ninguno de nuestros sospechosos estuvo cerca de la casa de los Massases o de la casa de la señora Coomber o de la casa del veterinario cuando sucedieron los ataques. No estamos más cerca de encontrar al Otro Poder de lo que estábamos al empezar.

La pequeña reunión de Alaric es esta noche. Meredith cree que deberíamos asistir. No sé qué otra cosa se puede hacer.

Damon estiró las largas piernas y habló con languidez, paseando la mirada por el granero.

—No, no creo que sea particularmente peligroso. Pero no veo qué esperas conseguir.

—Tampoco yo lo sé exactamente —admitió Elena—. Pero no tengo ideas mejores. ¿Las tienes tú?

—¿Cómo? ¿Te refieres a otros modos de pasar el rato? Sí, yo las tengo. ¿Quieres que te hable de ellas?

Elena le hizo callar con un ademán, y él abandonó el tema.

—Me refiero a cosas útiles que podamos hacer llegados a este punto. Robert está fuera de la ciudad, la señora Flowers está abajo…

—En el sótano —dijeron a coro varias voces.

—Y nosotros nos limitamos a estar aquí sentados. ¿Alguien tiene una idea mejor?

Meredith rompió el silencio.

—Si estáis preocupados porque puede ser peligroso para mí y Bonnie, ¿por qué no venís todos? No quiero decir que tengáis que dejaros ver. Podríais venir y ocultaros en el desván. Entonces, si algo sucediera, podríamos chillar pidiendo ayuda y nos oiríais.

—No veo por qué va a tener que chillar nadie —dijo Bonnie—. Allí no va a suceder nada.

—Bueno, quizá no, pero no está de más asegurarse —indicó Meredith—. ¿Qué os parece?

Elena asintió despacio.

—Tiene sentido.

Miró en derredor en busca de objeciones, pero Stefan se limitó a encogerse de hombros, y Damon murmuró algo que hizo reír a Bonnie.

—De acuerdo, entonces está decidido. Vayamos.

La inevitable nieve les recibió al abandonar el granero.

—Bonnie y yo podemos ir en mi coche —dijo Meredith—. Y vosotros tres…

—Tranquila, ya nos las apañaremos —respondió Damon con su sonrisa lobuna.

Meredith asintió, sin mostrarse impresionada. Era curioso, se dijo Elena mientras las otras dos chicas se alejaban; Meredith jamás parecía sentirse impresionada por Damon. El encanto del joven parecía no tener efecto en ella.

Estaba a punto de mencionar que tenía hambre cuando Stefan se volvió hacia Damon.

—¿Estás dispuesto a quedarte con Elena todo el tiempo que estéis allí? ¿Cada minuto? —preguntó.

—Intenta impedírmelo —respondió Damon en tono divertido. Luego hizo desaparecer la sonrisa—. ¿Por qué?

—Porque si lo estás, los dos podéis ir hacia allí solos, y yo me reuniré con vosotros más tarde. Tengo que hacer algo, pero no me llevará mucho rato.

—¿Qué es?

—Recibí una nota de Caroline hoy. Preguntaba si podía reunirme con ella en la escuela antes de la fiesta en casa de Alaric. Decía que quería disculparse.

Elena abrió la boca para soltar un comentario hiriente, y luego la volvió a cerrar. Por lo que había oído, Caroline estaba hecha una lástima últimamente. Y quizá hablar con ella haría que Stefan se sintiera mejor.

—Bueno, tú sí que no tienes nada de lo que disculparte —le dijo—. Todo lo que le sucedió fue culpa suya. ¿No la consideras peligrosa?

—No; de todos modos aún me queda algo de mis poderes. Ella no es mala chica. Me reuniré con ella, y los dos podemos ir juntos a casa de Alaric.

—Ten cuidado —dijo mientras echaba a correr por la nieve.

El desván estaba tal y como lo recordaba, oscuro y polvoriento y lleno de misteriosas formas cubiertas con hules. Damon, que había entrado de un modo más convencional, por la puerta principal, había tenido que quitar los postigos para permitirle entrar por la ventana. Después de eso se sentaron uno junto al otro sobre el viejo colchón y escucharon las voces que ascendían por los conductos.

—Se me podrían ocurrir marcos más románticos —murmuró Damon, quitándose melindrosamente una telaraña de la manga—. ¿Estás segura de que no preferirías…?

—Sí —respondió Elena—. Ahora calla.

Era como un juego, escuchar los retazos de conversaciones e intentar recomponerlas, intentar poner a cada voz el rostro correspondiente.

—Y luego dije: no me importa cuánto tiempo hace que tienes el periquito; deshazte de él o iré al Baile de la Nieve con Mike Feldman. Y él dijo…

—… corre el rumor de que volvieron a abrir la tumba del señor Tanner anoche…

—… ¿te enteraste de que todo el mundo excepto Caroline se ha borrado del concurso para elegir a la reina de la nieve? ¿No crees que…?

—… muerta, pero te aseguro que la vi. Y no, no estaba soñando; llevaba una especie de vestido plateado y los cabellos eran totalmente dorados y se agitaban en el viento…

Elena miró a Damon enarcando las cejas, luego bajó la mirada significativamente hacia su cómoda y práctica vestimenta negra. Él sonrió burlón.

—Romanticismo —dijo—. A mí, personalmente, me gustas de negro.

—Bueno, es comprensible que te guste así, ¿no es cierto? —murmuró ella.

Era extraño lo mucho más cómoda que se sentía junto a Damon últimamente. Permaneció sentada en silencio, dejando que las conversaciones flotaran a su alrededor, perdiendo casi el sentido del tiempo. Luego captó una voz familiar, enojada, y más cercana que el resto.

—De acuerdo, de acuerdo, ya voy. De acuerdo.

Elena y Damon intercambiaron una mirada y se pusieron en pie mientras el pomo de la puerta del desván giraba. Bonnie asomó la cabeza por el borde de la puerta.

—Meredith me dijo que subiera aquí arriba. No sé el motivo. Está monopolizando a Alaric y la fiesta es un desastre. ¡Achís!

Se sentó sobre el colchón, y al cabo de unos pocos minutos Elena volvió a sentarse junto a ella. Empezaba a desear que llegara Stefan. Para cuando la puerta volvió a abrirse y entró Meredith, estaba segura de desearlo.

—Meredith, ¿qué pasa?

—Nada, o al menos nada de lo que preocuparse. ¿Dónde está Stefan?

Las mejillas de la muchacha estaban insólitamente sonrojadas, y tenía una expresión curiosa en los ojos, como si mantuviera algo firmemente bajo control.

—Vendrá más tarde… —empezó Elena, pero Damon la interrumpió:

—No importa dónde esté. ¿Quién está subiendo por la escalera?

—¿Qué quieres decir con «quién está subiendo por la escalera»? —inquirió Bonnie, alzándose.

—Que todo el mundo permanezca en calma —dijo Meredith, apostándose frente a la ventana como custodiándola; no parecía demasiado calmada precisamente, se dijo Elena—. Ya puedes —dijo en voz más alta, y la puerta se abrió y Alaric Saltzman entró en la habitación.

El movimiento de Damon fue tan grácil que ni siquiera los ojos de Elena pudieron seguirlo; con un gesto asió la muñeca de Elena y la colocó detrás de él, a la vez que iba a situarse directamente ante Alaric. Finalizó acuclillándose como un depredador, cada músculo tenso y listo para el ataque.

—¡No lo hagas! —exclamó violentamente Bonnie.

La muchacha se abalanzó sobre Alaric, que ya había empezado a retroceder un paso ante Damon. El profesor casi perdió el equilibrio y tanteó a su espalda en busca de la puerta. La otra mano buscaba a tientas en el cinturón.

—¡Basta ya! ¡Basta ya! —gritó Meredith.

Elena vio la forma bajo la americana de Alaric y comprendió que era una pistola.

De nuevo, no consiguió seguir del todo lo que sucedió a continuación. Damon le soltó la muñeca y asió la de Alaric. Y a continuación Alaric estaba sentado en el suelo, con una expresión aturdida, y Damon extraía los cartuchos del arma, uno a uno.

—Te dije que era una estupidez y que no la necesitarías —dijo Meredith.

Elena reparó en que ella misma sujetaba a la morena muchacha por los brazos. Sin duda debió de hacerlo para impedir que Meredith interfiriera con Damon, pero no lo recordaba.

—Estas cositas con punta de madera son desagradables; podrían herir a alguien —dijo Damon, en un leve tono de censura; volvió a colocar uno de los cartuchos e insertó otra vez el cargador con un chasquido, apuntando pensativamente a Alaric.

—Basta ya —ordenó Meredith con vehemencia, y volvió la cabeza hacia Elena—. Haz que pare, Elena; no hace más que empeorarlo. Alaric no os hará daño; lo prometo. Me he pasado toda la semana convenciéndole de que vosotros no le haríais daño.

—Y ahora me parece que tengo la muñeca rota —dijo Alaric, la voz bastante calmada; los cabellos un tanto rojizos le caían al frente sobre los ojos.

—No puedes culpar a nadie más que a ti mismo —replicó Meredith con amargura.

Bonnie, que había estado aferrando, solícita, los hombros de Alaric, alzó los ojos ante la familiaridad del tono de su amiga, y luego retrocedió unos cuantos pasos y se sentó.

—No sabéis las ganas que tengo de oír una explicación a todo esto —dijo.

—Por favor, confía en mí —le pidió Meredith a Elena.

Elena miró al interior de los oscuros ojos. Realmente confiaba en Meredith; así lo había dicho. Y las palabras despertaron otro recuerdo, su propia voz pidiendo a Stefan confianza. Asintió.

—¿Damon? —dijo.

Éste arrojó el arma a un lado con toda tranquilidad y luego sonrió a todos ellos, dejando bien claro que no tenía necesidad de tales armas artificiales.

—Ahora, si todo el mundo simplemente se limita a escuchar, todos comprenderéis —declaró Meredith.

—Ah, estoy totalmente segura —replicó Bonnie.

Elena se acercó a Alaric Saltzman. No le temía, pero por el modo en que él la miró solamente a ella, despacio, empezando por los pies y luego ascendiendo, él si le tenía miedo a ella.

La muchacha se detuvo cuando estuvo a un metro del lugar en el que el profesor estaba sentado en el suelo y se arrodilló allí, mirándole a la cara.

—Hola —saludó.

Él seguía sujetándose la muñeca.

—Hola —respondió, y tragó saliva.

Elena echó una rápida mirada atrás a Meredith y luego volvió a mirar a Alaric. Sí, estaba asustado. Y con el cabello en los ojos de aquel modo, parecía joven. Puede que tuviera cuatro años más que Elena, quizá cinco. No más que eso.

—No vamos a hacerte daño —dijo.

—Eso es lo que le he estado diciendo —indicó Meredith en voz baja—. Le expliqué que lo que sea que haya visto antes, cualesquiera que sean las historias que haya oído, vosotros sois distintos. Le conté lo que me contaste sobre Stefan, el modo en que ha estado luchando contra su naturaleza todos esos años. Le conté por lo que has pasado, Elena, y que jamás buscaste acabar así.

«Pero ¿por qué le contaste tantas cosas?», pensó Elena, y a Alaric le dijo:

—De acuerdo, sabes cosas sobre nosotros. Pero todo lo que nosotros sabemos sobre ti es que no eres un profesor de historia.

—Es un cazador —indicó Damon con suavidad, amenazador—. Un cazador de vampiros.

—No —replicó Alaric—. O al menos no en el sentido que le das tú. —Pareció tomar una decisión—. De acuerdo. Por lo que sé de vosotros tres… —Se interrumpió, paseando la mirada por la oscura habitación como si de improviso reparara en algo—. ¿Dónde está Stefan?

—Viene de camino. De hecho, ya debería estar aquí a estas horas. Iba a pasar por la escuela y traer a Caroline —dijo Elena, que no estaba preparada para la reacción de Alaric.

—¿Caroline Forbes? —inquirió él abruptamente, sentándose muy tieso.

La voz sonó igual que cuando ella le había oído hablar con el doctor Feinberg y el director, cortante y enérgica.

—Sí; le envió una nota hoy. Decía que quería disculparse, o algo así. Quería reunirse con él en la escuela antes de la fiesta.

—No puede ir. Tenéis que detenerle. —Alaric se puso en pie apresuradamente y repitió apremiante—: Tenéis que detenerle.

—Ya ha ido. ¿Por qué? ¿Por qué no debería ir? —quiso saber Elena.

—Porque hipnoticé a Caroline hace dos días. Lo había intentado antes con Tyler, sin éxito. Pero Caroline es un buen sujeto, y recordó un poco de lo sucedido en el cobertizo. E identificó a Stefan Salvatore como el atacante.

El conmocionado silencio duró sólo una fracción de segundo. Luego Bonnie dijo:

—Pero ¿qué puede hacer Caroline? No puede hacerle daño…

—¿No lo comprendéis? Ya no tratáis con estudiantes de escuela secundaria —dijo Alaric—. Ha ido demasiado lejos. El padre de Caroline lo sabe, y el padre de Tyler. Están preocupados por la seguridad de la ciudad…

—¡Chist! ¡Quédate callado!

Elena buscaba por todas partes mentalmente, intentaba detectar algún atisbo de la presencia de Stefan. «Se ha dejado debilitar», pensó la parte de ella que mantenía una calma glacial en medio del torbellino de miedo y pánico. Por fin percibió algo, sólo un leve indicio, pero le pareció que era Stefan. Y estaba en apuros.

—Algo va mal —confirmó Damon, y ella comprendió que también debía de haber estado buscando, con una mente mucho más poderosa que la de ella—. Vamos.

—Aguardad, hablemos primero. No os metáis en esto por las buenas.

Pero Alaric podría haberle hablado al viento, intentando refrenar su poder destructor con palabras. Damon estaba ya en la ventana, y al cabo de un instante la misma Elena se dejaba caer desde ella, aterrizando limpiamente junto a Damon en la nieve. La voz de Alaric los siguió desde arriba.

—Nosotros también vamos. Esperadnos allí. Dejadme hablar con ellos primero. Puedo ocuparme de ello…

Elena apenas le oyó. Su mente bullía con un único propósito, un pensamiento: hacer daño a las personas que querían hacer daño a Stefan. «Ha ido demasiado lejos, ya lo creo —pensó—. Y ahora yo voy a ir tan lejos como sea necesario. Si se atreven a tocarle…» Por su mente pasaron imágenes fugaces, con demasiada rapidez para contarlas, de lo que les haría. En cualquier otro momento se habría sentido conmocionada por el torrente de adrenalina, de excitación, que fluía ante aquellos pensamientos.

Podía percibir la mente de Damon junto a ella mientras corrían a toda velocidad por la nieve; era como una llamarada de luz roja y furia. La ferocidad que había dentro de Elena la recibió de buen grado, contento de sentirla tan cerca. Pero entonces se le ocurrió otra cosa.

—Voy a aminorar el paso —dijo.

No podía decirse que estuviera sin aliento, ni siquiera por correr sobre nieve virgen, e iban a una gran velocidad. Pero nada sobre dos piernas, o incluso sobre cuatro, podía igualar la velocidad de las alas de una ave.

—Sigue —dijo—. Llega allí tan rápido como puedas. Me reuniré contigo.

No se quedó para contemplar cómo el aire se desdibujaba y se estremecía, ni el modo en que la oscuridad se arremolinaba hasta acabar convertida en una ráfaga de alas que batían el aire. Pero sí echó una ojeada a lo alto para contemplar el cuervo que se elevaba hacia las alturas y oyó la voz mental de Damon.

«Buena caza», dijo, y la alada figura negra marchó como una flecha hacia la escuela.

«Buena caza», fue el pensamiento que Elena envió tras él, y lo decía en serio. Redobló la velocidad, con la mente fija todo el tiempo en aquel destello de la presencia de Stefan.

Stefan yacía sobre la espalda, deseando que su visión no fuera tan borrosa o que tuviera algo más que un control vacilante sobre la conciencia. La visión borrosa se debía en parte al dolor y en parte a la nieve, pero también había un hilillo de sangre procedente de la herida de siete centímetros en su cuero cabelludo.

Desde luego, había sido un estúpido al no echar un vistazo alrededor de la escuela; de haberlo hecho habría visto los coches con las luces apagadas aparcados en el otro lado. Para empezar, había sido un estúpido al acudir allí. Y ahora iba a pagar por aquella estupidez.

Si al menos fuera capaz de concentrarse lo suficiente para pedir ayuda… Pero la debilidad que había permitido que esos hombres pudieran con él con tanta facilidad también lo impedía. Apenas se había alimentado desde la noche de su ataque a Tyler. En cierto modo, eso mismo resultaba irónico. Su propio sentimiento de culpa era responsable del lío en el que se encontraba.

«Jamás debería haber intentado cambiar mi naturaleza —pensó—. Damon estaba en lo cierto, después de todo. Todo el mundo es igual: Alaric, Caroline, todo el mundo. Todo el mundo te traicionará. Debería haberlos cazado y disfrutado con ello.»

Esperó que Damon cuidara de Elena. La muchacha estaría a salvo con él; Damon era fuerte e implacable. Damon la enseñaría a sobrevivir. Eso le alegró.

Pero algo en su interior lloraba.

Los agudos ojos del cuervo distinguieron los haces cruzados de los faros en el suelo, y el ave descendió en picado. Pero Damon no necesitaba la confirmación visual; se guiaba por el tenue latido de lo que era la fuerza vital de Stefan. Tenue porque Stefan estaba débil y porque casi se había dado por vencido.

«Nunca aprendes, ¿verdad, hermano? —le dijo Damon mentalmente—. Debería dejarte ahí donde estás.» Pero ya incluso mientras pasaba sobre el suelo en vuelo rasante su forma cambiaba, adoptando un aspecto que haría más daño que el de un cuervo.

El lobo negro saltó al interior del puñado de hombres que rodeaban a Stefan, dirigiéndose con precisión hacia el que sostenía el afilado cilindro de madera sobre el pecho de Stefan. La fuerza del golpe lanzó al hombre unos tres metros atrás, y la estaca resbaló sobre la hierba. Damon contuvo el impulso —mucho más fuerte porque encajaba con la apariencia que había adoptado— de cerrar los dientes sobre la garganta del hombre. Giró en redondo y regresó a por los otros hombres que seguían en pie.

La segunda acometida los desperdigó, pero uno de ellos alcanzó el límite de la luz y se dio la vuelta, alzando algo a la altura del hombro. «Un rifle», pensó Damon. Y probablemente cargado con las mismas balas tratadas especialmente que había en la pistola de Alaric. No había modo de alcanzar al hombre antes de que disparara. El lobo gruñó y se agazapó para efectuar un salto de todos modos. El rostro rollizo del hombre se arrugó en una sonrisa.

Veloz como el ataque de una serpiente, una mano blanca surgió de la oscuridad y le arrancó el rifle. El hombre miró frenéticamente a su alrededor, perplejo, y el lobo dejó que las mandíbulas se abrieran en una sonrisa burlona. Elena había llegado.